lunes, 17 de abril de 2017

23-04-2017 - 2º Domingo de Pascua (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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2º Domingo de Pascua (A)


EVANGELIO

A los ocho días, llegó Jesús.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-«Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó:
-«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-«Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás:
-«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás:
-¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creas que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
23 de abril de 2017

JESÚS SALVARÁ A LA IGLESIA

Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En al comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.
Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.
Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.
De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.
Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.
Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.
Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 -
27 de abril de 2014

JESÚS SALVARÁ A LA IGLESIA

(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
1 de Mayo de 2011

NUEVO INICIO

Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?
Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no le tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?.
El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad de seguidores. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarse del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.
Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Sólo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre encomendó a Jesús.
Lo que necesita hoy la Iglesia no es sólo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un "nuevo inicio" a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Sólo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Sólo él puede impulsar la comunión. Sólo él puede renovar nuestros corazones.
No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el Evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es sólo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
30 de marzo de 2008

NO OCULTAR AL RESUCITADO

Se llenaron de alegría al ver al Señor.

María de Magdala ha comunicado a los discípulos su experiencia y les ha anunciado que Jesús vive, pero ellos siguen encerrados en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. El anuncio de la resurrección no disipa sus miedos. No tiene fuerza para despertar su alegría.
El evangelista evoca en pocas palabras su desamparo en medio de un ambiente hostil. Va a «anochecer». Su miedo los lleva a cerrar bien todas las puertas. Sólo buscan seguridad. Es su única preocupación. Nadie piensa en la misión recibida de Jesús.
No basta saber que el Señor ha resucitado. No es suficiente escuchar el mensaje pascual. A aquellos discípulos les falta lo más importante: la experiencia de sentirle a Jesús vivo en medio de ellos. Sólo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes.
Los discípulos «se llenan de alegría al ver al Señor». Siempre es así. En una comunidad cristiana se despierta la alegría, cuando allí, en medio de todos, es posible «ver» a Jesús vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz que sólo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el centro de nuestros encuentros, reuniones y asambleas, sin que nadie lo oculte.
A veces somos nosotros mismos quienes lo hacemos desaparecer. Nos reunimos en su nombre, pero Jesús está ausente de nuestro corazón. Nos damos la paz del Señor, pero todo queda reducido a un saludo entre nosotros. Se lee el evangelio y decimos que es «Palabra del Señor», pero a veces sólo escuchamos lo que dice el predicador.
En la Iglesia siempre estamos hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Jesús es predicado, enseñado y celebrado constantemente, pero en el corazón de no pocos cristianos hay un vacío: Jesús está como ausente, ocultado por tradiciones, costumbres y rutinas que lo dejan en segundo plano.
Tal vez, nuestra primera tarea sea hoy «centrar» nuestras comunidades en Jesucristo, conocido, vivido, amado y seguido con pasión. Es lo mejor que tenemos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
3 de abril de 2005

ALIENTO NUEVO

Exhaló su aliento sobre ellos.

Nadie sabe cómo ocurrió. Los primeros discípulos sólo nos dicen que, a partir de su resurrección, las cosas no volvieron a ser como antes. Experimentaban a Jesús de otra manera. Su presencia no era como en Galilea, pero era igualmente real y transformadora. Su vida también se transformó. En adelante vivirían de su Espíritu.
Lo primero que el resucitado les transmitía era una paz nueva e inconfundible. Una paz que curó su miedo y lo transformó en alegría. Tal vez, es lo primero que necesitamos en la Iglesia. Una paz que nos libere de los miedos que nos paralizan. Una paz que no la vamos a encontrar buscando poder y seguridad sino acogiendo el Espíritu de Jesús.
El resucitado los sacó, además, de su actitud cobarde, su desencanto y desesperanza. Sus seguidores no podían permanecer recluidos en su «cenáculo» a la defensiva de sus posibles adversarios. Ni entonces ni hoy. Una Iglesia encerrada en sus propios problemas, sin otro horizonte que los posibles riesgos y peligros, no es una Iglesia impulsada por el Espíritu de Jesús.
El resucitado los arrancó del pasado y los puso mirando al futuro. No había que seguir «soñando» en Galilea. Era el momento de introducir una esperanza nueva en el mundo y de encender en los corazones el fuego que Jesús quería ver ardiendo. No se puede acoger el Espíritu del resucitado con la mirada puesta en el pasado. El evangelio de Jesús nos pone siempre mirando al futuro.
El resucitado movilizó a los primeros creyentes y los puso en marcha hacia la misión evangelizadora. Con el resucitado presente en medio de la comunidad no es posible la pasividad, la rutina tranquila, la comodidad de la inercia. Donde está vivo el Espíritu del resucitado se despierta la creatividad y se abren caminos siempre nuevos de evangelización.
Comunidades cristianas faltas de alegría, excesivamente replegadas sobre sí mismas, con las «puertas cerradas» y sin apenas horizonte, ¿no necesitamos, antes que nada, el aliento, la alegría y la paz del resucitado? ¿No será esto lo primero que hemos de cuidar?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
7 de abril de 2002

ALIENTO NUEVO

Exhaló su aliento sobre ellos.

Nadie sabe cómo ocurrió. Los primeros discípulos sólo nos dicen que, a partir de su resurrección, las cosas no volvieron a ser como antes. Experimentaban a Jesús de otra manera. Su presencia no era como en Galilea, pero era igualmente real y transformadora. Su vida también se transformó. En adelante vivirían de su Espíritu.
Lo primero que el Resucitado les transmitía era una paz nueva e inconfundible. Una paz que curó su miedo y lo transformó en alegría. Tal vez, es lo primero que necesitamos en la Iglesia. Una paz que nos libere de los miedos que nos paralizan. Una paz que no la vamos a encontrar buscando poder y seguridad sino acogiendo el espíritu de Jesús.
El Resucitado los sacó, además, de su actitud cobarde, su desencanto y desesperanza. Sus seguidores no podían permanecer recluidos en su «cenáculo» a la defensiva de sus posibles adversarios. Ni entonces ni hoy. Una Iglesia encerrada en sus propios problemas, sin otro horizonte que los posibles riesgos y peligros, no es una Iglesia impulsada por el espíritu de Jesús.
El Resucitado los arrancó del pasado y los puso mirando al futuro. No había que seguir «soñando» en Galilea. Era I momento de introducir una esperanza nueva en el mundo y di encender en los corazones el fuego que Jesús quería ver ardiendo. No se puede acoger el espíritu del Resucitado con I mirada puesta en el pasado. El evangelio de Jesús nos pone siempre mirando al futuro.
El Resucitado movilizó a los primeros creyentes y los puso en marcha hacia la misión evangelizadora. Con el Resucitado presente en medio de la comunidad no es posible la pasividad, la rutina tranquila, la comodidad de la inercia. Donde está VIVO el espíritu del Resucitado se despierta la creatividad y se abren caminos siempre nuevos de evangelización.
Comunidades cristianas faltas de alegría, excesivamente replegadas sobre sí mismas, con las «puertas cerradas» y sin apenas horizonte, ¿no necesitamos, antes que nada, el aliento, la alegría y la paz del Resucitado? ¿No será esto lo primero que hemos de cuidar?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
11 de abril de 1999

¿SERÁ VERDAD?

No seas incrédulo, sino creyente.

Pocos meses antes de morir, J. P Sartre hacía esta confesión en una entrevista concedida al diario Le Monde: «Ante ese amasijo miserable que forma nuestro planeta, vuelve a atormentarme la desesperación; es la idea de que todo se acabará, de que sólo existen fines particulares por los que luchar... no hay un objetivo humano..., no hay más que desorden
Estas palabras no recogen sólo el testamento pesimista del célebre filósofo francés. Expresan bien la sensación de no pocos hombres y mujeres de nuestros días. Yo mismo las he escuchado en conversaciones confidenciales: «No sé si hay Dios o no, pero tengo la sensación de que todo se acaba con la muerte. Es una pena. Quisiera creer otra cosa, pero no puedo. No sé quién me podrá convencer de lo contrario.»
Qué fácil es comprender este género de confesiones. Todos llevamos muy dentro el deseo de una vida eterna; el mismo Sartre se resistía a morir sin esperanza: «Me resisto con toda justicia y sé que moriré con alguna esperanza que, sin embargo, sería preciso fundamentar.» Todos querríamos, tras la muerte, volver a ver a nuestros seres queridos, conocer una vida nueva y dichosa, ser felices para siempre. Pero está la muerte con su oscuridad y su misterio cerrándonos el paso a cualquier ilusión ingenua.
Tal vez por esto mismo, no es una insensatez interesamos por lo que se dice de Cristo. Hay algo que no se puede negar: nunca, en ningún lugar, y de nadie se ha afirmado algo parecido a lo que la fe cristiana se atreve a confesar de Cristo cuando dice que «ha sido resucitado de entre los muertos». ¿Está aquí el secreto último de la vida?
Hoy todo sigue mezclado y confuso: vida y muerte, sentido y sinsentido, justicia e injusticia; todo aparece en desorden y a medias; dentro de nosotros mismos luchan entre sí el deseo de vida eterna y la desesperanza. ¿Será verdad que no todo acaba con la muerte?, ¿será cierto que al final está Dios rescatando al ser humano para una vida nueva y feliz? Desde Cristo resucitado nos llega una invitación humilde. Las palabras de Jesús a Tomás están dirigidas también a nosotros: «No seas incrédulo, sino creyente

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
14 de abril de 1996

ESCUCHAR LA INVITACIÓN

No seas incrédulo, sino creyente.

El relato evangélico es breve y conciso. Jesús resucitado se dirige a Tomás con unas palabras que tienen mucho de invitación amorosa, pero también de llamada apremiante. «No seas incrédulo, sino creyente.» Tomás responde con la confesión de fe más solemne de todo el Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío
¿Qué recorrido interior ha hecho este hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Cómo se camina desde la resistencia y la duda hasta la confianza? La pregunta no es superflua, pues, más tarde o más temprano, de forma totalmente inesperada o como fruto de un proceso interior, todos podemos escuchar más o menos claramente la misma invitación: «No seas incrédulo, sino creyente. »
Tal vez la primera condición para escucharla es percibirse amado por Dios, cualquiera que sea mi postura o trayectoria religiosa. «Soy amado», ésta es la verdad más profunda de mi existencia. Soy amado por Dios tal como soy, con mis deseos inconfesables, mi inseguridad y mis miedos. Soy aceptado por Dios con amor eterno. Dios me ama desde siempre y para siempre, por encima de lo que otros puedan ver en mí.
Se puede dar un paso más. «Soy bendecido por Dios.» Él no me maldice nunca, ni siquiera cuando yo mismo me condeno. Más de una vez escucharé en mi interior voces que me llaman perverso, mediocre, inútil o hipócrita. Para Dios soy algo valioso y muy querido. Puedo confiar en él a pesar de todo.
En Dios encuentro a alguien en el que mi ser puede sentirse a salvo en medio de tanta oscuridad, maledicencia y acusaciones. Puedo confiar en él sin miedo, con agradecimiento. Por lo general, la gratitud hacia Dios se despierta al mismo tiempo que la fe. No se puede volver a Dios sino con un sentido hondo de gratitud.
Me he preguntado muchas veces por qué unos «deciden» ser agradecidos, generosos y confiados, y por qué otros se inclinan a ser amargados, egoístas y recelosos. No lo sé. En cualquier caso, estoy convencido de que nuestra vida no está predeterminada o totalmente marcada de antemano. Siempre hay rendijas por las que se nos cuela la invitación a creer y confiar.
Cada uno podemos hacernos las preguntas decisivas: ¿Por qué no creo?, ¿por qué no confío?, ¿qué es lo que en el fondo estoy rechazando? No se me debería pasar la vida sin enfrentarme con sinceridad a mí mismo: ¿Cuándo soy más humano y realista, cuando pretendo salvarme a mí mismo o cuando le invoco con fe: «Señor mío y Dios mío»?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
18 de abril de 1993

¿POR QUE NO LA REENCARNACION?

Dichosos los que crean sin haber visto.

Al parecer, se va extendiendo en Occidente la seducción por la creencia en la «reencarnación». Basta ojear estudios sociológicos para comprobar que son cada vez más los que se sienten atraídos por ella. ¿Por qué se va a jugar todo a una carta? ¿No sería más razonable contar con una segunda oportunidad o con todas las que haga falta, para irnos purificando a través de vidas sucesivas hasta alcanzar la salvación?
A decir verdad, es difícil encontrar entre nosotros la concepción original de la «reencarnación» en su pureza hindú, budista o jainita. Se trata más bien de versiones indefinidas y hasta desfiguradas a veces por otras corrientes esotéricas (influencia de los muertos en nuestra vida, etc.). En algún programa reciente de TV se pretendía, incluso, probar «científicamente» la reencarnación, en la línea de los doctores Stevenson y Noworocki.
Lo paradójico es encontrarse con personas que piensan que «resurrección» y «reencarnación» son creencias prácticamente equivalentes o que la «reencarnación» puede ser, incluso, una complementación de la fe cristiana en la «resurrección». Esta podría muy bien producirse después de una serie de «reencarnaciones » sucesivas.
El respeto a la verdad exige, sin embargo, recordar algunos puntos de profundo desacuerdo para evitar malentendidos nefastos para todos.
Desde una perspectiva cristiana, la vida está regida por el amor de Dios que busca el bien de cada persona. Los individuos no están abandonados a su propio destino, de reencarnación en reencarnación, dentro de un proceso mecánico dirigido por la ley inflexible del «karma».
Precisamente por esto, la resurrección es fruto del amor infinito de Dios que perdona nuestros pecados y nos salva a cada uno del poder de la muerte, y no resultado de una purificación impersonal donde todo se decide por la ley de la compensación del mal por el bien, con ausencia absoluta del amor de Dios.
Por otra parte, según la fe cristiana, cada persona tiene un valor único y original. Nunca será sacrificada al Todo divino. Por eso está llamada a resucitar con su propio cuerpo para entrar en un diálogo personal de amor eterno con Dios, su Padre. Desde la perspectiva reencarnacionista, por el contrario, lo importante es «la eterna génesis del Absoluto», mientras los individuos van circulando en una sucesión indefinida de nacimientos y muertes, donde cada cuerpo es sólo un «soporte provisional» y donde la salvación se realiza, en definitiva, por la fusión de los seres con el Todo.
En el fondo, está en juego la concepción de Dios y de su presencia de amor en el mundo. Mientras el cristiano, apoyado en Cristo resucitado, muere abandonándose al amor infinito de Dios, el reencarnacionista muere abandonándose a las fuerzas misteriosas de la existencia, regidas por la mecánica del «karma».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
22 de abril de 1990

PASCUA SIGNIFICA «PASO»

Se llenaron de alegría.

Pascua es una palabra de origen semita que proviene del arameo «pasha» (en hebreo «pesah»). Su significado original es discutido. Probablemente significa «paso», «tránsito» y con este sentido es empleada en diversos escritos judíos.
En cualquier caso, las primeras generaciones cristianas han entendido la Pascua como «el paso» de Cristo de la muerte a la vida, que nos invita también a nosotros a «pasar» de una vida vieja y gastada a una vida renovada.
Por eso, Pascua no es sólo una fiesta que se celebra de manera litúrgica. La resurrección de Cristo se celebra, sobre todo, en nosotros mismos, resucitando a una vida nueva. Para los primeros cristianos, la resurrección de Cristo encierra una energía capaz de transformar la existencia llenándola de nueva vitalidad.
Los relatos evangélicos insisten precisamente en esa transformación que se produce al encontrarse con el Resucitado. Esos hombres encerrados en su casa después de la muerte del Maestro, pasan de la angustia a la paz, del miedo a la alegría, de la cobardía al anuncio valiente del evangelio.
¿Hacia dónde hemos de cambiar nosotros? ¿Cuál es el «paso» que hemos de dar? ¿En qué dirección se ha de operar «el cambio pascual» en nuestras vidas?
A algunos se nos pide, tal vez, pasar de una vida superficial y dispersa a una existencia más auténtica y unificada; de una actitud pasiva o convencional a una postura más creativa y espontánea.
Quizás Pascua ha de ser para otros el paso de ese hombre agresivo y resentido que hay en nosotros a otro más acogedor y amoroso; de ese hombre intransigente y conflictivo a otro más tolerante y pacificador.
Para alguno, Pascua puede ser una llamada a dar un paso en esta dirección: de receloso y solitario a confiado y amistoso; de acaparador e individualista a generoso y solidario; de invasor y antipático a respetuoso y amable.
Para otro, Pascua será tal vez una invitación a renovar su vida pasando del hombre apático y aburrido al ser sensible y festivo; del triste y crispado al sereno y alegre; del pesimista y amargado al esperanzado.
Probablemente, a todos se nos pide renovar nuestra actitud ante Dios. Pasar del miedo a la confianza, de la huida a la entrega, de la arrogancia a la humildad, del olvido a la oración, de la increencia a la fe.
Pascua significa «pasar» de la muerte a la vida. Celebrar la Pascua es vivir en nosotros un proceso de renovación personal.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
16 de abril de 1987

LA ALEGRIA DE PODER CAMBIAR

La paz con vosotros.

Con frecuencia olvidamos que el encuentro de los discípulos con el resucitado ha sido fundamentalmente “una experiencia de perdón».
Aquellos hombres son conscientes de su infidelidad al Maestro. Lo han abandonado en el momento decisivo. Por eso, la tristeza que los invade no es sólo el dolor de haber perdido al amigo cercano y querido, sino la tristeza del que se siente culpable. Esa tristeza que tan bien conocemos todos los hombres.
Los relatos subrayan una y otra vez el saludo repetido del resucitado: La paz con vosotros». Los discípulos se sienten perdonados y readmitidos de nuevo a la amistad y la comunión con Jesús. Este es el núcleo de su experiencia pascual.
Se vuelven a encontrar con Jesús como “una nueva posibilidad de vida” (E. Schillebeeckx). El resucitado les ofrece la posibilidad de iniciar un nuevo modo de vivir y de ser. Pueden cambiar y volver al seguimiento de Jesús.
Todo parece indicar que cada vez nos atrevemos menos a recordar nuestra propia culpabilidad para no generar en nosotros sentimientos de angustia o frustración.
Preferimos vivir de manera más irresponsable, culpabilizando siempre a los demás, atribuyendo todos nuestros males a una sociedad mal organizada y, en cualquier caso, quitando importancia a nuestros propios errores e injusticias.
Pero, los hombres no dejamos de ser responsables porque hagamos desaparecer de nuestra conciencia el sentido de culpabilidad. Lo que necesitamos es asumir responsablemente lo que hemos hecho de nuestra vida y de nosotros mismos, sentirnos de nuevo reconciliados y saber que «siempre podemos cambiar».
El solemne pregón pascual que la Iglesia proclama gozosamente la Noche de Pascua canta así: «Esta noche santa ahuyenta los pecados, devuelve la inocencia a los caídos, da alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia».
Cuántos hombres y mujeres que viven secretamente en el fondo de su corazón la tristeza de la propia culpa recuperarían la alegría si supieran encontrarse con Cristo resucitado.
Ese Cristo que nos entiende en nuestra debilidad y malicia, que nos acoge en nuestra injusticia y nos perdona y restituye a nuestro ser más auténtico. El Cristo resucitado que vive y hace vivir a todo el que se acerca confiadamente a él.
Para muchos la experiencia pascual puede consistir en escuchar de Cristo estas palabras: «La paz contigo. Estás perdonado. Puedes iniciar una vida nueva».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
29 de abril de 1984

LA AMNISTIA DEL RESUCITADO

La paz con vosotros.

Ha sido E. Schillebeeckx quien nos ha recordado recientemente que el encuentro con el resucitado ha sido una «experiencia de perdón». Los discípulos han experimentado al resucitado como alguien que los perdona y les ofrece paz y salvación.
Ninguna alusión al abandono de los suyos. Ningún reproche por la cobarde traición. Ningún gesto de exigencia para reparar la injuria. Las apariciones significan una verdadera «amnistía» en el sentido etimológico de esta palabra: olvido total de la ofensa recibida.
Los relatos insisten en que el saludo del resucitado es siempre de paz y reconciliación: «Paz a vosotros». Y es precisamente este perdón pacificador y esta oferta de salvación los que ponen una alegría y una esperanza nuevas en la vida de los discípulos.
Vivimos en una sociedad que no es capaz de valorar debidamente el perdón. Se nos ha querido convencer de que el perdón es «la virtud de los débiles» que se resignan y se doblegan ante las injusticias porque no saben luchar y arriesgarse.
Y, sin embargo, los conflictos humanos no tienen nunca una verdadera solución, si no se introduce la dimensión del perdón.
No es posible dar pasos firmes hacia la paz, desde la violencia, el endurecimiento y la mutua destructividad, si no somos nadie capaces de introducir el perdón en la dinámica de nuestras luchas.
El perdón no es sólo la liquidación de conflictos pasados. Al mismo tiempo, despierta la esperanza y las energías en quien perdona y en aquel que es perdonado.
El perdón, cuando se da realmente y con generosidad, es, en su aparente fragilidad, más vigoroso que toda la violencia del mundo. La resurrección nos descubre a los creyentes que la paz no surge de la agresividad y la sangre sino del amor y el perdón.
Necesitamos recuperar la capacidad de perdonar y olvidar. La verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen sobre otros, sino cuando todos juntos tratamos de vencer las incomprensiones, agresividades y mutua destructividad que hemos desencadenado.
La paz no llegará a nuestro pueblo mientras unos y otros nos empeñemos obstinadamente en no olvidar el pasado. La paz no será realidad entre nosotros sin un esfuerzo amplio y generoso de mutua comprensión, acercamiento y reconciliación.
En una sociedad tan conflictiva como la nuestra, los creyentes estamos llamados a reivindicar la fuerza social y política que puede tener el perdón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
26 de abril de 1981

DEL DESENCANTO A LA PAZ

Paz a vosotros.

Pocas cosas podemos afirmar con seguridad sobre las experiencias vividas por los primeros discípulos, al encontrarse con el Resucitado. Pero, sin temor a equivocarnos, podemos decir que fue una experiencia que los llenó de paz. Así lo subrayan casi sin excepción, todas. las tradiciones conservadas entre los primeros creyentes.
Aquel grupo desconcertado de hombres y mujeres, decepcionados en lo más íntimo de sus convicciones, rotas sus esperanzas más pro. fundas, angustiados por el fracaso de su líder más querido, impotentes para dar ya un sentido a nuevos proyectos de vida, va a encontrar en Jesús una fuerza y una paz que los liberará del desencanto.
Quizás sea éste el núcleo más importante de la experiencia pascual: el encuentro con alguien vivo capaz de liberarnos del desencanto y descubrirnos el camino hacia la paz. Ese es el saludo invariable del Resucitado: «Paz a vosotros».
Desgraciadamente, vivimos en una situación en la que la palabra «paz» apenas significa otra cosa sino la ausencia de guerra o la cesación de hechos violentos de sangre. En la cultura bíblica, por el contrario, «paz» o «shalom» designa la armonía del hombre consigo mismo y con los demás, el disfrute gozoso y exultante de la vida, la convivencia en el respeto y la justicia.
Esta paz es fruto de la fidelidad radical a Dios y viene a ser turbada y destruida por los diversos ídolos a los que el hombre consciente o inconscientemente rinde su ser.
Erich Fromm en su libro «y seréis como dioses» ha hecho un lúcido psicoanálisis de la sociedad humana y nos ha vuelto a recordar que es la actitud idolátrica del hombre la que pone en peligro la paz de la humanidad.
Los ídolos modernos no estén hechos de arcilla o madera. Llevan nombres como consumo, producción, placer, progreso, dinero, confort, sexo, bienestar. Pero someten al hombre, lo esclavizan y le impiden vivir en paz consigo mismo y con los demás.
Y es que el hombre transfiere en el ídolo respectivo sus ansias de posesión, poder, fama, seguridad. Nos engañamos buscando una paz social, si no luchamos por liberarnos individual y colectivamente de tanto ídolo esclavizador. Nos engañamos buscando sólo más «libertades» reguladas por la ley si no somos capaces de lograr una mayor libertad interior.
La paz no llegaré nunca sólo con un «alto al fuego», ni será mero fruto de esfuerzos políticos ni policiales. La paz la van construyendo aquellos hombres y mujeres que, sin dejarse dominar por el ansia de posesión, poder, dinero..., se esfuerzan por crear una convivencia más justa y fraterna.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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