El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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4º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
Jesús, como Elías y
Eliseo, no es enviado sólo a los judíos.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas 4,21-30
En aquel tiempo, comenzó Jesús a
decir en la sinagoga:
- Hoy se cumple esta Escritura
que acabáis de oír.
Y todos le expresaban su
aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
- ¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo:
- Sin duda me recitaréis aquel
refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»; haz también aquí en tu tierra lo que hemos
oído que has hecho en Cafarnaún.
Y añadió:
- Os aseguro que ningún profeta
es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en
tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo
una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado
Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos
leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de
ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la
sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo
hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de
despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre
ellos y se alejaba.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
31 de enero de 2016
¿NO
NECESITAMOS PROFETAS?
Ningún
profeta es bien mirado en su tierra.
«Un gran profeta ha surgido entre nosotros». Así
gritaban en las aldeas de Galilea, sorprendidos por las palabras y los gestos
de Jesús. Sin embargo, no es esto lo que sucede en Nazaret cuando se presenta
ante sus vecinos como ungido como Profeta de los pobres.
Jesús observa primero su
admiración y luego su rechazo. No se sorprende. Les recuerda un conocido
refrán: «Os aseguro que ningún profeta es
bien acogido en su tierra». Luego, cuando lo expulsan fuera del pueblo e
intentan acabar con él, Jesús los abandona. El narrador dice que «se abrió paso entre ellos y se fue
alejando». Nazaret se quedó sin el Profeta Jesús.
Jesús es y actúa como profeta. No
es un sacerdote del templo ni un maestro de la ley. Su vida se enmarca en la
tradición profética de Israel. A diferencia de los reyes y sacerdotes, el
profeta no es nombrado ni ungido por nadie. Su autoridad proviene de Dios,
empeñado en alentar y guiar con su Espíritu a su pueblo querido cuando los
dirigentes políticos y religiosos no saben hacerlo. No es casual que los
cristianos confiesen a Dios encarnado en un profeta.
Los rasgos del profeta son inconfundibles.
En medio de una sociedad injusta donde los poderosos buscan su bienestar
silenciando el sufrimiento de los que lloran, el profeta se atreve a leer y a
vivir la realidad desde la compasión de Dios por los últimos. Su vida entera se
convierte en "presencia alternativa" que critica las injusticias y
llama a la conversión y el cambio.
Por otra parte, cuando la misma
religión se acomoda a un orden de cosas injusto y sus intereses ya no responden
a los de Dios, el profeta sacude la
indiferencia y el autoengaño, critica la ilusión de eternidad y absoluto que
amenaza a toda religión y recuerda a todos que sólo Dios salva. Su presencia
introduce una esperanza nueva pues invita a pensar el futuro desde la libertad
y el amor de Dios.
Una Iglesia que ignora la
dimensión profética de Jesús y de sus seguidores, corre el riesgo de quedarse
sin profetas.
- Nos preocupa mucho la escasez de sacerdotes y pedimos vocaciones para el servicio presbiteral. ¿Por qué no pedimos que Dios suscite profetas? ¿No los necesitamos? ¿No sentimos necesidad de suscitar el espíritu profético en nuestras comunidades?
- Una Iglesia sin profetas, ¿no corre el riesgo de caminar sorda a las llamadas de Dios a la conversión y el cambio?
- Un cristianismo sin espíritu profético, ¿no tiene el peligro de quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de Dios?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
3 de febrero de 2013
PRIVADOS DE ESPÍRITU PROFÉTICO
Sabemos que históricamente la oposición a Jesús se
fue gestando poco a poco: el recelo de los escribas, la irritación de los
maestros de la ley y el rechazo de los dirigentes del templo fueron creciendo
hasta acabar en su ejecución en la cruz.
También lo sabe el evangelista Lucas. Pero,
intencionadamente, forzando incluso su propio relato, habla del rechazo frontal
a Jesús en la primera actuación pública que describe. Desde el principio han de
tomar conciencia los lectores de que el rechazo es la primera reacción que
encuentra Jesús entre los suyos al presentarse como Profeta.
Lo sucedido en Nazaret no es un hecho aislado. Algo
que sucedió en el pasado. El rechazo a Jesús cuando se presenta como Profeta de
los pobres, liberador de los oprimidos y perdonador de los pecadores, se puede
ir produciendo entre los suyos a lo largo de los siglos.
A los seguidores de Jesús nos cuesta aceptar su
dimensión profética. Olvidamos casi por completo algo que tiene su importancia.
Dios no se ha encarnado en un sacerdote, consagrado a cuidar la religión del
templo. Tampoco en un letrado ocupado en defender el orden establecido por la
ley. Se ha encarnado y revelado en un Profeta enviado por el Espíritu a
anunciar a los pobres la Buena Noticia y a los oprimidos la liberación.
Olvidamos que la religión cristiana no es una
religión más, nacida para proporcionar a los seguidores de Jesús las creencias,
ritos y preceptos adecuados para vivir su relación con Dios. Es una religión
profética, impulsada por el Profeta Jesús para promover un mundo más humano,
orientado hacia su salvación definitiva en Dios.
Los cristianos tenemos el riesgo de descuidar una y
otra vez la dimensión profética que nos ha de animar a los seguidores de Jesús.
A pesar de las grandes manifestaciones proféticas que se han ido dando en la
historia cristiana, no deja de ser verdad lo que afirma el reconocido teólogo
H. von Balthasar: A finales del siglo segundo "cae sobre el espíritu
(profético) de la Iglesia una escarcha que no ha vuelto a quitarse del
todo".
Hoy, de nuevo, preocupados por restaurar "lo
religioso" frente a la secularización moderna, los cristianos corremos el
peligro de caminar hacia el futuro privados de espíritu profético. Si es así,
nos puede suceder lo que a los vecinos de Nazaret: Jesús se abrirá paso entre
nosotros y "se alejará" para proseguir su camino. Nada le impedirá
seguir su tarea liberadora. Otros, venidos de fuera, reconocerán su fuerza
profética y acogerán su acción salvadora.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
31 de enero de 2010
¿NO
NECESITAMOS PROFETAS?
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
28 de enero de 2007
REFRÁN DE
ACTUALIDAD
Ningún
profeta es bien acogido en su pueblo.
Nazaret era una aldea pequeña,
perdida entre las colinas de la Baja Galilea. Todos conocen allí a Jesús: lo
han visto jugar y trabajar entre ellos. La humilde sinagoga del pueblo está
llena de familiares y vecinos. Allí están sus amigos y amigas de la infancia.
Cuando Jesús se presenta ante ellos
como enviado por Dios para los pobres
y oprimidos, quedan sorprendidos y admirados. Su mensaje les agrada, pero no
les basta. Piden que haga entre ellos las curaciones que, según se dice, ha
realizado en Cafarnaún. No quieren un «profeta» de Dios, sino una especie de
«mago» o «curandero» que dé prestigio a su pequeña aldea.
Jesús no parece sorprenderse.
Según todos los evangelistas, pronuncia un refrán que quedará muy grabado en el
recuerdo de sus seguidores: Os aseguro
que ningún profeta es bien acogido en su pueblo. Según Lucas, la
incredulidad y el rechazo de los vecinos de Nazaret va creciendo. Al final, furiosos lo echan fuera del pueblo.
El refrán de Jesús no es una
banalidad, pues encierra una gran verdad. El profeta es una persona que hace presente la verdad de Dios, pone al
descubierto nuestras mentiras y cobardías, y llama a todos a un cambio de vida.
No es fácil escuchar su mensaje. Resulta más cómodo echarlo fuera y olvidamos de él.
Los cristianos decimos cosas tan
admirables de Jesús, que, a veces, olvidamos su dimensión de «profeta». Lo
confesamos como «Hijo de Dios», «Salvador del mundo», «Redentor de la
humanidad», y pensamos que, al recitar nuestra fe, ya lo estamos acogiendo. No
es así. A Jesús, Profeta de Dios, le
dejamos penetrar en nuestra vida, cuando escuchamos sus palabras hasta dentro,
nos dejamos trasformar por su verdad y seguimos su estilo de vida.
Esta es la decisión más
importante de nuestro corazón: o acojo la verdad de Jesús o la rechazo. Esta
decisión, oculta a los ojos de los demás y sólo conocida por Dios, es la que
decide el sentido de mi vida y el acierto o desacierto de mi paso por el mundo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
1 de febrero de 2004
EL MIEDO
A SER DIFERENTES
Ningún
profeta es bien mirado en su tierra.
Pronto pudo ver Jesús lo que
podía esperar de su propio pueblo. Los evangelistas no nos han ocultado la
resistencia, el escándalo y la contradicción que encontró Jesús muy pronto,
incluso en los ambientes más allegados. Su actuación libre y liberadora
resultaba demasiado molesta y acusadora. Su comportamiento ponía en peligro
demasiados intereses.
Jesús lo comprende así con toda
lucidez. Es difícil que un hombre que se pone a actuar escuchando fielmente a
Dios sea bien aceptado en un pueblo que vive de espaldas a Él. «Ningún profeta es bien mirado en su tierra».
Los creyentes no lo debiéramos
olvidar. No se puede pretender seguir fielmente a Jesús y no provocar, de
alguna manera, la reacción, la extrañeza, la crítica y hasta el rechazo de
quienes, por diversos motivos, no pueden estar de acuerdo con un planteamiento
cristiano de la vida.
¿No somos los creyentes demasiado
«normales» y demasiado bien aceptados en una sociedad que no es tan normal ni
tan aceptable cuando se miran las cosas desde la fe? ¿No nos sentimos demasiado
a gusto y bien adaptados?
Nos da miedo ser diferentes. Hace
mucho tiempo que está de moda «estar a la moda». Y no sólo cuando se trata de
adquirir el traje de invierno o escoger los colores de verano. El «dictado de
la moda» nos impone los gestos, las maneras, el lenguaje, las ideas, las
actitudes y las posiciones que debemos defender.
Se necesita una gran dosis de
coraje y de valor para ser fiel a las propias convicciones, cuando todo el
mundo se acomoda y adapta «a lo que se lleva». Es mas fácil vivir sin un
proyecto de vida personal, dejándose llevar por los acontecimientos y los
convencionalismos sociales. Es más fácil instalarse cómodamente en la vida y
vivir superficialmente según lo que nos dicten desde fuera.
Al comienzo, quizás, uno escucha
todavía una voz interior que le dice que no es ése el camino acertado para
crecer como hombre ni como creyente. Pero, pronto nos tranquilizamos. No
queremos pasar por «un anormal», «un extraño» o «un loco». Se está más seguro
sin distanciarse del rebaño.
Y así seguimos caminando. En
rebaño. Mientras desde el evangelio se nos sigue invitando a ser fieles a
nuestras convicciones creyentes, incuso cuando puedan acarrearnos la crítica y
el rechazo dentro de nuestra misma clase social, nuestro propio partido, el
círculo profesional y social en el que nos movemos y hasta en el entorno más
cercano de nuestros amigos y familiares.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
28 de enero de 2001
NADIE
ESTÁ SOLO
A una
viuda de Sarepta.
Todavía hoy se da entre los
cristianos un cierto «elitismo religioso» que es inconcebible e indigno de un
Dios que es amor infinito a todas sus criaturas. Con frecuencia se acepta como
lo más normal que Dios cree muchos hijos -todos los hombres y mujeres que van
naciendo en el mundo-, pero luego se preocupe de verdad sólo de sus preferidos.
Dios escoge siempre «un pueblo elegido» (Israel o la Iglesia) y se vuelca
totalmente en ellos dejando a los demás pueblos y religiones en un cierto abandono.
Más aún. Se ha afirmado con toda
tranquilidad que «fuera de la Iglesia no hay salvación» citando frases como la
tan conocida de san Cipriano, que,
sacada de su contexto, resulta escalofriante: «No puede tener a Dios por padre el que no tiene a la Iglesia por
madre».
Es cierto que el Concilio
Vaticano II ha superado esta visión indigna de Dios afirmando que «Él no está lejos de quienes buscan entre
sombras e imágenes al Dios desconocido puesto que todos reciben de él la vida,
la inspiración y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se
salven» (Lumen gentium, n. 16), pero una cosa son estas afirmaciones
conciliares y otra los hábitos mentales que siguen dominando la actitud de no
pocos cristianos.
Hay que decirlo con toda
claridad. Dios que crea a todos por amor, vive volcado sobre todas y cada una
de sus criaturas. A todos llama y atrae hacia la felicidad eterna en comunión
con él. No ha habido nunca un solo hombre o una sola mujer que haya vivido sin
que Dios lo haya acompañado desde el fondo de su mismo ser. Allí donde hay un
ser humano, cualquiera que sea su religión o su a-religiosidad, allí está Dios
suscitando su salvación. Su amor no abandona ni discrimina a nadie. Como dice
san Pablo: «en Dios no hay acepción de
personas» (Rm 2,11).
Rechazado en su propio pueblo de
Nazaret, Jesús recuerda la historia de la viuda de Sarepta y la de Naamán el
sirio, ambos extranjeros y paganos, para hacer ver con toda claridad que Dios
se preocupa de sus hijos aunque no pertenezcan al pueblo elegido de Israel.
Dios no se ajusta a nuestros esquemas y divisiones. Todos son sus hijos, los
que viven en la Iglesia y los que la han dejado. Dios no abandona a nadie. A
todos los quiere tener para siempre en su felicidad eterna.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
1 de febrero de 1998
OPCIÓN
FUNDAMENTAL
Le
empujaron fuera del pueblo.
Probablemente muchos cristianos
no han oído hablar de la «opción
fundamental». Sin embargo, debería ser explicada de forma clara y sencilla,
pues se trata de una categoría decisiva en la teología contemporánea para
comprender la estructura moral de la persona y para valorar debidamente su
actuación.
Como su mismo nombre lo indica,
la opción fundamental es una decisión
que brota del centro de la persona y que condiciona de manera fundamental todas las demás actuaciones
del individuo. Es, por lo tanto, una opción de tal densidad que va a dar una
orientación y un sentido a toda la vida de la persona.
Más en concreto, la opción
fundamental es una decisión «a favor o en contra de Dios». La persona opta por
orientar su existencia contando con Dios o prescindiendo de Él. Acepta a Dios
como horizonte último de su comportamiento o se cierra a Él para organizarse su
vida desde su propio yo. No es, por tanto, una decisión más entre otras, sino
el «sí» o el «no» del individuo a su Creador, que va a condicionar el conjunto
de todos los demás actos.
Esta opción no se hace, por lo
general, diciendo de manera explícita en un momento determinado: «Yo voy a
vivir de hoy en adelante prescindiendo de Dios» o afirmando, por el contrario:
«Voy a acoger a Dios en mi vida.» Es una opción libre y consciente, pero, de
ordinario, va tomando cuerpo en nosotros poco a poco, a medida que nos vamos
abriendo a Dios o nos encerramos en nosotros mismos.
Esta orientación fundamental se
va encarnando y manifestando luego en las actuaciones y reacciones de la
persona a lo largo de los días, y es necesario tenerla en cuenta para juzgar la
moralidad de cada acto sin caer en una falsa casuística. Los actos del
individuo son importantes, pero no tanto considerados de manera aislada, sino
como exponente de la postura básica de la persona ante Dios y ante la
existencia. Las pequeñas decisiones que vamos tomando cada día lo que hacen es
confirmar y reforzar nuestra opción por Dios o debilitarla e, incluso,
modificarla y eliminarla.
El evangelio de Lucas presenta a
Cristo corno «señal de contradicción»
en medio del pueblo «a fin de que queden
al descubierto las intenciones de muchos corazones» (Le 2, 35). En él
podemos escuchar la llamada de Dios a orientar nuestra vida acogiéndolo como
único Señor, principio y fuente de todo bien, destino último del ser humano.
Dios no cesa de llamarnos en Cristo. Podemos rechazar su invitación como los
habitantes de Nazaret o podemos acogerla; podemos ahogarla o dejarla crecer en
nuestro corazón. Pero nuestra vida entera se decide en esa opción fundamental,
secreta tal vez a los ojos de los demás, pero conocida por Dios nuestro Creador
y Padre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
29 de enero de 1995
TOLERANTES,
PERO NO INDIFERENTES
Le
empujaron fuera del pueblo.
El pluralismo que reina hoy en
occidente no es sólo un dato social. Es un dogma de nuestra cultura. Uno de los
pocos que quedan. Todo puede ser discutido. Pero nunca el derecho de cada cual
a pensar como le parezca y a ser respetado en lo que piensa.
Esto que, sin duda, significa un
progreso en la historia de la humanidad, ha traído consigo un relativismo
social que puede ser demoledor. Todo parece igual. Da lo mismo una visión de la
vida que otra, un modo de vivir que su contrario.
Para no pocas personas, ya no hay
verdad ni mentira, belleza ni fealdad, bueno ni malo. Todo es subjetivo. Cada
uno verá qué quiere pensar de la vida, cómo siente las cosas y qué le apetece
hacer en cada caso. La elección la hace cada cual.
Más todavía. Las cosas llegan a
veces a tal extremo que si uno defiende en público unas convicciones firmes
sobre la existencia, el hombre o la moral, fácilmente puede ser tachado de
fanático y hasta intolerante. Lo que se lleva es la relatividad de todo. Nada
es seguro ni firme. Sólo el que mantiene una postura relativista es digno de
respeto.
El profesor de Chicago, A. Bloom, en su conocido análisis «El cierre de la mente moderna», llega a
decir que «el relativismo de valores
constituye un cambio moral y político tan grande como el que se produjo cuando
el cristianismo reemplazó al paganismo griego o romano». Pero, ¿es bueno
que se disuelva el esfuerzo por establecer la verdad y por precisar lo que es
digno del ser humano?
En este ambiente de «relativismo disfrazado de tolerancia»
del que habla el investigador norteamericano, también hablar de «religión»
resulta ambiguo. Hay que preguntar enseguida de qué tipo de religión se trata y
de qué Dios se está hablando. Concretamente, ante el fenómeno del pluralismo
moderno, la reacción de los creyentes es diferente. Algunos se endurecen en
posturas de corte fundamentalista hasta intentar incluso imponer sus
convicciones a la fuerza. Otros, desde posiciones permisivas y liberales, dan
por bueno casi todo afirmando que lo importante es la experiencia religiosa de
cada cual.
A mi juicio, el cristiano está
llamado hoy a vivir una fe humilde,
que mira a la tierra y se preocupa por mejorarla (humilde viene de «humus»,
tierra); una fe lúcida, que es
tolerante sin ser indiferente, comprometida sin ser fanática; una fe firme, que no se disuelve en cualquier
cosa; una fe confesante, que no adopta
una postura de cruzada, pero no se avergüenza de presentarse en público y de
actuar según las propias convicciones.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
EDUCAR LA
VOLUNTAD
Se abrió
paso entre ellos.
No está de moda hablar de
disciplina, esfuerzo o renuncia. Pocos se atreven hoy a mostrar la importancia
que tiene en la vida la educación de una voluntad fuerte y recia. Vivimos más
bien envueltos en eso que el catedrático de psiquiatría Enrique Rojas llama «la filosofía del me apetece». Esa es la
principal motivación que inspira la vida de no pocos: «no me apetece», «esto me
va», «aquello no me gusta».
En pocos años, ha ido creciendo
de manera alarmante el número de personas de voluntad débil, caprichosas y
blandas, incapaces de proponerse metas y objetivos concretos. Hombres y mujeres
inconstantes que giran como veletas según el viento del momento, llevados y
traídos por lo que, en cada instante, les pide el cuerpo.
Buscan una vida cómoda y
placentera, pero les espera un futuro difícil. En el amor no llegarán muy
lejos, pues no saben lo que es renunciar, ni conocen la importancia del
sacrificio y la dedicación al bien del otro. Son como niños consentidos y
caprichosos que estropean cualquier relación basada en el amor y la entrega
generosa.
Tampoco lograrán nada grande y
noble en los demás aspectos de su vida. Nunca desarrollarán sus verdaderas
posibilidades. Se instalarán en la mediocridad y arrastrarán, a donde quiera
que vayan, su personalidad mal diseñada, fruto del abandono y la dejadez.
El hombre de hoy necesita
recordar que la voluntad es un rasgo esencial del ser humano. Tanto como la
razón. Incluso se ha de decir que el hombre con voluntad llega más lejos en su
crecimiento personal que el hombre inteligente. Lo grande es casi siempre fruto
de la determinación y la tenacidad.
Educar la voluntad es un trabajo
que requiere esfuerzo diario. Hay que utilizar herramientas tan concretas como
la disciplina, el orden, la constancia y la ilusión. Hay que saber renunciar a
la satisfacción de lo inmediato en función de metas futuras.
Pero merece la pena. Antes o
después, van llegando los frutos. La persona se va haciendo más libre y más
dueña de sí misma. No se doblega fácilmente a las dificultades. Su vida va
alcanzando una madurez que enriquece a quienes encuentra en su camino.
El modelo más limpio lo encuentra
el cristiano en ese Jesús capaz de ser fiel a su misión, a pesar de los
rechazos y desprecios que encuentra en su camino. El evangelista Lucas nos dice
que sus propios vecinos de Nazaret trataban de «despeñarlo», pero él «se
abrió paso entre ellos» para continuar su tarea salvadora.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
29 de enero de 1989
TODO ES
GRACIA
Se
admiraban de las palabras de gracia.
Los habitantes de Cafarnaúm se
admiran de “las palabras de gracia”
que salen de la boca de Jesús pues, al leer en la sinagoga el libro de Isaias,
sólo recoge las palabras que hablan de salvación y no las de venganza y
castigo.
Hace unos años los cristianos
hablaban de la gracia con más frecuencia. Precisamente el dilema decisivo de la
vida se formulaba en estos términos: “estar en gracia” o “estar en pecado”.
Hoy todo eso parece haber quedado
arrinconado como algo de importancia secundaria, y la palabra misma “gracia”
apenas tiene para muchos creyentes un significado especial.
Sin embargo, la fe cristiana no
ha encontrado una palabra más adecuada para expresar la bondad, el cariño y la
misericordia de Dios que impregnan y penetran nuestra existencia entera.
El hombre no es un ser “des-graciado”.
No está en “des-gracia” ante Dios. Toda persona, lo sepa o no, cuenta siempre
con su gracia. Aun el más indigno, el más perdido, está siempre envuelto por la
gracia de Dios que lo acoge y lo ama sin fin.
Aunque una cierta predicación
haya podido sugerir lo contrario, no es que los hombres tengamos que ser buenos
para que Dios nos acepte y nos ame. Dios nos ama porque es Amor y no puede ser
de otra manera. Y nosotros somos buenos dejándonos transformar por ese amor.
A pesar de nuestra mediocridad y
nuestro pecado, Dios no deja de ofrecerse y comunicarse. No se retira de
nosotros. Nuestro pecado no destruye su presencia amorosa. Sólo impide que esa
presencia nos vaya liberando y construyendo como personas.
Dios sigue ahí, sosteniendo y
alentando nuestro ser con amor, respetando totalmente nuestra libertad,
llamándonos silenciosamente a una vida más plena.
Por eso pudo escribir G. Bernanos “todo es gracia”, porque
todo, absolutamente todo, está sostenido, envuelto y penetrado por el misterio
de ese Dios que es gracia, acogida y perdón para todas sus criaturas.
Por otra parte, sería una
equivocación pensar que la gracia es “algo” que se recibe de Dios sólo
interiormente y de manera secreta e invisible, en lo más oculto del alma.
La gracia es presencia salvadora
de Dios que se nos regala permanentemente y de mil maneras a todos y cada uno
de nosotros a través de personas, experiencias y acontecimientos que sostienen
nuestra vida, nos interpelan y nos hacen crecer hacia la Vida definitiva.
La gracia es Dios presente en
nuestra existencia entera. Todo cambiaría para nosotros si fuéramos capaces de
creer un poco lo que dice el admirable Angelus
Silesius: “Y0 no existo fuera de Dios; Dios no existe fuera de mí”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
EL MIEDO
A SER DIFERENTES
Ningún
profeta es bien mirado en su tierra.
Pronto pudo ver Jesús lo que
podía esperar de su propio pueblo. Los evangelistas no nos han ocultado la resistencia,
el escándalo y la contradicción que encontró Jesús muy pronto, incluso en los
ambientes más allegados.
Su actuación libre y liberadora
resultaba demasiado molesta y acusadora. Su comportamiento ponía en peligro
demasiados intereses.
Jesús lo comprende así con toda
lucidez. Es difícil que un hombre que se pone a actuar escuchando fielmente a
Dios sea bien aceptado en un pueblo que vive de espaldas a El. «Ningún profeta
es bien mirado en su tierra».
Los creyentes no lo debiéramos
olvidar. No se puede pretender seguir fielmente a Jesús y no provocar, de
alguna manera, la reacción, la extrañeza, la crítica y hasta el rechazo de
quienes, por diversos motivos, no pueden estar de acuerdo con un planteamiento
cristiano de la vida.
¿No somos los creyentes demasiado
«normales» y demasiado bien aceptados en una sociedad que no es tan normal ni
tan aceptable cuando se miran las cosas desde la fe? ¿No nos sentimos demasiado
a gusto y bien adaptados?
Nos da miedo ser diferentes. Hace
mucho tiempo que está de moda «estar a la moda». Y no sólo cuando se trata de
adquirir el traje de invierno o escoger los colores de verano. El «dictado de
la moda» nos impone los gestos, las maneras, el lenguaje, las ideas, las
actitudes y las posiciones que debemos defender.
Se necesita una gran dosis de
coraje y de valor para ser fiel a las propias convicciones, cuando todo el
mundo se acomoda y adapta «a lo que se lleva».
Es más fácil vivir sin un
proyecto de vida personal, dejándose llevar por los acontecimientos y los convencionalismos
sociales. Es más fácil instalarse cómodamente en la vida y vivir
superficialmente según lo que nos dicten desde fuera.
Al comienzo, quizás, uno escucha
todavía una voz interior que le dice que no es ése el camino acertado para
crecer como hombre ni como creyente. Pero, pronto nos tranquilizamos. No
queremos pasar por «un anormal», «un extraño» o «un loco». Se está más seguro
sin distanciarse del rebaño.
Y así seguimos caminando. En
rebaño. Mientras desde el evangelio se nos sigue invitando a ser fieles a
nuestras convicciones creyentes, incuso cuando puedan acarrearnos la crítica y
el rechazo dentro de nuestra misma clase social, nuestro propio partido, el
círculo profesional y social en el que nos movemos y hasta en el entorno más
cercano de nuestros amigos y familiares.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
30 de enero de 1983
CUANDO UN
PUEBLO SE EQUIVOCA
Ningún
profeta es bien mirado en su tierra.
Es bastante frecuente entre
nosotros atribuir al «pueblo» las posturas y posiciones que cada uno trata de
defender. Fácilmente se lanzan consignas, se adoptan decisiones y se realizan
acciones en nombre de un pueblo que supuestamente las defiende.
Nadie se atreve a elevar una voz
que pueda parecer contraria al pueblo. Hay que hacer ver que nuestra palabra es
expresión clara de la voluntad del pueblo.
Todo sucede como si la apelación
al pueblo fuera el criterio definitivo para juzgar de la validez y el carácter
justo de lo que se propone.
Este deseo de defender lo que el
pueblo quiere, debe ser, sin duda, la actitud de todo hombre que busca el bien
común frente a intereses egoístas y exclusivamente partidistas.
Pero, sería una equivocación
pensar que la única manera de amar a un pueblo es identificamos con todo lo que
ese pueblo dice y aprobar acríticamente todo lo que ese pueblo hace.
Un pueblo, por el hecho de serlo,
no es automáticamente infalible. Los pueblos también se equivocan. Los pueblos
también son injustos.
Y es entonces, precisamente,
cuando ese pueblo necesita hombres que le digan con sinceridad y valentía sus
errores y su pecado. Hombres que, movidos por su amor leal al pueblo, se
atrevan a levantar una voz quizás molesta y discordante, pero que ese pueblo
necesita escuchar para no deshumanizarse.
Un pueblo que no tiene en cada
momento hijos que se atrevan a denunciarle sus errores e injusticias, es un
pueblo que corre el riesgo de ir «perdiendo su conciencia».
Quizás el mayor pecado de un
pueblo sea el ahogar la voz de sus profetas, gentes a veces muy sencillas pero
que conservan como nadie lo mejor y más humano de un pueblo.
Y cuando un pueblo reduce al
silencio a estos hombres y mujeres, se empobrece y queda sin luz para caminar
hacia un futuro más humano.
Es triste constatar que el refrán
judío continúa siendo realidad: «Ningún profeta es bien mirado en su tierra». Y
los pueblos siguen desoyendo a sus profetas como aquél de Nazaret que expulsó
un día a Jesús, el mejor y más necesario para el pueblo.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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