El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (A)
EVANGELIO
Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
+ Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 26, 14-27, 66
¿Qué estáis dispuestos a darme, si os
lo entrego?
C. En aquel tiempo, uno
de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
D. -«¿Qué estáis
dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C. Ellos se ajustaron
con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia
para entregarlo.
¿Dónde quieres que te preparemos la
Pascua?
C. El primer día de los
Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
D. -«¿Dónde quieres que
te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él contestó
C. Él contestó
+ -«Id a la ciudad, a
casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo
celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."»
C. Los discípulos
cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Uno de vosotros me va a entregar.
C. Al atardecer se puso
a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ -«Os aseguro que uno
de vosotros me va a entregar.»
C. Ellos, consternados,
se pusieron a preguntarle uno tras otro:
D. -«¿Soy yo acaso,
Señor?»
C. Él respondió:
+ -«El que ha mojado en
la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como
está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le
valdría no haber nacido. »
C. Entonces preguntó
Judas, el que lo iba a entregar:
D. -«¿Soy yo acaso,
Maestro?»
C. Él respondió:
+ -«Tú lo has dicho.»
Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre.
C. Durante la cena,
Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo:
+ -«Tornad, comed: esto
es mi cuerpo.»
C. Y, cogiendo una
copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:
+ -«Bebed todos; porque
ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de
los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que
beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre. »
C. Cantaron el salmo y
salieron para el monte de los Olivos.
Heriré al pastor, y se dispersarán las
ovejas del rebaño.
C. Entonces Jesús les
dijo:
+ -«Esta noche vais a
caer todos por mi causa, porque está escrito: "Heriré al pastor, y se dispersarán
las ovejas del rebaño." Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a
Galilea.»
C. Pedro replicó:
D. -«Aunque todos
caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús le dijo:
+ -«Te aseguro que esta
noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.»
C. Pedro le replicó:
D. -«Aunque tenga que
morir contigo, no te negaré. »
C. Y lo mismo decían
los demás discípulos.
Empezó a entristecerse y a angustiarse
C. Entonces Jesús fue
con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
+ -«Sentaos aquí,
mientras voy allá a orar.»
C. Y, llevándose a
Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces dijo:
+ -«Me muero de
tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y, adelantándose un
poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ -«Padre mío, si es
posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero,
sino lo que tú quieres.»
C. Y se acercó a los
discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
+ -«¿No habéis podido
velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el
espíritu es decidido, pero la carne es débil. »
C. De nuevo se apartó
por segunda vez y oraba diciendo:
+ -«Padre mío, si este
cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.»
C. Y, viniendo otra
vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de
nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ -«Ya podéis dormir y
descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»
Echaron mano a Jesús para detenerlo.
C. Todavía estaba
hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel
de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos
del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
D. -«Al que yo bese,
ése es; detenedlo.»
C. Después se acercó a
Jesús y le dijo:
D. -«¡Salve, Maestro!»
C. Y lo besó. Pero
Jesús le contestó:
+ -«Amigo, ¿a qué
vienes?»
C. Entonces se
acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con
él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del
sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
+ -«Envaina la espada;
quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre?
Él me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se
cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.»
C. Entonces dijo Jesús
a la gente:
+ -«¿Habéis salido a
prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el
templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Veréis que el Hijo del hombre está
sentado a la derecha del Todopoderoso.
C. Los que detuvieron a
Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido
los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del
sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué
paraba aquello.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno
buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo
encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente,
comparecieron dos, que dijeron:
O. -«Éste ha dicho:
"Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días."»
C. El sumo sacerdote se
puso en pie y le dijo:
O. -«¿No tienes nada
que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»
C. Pero Jesús callaba.
Y el sumo sacerdote le dijo:
O. -«Te conjuro por
Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
+ -«Tú lo has dicho.
Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a
la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el sumo
sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
O. -«Ha blasfemado.
¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué
decidís?»
C. Y ellos contestaron:
M. -«Es reo de muerte.»
C. Entonces le
escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
M. -«Haz de profeta,
Mesías; ¿quién te ha pegado?»
Antes de que cante el gallo, me
negarás tres veces
C. Pedro estaba sentado
fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
O. -«También tú andabas
con Jesús el Galileo.»
C. Él lo negó delante
de todos, diciendo:
D. -«No sé qué quieres
decir.»
C. Y, al salir al
portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
O. -«Éste andaba con
Jesús el Nazareno.»
C. Otra vez negó él con
juramento:
D. -«No conozco a ese
hombre.»
C. Poco después se
acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
O. -«Seguro; tú también
eres de ellos, te delata tu acento.»
C. Entonces él se puso
a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
D. -«No conozco a ese
hombre.»
C. Y en seguida cantó
un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el
gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Entregaron a Jesús a Pilato, el
gobernador.
C. Al hacerse de día,
todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar
la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a
Pilato, el gobernador.
No es lícito echarlas en el arca de
las ofrendas, porque son precio de sangre.
C. Entonces Judas, el
traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió
las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
D. -«He pecado, he
entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero ellos dijeron:
O. -«¿A nosotros qué?
¡Allá tú!»
C. Él, arrojando las
monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes,
recogiendo las monedas, dijeron:
O. -«No es lícito
echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»
C. Y, después de
discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de
forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se
cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta:
«Y tomaron las treinta monedas de plata, el
precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron
con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»
¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús fue llevado
ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
O. -«¿Eres tú el rey de
los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ -«Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban
los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le
preguntó:
O. -«¿No oyes cuántos
cargos presentan contra fi?»
C. Como no contestaba a
ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el
gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un
preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
O. -«¿A quién queréis
que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? »
C. Pues sabía que se lo
habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su
mujer le mandó a decir:
O. -«No te metas con
ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos
sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de
Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
O. -«¿A cuál de los dos
queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
M. -«A Barrabás. »
C. Pilato les preguntó:
O. -«¿Y qué hago con
Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
M. -«Que lo
crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
O. -«Pues, ¿qué mal ha
hecho?»
C. Pero ellos gritaban
más fuerte:
M. -«¡Que lo
crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que
todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y
se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
O. -«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
O. -«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero
contestó:
M. -«¡Su sangre caiga
sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a
Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Los soldados del
gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda
la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando
una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la
mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
M. -«¡Salve, rey de los
judíos!»
C. Luego le escupían,
le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla,
le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Crucificaron con él a dos bandidos.
C. Al salir,
encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara
la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La
Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no
quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a
suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un
letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron
con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
C. Los que pasaban lo
injuriaban y decían, meneando la cabeza:
M. -«Tú que destruías
el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de
Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes
con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
O. -«A otros ha
salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la
cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo
libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos
que estaban crucificados con él lo insultaban.
Elí, Elí, lamá sabaktaní.
C. Desde el mediodía
hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media
tarde, Jesús gritó:
+ -«Elí, Elí, lamá
sabaktaní.»
C. (Es decir: + -«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de
los que estaban por allí dijeron:
M. -«A Elías llama
éste.»
C. Uno de ellos fue
corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en
una caña, le dio a beber.
Los demás decían:
M. -«Déjalo, a ver si
viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito
fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Entonces, el velo
del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se
rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto
resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la
Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a
Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
O. -«Realmente éste era
Hijo de Dios.»
C. Había allí muchas
mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde
Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de
Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
José puso el cuerpo de Jesús en el
sepulcro nuevo.
C. Al anochecer, llegó
un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús.
Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo
entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia,
lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra
grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
María Magdalena y la otra María se quedaron
allí, sentadas enfrente del sepulcro.
Ahí tenéis la guardia: id vosotros y
asegurad la vigilancia como sabéis.
C. A la mañana
siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos
sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
O. -«Señor, nos hemos
acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: "A los tres días
resucitaré." Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer
día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo:
"Ha resucitado de entre los muertos." La última impostura sería peor
que la primera.»
C. Pilato contestó:
O. -«Ahí tenéis la
guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis. »
C. Ellos fueron,
sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
9 de abril de 2017
NADA LO
PUDO DETENER
La ejecución del Bautista no fue
algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que
espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la
muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un
final violento.
Jesús no fue un suicida ni
buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie.
Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o
la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese
mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.
Si acepta la persecución y el
martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus
hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás.
No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la
ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en
el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino.
Prefirió ser ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al
proyecto de Dios, su Padre.
Aprendió a vivir en un clima de
inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su
misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no
solo en las aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del
templo. Nada lo detuvo.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado
siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si
terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará
lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni
excluye a nadie de su perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios
y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo
ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más
pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios
que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.
Los seguidores de Jesús
descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega
extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo
identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y
perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o
no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos.
Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
13 de abril de 2014
NADA LO
PUDO DETENER
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
17 de abril de 2011
ESCÁNDALO
Y LOCURA
Los primeros cristianos lo
sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un
escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y
horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo
semejante.
Ciertamente, lo primero que todos
descubrimos en el crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la
muerte por las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza
destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero
ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios
identificado con todas las víctimas de todos los tiempos.
Despojado de todo poder
dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa,
Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y
sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente.
Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere
nuestra muerte.
Este Dios crucificado no es un
Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando
siempre su gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el
final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su
amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.
Este Dios crucificado no es el
Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia
de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. "En
Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino
reconciliando al mundo consigo" (2 Corintios 5,19). Mientras nosotros
hablamos de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a
todos con su amor insondable y su perdón.
Este Dios crucificado se revela
hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en
todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos
y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los
explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.
Los cristianos seguimos
celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el "amor loco"
de Dios a la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los
crucificados. Es un escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes seguimos
a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la
fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
16 de marzo de 2008
CARGAR
CON LA CRUZ
Lo
llevaron a crucificar.
Lo que nos hace cristianos es
seguir a Jesús. Nada más. Este seguimiento a Jesús no es algo teórico o
abstracto. Significa seguir sus pasos, comprometernos como él a «humanizar la
vida», y vivir así contribuyendo a que, poco a poco, se vaya haciendo realidad
su proyecto de un mundo donde reine Dios y su justicia.
Esto quiere decir que los
seguidores de Jesús estamos llamados a poner verdad donde hay mentira, a
introducir justicia donde hay abusos y crueldad con los más débiles, a reclamar
compasión donde hay indiferencia y pasividad ante los que sufren. Y esto exige
construir comunidades donde se viva con el proyecto de Jesús, con su espíritu y
sus actitudes.
Seguir así a Jesús trae consigo,
más tarde o más temprano, conflictos, problemas y sufrimiento. Hay que estar
dispuesto a cargar con las reacciones y resistencias de quienes, por una razón
u otra, no buscan un mundo más humano, tal como lo quiere ese Dios revelado en
Jesús. Quieren otra cosa.
Los evangelios han conservado una
llamada realista de Jesús a sus seguidores. Lo escandaloso de la imagen sólo
puede provenir de él: «Si alguno quiere
venir detrás de mí... cargue sobre las espaldas su cruz y sígame». Jesús no
los engaña. Si le siguen de verdad, tendrán que compartir su destino.
Terminarán como él. Esa será la mejor prueba de que su seguimiento es fiel.
Seguir a Jesús es una tarea
apasionante: es difícil imaginar una vida más digna y noble. Pero tiene un
precio. Para seguir a Jesús, es importante «hacer»: hacer un mundo más justo y
más humano; hacer una Iglesia más fiel a Jesús y más coherente con el
evangelio. Sin embargo, es tan importante o más «padecer»: padecer por un mundo
más digno; padecer por una Iglesia más evangélica.
Al final de su vida, el teólogo
K. Rahner escribió así: «Creo que ser cristiano es la tarea más sencilla, la
más simple y, a la vez, aquella pesada “carga ligera” de que habla el
evangelio. Cuando uno carga con ella, ella carga con uno, y cuanto más tiempo
viva uno, tanto más pesada y más ligera llegará a ser. Al final sólo queda el
misterio. Pero es el misterio de Jesús».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
20 de marzo de 2005
AMOR Y
VERDAD
(Ver homilía del 28 de marzo de
1999).
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
24 de marzo de 2002
NO TE
BAJES DE LA CRUZ
Lo
llevaron a crucificar.
Según el relato evangélico, los
que pasaban ante Jesús crucificado se burlaban de él y, riéndose de su
sufrimiento, le hacían dos sugerencias sarcásticas: Si eres Hijo de Dios, «sálvate a ti mismo» y «bájate de la cruz».
Ésa es exactamente nuestra
reacción ante el sufrimiento: salvamos a nosotros mismos, pensar sólo en
nuestro bienestar y, por consiguiente, evitar la cruz, pasamos la vida
sorteando todo lo que nos puede hacer sufrir. ¿Será Dios así? ¿Alguien que sólo
piensa en sí mismo y en su felicidad?
Jesús no responde a la
provocación de los que se burlan de él. No pronuncia palabra alguna. No es el
momento de dar explicaciones. Su respuesta es el silencio. Un silencio que es
respeto a quienes lo desprecian, comprensión de su ceguera y, sobre todo,
compasión y amor.
Jesús sólo rompe su silencio para
dirigirse a Dios con un grito desgarrador: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» No le pide que lo salve
bajándolo de la cruz. Sólo que no se oculte, ni lo abandone en este momento de
muerte y sufrimiento extremo. Y Dios, su Padre, permanece, en silencio.
Sólo escuchando hasta el fondo
ese silencio de Dios, descubrimos algo de su misterio. Dios no es un ser
poderoso y triunfante, tranquilo y feliz, ajeno al sufrimiento humano, sino un
Dios callado, impotente y humillado, que sufre con nosotros el dolor, la oscuridad
y hasta la misma muerte.
Por eso, al contemplar al
crucificado, nuestra reacción no es de burla o desprecio, sino de oración
confiada y agradecida: «No te bajes de la cruz. No nos dejes solos en nuestra
aflicción. ¿Para qué nos serviría un Dios que no conociera nuestra cruz? ¿Quién
nos podría entender?»
¿En quién podrían esperar los
torturados de tantas cárceles secretas? ¿Dónde podrían poner su esperanza
tantas mujeres humilladas y violentadas sin defensa alguna? ¿A qué se
agarrarían los enfermos crónicos y los moribundos? ¿Quién podría ofrecer
consuelo a las víctimas de tantas guerras, terrorismos, hambres y miserias? No.
No te bajes de la cruz pues si no te sentimos «crucificado» junto a nosotros,
nos veremos más «perdidos».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
28 de marzo de 1999
AMOR Y
VERDAD
Lo
crucificaron.
Para un cristiano, la cruz de
Cristo no es un acontecimiento más que se pierde en el pasado. Menos aún, una
celebración religiosa capaz de conmover todavía hoy los corazones de algunas
personas piadosas. La vida de Cristo entregada hasta la muerte es el
acontecimiento redentor que nos traza el camino para humanizar y salvar al ser
humano.
La Cruz nos revela, en primer
lugar, que es importante .cargar con el pecado». Por supuesto, hay que eliminar
el mal la injusticia, hay que combatirlos ética y humanamente de todas las
formas posibles. Pero hay que estar dispuestos a cargar con ese mal hasta donde
haga falta. Cristo redime sufriendo. Sólo quienes se implican desde dentro
hasta sufrir el mal en su propia carne humanizan el mundo.
La Cruz nos revela, además, que
el amor redime de la crueldad. Muchos dirán que lo importante es la defensa de
la democracia y de sus valores, ¿para qué queremos el amor? Pues bien, el amor
es necesario para llegar a ser sencillamente humanos. Se olvida que la misma
Ilustración basó la democracia sobre «la libertad, la igualdad y la
fraternidad». Hoy se insiste mucho en la libertad, apenas se habla de igualdad
y no se dice nada de la fraternidad. Cristo redime amando hasta el final. Una
democracia sin amor ni fraternidad no llevará a una sociedad más humana.
La Cruz revela, también, que la
verdad redime de la mentira. Se piensa que, para combatir el mal, lo único
importante es la eficacia de las estrategias. No es cierto. Si no hay voluntad
de verdad, si se difunde la mentira o se encubre la realidad, se está
obstaculizando el camino hacia la reconciliación. Cristo redime dando
testimonio de la verdad hasta el final. Sólo quienes buscan la verdad por
encima de sus propios intereses humanizan el mundo.
Nuestra sociedad sigue
necesitando urgentemente amor y verdad. Indudablemente hemos de concretar sus
exigencias entre nosotros. Pero concretar el amor y la verdad, no significa
desvirtuarlos o manipularlos, menos aún eliminarlos. Quienes «cargan con el
pecado» de todos y siguen luchando hasta el final por poner amor y verdad entre
los hombres generan esperanza. Hace unos años, el teólogo alemán J. Moltmann hacía esta afirmación: «No toda vida es motivo de esperanza, pero sí
esta vida de Jesús, que por amor tomó sobre sí la cruz y la muerte.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
31 de marzo de 1996
CRUCIFICADO
CON NOSOTROS
Lo
crucificaron.
El sufrimiento lleva a muchos a
gritar a Dios. No todos lo hacen de la misma forma. Algunos preguntan por Dios
teóricamente: «,Cómo puede Dios permitir esto?» Tienen la impresión de que Dios
es una especie de fuerza ciega e insensible que no se preocupa de nadie. Este
planteamiento lo hace, por lo general, el espectador. No es ésta la pregunta de
quien sufre en su propia carne. Su grito tiene otro acento más desgarrador:
«Dios mío, ¿dónde estás?, ¿por qué te ocultas?, ¿no sientes mi dolor y mi
pena?»
En el centro de la fe cristiana
hay una historia de la Pasión. Es la
historia de Cristo perseguido, abandonado, torturado y crucificado. Ninguna
otra religión tiene una figura martirizada en su centro. Pero —lo que es más
escandaloso aún— en el centro de esa pasión está la experiencia del abandono de
Dios. Después de tres horas de silencio, clavado en la cruz, aguardando la
muerte, Jesús lanza un grito desgarrador: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Lo que angustia a Cristo no es
sólo la muerte. Es el temor a que, después de haber confiado totalmente en el
Padre, éste lo pueda «abandonar». ¿Dónde quedará el Reino de Dios cuya dicha ha
anunciado a los pobres y desgraciados del mundo? Es el silencio espantoso de
Dios lo que le hace gritar. Y es ése precisamente el grito al que tantas
personas atormentadas se siguen uniendo todavía hoy, pues expresa lo que
sienten: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Pero, ¿es realmente así? Si lo ha
dejado morir solo y abandonado en la cruz, Dios no solamente sería un Dios
insensible, sino también un Dios cruel. Pero en la primera comunidad cristiana
afirman rotundamente lo contrario. «En
Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo» (2 Co 5, 19). Cuando
Cristo sufre en la cruz, el Padre sufre la muerte de su Hijo amado. Ambos sufren
aunque de manera distinta: Cristo sufre la muerte en su carne humana. El Padre
sufre la muerte de su Hijo. La Pasión de Cristo le hace sufrir a Dios, es la
Pasión de Dios.
Esto lo cambia todo. Si Dios
mismo estaba sufriendo en Cristo, entonces Cristo trae la comunión de Dios con
quienes se ven humillados y crucificados como él. Su cruz, levantada entre
nuestras cruces, es la señal de que Dios sufre en todo sufrimiento humano. A
Dios le duele el hambre de los niños de Rwanda, la humillación de las mujeres
de Irak o la angustia de los torturados en tantas cárceles secretas.
Este Dios «crucificado con nosotros» es nuestra esperanza. No sabemos por qué
Dios permite el mal. Y aunque lo supiéramos, no nos serviría de mucho. Sabemos
que Dios sufre con nosotros. Esto es lo decisivo, pues, con Dios, la cruz
termina en resurrección, el sufrimiento en dicha eterna.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
4 de abril de 1993
DEGRADACION
DE LA CRUZ
Le
llevaron a crucificar.
Los hombres somos capaces de
envilecer y degradar los símbolos más venerables. Así ha sucedido a lo largo de
los siglos con el signo más cargado de significado para ¡os cristianos: la Cruz
de Cristo.
Todavía hoy la podemos ver
convertida en joya compuesta de zafiros, esmeraldas y rubíes, o fabricada de
oro, platino o cualquier metal precioso. La Cruz de Cristo, que evoca una vida
austera, de entrega incondicional y abnegada, termina siendo adorno frívolo o
símbolo de ostentación en medio de una sociedad que sacrifica a los menos
favorecidos para asegurar el bienestar de los privilegiados.
La «cruz-espada» es otra de las
caricaturas con que se ha degradado el signo de la Cruz a lo largo de la
historia. Siempre hay quienes se sienten obligados a «desenvainar la espada» para
hacer de la cruz y de la religión un arma para destruir a los adversarios. Sin
embargo, la Cruz siempre será el recuerdo de la actitud radicalmente contraria
del Maestro que pidió a Pedro «meter su
espada en la vaina » y prefirió ser crucificado antes de crucificar a
nadie.
La cruz ha servido también para
adornar las coronas de los reyes, legitimar «imperios sagrados» y poner en
marcha «cruzadas» de todas clases. Una «cruz imperial» que desfigura y falsea
la Cruz de aquel que murió por instaurar en el mundo «un remo de paz, de
justicia y de fraternidad».
Está también la
«cruz-condecoración», que sirve para poder lucirla con orgullo en las grandes
ocasiones, o la «cruz-amuleto» que puede traer suerte y liberar de males.
Cruces «degradadas» que impiden captar el verdadero contenido de la Cruz de
Cristo.
Nos hemos acostumbrado demasiado
a la Cruz. La hemos adornado y desfigurado de tantas maneras que ya no nos
resulta incómoda ni peligrosa. Sin embargo, la Cruz de Cristo siempre estará
ahí desvelando la verdad o la mentira de nuestro cristianismo.
Ese Cristo crucificado por su
fidelidad al Padre, su amor a la verdad y su identificación con los más
humillados es el que mejor desenmascara nuestras mentiras, cobardías y
mediocridad. El juez más implacable de nuestra falsa acomodación al espíritu de
los tiempos, del aburguesamiento de la fe y de nuestra despreocupación por los
crucificados.
La Cruz de Cristo puede ser
celebrada y admirada. Puede suscitar compasión y debe despertar el
agradecimiento inmenso del creyente al amor insondable de Dios. Pero, al mismo
tiempo, la Cruz invita a la conversión. Hace pensar. Nos obliga a preguntarnos
qué hay en nuestra vida de verdadera fidelidad al Padre y de amor incondicional
a los que sufren.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
8 de abril de 1990
UNA
SEMANA DIFERENTE
Le llevaron a crucificar.
Todavía se sigue llamando «semana
santa», pero ya ha desaparecido casi del todo aquel clima tan «especial» que se
respiraba estos días entre nosotros con la supresión de cines y espectáculos,
la celebración de procesiones o la programación religiosa de radios y T.V.
Hoy son muchos los que aprovechan
estas fechas para desplazarse fuera de su hogar y disfrutar de un pequeño
descanso en algún rincón tranquilo. De alguna manera, la semana santa viene a
ser para bastantes esas «vacaciones de primavera» que permiten seguir
trabajando hasta que llegue el descanso veraniego.
Este nuevo clima social de
vacación y descanso no tiene por qué impedir a los creyentes una celebración
digna de los misterios centrales de su fe. Lo importante es aprender a vivir la
semana santa conjugando de manera responsable e inteligente ese descanso tan
necesario con la celebración viva de la liturgia. He aquí algunas sugerencias.
Lo primero es programarnos de tal
manera que podamos tomar parte en las celebraciones de cada día. No es difícil
acercarnos a una iglesia del entorno, informarnos de los horarios, detener
nuestra excursión en el lugar adecuado. Siempre es una experiencia
enriquecedora compartir la propia fe con gentes de otros pueblos.
Participaremos en celebraciones
sencillas, pero transidas de honda piedad popular o viviremos la liturgia
cuidada de un monasterio. Lo importante será nuestra participación personal. De
ahí la conveniencia de llegar a tiempo a la celebración, ocupar un lugar
adecuado en el templo, escuchar con atención interior la Palabra de Dios, vivir
los gestos litúrgicos, cantar con el corazón.
Tal vez podamos también encontrar
un hueco para el silencio, la oración y el encuentro con Dios. Nos ayudará a
descansar de manera más armoniosa y completa. Las posibilidades son múltiples:
la oración silenciosa ante el sagrario al anochecer del jueves, la lectura
reposada de la Pasión del Señor en un lugar recogido de la casa, la mirada
agradecida al crucifijo, el concierto sacro o la música religiosa que eleva
nuestro corazón hacia Dios.
La semana santa ha de culminar
siempre en esa celebración pascual de la noche del sábado. Es una pena ver que
bastantes cristianos que celebran los días anteriores la muerte del Señor,
desconocen esta celebración de su resurrección, la más importante y central de
toda la liturgia cristiana. Redescubrir su hondo contenido puede ser para
muchos una experiencia renovadora.
El cirio pascual encendido en
medio de la noche, la solemne invitación a vivir la alegría pascual, la
proclamación gozosa de la resurrección de Cristo, el canto jubiloso del
aleluya, la celebración agradecida de la eucaristía, son la mejor invitación a
resucitar a una vida nueva.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
12 de abril de 1987
EL HOMBRE
DOLIENTE
Lo
llevaron a crucificar.
Tres caminos diferentes puede
seguir el ser humano para dar sentido a su vida. La primera posibilidad
consiste en crear algo, construir el mundo, configurarlo de manera nueva. La
segunda posibilidad es disfrutar, gozar la belleza, descubrir la verdad, vivir
el amor o la amistad. La tercera consiste en sufrir y padecer el propio
destino.
No es fácil entender este tercer
camino y descubrir el sentido que se puede encerrar en el sufrimiento.
Para vivir de manera creativa
basta utilizar los talentos que cada uno poseemos. Para disfrutar de la vida,
nos basta asimismo desarrollar la capacidad de gozo que hay en nosotros. Pero
“dotar de sentido” al sufrimiento es algo que hemos de aprender día a día.
El hombre contemporáneo ha
pretendido embellecer la vida ignorando el sufrimiento y refugiándose en dos
ídolos: la actividad y la racionalidad.
La cultura actual sólo parece
tener ojos para apreciar al “homo faber”,
el hombre creativo y dinámico, lleno de vida y actividad, O para magnificar al
«homo sapiens» el hombre racional y
científico, dispuesto a conquistar con audacia el universo entero.
Nos habíamos hecho la ilusión de
que, con la actividad técnica y la audacia de la ciencia, el sufrimiento, el
dolor y la muerte iban a desaparecer del mundo.
El eminente científico V. Frankl, fundador de la logoterapia,
nos vuelve a recordar en su reciente obra “El hombre doliente” que siempre que
nos asomamos a la existencia humana, descubrimos que “el ser humano es, en el
fondo y en definitiva, pasión y que la
esencia del hombre es ser doliente: homo patiens “.
Los hombres seguimos necesitando
fuerza para asumir el sufrimiento y audacia para afrontar nuestro destino
doloroso con realismo y verdad. De ahí la actualidad perenne de la Cruz de
Cristo.
Mirando al crucificado, podemos
aprender los creyentes a crecer como hombres, incluso en el sufrimiento, sin
caer en la desesperación o la rebelión inútil.
Porque “tomar la cruz» tras
Jesucristo no es buscar el sufrimiento de manera masoquista. No es refugiarnos
en la autocompasión de quien va diciendo: “Ved qué desgraciado soy».
No se trata tampoco de ofrecer en
espectáculo nuestras desgracias y nuestras penas. Ni torturarnos a nosotros
mismos con sufrimientos innecesarios para castigar nuestros errores.
Asumir la cruz es descubrir desde
Cristo que la manera más humana de afrontar el destino doloroso de nuestra
existencia es abrirnos confiadamente al misterio de un Dios que ha redimido
nuestro sufrimiento compartiéndolo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
15 de abril de 1984
DIOS
SUFRE CON NOSOTROS
Lo
llevaron a crucificar.
Es estremecedor detenerse a
escuchar el sufrimiento que se acumula hoy en el mundo, destruyendo de manera
implacable a hombres y mujeres nacidos un día para la vida y la felicidad.
Baste recordar algunas cifras
aterradoras: 450 millones sufren hoy de hambre, y de ellos, 45 millones mueren
cada año; 15 millones de refugiados vagan por el mundo sin patria ni hogar;
cerca de 100 mil personas han desaparecido en Latinoamérica; 600 millones no
tienen trabajo...
Y todo esto sucede ante los ojos
mismos de Dios. No es extraña la queja dolorida y acusadora: ¿Dónde está Dios?
¿Quién es? ¿Por qué se calla? ¿Por qué no hace nada?
Es cierto que estas quejas
proceden, con frecuencia, no de los mismos que sufren los horrores de uña vida
inhumana sino de los espectadores saturados de bienestar que sólo conocemos ese
sufrimiento a través del televisor o las estadísticas.
Pero la queja no es por ello
menos verdadera: ¿Dónde está Dios? ¿ Qué dice ante el sufrimiento de todos y
cada uno de los hombres?
Dios no ha respondido con bellas
palabras ni hermosas teorías sobre el dolor. Sencillamente ha compartido «desde
dentro» el drama humano y ha sufrido con nosotros.
Si queremos conocer la respuesta
de Dios al sufrimiento de los hombres, la tenemos que descubrir en el rostro
infamado y torturado de un crucificado que «ha muerto tras un misterioso grito
lanzado al cielo pero no contra el cielo» (L.
Boff).
Desde aquella tarde de Viernes
Santo, el dolor no es signo de la ausencia de Dios. También en el dolor absurdo
y en el sufrimiento cruel y destructor está Dios.
En los momentos de máximo
absurdo, impotencia, abandono, soledad y vacío, Dios está ahí, al lado del
hombre, solidario con el que sufre, afectado también él por el mismo
sufrimiento.
Allí donde parece que no hay Dios
o que se ha retirado, es donde está Dios más cercano que nunca. Allí donde
nosotros veríamos su ausencia total, ahí está precisamente la máxima revelación
de Dios y de su inexplicable amor al hombre.
«Este amor de Dios no protege de
todo sufrimiento, pero protege en todos los sufrimientos». (H.Küng). Creer en la cruz es descubrir
la cercanía de Dios y su presencia en nuestro mismo dolor y sufrimiento,
sabiendo que un día «él mismo enjugara las lagrimas de nuestros ojos y ya no
habrá muerte ni llanto ni dolor, pues lo de antes habrá pasado» (Ap 21, 4).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
12 de abril de 1981
COMPROMETER
LA VIDA
Y lo
llevaron a crucificar.
Estamos tan familiarizados con la
cruz del Calvario que ya no nos causa impresión alguna. La costumbre lo
domestica y lo «rebaja» todo. Quizás, esta semana de tan hondo significado para
los creyentes, sea una buena ocasión para recordar aspectos demasiado olvidados
del Crucificado.
Empecemos por decir que Jesús no
ha muerto de muerte natural. Su muerte no ha sido la extinción esperada de su
vida biológica. A Jesús lo han matado violentamente.
Pero no ha muerto tampoco víctima
de un accidente casual ni fortuito, sino ajusticiado, después de un proceso
solemne llevado a cabo por las fuerzas religiosas y civiles más influyentes de
aquella sociedad.
Su muerte ha sido consecuencia de
la reacción que provocó con su actuación libre, fraterna y solidaria con los
más pobres y abandonados de aquella sociedad.
Esto quiere decir que no se puede
vivir el evangelio impunemente. No se puede construir el reino de Dios que es
reino de fraternidad, libertad y justicia, sin provocar el rechazo y la
persecución de aquéllos a los que no interesa cambio alguno. Imposible la
solidaridad con los indefensos sin sufrir la reacción de ios poderosos.
Jesús se comprometió a vivir el
amor al hombre hasta el final. Y precisamente por eso, vio comprometida su
vida. Su compromiso por crear una sociedad más justa y humana fue tan concreto
y serio que hasta su misma vida quedó comprometida.
Y, sin embargo, Jesús no fue un
guerrillero ni un líder político ni un fanático religioso. Sino un hombre en el
que se encarnó y se hizo realidad el amor ilimitado de Dios a los hombres.
Por eso, ahora sabemos cuáles son
las fuerzas que se sienten amenazadas cuando el amor verdadero penetra en una
sociedad, y cómo reaccionan violentamente tratando de suprimir y ahogar la
actuación de quienes buscan una fraternidad más justa y libre.
El evangelio siempre será
perseguido por quienes ponen la seguridad y el orden legal por encima de la
fraternidad y la justicia (fariseísmo). El reino de Dios siempre se verá
obstaculizado por toda fuerza política que se entienda a sí misma como poder
absoluto (Pilato). El mensaje del amor será rechazado en su raíz por toda
religión en la que Dios no sea Padre de todos (sacerdotes judíos).
El seguimiento a Jesús conduce
siempre a la cruz. Implica disponibilidad a sufrir el conflicto, la polémica,
la persecución y hasta la muerte.
Pero la resurrección de Jesús nos
descubrirá que éste es el camino de salvación y nos recordará algo que tampoco
hoy debemos olvidar: no se salva al hombre matándolo sino muriendo por él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
DIO UN FUERTE GRITO
No tenía dinero, armas ni poder.
No tenía autoridad religiosa. No era sacerdote ni escriba. No era nadie. Pero
llevaba en su corazón el fuego del amor a los crucificados. Sabía que para Dios
eran los primeros. Esto marcó para siempre la vida de Jesús.
Se acercó a los últimos y se hizo
uno de ellos. También él viviría sin familia, sin techo y sin trabajo fijo.
Curó a los que encontró enfermos, abrazó a sus hijos, tocó a los que nadie
tocaba, se sentó a la mesa con ellos y a todos les devolvió la dignidad. Su
mensaje siempre era el mismo: “Éstos que excluís de vuestra sociedad son los
predilectos de Dios”.
Bastó para convertirse en un
hombre peligroso. Había que eliminarlo. Su ejecución no fue un error ni una
desgraciada coincidencia de circunstancias. Todo estuvo bien calculado. Un
hombre así siempre es una amenaza en una sociedad que ignora a los últimos.
Según la fuente cristiana más
antigua, al morir, Jesús “dio un fuerte grito”. No era sólo el grito final de
un moribundo. En aquel grito estaban gritando todos los crucificados de la
historia. Era un grito de indignación y de protesta. Era, al mismo tiempo, un
grito de esperanza.
Nunca olvidaron los primeros
cristianos ese grito final de Jesús. En el grito de ese hombre deshonrado,
torturado y ejecutado, pero abierto a todos sin excluir a nadie, está la verdad
última de la vida. En el amor impotente de ese crucificado está Dios mismo,
identificado con todos los que sufren y gritando contra las injusticias, abusos
y torturas de todos los tiempos.
En este Dios se puede creer o no
creer, pero nadie se puede burlar de él. Este Dios no es una caricatura de Ser
supremo y omnipotente, dedicado a exigir a sus criaturas sacrificios que
aumenten aún más su honor y su gloria. Es un Dios que sufre con los que sufren,
que grita y protesta con las víctimas, y que busca con nosotros y para nosotros
la Vida.
Para creer en este Dios, no basta
ser piadoso; es necesario, además, tener compasión. Para adorar el misterio de
un Dios crucificado, no basta celebrar la semana santa; es necesario, además,
mirar la vida desde los que sufren e identificarnos un poco más con ellos.
José Antonio Pagola
Para
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