El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
3º Domingo de Pascua (A)
EVANGELIO
Lo reconocieron al partir el pan.
+
Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35
Dos discípulos de
Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea
llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo
que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se
acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de
reconocerlo.
Él les dijo:
-«¿Qué conversación
es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron
preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
-«¿Eres tú el único
forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
El les preguntó:
-«¿Qué?»
Ellos le
contestaron:
-«Lo de Jesús, el
Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante
todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para
que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él
fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto.
Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues
fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron
diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que
estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo
encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les
dijo:
¡Qué necios y
torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el
Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? »
Y, comenzando por
Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda
la Escritura.
Ya cerca de la
aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron,
diciendo:
-«Quédate con
nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para
quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo
reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
-«¿No ardía nuestro
corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al
momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con
sus compañeros, que estaban diciendo:
-«Era verdad, ha
resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo
que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el
pan.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
30 de abril de 2017
ACOGER LA
FUERZA DEL EVANGELIO
Dos discípulos de Jesús se van
alejando de Jerusalén. Caminan tristes y desolados. En su corazón se ha apagado
la esperanza que habían puesto en Jesús, cuando lo han visto morir en la cruz.
Sin embargo, continúan pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo
una ilusión?
Mientras conversan y discuten de
todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, los
discípulos no lo reconocen. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al
que habían amado tal vez con pasión, les parece ahora un caminante extraño.
Jesús se une a su conversación.
Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo se va
despertando en su corazón. No saben exactamente qué. Más tarde dirán: “¿No
estaba ardiendo nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”
Los caminantes se sienten
atraídos por las palabras de Jesús. Llega un momento en que necesitan su
compañía. No quieren dejarlo marchar: “Quédate con nosotros”. Durante la cena,
se les abrirán los ojos y lo reconocerán. Este es el primer mensaje del relato:
Cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar
en nosotros la esperanza perdida.
Durante estos años, muchas
personas han perdido su confianza en Jesús. Poco a poco, se les ha convertido
en un personaje extraño e irreconocible. Todo lo que saben de él es lo que
pueden reconstruir, de manera parcial y fragmentaria, a partir de lo que han
escuchado a predicadores y catequistas.
Sin duda, la homilía de los
domingos cumple una tarea insustituible, pero resulta claramente insuficiente
para que las personas de hoy puedan entrar en contacto directo y vivo con el
Evangelio. Tal como se lleva a cabo, ante un pueblo que ha de permanecer mudo,
sin exponer sus inquietudes, interrogantes y problemas, es difícil que logre
regenerar la fe vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo,
encontrarse con Jesús.
¿No ha llegado el momento de
instaurar, fuera del contexto de la liturgia dominical, un espacio nuevo y
diferente para escuchar juntos el Evangelio de Jesús? ¿Por qué no reunirnos
laicos y presbíteros, mujeres y hombres, cristianos convencidos y personas que
se interesan por la fe, a escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio
de Jesús?
Hemos de dar al Evangelio la
oportunidad de entrar con toda su fuerza transformadora en contacto directo e
inmediato con los problemas, crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy.
Pronto será demasiado tarde para recuperar entre nosotros la frescura original
del Evangelio.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
4 de mayo de 2014
ACOGER LA
FUERZA DEL EVANGELIO
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
8 de mayo de 2011
RECORDAR
MÁS A JESÚS
El relato de los discípulos de
Emaús nos describe la experiencia vivida por dos seguidores de Jesús mientras
caminan desde Jerusalén hacia la pequeña aldea de Emaús, a ocho kilómetros de
distancia de la capital. El narrador lo hace con tal maestría que nos ayuda a
reavivar también hoy nuestra fe en Cristo resucitado.
Dos discípulos de Jesús se alejan
de Jerusalén abandonando el grupo de seguidores que se ha ido formando en torno
a él. Muerto Jesús, el grupo se va deshaciendo. Sin él, no tiene sentido seguir
reunidos. El sueño se ha desvanecido. Al morir Jesús, muere también la
esperanza que había despertado en sus corazones. ¿No está sucediendo algo de
esto en nuestras comunidades? ¿No estamos dejando morir la fe en Jesús?
Sin embargo, estos discípulos
siguen hablando de Jesús. No lo pueden olvidar. Comentan lo sucedido. Tratan de
buscarle algún sentido a lo que han vivido junto a él. «Mientras
conversan, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos». Es el primer
gesto del Resucitado. Los discípulos no son capaces de reconocerlo, pero Jesús
ya está presente caminando junto a ellos, ¿No camina hoy Jesús veladamente
junto a tantos creyentes que abandonan la Iglesia pero lo siguen recordando?
La intención del narrador es
clara: Jesús se acerca cuando los discípulos lo recuerdan y hablan de él. Se
hace presente allí donde se comenta su evangelio, donde hay interés por su
mensaje, donde se conversa sobre su estilo de vida y su proyecto. ¿No está
Jesús tan ausente entre nosotros porque hablamos poco de él?
Jesús está interesado en
conversar con ellos: «¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais
de camino?» No se impone revelándoles su identidad. Les pide que sigan
contando su experiencia. Conversando con él, irán descubriendo su ceguera. Se
les abrirán los ojos cuando, guiados por su palabra, hagan un recorrido
interior. Es así. Si en la Iglesia hablamos más de Jesús y conversamos más con
él, nuestra fe revivirá.
Los discípulos le hablan de sus
expectativas y decepciones; Jesús les ayuda a ahondar en la identidad del
Mesías crucificado. El corazón de los discípulos comienza a arder; sienten
necesidad de que aquel "desconocido" se quede con ellos. Al celebrar
la cena eucarística, se les abren los ojos y lo reconocen: ¡Jesús está con ellos!
Los cristianos hemos de recordar
más a Jesús: citar sus palabras, comentar su estilo de vida, ahondar en su
proyecto. Hemos de abrir más los ojos de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida
en nuestras eucaristías. Nadie ha de estar más presente. Jesús camina junto a
nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
6 de abril de 2008
DOS
EXPERIENCIAS CLAVE
Se puso a
caminar con ellos.
Al pasar los años, en las
comunidades cristianas se fue planteando espontáneamente un problema muy real.
Pedro, María Magdalena y los demás discípulos habían vivido unas experiencias
muy «especiales» de encuentro con Jesús vivo después de su muerte. Unas
experiencias que a ellos los llevaron a «creer» en Jesús resucitado. Pero los
que se acercaron más tarde al grupo de seguidores, ¿cómo podían despertar y
alimentar esa misma fe?
Éste es también hoy nuestro
problema. Nosotros no hemos vivido el encuentro con el resucitado que vivieron
los primeros discípulos. ¿Con qué experiencias podemos contar nosotros? Esto es
lo que plantea el relato de los discípulos de Emaús.
Los dos caminan hacia sus casas,
tristes y desolados. Su fe en Jesús se ha apagado. Ya no esperan nada de él.
Todo ha sido una ilusión. Jesús que los sigue sin hacerse notar, los alcanza y
camina con ellos. Lucas expone así la situación: «Jesús se puso a caminar con
ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». ¿Qué pueden hacer para
poder reconocer su presencia viva junto a ellos?
Lo importante es que estos
discípulos no olvidan a Jesús; «conversan y discuten» sobre él; recuerdan sus
«palabras» y sus «hechos» de gran profeta; dejan que aquel desconocido les vaya
explicando todo lo ocurrido. Sus ojos no se abren enseguida, pero «su corazón
comienza a arder».
Es lo primero que necesitamos en
nuestras comunidades: recordar a Jesús, ahondar en su mensaje y en su
actuación, meditar en su crucifixión... Si, en algún momento, Jesús nos
conmueve, sus palabras nos llegan muy dentro y nuestro corazón comienza a
arder, es señal de que nuestra fe se está despertando.
No basta. Según Lucas es
necesaria la experiencia de la cena eucarística. Aunque todavía no saben quién
es, los dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía.
No quieren que los deje: «Quédate con nosotros».
Lucas lo subraya con gozo: «Jesús entró para quedarse con ellos». En la cena se
les abren los ojos.
Estas son las dos experiencias
clave: sentir que nuestro corazón arde al actualizar su mensaje, su actuación y
su vida entera; sentir que, al celebrar la eucaristía, su persona nos alimenta,
nos fortalece y nos consuela. Así crece en la Iglesia la fe en el Resucitado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
10 de abril de 2005
TODO O
NADA
Se puso a
caminar con ellos.
Camino de Emaús dos discípulos
marchan con aire entristecido. No tienen mcta ni objetivo. Su esperanza se ha
apagado. Jesús ha desaparecido de sus vidas. Hablan y discuten sobre él, pero,
cuando se les acerca lleno de vida, sus ojos «no son capaces de reconocerlo».
Jesús los había imaginado de otra
manera, al enviarlos de dos en dos: llenos de vida, contagiando paz en cada
casa, aliviando el sufrimiento, curando la vida y anunciando a todos que Dios
está cerca y se preocupa de nosotros.
Aparentemente, estos discípulos
tienen todo lo necesario para mantener viva la fe, pero algo ha muerto dentro
de ellos. Conocen las escrituras sagradas: no les sirve de nada. Han escuchado
el evangelio en Galilea: todo les parece ahora una ilusión del pasado. Ha
llegado hasta ellos el anuncio de que Jesús está vivo: cosas de mujeres, ¿quién
puede creer en algo semejante? Estos discípulos tienen todo y no tienen nada.
Les falta lo único que puede hacer «arder» su corazón: el contacto personal con
Jesús vivo.
¿No será éste nuestro problema?
¿Por qué tanta frustración y desencanto entre nosotros? ¿Por qué tanta
indiferencia y rutina? Se predica una y otra vez la doctrina cristiana; se
escriben excelentes encíclicas y cartas pastorales; se publican estudios
eruditos sobre Jesús. No faltan palabras y celebraciones. Nos falta, tal vez,
una experiencia más viva de alguien que no puede ser sustituido por nada ni por
nadie: Jesucristo, el Viviente.
No basta celebrar misas ni leer
textos bíblicos de cualquier manera. El relato de Emaús habla de dos
experiencias básicas. Los discípulos no leen un texto, escuchan la voz
inconfundible de Jesús que hace arder su corazón. No celebran una liturgia, se
sientan como amigos a la misma mesa y descubren juntos que es el mismo Jesús
quien los alimenta.
¿Para qué seguir haciendo cosas
de una manera que no nos transforma? ¿No necesitamos, antes que nada, un
contacto más real con Jesús? ¿Una nueva simplicidad? ¿Una fe diferente? ¿No
necesitamos aprender a vivirlo todo con más verdad y desde una dimensión nueva?
Si Jesús desaparece de nuestro corazón, todo lo demás es inútil.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
14 de abril de 2002
CADA
DOMINGO
Sentado a
la mesa con ellos, tomó el pan.
La eucaristía no es sólo el
centro de la liturgia cristiana. Es, además y por eso mismo, la experiencia
que, vivida domingo tras domingo, puede alimentar las grandes actitudes que
configuran la vida de un cristiano. El que come y bebe en esa cena, alimenta su
vida de discípulo fiel de Cristo.
En primer lugar, la eucaristía es
acción de gracias a Dios por la vida
y por la salvación que nos ofrece en su Hijo Jesucristo. Las palabras de acción
de gracias, la estructura de todo el conjunto, el tono de toda la celebración
contribuyen a vivir una experiencia intensa de alabanza y agradecimiento a Dios
que no debe reducirse a ese momento cultual. La vida cotidiana de un cristiano
ha de estar marcada por la acción de gracias.
La eucaristía es, además, comunión con Cristo resucitado. Jesús no
es una figura del pasado, alguien cada vez más lejano en el tiempo, sino el
Señor de todos los tiempos que permanece vivo entre los suyos. No somos
seguidores de un gran líder del pasado. La eucaristía nos enseña a vivir en comunión
con un Cristo actual, acogiendo realmente hoy su espíritu y fuerza renovadora.
La eucaristía es también escucha de las palabras de Jesús que son
«espíritu y vida». Para un discípulo de Cristo, el evangelio no es un mero
testamento literario o un texto fundacional. En la eucaristía nos reunimos para
escuchar la palabra viva de Jesús que ilumina nuestra experiencia humana de
hoy. Esa acción dominical nos invita a no vivir como ciegos, sin evangelio ni
luz alguna. El cristiano vive alimentado po la Palabra de Jesús.
La eucaristía es un acto comunitario por excelencia.
Todos los domingos, los cristianos dejan sus hogares, se reúnen en una iglesia
y forman comunidad visible de seguidores de Jesús. Todas las oraciones de la
eucaristía se dicen en plural: invocamos, pedimos perdón, ofrecemos, damos
gracias... siempre juntos. Los textos dicen que somos «familia», «pueblo»
«Iglesia». No se nos debería olvidar. Los cristianos no somos individuos
aislados que, cada uno por su cuenta, tratan de vivir el evangelio. Formamos
una comunidad que quiere ser en el mundo testimonio e invitación a vivir de
manera fraterna y solidaria.
La cena de Jesús resucitado con
sus discípulos en la aldea de Emaus es una invitación a reavivar nuestras
eucaristías dominicales.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
18 de abril de 1999
RECUPERAR
LA ESPERANZA
Se puso a
caminar con ellos.
Los relatos pascuales nos
descubren diversos caminos para encontramos con el Resucitado. El relato de
Emaús es, quizás, el más significativo y, sin duda, el más extraordinario.
La situación de los discípulos
está bien descrita desde el comienzo, y refleja un estado de ánimo en el que se
pueden encontrar los cristianos una y otra vez. Los discípulos poseen
aparentemente todos los elementos necesarios para creer. Conocen los escritos
del Antiguo Testamento, el mensaje de Jesús, su actuación y su muerte en la
cruz. Han escuchado también el mensaje de la resurrección. Las mujeres les han
comunicado su experiencia y les han confesado que «está vivo». Todo es inútil. Ellos siguen su camino envueltos en
tristeza y desaliento. Todas las esperanzas puestas en Jesús se han desvanecido
con el fracaso de la cruz.
El evangelista nos va a revelar
dos caminos para recuperar la esperanza y la fe viva en el Resucitado. El
primero es la escucha de la palabra de
Jesús. Aquellos hombres siguen, a pesar de todo, pensando en Jesús,
hablando de Él, preguntando por El. Y es precisamente entonces, cuando el
Resucitado se hace presente en su caminar. Allí donde unos hombres y mujeres
recuerdan a Jesús y se preguntan por el significado de su mensaje y su persona,
allí está El, aunque sean incapaces de reconocer su presencia y su compañía.
No esperemos grandes prodigios.
Si alguna vez, al escuchar el Evangelio de Jesús y recordar sus palabras, hemos
sentido «arder nuestro corazón», no
olvidemos que El camina junto a nosotros.
Pero el evangelista nos recuerda
una segunda experiencia. Es el gesto de
la Eucaristía. Los discípulos retienen al caminante desconocido para cenar
juntos en la aldea de Emaús. El gesto es sencillo pero entrañable. Unos
caminantes cansados del viaje se sientan a compartir la misma mesa. Se aceptan
como amigos y descansan juntos de las fatigas de un largo caminar. Es entonces
cuando a los discípulos se les van a «abrir
sus ojos» para descubrir a Jesús como alguien que alimenta sus vidas, los
sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.
Si alguna vez, por pequeña que
sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos
en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos
que El es nuestro «pan de vida».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
21 de abril de 1996
SIN
HERENCIA RELIGIOSA
Se les
abrieron los ojos y lo reconocieron.
Se ha dicho que «vivimos en la
cultura de la experiencia como contrapuesta a la cultura de la obediencia» (Gallagher). Es así. La gente, sobre todo
joven, sólo confía en lo que puede experimentar o vivir personalmente. Si hoy a
bastantes les cuesta creer es sencillamente porque nunca han tenido una
experiencia personal un poco viva de Dios.
Es significativo lo que está
sucediendo en los jóvenes. Muchos de ellos están creciendo en medio de un
«vacío religioso» desolador. James Mc
Auley ha descrito de forma magistral la situación de los que él llama «la
generación de los desheredados». Jóvenes que se han quedado «sin herencia
religiosa» pues apenas han recibido, ni de la familia ni de la sociedad,
experiencia religiosa alguna. Su única herencia es la confusión, la desconfianza
ante la religión y, sobre todo, la indiferencia. Según el profesor australiano,
muchos de ellos «ya no niegan ni dudan; simplemente, no tienen ni idea».
Este tipo de increencia no es
fruto de una decisión personal. Es más bien el estado al que se llega cuando a
la persona le falta una mínima experiencia religiosa y, al mismo tiempo, está
recibiendo del ambiente una serie de mensajes sociales que le presentan lo
religioso como algo trivial y sin importancia para el ser humano.
No es verdad que los jóvenes
estén abandonando la fe. Lo que sucede es que en muchos de ellos la fe
difícilmente puede brotar. ¿Cómo puede llegar a creer un joven que en casa sólo
ha conocido silencio e indiferencia religiosa, que en la televiSión no ve sino
burla y críticas a una religión ridícula, y que en la Iglesia sólo llega a
captar los aspectos externos de una institución que le resulta extraña y
anticuada?
Lo primero que necesitan estos
jóvenes no es doctrina. Nadie los va a convencer con palabras de algo que no pueden
experimentar ni vivir con gozo. Lo que necesitan es que alguien les ayude a
descubrir a un Dios Amigo en lo hondo de su corazón. Lo importante no es tratar
de imponerles unas obligaciones religiosas que no pueden «entender», sino
ayudarles a comunicarse con Cristo. Esta es la gran responsabilidad de la
Iglesia: ofrecer al hombre y la mujer de hoy la posibilidad de vivir una
experiencia de encuentro gozoso con Dios. Todo lo demás viene después.
No se puede creer en Dios cuando
falta la comunicación con él. No se puede seguir a Cristo cuando no hay
contacto con él. El relato de Emaús nos sugiere un doble camino a seguir para
despertar la fe cristiana. En primer lugar, una escucha viva de las Escrituras
que haga «arder el corazón». Luego,
una celebración de la Cena del Señor donde se pueda «reconocerlo». La fe de los jóvenes sólo se despertará si alguien
les ayuda a vivir estas experiencias.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
25 de abril de 1993
A UN
AGNOSTICO BEATO
Mientras
conversaban y discutían,
Jesús en
persona se acercó.
Amigo Andrés Aberasturi, he leído de un tirón tu libro «Dios y yo». Tengo que reconocer que el
largo subtítulo, « Crónica sentimental de una relación codificada» ya me lo
advertía. Pero, ¿qué quieres?, yo me había hecho la ilusión de asomarme a tu
relación personal con Dios. Lo de sus codificadores me interesaba menos. Quería
conocer el eco que el misterio de Dios podía encontrar en un hombre en el que
percibo lucidez y ternura.
No has abierto en mi fe herida
alguna. No te preocupes. Llega un momento en el que creer o no creer en Dios no
depende tanto de lo que otros te puedan decir, sino de tu propia búsqueda. A
estas alturas, ya sabemos que, puestos a «codificar» o «descodificar» a Dios,
todos somos bastante «chapuzas».
Lo que sí me sorprende es que no
recuerdes en tu libro a Jesús de Nazaret. ¿Nadie te habló de El? ¿No ha dejado
en ti ningún rastro? Que la imagen de Dios que te ofrecían tus educadores te
desengañara profundamente es lamentable, pero resulta secundario. Es más
importante saber si te decepciona la imagen de Dios anunciada y desvelada por
Jesús.
Por eso, siento como un «vacío»
grande en tus recuerdos. A mi juicio, falta precisamente lo decisivo, el
verdadero «codificador» de Dios. Ese Jesús que revela el rostro de un Dios
Padre, preocupado sólo por el bien y la felicidad del ser humano, un Dios Amigo
del hombre, «bueno incluso con los
desagradecidos y perversos» (Lc 6, 36).
Como puedes imaginar, me alegra
que hayas abandonado la representación de Dios «como un triángulo con un gran
ojo en el centro» y que rechaces el «catastrofismo» de las oraciones de cierta
época. También otros lo hemos hecho hace tiempo. Sólo me pregunto si has dejado
de invocar para siempre a Dios, o si te resulta catastrófica la oración del
«Padre nuestro» enseñada por Jesús.
Comprendo muy bien tus recuerdos
sobre el pecado, el sexo, el juicio de Dios y tantas cosas manipuladas por una
«utilización del miedo» indigna, como muy bien dices, de un mensaje acerca de
Dios. Sólo me apena que no haya quedado en el fondo de tu conciencia la imagen
de ese Dios de «la parábola del hijo pródigo», la moral del «buen samaritano» o
el mensaje de las bienaventuranzas.
Andrés, no te quiero ocultar mi
curiosidad. ¿Qué fue de aquel niño que hacía tantas preguntas sobre Dios?
¿Sigue hoy buscando su rostro? Al final de tu libro te declaras «agnóstico
beato». Y lo dices muy de verdad. De manera humilde, humana.
Sin embargo, es esto precisamente
lo que a mí me resulta más difícil de comprender. Porque el agnóstico busca a
Dios y, al no encontrar razones para creer en El, suspende el juicio. Su
búsqueda termina en frustración o, al menos, en impotencia para responder. «No
sé si hay Dios. Yo no encuentro razones ni para creer ni para no creer».
Andrés, ¿es esto lo que te hace beato y feliz? Un abrazo grande.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
29 de abril de 1990
LA
TENTACIÓN DE LA HUIDA
Se les abrieron los ojos.
No son pocos los que miran hoy a
la Iglesia con pesimismo y desencanto. No es la que ellos desearían. Una
Iglesia viva y dinámica, fiel a Jesucristo, comprometida realmente en construir
una sociedad más humana.
La ven inmóvil y desfasada,
excesivamente ocupada en defender una moral obsoleta que ya a pocos interesa,
haciendo penosos esfuerzos por recuperar una credibilidad que parece
encontrarse «bajo mínimos».
La perciben como una institución
que está ahí casi siempre para acusar y condenar, pocas veces para ayudar e
infundir esperanza en el
corazón humano.
La sienten con frecuencia triste
y aburrida y, de alguna manera, intuyen con G. Bernanos que «lo
contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste».
La tentación fácil es el abandono
y la huida. Algunos hace tiempo que lo hicieron, incluso de manera ostentosa.
Hoy afirman casi con orgullo creer en Dios, pero no en la Iglesia.
Otros, tal vez, se van
distanciando de ella poco a poco, «de puntillas y sin hacer ruido». Sin
advertirlo apenas nadie, se va apagando en su corazón el afecto y la adhesión
de otros tiempos.
Ciertamente, sería una
equivocación alimentar en estos momentos un optimismo superficial e ingenuo,
pensando que llegarán tiempos mejores. Más grave aún sería cerrar los ojos e
ignorar la mediocridad y el pecado de la Iglesia.
Pero nuestro mayor pecado sería
«huir hacia Emaús», abandonar la comunidad y dispersarnos cada uno por su
camino, movidos sólo por la decepción y el desencanto.
Hemos de aprender «la lección de
Emaús». La solución no está en abandonar la Iglesia, sino en rehacer nuestra
vinculación con algún grupo cristiano, comunidad, movimiento o parroquia donde
poder compartir y reavivar nuestra esperanza.
Donde unos hombres y mujeres
caminan preguntándose por Jesús y ahondando en su mensaje, allí se hace
presente el Resucitado. Es fácil que un día, al escuchar el evangelio, sientan
de nuevo «arder su corazón».
Donde unos creyentes se
encuentran para celebrar juntos la eucaristía, allí está el Resucitado
alimentando sus vidas. Es fácil que un día «se abran sus ojos» y lo vean.
Por muy muerta que aparezca ante
nuestros ojos, en la Iglesia habita el Resucitado. Por eso, también aquí tienen
sentido los versos de A. Machado: «Creí mi hogar apagado, revolví las
cenizas..., me quemé la mano».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
3 de mayo de 1987
NO
CAMINAMOS SOLOS
Se puso a
caminar con ellos.
Una de nuestras equivocaciones
más graves es imaginar a Dios como un ser absolutamente distante, que dirige
nuestra vida desde una lejanía infinita y no acertar a percibir nunca su
presencia cercana y amistosa en el interior mismo de nuestra vida cotidiana.
Por otra parte, vivimos de manera
tan apresurada y “ocupados» por tantas cosas que apenas nos queda tiempo ni
espacio para detenernos a escuchar nuestro propio corazón.
La vida que llevamos no nos
permite ser nosotros mismos. Volcados hacia ei exterior y consumidos por el
trajín de cada día, se va atrofiando poco a poco nuestra “capacidad de Dios».
Y sin embargo, Dios está ahí, en
el centro mismo de nuestras experiencias más íntimas. Cercano a cada persona de
una manera única y singular que sólo se da así para esa persona concreta.
Para percibir su presencia, no
hemos de pensar solamente en esos instantes en que Dios se nos manifiesta de
manera penetrante, con certeza gozosa y sin claroscuros, llenando de vida
nuestro ser entero.
Dios nos acompaña, nos llama y
nos cerca de mil maneras, incluso cuando nuestros ojos, como los de los
discípulos de Emaús, no son capaces de reconocerlo.
Cuando experimentamos la pequeñez
de nuestro corazón y nos avergonzamos de nuestra mediocridad, nuestra falta de
amor y nuestra incapacidad para vivir intensamente cada momento, Dios está ahí
recordándonos que estamos llamados a una vida más grande y más plena.
Cuando experimentamos en nosotros
esa tristeza que penetra en nuestra vida sin causa razonable, el aburrimiento y
la monotonía de cada día, el descontento de nosotros mismos, en esa
insatisfacción interior está Dios como anhelo de una felicidad y vida
infinitas.
El está en nuestras desilusiones
y deseos abortados, en nuestras limitaciones y nuestro cansancio, en las
amarguras y los roces de la vida ordinaria. Si sabemos ahondar en cada una de
estas experiencias y escuchar con sinceridad el fondo de nuestro corazón, Dios
nos saldrá al encuentro.
Y no puede ser de otra manera
pues él nos acompaña siempre. Por eso, también el hombre poco religioso y frío
puede encontrar el camino de vuelta hacia Dios si sabe ahondar en sus
experiencias de insatisfacción, desorientación y cansancio.
Lo más importante es seguir
preguntando por él. Buscar su rostro y su verdad. «Buscar a Dios tal vez con el
último resto de nuestras fuerzas, tal vez en medio de la desesperación y el
miedo, a veces en la angustia y el desaliento» (L. Boros). Descubriremos como los de Emaús que alguien camina junto
a nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
6 de mayo de 1984
¿QUE HA
SIDO DE LA ALEGRIA?
¿No ardía
nuestro corazón...
Los relatos pascuales nos hablan
sin excepción de la alegría irreprimible que inunda el corazón de los creyentes
al encontrarse con el resucitado.
Los discípulos de Emaús en «el
viaje de vuelta de la desesperanza» sienten que su corazón arde y se ilumina
con la presencia y compañía del Señor.
¿Dónde está hoy esa alegría
pascual? ¿Qué ha sido de ella en esta Iglesia, a veces tan cansada y temerosa,
como sociedad que hubiera dado ya lo mejor de sí misma y, exhausta de fuerzas,
tratara de buscar apoyos diversos fuera de Aquel que la puede llenar de vigor y
alegría nueva?
¿Dónde está la alegría pascual en
esa Iglesia, con frecuencia, tan seña, tan poco dada a la sonrisa, con tan poco
humor para reconocer sus propios errores y limitaciones, tan ocupada en girar
una y otra vez en torno a sus propios problemas, buscando su propia defensa más
que la de la humanidad entera?
¿Dónde está el gozo pascual en
esos cristianos que siguen «practicando la religión» tristes y aburridos, sin
haber descubierto con emoción lo que es celebrar la vida cristiana?
Se diría que los cristianos no
somos capaces de vivir la «alegría
cristiana», y a la larga, ni siquiera de aparentarla.
Porque esta alegría que se
respira junto al resucitado no es el optimismo ingenuo de quien no tiene
problemas. No es tampoco la satisfacción que produce el haber saciado nuestros
deseos o el placer que se obtiene del confort, la comodidad y la posesión.
Esta alegría es fruto de una
presencia del Señor en el fondo del alma y en medio de la vida. Una presencia
que llena de paz, disipa el temor, dilata nuestras fuerzas, nos hace aceptar
con serenidad nuestras limitaciones, nos hace vivir ante la presencia del Dios
de la vida.
Esta alegría no se da sin amor y
oración. Es alegría que se experimenta como «nuevo comienzo» y resurrección. Es
fruto del encuentro sincero y agradecido con el Señor que pide calladamente
albergue y acogida. J.M. Velasco
llega a decir que «tan central es esta experiencia para la vida cristiana que
puede decirse sin exageración que ser cristiano es haber hecho esta experiencia
y desgranarla en vivencias, actitudes, palabras y acciones a lo largo de la
vida».
Esta alegría no se vive de
espaldas al sufrimiento del mundo. Al contrario, sólo es posible cuando uno ha
percibido que este mundo de muerte, tan triste, maltrecho y sombrío, es
aceptado con amor y ternura infinitas por ese Dios que ha resucitado a Jesús de
la muerte.
¿ No ha de ser hoy una de las
tareas más importantes de la Iglesia redescubrir esta alegría en su propio
corazón que es Cristo resucitado e irradiarla y difundirla en la sociedad?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
3 de mayo de 1981
COMPAÑERO
DE VIAJE
Se puso a
caminar con ellos.
Los relatos pascuales más que
insistir en el carácter prodigioso de las «apariciones» del Resucitado, nos
descubren diversos caminos para encontrarnos con él.
El relato de Emaús es, quizás, el
más significativo y, sin duda, el más extraordinario.
La situación de los discípulos
está bien descrita desde el comienzo, y refleja un estado de ánimo en el que se
pueden encontrar los cristianos una y otra vez.
Los discípulos poseen
aparentemente todos los elementos necesarios para creer. Conocen los escritos
del Antiguo Testamento, el mensaje de Jesús, su actuación y su muerte en la
cruz. Han escuchado también el mensaje de la resurrección. Las mujeres les han
comunicado su experiencia y les han confesado que «está vivo».
Todo es inútil. Los de Emaús
siguen su camino envueltos en tristeza y desaliento. Todas las esperanzas
puestas en Jesús se han desvanecido con el fracaso de la cruz.
El evangelista nos va a revelar
dos caminos para recuperar la esperanza y la fe viva en el resucitado.
El primer camino es la escucha de la palabra de Jesús.
Aquellos hombres, a pesar de todo, siguen pensando en Jesús, hablando de él,
preguntando por él. Y es, precisamente entonces, cuando el resucitado se hace
presente en su caminar.
Allí donde tinos hombres y
mujeres recuerdan a Jesús y se preguntan por el significado de su mensaje y su
persona, allí esta él, aunque seamos incapaces de reconocer su presencia y su
compañía.
No esperemos grandes prodigios.
Si alguna vez, al escuchar el evangelio de Jesús y recordar sus palabras, hemos
sentido «arder nuestro corazón», no olvidemos que él camina junto a nosotros.
Pero el evangelista nos recuerda
una segunda experiencia. Es el gesto de
la Eucaristía. Los discípulos retienen al caminante desconocido para cenar
juntos en la aldea de Emaús.
El gesto es sencillo pero
entrañable. Unos caminantes, cansados del viaje, que se sientan a compartir la
misma mesa. Unos hombres que se aceptan como amigos y descansan juntos de las
fatigas de un largo caminar.
Es entonces cuando los discípulos
van a «abrir sus ojos» para descubrir a Jesús como alguien que alimenta sus
vidas, les sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.
Si alguna vez, por pequeña que
sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos
en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos
que él es nuestro «pan de vida».
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La publicación de los comentarios requerirán la aceptación del administrador del blog.