El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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34º domingo Tiempo ordinario (C) Jesucristo Rey del Universo
EVANGELIO
Señor, acuérdate de
mí cuando llegues a tu reino.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 23,35-43
En aquel tiempo, las autoridades
hacían muecas a Jesús diciendo:
- A otros ha salvado, que se
salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los
soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
- Si eres tú el rey de los
judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en
escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba diciendo:
- ¿No eres tú el Mesías? Sálvate
a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro le increpaba:
- ¿Ni siquiera temes tú a Dios,
estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago
de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
Y decía:
- Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu Reino.
Jesús le respondió:
- Te lo aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
20 de noviembre de 2016
CARGAR
CON LA CRUZ
Este es
el rey de los judíos.
El relato de la crucifixión,
proclamado en la fiesta de Cristo Rey, nos recuerda a los seguidores de Jesús
que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y
entrega total para rescatar al ser humano del mal, el pecado y la muerte.
Habituados a proclamar la
"victoria de la Cruz", corremos el riesgo de olvidar que el
Crucificado nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido
el gesto más sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz
no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo
del Amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.
Cantamos, adoramos y besamos la
Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de
dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que
nos pide Jesús de manera insistente no es besar la Cruz sino cargar con ella. Y
esto consiste sencillamente en seguir sus pasos de manera responsable y
comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a compartir
su destino doloroso.
No nos está permitido acercarnos
al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin intención alguna de cargar con
ella. Por eso, hemos de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en
torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del
seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un cristianismo
sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando hemos de escuchar la llamada
de Jesús: «Si alguno viene detrás de
mí... que cargue con su cruz y me siga».
Para los seguidores de Jesús,
reivindicar la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir
justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde sólo hay
indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y
sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.
El teólogo católico Johann
Baptist Metz viene insistiendo en el peligro de que la imagen del Crucificado
nos esté ocultando el rostro de quienes viven hoy crucificados. En el
cristianismo de los países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno
muy grave: "La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón;
ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna
responsabilidad, sino que descarga de ella".
¿No hemos de revisar todos cuál
es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No hemos de acercarnos a él
de manera más responsable y comprometida?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
24 de noviembre de 2013
ACUERDATE
DE MÍ
Según el relato de Lucas, Jesús
ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie
parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que
sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada
compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
Las autoridades religiosas se
burlan de él con gestos despectivos: ha pretendido salvar a otros; que se salve
ahora a sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya vendrá Dios
en su defensa.
También los soldados se suman a
las burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que
Pilatos ha mandado colocar en la cruz: “Este es el rey de los judíos”. Es
absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su fuerza salvándose
a sí mismo.
Jesús permanece callado, pero no
desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su
propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los
crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos
abandonara para siempre a nuestra suerte?
De pronto, en medio de tantas
burlas y desprecios, una sorprendente invocación: “Jesús, acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un
de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un
ejemplo admirable de fe en el Crucificado.
Este hombre, a punto de morir
ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien
a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está
convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace
una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él.
Jesús le responde de inmediato:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ahora están los dos unidos en la angustia
y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán
crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.
En medio de la sociedad descreída
de nuestros días, no pocos viven desconcertados. No saben si creen o no creen.
Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin
saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su
manera. “Jesús, acuérdate de mí” y Jesús los escucha: “Tú estarás siempre
conmigo”. Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada persona y no siempre
pasan por donde le indican los teólogos. Lo decisivo es tener un corazón que
escucha la propia conciencia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
21 de noviembre de 2010
CARGAR
CON LA CRUZ
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
25 de noviembre de 2007
¿BURLARSE
O INVOCAR?
Sálvate a
ti mismo.
Lucas describe con acentos
trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo
rodean. Nadie parece valorar su gesto. Nadie ha captado su amor a los últimos.
Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.
Desde una cierta distancia, las autoridades religiosas y el pueblo se burlan de Jesús haciendo muecas: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el Mesías. Los
soldados de Pilato, al verlo sediento, le ofrecen un vino avinagrado muy
popular entre ellos, mientras se ríen de él: Si tú eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Lo mismo le dice
uno de los delincuentes, crucificado junto a él: ¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo.
Hasta tres veces repite Lucas la
burla: Sálvate a ti mismo. ¿Qué Mesías puede ser éste si no tiene poder
para salvarse a sí mismo? ¿Qué clase de Rey
puede ser? ¿Cómo va a salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no puede
escapar de los cuatro soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios de
su parte si no interviene para liberarlo?
De pronto, en medio de tanta
burla, una invocación: Jesús, acuérdate
de mí cuando llegues a tu reino. Es el otro delincuente que reconoce la
inocencia de Jesús, confiesa su culpa y lleno de confianza en el perdón de
Dios, sólo pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Ahora
están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy
mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre.
¿Qué sería de nosotros si el
Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une
para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en
un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y en nuestra impotencia ante
la muerte?
Hay quienes también hoy se burlan
del Crucificado. No saben lo que hacen. No lo harían con Che Guevara ni con
Martin Luther King. Se están burlando del hombre más humano que ha dado la
historia. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Crucificado, revelación
suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarse de él o
invocarlo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
21 de noviembre de 2004
MÁRTIR
FIEL
Éste es
el rey de los judíos.
Los cristianos hemos atribuido al
Crucificado diversos nombres: «redentor», «salvador», «rey», «liberador».
Podemos acercamos a él agradecidos: él nos ha rescatado de la perdición.
Podemos contemplarlo conmovidos: nadie nos ha amado así. Podemos abrazamos a él
para encontrar fuerzas en medio de nuestros sufrimientos y penas.
Pero entre los primeros cristianos
se le llamaba también «mártir», es
decir «testigo». Un escrito llamado Apocalipsis,
redactado hacia el año 95, ve en el crucificado al «mártir fiel», «testigo fiel».
Desde la cruz, Jesús se nos presenta como testigo fiel de un modo de entender y
de vivir la existencia identificado con los últimos.
Se identificó tanto con las
víctimas inocentes que terminó como ellas. Su palabra molestaba. Había ido
demasiado lejos al hablar de Dios y su justicia. Ni el Imperio ni el Templo lo
podían consentir. Había que eliminarlo. Probablemente, antes de que Pablo
comenzara a elaborar su teología de la Cruz, entre los pobres de Galilea se
vivía esta convicción: «ha muerto por nosotros», «por defendernos hasta el
final», «por atreverse a hablar de Dios como defensor de los últimos».
Al mirar al Crucificado,
deberíamos recordar instintivamente el dolor y la humillación de tantas
víctimas desconocidas que, a lo largo de la historia, han sufrido, sufren y
sufrirán olvidadas por casi todos. Sería una burla besar al Crucificado,
invocarlo o adorarlo como Rey, mientras vivimos indiferentes a todo sufrimiento
que no sea el nuestro.
El Crucifijo está desapareciendo
de nuestros hogares e instituciones, pero los crucificados siguen ahí. Los
podemos ver todos los días en cualquier telediario. Hemos de aprender a venerar
al Crucificado no en un pequeño crucifijo sino en las víctimas inocentes del
hambre y de las guerras, en las mujeres asesinadas por sus parejas, en los que
se ahogan al hundirse sus pateras.
Confesar al Crucificado como Rey
no es sólo hacer grandes profesiones de fe. La mejor manera de aceptarlo como
Señor es imitarle viviendo un poco más identificados con quienes sufren
injustamente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
25 de noviembre de 2001
LA
MALDICIÓN DE LA LEY
Éste es
el rey de los judíos.
La escena es cruel. Según el
relato de Lucas, Jesús es crucificado en medio de la burla general. Las «autoridades», los «soldados» y el «pueblo»
se ríen de aquel hombre que es crucificado, no por gentes perversas, sino por
los representantes autorizados de la ley.
Con poderosa intuición, Pablo de Tarso muestra la fuerza
salvadora de esta «ejecución» de Cristo teniendo como telón de fondo los dos
intentos más extraordinarios que se han hecho para salvar al mundo del caos: la
sabiduría griega y la ley judía: «Los
judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a
Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles»
(1 Co 1, 23-24).
Éste es el pensamiento de Pablo.
La «sabiduría griega» pretende
estructurar el mundo siguiendo la lógica de la racionalidad, pero según «su»
lógica, los sabios de Grecia construyen la República sobre un sector de
innumerables esclavos y proscritos. La «ley
judía», por su parte, pretende poner justicia en el mundo imponiendo la ley
pero, siguiendo la ley, se termina matando al inocente Jesús.
En la cruz se revela otra
dinámica. «En Cristo estaba Dios
reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos» (2 Co 5, 19).
Siguiendo la lógica humana y la dinámica de la ley, Dios debería destruir a
quien crucifica a su Hijo inocente. No lo hace porque sigue otra «sabiduría»:
la de salvar el mundo desde el amor y la reconciliación. Pablo lo afirma con
júbilo: «Cristo nos ha liberado de la
maldición de la ley» (Ga 3, 13).
Desde el 11 de septiembre vivo
con el corazón encogido y apenado al ver lo poco que hemos aprendido de esa
«sabiduría» de Dios. Nuestra lógica de la ley nos ha llevado una vez más a
creer en la guerra como única vía hacia la paz; no se han hecho esfuerzos
serios por buscar previamente caminos menos violentos; se han dejado a un lado
los auténticos principios de la civilización: los derechos de los pueblos y de
las personas; se busca a los culpables «vivos o muertos», al margen de
cualquier procedimiento judicial, según un sistema primitivo en el que no hay
que dar cuentas a nadie.
Yo no quiero esta guerra porque,
como todas, es injusta. No quiero víctimas inocentes ni en Estados Unidos, ni
en Afganistán, ni en Iraq. No quiero terror en Nueva York, ni en Kabul, ni en
Bagdad. No quiero ver a la Humanidad bajo la maldición de una ley que nos lleva
una y otra vez a matar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
22 de noviembre de 1998
¿BURLARSE
O INVOCAR?
Se
burlaban de él…
Son muchos los que se ríen hoy de
las creencias religiosas y hacen caricatura permanente del creyente. Basta
encender el televisor o asomarse a las revistas y semanarios de moda, para
encontrarse con toda clase de burlas y parodias sobre el hecho religioso. Se
diría que una actitud de modernidad y permisividad progresista ha de llevar
consigo necesariamente el sarcasmo y la irreverencia hacia todo lo sagrado.
A veces da la impresión de que el
creyente ha de ser considerado como un estúpido al que, en el fondo, se tolera,
pero cuya postura religiosa dice muy poco en favor de su madurez humana y
cultural. Si la fe es «eso» que nos presenta tantas veces la pequeña pantalla
del televisor, ciertamente está destinada a ser alimento de personas enfermas y
subdesarrolladas. Los ataques y las burlas se crecen todavía más cuando se
trata de presentar a la Iglesia como una institución reaccionaria, totalitaria
y ligada siempre al poder.
Ciertamente, en la historia pasada
y presente de la Iglesia, hay muchas facetas sombrías y a nadie nos ha de
extrañar que sean bastantes los que se crean con derecho a «pasarle factura».
Pero, ¿se puede, sin ignorancia o mala fe, silenciar tantos aspectos positivos
del cristianismo y reducir la historia de la Iglesia a la vida de los Borgia,
la actuación de la Inquisición española, la condena de Galileo u otros
episodios semejantes presentados de manera simplista y sin apenas rigor alguno?
Lo más lamentable no es, sin
embargo, el rebrote de anticlericalismo, fenómeno, por otra parte, estéril y
superado ya en la mayoría de los países europeos. Lo importante es preguntamos
qué hemos de hacer después de burlamos de todo lo sagrado. Porque las preguntas
más fundamentales siguen vivas en el corazón del hombre: ¿Qué somos? ¿De dónde
venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué nos espera?
¿Hasta dónde hay que continuar la
farsa? ¿Es más humano este hombre superficial que se defiende de Dios
burlándose de Él, o aquel que busca un sentido último al misterio de la
existencia dispuesto a abrirse a todo ofrecimiento de salvación? ¿Cuál es la
postura más humana ante Cristo crucificado, culmen de la cercanía de Dios a los
hombres? ¿La postura de los soldados que se burlan de él, o la oración del
malhechor que le grita: «Acuérdate de mí»?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
26 de noviembre de 1995
LA
EXPERIENCIA DEL INCURABLE
Jesús,
acuérdate de mí.
Todos sabemos, desde muy
temprano, que hemos de morir. Pero vivimos como si la muerte no fuera con
nosotros. Nos parece natural que mueran los demás, incluso esos seres queridos
cuya desaparición nos apenará profundamente. Pero nos cuesta «imaginar» que
también nosotros moriremos. No negamos con nuestra cabeza que algún día lejano
e incierto será así. Es otra cosa. C.
Castilla del Pino dice que se trata de una singular «negación emocional» que nos permite vivir y proyectar el futuro
como si, de hecho, no fuéramos a morir nunca.
Sin embargo, el desarrollo de la
medicina moderna está provocando cada vez más situaciones de personas que se
ven obligadas a vivir la experiencia de saber o de intuir que, en un plazo más
o menos breve, van a vivir su propia muerte. Cualquiera de nosotros puede
sufrir hoy una intervención «a vida o muerte» o verse sometido a los largos
tratamientos de una enfermedad terminal.
Las reacciones pueden ser
diversas. Es normal que, de pronto, se despierte el miedo. La persona se siente
«atrapada». Impotente ante un mal que puede acabar con su vida. Enseguida
comienzan a brotar preguntas inquietantes: ¿He de morir ya? Y, ¿cuándo y cómo
será?, ¿qué sentiré en esos momentos?, ¿qué sucederá después?, ¿terminará todo
en la muerte?, ¿será verdad que me encontraré con Dios?
Estas preguntas, planteadas desde
una actitud de angustia reprimida y formuladas una y otra vez en lo secreto de
uno mismo, no hacen bien. La postura ha de ser otra. Es el momento de vivir más
intensamente que nunca el regalo de cada día. Es ahora cuando se puede vivir
con más verdad y también con más amor. Sin perder la confianza en Dios,
comunicándose con la persona amiga, colaborando con los médicos para vivir con
dignidad y sin sufrir mucho.
El doctor Reil, eminente médico del pasado siglo, decía que «los enfermos incurables pierden la vida,
pero no la esperanza». Tal vez, éste es el gran reto del incurable: no
perder la esperanza. Pero, ¿esperanza en qué?, ¿esperanza en quién? En un
Congreso reciente, el profesor Laín
Entralgo nos hablaba de esa «esperanza
genuina» que, según los estudios del médico de Heilderberg, H. Plügge, habita a la persona ante la
muerte, y que se da incluso en quien no profesa religión alguna. Una esperanza
oculta que no se orienta hacia este mundo ni hacia las cosas de esta vida, sino
que tiende hacia algo indeterminado y apunta a la vida como aspiración firme y
segura del ser humano.
El incurable creyente confía todo
este anhelo de vida en manos de Dios. Todo lo demás se hace secundario. No
importan los errores pasados, la infidelidad o la vida mediocre. Ahora sólo
cuenta la bondad y la fuerza salvadora de Dios. Por eso, de su corazón brota
una oración semejante a la del malhechor moribundo en la cruz: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
Reino. » Una oración que es invocación confiada, petición de perdón y,
sobre todo, acto de fe viva en un Dios salvador.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
22 de noviembre de 1992
TODO
TERMINARA BIEN
Acuérdate
de mí.
Estadísticas realizadas en
diversos países de Europa muestran que sólo un cuarenta por ciento de las
personas creen hoy en la vida eterna y que, además, para muchas de ellas esta
fe ya no tiene fuerza o significado alguno en su vida diaria.
Pero lo más sorprendente en estas
estadísticas es algo que también entre nosotros he podido comprobar en más de
una ocasión. No son pocos los que dicen creer realmente en Dios y, al mismo
tiempo, piensan que no hay nada más allá de la muerte.
Y, sin embargo, creer en la vida
eterna no es una arbitrariedad de algunos cristianos, sino la consecuencia de
la fe en un Dios al que sólo le preocupa la felicidad total del ser humano. Un
Dios que, desde lo más profundo de su ser de Dios, busca el bien final de toda
la creación.
Antes que nada, hemos de recordar
que la muerte es el acontecimiento más trágico y brutal que nos espera a todos.
Inútil querer olvidarlo. La muerte está ahí, cada día más cercana. Una muerte
absurda y oscura que nos impide ver en qué terminarán nuestros deseos, luchas y
aspiraciones. ¿Ahí se acaba todo? ¿Comienza precisamente ahí la verdadera vida?
Nadie tiene datos científicos
para decir nada con seguridad. El ateo «cree» que no hay nada después de la
muerte, pero no tiene pruebas científicas para demostrarlo. El creyente «cree»
que nos espera una vida eterna, pero tampoco tiene prueba científica alguna.
Ante el misterio de la muerte, todos somos seres radicalmente ignorantes e
impotentes.
La esperanza de los cristianos
brota de la confianza total en el Dios de Jesucristo. Todo el mensaje y el
contenido de la vida de Jesús, muerto violentamente por los hombres pero
resucitado por Dios para la vida eterna, les lleva a esta convicción: «La
muerte no tiene la última palabra. Hay un Dios empeñado en que los hombres
conozcan la felicidad total por encima de todo, incluso por encima de la muerte.
Podemos confiar en él.»
Ante la muerte, el creyente se
siente indefenso y vulnerable como cualquier otro hombre; como se sintió, por
otra parte, el mismo Jesús. Pero hay algo que, desde el fondo de su ser, le
invita a fiarse de Dios más allá de la muerte y a pronunciar las mismas
palabras de Jesús: «Padre, en tus manos
dejo mi vida.» Este es el núcleo esencial de la fe cristiana: dejarse amar
por Dios hasta la vida eterna; abrirse confiadamente al misterio de la muerte,
esperándolo todo del amor creador de Dios.
Esta es precisamente la oración
del malhechor que crucifican junto a Jesús. En el momento de morir, aquel
hombre no encuentra nada mejor que confiarse enteramente a Dios y a Cristo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
Reino.» Y escucha esa promesa que tanto consuela al creyente: « Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el
paraíso.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de noviembre de 1989
DESPUES
DE LA BURLA
Se
burlaban de él...
Son muchos los que se ríen hoy de
las creencias religiosas y hacen caricatura permanente del creyente. Basta
encender el televisor o asomarse a las revistas y semanarios de moda, para
encontrarse con toda clase de burlas y parodias sobre el hecho religioso.
Se diría que una actitud de
modernidad y permisividad progresista ha de llevar consigo necesariamente el
sarcasmo y la irreverencia hacia todo lo sagrado.
A veces da la impresión de que el
creyente ha de ser considerado como un estúpido al que, en el fondo, se tolera
pero cuya postura religiosa dice muy poco en favor de su madurez humana y
cultural.
Si la fe es “eso” que nos
presenta tantas veces la pequeña pantalla del televisor, ciertamente está
destinada a ser alimento de personas enfermas y subdesarrolladas.
Los ataques y las burlas se
crecen todavía más cuando se trata de presentar a la Iglesia como una
institución reaccionaria, totalitaria y ligada siempre al poder.
Ciertamente, en la historia
pasada y presente de la Iglesia, hay muchas facetas sombrías y a nadie nos ha
de extrañar que sean bastantes los que se crean con derecho a “pasarle la
factura”.
Pero, ¿se puede, sin ignorancia o
mala fe, silenciar tantos aspectos positivos del cristianismo y reducir la
historia de la Iglesia a la vida de los Borgia, la actuación de la Inquisición
española, la condena de Galileo u otros episodios semejantes presentados de
manera simplista y sin apenas rigor alguno?
Lo más lamentable no es, sin
embargo, el rebrote de anticlericalismo, fenómeno, por otra parte, estéril y
superado ya en la mayoría de los países europeos.
Lo importante es preguntarnos qué
hemos de hacer después de burlarnos de todo lo sagrado. Porque las preguntas
más fundamentales siguen vivas en el corazón del hombre: ¿Qué somos? ¿De dónde
venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué nos espera?
¿Hasta dónde hay que continuar la
farsa? ¿Es más humano este hombre superficial que se defiende de Dios
burlándose de él o aquel que busca un sentido último al misterio de la
existencia dispuesto a abrirse a todo ofrecimiento de salvación?
¿Cuál es la postura más humana
ante Cristo crucificado, culmen de la cercanía de Dios a los hombres? ¿La
postura de los soldados que se burlan de él o la oración del malhechor que le
grita: “Acuérdate de mí”?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
23 de noviembre de 1986
CON LA
PROPIA SANGRE
Este es
el Rey...
De manera paradójica, el día en
que celebramos a Cristo como Rey, se nos ofrece a los creyentes la imagen de
Jesús reinando desde una cruz. Un Rey que establece su reino de justicia y paz
a base de su propia sangre.
Hay en la cruz un mensaje que no
siempre hemos escuchado los cristianos y es éste: Al hombre se le salva
derramando por él nuestra propia sangre y no la de los otros.
¿Puede este Jesús crucificado
decirnos algo válido, vivo, concreto a los que estamos viviendo envueltos por
la violencia y el terrorismo?
¿Es el mensaje de la cruz
inservible? ¿Es una utopía inútil y perniciosa recordar que desde la fe en el
crucificado es más humano dejar- se matar por una causa que matar por ella? ¿No
vamos a gritar nunca los creyentes nuestra fe con radicalidad?
Todos sabíamos que la violencia
deshumaniza profundamente al que la práctica y que desata una lógica de
violencia siempre mayor. Pero en estos momentos lo estamos comprobando con una
crudeza y brutalidad desconocidas.
La violencia terrorista no parece
tener ya límite ni control alguno. La ejecución inútil de un secuestrado, sin
la mínima consideración de su vida, está más allá de toda violencia que se
pretenda poner al servicio de una causa. Quien mata con esta frialdad se
degrada como hombre y no puede ayudarnos a construir ninguna sociedad más
humana.
Por otra parte, la exasperación y
la agresividad van creciendo de manera incontenible. Hemos comenzado a escuchar
palabras casi rituales de maldición sobre los asesinos. Se empieza a hablar de
«guerra sucia» y de nueva ley del talión «vida por vida, secuestro por
secuestro». Crece el deseo casi instintivo de aplastar el terrorismo por
cualquier medio.
Pero, ¿es así como lograremos una
convivencia más pacífica en el País Vasco? La violencia no queda erradicada
sólo por haber sido aplastada por una violencia más poderosa. Una aparente
victoria sobre el terrorismo a base de un terror mayor sólo generará nueva
violencia y agresividad.
Jesús no ha creído nunca en la
fuerza, la violencia o el terror como solución para establecer una sociedad más
justa, libre y fraterna. Lo importante no es herir y aplastar al otro, sino
desarmarlo como enemigo. Luchar por todos los medios para que la violencia no
sea necesaria. Buscar toda clase de caminos para que el del terrorismo sea cada
vez más injustificable.
Jesús muerto en la cruz en
actitud de respeto total al hombre nos desenmascara e interpela a todos. No
avanzaremos hacia una sociedad más humana si, para lograrla, comenzamos
nosotros mismos por violar los derechos del hombre, pisotear su dignidad y
destruir incluso su vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
20 de noviembre de 1983
MANIPULACION
DE UN REY
Este es
el Rey de los judíos.
La imagen que cada uno de los
cristianos nos hacemos de Cristo tiene una importancia decisiva pues condiciona
esencialmente nuestra manera de entender y vivir la fe cristiana.
Una imagen unilateral y falseada
de Cristo nos llevará inevitablemente a vivir la fe de una manera unilateral y
falsa. De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles deformaciones
y manipulaciones que consciente o inconscientemente adulteran nuestra fe.
Puede suceder que, en lugar de
adherirnos a Cristo y escuchar su mensaje interpelador, estemos proyectando
sobre Jesús nuestros deseos, anhelos y aspiraciones, convirtiendo a Cristo en
mero símbolo de nuestra propia ideología al servicio de nuestros propios
intereses.
Algo de esto ha sucedido, sin
duda, con Cristo Rey. Con frecuencia, una imagen falsa de un Cristo Rey
poderoso ha servido para personificar y exaltar el poder absoluto, y para
legitimar y sacralizar sistemas totalitarios ajenos a la concepción cristiana
del hombre.
Este Cristo Rey venerado con
devoción en los altares, adorado como Señor en la Eucaristía, paseado
procesionalmente por nuestras calles como Rey de reyes, y presente en nuestras
ciudades desde imágenes y monumentos, no es, sin embargo, principio de renovación
y transformación de esa sociedad.
Al contrario, la nación es
solemnemente consagrada a Cristo Rey, pero no en una actitud de conversión
individual y colectiva, sino en un gesto que fortalece, confirma y sacraliza
una situación ideológica y un sistema social determinados.
Entonces, el «viva Cristo Rey» ya
no es una confesión de fe, sino un grito de guerra para atacar a todo el que
trate de cambiar el sistema o defienda una causa diferente a «los guerrilleros
de Cristo Rey».
Y de esta manera, una vez más
Cristo es instrumentalizado al servicio de movimientos, «cruzadas» y guerras
santas que poco tienen que ver con el evangelio de Jesús.
La reacción contraria es clara.
Un Cristo proletario, subversivo y revolucionario servirá para impulsar y
sacralizar acciones violentas de signo contrario.
Y, mientras tanto, seguirá sin
escucharse el mensaje de aquel Jesús que prefirió morir antes que matar. Aquel
Cristo que reina desde la cruz y no desde el poder.
Es una manipulación matar a un
hombre en nombre de Cristo Rey o de Jesús Revolucionario. No se puede
sacralizar en nombre de Cristo ningún terrorismo de derechas ni de izquierdas.
No se puede legitimar ninguna violencia destructora ni de arriba ni de abajo en
nombre de aquél que nos llama a construir una sociedad de hermanos.
José Antonio Pagola
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