El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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3º domingo de Cuaresma (C)
EVANGELIO
Si no os convertís,
todos pereceréis de la misma manera.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 13,1-9
En aquella ocasión se
presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato
con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
- ¿Pensáis que esos galileos
eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no;
y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que
murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que
los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos
pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada
en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
- Ya ves: tres años llevo
viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué
va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó:
- Señor, déjala todavía este
año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el
año que viene la cortarás.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
28 de febrero de 2016
¿DÓNDE
ESTAMOS NOSOTROS?
Si no os
convertís, todos pereceréis.
Unos desconocidos le comunican a
Jesús la noticia de la horrible matanza de unos galileos en el recinto sagrado
del templo. El autor ha sido, una vez más, Pilato. Lo que más los horroriza es
que la sangre de aquellos hombres se haya mezclado con la sangre de los animales
que estaban ofreciendo a Dios.
No sabemos por qué acuden a
Jesús. ¿Desean que se solidarice con las víctimas? ¿Quieren que les explique
qué horrendo pecado han podido cometer para merecer una muerte tan ignominiosa?
Y si no han pecado, ¿por qué Dios ha permitido aquella muerte sacrílega en su
propio templo?
Jesús responde recordando otro
acontecimiento dramático ocurrido en Jerusalén: la muerte de dieciocho personas
aplastadas por la caída de un torreón de
la muralla cercana a la piscina de Siloé. Pues bien, de ambos sucesos hace
Jesús la misma afirmación: las víctimas no eran más pecadores que los demás. Y
termina su intervención con la misma advertencia: «si no os convertís, todos pereceréis».
La respuesta de Jesús hace
pensar. Antes que nada, rechaza la creencia tradicional de que las desgracias
son un castigo de Dios. Jesús no piensa en un Dios "justiciero" que va castigando a sus hijos e hijas
repartiendo aquí o allá enfermedades, accidentes o desgracias, como respuesta a
sus pecados.
Después, cambia la perspectiva
del planteamiento. No se detiene en elucubraciones teóricas sobre el origen
último de las desgracias, hablando de la culpa de las víctimas o de la voluntad
de Dios. Vuelve su mirada hacia los presentes y los enfrenta consigo mismos:
han de escuchar en estos acontecimientos la llamada de Dios a la conversión y
al cambio de vida.
Todavía vivimos estremecidos por
el trágico terremoto de Haití. ¿Cómo leer esta tragedia desde la actitud de
Jesús? Ciertamente, lo primero no es preguntarnos dónde está Dios, sino dónde
estamos nosotros. La pregunta que puede encaminarnos hacia una conversión no es
"¿por qué permite Dios esta horrible
desgracia?", sino "¿cómo
consentimos nosotros que tantos seres humanos vivan en la miseria, tan
indefensos ante la fuerza de la naturaleza?".
Al Dios crucificado no lo
encontraremos pidiéndole cuentas a una divinidad lejana, sino identificándonos
con las víctimas. No lo descubriremos protestando de su indiferencia o negando
su existencia, sino colaborando de mil formas por mitigar el dolor en Haití y
en el mundo entero. Entonces, tal vez, intuiremos entre luces y sombras que
Dios está en las víctimas, defendiendo su dignidad eterna, y en los que luchan
contra el mal, alentando su combate.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
3 de marzo de 2013
ANTES QUE
SEA TARDE
Había pasado ya bastante tiempo
desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como Profeta,
enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia.
Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino
para hacer un mundo más humano para todos.
Pero es realista. Jesús sabe bien
que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se
esfuerza en despertar en la gente la conversión: "Convertíos y creed en
esta Buena Noticia". Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será
posible si respondemos acogiendo su proyecto.
Va pasando el tiempo y Jesús ve
que la gente no reacciona a su llamada como sería su deseo. Son muchos los que
vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al "Reino de Dios".
Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.
En cierta ocasión cuenta una
pequeña parábola. Un propietario de un terreno tiene plantada una higuera en
medio de su viña. Año tras año, viene a buscar fruto en ella y no lo encuentra.
Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando
inútilmente un terreno, lo más razonable es cortarla.
Pero el encargado de la viña
reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella
higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no la quiere ver morir. Él mismo le
dedicará más tiempo y más cuidados, a ver si da fruto.
El relato se interrumpe
bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado
desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras
tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en
Jesús, "el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
Lo que necesitamos hoy en la
Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el
"aggiornamento" o cuidar la adaptación a nuestros tiempos.
Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un "corazón nuevo",
una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la
dinámica del Reino de Dios.
Hemos de reaccionar antes que sea
tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él
cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables.
Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
Hemos de mirar el futuro con esperanza, al
mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que
necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano no han podido hasta
hora consolidar en la Iglesia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
7 de marzo de 2010
¿DÓNDE
ESTAMOS NOSOTROS?
(Ver homilía del ciclo C –
28-02-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
11 de marzo de 2007
¿PARA QUÉ
UNA HIGUERA SIN HIGOS?
¿Para qué
va a ocupar terreno en balde?
Jesús se esforzaba de muchas
maneras por despertar en la gente la conversión a Dios. Era su verdadera
pasión: ha llegado el momento de buscar el reino de Dios y su justicia, la hora
de dedicarse a construir una vida más justa y humana, tal como la quiere él.
Según el evangelio de Lucas,
Jesús pronunció en cierta ocasión una pequeña parábola sobre una higuera estéril. Quería desbloquear la
actitud decepcionante de quienes le escuchaban, sin responder prácticamente a
su llamada. El relato es breve y claro.
Un propietario tiene plantada en
medio de su viña una higuera. Durante mucho tiempo ha venido a buscar fruto en
ella. Sin embargo, año tras año, la higuera viene defraudando las esperanzas
que ha depositado en ella. Allí sigue, estéril, en medio de la viña.
El dueño toma la decisión más
sensata. La higuera no produce fruto y está absorbiendo inútilmente las fuerzas
del terreno. Lo más razonable es cortarla. ¿Para
qué va a ocupar un terreno en balde?
Contra toda sensatez, el viñador
propone hacer todo lo posible para salvarla. Cavará la tierra alrededor de la
higuera para que pueda contar con la humedad necesaria, y le echará estiércol para
que se alimente. Sostenida por el amor, la confianza y la solicitud de su
cuidador, la higuera queda invitada a dar fruto. ¿Sabrá responder?
El relato de Jesús es una
parábola abierta, contada para provocar nuestra reacción. ¿Para qué una higuera
sin higos? ¿Para qué una vida estéril y sin creatividad? ¿Para qué un
cristianismo sin seguimiento práctico a Cristo? ¿Para qué una Iglesia sin
dedicación al reino de Dios?
La pregunta de Jesús es
inquietante. ¿Para qué una religión que no cambia nuestros corazones? ¿Para qué
un culto sin conversión y una práctica que nos tranquiliza y confirma en
nuestro bienestar? ¿Para qué preocuparnos tanto de ocupar un lugar importante en la sociedad, si no introducimos
fuerza transformadora con nuestras vidas? ¿Para qué hablar de las «raíces
cristianas» de Europa, si no es posible ver los «frutos cristianos» de los
seguidores de Jesús?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
14 de marzo de 2004
VIDA
ESTÉRIL
¿Para qué
va a ocupar terreno en balde?
Es el riesgo más grave que nos
amenaza a todos: terminar viviendo una vida estéril. Sin darnos cuenta, vamos
reduciendo la vida a lo que nos parece importante: ganar dinero, estar
informados, comprar cosas y saber divertirnos. Pasados unos años, nos podemos
encontrar viviendo sin más horizonte ni proyectos.
Es lo más fácil. Poco a poco,
vamos sustituyendo los valores que podrían alentar la vida por pequeños
intereses que nos ayudan a «ir tirando». Tal vez, no es mucho, pero nos basta
con «sobrevivir» sin más aspiraciones. Lo importante es «sentirse bien» y
«mantenerse joven».
No nos sentimos tan mal en esta
cultura que los expertos llaman «cultura de la intranscendencia». Confundimos
lo valioso con lo útil, lo bueno con lo que nos apetece, la felicidad con el
bienestar. Ya sabemos que eso no es todo, pero tratamos de convencernos de que
nos basta.
Sin embargo, no es fácil vivir
así, repitiéndonos una y otra vez, alimentándonos siempre de lo mismo, sin
creatividad ni compromiso alguno, con esa sensación extraña de estancamiento,
incapaces de hacemos cargo del propio sufrimiento y del ajeno de forma
constructiva.
La razón última de esa
insatisfacción es profunda. Vivir de manera estéril significa no entrar en el
proceso creador de Dios, permanecer como espectadores pasivos, no entender nada
de lo que es el misterio de la vida, negar en nosotros lo que nos hace más
semejantes al Creador: el amor compasivo y la entrega generosa.
Jesús compara la vida estéril de
una persona con una «higuera que no da
fruto». ¿Para qué va a ocupar un terreno en balde? La pregunta de Jesús es
inquietante. ¿Qué sentido tiene vivir ocupando un lugar en el conjunto de la
creación si nuestra vida no contribuye a construir un mundo mejor? ¿Qué
significa pasar por esta vida sin hacerla un poco más humana?
Criar un hijo, construir una
familia, cuidar a los padres ancianos, cultivar la amistad o acompañar de cerca
a una persona necesitada... no es «desaprovechar la vida», sino vivirla desde
su raíz más plena.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
18 de marzo de 2001
CAUTIVOS DE
UNA RELIGIÓN BURGUESA
A ver si da
fruto.
Hace unos años Juan Bautista Metz publicó un pequeño libro
que causó verdadero impacto entre los católicos alemanes. Según el prestigioso teólogo,
en la Europa actual no es la religión la que transforma a la sociedad burguesa.
Es, más bien, ésta la que va rebajando y desvirtuando lo mejor de la religión
cristiana (Más allá de la religión
burguesa, Sígueme, Salamanca 1982).
No le faltaba razón. Día a día
vamos interiorizando actitudes burguesas como la seguridad, el bienestar, la
autonomía, el rendimiento o el éxito, que oscurecen y disuelven actitudes
genuinamente cristianas como la conversión a Dios, la compasión, la defensa de
los pobres, el amor desinteresado o la disposición al sufrimiento.
Qué fácil es vivir una religión
que no cambia los corazones, un culto sin conversión, una práctica religiosa
que nos tranquiliza y confirma en nuestro pequeño bienestar, mientras seguimos
desoyendo las llamadas de Dios. ¿Cómo es nuestro cristianismo? ¿Nos convertimos
o nos limitamos a creer en la conversión? ¿Nos compadecemos de los que sufren o
nos limitamos a creer en la compasión? ¿Amamos de manera desinteresada o nos
limitarnos a vivir un amor privado y excluyente, que renuncia a la justicia
universal y nos enejen-a en nuestro pequeño mundo?
¿Cómo puede ver Dios un
«cristianismo estéril»? La parábola de Jesús nos habla de un señor que busca
inútilmente los frutos de una higuera que no le da higos. La higuera es
estéril. No hace sino «ocupar un terreno
en balde». El señor, sin embargo, no la corta ni destruye. Al contrario, la
cuida todavía mejor, y sigue esperando que un día dé frutos. Así es la
paciencia de Dios. Después de veinte siglos de historia, sigue esperando un
cristianismo más vigoroso y fecundo.
Tres actitudes nos pueden ayudar
a irnos liberando del «cautiverio de una religión burguesa». En primer lugar,
una mirada limpia para ver la
realidad sin prejuicios ni intereses; las injusticias se alimentan a sí mismas
mediante la mentira. Después, una empatía
compasiva que nos lleve a defender a las víctimas y a solidarizarnos
siempre con su sufrimiento. Por último, sencillez
de vida para crear un estilo de vida alternativo a los códigos vigentes en
la sociedad burguesa.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
15 de marzo de 1998
LA
ORIENTACIÓN DE FONDO
A ver si
da fruto.
El objetivo de la Iglesia no es preservar el pasado. Siempre será
necesario volver a las fuentes para mantener vivo el fuego del Evangelio, pero
su objeto no es conservar lo que está desapareciendo porque ya no responde a
los interrogantes y desafíos del momento actual. La Iglesia no ha de
convertirse en monumento de lo que fue. Alimentar el recuerdo y la nostalgia
del pasado sólo conduciría a una pasividad y pesimismo poco acordes con el tono
que ha de inspirar a la comunidad de Cristo.
El objetivo de la Iglesia no es
tampoco sobrevivir. Sería indigno de
su ser más profundo. Hacer de la supervivencia el propósito o la orientación
subliminal del quehacer eclesial nos llevaría a la resignación y la inercia,
nunca a la audacia y la creatividad. «Resignarse» puede parecer una virtud
santa y necesaria hoy, pero puede también encerrar no poca comodidad y
cobardía. Lo más sencillo sería cerrar los ojos y no hacer nada. Sin embargo,
hay mucho que hacer. Nada menos que esto: escuchar y responder a la acción del
Espíritu en estos momentos.
Propiamente, tampoco ha de ser el
primer propósito configurar el futuro
tratando de imaginar cómo habrá de ser la Iglesia en una época que nosotros no
conoceremos. Nadie tiene una receta para el futuro. Sólo sabemos que el futuro
se está gestando en el presente. Esta generación de cristianos está decidiendo
en buena parte el porvenir de la fe entre nosotros. No hemos de caer en la
impaciencia y el nerviosismo estéril buscando «hacer algo» como sea, de forma
apresurada y sin discernimiento. Lo que seamos ahora mismo los creyentes de hoy
será, de alguna manera, lo que se transmitirá a las siguientes generaciones.
Lo que se le pide a la Iglesia de
hoy es que sea lo que dice ser: la Iglesia de Jesucristo. Por decirlo con
palabras del evangelio de Juan, lo decisivo es «permanecer» en Cristo y «dar
fruto» ahora mismo, sin dejarnos coger por la nostalgia del pasado ni por
la incertidumbre del futuro. No es el instinto de conservación sino el Espíritu
del Resucitado el que ha de guiamos. No hay excusas para no vivir la fe de
manera viva ahora mismo, sin esperar a que las circunstancias cambien. Es
necesario reflexionar, buscar nuevos caminos, aprender formas nuevas de
anunciar a Cristo, pero todo ello ha de nacer de una santidad nueva.
La parábola de «la higuera estéril», dirigida por Jesús
a Israel, se convierte hoy en una clara advertencia para la Iglesia actual. No
hay que perderse en lamentaciones estériles. Lo decisivo es enraizar nuestra
vida en Cristo y despertar la creatividad y los frutos del Espíritu.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
19 de marzo de 1995
¿QUIEN
DECIDE MI VIDA?
A ver si
da fruto.
La pregunta es compleja y ha sido
objeto de vivas discusiones en el campo de la sicología. No hace falta seguir
las teorías de Watson o Skinner sobre «la vida fabricada desde fuera», para observar la enorme
repercusión que el entorno social tiene en cada uno de nosotros.
La vida de no pocos viene
decidida, en buena parte, desde el mercado. La sociedad de consumo se preocupa
de saber no quiénes somos, sino qué vamos a consumir y de qué dinero vamos a
disponer. Todo está convenientemente organizado para hacer de cada uno de
nosotros un buen consumidor.
La publicidad, por su parte, me
dicta por qué cosas me tengo que interesar y hacia dónde he de dirigir mis
pasos. La moda decide cómo he de vestir y qué aspecto he de presentar. La
cultura me indica cómo he de pensar y qué he de sentir. Además, mi trabajo y mi
rol social me hacen vivir en función de unos determinados intereses.
Por eso, todo aquel que quiera
ser él mismo ha de preguntarse alguna vez: «Quién decide mi vida? ¿A quién o a
qué le estoy dando poder para programar mi existencia diaria?» En el fondo de
estos interrogantes subyace otra cuestión más radical: «Qué quiero ser yo? ¿Qué
busco?»
A nadie se le escapa que son
preguntas importantes en las que nos jugamos todo. Sin embargo, raras veces
aparecen en la vida de las personas. De ordinario, andamos «ocupados» con
preguntas, a nuestro parecer, más prácticas e interesantes, buscando en cada
momento qué nos resultará más útil o más agradable.
El riesgo de empobrecer nuestra
vida es, entonces, muy grande. O nos dejamos manejar desde fuera como
marionetas, o nos guiamos por algo tan postmoderno como el «me apetece» y «me gusta»
¿No es éste el modo de «funcionar» de bastantes?
Desde una perspectiva creyente,
la vida es un don y una tarea. El gran regalo que hemos recibido todos y la
gran tarea que tenemos por delante: ese «¿qué
voy a hacer con mi vida?» que decía X.
Zubiri. Es como si Dios, Creador y Padre, nos dijera a cada uno: «Hijo mío,
tú estás sostenido por mi gracia y mi bendición. Tienes todo lo necesario para
vivir tu aventura personal y ser tú mismo. ¿Por qué no vives como hijo mío?».
La parábola narrada por Jesús,
del hombre que planta una higuera y viene año tras año a buscar fruto, es imagen
de la «paciencia» de Dios que sigue esperando ver más fruto en nuestra vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
22 de marzo de 1992
NO
MALGASTAR LA VIDA
A ver si
da fruto...
La vida moderna ha traído consigo
un aumento notable del número de muertes repentinas. Hombres jóvenes fulminados
por el infarto o la crisis cerebral. Vidas destrozadas en cualquier carretera.
Accidentes laborales y tragedias de todo tipo.
Son noticias que a veces aparecen
en primera página. Pero, casi diariamente las podemos encontrar en los espacios
de «noticias breves» o en las páginas de sucesos. Ya sólo nos afectan cuando se
trata de un familiar, un amigo o alguien conocido.
Todos sabemos que nuestra vida es
limitada y que siempre está amenazada por la enfermedad, el accidente o la
desgracia. Pero la muerte repentina nos hace ver con más claridad la fragilidad
de nuestra existencia.
Sin embargo, el hombre
contemporáneo se resiste a reflexionar. La muerte ya no es misterio ni destino.
No ayuda a comprender la vida. Hay que tomarla como un accidente inevitable,
triste y desagradable que es necesario olvidar cuanto antes.
Los mismos predicadores apenas
hablan de ella. Se ha abusado tanto en otras épocas infundiendo el temor a la
muerte repentina y urgiendo la conversión bajo la amenaza del juicio imprevisto
de Dios, que nadie quiere caer en una trampa tan poco digna.
Sin embargo, es una equivocación
considerar la muerte como algo irrelevante y cerrar los ojos a una realidad que
pertenece a la misma vida: la existencia de cada persona puede quedar truncada
en cualquier momento.
Es más sana la postura de Jesús
que, ante el asesinato de unos galileos a manos de Pilato o ante el accidente
mortal de dieciocho habitantes de Jerusalén aplastados por el derrumbamiento de
una torre cercana a la piscina de Siloé, se esfuerza por hacer reflexionar a
sus contemporáneos. La posibilidad de que de nuestra vida acabe en cualquier
momento nos ha de hacer pensar qué estamos haciendo con ella.
La parábola de la higuera estéril
es una llamada de alerta a quienes viven de manera infecunda y mediocre. ¿Cómo
es posible que una persona que recibe la vida como un regalo lleno de
posibilidades vaya pasando los días malgastándola inútilmente?
Según Jesús, es una grave
equivocación vivir de manera estéril y perezosa, dejando siempre para más tarde
esa decisión personal que sabemos daría un rumbo nuevo, más creativo y fecundo
a nuestra existencia.
He podido leer estos días un
conjunto de pensamientos breves atribuidos a Madre Teresa de Calcuta. Tal vez puedan ayudar a alguien a
decidirse por una manera nueva de vivir:
«La vida es una oportunidad,
aprovéchala. La vida es belleza, admírala. La vida es un reto, afróntalo. La
vida es un deber, cúmplelo. La vida es un juego, juégalo. La vida es preciosa,
cuídala. La vida es amor, gózalo. La vida es un misterio, desvélalo. La vida es
tristeza, supérala. La vida es un combate, acéptalo. La vida es una tragedia,
domínala. La vida es una aventura, arrástrala. La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de febrero de 1989
EL SI
CONFIADO A DIOS
Si no os
convertís...
Estos días estoy oyendo hablar de
Dios a bastantes personas que han leído la Carta Pastoral de los Obispos. A
varios les he escuchado la misma pregunta: ¿Es posible realmente vivir una
relación viva y concreta con ese Dios en nuestros días o es una “utopía” más,
algo de lo que hablamos sabiendo que nuestras vidas seguirán como siempre?
Ciertamente, Dios no puede
acercarse a nosotros como Alguien vivo y concreto mientras nosotros no queramos
abrirnos sinceramente a El. Y acoger a Dios quiere decir dejar que Dios diga
algo a nuestra vida. Dejarle a Dios ser Dios en nuestro vivir diario.
Esta actitud no es algo sencillo.
Confiarse a Dios es algo radical, absoluto, incondicional, que no puede brotar
de cualquier manera en nosotros a partir de razones, argumentos y pruebas.
Cuando el hombre se confía a Dios está arriesgando mucho más que todo lo que
esas razones y pruebas parecen apoyar.
Ese SI confiado a Dios descansa
en último término en una decisión vital que tiene lugar en nosotros a un nivel
más profundo que todas las pruebas racionales o coacciones de carácter intelectual.
Es una decisión de confianza
radical en la vida y en Aquel que la fundamenta y la sostiene. Pese a toda la
incertidumbre e inseguridad que nos rodea, pese a nuestro desvalimiento y
fragilidad, nace en nosotros una radical confianza en el sentido último del
mundo y de la vida y en el misterio santo de Aquel que lo alienta todo.
Lo que sucede es que en las cosas
más insignificantes y triviales, las personas podemos tener una gran seguridad.
Es fácil estar seguro de que dos y dos son cuatro. Pero cuanto más profundo es
el misterio en el que queremos ahondar, tanto más debemos abrirnos a él,
prepararnos interiormente, acoger con toda nuestra persona, escuchar toda
llamada por humilde que nos pueda parecer.
Creer en Dios exige una
conversión, una actitud abierta y confiada al misterio. La advertencia de Jesús
es clara: “Si no os convertís, todos pereceréis”.
No es indiferente decir sí o
decir no a Dios. Cada uno de nosotros elegimos el sentido último que queremos
dar a nuestra existencia. Y también vale aquí aquello de que quien no elige ya
está eligiendo. Ha elegido no elegir. Probablemente la elección más desacertada
y cobarde.
La fe del creyente descansa en
una confianza total en Dios. Su oración última es la del salmista: “En Ti,
Señor, confié, no me veré defraudado para siempre”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
2 de marzo de 1986
NO BASTA
CRITICAR
Si no os
convertís, todos pereceréis.
No basta criticar. No basta
indignarse y deplorar los males, atribuyendo siempre y exclusivamente a otros
su responsabilidad.
Nadie puede situarse en una «zona
neutral» de inocencia. De muchas maneras, todos somos culpables. Y es necesario
que todos sepamos reconocer nuestra propia responsabilidad en los conflictos y
la injusticia que afecta a nuestra sociedad.
Sin duda, la crítica es necesaria
si queremos construir una convivencia más humana. Pero la crítica se convierte
en verdadero engaño cuando termina siendo un tranquilizante cómodo que nos
impide descubrir nuestra propia implicación en las injusticias y nuestra
despreocupación por los problemas de los demás.
Jesús nos invita a no pasarnos la
vida denunciando culpabilidades ajenas. Una actitud de conversión exige además
la valentía de reconocer con sinceridad el propio pecado y comprometerse en la
renovación de la propia vida.
Hemos de convencernos de que
necesitamos reconstruir entre todos una civilización que se asiente en
cimientos nuevos. Se hace urgente un cambio de dirección.
Hay que abandonar presupuestos
que hemos estado considerando válidos e intangibles y dar a nuestra convivencia
una nueva orientación.
Tenemos que aprender a vivir una
vida diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que hemos impuesto en
nuestra sociedad egoísta, sino de acuerdo a valores nuevos y escuchando las
aspiraciones más profundas del ser humano.
Desde el «impasse» a que ha
llegado nuestra sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de
Jesús: «Si no os convertís, todos
pereceréis».
Nos salvaremos, si llegamos a ser
no más poderosos sino más solidarios. Creceremos, no siendo cada vez más
grandes sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices, no
teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor.
No nos salvaremos si continuamos
gritando cada uno nuestras propias reivindicaciones y olvidando las necesidades
de los demás.
No seremos más cuerdos si no
aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista,
hedonista e insolidario que nos hemos organizado.
Nos salvaremos si desoímos más el
ruido de los «slogans» y nos atrevemos a escuchar con más fidelidad el susurro
del evangelio de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
6 de marzo de 1983
BUSCANDO
AL CULPABLE
¿Pensáis
que eran más culpables?
Los análisis que explican el origen
de la injusticia y la opresión en nuestra sociedad no nos dan la última
respuesta al problema del mal en el hombre.
Los diversos estudios de carácter
sociológico y sicológico que tratan de descubrir las causas históricas de los
males concretos que esclavizan al hombre moderno son absolutamente necesarios
para buscar soluciones eficaces a nuestra sociedad actual. Pero, no terminan de
explicar el enigma de un hombre que no logra la convivencia gozosa y liberadora
que anda buscando.
Hay muchas preguntas que no
tienen fácil respuesta. ¿Por qué los hombres, en la medida en que tienen
fuerza, tienden a oprimir a otros? ¿Por qué los que poseen bienes no buscan, en
general, compartirlos con los necesitados? ¿Por qué el hombre situado en una
posición de privilegio y poder no busca eficazmente la igualdad fundamental de
todos?
No parece una ingenuidad el
escuchar la invitación de Jesús a descubrir con ms lucidez, detrás de los
acontecimientos y actuaciones humanas, la fuerza del pecado como una realidad
que nos deshumaniza individual y colectivamente.
El pecado, no como un rasgo
genérico de nuestra condición humana, sino como un egoísmo concreto que crece
en el corazón de cada hombre y toma cuerpo en las instituciones injustas y en los
mecanismos y estructuras de opresión que, con frecuencia, encauzan la actividad
económica y política.
Sin duda, la humanización de
nuestra convivencia exige una serie de conquistas de orden político y
socio-económico: una distribución más equitativa de lo que se produce, una
participación mayor de los ciudadanos en la gestión pública, un control más
eficaz del servicio público...
Pero, sería una equivocación
pensar que el futuro más humano de nuestra sociedad se construirá sólo con la
puesta en marcha de unos determinados proyectos políticos.
No nacerá un «hombre nuevo» entre
nosotros, si cada uno no somos conscientes de nuestro propio pecado y nos
comprometemos es un esfuerzo de renovación personal.
Ha crecido de manera notable
nuestra capacidad crítica frente a las estructuras, la institución y la
culpabilidad de los demás. Pero, corremos el riesgo de quedarnos ciegos ante
nuestra propia culpa.
Tratamos de buscar al culpable y
lo encontramos casi siempre en los demás. Pero, todos sabemos que nuestra
sociedad no cambiará por el hecho de que cada uno apunte acusadoramente al
vecino.
El enemigo de una sociedad más
justa no es sólo el otro, sino yo mismo, con mi egoísmo, mi irresponsabilidad,
mi absentismo cómodo, mi despreocupación por los problemas ajenos.
José Antonio Pagola
Para
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