El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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5º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
Dejándolo todo, lo
siguieron.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 5,1-11
En aquel tiempo, la gente se
agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas
del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los
pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de
Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado,
enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a
Simón:
- Rema mar adentro y echa las
redes para pescar.
Simón contestó:
- Maestro, nos hemos pasado la
noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron
una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los
socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron
ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro
se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
- Apártate de mí, Señor, que soy
un pecador.
Y es que el asombro se había
apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que
habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que
eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
- No temas: desde ahora serás
pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a
tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
7 de febrero de 2016
RECONOCER
EL PECADO
Apártate
de mí, que soy pecador.
El relato de "la pesca
milagrosa" en el lago de Galilea fue muy popular entre los primeros
cristianos. Varios evangelistas recogen el episodio, pero sólo Lucas culmina la
narración con una escena conmovedora que tiene por protagonista a Simón Pedro,
discípulo creyente y pecador al mismo tiempo.
Pedro es un hombre de fe,
seducido por Jesús. Sus palabras tienen para él más fuerza que su propia
experiencia. Pedro sabe que nadie se pone a pescar al mediodía en el lago,
sobre todo si no ha capturado nada por la noche. Pero se lo ha dicho Jesús y
Pedro confía totalmente en él: «Apoyado
en tu palabra, echaré las redes».
Pedro es, al mismo tiempo, un
hombre de corazón sincero. Sorprendido por la enorme pesca obtenida, «se arroja
a los pies de Jesús» y con una espontaneidad admirable le dice: «Apártate de mí, que soy pecador». Pedro
reconoce ante todo su pecado y su absoluta indignidad para convivir de cerca
con Jesús.
Jesús no se asusta de tener junto
a sí a un discípulo pecador. Al contrario, si se siente pecador, Pedro podrá
comprender mejor su mensaje de perdón para todos y su acogida a pecadores e
indeseables. «No temas. Desde ahora,
serás pescador de hombres». Jesús le quita el miedo a ser un discípulo
pecador y lo asocia a su misión de reunir y convocar a hombres y mujeres de
toda condición a entrar en el proyecto salvador de Dios.
¿Por qué la Iglesia se resiste
tanto a reconocer sus pecados y confesar su necesidad de conversión? La Iglesia
es de Jesucristo, pero ella no es Jesucristo. A nadie puede extrañar que en
ella haya pecado. La Iglesia es "santa" porque vive animada por el
Espíritu Santo de Jesús, pero es "pecadora" porque no pocas veces se
resiste a ese Espíritu y se aleja del evangelio. El pecado está en los creyentes
y en las instituciones; en la jerarquía y en el pueblo de Dios; en los pastores
y en las comunidades cristianas. Todos necesitamos conversión.
Es muy grave habituarnos a
ocultar la verdad pues nos impide comprometernos en una dinámica de conversión
y renovación. Por otra parte, ¿no es más evangélica una Iglesia frágil y
vulnerable que tiene el coraje de reconocer su pecado, que una institución
empeñada inútilmente en ocultar al mundo sus miserias? ¿No son más creíbles
nuestras comunidades cuando colaboran con Cristo en la tarea evangelizadora,
reconociendo humildemente sus pecados y comprometiéndose a una vida cada vez
más evangélica? ¿No tenemos mucho que aprender también hoy del gran apóstol
Pedro reconociendo su pecado a los pies Jesús?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
10 de febrero de 2013
LA FUERZA
DEL EVANGELIO
El episodio de una pesca
sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el
evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que
todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es
muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del
Evangelio.
El relato comienza con una escena
insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y "la gente se va
agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios". No vienen movidos
por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de
Jesús la Palabra de Dios.
No es sábado. No están
congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se
leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los
sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta
Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.
También la escena de la pesca es
insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus
compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de
día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su
trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.
En el trasfondo de los datos que
hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros, hay un
hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de modo imparable el poder de
atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años.
Los cristianos venimos
experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas
generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero,
al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.
Ha llegado el momento de recordar
que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en
nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos "haciendo
cosas" desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o
ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza
capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?
¿No hemos de poner el Evangelio
en el primer plano de todo?. Lo más importante en estos momentos críticos no
son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la
persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en
nuestras cosas sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo
se despierta cuando las personas descubren el fuego de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
7 de febrero de 2010
RECONOCER
EL PECADO
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
4 de febrero de 2007
UNA
PALABRA DIFERENTE
La gente
se agolpaba... para oír la Palabra de Dios.
Al llegar al lago Genesaret,
Jesús vive una experiencia muy diferente a la que había vivido en su pueblo. La
gente no lo rechaza, sino que se agolpa a
su alrededor. Aquellos pescadores no buscan milagros como los vecinos de
Nazaret. Quieren oír la Palabra de Dios.
Es lo que necesitan.
La escena es cautivadora. No
ocurre dentro de una sinagoga, sino en medio de la naturaleza. La gente escucha
desde la orilla; Jesús habla desde la superficie serena del lago. No está
sentado en una cátedra sino en una barca. Según Lucas, en este escenario
humilde y sencillo enseñaba Jesús a
la gente.
Esta muchedumbre viene a Jesús
para oír la Palabra de Dios. Intuyen
que lo que él les dice proviene de Dios. Jesús no repite lo que oye a otros; no
cita a ningún maestro de la ley. Esa alegría y esa paz que sienten en su
corazón sólo puede despertarlas Dios. Jesús les pone en comunicación con él.
Años más tarde, en las primeras
comunidades cristianas, se dice que la gente se acerca también a los discípulos
de Jesús para oír la Palabra de Dios.
Lucas vuelve a utilizar esta expresión audaz y misteriosa: la gente no quiere
oír de ellos una palabra cualquiera; esperan una palabra diferente, nacida de
Dios. Una palabra como la de Jesús.
Es lo que se ha de esperar
siempre de un predicador cristiano. Una palabra dicha con fe. Una enseñanza
enraizada en el evangelio de Jesús. Un mensaje en el que se pueda percibir sin
dificultad la verdad de Dios y donde se pueda escuchar su perdón, su
misericordia insondable y también su llamada a la conversión.
Probablemente, muchos esperan hoy
de los predicadores cristianos esa palabra humilde, sentida, realista, extraída
del evangelio, meditada personalmente en el corazón y pronunciada con el
Espíritu de Jesús. Cuando nos falta este Espíritu, jugamos a hacer de profetas,
pero, en realidad, no tenemos nada importante que comunicar. Con frecuencia,
terminamos repitiendo con lenguaje religioso las «profecías» que se escuchan en
la sociedad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
8 de febrero de 2004
TODO ES
GRACIA
Se
admiraban de las palabras de gracia.
Los habitantes de Cafarnaúm se
admiran de «las palabras de gracia»
que salen de la boca de Jesús pues, al leer en la sinagoga el libro de Isaías,
sólo recoge las palabras que hablan de salvación y no las de venganza y
castigo.
Hace unos años los cristianos
hablaban de la gracia con más frecuencia. Precisamente el dilema decisivo de la
vida se formulaba en estos términos: «estar en gracia» o «estar en pecado». Hoy
todo eso parece haber quedado arrinconado como algo de importancia secundaria,
y la palabra misma «gracia» apenas tiene para muchos creyentes un significado
especial.
Sin embargo, la fe cristiana no
ha encontrado una palabra más adecuada para expresar la bondad, el cariño y la
misericordia de Dios que impregnan y penetran nuestra existencia entera. El
hombre no es un ser «des-graciado». No está en «des-gracia» ante Dios. Toda
persona, lo sepa o no, cuenta siempre con su gracia. Aun el más indigno, el más
perdido, está siempre envuelto por la gracia de Dios que lo acoge y ama sin
fin.
Aunque una cierta predicación
haya podido sugerir lo contrario, no es que los hombres tengamos que ser buenos
para que Dios nos acepte y nos ame. Dios nos ama porque es Amor y no puede ser
de otra manera. Y nosotros somos buenos dejándonos transformar por ese amor.
A pesar de nuestra mediocridad y
nuestro pecado, Dios no deja de ofrecerse y comunicarse. No se retira de
nosotros. Nuestro pecado no destruye su presencia amorosa. Sólo impide que esa
presencia nos vaya liberando y construyendo como personas.
Dios sigue ahí, sosteniendo y
alentando nuestro ser con amor, respetando totalmente nuestra libertad,
llamándonos silenciosamente a una vida más plena. Por eso pudo escribir G
Bernanos «todo es gracia», porque
todo, absolutamente todo, está sostenido, envuelto y penetrado por el misterio
de ese Dios que es gracia, acogida y perdón para todas sus criaturas.
Por otra parte, sería una
equivocación pensar que la gracia es «algo» que se recibe de Dios sólo
interiormente y de manera secreta e invisible, en lo más oculto del alma. La
gracia es presencia salvadora de Dios que se nos regala permanentemente y de
mil maneras a todos y cada uno de nosotros a través de personas, experiencias y
acontecimientos que sostienen nuestra vida, nos interpelan y nos hacen crecer
hacia la Vida definitiva.
La gracia es Dios presente en
nuestra existencia entera. Todo cambiaría para nosotros si fuéramos capaces de
creer un poco lo que dice el admirable Angelus Silesius: «Yo no existo fuera de Dios; Dios no existe fuera de mí».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
4 de febrero de 2001
TEOLOGIA
DEL GUSANO
No tenias.
La culpa como tal no es algo
inventado por las religiones, sino que constituye una de las experiencias
humanas más antiguas y universales. Antes de que aflore el sentimiento religioso,
se puede advertir en el ser humano esa sensación de «haber fallado» en algo. El
problema no consiste en la experiencia de la culpa, sino en el modo de
afrontarla.
Hay una manera sana de vivir la
culpa. La persona asume la responsabilidad de sus actos «desacertados», lamenta
el daño que ha podido causar y se esfuerza por mejorar en el futuro su
conducta. Vivida así, la experiencia de la culpa forma parte de lo que
significa ser una persona madura.
Pero hay también maneras poco
sanas de vivir esta culpa. La persona se encierra morbosamente en su
indignidad, fomenta sentimientos infantiles de mancha y suciedad, destruye su
autoestima y se anula para crecer corno persona. El individuo se atormenta, se
humilla y lucha consigo mismo pero, al final de todos sus esfuerzos, sólo se
encuentra con su propia culpabilidad.
Lo propio de la conciencia
cristiana de pecado es vivir la experiencia de culpa ante un Dios que es amor y
sólo amor. El creyente reconoce que ha sido infiel a ese amor infinito. Esto le
da a su culpa un peso y una seriedad absoluta. Pero, al mismo tiempo, la libera
de cualquier desesperanza, pues el creyente sabe que, aún siendo pecador, es
aceptado por Dios y en él puede encontrar siempre la misericordia que salvan de
toda indignidad y fracaso.
J. V. Bonet, experto en psicología religiosa, ha
publicado un pequeño libro titulado Teología
del «gusano». Autoestima y evangelio (Ed. Sal Terrae, Santander 2000) en el
que, de manera sencilla y sugerente, denuncia esa forma malsana y
pseudoreligiosa de vivir la culpabilidad que lleva todavía a no pocos a
sentirse como «gusanos» despreciables ante Dios y no como «hijos amados» con
amor insondable por un Padre.
El relato evangélico (Lc 5,1-ii)
nos habla de Pedro como un hombre que, abrumado por su indignidad, se arroja a
los pies de Jesús diciendo: «Apártate de
mí, Señor, que soy pecador». La respuesta de Jesús no podía ser otra: «No temas», no tengas miedo de ser
pecador y estar junto a mí. Esta es la suerte del creyente: se sabe pecador
pero se sabe, al mismo tiempo, aceptado, comprendido y amado incondicionalmente
por Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
8 de febrero de 1998
ADHESIÓN
RENOVADA
Subió a
una de las barcas, la de Simón.
La crisis religiosa ha modificado
profundamente la actitud de las gentes ante la Iglesia. Hoy se pueden observar
entre nosotros las posturas más diversas ante la institución eclesial.
Algunos viven anclados en la
nostalgia del pasado. La Iglesia, según ellos, ha cambiado demasiado. Ya no es
lo que era. Se ha roto la unidad. Falta valentía para predicar la doctrina y la
moral tradicional. La Iglesia se ha acomodado a las exigencias del mundo
olvidando su verdadera misión.
Otro grupo mucho más numeroso y
heterogéneo vive de forma pacífica. No piden mucho a la Iglesia ni a sus responsables:
ni talante evangélico ni compromiso social. Casi todo les parece bien. Ellos se
preocupan, sobre todo, de su relación con Dios. A la Iglesia sólo le piden que
organice bien los servicios religiosos.
Hay sectores que se sienten
incómodos dentro de la Iglesia. Critican su mediocridad y se distancian de
ciertas actuaciones de la jerarquía. La Iglesia se les presenta como poco
sensible a los valores de la modernidad, sin espíritu democrático, incapaz de
asumir los derechos de la mujer, cerrada a la aportación de los teólogos más
renovadores. Todo les empuja a vivir su fe cristiana «por libre».
Otros se han distanciado mucho
más. Sólo sienten por ella desapego y hasta antipatía. No conocen demasiado la
vida interna de la Iglesia ni les interesa. Ven en ella una gran
«multinacional» que defiende sus propios intereses y que, pese a ciertos
retoques renovadores, siempre favorecerá el inmovilismo y una moral poco
progresista.
Hay, sin embargo, sectores
importantes de cristianos que están viviendo en estos momentos una experiencia
nueva de la Iglesia. La sienten más suya. Han descubierto que lo más importante
que ella tiene es Jesucristo y su Evangelio. Y esto es lo primero que buscan en
ella. Por eso, no la magnifican ingenuamente, tampoco la descalifican con
agresividad. Conocen de cerca sus problemas e infidelidades. Los sufren como
propios y, por eso, la critican y tratan de purificarla desde dentro.
Para éstos, la Iglesia es, antes
que nada, una comunidad donde celebran con gozo su fe y donde escuchan, junto a
otros creyentes, el Evangelio de Cristo que alimenta su esperanza. Pero es
también una comunidad llamada por Cristo a hacer un mundo más fraterno, más
justo y más humano. Por eso, se comprometen de forma activa.
Son estos creyentes los que, con
su crítica lúcida, su adhesión cálida y su participación responsable, pueden
colaborar en la conversión y renovación de esa Iglesia que los Padres de la
Iglesia veían en la «barca de Pedro»
de los relatos evangélicos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
5 de febrero de 1995
¿UNA
MORAL SIN PECADO?
No temas.
Se dice a menudo que ha
desaparecido la conciencia de pecado. No es cierto. Lo que sucede es que la
crisis de fe ha traído consigo una manera diferente, no siempre más sana, de
enfrentarse a la propia culpabilidad. De hecho, al prescindir de Dios, no pocos
viven la culpa de modo más confuso y más solitario.
Algunos han quedado estancados en
la forma más primitiva y arcaica de vivir el pecado. Se sienten manchados por su maldad. Indignos de
convivir junto a sus seres queridos. No conocen la experiencia de un Dios
perdonador, pero tampoco han encontrado otro camino para liberarse de su
malestar interior.
Hay quienes siguen viviendo el
pecado como transgresión. Es cierto
que han borrado de su conciencia algunos «mandamientos», pero lo que no ha
desaparecido en su interior es la imagen de un Dios legislador ante el que no
saben bien cómo situarse. Sienten la culpa como una ruptura con la que no es
fácil convivir.
Bastantes viven el pecado como autoacusación. Al diluirse su fe en
Dios, la culpa se va convirtiendo en «una
acusación sin acusador» (P. Ricoeur). No hace falta que nadie los condene.
Ellos mismos lo hacen. Pero, ¿cómo liberarse de esta autocondenación?, ¿basta
olvidar el pasado y tratar de eliminar la propia responsabilidad?
Se ha intentado también reducir
el pecado a una vivencia psicológica
más. Un bloqueo de la persona. El pecador sería una especie de «enfermo»,
víctima de su propia debilidad. Se ha llegado incluso a hablar de una «moral sin pecado» (A. Hesnard). Pero,
¿es posible vivir una vida moral sin vivenciar el pecado?
Para el creyente, el pecado es
una realidad. Inútil encubrirlo o escamotearlo. Aunque se sabe muy condicionado
en su libertad, el cristiano se siente responsable de su vida ante sí mismo y
ante Dios. Por eso confiesa humildemente su pecado y lo reconoce como una ofensa contra Dios. Pero contra un Dios
que sólo busca la felicidad del ser humano. Nunca hemos de olvidar que el
pecado sólo ofende a dios en cuanto que nos daña a nosotros mismos, seres
infinitamente queridos por él.
Sobrecogido por la presencia de
Jesús, Pedro reacciona reconociendo su pecado: «Apártate de mí Señor, que soy un pecador.» Pero Jesús no se aparta
de él sino que le confía una nueva misión: «No
temas; desde ahora, serás pescador de hombres.» Reconocer el pecado e
invocar el perdón es, para el creyente, la forma más sana de renovarse y crecer
como persona.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
9 de febrero de 1992
ERROR
NEFASTO
No temas.
Está muy extendida la idea de que
la culpa es algo introducido por la religión. Muchos piensan que si Dios no
existiera, desaparecería totalmente el sentimiento de culpa, pues no habría
mandamientos y cada uno podría hacer lo que quisiera.
Nada más lejos de la realidad. La
culpa no es algo inventado por los creyentes, sino una experiencia universal
que vive todo hombre, como lo ha recordado con insistencia la filosofía moderna
(Kant, Heidegger, P. Ricoeur).
Creyentes y ateos, todos nos enfrentamos a esta realidad dramática: nos
sentimos llamados a hacer el bien pero, una y otra vez, hacemos el mal.
Lo propio del creyente es que
vive la experiencia de la culpa ante Dios. Pero, ¿ante qué Dios? Si el creyente
se siente culpable ante la mirada de un Dios resentido e implacable, nada hay
en el mundo más culpabilizador y destructor. Si, por el contrario, experimenta
a Dios como alguien que nos acompaña con amor, siempre dispuesto a la
comprensión y la ayuda, es difícil pensar en algo más luminoso, sanante y
liberador.
Pero, ¿cuál es la actitud real de
Dios ante nuestro pecado? No es tan fácil responder a esta pregunta. En el
Antiguo Testamento se da un largo proceso que, a veces, los creyentes no llegan
a captar. P. Ricoeur nos advierte que
«todavía queda mucho camino hasta que comprendamos o adivinemos que la cólera
de Dios es solamente la tristeza de su amor».
Pero resulta todavía más
deplorable que bastantes cristianos no lleguen nunca a captar con gozo al Dios
de perdón y de gracia revelado en Jesucristo. ¿Cómo ha podido irse formando,
después de Jesucristo, esa imagen de un Dios resentido y culpabilizador? ¿Cómo
no trabajar con todas las fuerzas para liberar a la gente de tal equívoco?
No pocas personas piensan que el
pecado es un mal que se le hace a Dios, el cual «impone» los mandamientos
porque le conviene a él; por eso castiga al pecador. No terminamos de
comprender que el único interés de Dios es evitar el mal del hombre. Y que el
pecado es un mal para el hombre, y no para Dios. Lo explicaba hace mucho santo Tomás de Aquino: «Dios es ofendido
por nosotros sólo porque obramos contra nuestro propio bien.»
Quien, desde la culpa, sólo mira
a Dios como juez resentido y castigador, no ha entendido nada. de ese Padre
cuyo único interés somos nosotros y nuestro bien. En ese Dios en el que no hay
absolutamente nada de egoísmo ni resentimiento, sólo cabe ofrecimiento de
perdón y de ayuda para ser más humanos. Somos nosotros los que nos juzgamos y
castigamos rechazando su amor.
La escena que nos describe Lucas
es profundamente significativa. Simón Pedro se arroja a los pies de Jesús,
abrumado por sus sentimientos de culpa e indignidad: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.» La reacción de Jesús,
encarnación de un Dios de amor y perdón, es conmovedora: «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
5 de febrero de 1989
DISFRAZADOS
No temas.
Sería ingenuo pensar que las
personas se disfrazan solamente por Carnaval y que las mascaradas de los
hombres duran sólo estos tres días anteriores a la cuaresma.
Si observamos sinceramente
nuestra vida, encontramos, ciertamente, momentos de honradez, franqueza y
claridad. Pero, al mismo tiempo, todos sabemos que nuestra vida es, en gran
parte, una mentira.
En cierto modo, se puede decir
que nos mentimos a nosotros mismos a lo largo de toda la vida. Nos revestimos
de máscaras hacia fuera y hacia dentro. Y nos pasamos la vida recortando, falseando
o desfigurando las llamadas de la verdad.
Y no se trata de pensar ahora en
nuestras mentiras, engaños y simulaciones de todos los días, sino en la gran
mentira de nuestra vida en su conjunto. En esa capacidad nuestra de gritar la
verdad a grandes voces y exigir siempre a otros grandes cosas, sin escuchar
nunca nosotros mismos las llamadas de nuestra propia conciencia.
No es fácil salir de la mentira
cuando llevamos años viviendo una relación superficial con nosotros mismos. No
es fácil liberarse de la propia cobardía cuando hemos envuelto nuestra vida
entera, con sus proyectos, ideales y relaciones, de vaciedad y cobardía.
Pero el gran privilegio del
hombre es la insatisfacción. En lo más profundo de su corazón, algo se resiste
siempre y le impide descansar satisfecho en la mentira.
Por eso, hay momentos de gracia
tanto para el creyente como para el increyente. Momentos en los que una “luz
interior” nos ilumina con claridad ineludible y nos descubre que en nuestra
vida falta belleza, bondad, veracidad, auténtica amistad, verdadero amor.
Momentos de transparencia que
dejan temblando nuestro corazón y nos hacen prorrumpir palabras semejantes a
las de Simón Pedro al encontrarse con Jesús: “Apártate de mi Señor, que soy pecador”.
Es entonces cuando hemos de
escuchar las palabras de Jesús: “No
temas”. No hay que temer descubrir a Dios la verdad de nuestra vida, por
fea y oscura que sea. Dios es mayor que nuestra conciencia. Creer en El es
“aceptar ser aceptados a pesar de ser inaceptables” (J.P. Tillich).
Tal vez, nuestra vida se juega en
esos momentos privilegiados de luz y de verdad, cuando somos capaces de verlo
todo sin máscaras ni disfraces. Si, entonces, todo nos condena, escuchemos el
consejo de S. Agustín: “Si sientes
ganas de escapar de Dios, no trates de esconderte de Él, escóndete en Él”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
9 de febrero de 1986
NO SOMOS
INOCENTES
Señor,
soy pecador.
No admite fácilmente el hombre
actual ser juzgado como culpable. Nadie quiere oir hablar de su propia culpa o
pecado. Una cierta irresponsabilidad parece invadirlo todo.
Siempre la culpa la tienen otros.
Nadie se hace responsable del egoísmo, la mentira, la injusticia o la violencia
que invade nuestro vivir diario y nuestras relaciones sociales. Todo el mundo
echa la culpa a todo el mundo.
S. Freud nos ha invitado a liberarnos de la culpa y eliminar la conciencia
de pecado pues, según sus análisis, ello puede destruir una personalidad sana.
Por otra parte, K. Marx nos ha
enseñado a ver el mal no tanto en nosotros sino en las estructuras surgidas del
capitalismo.
Es cierto que hay una manera
infantil de vivir angustiado y paralizado por un sentimiento neurótico de
culpa. Cierto también que vivimos dentro de unas estructuras socio-económicas
que son, en muchos aspectos, objetivamente injustas. Pero, ¿quiere esto decir
que podemos vivir cada uno de nosotros «inocentemente», sin sentirnos ya
responsables de pecado alguno?
J. Lacroix ha resumido la situación actual diciendo que
«el ateísmo contemporáneo no es más que el rechazo de la culpabilidad». Lo
cierto es que, en muchas personas, el olvido de Dios ha ido acompañado de una
pérdida aún mayor de responsabilidad moral.
Sin embargo, un hombre que quiera
ser libre y responsable sabe confesarse culpable siempre que destruye la vida
en sí mismo o en los demás.
Los creyentes sabemos por
experiencia que reconocer nuestro pecado ante Dios no es destruirnos, sino
renacer como hombres nuevos. La culpa, cuando es asumida con responsabilidad y
cuando se la sabe perdonada por el amor de Dios, no anula al hombre, sino que
le hace crecer.
Pocas veces un creyente se siente
más humano que cuando sabe confesar como Pedro: «Señor, soy un hombre pecador». Vivo demasiado cerrado a Dios, de
espaldas a la verdad, contaminando egoísmo allí por donde paso, matando la
esperanza de la gente, llenando el mundo de mentira, negando el verdadero amor
a todos, renunciando a lo mejor de mí mismo, dando muerte a la vida.
Y pocas veces crece con tanta
fuerza nuestra capacidad de regeneración como cuando escuchamos con fe
agradecida esas palabras inolvidables dirigidas al fondo más íntimo de nuestro
ser: «No tengas miedo».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
6 de febrero de 1983
¿MAS
HUMANOS SIN DIOS?
Por tu
palabra, echaré las redes.
Hoy todos nos sentimos
humanistas. Todos estamos de acuerdo en que, de una manera o de otra, debemos
buscar la liberación plena de la humanidad.
El verdadero problema surge
cuando nos preguntamos cómo se puede hacer al hombre más humano.
A partir, sobre todo, de L. Feuerbach y C. Marx, la crítica atea a la religión ha insistido en que es
necesario suprimir a Dios para lograr el nacimiento del verdadero hombre. Sólo
cuando «el hom. bre sea el ser supremo para el hombre», la humanidad se pondrá
en camino hacia su verdadera liberación.
Que el hombre sea el dios y
creador de sí mismo puede resultar ciertamente seductor al hombre
contemporáneo. Pero, ello no quiere decir que lo haga más humano.
Quizás, la cuestión más decisiva
para el futuro de la fe entre nosotros sea la de saber si el hombre puede ser
más humano sin Dios. ¿Cuándo es el hombre más grande y más humano, cuando sabe
vivir desde la fe en el Dios liberador de Jesús, o cuando se le diviniza y se
le deja solo, como dueño y señor de su existencia?
El mensaje de Jesús es un
verdadero reto. Según el evangelio, el hombre no puede darse a sí mismo la
salvación plena que anda buscando desde lo más hondo de su ser.
Sólo cuando acepta a Dios como
único Señor y lo sabe acoger como origen y centro de referencia de todo su ser
y su quehacer, puede el hombre alcanzar su verdadera medida y dignidad. Desde
Dios puede descubrir el hombre los verdaderos límites de su ser y la grandeza
de su destino.
¿Puede alcanzar el hombre su
salvación total desde su esfuerzo autónomo y solitario? ¿Puede el hombre
existir alguna vez como un ser autónomo, dueño de su existencia?
Lo importante es verificar cuál
es el «dios» al que se somete y de quien hace depender su vida. Descubrir cuál
es el «dios» público o privado al que adora.
En realidad, para cada uno de
nosotros, «nuestro dios particular» es aquél al que rendimos totalmente nuestro
ser. Todos conocemos el nombre de muchos de estos dioses: dinero, salud, éxito,
sexo, poder, trabajo, rendimiento, prestigio, eficacia...
El relato evangélico nos invita a
reflexionar «en nombre de quién estamos echando las redes». Pues es fácil
pasarse toda la vida luchando sin lograr llenar de contenido verdaderamente
humano nuestra existencia diaria.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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