El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
3º domingo de Cuaresma (A)
EVANGELIO
Un
surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
+
Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de
Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí
estaba el manantial de Jacob.
Jesús, cansado del camino, estaba allí
sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y
Jesús le dice:
-«Dame de beber.»
Sus discípulos se habían ido al pueblo a
comprar comida.
La samaritana le dice:
-«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a
mí, que soy samaritana? »
Porque los judíos no se tratan con los
samaritanos.
Jesús le contestó:
-«Si conocieras el don de Dios y quién es el
que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice:
-«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es
hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que
nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó:
-«El que bebe de esta agua vuelve a tener
sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la
vida eterna.»
La mujer le dice:
-«Señor, dame esa agua: así no tendré más
sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.»
Él le dice:
-«Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La mujer le contesta:
-«No tengo marido.»
Jesús le dice:
-«Tienes razón, que no tienes marido: has
tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dice:
-«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros
padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe
dar culto está en Jerusalén.»
Jesús le dice:
-«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni
en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno
que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación
viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que
los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad,
porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan
culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice:
-«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo;
cuando venga, él nos lo dirá todo. »
Jesús le dice:
-«Soy yo, el que habla contigo.»
En esto llegaron sus discípulos y se
extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo:
«¿Qué le preguntas o de qué le hablas?»
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al
pueblo y dijo a la gente:
-«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo
lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?»
Salieron del pueblo y se pusieron en camino
adonde estaba él.
Mientras tanto sus discípulos le insistían:
-«Maestro, come.»
Él les dijo:
-«Yo tengo por comida un alimento que
vosotros no conocéis.»
Los discípulos comentaban entre ellos:
-«¿Le habrá traído alguien de comer?»
Jesús les dice:
-«Mi alimento es hacer la voluntad del que me
envió y llevar a término su obra.
¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro
meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los
campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo
salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo
sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro
siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros
recogéis el fruto de sus sudores.»
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron
en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he
hecho.»
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos,
le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron
muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
-«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros
mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
19 de marzo de 2017
A GUSTO
CON DIOS
La escena es cautivadora. Cansado
del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob. Pronto llega una mujer
a sacar agua. Pertenece a un pueblo semipagano, despreciado por los judíos. Con
toda espontaneidad, Jesús inicia el diálogo. No sabe mirar a nadie con
desprecio, sino con ternura grande. “Mujer, dame de beber”.
La mujer queda sorprendida. ¿Cómo
se atreve a entrar en contacto con una samaritana? ¿cómo se rebaja a hablar con
una mujer desconocida?. Las palabras de Jesús la sorprenderán todavía más: “Si
conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y
él te daría del agua de la vida”.
Son muchas las personas que, a lo
largo de estos años, se han ido alejando de Dios, sin apenas advertir lo que
realmente estaba ocurriendo en su interior. Hoy Dios les resulta un “ser
extraño”. Todo lo que está relacionado con él, les parece vacío y sin sentido:
un mundo infantil, cada vez más lejano.
Los entiendo. Sé lo que pueden
sentir. También yo me he ido alejando poco a poco de aquel “Dios de mi
infancia” que despertaba dentro de mí tantos miedos desazón y malestar.
Probablemente, sin Jesús nunca me hubiera encontrado con un Dios que hoy es
para mí un Misterio de bondad: una presencia amistosa y acogedora en quien
puedo confiar siempre.
Nunca me ha atraído la tarea de
verificar mi fe con pruebas científicas: creo que es un error tratar el
misterio de Dios como si fuera un objeto de laboratorio. Tampoco los dogmas
religiosos me han ayudado a encontrarme con Dios. Sencillamente me he dejado
conducir por una confianza en Jesús que ha ido creciendo con los años.
No sabría decir exactamente cómo
se sostiene hoy mi fe en medio de una crisis religiosa que me sacude también a
mí como a todos. Solo diría que Jesús me ha traído a vivir la fe en Dios de
manera sencilla desde el fondo de mi ser. Si yo escucho, Dios no se calla. Si
yo me abro, él no se encierra. Si yo me confío, él me acoge. Si yo me entrego,
él me sostiene. Si yo me hundo, él me levanta.
Creo que la experiencia primera y
más importante es encontrarnos a gusto con Dios porque lo percibimos como una
“presencia salvadora”. Cuando una persona sabe lo que es vivir a gusto con Dios
porque, a pesar de nuestra mediocridad, nuestros errores y egoísmos, él nos
acoge tal como somos, y nos impulsa a enfrentarnos a la vida con paz, difícilmente
abandonará la fe. Muchas personas están hoy abandonando a Dios antes de haberlo
conocido. Si conocieran la experiencia de Dios que Jesús contagia, lo
buscarían.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 –
23 de marzo de 2014
A GUSTO
CON DIOS
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 - JESÚS ES PARA
TODOS
27 de marzo de 2011
Cansado del camino, Jesús se
sienta junto al manantial de Jacob, en las cercanías de la aldea de Sicar. Pronto
llega una mujer samaritana a apagar su sed. Espontáneamente, Jesús comienza a
hablar con ella de lo que lleva en su corazón.
En un
momento de la conversación, la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a
judíos y samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los
samaritanos suben al monte Garizim cuya cumbre se divisa desde el pozo de
Jacob. ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué
piensa el profeta de Galilea?
Jesús comienza por aclarar que el
verdadero culto no depende de un lugar determinado, por muy venerable que pueda
ser. El Padre del cielo no está atado a ningún lugar, no es propiedad de
ninguna religión. No pertenece a ningún pueblo concreto.
No lo hemos de olvidar. Para
encontrarnos con Dios, no es necesario ir a Roma o peregrinar a Jerusalén. No
hace falta entrar en una capilla o visitar una catedral. Desde la cárcel más
secreta, desde la sala de cuidados intensivos de un hospital, desde cualquier
cocina o lugar de trabajo podemos elevar nuestro corazón hacia Dios.
Jesús no habla a la samaritana de
«adorar a Dios». Su lenguaje es nuevo. Hasta por tres veces le habla de «adorar
al Padre». Por eso, no es necesario subir a una montaña para acercarnos un poco
a un Dios lejano, desentendido de nuestros problemas, indiferente a nuestros
sufrimientos. El verdadero culto empieza por reconocer a Dios como Padre
querido que nos acompaña de cerca a lo largo de nuestra vida.
Jesús le dice algo más. El Padre
está buscando «verdaderos adoradores». No está esperando de sus hijos grandes
ceremonias, celebraciones solemnes, inciensos y procesiones. Lo que desea es
corazones sencillos que le adoren «en espíritu y en verdad».
«Adorar al Padre en espíritu» es
seguir los pasos de Jesús y dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre
que lo envía siempre hacia los últimos. Aprender a ser compasivos como es el
Padre. Lo dice Jesús de manera clara: «Dios es espíritu, y quienes le adoran
deben hacerlo en espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento vivificador...,
y quienes lo adoran deben parecerse a él.
«Adorar al Padre en verdad» es
vivir en la verdad. Volver una y otra vez a la verdad del Evangelio. Ser fieles
a la verdad de Jesús sin encerrarnos en nuestras propias mentiras. Después de
veinte siglos de cristianismo, ¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios?
¿Somos los verdaderos adoradores que busca el Padre?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
24 de febrero de 2008
DIÁLOGO
MÁS HUMANO
Junto al
manantial de Jacob.
La escena es cautivadora. Llega
Jesús a la pequeña aldea de Sicar. Está «cansado del camino». Su vida es un
continuo caminar y recorrer los pueblos anunciando ese mundo mejor que Dios
quiere para todos. Necesita descansar y se queda «sentado junto al manantial de
Jacob».
Pronto llega una mujer
desconocida y sin nombre. Es samaritana y viene a apagar su sed en el pozo del
manantial. Con toda espontaneidad Jesús inicia el diálogo: «Dame de beber».
¿Cómo se atreve a entrar en
contacto con alguien que pertenece a un pueblo impuro y despreciable como el
samaritano? ¿Cómo se rebaja a pedir agua a una mujer desconocida? Aquello va
contra todo lo imaginable en Israel. Jesús se presenta como un ser necesitado.
Necesita beber y busca ayuda y acogida en el corazón de aquella mujer. Hay un
lenguaje que entendemos todos porque todos sabemos algo de cansancio, soledad,
sed de felicidad, miedo, tristeza o enfermedad grave.
Las necesidades básicas nos unen
y nos invitan a ayudarnos, dejando a un lado nuestras diferencias. La mujer se
sorprende porque Jesús no habla con la superioridad propia de los judíos frente
a los samaritanos, ni con la arrogancia de los varones hacia las mujeres.
Entre Jesús y la mujer se ha
creado un clima nuevo, más humano y real. Jesús le expresa su deseo íntimo: «Si conocieras el don de Dios», si
supieras que Dios es un regalo, que se ofrece a todos como amor salvador...
Pero la mujer no conoce nada gratuito. El agua la tiene que extraer del pozo
con esfuerzo. El amor de sus maridos se ha ido apagando, uno después de otro.
Cuando oye hablar a Jesús de un
«agua» que calma la sed para siempre, de un «manantial» interior, que «salta»
con fuerza dando fecundidad y vida eterna, en la mujer se despierta el anhelo
de vida plena que nos habita a todos: «Señor
dame de beber».
De Dios se puede hablar con
cualquiera si nos miramos como seres necesitados, si compartimos nuestra sed de
felicidad superando nuestras diferencias, si profetas y dirigentes religiosos
piden de beber a las mujeres, si descubrimos entre todos que Dios es Amor y
sólo Amor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
27 de febrero de 2005
ALGO NO
VA BIEN
Si
conocieras el don de Dios.
La escena ha sido recreada por el
evangelista Juan, pero nos permite conocer cómo era Jesús. Un profeta que sabía
dialogar a solas y amistosamente con una mujer samaritana, perteneciente a un
pueblo impuro, odiado por los judíos. Un hombre que sabía escuchar el
sufrimiento y restaurar la vida de las personas.
Junto al pozo de Sicar, ambos
hablan de la vida. La mujer convive con un hombre que no es su marido. Jesús lo
sabe, pero no se indigna ni la recrimina. Le habla de Dios y le explica que es
un «regalo»: «Si conocieras el don de
Dios, todo cambiaría, incluso tu sed insaciable de vida». En el corazón de
la mujer se despertará pronto una pregunta: «Será
éste el Mesías?».
Algo no va bien en nuestra
Iglesia si las personas más solas y maltratadas no se sienten escuchadas y
acogidas por los que decimos seguir a Jesús. ¿Cómo vamos a introducir en el
mundo su evangelio sin «sentarnos» a escuchar el sufrimiento, la desesperanza y
la soledad de tantos y tantas?
Algo no va bien en nuestra
Iglesia si la gente nos ve casi siempre a los eclesiásticos como representantes
de la ley y la moral, y no como profetas de la misericordia de Dios. ¿Cómo van
a «adivinar» en nosotros a aquel Jesús que atraía a las personas hacia la
voluntad del Padre revelándoles su amor compasivo?
Algo no va bien en nuestra
Iglesia cuando la gente, perdida en una oscura crisis de fe, pregunta por Dios,
y nosotros le hablamos del control de natalidad, el divorcio, los preservativos
o las relaciones prematrimoniales. ¿De qué hablaría hoy aquel que dialogaba con
la samaritana tratando de mostrarle el mejor camino para saciar su sed de
felicidad?
Algo va mal en nuestra Iglesia si
la gente no se siente querida por quienes somos sus miembros. Lo decía san
Agustín: «Si quieres conocer a una
persona, no preguntes por lo que piensa, pregunta por lo que ama». Oímos
hablar mucho de lo que piensa la
Iglesia , pero los que sufren se preguntan qué ama la Iglesia , a quiénes ama y
cómo los ama. ¿Qué les podemos responder desde nuestras comunidades cristianas?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
3 de marzo de 2002
DIOS Y
MORAL
Si
conocieras el don de Dios.
Hay un dicho que se recuerda
entre los moralistas y encierra no poca sabiduría: «Dime qué imagen de Dios
tienes y te diré qué tipo de moral practicas», y viceversa: «dime qué moral
vives y te diré qué idea de Dios tienes». Es así. Hay una relación estrecha
entre nuestra imagen de Dios y nuestra manera de entender y vivir la dimensión
moral de la vida.
Una imagen de Dios,
descomprometido de la historia de los hombres e interesado sólo por su honor,
su gloria y sus derechos, conduce a un divorcio entre fe y compromiso moral. Si
a Dios no le importa nuestra felicidad, ya nos preocuparemos nosotros de
conseguirla. Cuando a Dios se le percibe alejado de nuestra realidad, las
personas se van olvidando de él y se organizan la vida a su manera.
Cuando a Dios se le considera
como el «legislador» universal que, al crear el mundo, lo ha ordenado según
unas leyes eternas que hemos de cumplir para no terminar condenados, la moral
se convierte en fuente de una vida infantil e inmadura, que no ayuda a
desarrollar la propia responsabilidad. Es fácil entonces caer en el miedo al
castigo o en la búsqueda del premio, sin aprender a amar la vida, el mundo y
las personas desde lo más hondo de nuestro ser.
Dios se puede convertir también
en carga pesada para l conciencia moral. La imagen de un Dios «justiciero»,
atento siempre a nuestros pecados, puede arruinar la paz de las personas.
Cuántos escrúpulos, angustias y falsos rigorismos han convertido la vida de no
pocos en un tormento.
Sólo la fe en un Dios, Padre de
misericordia, que mira con amor nuestra vida y busca con pasión nuestra
felicidad, puede hacemos vivir una moral sana y responsable. Hay quienes temen
que un «Dios Amor» pueda conducir a una vida moral cómoda e irresponsable. No
es así. Cuando alguien se siente amado por Dios, se esfuerza como nadie en
responder de manera fiel y exigente.
Lo primero no es el esfuerzo
moral sino la fe y la experiencia de Dios. Algo de esto le sugería Jesús a la
samaritana: «Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
7 de marzo de 1999
¿MEJOR
SIN DIOS?
Si
conocieras el don de Dios.
Son bastantes los que piensan que
Dios es una especie de fantasma en el que gentes todavía poco modernas se
empeñan en seguir creyendo, pero del que la humanidad irá prescindiendo cada
vez más, como algo superfluo e inútil. Ya somos lo suficientemente adultos como
para tomar la existencia en nuestras manos sin necesidad de acudir a ningún
dios.
Ciertamente, es cautivador
considerar al hombre como dios y creador de sí mismo, pero esto no significa en
manera alguna que lo haga más humano. Hay una pregunta que no podemos eludir. ¿Es
Dios freno y obstáculo para el crecimiento del hombre o, por el contrario, el
único que puede orientar e impulsar su historia de manera verdaderamente
humana?
No tenemos todavía una
experiencia suficientemente larga y contrastada para poder verificar qué es lo
que puede suceder en una sociedad en la que realmente la fe en Dios haya
quedado totalmente sofocada.
Son bastantes, sin embargo, los
que comienzan a preguntarse si no estamos ya comprobando de alguna manera que
los hombres no nos bastamos a nosotros mismos. ¿No está llegando el momento de
ser realistas y aceptar los límites de nuestra ciencia, nuestro poder y nuestra
técnica?
Ciertamente los hombres podemos,
individual y colectivamente, prescindir de Dios una y otra vez, pero no por
ello se hace más clara nuestra existencia. Una vez que hemos expulsado a Dios
de nuestra vida y nos hemos encerrado en este mundo creado por nosotros y que
no refleja sino nuestras propias contradicciones, ¿quién nos puede decir
quiénes somos y qué buscamos?
Expulsado Dios de nuestras vidas,
podemos seguir defendiendo todavía por inercia un conjunto de valores, pero ¿no
queda ya todo reducido a opiniones discutibles cuyo conflicto sólo podrá ser
resuelto por la fuerza, la imposición de la mayoría o el juego de los diversos
intereses? En realidad, ¿quién podrá legitimar un marco de valores inviolable
para garantizar la dignidad de cada ser humano? Expulsado Dios, ¿no nos iremos
quedando todos y cada uno de nosotros cada vez más indefensos éticamente?
Las palabras de Jesús encierran
un extraña invitación para el hombre contemporáneo: «Si conocieras el don de Dios...» El hombre de hoy no acierta a
descubrir a Dios como don y como amigo. Tal vez, necesite experimentar todavía
con más fuerza los desengaños y frustraciones que se generan en la historia
cuando los hombres esperamos de nosotros mismos lo que sólo podemos recibir de
Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
10 de marzo de 1996
EL DON DE
DIOS
Si
conocieras el don de Dios.
Tal vez, una de las mayores
desgracias del cristianismo contemporáneo es la falta de «experiencia
religiosa». Son muchos los que se dicen cristianos y, sin embargo, no saben lo
que es disfrutar de su fe, sentirse a gusto con Dios y vivir saboreando su
adhesión a Jesucristo. ¿Cómo se puede ser creyente sin gozar nunca del amor
acogedor de Dios?
El desarrollo de una teología de
carácter marcadamente racional y la importancia que se le ha dado en occidente
a la formulación conceptual, ha llevado con frecuencia a entender y vivir la fe
como una «adhesión doctrinal» a Jesucristo. Bastantes cristianos «creen cosas»
acerca de él, pero no saben comunicarse gozosamente con su persona viva.
Algo parecido sucede a veces en
la celebración litúrgica. Se observan correctamente los ritos externos y se
pronuncian palabras hermosas, pero todo parece acontecer «fuera» de las
personas. Se canta con los labios, pero el corazón está ausente. Se recibe el
Cuerpo del Señor, pero no se produce una comunicación viva con él.
Es significativo también lo que
sucede con la lectura de la
Biblia. Los avances de la exégesis moderna nos han permitido
conocer como nunca la composición de los libros sagrados, los géneros
literarios o la estructura de los evangelios. Sin embargo, no hemos aprendido a
saborear la Palabra
de Dios y a «rumiarla» en el corazón.
Todo eso produce una sensación
extraña. Se diría que nos estamos moviendo en la «epidermis de la fe», según la
expresión de Marcel Legaut. En la Iglesia no faltan palabras
ni Sacramentos. Se predica todos los domingos. Se celebra la eucaristía.
También bautizos, primeras comuniones y confirmaciones. Pero falta «algo», y no
es fácil decir exactamente qué. Esto no es lo que vivieron los primeros
creyentes.
Necesitamos una experiencia nueva
del Espíritu, que nos haga vivir por dentro y nos enseñe a «sentir y gustar de
las cosas internamente», como decía Ignacio
de Loyola. Nos falta gustar lo que decimos creer; saborear en nosotros la
presencia callada pero real de Dios. Nos falta espontaneidad con él, confianza
gozosa en su amor.
La presencia del Espíritu no se
planifica ni se organiza. No es fruto de nuestros esfuerzos y trabajos. Al
Espíritu hay que «hacerle sitio» en la vida y en el corazón, en nuestras
celebraciones y en la comunidad cristiana. La Iglesia de nuestros días
ha de escuchar también hoy las palabras de Cristo a la samaritana: «Si conocieras el don de Dios... » Sólo
cuando se abre a la acción del Espíritu, descubre el creyente esa agua
prometida por Cristo que se convierte dentro de él en «manantial que salta hasta la vida eterna».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
14 de marzo de 1993
SI
CONOCIERAS EL DON DE DIOS
Si
conocieras el don de Dios...
Son bastantes las personas que,
al abandonar las prácticas y ritos prescritos por la Iglesia , han eliminado
también de su vida toda experiencia religiosa. Ya no se comunican con Dios. Ha
quedado rota toda relación con El.
Esta incomunicación con Dios no
es buena. No hace a la persona más humana, ni da más fuerza para vivir. No
ayuda a caminar por la vida de manera más sana. Por otra parte, es bueno
recordar que hay muchos caminos para comunicarse con Dios, y no todos pasan
necesariamente por la
Iglesia. Yo diría que hay tantos caminos como personas. Cada
vida puede ser un camino para encontrarse con ese Dios Bueno que está en el
fondo de todo ser humano.
Dios es invisible. «Nadie lo ha visto», dice la Biblia. Es un Dios
escondido. Pero, según Jesús, ese Dios oculto se revela. No a los hombres
grandes e inteligentes, sino a los «pequeños
y sencillos», estén dentro o fuera de la Iglesia.
Dios es inefable. No es posible
definirlo ni explicarlo con precisión. No podemos hablar de El con conceptos
adecuados. Pero podemos hablarle a El y, lo que es más importante, El nos habla,
incluso aunque no abramos nunca las páginas de la Biblia .
Dios es trascendente y gratuito.
No está obligado a nada. Nadie lo puede condicionar. Es Amor libre e
insondable. Ningún hombre o mujer queda lejos de su ternura, viva dentro o
fuera de una comunidad creyente.
A veces, podemos captar su
cercanía en nuestra propia soledad. En el fondo, todos estamos profundamente
solos ante la existencia. Esa soledad última sólo puede ser visitada por Dios.
Si escuchamos hasta el fondo nuestro propio desamparo, tal vez percibamos la
presencia del Amigo fiel que acompaña siempre. ¿Por qué no abrirnos a El?
Otras veces, lo podemos encontrar
en nuestra mediocridad. Cuando nos vemos cogidos por el miedo o amenazados por
la depresión y el fracaso, El está ahí. Su presencia es respeto, amor y
comprensión. ¿Por qué no invocarle?
Podemos intuirlo incluso en
nuestras dudas y confusión. Cuando todo parece tambalearse y no acertamos ya a
creer en nada ni en nadie, queda Dios. En medio de la oscuridad puede brotar la
claridad interior. Dios entiende, ama, lo conduce todo hacia el bien. ¿Por qué
no confiar en El?
Dios está también en las mil
experiencias positivas de la vida. En el hijo que nace, en la fiesta
compartida, en el trabajo bien hecho, en el acercamiento íntimo de la pareja,
en el paseo que relaja, en el encuentro amistoso que renueva. ¿Por qué no
elevar el corazón hasta Dios y agradecerle el don de la vida?
Hemos de recordar aquella verdad
que decía el viejo catecismo: «Dios está
en todas partes.» Está siempre, está en todo. Nadie está olvidado por su
amor de Padre, todos tienen acceso a El por medio de su Hijo, en todos habita
su Espíritu. Dios es un regalo para quien lo descubre. «Si conocieras el don de Dios... El te daría agua viva.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
18 de marzo de 1990
ENCONTRARSE
A GUSTO CON DIOS
Si conocieras el don de Dios.
Son bastantes las personas que, a
lo largo de estos años, se han ido alejando de Dios, casi sin advertir lo que
realmente estaba ocurriendo en sus vidas.
Hoy Dios les resulta un «ser
extraño». Cuando entran en una iglesia o asisten a una celebración religiosa,
todo les parece artificial y vacío. Lo que escuchan se les hace lejano e
incomprensible.
Tienen la impresión de que todo
lo que está ligado con Dios es infantilismo e inmadurez, un mundo ilusorio
donde falta sentido de la realidad.
Y, sin embargo, esas mismas
personas en cuya vida apenas hay experiencia religiosa alguna, andan con
frecuencia a la búsqueda de paz interior, de profundidad, de sentido. Más aún.
Aunque ya no creen en «el Dios de su infancia», acogerían de nuevo a Dios si lo
descubrieran como la Realidad
gozosa que sostiene, alienta y llena todo de vida.
Pero, ¿se puede encontrar de
nuevo a Dios una vez que la persona se ha alejado de toda religiosidad? ¿Es
posible una experiencia nueva de Dios? ¿Por dónde buscar?
Algunos buscan «pruebas». Exigen
garantías para tener seguridad. Pretenden controlar a Dios, verificarlo,
analizarlo, como si se tratara de un objeto de laboratorio.
Pero Dios se encuentra en otro
plano más profundo. A Dios no se le puede aprisionar en la mente. Quien lo
busca sólo por la vía estrecha de la razón corre el riesgo de no encontrarse
nunca con El. Dios es «el Misterio del mundo». Para descubrirlo, hemos de
ahondar más.
Precisamente por esto, algunos
piensan que Dios no está a su alcance. Tal vez esté en algún lugar lejano de la
existencia, pero habría que hacer tal esfuerzo para encontrarse con El, que no
se sienten con fuerzas.
Sin embargo, Dios está mucho más
cerca de lo que sospechamos. Está dentro de nosotros mismos. O lo encontramos
en el fondo de nuestro ser o difícilmente lo encontraremos en ninguna parte.
Si yo me abro, El no se cierra.
Si yo escucho, Eí no se calla. Si yo me confío, El me acoge. Si yo me entrego,
El me sostiene. Si yo me dejo amar, El me salva.
Tal vez la experiencia más
importante para encontrar de nuevo a Dios es sentirse a gusto con El,
percibirlo como presencia amorosa que me acepta como soy. Cuando una persona
sabe lo que es sentirse a gusto con Dios a pesar de su mediocridad y pecado,
difícilmente lo abandona. Recordemos las palabras de Jesús a la samaritana: «Si
conocieras el don de Dios... le pedirías de beber y él te daría agua viva».
Muchas personas están abandonando
hoy la fe sin haber saboreado a Dios. Si conocieran lo que es encontrarse a
gusto con El, lo buscarían.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
22 de marzo de 1987
VIVIR SIN
DIOS
Si
conocieras el don de Dios.
Son bastantes los que piensan que
Dios es una especie de fantasma en el que gentes todavía poco modernas se
empeñan en seguir creyendo, pero del que la humanidad irá prescindiendo cada
vez más como de algo superfluo e inútil.
Ya somos lo suficientemente adultos
como para tomar la existencia en nuestras manos sin necesidad de acudir a
ningún dios.
Ciertamente, es cautivador
considerar al hombre como dios y creador de sí mismo, pero esto no significa en
manera alguna que lo haga más humano.
A lo largo de la Carta Pastoral de
los Obispos está latente el interrogante tal vez más crucial que atraviesa hoy
la cultura moderna: ¿Es Dios freno y obstáculo para el crecimiento del hombre
o, por el contrario, el único que puede orientar e impulsar su historia de
manera verdaderamente humana?
No tenemos todavía una
experiencia suficientemente larga y contrastada para poder verificar qué es lo
que puede suceder en una sociedad en la que realmente la fe en Dios haya
quedado totalmente sofocada.
Son bastantes, sin embargo, los
que comienzan a preguntarse si no estamos ya comprobando de alguna manera que
los hombres no nos bastamos a nosotros mismos. ¿No está llegando el momento de
ser realistas y aceptar los límites de nuestra ciencia, nuestro poder y nuestra
técnica?
Ciertamente los hombres podemos,
individual y colectivamente, prescindir de Dios una y otra vez, pero no por
ello se hace más clara nuestra existencia.
Una vez que hemos expulsado a
Dios de nuestra vida y nos hemos encerrado en este mundo creado por nosotros y
que no refleja sino nuestras propias contradicciones, ¿quién nos puede decir
quiénes somos y qué buscamos?
Los hombres podemos ignorar a
Dios y seguir en cada momento las normas de comportamiento que nos parezcan más
oportunas, pero ¿dónde nos apoyaremos para saber qué es lo bueno, lo justo y
digno para el hombre?
Expulsado Dios de nuestras vidas,
podemos seguir defendiendo todavía por inercia un conjunto de valores, pero ¿no
queda ya todo reducido a opiniones discutibles cuyo conflicto sólo podrá ser resuelto
por la fuerza, la imposición de la mayoría o el juego de los diversos
intereses?
En realidad, ¿quién podrá
legitimar un marco de valores inviolable para garantizar la dignidad de cada
hombre? Expulsado Dios, ¿no nos iremos quedando todos y cada uno de nosotros
cada vez más indefensos éticamente?
Las palabras de Jesús encierran
una extraña invitación para el hombre contemporáneo: “Si conocieras el don de
Dios...” El hombre de hoy no acierta a descubrir a Dios como don y como amigo.
Tal vez, necesite experimentar todavía con más fuerza los desengaños y
frustraciones que se generan en la historia cuando los hombres esperamos de
nosotros mismos y de las cosas lo que sólo podemos esperar de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
25 de marzo de 1984
CONFLICTO
CULTURAL
Lo judíos
no se trataban con los samaritanos.
Los judíos despreciaban a la
comunidad samaritana porque su población, después de la invasión asiria, había
quedado mezclada con sangre de colonos extranjeros. Por su parte, los
samaritanos habían reaccionado construyendo su propio templo en el monte
Garizín, como rival del que se levantaba en Jerusalén.
El enfrentamiento llegó a
alcanzar caracteres dramáticos. El año 125 a .C., los judíos destruyeron el templo samaritano.
A su vez, en tiempos del procurador Coponio, siendo Jesús todavía un adolescente,
los samaritanos consiguieron profanar el templo de Jerusalén esparciendo en él
huesos humanos durante las fiestas de pascua.
Jesús sufrió en su propia carne
el enfrentamiento, mutuo desprecio y odio existentes entre las dos comunidades.
En cierta ocasión, los habitantes
de una aldea samaritana lo rechazan, sencillamente, porque ven en él un
peregrino judío que se dirige al odiado templo de Jerusalén. Por otra parte,
sus mismos compatriotas judíos lo insultan y llaman «samaritano» porque se
atreve a criticar a los suyos y trata de crear un nuevo clima entre las dos
comunidades.
Sin embargo, la actitud de Jesús
es siempre la misma: derribar las barreras de enemistad que separa a aquellos
dos pueblos hermanos, apelando a la fe en un mismo Padre de todos.
Por eso, Jesús en el diálogo con
la mujer samaritana, no admite una liturgia que separe a los hombres y los
enfrente entre sí. Los que dan «culto verdadero» han de hacerlo movidos por un
espíritu de fraternidad y de verdad.
Dos grandes tradiciones
culturales conviven desde hace siglos en nuestra tierra. Dos culturas
diferentes que han ido configurando dos modos de ser y dos sensibilidades
colectivas diferentes.
Con frecuencia, lo que podría ser
mutuo enriquecimiento y complementación se convierte en fuente de conflictos,
motivo de mutuo desprecio y enfrentamiento pernicioso para todos.
Concepciones puristas de la
propia cultura, actitudes despectivas ante la cultura ajena, opciones políticas
vividas con apasionamiento, están desgarrando la convivencia de «euskaldunes» y
no «euskaldunes».
Es doloroso ver a creyentes,
ciegamente enfrentados, incapaces de celebrar su fe respetando la realidad
bilingüe de nuestra tierra, insensible a una cultura euskaldún en peligro,
elevando al Padre un culto vacío de espíritu fraterno.
La reconciliación en nuestro
pueblo pasa hoy por una mutua valoración y apertura de ambas culturas, un
esfuerzo de mutuo enriquecimiento, evitando el dominio hegemónico de una
cultura sobre otra, atendiendo de manera más cuidada la que está más amenazada.
¿ Seremos capaces de construir un único pueblo desde tradiciones culturales
diferentes o caeremos una vez más en el enfrentamiento y la mutua agresión?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
22 de marzo de 1981
DESENCANTO
ACTIVO
El que
bebe de esta agua, vuelve a tener sed.
Es difícil asomarse a la vida de
cada día, sin percibir cómo va creciendo entre nosotros la sensación de
desencanto. Ensayistas y observadores del momento nos describen con tonos cada
vez más negros una situación generalizada de desencanto que no es sino «la transcripción sicológica y social de
esperanzas insatisfechas».
La población va tomando una conciencia
cada vez más realista de una crisis económica cuya solución es difícil
entrever. Crece el miedo social, la necesidad de defenderse, la impotencia.
Hemos vivido un ritmo de producción y consumo que empieza a resquebrajarse.
El desencanto es sin embargo más
profundo y abarca el ámbito de lo político, lo social y lo eclesial. Crece la
desconfianza y se tiene la sensación de «estar tocando fondo». Y crece también
el número de gente desilusionada, airada, decepcionada, sin esperanza de poder
vivir, no ya una vida mejor, sino sencillamente, vivir.
Ante esta situación, los
«profetas de la muerte» sólo nos anuncian para el futuro, el desastre, la
destrucción, el túnel sin salida. Los «profetas de la involución» nos urgen a
volver sobre nuestros pasos para encerrarnos de nuevo en la «seguridad» del
pasado.
Pero, hay una manera de leer esta
realidad con otros ojos. ¿No era necesario llegar a este desencanto para
desengañarnos de falsos salvadores y de falsas promesas de salvación? ¿No era
necesario vivir esta experiencia de profunda insatisfacción para esperar y
luchar por una salvación más integral y más profunda?
Quizás estamos viviendo un
momento privilegiado, porque hemos perdido, en gran parte, la confianza y
seguridad que habíamos puesto en nuestra sociedad de producción y consumo. Y
estamos experimentando que el tener, disfrutar, consumir y acumular, no nos
resuelve el problema último del hombre.
Tal vez, el tiempo de desencanto
es un momento cargado de posibilidades y de futuro, porque puede ser un punto
de arranque para una búsqueda más acertada de salvación. Un momento que nos permite experimentar la verdad de
aquellas palabras de Jesús: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero
el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed».
Quizás estamos viviendo un
momento privilegiado para que el proyecto
de vida de Jesús se nos muestre en su verdadero significado. El momento de
pasar a un desencanto activo y de
luchar por imponer en nuestra sociedad un nuevo estilo de solidaridad, preferencia
eficaz por los débiles y atención desinteresada a los necesitados.
José Antonio Pagola
HOMILIA
Los cristianos han oído decir
desde siempre que «Dios es Amor» (1 Jn 4,8), pero muchos ni siquiera sospechan
lo que se quiere decir con esta afirmación central y decisiva del cristianismo.
Si un día cayeran en cuenta, nacería en ellos una fe en Dios absolutamente
diferente y nueva.
En realidad, no nos atrevemos a
creer que Dios es amor, es decir, que no sólo nos tiene amor y nos quiere, sino
que, en su ser más íntimo, es amor y que, por lo tanto, de él no puede brotar
más que amor, incluso cuando nosotros no merecemos ser amados. Dios es así;
amor sin condiciones ni restricciones.
A nosotros nos resulta
«increíble» que podamos ser amados sin condiciones. Por eso, enseguida
proyectamos sobre Dios nuestros fantasmas y miedos recortando y deformando su
amor.
En el fondo pensamos que Dios es
muy bueno y nos quiere, pero sólo si sabemos corresponderle: es decir, Dios ama
como amamos nosotros, con condiciones, incluso exigiendo más que nosotros.
Este Dios no resulta muy
agradable. Bastantes lo sienten como un ser peligroso, una amenaza, una censura
constante, un juez implacable que no hace sino generar sentimientos de culpa,
inseguridad y miedo. No es extraño que haya tanta gente que no quiera saber
nada de él.
Junto al pozo de Jacob, Jesús
conversa con una mujer doblemente despreciable para un judío, por mujer y por
samaritana. Jesús que mira siempre el corazón de las personas, le dice estas palabras
inolvidables: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber,
le pedirías tú y él te daría agua viva».
Muchos cristianos no conocen el
«don de Dios» y no pueden sentirse a gusto con él porque sólo conocen sus
exigencias, no su amor incondicional y gratuito. No pueden ni sospechar que
Dios podría ser para ellos «agua viva» que les haría vivir de manera más digna
y dichosa.
En la Iglesia , como en tiempos
de Jesús, hay jerarcas, doctores, sacerdotes y escribas, pero, ¿hay testigos capaces
de contagiar y sugerir con su palabra y su vida el verdadero rostro de Dios? Y
si no hacemos esto, ¿para qué hacemos todo lo demás?
José Antonio Pagola
HOMILIA
DIOS Y
MORAL
Hay un dicho que se recuerda
entre los moralistas y encierra no poca sabiduría: «Dime qué imagen de
Dios tienes y te diré qué tipo de moral practicas», y viceversa: «dime
qué moral vives y te diré qué idea de Dios tienes». Es así. Hay una
relación estrecha entre nuestra imagen de Dios y nuestra manera de entender y
vivir la dimensión moral de la vida.
Una imagen de Dios,
descomprometido de la historia de los hombres e interesado sólo por su honor,
su gloria y sus derechos, conduce a un divorcio entre fe y compromiso moral. Si
a Dios no le importa nuestra felicidad, ya nos preocuparemos nosotros de
conseguirla. Cuando a Dios se le percibe alejado de nuestra realidad, las
personas se van olvidando de él y se organizan la vida a su manera.
Cuando a Dios se le considera
como el «legislador» universal que, al crear el mundo, lo ha ordenado según
unas leyes eternas que hemos de cumplir para no terminar condenados, la moral
se convierte en fuente de una vida infantil e inmadura, que no ayuda a
desarrollar la propia responsabilidad. Es fácil entonces caer en el miedo al
castigo o en la búsqueda del premio, sin aprender a amar la vida, el mundo y
las personas desde lo más hondo de nuestro ser.
Dios se puede convertir también
en carga pesada para la conciencia moral. La imagen de un Dios «justiciero»,
atento siempre a nuestros pecados, puede arruinar la paz de las personas.
Cuántos escrúpulos, angustias y falsos rigorismos han convertido la vida de no
pocos en un tormento.
Sólo la fe en un Dios, Padre de
misericordia, que mira con amor nuestra vida y busca con pasión nuestra felicidad,
puede hacernos vivir una moral sana y responsable. Hay quienes temen que un
«Dios Amor» pueda conducir a una vida moral cómoda e irresponsable. No es así.
Cuando alguien se siente amado por Dios, se esfuerza como nadie en responder de
manera fiel y exigente.
Lo primero no es el esfuerzo
moral sino la fe y la experiencia de Dios. Algo de esto le sugería Jesús a la
samaritana: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de
beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La publicación de los comentarios requerirán la aceptación del administrador del blog.