El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
4º Domingo de Pascua (A)
EVANGELIO
Yo soy la puerta de las ovejas.
+
Lectura del santo evangelio según san Juan 10, 1-10
En aquel tiempo,
dijo Jesús:
-«Os aseguro que el
que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra
parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de
las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va
llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas
las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su
voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la
voz de los extraños.»
Jesús les puso esta
comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
-«Os aseguro que yo
soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones
y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta:
quien entre por mí se salvará y podrá entrar y, salir, Y encontrará pastos.
El ladrón no entra
sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la
tengan abundante.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
7 de mayo de 2017
NUEVA
RELACIÓN CON JESÚS
En las comunidades cristianas
necesitamos vivir una experiencia nueva de Jesús reavivando nuestra relación
con él. Ponerlo decididamente en el centro de nuestra vida. Pasar de un Jesús
confesado de manera rutinaria a un Jesús acogido vitalmente. El evangelio de
Juan hace algunas sugerencias importantes al hablar de la relación de las
ovejas con su Pastor.
Lo primero es “escuchar su voz”
en toda su frescura y originalidad. No con fundirla con el respeto a las
tradiciones ni con la novedad de las modas. No dejarnos distraer ni aturdir por
otras voces extrañas que, aunque se escuchen en el interior de la Iglesia, no
comunican su Buena Noticia.
Es importante sentirnos llamados
por Jesús “por nuestro nombre”. Dejarnos atraer por él personalmente. Descubrir
poco a poco, y cada vez con más alegría, que nadie responde como él a nuestras
preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades
últimas.
Es decisivo “seguir“ a Jesús. La
fe cristiana no consiste en creer cosas sobre Jesús, sino en creerle a él:
vivir confiando en su persona. Inspirarnos en su estilo de vida para orientar
nuestra propia existencia con lucidez y responsabilidad.
Es vital caminar teniendo a Jesús
“delante de nosotros”. No hacer el recorrido de nuestra vida en solitario.
Experimentar en algún momento, aunque sea de manera torpe, que es posible vivir
la vida desde su raíz: desde ese Dios que se nos ofrece en Jesús, más humano,
más amigo, más cercano y salvador que todas nuestras teorías.
Esta relación viva con Jesús no
nace en nosotros de manera automática. Se va despertando en nuestro interior de
forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi solo un deseo. Por lo general,
crece rodeada de dudas, interrogantes y resistencias. Pero, no sé cómo, llega
un momento en el que el contacto con Jesús empieza a marcar decisivamente nuestra
vida.
Estoy convencido de que el futuro
de la fe entre nosotros se está decidiendo, en buena parte, en la conciencia de
quienes en estos momentos nos sentimos cristianos. Ahora mismo, la fe se está
reavivando o se va extinguiendo en nuestras parroquias y comunidades, en el
corazón de los sacerdotes y fieles que las formamos.
La increencia empieza a penetrar
en nosotros desde el mismo momento en que nuestra relación con Jesús pierde
fuerza, o queda adormecida por la rutina, la indiferencia y la despreocupación.
Por eso, el Papa Francisco ha reconocido que “necesitamos crear espacios
motivadores y sanadores... lugares donde regenerar la fe en Jesús”. Hemos de
escuchar su llamada.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
11 de mayo de 2014
NUEVA RELACIÓN
CON JESÚS
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
15 de mayo de 2011
LA PUERTA
Jesús propone a un grupo de
fariseos un relato metafórico en el que critica con dureza a los dirigentes
religiosos de Israel. La escena está tomada de la vida pastoril. El rebaño está
recogido dentro de un aprisco, rodeado por un vallado o un pequeño muro,
mientras un guarda vigila el acceso. Jesús centra precisamente su atención
sobre esa «puerta» que permite llegar hasta las ovejas.
Hay dos maneras de entrar en el
redil. Todo depende de lo que uno pretenda hacer con el rebaño. Si alguien se
acerca al redil y «no entra por la puerta», sino que salta «por otra parte», es
evidente que no es el pastor. No viene a cuidar a su rebaño. Es «un extraño»
que viene a «robar, matar y hacer daño».
La actuación del verdadero pastor
es muy diferente. Cuando se acerca al redil, «entra por la puerta», va
llamando a las ovejas por su nombre y ellas atienden su voz. Las saca fuera y,
cuando las ha reunido a todas, se pone a la cabeza y va caminando delante de
ellas hacia los pastos donde se podrán alimentar. Las ovejas lo siguen porque
reconocen su voz.
¿Qué secreto se encierra en esa
"puerta" que legitima a los verdaderos pastores que pasan por ella y
que desenmascara a los extraños que entran «por otra parte», no para cuidar del
rebaño sino para hacerle daño? Los fariseos no entienden de qué les está
hablando aquel Maestro.
Entonces Jesús les da la clave
del relato: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas». Quienes
entran por el camino abierto por Jesús y le siguen viviendo su evangelio, son
verdaderos pastores: sabrán alimentar a la comunidad cristiana. Quienes entran
en el redil dejando de lado a Jesús e ignorando su causa, son pastores
extraños: harán daño al pueblo cristiano.
En no pocas Iglesias estamos
sufriendo todos mucho: los pastores y el pueblo de Dios. Las relaciones entre
la Jerarquía y el pueblo cristiano se viven con frecuencia de manera recelosa,
crispada y conflictiva: hay obispos que se sienten rechazados; hay sectores
cristianos que sienten marginados.
Sería demasiado fácil atribuirlo
todo al autoritarismo abusivo de la Jerarquía o a la insumisión inaceptable de
los fieles. La raíz es más profunda y compleja. Hemos creado una situación muy
difícil. Hemos perdido la paz. Vamos a necesitar cada vez más a Jesús.
Hemos de hacer crecer entre
nosotros el respeto mutuo y la comunicación, el diálogo y la búsqueda sincera
de verdad evangélica. Necesitamos respirar cuanto antes un clima más amable en
la Iglesia. No saldremos de esta crisis si no volvemos todos al espíritu de
Jesús. El es "la Puerta".
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
13 de abril de 2008
ACERTAR
CON LA PUERTA
Yo soy la
puerta.
El evangelio de Juan presenta a
Jesús con imágenes originales y bellas. Quiere que sus lectores descubran que
sólo él puede responder plenamente a las necesidades más fundamentales del ser
humano. Jesús es «el pan de la vida»: quien se alimente de él, no tendrá
hambre. Es «la luz del mundo»: quien le siga, no caminará en la oscuridad. Es
«el buen pastor»: quien escuche su voz, encontrará la vida.
Entre estas imágenes hay una,
humilde y casi olvidada, que, sin embargo, encierra un contenido profundo. «Yo
soy la puerta». Así es Jesús. Una puerta abierta. Quien le sigue, cruza un
umbral que conduce a un mundo nuevo: una manera nueva de entender y vivir la
vida.
El evangelista lo explica con
tres rasgos: «Quien entre por mí, se
salvará». La vida tiene muchas salidas. No todas llevan al éxito ni
garantizan una vida plena. Quien, de alguna manera, «entiende» a Jesús y trata
de seguirle, está entrando por la puerta acertada. No echará a perder su vida.
La salvará.
El evangelista dice algo más.
Quien entra por Jesús, «podrá salir y entrar». Tiene libertad de movimientos.
Entra en un espacio donde puede ser libre, pues sólo se deja guiar por el
Espíritu de Jesús. No es el país de la anarquía o del libertinaje. «Entra y
sale» pasando siempre a través de esa «puerta» que es Jesús, y se mueve
siguiendo sus pasos.
Todavía añade el evangelista otro
detalle: quien entre por esa puerta que es Jesús «encontrará pastos», no pasará
hambre ni sed. Encontrará alimento sólido y abundante para vivir.
Cristo es la «puerta» por la que
hemos de entrar también hoy los cristianos, si queremos reavivar nuestra
identidad. Un cristianismo formado por bautizados que se relacionan con un
Jesús mal conocido, vagamente recordado, afirmado de vez en cuando de manera
abstracta, un Jesús mudo que no dice nada especial al mundo de hoy, un Jesús
que no toca los corazones... es un cristianismo sin futuro.
Sólo Cristo nos puede conducir a
un nivel nuevo de vida cristiana, mejor fundamentada, motivada y alimentada en
el evangelio. Cada uno de nosotros podemos contribuir a que, en la Iglesia de
los próximos años, se le sienta y se le viva a Jesús de manera más viva y
apasionada. Podemos hacer que la Iglesia sea más de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
17 de abril de 2005
LA VOZ
Las
ovejas lo siguen
porque
conocen su voz.
En algunos ámbitos de la Iglesia
se insiste más que nunca en la necesidad de un «magisterio eclesiástico» fuerte
para dirigir a los fieles en medio de la crisis actual. Estas llamadas no
logran, sin embargo, detener su creciente «devaluación» entre amplios sectores
de cristianos.
De hecho, no pocas intervenciones
de los obispos provocan reacciones encontradas. Unos las alaban con fervor,
otros las critican duramente y la mayoría las olvida a los pocos días. Mientras
tanto, en el evangelio se nos recuerdan unas palabras de Jesús que nos
interpelan a todos: «Las ovejas siguen al
pastor porque conocen su voz».
Lo primero y decisivo también hoy
es que, en la Iglesia, los creyentes escuchemos «la voz» de Jesucristo en toda
su originalidad y pureza, no el peso de las tradiciones ni la novedad de las
modas, no las «preocupaciones» de los eclesiásticos ni los «gustos» de los
teólogos, no nuestros intereses, miedos o acomodaciones.
Esto exige no confundir sin más
la voz de Jesucristo con cualquier palabra que se pronuncia en la Iglesia. No
hemos de dar por supuesto que en toda intervención de los obispos, en toda
predicación de los curas, en todo escrito de los teólogos o en toda exposición
de los catequistas se está escuchando fielmente la voz de Jesús.
Siempre existe un riesgo. Que
llenemos la Iglesia de escritos y cartas pastorales, de documentos y libros de
teología, de catequesis y predicaciones, sustituyendo con nuestro «ruido» la
voz inconfundible de Jesús, nuestro único maestro. Lo recordaba una y otra vez
el obispo san Agustín: «Tenemos un sólo
maestro. Y, bajo él, todos somos condiscípulos. No nos constituimos en maestros
por el hecho de hablar desde el púlpito. El verdadero Maestro habla desde
dentro».
Hemos de preguntarnos si la
palabra que se escucha en la Iglesia proviene de Galilea y nace del Espíritu
del resucitado. Esto es lo decisivo pues el magisterio, la predicación o la
teología han de ser una invitación a que cada creyente escuchemos de manera
fiel y responsable la voz de Cristo. Sólo cuando uno «aprende» algo de Jesús se
convierte en su seguidor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
21 de abril de 2002
LA VOZ
Las
ovejas lo siguen porque conocen su voz.
En algunos ámbitos de la Iglesia
se insiste más que nunca en la necesidad de un «magisterio eclesiástico» fuerte
para dirigir a los fieles en medio de la crisis actual. Estas llamadas no
logran, sin embargo, detener su creciente «devaluación» entre amplios sectores
de cristianos.
De hecho, no pocas intervenciones
de los obispos provocan reacciones encontradas. Unos las alaban con fervor,
otros las critican duramente y la mayoría las olvida a los pocos días. Mientras
tanto, en el evangelio se nos recuerdan unas palabras de Jesús que nos
interpelan a todos: «Las ovejas siguen al
pastor porque conocen su voz».
Lo primero y decisivo también hoy
es que, en la Iglesia, los creyentes escuchemos «la voz» de Jesucristo en toda
su originalidad y pureza, no el peso de las tradiciones ni la novedad de las
modas, no las «preocupaciones» de los eclesiásticos ni los «gustos» de los
teólogos, no nuestros intereses, miedos o acomodaciones.
Esto exige no confundir sin más
la voz de Jesucristo con cualquier palabra que se pronuncia en la Iglesia. No
hemos de dar por supuesto que en toda intervención de los obispos, en toda
predicación de los curas, en todo escrito de los teólogos o en toda exposición
de los catequistas se está escuchando fielmente la voz de Jesús.
Siempre existe un riesgo. Que
llenemos la Iglesia de escritos y cartas pastorales, de documentos y libros de
teología, de catequesis y predicaciones, sustituyendo con nuestro «ruido» la
voz inconfundible de Jesús, nuestro único maestro. Lo recordaba una y otra vez
el obispo san Agustín: «Tenemos un solo
maestro. )‘ bajo él, todos somos condiscípulos. No nos constituimos en maestros
por el hecho de hablar desde el púlpito. El verdadero Maestro habla desde
dentro».
Hemos de preguntarnos si la
palabra que se escucha en la Iglesia proviene de Galilea y nace del Espíritu
del resucitado. Esto es lo decisivo pues el magisterio, la predicación o la
teología han de ser una invitación a que cada creyente escuchemos de manera
fiel y responsable la voz de Cristo. Sólo cuando uno «aprende» algo de Jesús se
convierte en su seguidor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
25 de abril de 1999
RUIDO
Las
ovejas atienden a su voz.
Se ha dicho que el problema del
hombre moderno es un problema de ruido. Envuelto en ruido exterior e interior,
agitado por toda clase de estímulos y sensaciones, llevado de una parte a otra
por la ansiedad y las prisas, el hombre de nuestros días se ha quedado sin
silencio y no sabe cómo curarse de esta grave enfermedad que comienza a
arruinar su ser.
El ruido impide a la persona
conocerse debidamente a sí misma pues obstaculiza el acceso a su mundo
interior. El individuo no tiene oído para escuchar lo mejor de sí mismo. Así
hablaba hace unos años aquel gran Papa que fue Pablo VI: «Nosotros, hombres modernos, estamos demasiado extrovertidos, vivimos
fuera de nuestra casa e incluso hemos perdido la llave para volver a entrar en
ella.»
Al mismo tiempo, el ruido aliena
a la persona, pues la disgrega, introduce en ella confusión y la hace vivir
desde lo exterior. El hombre sin silencio y sosiego interior corre el riesgo de
vivir dirigido desde fuera. Se convierte en un ser vulnerable al que falta
consistencia interior y profundidad. Cualquier acontecimiento negativo puede
hacerle perder estabilidad.
Por otra parte, al hombre ruidoso
se le hace difícil el encuentro con Dios. Pierde el contacto con su núcleo
interior; no acierta a escuchar con claridad la voz de su conciencia ni su
anhelo de infinito; su religiosidad se hace cada vez más superficial. El
problema de no pocas personas indiferentes y desencantadas de Dios es un
problema de ruido interior.
El silencio es imprescindible si
la persona quiere vivir con cierta hondura. El sosiego interior ayuda a la
persona a encontrarse consigo misma y escuchar sus verdaderos deseos. Un cuerpo
relajado, una mente serena, un espíritu pacificado ayudan a curarse de muchos
problemas, pues permiten enfrentar- se a ellos con más fuerza interior. El
silencio, la atención a nuestro mundo interior, la meditación abren el acceso a
todo lo más humano.
La fe en Jesucristo es posible,
cuando de alguna manera, se escucha su voz aunque sea de manera casi
imperceptible. En el cuarto evangelio se recogen estas palabras de Jesús: «Las ovejas siguen al pastor porque conocen
su voz» (Jn 10, 4). Cuando se vive lleno de ruido interior y exterior es
difícil escuchar esa voz.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
28 de abril de 1996
NO SE
IMPROVISA
Atienden
su voz.
No es raro encontrarse hoy con
personas que valoran sinceramente la religión y están convencidas de que la fe
en Dios no es una ilusión. Sin embargo, su fe está como bloqueada. Hace tiempo
que no rezan ni toman parte en una celebración religiosa. Sin embargo, su
problema es más profundo: no aciertan a comunicarse con Dios.
Esta comunicación con Dios no se
improvisa. No es algo que brota sin más desde la superficie de la persona.
Requiere una actitud interior de apertura y un cierto aprendizaje.
Lo primero es situarse ante Alguien. Dios no es una
fuerza temible, la energía que dirige el cosmos o algo semejante. Antes que
nada es Amigo y Padre. Lo importante ante Dios es captar su presencia amistosa.
Todo lo demás viene después. Sentir a Dios como Amigo lo cambia todo.
En segundo lugar, hay que arriesgarse a confiar. La vida no es
siempre fácil. Tarde o temprano, todos conocemos la experiencia del vacío, la
impotencia o el sinsentido. Los días se nos van deslizando de modo
irrecuperable, sin que podamos encontrar descanso y paz. Quien se abre al Dios
revelado en Jesucristo aprende a escuchar en el fondo de su ser estas palabras
decisivas: «No tengas miedo.»
Es importante, además, captar a Dios como el Creador de vida.
En lo más hondo de cada uno de nosotros habita su Espíritu que es «Señor y dador de vida». Este abrirse a
Dios no consiste en vivir de forma ingenua, infantil o irresponsable. Al
contrario, es reforzar nuestra verdadera identidad, crecer como personas,
aprender a vivir la vida intensamente, con hondura, desde su raíz.
El creyente trata, también, de
escuchar la voluntad de Dios, es
decir, «lo bueno, lo agradable, lo
perfecto», lo que puede estar en sintonía con Aquel que sólo quiere el bien
y la felicidad de todo ser humano. No es fácil. Hay que aprender a ahondar en
el propio deseo. Descubrir nuestro deseo más profundo, no los deseos que lo
enmascaran y desfiguran, sino «eso» que realmente anda buscando nuestro corazón
desde lo más hondo. Ese deseo interior necesita siempre ser purificado, pero no
está lejos de la «voluntad de Dios».
Para el evangelista san Juan, es
decisivo en la fe cristiana «atender a la
voz» de Cristo. Sólo las ovejas que reconocen la voz del Pastor y se
sienten llamadas por él, son capaces de seguirle fielmente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
2 de mayo de 1993
UN
FENOMENO NUEVO
Yo he
venido para que tengan vida
y la
tengan abundante
Se ha hablado mucho estos años
del abandono de la fe por parte de no pocos cristianos que, por diversas
razones, se han ido distanciando de la práctica religiosa deslizándose
progresivamente hacia la indiferencia religiosa. Hoy se comienza a hablar en
Europa de un fenómeno todavía minoritario pero, no por ello, menos
significativo: personas que se habían alejado de la religión inician un camino
de vuelta hacia la recuperación de su fe. En Francia los llaman «les recommençants», los que «vuelven a empezar».
No es fácil precisar lo que
buscan. Quieren encontrar de nuevo una base para sustentar su fe; sienten
necesidad de algo diferente en sus vidas; desean vivir de otra manera. Por otra
parte, no quieren vincularse demasiado a ninguna Iglesia; temen perder su
libertad. Eso sí, se interesan de nuevo por Dios. Se hacen preguntas como ésta
que me hacía alguien: «Podremos Dios y yo ser todavía amigos?»
A veces, todo comienza con una
experiencia que desencadena el proceso: el nacimiento de un hijo, una
enfermedad grave, la conversación con un creyente, la lectura de un artículo...
Otras veces, es un vacío o nostalgia que va tomando cuerpo: «Una noche me
pregunté por qué no creía yo en Dios)> (testimonio real de un francés).
Estas personas sienten necesidad,
antes que nada, de «despejar el terreno»: deshacer prejuicios, desmontar falsas
ideas sobre la religión, aclarar concepciones embrolladas de la fe, descubrir
qué es lo fundamental dentro de un cristianismo a veces demasiado complicado y
sobrecargado. Algunos de ellos necesitarán además curar heridas y decepciones
pasadas para superar una agresividad que les impide vivir lo religioso con
serenidad.
«Volver a creer» no quiere decir
volver a la fe del pasado. Estas personas no buscan recuperar costumbres
religiosas ya olvidadas, ni vivir de nuevo las experiencias tal vez poco gratas
de otros tiempos. Quieren descubrir la fe de una manera nueva, más convincente
y positiva. Quieren comprender mejor las cosas y creer de una forma más
inteligente y más personal.
Este recorrido hacia la fe no
siempre es fácil, pues se trata de reconstruir la vida y su sentido más
profundo. Es necesario que fa persona esté dispuesta a buscar con sinceridad,
que tenga una «relativa confianza» en la Iglesia, que no se distraiga en cosas
secundarias, que vaya a lo esencial: el encuentro con un Dios vivo.
Sin embargo, el testimonio de los
que viven esta experiencia es unánime al hablar de sus efectos positivos: una
alegría nueva en sus vidas, una impresión de verdad y libertad, una manera
distinta de ver las cuestiones religiosas, una forma diferente de vivir y,
sobre todo, el poder dirigirse a Dios con una confianza y un gozo nuevos. Estas
personas entienden de una manera nueva las palabras de Jesús: «Yo he venido para que tengan vida y la
tengan abundante.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
6 de mayo de 1990
EL
MANDATO DE VIVIR
Yo he venido para que tengan vida.
Nos quejamos tanto de los
problemas, trabajos y penalidades de nuestro vivir diario, que corremos el
riesgo de olvidar que la vida es un regalo. El gran regalo que todos hemos
recibido de Dios.
Si no hubiéramos nacido, nadie
nos habría echado en falta. Nadie habría notado nuestra ausencia. Todo habría
seguido su marcha y nosotros hubiéramos quedado olvidados para siempre en la
nada.
Y, sin embargo, vivimos. Se ha
producido ese milagro único e irrepetible que es mi vida. Como dice el genial
pensador judío M. Buber, «cada uno de los hombres representa algo nuevo,
algo que nunca antes existió, algo original y único».
Nadie, antes de mí, ha sido igual
que yo ni lo será nunca. Nadie verá jamás el mundo con mis ojos. Nadie acariciará
con mis manos. Nadie rezará a Dios con mis labios. Nadie amará nunca con mi
corazón.
Mi vida es insustituible. Es
tarea mía y sólo yo la puedo vivir. Si yo no lo hago, quedará para siempre sin
hacer. Habrá en el mundo un vacío que nadie podrá llenar.
Por eso, aunque muchas veces lo
olvidamos, el primer mandato que los hombres recibimos de Dios es vivir. Mandato
que no está escrito en tablas de piedra, sino grabado en lo más hondo de
nuestro ser.
Nuestro primer gesto de
obediencia a Dios es vivir, amar la vida, acogerla con corazón agradecido,
cuidarla con solicitud, desplegar todas las posibilidades encerradas en
nosotros.
Pero vivir no significa sólo
asegurar un buen funcionamiento de nuestro organismo físico o lograr un
desarrollo armonioso de nuestro siquismo, sino crecer como seres plenamente
humanos.
El ideal de «mens sana in
corpore sano» puede ser algo perfectamente inhumano y empobrecedor, si no
vivimos escuchando la llamada del Absoluto, abiertos al amor, creando en
nuestro entorno una vida siempre más humana.
Son bastantes los cristianos que
no llegan siquiera a sospechar que la fe es precisamente un principio de vida y
vida sana. Les falta descubrir por experiencia personal que Dios no es algo
que, de todas maneras, debe existir y a quien conviene tener en cuenta por si
acaso, sino que Dios es precisamente y antes que nada «alguien que hace
vivir».
A pesar de todas las dudas e
incertidumbres, el creyente va descubriendo a Dios como alguien que sostiene la
vida incluso en los momentos más adversos, alguien que da fuerzas para comenzar
siempre de nuevo, alguien que alimenta en nosotros una esperanza indestructible
cuando la vida parece apagarse para siempre.
Al escuchar las palabras de
Jesús: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante», el
creyente no necesita acudir a otros para que le expliquen su sentido. El sabe
que son verdad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
10 de mayo de 1987
ALEJARSE
A un
extraño no lo seguirán.
No es fácil trazar la frontera
entre creencia e increencia. Menos aún saber cuál es la razón última que le
mueve a una persona a abandonar la fe que ha vivido durante años.
Sirviéndose de la comparación del
pastor y las ovejas, Jesús dice que los suyos le siguen porque conocen su voz.
Pero “a un extraño no le seguirán sino
que huirán de él”. ¿Qué puede suceder para que Dios termine siendo un
extraño?
Sin duda, las causas que pueden
llevar a la increencia son muy diversas y complejas como lo muestran los
estudios existentes. Pero siempre hay un itinerario
personal que el increyente ha ido recorriendo día tras día hasta alejarse
de Dios.
Algunos se han ido instalando en
una forma de vivir que de hecho impide el ejercicio de la fe. Su trabajo agitado, su mundo de preocupaciones e
intereses, la falta de silencio interior, su manera de consumir noticias y TV,
no dejan apenas resquicio alguno para alimentar la e. Poco a poco Dios se
diluye en sus conciencias.
Otros, contagiados por un
determinado ambiente social, van renunciando a su propia verdad y no saben
reaccionar frente a un falso “progresismo científico”. Piensan que todo aquello
que no puede ser controlado o verificado por la ciencia, sencillamente no
existe. Dios queda así fuera de su horizonte, borrado por una ciencia a la que
se le atribuye un carácter divino que los mismos científicos le niegan.
Algunos han ido reduciendo su fe
a una práctica cultual puramente externa. Al cambiar ahora de costumbres de
vida, van abandonando las prácticas y con ellas la misma fe. Dios va
desapareciendo así de sus vidas sin apenas dejar huella.
En otros sin embargo, el
alejamiento de Dios ha dejado un vacío y una especie de nostalgia difícil de
definir. Hoy viven insatisfechos, tratando de llenar su vida de cosas, sin
darse cuenta de que, en el fondo, están buscando “sustitutivos” de algo
insustituible que han arrancado de su corazón.
No pensemos en otros. Todos
podemos estar dando pasos que nos alejan más o menos de la fe y pueden llegar
incluso a apagar en nosotros todo deseo o necesidad de Dios.
Podemos seguir por ese camino.
Somos libres y cada uno hemos de decidir qué queremos ser. Pero deberíamos
hacernos alguna pregunta: ¿Somos ahora más felices después de haber arrinconado
a Dios? ¿Hay más alegría y paz en nuestro corazón? ¿Hemos crecido como
personas?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
13 de mayo de 1984
LIBRES
PERO NO LIBERADOS
Yo soy la
Puerta.
Pocas veces se habrá hablado de
la libertad con tanta ambigüedad y confusión como en nuestros días.
Hay una «liberación» impuesta por
el nuevo contexto social que lejos de ser un camino de crecimiento personal es
represión y anulación de una verdadera personalidad humana.
«¿Todavía no te has liberado?»
Esta es la llamada que se nos hace hoy desde diversos ámbitos de la sociedad,
invitándonos a romper con tradiciones, costumbres o fidelidades pasadas, para
entrar en otra esclavitud impuesta por nuevas modas y presiones sociales.
Hay quienes se creen más libres
por el hecho de romper con todo lo prohibido anulando toda conciencia de
culpabilidad. Olvidan que éste es el camino mejor para caer en la
irresponsabilidad, el narcisismo autocomplaciente y la esterilidad.
Otros quieren ser «libres como
pájaros» y rehúyen todo aquello que puede exigirles compromiso y entrega.
Olvidan que estamos hechos para ser libres no como pájaros sino como hombres.
Ser libre es una ilusión si no
nos conduce a ser más humanos. ¿Qué es la libertad si no nos lleva a una mayor
fidelidad a nosotros mismos, una coherencia mayor con nuestras convicciones más
profundas, una búsqueda sincera y sacrificada de lo que puede dar un sentido
más digno y noble a nuestra vida?
¿Puede decirse que un hombre «se
ha liberado» por el simple hecho de haber superado escrúpulos tradicionales en
el campo religioso, moral y social, si vive aburrido, sin proyecto ni horizonte
alguno, incapaz de dar sentido a su vivir diario?
¿Puede decirse que «se ha
liberado» quien actúa movido únicamente por espíritu de competencia, eficacia y
éxito, utilizando su poder para imponerse, lleno de horror ante el fracaso,
incapaz de nada que signifique entrega generosa y gratuita al otro?
Son muchos los contagiados por
eso que alguien ha llamado «el mal de la libertad», es decir, la búsqueda
obsesiva de una libertad vacía de contenido, que no quiere saber nada de
entrega, fidelidad, solidaridad, crecimiento personal y comunitario.
Ser creyente es vivir vinculado a Cristo. Pero precisamente,
esa vinculación y adhesión a Cristo es lo que permite al cristiano dar contenido
humano a su libertad. El es la puerta que da acceso a la auténtica liberación.
Esta es la promesa de Jesús: «Yo
soy la puerta. Quien entre por mi se salvará y podrá entrar y salir, y
encontrará pastos». Responder a su llamada, orientar la vida en la dirección
que señala su mensaje, comprometerse en construir «el reino de Dios», es lo que
puede ayudarnos a conocer la verdadera liberación.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
10 de mayo de 1981
VERDADERO
LIDER
Las
ovejas atienden a su voz.
Es un hecho constatado por muchos
observadores. En estos momentos en que una grave crisis cultural y
sociopolítica se extiende por toda la tierra, no parece fácil encontrar líderes
convincentes capaces de señalarnos caminos de salvación y de contagiar
esperanza en las gentes.
Quizás son los jóvenes quienes
sienten como nadie esta falta de verdaderos líderes. Hemos construido una
sociedad en la que ellos se sienten a la intemperie, sin razones válidas para
vivir y sin que nuestras normas de conducta y los modelos de vida que les
ofrecemos, les puedan servir para poder dar un sentido último a sus vidas.
Es duro reconocer que no
encuentran en las generaciones anteriores «maestros de vida» a quienes poder
mirar, ni modelos de identificación que les puedan orientar.
Por eso, la capacidad de
admiración y la necesidad inconsciente de «idolatrar» que parece encerrarse en
el hombre, se polarizan con frecuencia en el último cantante que nos lanzan las
casas discográficas, el artista del momento en el cine o la T. V., o en los
deportistas que acaban de ganar la máxima competición futbolística.
Hace unos años surgía en
Norteamérica el Movimiento de Jesús o la «Jesus Revolution», que ha corrido una
suerte efímera como tantos movimientos juveniles nacidos en las costas
calientes de San Francisco.
Miles de jóvenes, decepcionados
por la sociedad de consumo y hartos de tanto egoísmo, violencia, hipocresía,
injusticias, superficialidad e intereses materialistas, se ponían a la búsqueda
de Jesús de Nazaret.
Se trata, sin duda, de un
movimiento lleno de ambigüedades, incoherencias, simplismos e ingenuidad, como
tantos otros que nacen cuando una sociedad vive una profunda crisis de valores.
Pero, quizás, estos jóvenes nos
han recordado a todos los creyentes una gran verdad. Jesús puede ser el gran maestro de vida y líder espiritual que
estamos necesitando todos.
Al leer los testimonios de estos
jóvenes, uno se sorprende observando su sintonía con las primeras comunidades
cristianas que vieron en Jesús al verdadero
pastor y guía de los hombres.
Siempre corremos los cristianos
el riesgo de pretender vivir un cristianismo en el que falta precisamente la
persona de Cristo.
Y, sin embargo, ser cristiano es
creerle a Cristo y seguir sus pasos. Aceptarlo como a nuestro verdadero Pastor,
es decir, como alguien cercano, capaz de orientar nuestra vida, transformar
nuestros corazones., humanizar nuestras personas y reanimar nuestra esperanza.
José Antonio Pagola
Para
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