El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
14º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
Soy manso y humilde de corazón.
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,
25-30
En aquel
tiempo, exclamó Jesús:
-«Te doy
gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así
te ha parecido mejor.
Todo me lo,
ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce
al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mi
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo
y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro.
descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Palabra de
Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
9 de julio de 2017
TRES
LLAMADAS DE JESÚS
El evangelio de Mateo ha recogido
tres llamadas de Jesús que hemos de escuchar con atención sus seguidores, pues
pueden transformar el clima de desaliento, cansancio y aburrimiento que a veces
se respira en algunos sectores de nuestras comunidades.
“Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados. Yo os aliviaré”. Es la primera llamada. Está dirigida a
todos los que viven su religión como una carga pesada. No son pocos los cristianos
que viven agobiados por su conciencia. No son grandes pecadores. Sencillamente,
han sido educados para tener siempre presente su pecado y no conocen la alegría
del perdón continuo de Dios. Si se encuentran con Jesús, se sentirán aliviados.
Hay también cristianos cansados
de vivir su religión como una tradición gastada. Si se encuentran con Jesús,
aprenderán a vivir a gusto con Dios. Descubrirán una alegría interior que hoy
no conocen. Seguirán a Jesús, no por obligación sino por atracción.
“Cargad con mi yugo porque es
llevadero y mi carga ligera”. Es la segunda llamada. Jesús no agobia a nadie.
Al contrario, libera lo mejor que hay en nosotros pues nos propone vivir
haciendo la vida más humana, digna y sana. No es fácil encontrar un modo más
apasionante de vivir.
Jesús libera de miedos y
presiones, no los introduce; hace crecer nuestra libertad, no nuestras
servidumbres; despierta en nosotros la confianza, nunca la tristeza; nos atrae
hacia el amor, no hacia las leyes y preceptos. Nos invita a vivir haciendo el
bien.
“Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón y encontraréis descanso”.
Es la tercera llamada. Hemos de
aprender de Jesús a vivir como él. Jesús no complica nuestra vida. La hace más
clara y más sencilla, más humilde y más sana. Ofrece descanso. No propone nunca
a sus seguidores algo que él no haya vivido. Nos invita a seguirlo por el mismo
camino que él ha recorrido. Por eso puede entender nuestras dificultades y
nuestros esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y errores, animándonos
siempre a levantarnos.
Hemos de centrar nuestros
esfuerzos en promover un contacto más vital con Jesús en tantos hombres y
mujeres necesitados de aliento, descanso y paz. Me entristece ver que es
precisamente su modo de entender y de vivir la religión lo que conduce a no
pocos, casi inevitablemente, a no conocer la experiencia de confiar en Jesús.
Pienso en tantas personas que, dentro y fuera de la Iglesia, viven “perdidos”,
sin saber a qué puerta llamar. Sé que Jesús podría ser para ellos la gran noticia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
6 de julio de 2014
TRES
LLAMADAS DE JESÚS
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
3 de julio de 2011
EL PUEBLO
SENCILLO
Jesús no tuvo problemas con la
gente sencilla. El pueblo sintonizaba fácilmente con él. Aquellas gentes
humildes que vivían trabajando sus tierras para sacar adelante una familia,
acogían con gozo su mensaje de un Dios Padre, preocupado de todos sus hijos,
sobre todo, de los más olvidados.
Los más desvalidos buscaban su bendición: junto a Jesús sentían a Dios más cercano. Muchos enfermos,
contagiados por su fe en un Dios bueno, volvían a confiar en el Padre del cielo.
Las mujeres intuían que Dios tiene que amar a sus hijos e hijas como decía
Jesús, con entrañas de madre.
El pueblo sentía que Jesús, con
su forma de hablar de Dios, con su manera de ser y con su modo de reaccionar
ante los más pobres y necesitados, le estaba anunciando al Dios que ellos
necesitaban. En Jesús experimentaban la cercanía salvadora de Padre.
La actitud de los “entendidos”
era diferente. Lo que al pueblo sencillo le llena de alegría a ellos les
indigna. Los maestros de la ley no
pueden entender que Jesús se preocupe tanto del sufrimiento y tan poco del cumplimiento
del sábado. Los dirigentes religiosos de Jerusalén lo miran con recelo: el Dios
Padre del que habla Jesús no es una Buena Noticia, sino un peligro para su
religión.
Para Jesús, esta reacción tan
diferente ante su mensaje no es algo casual. Al Padre le parece lo mejor. Por
eso le da gracias delante de todos: «Te
doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos y las has dado a conocer a los sencillos. Sí,
Padre, así te ha parecido mejor».
También hoy el pueblo sencillo
capta mejor que nadie el Evangelio. No tienen problemas para sintonizar con
Jesús. A ellos se les revela el Padre mejor que a los “entendidos” en religión.
Cuando oyen hablar de Jesús, confían en él de manera casi espontánea.
Hoy, prácticamente, todo lo
importante se piensa y se decide en la Iglesia , sin el pueblo sencillo y lejos de él.
Sin embargo, difícilmente, se podrá hacer nada nuevo y bueno para el
cristianismo del futuro sin contar con él. Es el pueblo sencillo el que nos
arrastrará hacia una Iglesia más evangélica, no los teólogos ni los dirigentes
religiosos.
Hemos de redescubrir el potencial
evangélico que se encierra en el pueblo creyente. Muchos cristianos sencillos
intuyen, desean y piden vivir su adhesión a Cristo de manera más evangélica,
dentro de una Iglesia renovada por el Espíritu de Jesús. Nos están reclamando
más evangelio y menos doctrina. Nos están pidiendo lo esencial, no
frivolidades.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
6 de julio de 2008
TRES
LLAMADAS DE JESÚS
Venida
mí.
Un día Jesús sorprendió a todos
dando gracias a Dios por su éxito con la gente sencilla de Galilea y por su
fracaso entre los maestros de la ley, escribas y sacerdotes. «Te doy gracias, Padre... porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente
sencilla». A Jesús se le ve contento. «Sí,
Padre, así te ha parecido mejor». Esa es la manera que tiene Dios de
revelar sus «cosas».
La gente sencilla e ignorante, los
que no tienen acceso a grandes conocimientos, los que no cuentan en la religión
del templo, se están abriendo a Dios con corazón limpio. Están dispuestos a
dejarse enseñar por Jesús. El Padre les está revelando su amor a través de él.
Entienden a Jesús como nadie.
Sin embargo, los «sabios y
entendidos» no entienden nada. Tienen su propia visión docta de Dios y de la
religión. Creen saberlo todo. No aprenden nada nuevo de Jesús. Su visión
cerrada y su corazón endurecido les impiden abrirse a la revelación del Padre a
través de su Hijo.
Jesús termina su oración, pero
sigue pensando en la «gente sencilla». Viven oprimidos por los poderosos de
Séforis y Tiberíades, y no encuentran alivio en la religión del templo. Su vida
es dura, y la doctrina que le ofrecen los «entendidos» la hacen todavía más
dura y difícil. Jesús les hace tres llamadas.
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados». Es la
primera llamada. Está dirigida a todos los que sienten la religión como un
peso, los que viven agobiados por doctrinas que les impiden captar la alegría
de la salvación. Si se encuentran vitalmente con Jesús, experimentarán un
alivio inmediato: «Yo os aliviaré».
«Cargad con mi yugo... porque es llevadero y mi carga ligera». Es la
segunda llamada. Hay que cambiar de yugo. Abandonar el de los «sabios y
entendidos» pues no es llevadero, y cargar con el de Jesús, que hace la vida
más llevadera. No porque Jesús exige menos. Exige más, pero de otra manera.
Exige lo esencial: el amor que libera de lo que hace daño a las personas.
«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Es la tercera
llamada. Hay que aprender a cumplir la ley y vivir la religión con su espíritu.
Jesús no «complica» la vida, la hace más simple y humilde. No oprime, libera
para vivir de manera más digna y humana. Es un «descanso» encontrarse con él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
3 de julio de 2005
APRENDER
DE LOS SENCILLOS
Las has
revelado a la gente sencilla.
Jesús no tuvo problemas con las
gentes sencillas del pueblo. Sabía que le entendían. Lo que le preocupaba era
si algún día llegarían a captar su mensaje los líderes religiosos, los
especialistas de la ley, los grandes maestros de Israel. Cada día era más
evidente: lo que al pueblo sencillo le llenaba de alegría, a ellos los dejaba
indiferentes.
Aquellos campesinos que vivían
defendiéndose del hambre y de los grandes terratenientes le entendían muy bien:
Dios los quería ver felices, sin hambre ni opresores. Los enfermos se fiaban de
él y, animados por su fe, volvían a creer en el Dios de la vida. Las mujeres
que se atrevían a salir de su casa para escucharle, intuían que Dios tenía que
amar como decía Jesús: con entrañas de madre. La gente sencilla del pueblo
sintonizaba con él. El Dios que les anunciaba era el que anhelaban y
necesitaban.
La actitud de los «entendidos»
era diferente. Caifás y los sacerdotes de Jerusalén lo veían como un peligro.
Los maestros de la ley no entendían que se preocupara tanto del sufrimiento de
la gente y se olvidara de las exigencias de la religión. Por eso, entre los
seguidores más cercanos de Jesús no hubo nunca sacerdotes, escribas o maestros
de la ley.
Un día, Jesús descubrió a todos
lo que sentía en su corazón. Lleno de alegría, le rezó así a Dios: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos y las has
revelado a la gente sencilla».
Siempre es igual. La mirada de la
gente sencilla es, de ordinario, más limpia. No hay en su corazón tanto interés
torcido. Van a lo esencial. Saben lo que es sufrir, sentirse mal y vivir sin
seguridad. Son los primeros que entienden el Evangelio.
Esta gente sencilla es lo mejor
que tenemos en la Iglesia.
De ellos tenemos que aprender obispos, teólogos, moralistas y
entendidos en religión. A ellos les descubre Dios algo que a nosotros se nos
escapa. Los eclesiásticos tenemos el riesgo de racionalizar, teorizar y
«complicar» demasiado la fe. Sólo dos preguntas: ¿Por qué hay tanta distancia
entre nuestra palabra y la vida de la gente? ¿Por qué nuestro mensaje resulta
más oscuro y más complicado que el de Jesús?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
7 de julio de 2002
NO BASTA
Yo os
aliviaré.
Hay cansancios típicos en la
sociedad actual que no se curan con las vacaciones. No desaparecen por el mero
hecho de irnos a descansar unos días. La razón es sencilla. Las vacaciones
pueden ayudar a rehacemos un poco, pero no pueden darnos el descanso interior,
la paz del corazón y la tranquilidad de espíritu que necesitamos.
Hay un primer cansancio que
proviene de un activismo agotador. No respetamos los ritmos naturales de la
vida. Hacemos cada vez más cosas en menos tiempo. De un día queremos sacar dos.
Vivimos acelerados, en desgaste permanente, deshaciéndonos cada día un poco
más. Ya llegarán las vacaciones para «cargar pilas».
Es un error. Las vacaciones no
sirven para resolver este cansancio. No basta «desconectar» de todo. A la
vuelta de vacaciones todo seguirá igual. Lo que necesitamos es no acelerar más
nuestra vida, imponernos un ritmo más humano, dejar de hacer algunas cosas,
vivir más despacio y de manera más descansada.
Hay otro tipo de cansancio que
nace de la saturación. Vivimos un exceso de actividades, relaciones, citas,
encuentros, comidas. Por otra parte, el contestador automático, el móvil, el
ordenador, el correo electrónico facilitan nuestro trabajo, pero introducen en
nuestra vida una saturación. Estamos en todas partes, siempre localizables,
siempre «conectados». Ya llegarán las vacaciones para «desaparecer» y
«perdernos».
Es un error. Lo que necesitamos
es aprender a «ordenar» nuestra vida: elegir lo importante, relativizar lo
accidental, dedicar más tiempo a lo que nos da paz interior y sosiego.
Hay también un cansancio difuso,
difícil de precisar. Vivimos cansados de nosotros mismos, hartos de nuestra
mediocridad, sin encontrar lo que desde el fondo anhela nuestro corazón. ¿Cómo
nos van a curar unas vacaciones? No es superfluo escuchar las palabras de
Jesús: «Venid aquí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré». Hay
una paz y un descanso que sólo se puede encontrar en el misterio de Dios
acogido en Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
4 de julio de 1999
EL ARTE
DE DESCANSAR
Venid a
mí todos los que estáis cansados.
Somos muchos los que vivimos
sometidos a un ritmo duro de trabajo que nos va desgastando a lo largo de los
meses. Por eso, al llegar esta época veraniega, todos buscamos de una manera u
otra, un tiempo de descanso que nos ayude a liberarnos de la tensión, el
agobio, el desgaste y la fatiga que hemos ido acumulando a lo largo de los
días.
Pero, ¿qué es descansar? ¿Es
suficiente recuperar nuestras fuerzas físicas, tomando el sol durante horas y
más horas junto a la orilla de cualquier mar? ¿Basta con olvidar nuestros
problemas y conflictos sumergiéndonos en el ruido de nuestras fiestas y
verbenas? Al retomo de las vacaciones, más de uno siente en su interior la
sensación de haberlas perdido. Y es que también en vacaciones podemos caer en
la tiranía de la agitación, el ruido, la superficialidad y la ansiedad del
disfrute fácil y agotador. No todos saben descansar. Y quizás el hombre moderno
necesita urgentemente iniciarse en el arte del verdadero descanso.
Necesitamos, antes que nada,
encontramos más profundamente con nosotros mismos y buscar el silencio, la
calma y la serenidad que tantas veces nos faltan durante el año, para escuchar
lo mejor que hay dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
Necesitamos recordar que una vida
intensa no es una vida agitada. Queremos tenerlo todo, acapararlo y disfrutarlo
todo. Y nos hacemos rodear de mil cosas superfluas e inútiles que ahogan
nuestra libertad y espontaneidad.
Necesitamos redescubrir la
naturaleza, contemplar la vida que brota cerca de nosotros, detenemos ante las
cosas pequeñas y las gentes sencillas y buenas. Experimentar que la felicidad
tiene poco que ver con la riqueza, los éxitos y el placer fácil.
Necesitamos recordar que el
sentido último de la vida no se agota en el esfuerzo, el trabajo y la lucha.
Por el contrario, se nos revela con más claridad en la fiesta, el gozo
compartido, la amistad y la convivencia fraterna.
Pero necesitamos, además,
enraizar nuestra vida en ese Dios «amigo
de la vida», fuente del verdadero y definitivo descanso. ¿Puede descansar
el corazón del ser humano sin encontrarse con Dios? Escuchemos con fe las
palabras de Jesús: «Venid a mí todos tos
que estáis fatigados y agobiados, y yo os haré descansar.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
7 de julio de 1996
GENTE
SENCILLA
Las has
revelado a gente sencilla.
Fue hace muchos años en L’École
Biblique de Jerusalén. Un maestro de exégesis nos iniciaba en el difícil arte
de desentrañar el evangelio de Mateo. Todo parecía poco para captar el sentido
último del texto: crítica textual, análisis literario, estructura del pasaje.
Un día, llegamos a esos versículos en los que Jesús exclama: « Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has
revelado a la gente sencilla» (Mt 11, 25). El profesor hizo un largo
silencio. Después, nos dijo muy despacio: «No olviden nunca estas palabras.
Todo lo demás pueden olvidar.» Fue probablemente la mejor lección de exégesis
que he recibido nunca.
Luego, a lo largo de los años, he
podido ver que es así. Siempre que he tenido la impresión de estar junto a una
persona cercana a Dios, ha sido alguien de corazón sencillo. A veces, una
persona sin grandes conocimientos, otras alguien de notable cultura, pero
siempre un hombre o mujer de alma humilde y limpia.
En más de una ocasión, he podido
comprobar que no basta hablar de Dios para que se despierte la fe. Para mucha
gente, ciertos conceptos religiosos están muy gastados, y aunque uno trate de
sacarles todo el vigor y sabor que tuvieron en su origen, Dios sigue como
«fosilizado» en sus conciencias. Al mismo tiempo, me he encontrado con gentes
sencillas que no parecen necesitar grandes ideas ni razonamientos. Intuyen en
seguida que Dios es «un Dios oculto», y de su corazón nace espontánea una
invocación: «Señor, muéstrame tu rostro.»
Me he encontrado también con
personas que se mueven siempre en el círculo de la utilidad. Algunas abandonan
a Dios porque les resulta perfectamente inútil; otras le retienen y dan culto
porque les sirve. Sin embargo, he podido conocer a gentes sencillas que viven
dando gracias a Dios. Disfrutan de lo bueno de la vida, soportan con paciencia
los males, saben vivir y hacer vivir. No sé cómo lo logran, pero de su corazón
parece estar siempre brotando la alabanza al Creador. Su vida es un acierto.
He expuesto muchas veces temas
religiosos y he hablado de Dios ante gentes muy diversas. En ocasiones me he
encontrado con personas que planteaban preguntas y más preguntas sobre toda
clase de cuestiones teológicas sin mostrar el menor interés por encontrarse con
Dios. Pero he visto también gente sencilla cuyos ojos brillaban de forma
especial cuando yo leía textos como éste del profeta Isaías: «Yo soy el Señor, tu Dios... Tú eres de gran
precio a mis ojos, eres valioso y yo te quiero... No temas que estoy contigo»
(Is 43, 4); o pronunciaba el salmo 103: «Como
un padre siente ternura para con sus hijos, así siente ternura el Señor para
quienes le temen. Pues él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que
somos barro» (Sal 103, 13-14). Sí, Dios se revela a gente sencilla.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
4 de julio de 1993
VERANO
Venid a
mí todos los que estáis cansados.
Ya estamos en verano. Y todos nos
disponemos a buscar, de alguna manera, ese descanso que nos reponga de las
tensiones y desgastes que hemos ido acumulando a lo largo del año. Sin embargo,
no todas las personas saben descansar. Hay quienes terminan las vacaciones con
el ánimo crispado y el cuerpo maltrecho. Descansar es un arte que hay que
aprender.
Antes que nada, hemos de valorar
el descanso y el ocio por sí mismos. Configurados por «la sociedad del
rendimiento», podemos llegar a pensar que la vida pierde todo su sentido en el
momento en que deja de ser rentable. Hay personas que siempre tienen que estar
haciendo algo útil. Sólo «descansan» para volver a trabajar, pues el trabajo es
lo único importante en sus vidas. Por eso, incluso en vacaciones, tienden a
seguir haciendo lo que hacen durante el resto del año.
Sin embargo, las vacaciones son
para vivirlas a pleno pulmón, gozando del hecho de poder disfrutarlas y no sólo
como un merecido descanso, sino como apertura a nuevos valores y recreación de
nuestra vida.
El descanso vivido plenamente nos
permite recuperar la paz y armonía interior. Volver a ser más dueños de
nosotros mismos, liberarnos de preocupaciones y prisas que ahogan nuestro ser.
Se trata de experimentar ese «puro vivir»
del que habla P Laín Entralgo, en el
que «el cuidado ha sido enteramente sustituido por el gozo».
Ese descanso liberador nos hace
más receptivos y contemplativos. En el ocio nos conocemos a nosotros mismos de
otra manera. Podemos escuchar mejor lo que hay dentro de nosotros; tomar
conciencia más viva de lo que somos y de lo que la vida nos pide; poner las
bases para una vida más equilibrada y digna.
El ocio ayuda también a entrar en
comunión más profunda con las cosas y con la naturaleza, al sustituir el punto
de vista de la utilidad por el disfrute. Cuando uno olvida la prisa, disfruta
del silencio, recorre a pie los caminos, contempla plácida- mente la puesta del
sol o se recrea en las aguas del mar, experimenta la vida como un regalo
precioso que nunca sabremos agradecer lo suficiente.
No es difícil entonces percibir
la presencia misteriosa de ese Dios cuyo amor atento y solícito vela por esta
creación y por esta humanidad que sólo busca descanso y vida eterna. Se
entienden las palabras de Jesús: «Venid a
mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.» ¿Puede de
verdad descansar el corazón del ser humano sin reconciliarse con Dios, su
Amigo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
8 de julio de 1990
LA
«BERAKAH»
Te doy gracias, Padre...
Entre las oraciones de Jesús
recogidas por la tradición una de las más bellas es, sin duda, este grito
espontáneo de gozo, admiración y agradecimiento que sale de sus labios: «Yo te
bendigo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos y se las has descubierto a la gente sencilla».
Los exégetas descubren en estas
palabras de Jesús una «berakah» o «bendición a Yahvé», que es la oración
más típica de la espiritualidad judía.
En su forma más sencilla, la «berakah»
es un grito de admiración, «¡Bendito sea Yahve!» (Baruk Yahveh) al
que sigue una exposición del motivo que provoca la acción de gracias.
Para el creyente israelita, todo
puede ser motivo de «berakah», es decir, de alabanza y acción de
gracias: el despertar y el atardecer, el calor bienhechor del sol y las lluvias
de primavera, el nacimiento del hijo y la muerte serena del anciano, el regalo
de la vida y el disfrute de la liturgia del templo.
Estas «berakah» que
acompañan la vida cotidiana del judío, desde que se despierta hasta que se
acuesta, crean todo un estilo de vida donde la acción de gracias y la alabanza
ocupan un lugar central.
Tal vez, una de las desgracias
del cristianismo sea el haber perdido, en gran parte, el talante y la actitud
religiosa que entraña la «berakah» judía. De hecho, la religión de
bastantes cristianos se alimenta más del miedo que de la admiración y la
alabanza.
Cuando Dios es percibido como un
ser amenazador y temible ante el cual lo mejor es protegerse, el miedo a ese
Dios provoca una religión donde lo más importante es mantenerse puros ante El,
no transgredir sus mandatos, expiar nuestros pecados y asegurarnos así la
salvación.
Cuando, por el contrario, Dios es
captado como amor infinito y misterio fascinante, la admiración ante ese Dios
suscita una vivencia religiosa en la que predominan la alabanza, la acción de
gracias y el reconocimiento gozoso.
La plegaria eucarística, nacida
de la «berakah» Judía, está toda ella fundamentada en la admiración, la
alabanza y la acción de gracias. No se habla en ella de recompensas ni de
castigos. Su lenguaje no es el de la utilidad o el pragmatismo. Desde el
comienzo se nos invita a levantar el corazón y dar gracias a Dios.
Por eso, X. Basurko, en un
sugerente capítulo de su obra «Compartir el pan. De la misa a la
eucaristía», ve en la plegaria eucarística «una escuela para el aprendizaje
existencial de la gratuidad». Celebrando la eucaristía hemos de aprender a
despertar en nosotros la admiración, el gozo y la alabanza por el regalo
inmenso de la vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
5 de julio de 1987
ENCONTRAREIS
DESCANSO
Venid a
mí todos los que estáis cansados.
Es algo hoy muy generalizado
pensar que “lo interior» no aporta nada y uno puede prescindir de ello sin
ningún problema.
Y cuando un error es aceptado de
manera casi indiscutible en la sociedad no es tan fácil descubrirlo. Sin
embargo, basta abrir los ojos y observar la vida de muchas personas para ver lo
engañados que estamos.
Cuántos hombres y mujeres
funcionan exactamente como esos juguetes que se mueven impulsados por una
cuerda o unas pilas. No se dan apenas cuenta de que, al perder su interioridad,
su vida se ha ido mecanizando y empobreciendo.
Son personas dirigidas desde
fuera. Al vivir sin alma, su existencia se ha ido reduciendo poco a poco a
movimiento, agitación, reacciones que responden a estímulos externos.
Viven de fórmulas y consignas.
Juegan a renovarse pero, secretamente, se sienten viejas y aburridas. Tal vez,
su única aspiración hoy es aguantar y sobrevivir.
Qué espectáculo tan penoso el que
ofrece la vida de tantas personas reducida a puro reflejo, una especie de tic
nervioso repetido una y otra vez de manera casi mecánica. Hacen y vuelven a
hacer lo mismo sin contenido personal, sin calor, sin hondura ni creatividad.
Desposeídos de sí mismos, hablan,
ríen y gozan aparentemente como una persona de verdad, pero están desconectados
de la fuente interior de la vida y no conocen la alegría y la paz del que vive
desde las raíces del ser.
Para sentirse vivos, necesitan
hacer cosas útiles y disfrutar de estímulos cada vez más intensos o excitantes,
aunque algo les dice que su vida se va embotando y deteriorando casi sin
remedio. Se diría que se sienten cansados de casi todo.
Cuando una persona está viviendo
este proceso de desinteriorización, no basta para recuperar la vida, «tomarse
unas buenas vacaciones” y «cargar de nuevo las pilas».
Se necesita aprender a vivir de
otra manera. Detenerse y tomarse un tiempo para encontrarse con uno mismo.
Recuperar la unidad espiritual. Bajar con paz al centro mismo de nuestra vida.
Abrirse con confianza a Dios. No tener miedo a encontrarnos a solas con El.
Hay un descanso y una paz que
muchos hoy no pueden sospechar. Están reservados a gente sencilla. Hombres y
mujeres que sepan escuchar las palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
8 de julio de 1984
ENCONTRAR
DESCANSO
Venid a
mí todos los que estáis cansados...
Somos algo mucho más importante
que nuestro trabajo, oficio, cargo o profesión. Somos seres humanos hechos para
vivir, amar, reír, ser.
Por eso, en contra de lo que
muchos puedan pensar, «descansar» no es tan fácil. Porque no es divertirse
dando rienda suelta al consumo, ni «hacer vacaciones» para alardear o alimentar
la propia vanidad.
Descansar es reconciliarse con la
vida. Disfrutar de manera sencilla, cordial y entrañable del regalo de la
existencia. Hacer la paz en nuestro corazón. Limpiar nuestra alma.
Reencontramos con lo mejor de nosotros mismos.
Por eso, no hay que recorrer
largas distancias para encontrar descanso. Basta recorrer la que nos lleva a
encontrar la paz en nuestro corazón. Si ahí no la hallamos, inútil buscarla en
ninguna parte del mundo.
Necesitamos salir al aire libre y
encontrarnos con la naturaleza. Pero necesitamos también salir de nuestros
egoísmos y mezquindades, y abrirnos a la vida y a las personas.
Descansar es descubrir que uno
está vivo, que puede mirar con ojos más limpios y desinteresados a la gente,
que es capaz de enamorarse de las cosas sencillas y buenas, que hasta se puede
tomar uno tiempo para ser feliz.
Pero sólo descansamos cuando
liberamos nuestro corazón de angustias egoístas y de mil complicaciones
insensatas que nos creamos mutuamente sin necesidad alguna.
No basta salvarnos de la asfixia
que el nerviosismo, el ruido, la agitación o el trabajo producen en nosotros.
No se puede descansar cuando la insatisfacción, la tristeza, el miedo, el
remordimiento o la culpabilidad nos atenazan.
¿ Cómo transformar todo esto en
paz? ¿ Cómo dejarnos iluminar en lo más hondo de nuestro ser? ¿Cómo acoger de
nuevo la energía de la vida?
Los creyentes sabemos que un Dios
acogido en nuestra vida, no como un ser vago e impersonal sino como amigo
querido y cercano, es camino de pacificación, iluminación interior, unificación
de todo nuestro ser, perdón y liberación de nuestras contradicciones, errores y
pecados.
Acertar a abrirnos a Dios es
encontrar descanso verdadero. Ojalá, al organizar nuestras vacaciones, sepamos
escuchar en las palabras de Jesús la llamada de ese Dios amigo: «Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
5 de julio de 1981
SABER
DESCANSAR
Venid a
mí todos los que estáis cansados.
Somos muchos los hombres y
mujeres de nuestra sociedad que vivimos sometidos a un ritmo duro de trabajo
que nos va desgastando a lo largo de los meses.
Por eso, al llegar esta época
veraniega, todos buscamos de una manera o de otra, un tiempo de descanso que
nos ayude a liberarnos de la tensión, el agobio, el desgaste y la fatiga que
hemos ido acumulando a lo largo de los días.
Pero, ¿qué es descansar? ¿Es
suficiente recuperar nuestras fuerzas físicas, tomando el sol durante horas y
más horas junto a la orilla de cualquier mar? ¿Basta con olvidar nuestros
problemas y conflictos sumergiéndonos en el ruido de nuestras fiestas y
verbenas?
Al retorno de las vacaciones, más
de uno siente en su interior la sensación de haberlas perdido. Y es que también
en vacaciones podemos caer en la tiranía de la agitación, el ruido, la
superficialidad y la ansiedad del disfrute fácil y agotador.
No todos saben descansar. Y
quizás el hombre moderno necesita urgentemente iniciarse en el arte del
verdadero descanso.
Necesitamos, antes que nada,
encontrarnos más profundamente con nosotros mismos y buscar el silencio, la
calma y la serenidad que, tantas veces nos faltan durante el año, para escuchar
lo mejor que hay dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
Necesitamos recordar que una vida
intensa no es una vida agitada. Queremos tenerlo todo, acapararlo y disfrutarlo
todo. Y nos hacemos rodear de mil cosas superfluas e inútiles, que en
definitiva ahogan nuestra libertad y espontaneidad.
Necesitamos redescubrir la
naturaleza, contemplar la vida que brota cerca de nosotros, detenernos ante las
cosas pequeñas y las gentes sencillas y buenas. Experimentar que la felicidad
tiene poco que ver con la riqueza, los éxitos y el placer fácil.
Necesitamos recordar que el
sentido último de la vida no se agota en el esfuerzo, el trabajo y la lucha.
Por el contrario, se nos revela con más claridad en la fiesta, el gozo compartido,
la amistad y la convivencia fraterna.
Pero, sin duda, necesitamos
enraizar más nuestra vida en ese Dios amigo
de la vida, fuente del verdadero y definitivo descanso para el hombre. ¿No
necesitamos los hombres un descanso interior para nuestras almas? ¿Puede
descansar el corazón del hombre sin reconciliarse con Dios?
Escuchemos con fe las palabras de
Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os haré
descansar».
José Antonio Pagola
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