El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
El Bautismo del Señor (C)
EVANGELIO
Jesús fue bautizado y
mientras oraba, se abrieron los cielos.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 3,15-16. 21-22
En aquel tiempo, el pueblo
estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él
tomó la palabra y dijo a todos:
- Yo os bautizo con agua; pero
viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus
sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús
también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu
Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
- Tú eres mi Hijo, el amado, el
predilecto.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 -
13 de enero de 2019
INICIAR
LA REACCIÓN
El Bautista no permite que la
gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien
más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón
es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías,
los "bautizará con el Espíritu Santo y con fuego".
A juicio de no pocos
observadores, el mayor problema de la Iglesia es hoy "la mediocridad
espiritual". La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para
enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente.
Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.
En no pocos cristianos está
creciendo el miedo a todo lo que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste
mucho en la continuidad para conservar el pasado, pero no nos preocupamos de
escuchar las llamadas del Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos
estamos quedando ciegos para leer los "signos de los tiempos".
Se da primacía a certezas y
creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a
la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a
Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina
religiosa, expuesta casi siempre con categoría premodernas, no toca los
corazones ni convierte nuestras vidas.
Abandonado el aliento renovador
del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo
cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va
creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos
cristianos.
Es urgente crear cuanto antes un
clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo
la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en
contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son
"espíritu y vida".
Dentro de unos años, nuestras
comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya
presbíteros de forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora un núcleo
de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús
entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.
A nosotros se nos pide iniciar ya
la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras generaciones
es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo
demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán
caminos nuevos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2015-2016 -
10 de enero de 2016
NUEVA
ESPIRITUALIDAD
Él os
bautizará con Espíritu Santo.
"Espiritualidad" es una palabra desafortunada.
Para muchos sólo puede significar algo inútil, alejado de la vida real. ¿Para
qué puede servir? Lo que interesa es lo concreto y práctico, lo material, no lo
espiritual.
Sin embargo, el
"espíritu" de una persona es algo valorado en la sociedad moderna,
pues indica lo más hondo y decisivo de su vida: la pasión que la anima, su
inspiración última, lo que contagia a los demás, lo que esa persona va poniendo
en el mundo.
El espíritu alienta nuestros
proyectos y compromisos, configura nuestro horizonte de valores y nuestra
esperanza. Según sea nuestro espíritu, así será nuestra espiritualidad. Y así
será también nuestra religión y nuestra vida entera.
Los textos que nos han dejado los
primeros cristianos nos muestran que viven su fe en Jesucristo como un fuerte
"movimiento espiritual". Se sienten habitados por el Espíritu de
Jesús. Solo es cristiano quien ha sido bautizado con ese Espíritu. «El que no tiene el Espíritu de Cristo no le
pertenece». Animados por ese Espíritu, lo viven todo de manera nueva.
Lo primero que cambia
radicalmente es su experiencia de Dios. No viven ya con «espíritu de esclavos», agobiados por el miedo a Dios, sino con «espíritu de hijos » que se sienten
amados de manera incondicional y sin límites por un Padre. El Espíritu de Jesús
les hace gritar en el fondo de su corazón: ¡Abbá, Padre! Esta experiencia es lo
primero que todos deberían encontrar en
las comunidades de Jesús.
Cambia también su manera de vivir
la religión. Ya no se sienten «prisioneros
de la ley», las normas y los preceptos, sino liberados por el amor. Ahora
conocen lo que es vivir con «un espíritu
nuevo», escuchando la llamada del amor y no con «la letra vieja», ocupados en cumplir obligaciones religiosas. Éste
es el clima que entre todos hemos de cuidar y promover en las comunidades
cristianas, si queremos vivir como Jesús.
Descubren también el verdadero
contenido del culto a Dios. Lo que agrada al Padre no son los ritos vacíos de
amor, sino que vivamos «en espíritu y en
verdad». Esa vida vivida con el espíritu de Jesús y la verdad de su
evangelio es para los cristianos su auténtico «culto espiritual».
No hemos de olvidar lo que Pablo
de Tarso decía a sus comunidades: «No
apaguéis el Espíritu». Una iglesia apagada, vacía del espíritu de Cristo,
no puede vivir ni comunicar su verdadera Novedad. No puede saborear ni
contagiar su Buena Noticia. Cuidar la espiritualidad cristiana es reavivar
nuestra religión.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
13 de enero de 2013
INICIAR
LA REACCIÓN
El Bautista no permite que la
gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien
más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón
es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías,
los "bautizará con el Espíritu Santo y con fuego".
A juicio de no pocos
observadores, el mayor problema de la Iglesia es hoy "la mediocridad
espiritual". La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para
enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente.
Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.
Estos últimos años ha ido
creciendo la desconfianza en la fuerza del Espíritu, y el miedo a todo lo que
pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para
conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del
Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para
leer los "signos de los tiempos".
Se da primacía a certezas y
creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a
la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a
Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina
religiosa, expuesta casi siempre con categoría premodernas, no toca los
corazones ni convierte nuestras vidas.
Abandonado el aliento renovador
del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo
cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va
creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos
creyentes.
Es urgente crear cuanto antes un
clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo
la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en
contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son
"espíritu y vida".
Dentro de unos años, nuestras comunidades
cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de
forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes
en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre
nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.
A nosotros se nos pide iniciar ya
la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras generaciones
es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo
demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán
caminos nuevos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
10 de enero de 2010
NUEVA
ESPIRITUALIDAD
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
7 de enero de 2007
UN
BAUTISMO NUEVO
Él os
bautizará con espíritu santo.
El Bautista habla de manera muy
clara: Yo os bautizo con agua, pero
esto sólo no basta. Hay que acoger en nuestra vida a otro más fuerte, lleno de Espíritu de Dios: El os bautizará con espíritu santo y fuego.
Son bastantes los «cristianos»
que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con «agua»,
pero no conocen el bautismo del «espíritu». Tal vez, lo primero que necesitamos
todos es dejarnos transformar por el Espíritu que cambió totalmente a Jesús.
¿Cómo es su vida después de recibir el Espíritu de Dios?
Jesús se aleja del Bautista y
comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hay que vivir preparándonos para
el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca
hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna. Quien no vive desde
esta perspectiva, no conoce todavía qué es ser cristiano.
Movido por esta convicción, Jesús
deja el desierto y marcha a Galilea a vivir de cerca los problemas y
sufrimientos de las gentes. Es ahí, en medio de la vida, donde se le tiene que sentir
a Dios como «algo bueno»: un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida
más humana. Quien no le siente así a Dios, no sabe cómo vivía Jesús.
Jesús abandona también el
lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le
hubieran ocurrido a Juan. El mundo debe saber lo bueno que es este Dios que
busca y acoge siempre a sus hijos perdidos porque sólo quiere salvar, no
condenar. Quien no habla este lenguaje de Jesús, no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del
desierto y se dedica a hacer «gestos de bondad» que el Bautista nunca había
hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su
mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente tiene que
sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no
hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
11 de enero de 2004
CONFIANZA
Y DOCILIDAD
Tu eres
mi hijo, el amado
Jesús vivió en el Jordán una
experiencia que marcó para siempre su vida. No se quedó ya con el Bautista.
Tampoco volvió a su trabajo en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso
incontenible, comenzó a recorrer los caminos de Galilea anunciando la Buena
Noticia de Dios.
Como es natural, los evangelistas
no pueden describir lo que ha vivido Jesús en su intimidad, pero han sido
capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está construida con
rasgos «míticos» de hondo significado. «Los
cielos se rasgan»: ya no hay distancias; Dios se comunica íntimamente con
Jesús. Se oye «una voz venida del cielo:
Tú eres mi hijo querido. En ti me complazco».
Lo esencial está dicho. Esto es
lo que Jesús escucha de Dios en su interior: «Tú eres mío. Eres mi hijo. Tu ser
está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente; me llena de
gozo que seas mi hijo; me siento feliz». En adelante, Jesús no lo llamará con
otro nombre: Abbá, Padre.
De esta experiencia brotan dos
actitudes que Jesús vivió y trató de contagiar a todos: confianza increíble en
Dios y docilidad. Jesús confía en Dios de manera espontánea. Se abandona a él
sin recelos ni cálculos. No vive nada de forma forzada o artificial. Confía en
Dios. Se siente hijo querido.
Por eso enseña a todos a llamarle
a Dios «Padre». Le apena la «fe pequeña» de sus discípulos. Con esa fe
raquítica no se puede vivir. Les repite una y otra vez: «No tengáis miedo.
Confiad». Toda su vida la pasó infundiendo confianza en Dios.
Al mismo tiempo, Jesús vive en
una actitud de docilidad total a Dios. Nada ni nadie le apartará de ese camino.
Como hijo bueno, busca ser la alegría de su padre. Como hijo fiel, vive
identificándose con él, imitándole en todo.
Es lo que trata de enseñar a
todos: «Imitad a Dios. Pare- ecos a vuestro Padre. Sed buenos del todo como
vuestro Padre del cielo es bueno. Reproducid su bondad. Es lo mejor para
todos».
En tiempos de crisis de fe no hay
que perderse en lo accesorio y secundario. Hay que cuidar lo esencial: la
confianza total en Dios y la docilidad humilde. Todo lo demás viene después.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
7 de enero de 2001
YO SOY
AMADO
Tú eres
mi Hijo, el amado.
Dice Henri Nouwen en uno de sus escritos que los hombres y mujeres de
hoy, seres llenos de miedos e inseguridad, necesitan más que nunca ser
bendecidos. Los niños necesitan la bendición de sus padres y éstos necesitan la
bendición de sus hijos.
El escritor recuerda con emoción
la primera vez que, en una sinagoga de Nueva York, fue testigo de la bendición
de un hijo judío por sus padres: «Hijo,
te pase lo que te pase en la vida, tengas éxito o no, llegues a ser importante
o no, goces de salud o no, recuerda siempre cuanto te aman tu padre y tu madre».
El hombre contemporáneo ignora lo
que es la bendición y el sentido profundo que encierra. Los padres ya no
bendicen a sus hijos. Las bendiciones litúrgicas han perdido su sabor original.
Ya no se sabe lo que es la bendición nupcial. Se ha olvidado que «bendecir» (del latín benedicere) significa literalmente
«hablar bien», decirle cosas buenas a alguien. Y, sobre todo, decirle nuestro
amor y nuestro deseo de que sea feliz.
Y sin embargo, las personas
necesitan oír cosas buenas. Hay entre nosotros demasiada condena. Son muchos
los que se sienten maldecidos más que bendecidos. Algunos se maldicen incluso a
sí mismos. Se sienten malos, inútiles, sin valor alguno. Bajo una aparente
arrogancia se esconde con frecuencia un ser inseguro que, en el fondo, no se
aprecia a sí mismo.
El problema de muchos no es si
aman o no aman, si creen en Dios o no creen. Su problema radica en que no se
aman a sí mismos. Y no es fácil desbloquear ese estado de cosas. Amarse a sí
mismo cuando uno sabe cómo es, puede ser de las cosas más difíciles.
Lo que muchos necesitan escuchar
hoy en el fondo de su ser es una palabra de bendición. Saber que son amados a
pesar de su mediocridad y sus errores. Pero, ¿dónde está la bendición? ¿cómo
puede estar uno seguro de que es amado?
Una de las mayores desgracias del
cristianismo contemporáneo es haber olvidado, en buena parte, esta experiencia
nuclear de la fe cristiana: «Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y sin
pecado, sino porque Dios es bueno y me ama de manera incondicional y gratuita
en Jesucristo». Soy amado por Dios ahora mismo, tal como soy, antes de que
empiece a cambiar.
Los evangelistas narran que
Jesús, al ser bautizado por Juan, escuchó la bendición de Dios: «Tú eres mi Hijo, el amado». También a
nosotros nos alcanza esa bendición de Dios sobre Cristo. Cada uno de nosotros
puede escucharla en el fondo de su corazón : «Tú eres mi hijo amado». Eso será
también este año lo más importante. Cuando las cosas se te pongan difíciles y
la vida te parezca un peso insoportable, recuerda siempre que eres amado con
amor eterno.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
11 de enero de 1998
NECESARIO
Tú eres
mi Hijo, el amado.
Entre los teólogos se cita
repetidamente un texto de K. Rahner,
considerado por él mismo como su testamento: «El hombre religioso de mañana será un místico o no podrá ser
religioso, pues la religiosidad del mañana no será ya compartida en base a una
convicción pública y obvia. » La idea del teólogo alemán es clara: pronto
no será posible la religión sin experiencia personal de Dios.
Hasta hace poco, el individuo
nacía a una religión como nacía a una lengua, una cultura o un pueblo. Bastaba
con que no rompiera con ella para ser considerado «miembro» de dicha religión.
La crisis religiosa extendida por los países occidentales está haciendo cada
vez más imposible este estado de cosas.
Ya no basta pertenecer más o
menos pasivamente a una Iglesia. No es suficiente la supuesta adhesión a un
conjunto de verdades religiosas transmitidas por la tradición. Cada vez va a
ser más inviable vivir la fe como una herencia cultural o una costumbre social.
En el futuro para ser creyente cada uno tendrá que hacer su propia experiencia
y descubrir que lleva en su corazón «un
misterio más grande que él mismo» (H. U von Balthasar).
No se trata de «psicologizar» la
fe introduciendo también lo «psi» en
la religión, según los gustos del hombre posmoderno, o de promover «comunidades emocionales» (M. Weber),
donde el individuo se pueda defender de la «intemperie
religiosa» encerrándose en una fe intimista y sentimentalizada. Experiencia
de Dios quiere decir fundamentalmente reconocer nuestra finitud y abrirnos con
absoluta confianza al misterio de Dios.
Casi todas las personas intuyen
en el fondo de su ser una presencia inconfundible que, aunque puede generar
temor y fuga, está reclamando suavemente nuestra confianza. Su presencia no es
una más entre otras. No se confunde con nuestros gustos, miedos o aspiraciones.
Es diferente. Viene de más allá, de más adentro que de nosotros mismos. Podemos
seguir ignorándola, pero podemos también acogerla. Primero de forma débil e indecisa,
después con confianza absoluta y con gozo.
La experiencia que vive Jesús al
ser bautizado en el Jordán es modelo de toda experiencia cristiana de Dios.
Cuando en algún momento de nuestra vida (cada uno sabe el suyo) «el cielo se rasga» y las tinieblas nos
permiten entrever algo del misterio que nos envuelve, el cristiano lo mismo que
Cristo sólo escucha una voz, pero ésta basta para transformar la vida entera: «Tú eres mi Hijo amado.» En el futuro
será difícil que haya cristianos si no han hecho la experiencia personal de
sentirse hijos amados de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
8 de enero de 1995
NO
SENTIRSE SOLO
Tú eres
mi Hijo amado.
No es fácil analizar la soledad.
Probablemente, todos la hemos experimentado en algún momento. A veces la
tememos, otras, la buscamos, casi siempre huimos de ella. Una cosa es estar
solo y otra «sentirse solo». Según todos los indicios, cada vez son más los que
se sienten solos en nuestros días.
La soledad es vivida casi siempre
como fuente de tristeza y sufrimiento. La persona sola siente la ausencia de
una compañía amistosa. No conoce el amor ni la acogida. No se puede confiar a
nadie. No tiene con quién compartir su vida. A. Machado decía que «un
corazón solitario no es un corazón».
El problema es que, de alguna
manera, todos estamos solos en la vida. Sin duda, tenemos amigos. Hay personas
que nos aprecian y quieren. Pero, en el fondo, cada uno vive y muere desde su
propia soledad. Es verdad la afirmación de Hölderlin:
«Ser hombre es estar profundamente solo.
» Por eso, es tan importante saber qué hace el individuo con su soledad.
La primera reacción suele ser
casi siempre huir. Pocas cosas le resultan al ser humano tan duras como el
estar a solas consigo mismo. Los recursos son bien conocidos. El más frecuente
es la diversión. Estar ocupados en algo para no tener que pensar en nosotros
mismos. Meter ruido para no ofr nuestra soledad.
Otro camino es buscar, a toda
costa, la compañía de otros. El resultado puede ser lamentable. Cuando las
personas se juntan sólo para huir de su propia soledad, lo que surge es una
sociedad de hombres y mujeres solitarios, compuesta por individuos «sin
rostro», configurados por la moda y los tópicos. Seres anónimos que se
aglomeran los unos junto a los otros, pero que no aciertan a encontrarse.
Sin embargo, la verdadera
superación de la soledad sólo se da en el encuentro. Y «encontrarse» es mucho más que verse, oírse o tocarse. Lo decisivo
es dialogar y compartir. Experimentar la mutua acogida y la comunicación
confiada. Amar y ser amado.
Pero no hemos de olvidar que en
el ser humano hay una soledad última que nada ni nadie puede curar. Una soledad
que únicamente Dios puede acompañar. Por ello, ésa es probablemente la
experiencia más básica del creyente: no sentirse solo. Escuchar en el fondo de
su ser lo mismo que escuchaba Jesús: «Tú
eres mi hijo amado.» Esta podría ser una buena definición del creyente: «Un ser que se sabe amado por Dios. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
12 de enero de 1992
RENOVAR
LA FE
Jesús
también se bautizó.
Son pocos los cristianos que
saben en qué día fueron bautizados, y menos aún los que lo celebran. Basta
recordar la fecha de nacimiento y celebrar el cumpleaños.
Lo importante evidentemente no es
recordar un rito, sino agradecer la fe que ha marcado nuestra vida ya desde
niños y asumir con gozo renovado nuestra condición de creyentes. La fiesta del
Bautismo del Señor que hoy celebramos puede ser una invitación a recordar
nuestro propio bautismo y a reafirmarnos de manera más responsable en nuestra
fe.
Tal vez lo primero que hemos de
hacer es preguntarnos si la fe ocupa un lugar central en nuestra vida, o si
todo se reduce a un añadido artificial que tiene todavía alguna importancia,
pero del que podríamos prescindir sin grandes consecuencias. Una pregunta clave
sería ésta: ¿Es la fe la que orienta e inspira la totalidad de mi vida, o vivo
más bien sostenido y estimulado sólo por la búsqueda de bienestar, el disfrute
de la vida, las ocupaciones laborales y mis pequeños proyectos?
Por otra parte, la fe no es algo
que se tiene, sino una relación viva y personal con Dios, que se va haciendo
más honda y entrañable a lo largo de los años. Ser creyente, antes de creer algo,
es creerle a ese Dios revelado en Cristo. La pregunta sería si mi fe se reduce
a aceptar teóricamente «lo que me diga la Iglesia>, o si más bien busco
abrirme de manera humilde y confiada a Dios.
Pero para abrirse a Dios no
bastan los ritos externos, los rezos rutinarios o la confesión de los labios.
Es necesario creerle a Jesucristo, escuchar interiormente su Palabra, acoger su
evangelio. ¿Abro alguna vez la Biblia? ¿Leo los evangelios? ¿Hago algo por
conocer mejor la persona de Jesús y su mensaje?
Además, la fe no es algo que se
vive de manera solitaria y privada. Es una equivocación pensar en la fe como
una especie de «hobby» o afición personal. El creyente celebra, agradece, canta
y disfruta su fe en el seno de una comunidad cristiana. ¿No he de renovar e
intensificar más los lazos con la comunidad donde se alimenta y sostiene mi fe?
La celebración del domingo es
fundamental para el cristiano. El domingo es el día en que se encuentra con su
comunidad, celebra la eucaristía, escucha el evangelio, invoca a Dios como
Padre y renueva su esperanza. Sin esta experiencia semanal, difícilmente
crecerá la fe. ¿Pienso que para mí es suficiente acordarme de Dios en los
momentos malos, asistir distraído a algunos funerales y santiguarme antes de
las comidas?
Quien quiera conocer «el gozo de
la fe» y experimentar la luz, la fuerza y el aliento que la fe puede introducir
en la vida del ser humano ha de comenzar por estimularla, cuidarla y renovarla.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
8 de enero de 1989
CREER,
¿PARA QUE?
os
bautizará con Espíritu Santo.
Son bastantes los hombres y
mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir
exactamente cuál es su postura ante la fe.
Quizás la primera pregunta que
surge en su interior es muy sencilla: ¿Para qué creer? ¿Cambia algo la vida el
creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
Estas preguntas nacen de su
propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su
vida diaria. Hoy Dios ya no cuenta en absoluto para ellos a la hora de orientar
y dar sentido a su vivir cotidiano.
Casi sin darse cuenta, un ateísmo
práctico se ha ido instalando en el fondo de su ser. No les preocupa que Dios
exista o deje de existir. Les parece todo ello un problema extraño que es mejor
dejar de lado para asentar la vida sobre unas bases más realistas.
Dios no les dice nada. Se han
acostumbrado a vivir sin El. No experimentan nostalgia o vacío alguno por su
ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que
antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta sólo es posible
cuando uno “ha sido bautizado con agua” pero no ha descubierto nunca qué
significa “ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”. Cuando uno sigue
pensando equivocadamente que tener fe es creer una serie de cosas enormemente
extrañas que nada tienen que ver con la vida, y no ha vivido nunca la
experiencia viva de Dios.
La experiencia de sentirse
acogido por El en medio de la soledad y el abandono, sentirse consolado en el
dolor y la depresión, sentirse perdonado en el pecado y el peso de la
culpabilidad, sentirse fortalecido en la impotencia y caducidad, sentirse
impulsado a vivir, amar y crear vida en medio de la fragilidad.
¿Para qué creer? Para vivir la
vida con más plenitud. Para situarlo todo en su verdadera perspectiva y
dimensión, Para vivir incluso los acontecimientos más banales e insignificantes
con más profundidad.
¿Para qué creer? Para atrevemos a
ser humanos hasta el final. Para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el
infinito. Para defender nuestra verdadera libertad sin rendir nuestro ser a
cualquier ídolo esclavizador. Para permanecer abiertos a todo el amor, toda la
verdad, toda la ternura que se puede encerrar en el ser. Para seguir trabajando
nuestra propia conversión con fe. Para no perder la esperanza en el hombre y en
la vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
12 de enero de 1986
¿ESPIRITUALIDAD
O ESPIRITISMO?
Bajó el
Espíritu Santo sobre él.
Cuando los evangelistas describen
el bautismo de Jesús, su atención no se centra tanto en el rito purificador del
agua como en la acción del Espíritu Santo que desciende sobre él.
Sin duda, quieren dejar bien
claro desde el comienzo que Jesús, el protagonista de las páginas que van a
seguir, es un hombre lleno del Espíritu de Dios que le hace invocar a Dios como
Padre y le urge al servicio de los hermanos necesitados.
De hecho, así han comprendido los
primeros creyentes la vida cristiana. Como un «dejarse bautizar por el Espíritu
de Jesús» y un ponerse a actuar movidos por el mismo Espíritu que animó su
vida.
No parece nuestra sociedad actual
demasiado abierta al Espíritu de Dios. Pero, sorprendentemente cuando los
hombres se cierran al Espíritu, caen esclavos de una multitud de «pequeños
espíritus».
Estamos asistiendo entre nosotros
a un renovado interés por la parasicología, la astrología, el tarot, el
ocultismo y los horóscopos.
Y no siempre es curiosidad
científica o puro pasatiempo. Con frecuencia, la fe es sustituida por las más
curiosas supersticiones, y, a falta de verdadera espiritualidad, se nos
infiltra, de mil maneras, toda clase de «espiritismos».
Incluso, estamos observando el
renacimiento de recetas, métodos, fórmulas y caminos de salvación donde se
intenta, de manera mágica, poner al Espíritu Santo al servicio de nuestros
deseos.
En la sección de anuncios de este
mismo diario, se pueden leer cualquier día mescolanzas tan sabrosas como la que
sigue: «Gracias Espíritu Santo. J.M.A.; Horóscopos en Eibar. Renee Hatfield.
Hotel Arrate...; Gracias Espíritu Santo por favor recibido. J.U.; Modista
confecciona arreglos vueltas abrigo rápido...».
Cuando la religión es utilizada
desde una actitud no religiosa y la invocación al Espíritu Santo se reduce a
asegurar la «obtención de favores», la fe queda vacía de su verdadero
contenido.
Abrirse al Espíritu es otra cosa.
Se trata de acoger humildemente la presencia creadora de Dios en nosotros.
Dejarse purificar y modelar por el Espíritu que animó toda la actuación de
Jesús. Vivir desde la fe la experiencia de un Amor que nos envuelve y nos hace
invocar a Dios como Padre y acercarnos a los otros como hermanos.
Los verdaderos «favores» del
Espíritu Santo son los frutos que suscita en nosotros: «amor, alegría, paz,
tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí» (1 Co 12,
6-11).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
9 de enero de 1983
ANTE EL
CULPABLE
Jesús
también se bautizó.
Cuando un hombre es encontrado
culpable de algo, casi instintivamente nace en nosotros un movimiento de
distanciamiento, rechazo, y hasta repulsa. Parece la reacción normal de todo
hombre que desea reafirmarse en la honestidad y rectitud de una conducta
limpia.
Parece como que lo primero y
quizás lo único que debemos hacer ante el culpable es separarnos de él,
condenando su actuación y criticando su conducta. Tendemos a sentirnos ms
jueces que hermanos.
Sin embargo, quizás no es ésta la
única postura ni siquiera la que más puede ayudar al hombre a rehacerse de su
pecado, rehabilitarse y recuperar su dignidad perdida.
Con frecuencia, se han preguntado
los creyentes por qué se hizo bautizar Jesús. Su gesto resulta sorprendente.
Juan el Bautista predica «un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los
pecados». ¿Cómo pudo, entonces, Jesús, el hombre justo y sin pecado, realizar
un gesto que lo podía confundir con el resto de los pecadores?
La respuesta es, quizás, bastante
clara para aquél que conozca un poco de cerca la actuación de Jesús de Nazaret.
Uno de los datos mejor
atestiguados sobre Jesús es su cercanía y su acogida a hombres y mujeres
considerados como «pecadores» en la sociedad judía. Es sorprendente la fuerza
con que Jesús condena el mal y la injusticia, y, al mismo tiempo, la acogida
que ofrece a los pecadores.
Comparte la misma mesa con
pecadores públicos, a los que nunca un judío piadoso se hubiera acercado.
Ofrece su amistad a los sectores más despreciados por las clases «selectas» de
Israel. Llegan a llamarle con desprecio amigo
de pecadores.
Y están en lo cierto. Jesús se
acerca a los pecadores como amigo. No como moralista que busca el grado exacto
de culpabilidad. Ni como juez que dicta sentencia condenatoria. Sino como
hermano que ayuda a aquellos hombres a escuchar el perdón de Dios, encontrarse
de nuevo con lo mejor de sí mismos y rehacer su vida.
El bautismo no es un gesto
extraño en Jesús. Es el gesto de un hombre que, al escuchar la llamada del
Bautista, desea encontrarse cerca de los pecadores y solidarizarse con aquel
movimiento de renovaci6n que Juan pide al pueblo.
La denuncia firme del mal no está
reñida con la cercanía al hombre caído. Cuántas veces esas personas que tan
fácilmente condenamos, están necesitando más que nuestras críticas ligeras, una
comprensión y una ayuda que les dé fuerza para renovar su vida.
José Antonio Pagola
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