El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
2º Domingo de Pascua (A)
EVANGELIO
A los ocho días, llegó Jesús.
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Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31
Al anochecer de
aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
-«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto,
les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor. Jesús repitió:
-«Paz a vosotros.
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto,
exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-«Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los
Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros
discípulos le decían:
-«Hemos visto al
Señor.»
Pero él les
contestó:
-«Si no veo en sus
manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y
no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días,
estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando
cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-«Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás:
-«Trae tu dedo,
aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás:
-¡Señor Mío y Dios
mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has
visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros
signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Estos se han escrito para que creas que Jesús es el Mesías, el Hijo
de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
23 de abril de 2017
JESÚS
SALVARÁ A LA IGLESIA
Aterrados por la ejecución de
Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están
reunidos, pero no está con ellos Jesús. En al comunidad hay un vacío que nadie
puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin
él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.
Dentro de la casa, están “con las
puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí
misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a
anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es
posible acercarse al sufrimiento de las gentes.
Los discípulos están llenos de
“miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva.
Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el
mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.
De pronto, Jesús resucitado toma
la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone
en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo
pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la
alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar
pronto a la apertura de la misión.
Jesús les habla poniendo en
aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de
anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos
de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.
Jesús conoce la fragilidad de sus
discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan
la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un
gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos.
Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
Solo Jesús salvará a la Iglesia.
Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas
aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos
ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han
desviado de él.
Lo que se nos pide es reavivar
mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos
para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y
concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está
diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
27 de abril de 2014
JESÚS
SALVARÁ A LA IGLESIA
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
1 de Mayo de 2011
NUEVO
INICIO
Aterrados por la ejecución de
Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están
reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que
nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de
fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién
seguirán ahora?
Está anocheciendo en Jerusalén y
también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el
miedo se va apoderando de todos, pero no le tienen a Jesús para que fortalezca
su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los
caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a
contagiar su Buena Noticia?.
El evangelista Juan describe de
manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando
Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de
nuevo en el centro de su comunidad de seguidores. Así ha de ser para siempre.
Con él todo es posible: liberarse del miedo, abrir las puertas y poner en
marcha la evangelización.
Según el relato, lo primero que
infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado,
ninguna queja ni reprobación. Sólo paz y alegría. Los discípulos sienten su
aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán
colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre
encomendó a Jesús.
Lo que necesita hoy la Iglesia no
es sólo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar
en nuestras comunidades un "nuevo inicio" a partir de la presencia
viva de Jesús en medio de nosotros. Sólo él ha de ocupar el centro de la
Iglesia. Sólo él puede impulsar la comunión. Sólo él puede renovar nuestros
corazones.
No bastan nuestros esfuerzos y
trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la
liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto
necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el Evangelio con
los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Pero hemos de aprender a acoger
con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a
los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No
es sólo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado.
También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos
que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
30 de marzo de 2008
NO
OCULTAR AL RESUCITADO
Se
llenaron de alegría al ver al Señor.
María de Magdala ha comunicado a
los discípulos su experiencia y les ha anunciado que Jesús vive, pero ellos
siguen encerrados en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los
judíos. El anuncio de la resurrección no disipa sus miedos. No tiene fuerza
para despertar su alegría.
El evangelista evoca en pocas
palabras su desamparo en medio de un ambiente hostil. Va a «anochecer». Su
miedo los lleva a cerrar bien todas las puertas. Sólo buscan seguridad. Es su
única preocupación. Nadie piensa en la misión recibida de Jesús.
No basta saber que el Señor ha resucitado.
No es suficiente escuchar el mensaje pascual. A aquellos discípulos les falta
lo más importante: la experiencia de sentirle a Jesús vivo en medio de ellos.
Sólo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de
vida, de alegría y de paz para los creyentes.
Los discípulos «se llenan de
alegría al ver al Señor». Siempre es así. En una comunidad cristiana se
despierta la alegría, cuando allí, en medio de todos, es posible «ver» a Jesús
vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la
fe, ni conocerán la paz que sólo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el
centro de nuestros encuentros, reuniones y asambleas, sin que nadie lo oculte.
A veces somos nosotros mismos
quienes lo hacemos desaparecer. Nos reunimos en su nombre, pero Jesús está
ausente de nuestro corazón. Nos damos la paz del Señor, pero todo queda
reducido a un saludo entre nosotros. Se lee el evangelio y decimos que es
«Palabra del Señor», pero a veces sólo escuchamos lo que dice el predicador.
En la Iglesia siempre estamos
hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Jesús es
predicado, enseñado y celebrado constantemente, pero en el corazón de no pocos
cristianos hay un vacío: Jesús está como ausente, ocultado por tradiciones,
costumbres y rutinas que lo dejan en segundo plano.
Tal vez, nuestra primera tarea
sea hoy «centrar» nuestras comunidades en Jesucristo, conocido, vivido, amado y
seguido con pasión. Es lo mejor que tenemos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
3 de abril de 2005
ALIENTO
NUEVO
Exhaló su
aliento sobre ellos.
Nadie sabe cómo ocurrió. Los
primeros discípulos sólo nos dicen que, a partir de su resurrección, las cosas
no volvieron a ser como antes. Experimentaban a Jesús de otra manera. Su
presencia no era como en Galilea, pero era igualmente real y transformadora. Su
vida también se transformó. En adelante vivirían de su Espíritu.
Lo primero que el resucitado les
transmitía era una paz nueva e inconfundible. Una paz que curó su miedo y lo
transformó en alegría. Tal vez, es lo primero que necesitamos en la Iglesia.
Una paz que nos libere de los miedos que nos paralizan. Una paz que no la vamos
a encontrar buscando poder y seguridad sino acogiendo el Espíritu de Jesús.
El resucitado los sacó, además,
de su actitud cobarde, su desencanto y desesperanza. Sus seguidores no podían
permanecer recluidos en su «cenáculo» a la defensiva de sus posibles
adversarios. Ni entonces ni hoy. Una Iglesia encerrada en sus propios
problemas, sin otro horizonte que los posibles riesgos y peligros, no es una
Iglesia impulsada por el Espíritu de Jesús.
El resucitado los arrancó del
pasado y los puso mirando al futuro. No había que seguir «soñando» en Galilea.
Era el momento de introducir una esperanza nueva en el mundo y de encender en
los corazones el fuego que Jesús quería ver ardiendo. No se puede acoger el
Espíritu del resucitado con la mirada puesta en el pasado. El evangelio de
Jesús nos pone siempre mirando al futuro.
El resucitado movilizó a los
primeros creyentes y los puso en marcha hacia la misión evangelizadora. Con el
resucitado presente en medio de la comunidad no es posible la pasividad, la
rutina tranquila, la comodidad de la inercia. Donde está vivo el Espíritu del
resucitado se despierta la creatividad y se abren caminos siempre nuevos de
evangelización.
Comunidades cristianas faltas de
alegría, excesivamente replegadas sobre sí mismas, con las «puertas cerradas» y sin apenas
horizonte, ¿no necesitamos, antes que nada, el aliento, la alegría y la paz del
resucitado? ¿No será esto lo primero que hemos de cuidar?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
7 de abril de 2002
ALIENTO
NUEVO
Exhaló su
aliento sobre ellos.
Nadie sabe cómo ocurrió. Los
primeros discípulos sólo nos dicen que, a partir de su resurrección, las cosas
no volvieron a ser como antes. Experimentaban a Jesús de otra manera. Su
presencia no era como en Galilea, pero era igualmente real y transformadora. Su
vida también se transformó. En adelante vivirían de su Espíritu.
Lo primero que el Resucitado les
transmitía era una paz nueva e inconfundible. Una paz que curó su miedo y lo
transformó en alegría. Tal vez, es lo primero que necesitamos en la Iglesia.
Una paz que nos libere de los miedos que nos paralizan. Una paz que no la vamos
a encontrar buscando poder y seguridad sino acogiendo el espíritu de Jesús.
El Resucitado los sacó, además,
de su actitud cobarde, su desencanto y desesperanza. Sus seguidores no podían
permanecer recluidos en su «cenáculo» a la defensiva de sus posibles
adversarios. Ni entonces ni hoy. Una Iglesia encerrada en sus propios
problemas, sin otro horizonte que los posibles riesgos y peligros, no es una
Iglesia impulsada por el espíritu de Jesús.
El Resucitado los arrancó del
pasado y los puso mirando al futuro. No había que seguir «soñando» en Galilea.
Era I momento de introducir una esperanza nueva en el mundo y di encender en
los corazones el fuego que Jesús quería ver ardiendo. No se puede acoger el
espíritu del Resucitado con I mirada puesta en el pasado. El evangelio de Jesús
nos pone siempre mirando al futuro.
El Resucitado movilizó a los
primeros creyentes y los puso en marcha hacia la misión evangelizadora. Con el
Resucitado presente en medio de la comunidad no es posible la pasividad, la
rutina tranquila, la comodidad de la inercia. Donde está VIVO el espíritu del
Resucitado se despierta la creatividad y se abren caminos siempre nuevos de
evangelización.
Comunidades cristianas faltas de
alegría, excesivamente replegadas sobre sí mismas, con las «puertas cerradas» y
sin apenas horizonte, ¿no necesitamos, antes que nada, el aliento, la alegría y
la paz del Resucitado? ¿No será esto lo primero que hemos de cuidar?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
11 de abril de 1999
¿SERÁ
VERDAD?
No seas
incrédulo, sino creyente.
Pocos meses antes de morir, J. P Sartre hacía esta confesión en una
entrevista concedida al diario Le Monde: «Ante
ese amasijo miserable que forma nuestro planeta, vuelve a atormentarme la
desesperación; es la idea de que todo se acabará, de que sólo existen fines
particulares por los que luchar... no hay un objetivo humano..., no hay más que
desorden.»
Estas palabras no recogen sólo el
testamento pesimista del célebre filósofo francés. Expresan bien la sensación
de no pocos hombres y mujeres de nuestros días. Yo mismo las he escuchado en
conversaciones confidenciales: «No sé si hay Dios o no, pero tengo la sensación
de que todo se acaba con la muerte. Es una pena. Quisiera creer otra cosa, pero
no puedo. No sé quién me podrá convencer de lo contrario.»
Qué fácil es comprender este
género de confesiones. Todos llevamos muy dentro el deseo de una vida eterna;
el mismo Sartre se resistía a morir sin esperanza: «Me resisto con toda justicia y sé que moriré con alguna esperanza que,
sin embargo, sería preciso fundamentar.» Todos querríamos, tras la muerte,
volver a ver a nuestros seres queridos, conocer una vida nueva y dichosa, ser
felices para siempre. Pero está la muerte con su oscuridad y su misterio
cerrándonos el paso a cualquier ilusión ingenua.
Tal vez por esto mismo, no es una
insensatez interesamos por lo que se dice de Cristo. Hay algo que no se puede
negar: nunca, en ningún lugar, y de nadie se ha afirmado algo parecido a lo que
la fe cristiana se atreve a confesar de Cristo cuando dice que «ha sido resucitado de entre los muertos».
¿Está aquí el secreto último de la vida?
Hoy todo sigue mezclado y
confuso: vida y muerte, sentido y sinsentido, justicia e injusticia; todo
aparece en desorden y a medias; dentro de nosotros mismos luchan entre sí el
deseo de vida eterna y la desesperanza. ¿Será verdad que no todo acaba con la
muerte?, ¿será cierto que al final está Dios rescatando al ser humano para una
vida nueva y feliz? Desde Cristo resucitado nos llega una invitación humilde.
Las palabras de Jesús a Tomás están dirigidas también a nosotros: «No seas incrédulo, sino creyente.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
14 de abril de 1996
ESCUCHAR
LA INVITACIÓN
No seas
incrédulo, sino creyente.
El relato evangélico es breve y
conciso. Jesús resucitado se dirige a Tomás con unas palabras que tienen mucho
de invitación amorosa, pero también de llamada apremiante. «No seas incrédulo, sino creyente.» Tomás
responde con la confesión de fe más solemne de todo el Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío.»
¿Qué recorrido interior ha hecho
este hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Cómo se camina desde la
resistencia y la duda hasta la confianza? La pregunta no es superflua, pues,
más tarde o más temprano, de forma totalmente inesperada o como fruto de un
proceso interior, todos podemos escuchar más o menos claramente la misma
invitación: «No seas incrédulo, sino
creyente. »
Tal vez la primera condición para
escucharla es percibirse amado por Dios, cualquiera que sea mi postura o
trayectoria religiosa. «Soy amado», ésta es la verdad más profunda de mi
existencia. Soy amado por Dios tal como soy, con mis deseos inconfesables, mi
inseguridad y mis miedos. Soy aceptado por Dios con amor eterno. Dios me ama
desde siempre y para siempre, por encima de lo que otros puedan ver en mí.
Se puede dar un paso más. «Soy
bendecido por Dios.» Él no me maldice nunca, ni siquiera cuando yo mismo me condeno.
Más de una vez escucharé en mi interior voces que me llaman perverso, mediocre,
inútil o hipócrita. Para Dios soy algo valioso y muy querido. Puedo confiar en
él a pesar de todo.
En Dios encuentro a alguien en el
que mi ser puede sentirse a salvo en medio de tanta oscuridad, maledicencia y
acusaciones. Puedo confiar en él sin miedo, con agradecimiento. Por lo general,
la gratitud hacia Dios se despierta al mismo tiempo que la fe. No se puede
volver a Dios sino con un sentido hondo de gratitud.
Me he preguntado muchas veces por
qué unos «deciden» ser agradecidos, generosos y confiados, y por qué otros se
inclinan a ser amargados, egoístas y recelosos. No lo sé. En cualquier caso,
estoy convencido de que nuestra vida no está predeterminada o totalmente
marcada de antemano. Siempre hay rendijas por las que se nos cuela la
invitación a creer y confiar.
Cada uno podemos hacernos las
preguntas decisivas: ¿Por qué no creo?, ¿por qué no confío?, ¿qué es lo que en
el fondo estoy rechazando? No se me debería pasar la vida sin enfrentarme con
sinceridad a mí mismo: ¿Cuándo soy más humano y realista, cuando pretendo
salvarme a mí mismo o cuando le invoco con fe: «Señor mío y Dios mío»?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
18 de abril de 1993
¿POR QUE
NO LA REENCARNACION?
Dichosos
los que crean sin haber visto.
Al parecer, se va extendiendo en
Occidente la seducción por la creencia en la «reencarnación». Basta ojear
estudios sociológicos para comprobar que son cada vez más los que se sienten
atraídos por ella. ¿Por qué se va a jugar todo a una carta? ¿No sería más
razonable contar con una segunda oportunidad o con todas las que haga falta,
para irnos purificando a través de vidas sucesivas hasta alcanzar la salvación?
A decir verdad, es difícil
encontrar entre nosotros la concepción original de la «reencarnación» en su
pureza hindú, budista o jainita. Se trata más bien de versiones indefinidas y
hasta desfiguradas a veces por otras corrientes esotéricas (influencia de los
muertos en nuestra vida, etc.). En algún programa reciente de TV se pretendía,
incluso, probar «científicamente» la reencarnación, en la línea de los doctores
Stevenson y Noworocki.
Lo paradójico es encontrarse con
personas que piensan que «resurrección» y «reencarnación» son creencias
prácticamente equivalentes o que la «reencarnación» puede ser, incluso, una
complementación de la fe cristiana en la «resurrección». Esta podría muy bien
producirse después de una serie de «reencarnaciones » sucesivas.
El respeto a la verdad exige, sin
embargo, recordar algunos puntos de profundo desacuerdo para evitar
malentendidos nefastos para todos.
Desde una perspectiva cristiana,
la vida está regida por el amor de Dios que busca el bien de cada persona. Los
individuos no están abandonados a su propio destino, de reencarnación en
reencarnación, dentro de un proceso mecánico dirigido por la ley inflexible del
«karma».
Precisamente por esto, la
resurrección es fruto del amor infinito de Dios que perdona nuestros pecados y
nos salva a cada uno del poder de la muerte, y no resultado de una purificación
impersonal donde todo se decide por la ley de la compensación del mal por el
bien, con ausencia absoluta del amor de Dios.
Por otra parte, según la fe
cristiana, cada persona tiene un valor único y original. Nunca será sacrificada
al Todo divino. Por eso está llamada a resucitar con su propio cuerpo para
entrar en un diálogo personal de amor eterno con Dios, su Padre. Desde la
perspectiva reencarnacionista, por el contrario, lo importante es «la eterna
génesis del Absoluto», mientras los individuos van circulando en una sucesión
indefinida de nacimientos y muertes, donde cada cuerpo es sólo un «soporte
provisional» y donde la salvación se realiza, en definitiva, por la fusión de
los seres con el Todo.
En el fondo, está en juego la
concepción de Dios y de su presencia de amor en el mundo. Mientras el
cristiano, apoyado en Cristo resucitado, muere abandonándose al amor infinito
de Dios, el reencarnacionista muere abandonándose a las fuerzas misteriosas de
la existencia, regidas por la mecánica del «karma».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
22 de abril de 1990
PASCUA
SIGNIFICA «PASO»
Se llenaron de alegría.
Pascua es una palabra de origen
semita que proviene del arameo «pasha» (en hebreo «pesah»). Su
significado original es discutido. Probablemente significa «paso», «tránsito» y
con este sentido es empleada en diversos escritos judíos.
En cualquier caso, las primeras
generaciones cristianas han entendido la Pascua como «el paso» de Cristo de la
muerte a la vida, que nos invita también a nosotros a «pasar» de una vida vieja
y gastada a una vida renovada.
Por eso, Pascua no es sólo una
fiesta que se celebra de manera litúrgica. La resurrección de Cristo se celebra,
sobre todo, en nosotros mismos, resucitando a una vida nueva. Para los primeros
cristianos, la resurrección de Cristo encierra una energía capaz de transformar
la existencia llenándola de nueva vitalidad.
Los relatos evangélicos insisten
precisamente en esa transformación que se produce al encontrarse con el
Resucitado. Esos hombres encerrados en su casa después de la muerte del
Maestro, pasan de la angustia a la paz, del miedo a la alegría, de la cobardía
al anuncio valiente del evangelio.
¿Hacia dónde hemos de cambiar
nosotros? ¿Cuál es el «paso» que hemos de dar? ¿En qué dirección se ha de
operar «el cambio pascual» en nuestras vidas?
A algunos se nos pide, tal vez,
pasar de una vida superficial y dispersa a una existencia más auténtica y
unificada; de una actitud pasiva o convencional a una postura más creativa y
espontánea.
Quizás Pascua ha de ser para
otros el paso de ese hombre agresivo y resentido que hay en nosotros a otro más
acogedor y amoroso; de ese hombre intransigente y conflictivo a otro más
tolerante y pacificador.
Para alguno, Pascua puede ser una
llamada a dar un paso en esta dirección: de receloso y solitario a confiado y
amistoso; de acaparador e individualista a generoso y solidario; de invasor y
antipático a respetuoso y amable.
Para otro, Pascua será tal vez
una invitación a renovar su vida pasando del hombre apático y aburrido al ser
sensible y festivo; del triste y crispado al sereno y alegre; del pesimista y
amargado al esperanzado.
Probablemente, a todos se nos
pide renovar nuestra actitud ante Dios. Pasar del miedo a la confianza, de la
huida a la entrega, de la arrogancia a la humildad, del olvido a la oración, de
la increencia a la fe.
Pascua significa «pasar» de la
muerte a la vida. Celebrar la Pascua es vivir en nosotros un proceso de
renovación personal.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
16 de abril de 1987
LA
ALEGRIA DE PODER CAMBIAR
La paz
con vosotros.
Con frecuencia olvidamos que el
encuentro de los discípulos con el resucitado ha sido fundamentalmente “una
experiencia de perdón».
Aquellos hombres son conscientes
de su infidelidad al Maestro. Lo han abandonado en el momento decisivo. Por
eso, la tristeza que los invade no es sólo el dolor de haber perdido al amigo
cercano y querido, sino la tristeza del que se siente culpable. Esa tristeza
que tan bien conocemos todos los hombres.
Los relatos subrayan una y otra
vez el saludo repetido del resucitado: La paz con vosotros». Los discípulos se
sienten perdonados y readmitidos de nuevo a la amistad y la comunión con Jesús.
Este es el núcleo de su experiencia pascual.
Se vuelven a encontrar con Jesús
como “una nueva posibilidad de vida” (E.
Schillebeeckx). El resucitado les ofrece la posibilidad de iniciar un nuevo
modo de vivir y de ser. Pueden cambiar y volver al seguimiento de Jesús.
Todo parece indicar que cada vez
nos atrevemos menos a recordar nuestra propia culpabilidad para no generar en
nosotros sentimientos de angustia o frustración.
Preferimos vivir de manera más irresponsable,
culpabilizando siempre a los demás, atribuyendo todos nuestros males a una
sociedad mal organizada y, en cualquier caso, quitando importancia a nuestros
propios errores e injusticias.
Pero, los hombres no dejamos de
ser responsables porque hagamos desaparecer de nuestra conciencia el sentido de
culpabilidad. Lo que necesitamos es asumir responsablemente lo que hemos hecho
de nuestra vida y de nosotros mismos, sentirnos de nuevo reconciliados y saber
que «siempre podemos cambiar».
El solemne pregón pascual que la
Iglesia proclama gozosamente la Noche de Pascua canta así: «Esta noche santa
ahuyenta los pecados, devuelve la inocencia a los caídos, da alegría a los
tristes, expulsa el odio, trae la concordia».
Cuántos hombres y mujeres que
viven secretamente en el fondo de su corazón la tristeza de la propia culpa
recuperarían la alegría si supieran encontrarse con Cristo resucitado.
Ese Cristo que nos entiende en
nuestra debilidad y malicia, que nos acoge en nuestra injusticia y nos perdona
y restituye a nuestro ser más auténtico. El Cristo resucitado que vive y hace
vivir a todo el que se acerca confiadamente a él.
Para muchos la experiencia
pascual puede consistir en escuchar de Cristo estas palabras: «La paz contigo.
Estás perdonado. Puedes iniciar una vida nueva».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
29 de abril de 1984
LA
AMNISTIA DEL RESUCITADO
La paz
con vosotros.
Ha sido E. Schillebeeckx quien nos ha recordado recientemente que el
encuentro con el resucitado ha sido una «experiencia
de perdón». Los discípulos han experimentado al resucitado como alguien que
los perdona y les ofrece paz y salvación.
Ninguna alusión al abandono de
los suyos. Ningún reproche por la cobarde traición. Ningún gesto de exigencia
para reparar la injuria. Las apariciones significan una verdadera «amnistía» en
el sentido etimológico de esta palabra: olvido total de la ofensa recibida.
Los relatos insisten en que el
saludo del resucitado es siempre de paz y reconciliación: «Paz a vosotros». Y es precisamente este perdón pacificador y esta
oferta de salvación los que ponen una alegría y una esperanza nuevas en la vida
de los discípulos.
Vivimos en una sociedad que no es
capaz de valorar debidamente el perdón. Se nos ha querido convencer de que el
perdón es «la virtud de los débiles» que se resignan y se doblegan ante las
injusticias porque no saben luchar y arriesgarse.
Y, sin embargo, los conflictos
humanos no tienen nunca una verdadera solución, si no se introduce la dimensión
del perdón.
No es posible dar pasos firmes
hacia la paz, desde la violencia, el endurecimiento y la mutua destructividad,
si no somos nadie capaces de introducir el perdón en la dinámica de nuestras
luchas.
El perdón no es sólo la
liquidación de conflictos pasados. Al mismo tiempo, despierta la esperanza y
las energías en quien perdona y en aquel que es perdonado.
El perdón, cuando se da realmente
y con generosidad, es, en su aparente fragilidad, más vigoroso que toda la
violencia del mundo. La resurrección nos descubre a los creyentes que la paz no
surge de la agresividad y la sangre sino del amor y el perdón.
Necesitamos recuperar la
capacidad de perdonar y olvidar. La verdadera paz no se logra cuando unos
hombres vencen sobre otros, sino cuando todos juntos tratamos de vencer las
incomprensiones, agresividades y mutua destructividad que hemos desencadenado.
La paz no llegará a nuestro
pueblo mientras unos y otros nos empeñemos obstinadamente en no olvidar el
pasado. La paz no será realidad entre nosotros sin un esfuerzo amplio y
generoso de mutua comprensión, acercamiento y reconciliación.
En una sociedad tan conflictiva
como la nuestra, los creyentes estamos llamados a reivindicar la fuerza social
y política que puede tener el perdón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
26 de abril de 1981
DEL
DESENCANTO A LA PAZ
Paz a
vosotros.
Pocas cosas podemos afirmar con
seguridad sobre las experiencias vividas por los primeros discípulos, al
encontrarse con el Resucitado. Pero, sin temor a equivocarnos, podemos decir
que fue una experiencia que los llenó de paz. Así lo subrayan casi sin
excepción, todas. las tradiciones conservadas entre los primeros creyentes.
Aquel grupo desconcertado de
hombres y mujeres, decepcionados en lo más íntimo de sus convicciones, rotas
sus esperanzas más pro. fundas, angustiados por el fracaso de su líder más
querido, impotentes para dar ya un sentido a nuevos proyectos de vida, va a
encontrar en Jesús una fuerza y una paz que los liberará del desencanto.
Quizás sea éste el núcleo más
importante de la experiencia pascual: el encuentro con alguien vivo capaz de
liberarnos del desencanto y descubrirnos el camino hacia la paz. Ese es el
saludo invariable del Resucitado: «Paz a
vosotros».
Desgraciadamente, vivimos en una
situación en la que la palabra «paz» apenas significa otra cosa sino la
ausencia de guerra o la cesación de hechos violentos de sangre. En la cultura
bíblica, por el contrario, «paz» o «shalom» designa la armonía del hombre
consigo mismo y con los demás, el disfrute gozoso y exultante de la vida, la
convivencia en el respeto y la justicia.
Esta paz es fruto de la fidelidad
radical a Dios y viene a ser turbada y destruida por los diversos ídolos a los
que el hombre consciente o inconscientemente rinde su ser.
Erich
Fromm en su libro «y seréis como dioses» ha hecho un lúcido
psicoanálisis de la sociedad humana y nos ha vuelto a recordar que es la actitud idolátrica del hombre la que
pone en peligro la paz de la humanidad.
Los ídolos modernos no estén
hechos de arcilla o madera. Llevan nombres como consumo, producción, placer,
progreso, dinero, confort, sexo, bienestar. Pero someten al hombre, lo
esclavizan y le impiden vivir en paz consigo mismo y con los demás.
Y es que el hombre transfiere en el
ídolo respectivo sus ansias de posesión, poder, fama, seguridad. Nos engañamos
buscando una paz social, si no luchamos por liberarnos individual y
colectivamente de tanto ídolo esclavizador. Nos engañamos buscando sólo más
«libertades» reguladas por la ley si no somos capaces de lograr una mayor
libertad interior.
La paz no llegaré nunca sólo con
un «alto al fuego», ni será mero fruto de esfuerzos políticos ni policiales. La
paz la van construyendo aquellos hombres y mujeres que, sin dejarse dominar por
el ansia de posesión, poder, dinero..., se esfuerzan por crear una convivencia
más justa y fraterna.
José Antonio Pagola
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