El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
16º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
Dejadlos
crecer juntos hasta la siega.
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo
13, 24-43
En aquel tiempo, Jesús propuso otra- parábola
a la gente:
-«El reino de los cielos se parece a un
hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su
enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a
verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los
criados a decirle al amo:
"Señor, ¿no sembraste buena semilla en
tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?"
Él les dijo:
"Un enemigo lo ha hecho."
Los criados le preguntaron:
"¿Quieres que vayamos a recogerla?
Pero él les respondió:
"No, que, al arrancar la cizaña,
podríais arrancar también el trigo. dejadlos crecer juntos hasta la siega y,
cuando llegue la siega, diré a los segadores: «Arrancad primero la cizaña y
atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.»
[Les propuso esta otra parábola:
-«El reino de los cielos se parece a un grano
de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las
semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más
alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»
Les dijo otra parábola:
-«El reino de los cielos se parece a la
levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo
fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en
parábolas y sin parábolas no les exponía nada.
Así se cumplió el oráculo del profeta:
«Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré
lo secreto desde la fundación del mundo.»
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los
discípulos se le acercaron a decirle:
-«Acláranos la parábola de la cizaña en el
campo.»
Él les contestó:
-«El que siembra la buena semilla es el Hijo
del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del
reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es
el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema,
así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y
arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al
horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los
justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que
oiga.»]
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
23 de julio de 2017
IMPORTANCIA
DE LO PEQUEÑO
Al cristianismo le ha hecho mucho
daño a lo largo de los siglos el triunfalismo, la sed de poder y el afán de
imponerse a sus adversarios. Todavía hay cristianos que añoran un Iglesia
poderosa que llene los templos, conquiste las calles e imponga su religión a la
sociedad entera.
Hemos de volver a leer dos
pequeñas parábolas en las que Jesús deja claro que la tarea de sus seguidores
no es construir una religión poderosa, sino ponerse al servicio del proyecto
humanizador del Padre (el reino de Dios), sembrando pequeñas “semillas” de
Evangelio e introduciéndose en la sociedad como pequeño “fermento” de vida
humana.
La primera parábola habla de un
grano de mostaza que se siembra en la huerta. ¿Qué tiene de especial esta
semilla? Que es la más pequeña de todas, pero, cuando crece, se convierte en un
arbusto mayor que las hortalizas. El proyecto del Padre tiene unos comienzos
muy humildes, pero su fuerza transformadora no la podemos ahora ni imaginar.
La actividad de Jesús en Galilea
sembrando gestos de bondad y de justicia no es nada grandioso y espectacular:
ni en Roma ni en el Templo de Jerusalén son conscientes de lo que está
sucediendo. El trabajo que realizamos hoy sus seguidores es insignificante: los
centros de poder lo ignoran.
Incluso, los mismos cristianos
podemos pensar que es inútil trabajar por un mundo mejor: el ser humano vuelve
una y otra vez a cometer los mismos horrores de siempre. No somos capaces de
captar el lento crecimiento del reino de Dios.
La segunda parábola habla de una
mujer que introduce un poco de levadura en una masa grande de harina. Sin que
nadie sepa cómo, la levadura va trabajando silenciosamente la masa hasta
fermentarla enteramente.
Así sucede con el proyecto
humanizador de Dios. Una vez que es introducido en el mundo, va transformando
calladamente la historia humana. Dios no actúa imponiéndose desde fuera.
Humaniza el mundo atrayendo las conciencias de sus hijos hacia una vida más
digna, justa y fraterna.
Hemos de confiar en Jesús. El
reino de Dios siempre es algo humilde y pequeño en sus comienzos, pero Dios
está ya trabajando entre nosotros promoviendo la solidaridad, el deseo de
verdad y de justicia, el anhelo de un mundo más dichoso. Hemos de colaborar con
él siguiendo a Jesús.
Una Iglesia menos poderosa, más
desprovista de privilegios, más pobre y más cercana a los pobres, siempre será
una Iglesia más libre para sembrar semillas de Evangelio, y más humilde para
vivir en medio de la gente como fermento de una vida más digna y fraterna.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
20 de julio de 2014
IMPORTANCIA
DE LO PEQUEÑO
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
17 de julio de 2011
COMO FERMENTO
Con
una audacia desconocida, Jesús sorprendió a todos proclamando lo que ningún
profeta de Israel se había atrevido a decir: "Ya está aquí Dios con su fuerza creadora de justicia abriéndose
camino en el mundo para hacer la vida de sus hijos más humana y dichosa".
Es necesario cambiar. Hemos de aprender a vivir creyendo en esta Buena Noticia:
el reino de Dios está llegando.
Jesús
hablaba con pasión. Muchos se sentían atraídos por sus palabras. En otros
surgían no pocas dudas. ¿No era todo una locura? ¿Dónde se podía ver la fuerza
de Dios transformando el mundo? ¿Quién podía cambiar el poderoso imperio de
Roma?
Un
día Jesús contó una parábola muy breve. Es tan pequeña y humilde que, muchas
veces, ha pasado desapercibida para los cristianos. Dice así: «Con
el reino de Dios sucede como con la levadura que tomó una mujer y la escondió
en tres medidas de harina, hasta que todo quedó fermentado».
Aquella
gente sencilla sabía de qué les estaba hablando Jesús. Todos habían visto a sus
madres elaborar el pan en el patio de su casa. Sabían que la levadura queda
"escondida", pero no permanece inactiva. De manera callada y oculta
lo va fermentando todo desde dentro. Así está Dios actuando desde el interior
de la vida.
Dios
no se impone desde fuera, sino que transforma a las personas desde dentro. No
domina con su poder, sino atrae con su amor hacia el bien. No fuerza la libertad
de nadie sino que se ofrece para hacer más dichosa nuestra vida. Así hemos de
actuar también nosotros si queremos abrir caminos a su reino.
Está
comenzando un tiempo nuevo para la Iglesia. Los cristianos vamos a tener que
aprender a vivir en minoría, dentro de una sociedad secularizada y plural. En
muchos lugares, el futuro del cristianismo dependerá en buena parte del
nacimiento de pequeños grupos de creyentes, atraídos por el evangelio y
reunidos en torno a Jesús.
Poco
a poco, aprenderemos a vivir la fe de manera humilde, sin hacer mucho ruido ni
dar grandes espectáculos. Ya no cultivaremos tantos deseos de poder ni de
prestigio. No gastaremos nuestras fuerzas en grandes operaciones de imagen.
Buscaremos lo esencial. Caminaremos en la verdad de Jesús.
Siguiendo
sus deseos, trataremos de vivir como "fermento" de vida sana en medio
de la sociedad y como un poco de "sal" que se diluye humildemente
para dar sabor evangélico a la vida moderna. Contagiaremos en nuestro entorno
el estilo de vida de Jesús e irradiaremos la fuerza inspiradora y
transformadora de su Evangelio. Pasaremos la vida haciendo el bien. Como Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
20 de julio de 2008
COMO
FERMENTO
...se
parece a la levadura
Jesús lo repetía una y otra vez:
ya está aquí Dios tratando de trasformar el mundo; su reinado está llegando. No
era fácil creerle. La gente esperaba algo más espectacular: ¿dónde están las
«señales del cielo» de las que hablan los escritores apocalípticos? ¿Dónde se
puede captar el poder de Dios imponiendo su reinado a los impíos?
Jesús tuvo que enseñarles a
captar su presencia de otra manera. Todavía recordaba una escena que había
podido contemplar desde niño en el patio de su casa. Su madre y las demás mujeres
se levantaban temprano, la víspera del sábado, a elaborar el pan para toda la
semana. A Jesús le sugería ahora la actuación maternal de Dios introduciendo su
«levadura» en el mundo.
Con el reino de Dios sucede como
con la «levadura» que una mujer «esconde» en la masa de harina para que «todo»
quede fermentado. Así es la forma de actuar de Dios. No viene a imponer desde
fuera su poder como el emperador de Roma, sino a trasformar desde dentro la
vida humana, de manera callada y oculta.
Así es Dios: no se impone, sino
trasforma; no domina, sino atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en su
proyecto: como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y su
amor de manera humilde, pero con fuerza trasformadora.
Los seguidores de Jesús no
podemos presentamos en esta sociedad como «desde fuera» tratando de imponemos
para dominar y controlar a quienes no piensan como nosotros. No es ésa la forma
de abrir camino al reino de Dios. Hemos de vivir «dentro» de la sociedad,
compartiendo las incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo actual, y
aportando nuestra vida trasformada por el Evangelio.
Hemos de aprender a vivir nuestra
fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús. Lo que necesita la Iglesia no es más poder
social o político, sino más humildad para dejarse trasformar por Jesús y poder
ser fermento de un mundo más humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
17 de julio de 2005
MÁS QUE
LO QUE SE VE
Se parece
a un grano de mostaza.
Por lo general, tendemos a buscar
a Dios en lo espectacular y prodigioso, no en lo pequeño e insignificante. Por
eso, les resultaba difícil a los galileos creerle a Jesús cuando decía que Dios
estaba ya actuando en el mundo. ¿Dónde se podía sentir su poder? ¿Dónde estaban
las «señales extraordinarias» de las
que hablaban los escritores apocalípticos?
Jesús tuvo que enseñarles a
captar la presencia salvadora de Dios de otra manera. Les descubrió su gran
convicción: la vida es más que lo que se ve. Mientras vamos viviendo de manera
distraída sin captar nada especial, algo misterioso está sucediendo en el
interior de la vida.
Con esa fe vivía Jesús: no
podemos experimentar nada extraordinario, pero Dios está trabajando el mundo.
Su fuerza es irresistible. Se necesita tiempo para ver el resultado final. Se
necesita, sobre todo, fe y paciencia para mirar la vida hasta el fondo e intuir
la acción secreta de Dios.
Tal vez, la parábola que más los
sorprendió fue la de la semilla de mostaza. Es la más pequeña de todas, como la
cabeza de un alfiler, pero con el tiempo se convierte en un hermoso arbusto.
Por abril, todos pueden ver bandadas de jilgueros cobijándose en sus ramas. Así
es el «reino de Dios».
El desconcierto tuvo que ser
general. No hablaban así los profetas. Ezequiel lo comparaba con un «cedro magnífico», plantado en una «montaña elevada y excelsa» que echaría
un ramaje frondoso y serviría de cobijo a todos los pájaros y aves del cielo.
Para Jesús, la verdadera metáfora de Dios no es el «cedro» que hace pensar en algo grandioso y poderoso, sino la «mostaza» que sugiere lo pequeño e
insignificante.
Para seguir a Jesús no hay que
soñar en cosas grandes. Es un error que sus seguidores busquen una Iglesia
poderosa y fuerte, que se imponga sobre los demás. El ideal no es el cedro
encumbrado sobre una montaña alta, sino el arbusto de mostaza que crece junto a
los caminos y acoge por abril a los jilgueros.
Dios no está en el éxito, el
poder o la superioridad. Para descubrir su presencia salvadora, hemos de estar
atentos a lo pequeño, lo ordinario y cotidiano. La vida no es sólo lo que se
ve. Es mucho más. Así pensaba Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
21 de julio de 2002
DIOS
CONOCE A LOS SUYOS
Dejadlos
crecer juntos.
Vivimos en una sociedad caracterizada
por lo que algunos autores llaman «la diseminación religiosa». Podemos
encontramos con creyentes piadosos y con ateos convencidos, con personas
indiferentes a lo religioso y con adeptos a nuevas religiones y movimientos,
con gente que cree vagamente en «algo» y con individuos que se han hecho una
«religión a la carta» para su uso particular, con personas que no saben si
creen o no creen y con personas que desean creer y no saben cómo hacerlo.
Sin embargo, aunque vivimos
juntos y mezclados, y nos encontramos diariamente en el trabajo, el descanso y
la convivencia, lo cierto es que sabemos muy poco de lo que realmente piensa el
otro acerca de Dios, de la fe o del sentido último de la vida. A veces ni las
parejas conocen el mundo interior del otro. Cada uno lleva en su corazón
cuestiones, dudas, incertidumbres y búsquedas que no conocemos.
Entre nosotros se llama
«increyentes» a los que han abandonado la fe religiosa. No parece un término
muy adecuado. Es cierto que estas personas han abandonado «algo» que un día
vivieron, pero su vida no se asienta en ese rechazo o abandono. Son personas
que viven de otras convicciones, difíciles a veces de formular, pero que a
ellas les ayudan a vivir, luchar, sufrir y hasta morir con un determinado
sentido. En el fondo de cada vida hay unas convicciones, compromisos y
fidelidades que dan consistencia a la persona.
No es fácil saber cómo Dios se
abre hoy camino en la conciencia de cada uno. La «parábola del trigo y la
cizaña» nos invita a no precipitarnos. No nos toca a nosotros identificar a
cada individuo. Menos aún excluir y excomulgar a quienes no se identifican en
el «ideal de cristiano» que nosotros nos fabricamos desde nuestra manera de
entender el cristianismo y que, probablemente, no es tan perfecta como nosotros
pensamos.
«Sólo Dios conoce a los suyos»
decía san Agustín. Sólo él sabe quién vive con el corazón abierto a su
Misterio, quién responde a su deseo profundo de paz, amor y solidaridad entre
los hombres. Los que nos llamamos «cristianos» hemos de estar atentos a los que
se sitúan fuera de la fe religiosa, pues Dios está también vivo y operante en
sus corazones. Descubriremos que hay en ellos mucho de bueno, noble y sincero.
Descubriremos, sobre todo, que Dios puede ser buscado siempre por todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
18 de julio de 1999
TRIGO Y
CIZAÑA
Dejadlos
crecer juntos hasta la siega.
Uno de los fenómenos más
característicos de nuestra época es, sin duda, la contestación y la protesta,
consecuencia del malestar que se experimenta en una sociedad conflictiva. Sin
duda, la contestación es algo necesario para purificar nuestra sociedad. Y la
fe cristiana puede y debe ser fuente dinámica de comportamiento contestatario.
Pero no por esto es positivo contestar cualquier cosa y de cualquier manera. No
toda protesta y toda condena es igualmente constructiva en la búsqueda
titubeante de una nueva sociedad. También la contestación necesita ser
criticada y purificada.
Hay una protesta amargada que
nace de la frustración y la agresividad, y que difícilmente puede aportar nada
válido al nacimiento de un hombre nuevo. Hay una protesta que surge de la
intolerancia, el fanatismo y la intransigencia, y que fácilmente puede acentuar
las divisiones, las discordias y los partidismos, haciendo más difícil el
esfuerzo común necesario para una transformación social.
Pero hay algo que el fenómeno de
la contestación y la protesta ha hecho crecer entre nosotros de manera
particular estos años. De manera fácil e irresponsable tendemos a «clasificar»
a las personas con arreglo a categorías preconcebidas. Y vamos colgando
etiquetas de progresistas o conservadores, vanguardistas o integristas,
izquierdas o derechas, dividiendo de nuevo el mundo en «buenos y malos» y condenando a quien no coincide con nuestra
particular visión de las cosas.
De esta manera, vamos
empobreciendo nuestra capacidad de diálogo y colaboración, adoptando posturas
previas que nos encierran en nuestra propia posición y nos colocan falsamente
por encima de los demás. Cuántas veces una condena fácil e indiscriminada de
los demás, no es sino una manera infantil de querer ocultar la propia
mediocridad y la incapacidad de actuar de manera más constructiva y
comprometida.
No se trata de acallar nuestra
conciencia crítica, sino de saber asumir nuestra propia responsabilidad con
lucidez, sin ver siempre en los demás «cizaña»
que hay que arrancar y en nosotros «trigo
limpio» que hay que respetar.
No es suficiente recriminar a
otros, lamentarse de las estructuras existentes o descargar nuestra
responsabilidad, considerando siempre las injusticias consecuencia del pecado
de los demás. También en cada uno de nosotros hay «cizaña» que debe desaparecer.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
21 de julio de 1996
VERANO
Diciendo
parábolas.
El verano es un regalo de Dios
para refrescar nuestro ánimo, descansar nuestro cuerpo y nuestro espíritu, y
renovar nuestra vida tan maltrecha a veces por los problemas y la agitación de
cada día. Pero, probablemente, necesitamos aprender a disfrutarlo con un poco
más de originalidad y creatividad personal.
Para bastantes, la playa es sólo
ese campo de batalla donde hay que luchar por encontrar un hueco para tostarse
al sol entre toda clase de gritos y olores de aceites y cremas. Pero la playa
tiene otros secretos. Los descubre quien se pasea temprano a la orilla del mar
cuando el aire es todavía limpio y el día está sin estrenar. El mar está
brillante y fresco a esas horas de la mañana. No hay ruidos. Sólo el ritmo
sereno de las olas. ¡Qué fácil es entonces descansar, respirar hondo, dar
gracias por la vida y la creación!
Otra experiencia veraniega son
las fiestas de los pueblos, llenas de bullicio y color. Hay muchas formas de
divertirse y tomar parte en la fiesta. Qué enriquecedor puede ser el
reencuentro con las personas que uno conoció en su infancia, la sobremesa larga
con los amigos, el paseo por el entorno que nos vio crecer, la visita a la pila
bautismal donde recibimos el bautismo. Hace bien volver a las raíces.
Las guías turísticas señalan en
los mapas los lugares de interés artístico o los puntos donde se puede
disfrutar de un hermoso panorama. Pero ha de ser cada uno quien descubra
lugares y caminos tranquilos donde reposar el espíritu. Las ermitas ofrecen a
menudo un entorno privilegiado. Las hay pequeñas y menos pequeñas, escondidas
entre los árboles o levantadas en lo alto de una colina. Es una experiencia
reconfortante sentarse un rato dentro o fuera y descansar elevando nuestro
espíritu hacia el Creador.
Hay quienes saben disfrutar de
las noches cálidas del verano, cuando todo invita al descanso y la paz. Noches
claras en las que se puede ver brillar esas estrellas que a lo largo del año no
es posible distinguir entre las luces y la contaminación de la ciudad. Es fácil
recordar las palabras del salmista: «Cuando
contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?»
La creación contemplada con ojos
limpios y tranquilos puede ser un gran libro donde poder descubrir las huellas
de Dios y aprender a captar su presencia. Los exégetas ponen hoy de relieve
que, para Jesús, la naturaleza era una «parábola de Dios». Sus inolvidables
parábolas extraídas de la vida del campo o del mar nos muestran que en todo era
capaz de descubrir las huellas del Creador y sus llamadas al ser humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
18 de julio de 1993
TOLERANCIA
Dejadlos
crecer juntos.
Sin tolerancia no es posible
progresar en los intrincados problemas del mundo moderno. Sin más tolerancia
nunca conoceremos los hombres la paz. Ciertamente, la tolerancia no es la
solución para ningún conflicto. Pero es condición básica para acercarnos a
algún tipo de solución. El clima necesario e indispensable para que gentes de
ideologías o posturas políticas diferentes puedan buscar fórmulas de
convivencia pacífica.
La tolerancia no tiene como punto
de partida el consenso, sino justamente lo contrario. La tolerancia consiste en
aceptar el disenso que nace del pluralismo de posturas para lograr entre todos
aquello que mejor puede responder al bien común.
Para la persona que se enfrenta a
los problemas con espíritu tolerante, las diferencias no tienen por qué ser
necesariamente un obstáculo para el mutuo entendimiento. Al contrario, nos
podrían llevar a una convivencia más rica y estimulante. La diferencia de
posturas no debería ser una amenaza, sino un reto para avanzar.
El mayor enemigo de la tolerancia
es el fanatismo. Esa postura ciega e intransigente de quien se cree en posesión
absoluta de la verdad o la justicia, y, por lo tanto, excluye a todo aquel que
se le oponga. Desde el fanatismo es imposible el diálogo y la convivencia
pacífica. Sólo impera la fuerza y la imposición.
La tolerancia, por el contrario,
capacita para «aceptar» al otro, no para destruirlo o eliminarlo. Pero sería
una equivocación pensar que se trata sólo de una actitud pasiva, de «soportar»
que el otro piense o actúe de forma diferente a la mía. Al contrario, la
tolerancia es activa y operante. Busca el asentamiento de una convivencia
siempre más justa y siempre menos violenta.
Por eso, precisamente, hay algo
«intolerable», y es el atentado contra la dignidad y el valor inalienable de la
persona humana. No se puede invocar ninguna ideología, patria o religión para
justificar la agresión, el desprecio o la destrucción de la persona. Cuando
está en juego la dignidad o la vida de un ser humano, es un deber ser
intolerante frente al mal. Así fue la actuación de Jesús que no permitió que
nada, ni siquiera la religión, se utilizara contra el hombre.
Por eso nos enseñó en la parábola
del trigo y la cizaña a respetar siempre la dignidad del otro. Nadie ha de «arrancar» la vida de ningún ser humano
sólo por considerarla cizaña, mientras uno se autoproclama «trigo limpio».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
22 de julio de 1990
CONVIVIENDO CON NO CREYENTES
Dejadlos crecer
juntos...
Pese
a la advertencia de Jesús, una y otra vez caemos los cristianos en la vieja
tentación de pretender separar el trigo y la cizaña, creyéndonos naturalmente
«trigo limpio» cada uno.
Sorprende
la dureza con que ciertas personas que se sienten «creyentes» se atreven a
condenar a quienes, por razones muy diversas, se han ido alejando de la fe y de
la Iglesia.
Pero
creencia e increencia, lo mismo que el trigo y la cizaña de la parábola, están
muy entremezclados en nosotros, y lo más honrado sería descubrir al increyente
que hay en cada uno de nosotros y reconocer al creyente que late todavía en el
fondo de bastantes alejados.
Por
otra parte, no es el escándalo o la turbación la única reacción posible ante
los increyentes. Su presencia puede, incluso, ayudarnos a entender y vivir
mejor nuestra propia fe.
En
primer lugar, el hecho de que haya hombres y mujeres que pueden vivir sin creer
en Dios me descubre que soy libre al creer. Mi fe no es algo que me viene
impuesto. No me siento coaccionado por nada ni por nadie. Mi fe es un acto de
libertad.
Por
otra parte, los no creyentes me enseñan a estar más atento y ser más exigente
al confesar y vivir mi fe. Con frecuencia observo que los increyentes rechazan
un Dios ridículo y falso que no existe, pero que lo pueden deducir de la vida
de los que nos decimos creyentes.
No
deberíamos olvidar las palabras del Vaticano II: «En esta proliferación del
ateísmo puede muy bien suceder que una parte no pequeña de la responsabilidad
cargue sobre los creyentes en cuanto que, por el descuido en educar su fe o por
una exposición deficiente de la doctrina... o también por los defectos de su
vida religiosa, moral o social, en vez de revelar el rostro auténtico de Dios y
de la religión se ha de decir que más bien lo velan».
Los
increyentes me obligan, además, a recordar que en mí existe también un
incrédulo. Es cierto que podemos hablar hoy de creyentes y no creyentes. Pero
esta división es, a veces, demasiado cómoda. La frontera entre fe e increencia
pasa por dentro de cada uno. Entonces aprendo a no ser un creyente arrogante,
engreído o fanático, sino a seguir caminando humildemente tras las huellas del
Dios oculto.
No
me siento mal entre increyentes. Creo que Dios está en ellos y cuida su vida
con amor infinito. No puedo olvidar aquellas palabras tan consoladoras de Dios:
«Yo me he dejado encontrar de quienes no preguntaban por mí; me he dejado
hallar de quienes no me buscaban. Dije: "Aquí estoy, aquí estoy" a
gente que no invocaba mi nombre» (Isaías 65,1).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
19 de julio de 1987
PROPIETARIOS
DE LA FE
Sembró
buena semilla.
Por lo general, no somos
conscientes de la influencia que ejerce en nosotros “la sociedad adquisitiva»
en la que vivimos.
No nos damos cuenta hasta qué
punto el tener, el adquirir, el poseer van configurando toda nuestra persona,
empobreciendo nuestro ser más rico y profundo.
En su penetrante análisis “Tener o Ser?”, E. Fromm ha descrito con
lucidez cómo el “tener” va
sustituyendo al “ser” en la
experiencia cotidiana del hombre contemporáneo.
Para muchos niños, aprender no es
abrirse a la vida e interesarse por un mundo siempre nuevo, sino almacenar
datos para guardarlos cuidadosamente en sus notas o retenerlos en su memoria.
Para muchas personas, el saber se
limita a “tener conocimientos”. No viven creciendo en sabiduría y experiencia
humana. Simplemente “poseen” una cultura.
Son muchos también los que no
saben ser amigos y acercarse amistosamente a los demás. Lo único que les
preocupa es “tener amigos”, «adquirir” nuevos contactos, “poseer” un círculo
amplio de relaciones.
Otros muchos para crecer
necesitan “poseer” un nivel económico más elevado, hacerse con una posición
social, tener algún puesto de relevancia.
Este modo de entender y vivir las
cosas ha penetrado tan profundamente en nosotros que está incluso deformando
sustancialmente la vida de fe de muchos hombres y mujeres de hoy.
Hay cristianos que entienden la
fe como algo que se tiene. Unos la poseen y otros no. Felizmente ellos están en
posesión de la verdad.
Se someten a unas fórmulas
creadas en su tiempo por otros creyentes, se hacen su propia síntesis del
cristianismo y ya no se dejan transformar. Se han instalado interiormente. Ya
no crecen. No se aventuran a dar pasos en seguimiento de Jesucristo.
Precisamente el sentirse «felices
propietarios de la fe verdadera” les dispensa de buscar por sí mismos y de
abrirse día a día al misterio de Dios.
Sin embargo, la fe no es algo que
se posee, sino una vida que crece en nosotros. Jesús nos habla en sus parábolas
de “la semilla que crece” y de “la levadura que fermenta la masa”.
La fe es orientación de toda
nuestra persona hacia Dios. Es búsqueda, renacimiento constante, crecimiento
interior, expansión en toda nuestra vida.
Quien ha entendido a Jesús sabe
que no es lo mismo «poseer fe” que creer en El y caminar tras sus pasos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
22 de julio de 1984
FERMENTO
DE HUMANIDAD
Se parece
a la levadura...
Sorprende ver con qué frecuencia
se dirige Jesús a sus discípulos para ponerlos en guardia contra una falsa
«impaciencia mesiánica» que no sabe respetar el ritmo de la acción discreta
pero vigorosa de Dios.
A los que esperan de él la puesta
en marcha de un movimiento contundente y arrollador, capaz de expulsar del
teatro de la vida otras corrientes y alternativas, Jesús les habla de una
acción de Dios más humilde y respetuosa.
El mundo es un campo de siembras
opuestas. Y el Reino de Dios crece ahí, en la densidad de esa vida a veces tan
ambigua y compleja.
Ahí está Dios salvando al hombre.
En esos comportamientos colectivos de la humanidad animados a veces por grandes
ideales y otras por oscuros egoísmos. En esos mil gestos que hacemos los
hombres cada día y donde se mezclan la generosidad con las mezquindades más
inconfesables.
A quienes esperan el despliegue
de algo espectacular y poderoso, Jesús les habla de un reinado de Dios más
sencillo y discreto. Algo que no está hecho para desencadenar movimientos
grandiosos de masas.
El Reino de Dios está ya actuando
pero como un grano de mostaza
minúsculo y casi irrisorio que empuja hacia la vida, como un trozo
imperceptible de levadura que se
pierde en la masa fermentándola desde dentro.
Jesús no ha encontrado imágenes
más apropiadas para evocar y explicar lo que él quiere poner en marcha en el
mundo. Pero los cristianos seguimos sin querer entenderle.
La salvación no vendrá de tal
institución, de tal movimiento, de tal nación, de tal teología ni de tal
iglesia, sólo porque nosotros pretendamos ver ahí el Reino de Dios.
Al Reino de Dios no le abriremos
camino lanzando excomuniones sobre otros grupos, partidos o ideologías ni
condenando todo lo que no coincide con nuestro «dogma particular».
El Reino de Dios no lo
implantaremos en la sociedad concentrando grandes masas en los estadios o
logrando el aplauso pasajero de las muchedumbres.
El Reino de Dios es un «fermento de humanidad» y crece en
cualquier rincón oscuro del mundo donde se ama al hombre y donde se lucha por
una humanidad más digna.
Al Reino de Dios le abriremos
camino dejando que la fuerza del evangelio «fermente» nuestro estilo de vivir,
de amar, trabajar, disfrutar, luchar y ser.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
19 de julio de 1981
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ETIQUETAS
Dejadlos
crecer juntos hasta la siega.
Uno de los fenómenos más
característicos de nuestra época es, sin duda, la contestación y la protesta,
consecuencia del malestar que se experimenta en una sociedad conflictiva,
ocupada en buscar un nuevo futuro socio-cultural.
Sin duda, la contestación es algo
necesario para purificar nuestra sociedad. Y la fe cristiana puede y debe ser
fuente dinámica de un comportamiento contestatario.
Pero no por esto es positivo
contestar cualquier cosa y de cualquier manera. No toda protesta y toda condena
es igualmente constructiva en la búsqueda titubeante de una nueva sociedad.
También la contestación necesita ser criticada y purificada.
Hay una protesta amargada que
nace de la frustración y la agresividad, y que difícilmente puede aportar nada
válido al nacimiento de un hombre nuevo.
Hay una protesta que surge de la
intolerancia, el fanatismo y la intransigencia, y que fácilmente puede acentuar
las divisiones, las discordias y los partidismos, haciendo más difícil el
esfuerzo común necesario para una transformación social.
Pero hay algo que el fenómeno de
la contestación y la protesta ha hecho crecer entre nosotros de manera
particular estos años.
De manera fácil e irresponsable
tendemos a «clasificar» a las personas con arreglo a categorías preconcebidas.
Y vamos colgando etiquetas de progresistas o conservadores, vanguardistas o
integristas, izquierdas o derechas, dividiendo de nuevo el mundo en «buenos y
malos» y condenando a quien no coincide con nuestra particular visión de las
cosas.
De esta manera, vamos
empobreciendo nuestra capacidad de diálogo y colaboración, adoptando posturas
previas que nos encierran en nuestra propia seguridad y nos colocan falsamente
por encima de los demás .
Cuántas veces una condena fácil e
indiscriminada de los demás, no es sino una manera infantil de querer ocultar
la propia mediocridad y la incapacidad de actuar de manera más constructiva y
comprometida.
No se trata de acallar nuestra
conciencia crítica, sino de saber asumir nuestra propia responsabilidad con
lucidez, sin ver siempre en los demás «cizaña que hay que arrancar» y en
nosotros «trigo limpio» que hay que respetar.
No es suficiente recriminar a
otros, lamentarse de las estructuras existentes o descargar nuestra
responsabilidad, considerando siempre las injusticias como consecuencia del
pecado de los demás. También en cada uno de nosotros hay «cizaña» que debe
desaparecer.
José Antonio Pagola
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