El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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26º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
Recibiste tus bienes,
y Lázaro males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 16,19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los
fariseos:
- Había un hombre rico que se
vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro
estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo
que tiraban de la mesa del rico.
Y hasta los perros se le acercaban
a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo,
y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico, y lo
enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando
los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó:
- Padre Abrahán, ten piedad de mí
y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua,
porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contestó:
- Hijo, recuerda que recibiste
tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo,
mientras que tú padeces.
Y además, entre nosotros y
vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran,
desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió:
- Te ruego, entonces, padre, que
mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con
su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abrahán le dice:
- Tienen a Moisés y a los profetas;
que los escuchen.
El rico contestó:
- No, padre Abrahán. Pero si un
muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo:
- Si no escuchan a Moisés y a los
profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
25 de septiembre de 2016
NO
IGNORAR AL QUE SUFRE
Estaba
echado en su portal.
El contraste entre los dos
protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino.
Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre
pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso.
No se puede vivir sólo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión
yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos
perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre
portador de esperanza. Se llama «Lázaro»
o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en
el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad,
pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere
Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares
de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y
pobres.
Al rico no se le juzga por
explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha
disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha
visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha
excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está
creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el
sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas
que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para
percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo
en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos
turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver
cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce
lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la
enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin
apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles
en el televisor, pero, a través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más
irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a
nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va
haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se
acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
29 de septiembre de 2013
ROMPER LA
INDIFERENCIA
Según Lucas, cuando Jesús gritó
“no podéis servir a Dios y al dinero”, algunos fariseos que le estaban oyendo y
eran amigos del dinero “se reían de él”. Jesús no se echa atrás. Al poco
tiempo, narra una parábola desgarradora para que los que viven esclavos de la
riqueza abran los ojos.
Jesús describe en pocas palabras
una situación sangrante. Un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos
el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de
opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.
El relato describe a los dos
personajes destacando fuertemente el contraste entre ambos. El rico va vestido
de púrpura y de lino finísimo, el cuerpo del pobre está cubierto de llagas. El
rico banquetea espléndidamente no solo los días de fiesta sino a diario, el
pobre está tirado en su portal, sin poder llevarse a la boca lo que cae de la
mesa del rico. Sólo se acercan a lamer sus llagas los perros que vienen a
buscar algo en la basura.
No se habla en ningún momento de
que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se
diría que no ha hecho nada malo. Sin embargo, su vida entera es inhumana, pues
solo vive para su propio bienestar. Su corazón es de piedra. Ignora totalmente
al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve. Está ahí mismo, enfermo, hambriento y
abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para hacerse cargo de él.
No nos engañemos. Jesús no está
denunciando solo la situación de la Galilea de los años treinta. Está tratando
de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la
abundancia teniendo junto a nuestro portal, a unas horas de vuelo, a pueblos
enteros viviendo y muriendo en la miseria más absoluta.
Es inhumano encerrarnos en
nuestra “sociedad del bienestar” ignorando totalmente esa otra “sociedad del
malestar”. Es cruel seguir alimentando esa “secreta ilusión de inocencia” que
nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos
y es de nadie.
Nuestra primera tarea es romper
la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar vacío de
compasión. No continuar aislándonos mentalmente para desplazar la miseria y el
hambre que hay en el mundo hacia una lejanía abstracta, para poder así vivir
sin oír ningún clamor, gemido o llanto.
El Evangelio nos puede ayudar a
vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de
los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna y sin
permanecer pasivos cuando podemos actuar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
26 de septiembre de 2010
NO
IGNORAR AL QUE SUFRE
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
30 de septiembre de 2007
NOSOTROS
SOMOS EL OBSTÁCULO
Un
mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal.
La parábola parece narrada para
nosotros. Jesús habla de un rico
poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino indican lujo y ostentación. Su vida es
una fiesta continua. Sin duda, pertenece a ese sector privilegiado que vive en
Tiberíades, Séforis o Jerusalén. Son los que poseen riqueza, tienen poder y
disfrutan de una vida fastuosa.
Muy cerca, echado junto a la
puerta de su mansión está un mendigo.
No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas repugnantes. No sabe lo que
es festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa del rico. Sólo los perros
callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No posee nada, excepto un
nombre, Lázaro o Eliezer que significa Mi Dios
es ayuda.
La escena es insoportable. El rico lo tiene todo. No necesita ayuda
alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro. Vive en la inconsciencia
total. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte, es un ejemplo de pobreza
total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por quien le podría ayudar. Su
única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos millones de hombres y mujeres
hundidos en la miseria?
La mirada penetrante de Jesús
está desenmascarando la realidad. Las clases más poderosas y los estratos más
míseros parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una
barrera casi invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para
acercarse a Lázaro.
Jesús no pronuncia palabra alguna
de condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que
las cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación.
Esa barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un
abismo infranqueable y definitivo.
El obstáculo para hacer un mundo
más justo somos los ricos que levantamos barreras cada vez más seguras para que
los pobres no entren en nuestro país, ni lleguen hasta nuestras residencias, ni
llamen a nuestra puerta. Dichosos los seguidores de Jesús que rompen barreras,
atraviesan puertas, abren caminos y se acercan a los últimos. Ellos encaman al
Dios que ayuda a los pobres.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
26 de septiembre de 2004
ACERCARSE
Un
mendigo llamado Lázaro.
El pobre Lázaro está allí mismo,
muriéndose de hambre «junto a su puerta»,
pero el rico evita todo contacto y sigue viviendo «espléndidamente» ajeno a su sufrimiento. No atraviesa esa «puerta» que le acercaría al mendigo. Al
final descubre horrorizado que se ha abierto entre ellos un «inmenso abismo». Esta parábola es la
crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del otro.
Junto a nosotros hay cada vez más
inmigrantes. No son «personajes» de una parábola. Son hombres de carne y hueso.
Están aquí con sus angustias, necesidades y esperanzas. Sirven en nuestras
casas, caminan por nuestras calles. ¿Estamos aprendiendo a acogerlos o seguimos
viviendo nuestro pequeño bienestar, indiferentes al sufrimiento de quienes nos
resultan extraños? Esta indiferencia sólo se disuelve dando pasos que nos acerquen
a ellos.
Tal vez, podemos comenzar por
aprovechar cualquier ocasión para tratar con alguno de ellos de manera amistosa
y distendida, y conocer de cerca su mundo de problemas y aspiraciones. Que
fácil es descubrir que todos somos hijos e hijas de la misma Tierra y del mismo
Dios.
Es elemental no ironizar sobre
sus costumbres ni burlarse de sus creencias. Pertenecen a lo más hondo de su
ser. Muchos de ellos tienen un sentido de la vida, de la solidaridad, la fiesta
o la acogida que enriquecería nuestra cultura.
Hemos de evitar todo lenguaje
discriminatorio para no despreciar ningún color, raza, creencia o cultura. Cómo
humaniza convencerse vitalmente de la riqueza de la diversidad. Ha llegado el
momento de aprender a vivir en el mundo como la «aldea global» o la «casa
común» de todos.
Tienen defectos pues son como
nosotros. Hemos de exigir que respeten nuestro mundo, pero antes hemos de
reconocer sus derechos a la legalidad, al trabajo, a la vivienda o la
reagrupación familiar. Y, antes aún, luchar por romper ese «abismo» que separa
hoy a los pueblos ricos de los pobres.
Cada vez van a vivir más
extranjeros entre nosotros. Es una ocasión para aprender a ser más tolerantes,
más justos y en definitiva más humanos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
30 de septiembre de 2001
PROMESAS
ROTAS
Un
mendigo llamado Lázaro.
La parábola de Jesús describiendo
la crueldad de un rico que banquetea espléndidamente cada día, ignorando al
pobre Lázaro que junto a él se muere de hambre, no es una «exageración
oriental», sino algo que está sucediendo ahora mismo en nuestro planeta. Un
puñado de países obsesionados sólo por su propio bienestar sigue su marcha
abandonando a las dos terceras partes del mundo en el hambre y la miseria más
inhumana.
Estos días hemos conocido el
informe de UNICEF sobre el Estado Mundial de la Infancia 2002. Su título es
bien significativo: «Promesas rotas».
Los 22 países más ricos de la Tierra no cumplen sus promesas. La última década
ha sido una de las más prósperas que se recuerdan, pero la ayuda a los «países
del hambre», lejos de crecer, está disminuyendo. El resultado es desolador. Más
de 10 millones de niños mueren cada año por el hambre y la falta de higiene.
Cerca de 149 millones están malnutridos. Millones de niños y niñas viven
atrapados por la explotación laboral, la esclavitud y la prostitución. Más de
dos millones han muerto en los conflictos armados de esta última década.
¿Cómo podemos seguir soportando
por más tiempo nuestro cinismo e hipocresía? ¿Cómo podernos seguir hablando de
«progreso», de «valores democráticos», de «defensa de las libertades»? ¿Dónde
están las Iglesias? ¿Dónde los cristianos? El Mundo del Bienestar es, en buena
parte, de cultura cristiana. Los que durante siglos venimos explotando a los
países más pobres de la Tierra o abandonándolos en la miseria y desesperación
somos pueblos que dicen creer en Dios. Pero, ¿qué Dios es éste que no es capaz
de sacarnos de nuestra increíble ceguera?
No es ciertamente el Dios
proclamado por Jesucristo, un Dios Padre para todos. No es lo mismo creer en
Dios o creer en un Padre que sólo quiere el bien, la dignidad y la dicha de
todos sus hijos e hijas. Los hombres se destruyen unos a otros en nombre de
Dios pero nunca podrían hacerlo en nombre de un Padre que ama a todos. Los
creyentes satisfechos del Primer Mundo hacen sus rezos a su Dios mientras
niegan su solidaridad a los hambrientos de la Tierra, pero no podrían ni por un
momento dirigirse al Padre de todos sin sentirse llamados a luchar por una vida
más digna para sus hijos e hijas que mueren de hambre y miseria.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
27 de septiembre de 1998
¿DEUDA
ETERNA?
Nadie se
lo daba.
La parábola de Jesús describiendo
la crueldad de un rico que banquetea espléndidamente cada día sin hacer caso
del pobre Lázaro que junto a él se muere de hambre, no es una «exageración
oriental», sino algo que está sucediendo ahora mismo en nuestro planeta.
La deuda externa que pesa sobre
los países pobres es, en estos momentos, la manifestación más dramática de la
impiedad —¿por qué emplear términos más suaves?— de los países ricos del Norte
hacia quienes se hunden cada vez más en la miseria.
La situación es catastrófica. El
endeudamiento va aumentando trágicamente, mientras la ayuda oficial a los
países en desarrollo disminuye. En 1996 los países del Sur debían al Norte más
de dos billones de dólares, casi el doble que diez años antes. La situación de
algunos países es insostenible, pues, a pesar de recortar sus gastos sociales
(salud, higiene, educación), apenas pueden pagar los intereses de la deuda
contraída.
No es un problema fácil de
resolver. Sólo la concienciación, la opinión pública mundial y la presión sobre
los Gobiernos y organismos financieros implicados podrá conducir a la
condonación de la deuda a los países más pobres y a la reducción parcial y
progresiva al resto.
Son muchas las campañas,
iniciativas, plataformas y movilizaciones en marcha en diferentes puntos. Juan Pablo II hizo un ardiente
llamamiento en los umbrales del nuevo milenio: «Los cristianos tendrán que elevar su voz en nombre de los pobres del
mundo, promoviendo el Jubileo como una ocasión apropiada... para reducir
considerablemente, o incluso cancelar por completo, la deuda externa que
amenaza gravemente el futuro de muchas naciones.»
Respondiendo a esta llamada se
puso en marcha entre nosotros una gran campaña que ha durado todo el año dos
mil. Promovida por diferentes organismos (Cáritas, Manos Unidas, Justicia y
Paz, Confer), llevaba este significativo lema: «Deuda externa, ¿ deuda eterna? Año 2000: libertad para mil millones de
personas.»
El año 2000 ha quedado atrás,
pero la deuda externa —a pesar de algunos gestos con países abatidos por alguna
desgracia— sigue como antes. ¿Qué podemos hacer? Las posibilidades son
diversas: informarse mejor de este problema, difundir información, concienciar
a los hijos o alumnos, tomar parte activa en la recogida de firmas,
manifestaciones de apoyo y otros actos de concienciación y presión. Es un buen
gesto vivir elevando nuestra voz en favor de los más pobres de la Tierra.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
1 de octubre de 1995
CONTRA EL
HAMBRE
Un
mendigo llamado Lázaro.
Está creciendo entre nosotros la conciencia
de que el mundo se parece cada vez más a una «aldea global». Somos más conscientes de que todos compartimos un
solo planeta. Formamos parte de una misma humanidad. Sin embargo, no somos
idénticos. Sobre la tierra hay una rica variedad de culturas que expresan
formas diferentes de ser, de vivir y de organizarse. Los pueblos tienen su
propia lengua, religión, tradición y costumbres. Poseen su arte, su literatura
y su música. Viven de maneras diferentes la fiesta, el matrimonio o la muerte.
Esta es la gran riqueza de la humanidad.
Pero esta variedad que debería
ser fuente de mutuo enriquecimiento, origina con frecuencia discriminación y
crueles desigualdades. Los países económicamente poderosos imponen su ley
buscando sólo sus propios intereses. No todos los pueblos pueden desarrollar su
propia identidad. Hay incluso algunos, hundidos en la miseria y el hambre, que
están condenados a su desaparición. Es cierto que existe una Declaración
Universal de los Derechos Humanos, pero el disfrute real de los derechos no es
universal. Ni siquiera el derecho a la vida está al alcance de todos los
pueblos.
Sin embargo, cada pueblo tiene
derecho a afirmar y desarrollar su propia identidad. Somos distintos, hablamos
lenguas diferentes, nuestra mentalidad y tradiciones son diversas. Pero todos
tenemos la misma igualdad. Todos somos seres humanos. Todos hermanos, hijos de
un mismo Dios Creador y Padre.
Los que vivimos en los pueblos
poderosos del Primer Mundo tendemos a considerar nuestra cultura occidental
moderna como la verdadera cultura. Nos sentimos con derecho a juzgar,
discriminar y excluir cultural, social y económicamente a los pueblos de
cultura diferente. Nosotros somos «el centro del mundo». Miramos la tierra
pensando sólo en nuestro propio desarrollo. Los demás tienen que girar en torno
a nuestros intereses.
La lucha contra la pobreza y el
hambre en la tierra sólo es posible desde una nueva conciencia de los derechos
de los países pobres. Mientras nuestros pueblos sólo piensen en tener más y
poder más, no habrá verdadera solidaridad.
La parábola del rico que «banqueteaba espléndidamente cada día» y
del mendigo Lázaro a quien no se le daba ni lo que se tiraba de la mesa, es una
grave advertencia. Los cristianos traicionamos nuestra fe en Dios Padre de todos
los hombres cuando no luchamos porque se supere ese distanciamiento injusto e
insolidario entre los pueblos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
27 de septiembre de 1992
NO
INTERESAN
… nadie
se lo daba.
No interesan apenas a nadie. No
entran en la lista de reivindicaciones de ningún grupo político o colectivo
social importante. Son los últimos de nuestra sociedad, los más rechazados y
marginados. Ahí están sufriendo en las cárceles y centros penitenciarios. Pero
nosotros preferimos ignorarlos.
Muchos de ellos arrastran tras de
sí una historia desgarrada. No han conocido el calor de un hogar ni la
seguridad de un trabajo. Sumergidos muy pronto en el mundo de la droga o la
delincuencia, hoy se encuentran atrapados en un proceso de autodestrucción que
no parece tener salida.
Es difícil olvidar sus rostros
deteriorados por la enfermedad y el aislamiento. En torno al 70% son
toxicómanos. Un 40% están afectados por el SIDA. En bastantes casos, nadie los
espera a la salida. No pocos viven acompañados por un sentimiento de
culpabilidad y automenosprecio.
El desarraigo de sus familias, el
temor a quedarse sin el afecto de nadie, la privación de libertad, la dureza de
las relaciones humanas dentro de la cárcel y la falta de futuro van minando
poco a poco incluso a los más fuertes, hundiendo a bastantes en la depresión y
la desesperanza.
Pero, ¿por qué tiene que ser así?
¿Es esto lo único que una «sociedad progresista» sabe ofrecer a estos hombres y
mujeres que no han tenido, muchos de ellos, ni capacidad ni oportunidades para
abrirse paso a un vida normal en una sociedad competitiva y exigente?
La Ley General Penitenciaria
establece que el objetivo de las prisiones es «la reeducación y la reinserción
social de los sentenciados» (art. 25,2), pero todo el mundo sabe que la cárcel
actual, excepto raras excepciones, lejos de rehabilitar a los delincuentes, los
deteriora todavía más y hasta los hunde para siempre en el mundo del delito.
Y si esto es así desde hace
muchos siglos, ¿por qué no se abre en la sociedad un debate de fondo sobre la
función de la cárcel? ¿Por qué la clase política no urge una reforma
penitenciaria que humanice la vida de los presos y desarrolle nuevos caminos de
carácter más terapéutico y rehabilitador? ¿Por qué no se protesta ante la
escasez de recursos que, año tras año, se asignan en los presupuestos generales
para la mejora de las cárceles?
No nos preocupa en absoluto el
sufrimiento y la destrucción de estos hombres y mujeres. Más aún, podemos caer
en la fácil tentación de pensar que son «los malos», los malogrados, los que
ponen en peligro la sociedad, en contraposición a «los buenos», los ciudadanos
ejemplares que somos nosotros.
El rasgo inhumano del rico
descrito por Jesús en una parábola inolvidable es su absoluta indiferencia ante
el sufrimiento del miserable Lázaro. ¿No retrata esta parábola la poca
humanidad de esta sociedad nuestra que pretende progresar y alcanzar mayor
bienestar olvidando el sufrimiento de los más débiles y desafortunados?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de octubre de 1989
UN GESTO
QUE HACE PENSAR
Nadie se
lo daba.
La parábola de Jesús
describiéndonos la crueldad de aquel hombre que banquetea espléndidamente cada
día, sin acercarse al mendigo Lázaro tirado junto al portal de su propia casa,
no es “una exageración oriental» sino algo que puede estar sucediendo hoy entre
nosotros.
Casi sin darnos cuenta, nos
estamos habituando a la tragedia que viven junto a nosotros tantas familias
víctimas del paro y la inseguridad laboral.
Nos estamos acostumbrando a vivir
tranquilamente nuestra vida sin escuchar la ansiedad y frustración de tantos
hombres y mujeres a los que el paro ha roto todos sus proyectos y ha hundido en
el desaliento y la desesperanza.
¿Qué podemos hacer los que
tenemos un trabajo asegurado? ¿Protestar mecánicamente contra “la injusticia de
la sociedad» y seguir acrecentando nuestros ingresos? Y, mientras el problema
no se resuelva, ¿cómo miraremos a los ojos angustiados de los que no tienen ya
para comer?
Es falso pensar que cada uno de
nosotros no podemos hacer nada. Además de apoyar y exigir el cambio
socio-económico necesario para una redistribución más justa del trabajo, hay
algo que podemos hacer ahora mismo y que nos puede mostrar hasta qué punto
estamos dispuestos a cambiar y crear una solidaridad mayor entre nosotros.
Cada mes, 600 familias
guipuzcoanas en paro y sin ninguna clase de ingresos, reciben de Cáritas la
ayuda económica necesaria para subsistir.
Esto es posible porque también
cada mes hay 1.250 familias guipuzcoanas que entregan a Cáritas la parte de su
salario correspondiente a un día de trabajo.
Son familias en las que no sobra
el dinero. Hombres y mujeres que viven de su trabajo y, por eso mismo, han
comprendido la situación angustiosa de quienes no lo tienen.
Es el gesto concreto y realista
de unas personas que han comprendido que, en una sociedad en la que ya no habrá
trabajo para todos, es necesario buscar nuevos cauces para redistribuir los bienes
y compartir las necesidades.
No es un recibo más cada mes
junto al de la luz o el teléfono. Es un gesto de solidaridad que apunta hacia
formas más equitativas de comunicación de bienes que habrá de organizar la
misma sociedad. El gesto de aquellos que saben adelantarse desde ahora
compartiendo, aunque sea de manera modesta, su trabajo e ingresos con quienes
carecen del mínimo para vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
28 de septiembre de 1986
NUEVO
CLASISMO
banqueteaba
espléndidamente...
Conocemos la parábola. Un rico
despreocupado que «banquetea espléndidamente», ajeno al sufrimiento de los
demás y un pobre mendigo a quien «nadie daba nada».
Dos hombres distanciados por un
abismo de egoísmo e insolidaridad que, según Jesús, puede hacerse definitivo,
por toda la eternidad.
Adentrémonos un poco en el
pensamiento de Jesús. El rico de la parábola no es descrito como un explotador
que oprime sin escrúpulos a sus siervos. No es ése su pecado. El rico es
condenado sencillamente porque disfruta despreocupadamente de su riqueza sin
acercarse a la necesidad del pobre Lázaro.
Esta es la convicción profunda de
Jesús. La riqueza en cuanto «apropiación excluyente de la abundancia», no hace
crecer al hombre, sino que lo destruye y deshumaniza pues lo va haciendo
indiferente, apático e insolidario ante la desgracia ajena.
El fenómeno del paro cada vez más
masivo está haciendo surgir un nuevo clasismo entre nosotros. La clase de los
que tenemos trabajo y la clase de los que no lo tienen. Los que podemos seguir
aumentando nuestro bienestar y los que están parados. Los que exigimos una
retribución cada vez mayor y unos convenios cada vez más ventajosos y quienes
ya no pueden «exigir» nada.
La parábola es un reto a nuestra
vocación de solidaridad. ¿Podemos seguir organizándonos nuestras «cenas de fin
de semana» y continuar disfrutando alegremente de nuestro bienestar, cuando el
fantasma de la pobreza está ya amenazando a muchos hogares?
Nuestro gran pecado puede ser la
apatía social y política. El paro se ha convertido en algo tan «normal y
cotidiano» que ya no escandaliza ni nos hiere tanto.
Nos encerramos cada uno en
«nuestra vida» y nos quedamos ciegos e insensibles ante la frustración, la
humillación, la crisis familiar, la inseguridad y la desesperación de estos
hombres y mujeres.
El paro no es sólo un fenómeno
que refleja el fracaso de un sistema socio-económico y que obliga a las
naciones a preguntarse qué es lo que no funciona.
El paro son personas concretas
que ahora mismo necesitan la ayuda de quienes disfrutamos de la seguridad de un
trabajo. Quizás daríamos algún paso concreto de solidaridad si nos atreviéramos
a contestar a esta pregunta: ¿necesitamos realmente todo lo que compramos?
¿Cuándo termina nuestra necesidad real y cuándo comienzan nuestros caprichos?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
25 de septiembre de 1983
CLASISMO
Había un
hombre rico...
y un mendigo llamado Lázaro.
y un mendigo llamado Lázaro.
Jesús ha visto con lucidez que
uno de los obstáculos más graves para que se imponga entre los hombres una
verdadera fraternidad es el afán de posesión que se apodera del hombre.
La conocida parábola del pobre
Lázaro y del rico sin entrañas es quizás la que más dramáticamente nos describe
la tragedia amarga que se repite generación tras generación en la historia de
la humanidad.
Para el hombre que no conoce la
necesidad, la vida es una fiesta regocijada, un espléndido banquete. Parece
como si la seguridad económica pudiera ofrecerle todo lo que necesita: bienestar,
poder, tranquilidad, felicidad.
Y, sin embargo, precisamente esa
seguridad y disfrute despreocupado de sus bienes es lo que deshumaniza
profundamente al rico y lo vuelve ciego, superficial e inconscientemente cruel.
Mientras Lázaro se hunde en la miseria, experimentando dolorosamente la
indigencia humana, el rico vive engañado en su mundo privilegiado de riqueza y
poder, olvidado de su condición de hombre y de hermano.
Esta ceguera cruel es el riesgo
que amenaza siempre al que vive sin preocupaciones ni aprietos económicos. No
ve a los necesitados. No es capaz de comprender sus angustias, sus miedos, su
impotencia. No entiende que son sus hermanos.
Así, este hombre, preocupado sólo
de disfrutar tranquilamente de la vida, crea con su egoísmo casi inconsciente,
ruptura y violencia. Abre un abismo entre los hombres, provoca un clasismo
insalvable.
La parábola del rico y del pobre
Lázaro es verdaderamente significativa. Los dos se encuentran todos los días,
pero viven absolutamente alejados el uno del otro. Y es el rico el que crea
esta separación y distanciamiento inhumanos. El abismo que los va a separar más
allá de la muerte no es más que la continuidad de la trágica división querida
por el rico en esta tierra.
El pensamiento de Jesús es claro.
El clasismo que crea el rico y el aislamiento en que se encierra, le alejan
para siempre de la fraternidad humana. Nunca se encontrarán con el Padre
aquéllos que han sido incapaces de descubrir su responsabilidad ante los
hermanos sumidos en la necesidad.
Es bueno que nos preguntemos si,
en definitiva, no somos todos «clasistas», preocupados cada uno por defender
egoístamente su pequeño mundo de felicidad, ciegos y sordos ante las
necesidades de los que son menos privilegiados que nosotros.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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