lunes, 7 de diciembre de 2015

13/12/2015 - 3º domingo de Adviento (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.

¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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3º domingo de Adviento (C)


EVANGELIO

¿Qué hacemos nosotros?

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 3,10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
- ¿Entonces, qué hacemos?
Él contestó:
- El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
- Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
Él les contestó:
- No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
- ¿Qué hacemos nosotros?
Él les contestó:
- No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
- Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
13 de diciembre de 2015

REPARTIR CON EL QUE NO TIENE

¿Qué hacemos?

La Palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos  cómo concretar nuestra respuesta.
El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.
Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Así de simple y claro.
¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes vivimos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de comida?
Y ¿qué podemos decir los cristianos ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia más viva de esa insensibilidad y esclavitud que nos mantiene sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?
Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del cristianismo, no nos damos cuenta de que vivimos "cautivos de una religión burguesa". El cristianismo, tal como nosotros lo vivimos, no parece tener fuerza para transformar la sociedad del bienestar. Al contrario, es ésta la que está desvirtuando lo mejor de la religión de Jesús, vaciando nuestro seguimiento a Cristo de valores tan genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia.
Por eso, hemos de valorar y agradecer mucho más el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este "cautiverio", comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
16 de diciembre de 2012

¿QUÉ PODEMOS HACER?

La predicación del Bautista sacudió la conciencia de muchos. Aquel profeta del desierto les estaba diciendo en voz alta lo que ellos sentían en su corazón: era necesario cambiar, volver a Dios, prepararse para acoger al Mesías. Algunos se acercaron a él con esta pregunta: ¿Qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy claras. No les propone añadir a su vida nuevas prácticas religiosas. No les pide que se queden en el desierto haciendo penitencia. No les habla de nuevos preceptos. Al Mesías hay que acogerlo mirando atentamente a los necesitados.
No se pierde en teorías sublimes ni en motivaciones profundas. De manera directa, en el más puro estilo profético, lo resume todo en una fórmula genial: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, que haga lo mismo". Y nosotros, ¿qué podemos hacer para acoger a Cristo en medio de esta sociedad en crisis?
Antes que nada, esforzarnos mucho más en conocer lo que está pasando: la falta de información es la primera causa de nuestra pasividad. Por otra parte, no tolerar la mentira o el encubrimiento de la verdad. Tenemos que conocer, en toda su crudeza, el sufrimiento que se está generando de manera injusta entre nosotros.
No basta vivir a golpes de generosidad. Podemos dar pasos hacia una vida más sobria. Atrevernos a hacer la experiencia de "empobrecernos" poco a poco, recortando nuestro actual nivel de bienestar, para compartir con los más necesitados tantas cosas que tenemos y no necesitamos para vivir.
Podemos estar especialmente atentos a quienes han caído en situaciones graves de exclusión social: desahuciados, privados de la debida atención sanitaria, sin ingresos ni recurso social alguno... Hemos de salir instintivamente en defensa de los que se están hundiendo en la impotencia y la falta de motivación para enfrentarse a su futuro.
Desde las comunidades cristianas podemos desarrollar iniciativas diversas para estar cerca de los casos más sangrantes de desamparo social: conocimiento concreto de situaciones, movilización de personas para no dejar solo a nadie, aportación de recursos materiales, gestión de posibles ayudas...
La crisis va a ser larga. En los próximos años se nos va a ofrecer la oportunidad de humanizar nuestro consumismo alocado, hacernos más sensibles al sufrimiento de las víctimas, crecer en solidaridad práctica, contribuir a denunciar la falta de compasión en la gestión de la crisis... Será nuestra manera de acoger con más verdad a Cristo en nuestras vidas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 -
13 de diciembre de 2009

REPARTIR CON EL QUE NO TIENE

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
17 de diciembre de 2006

¿QUÉ PODEMOS HACER?

¿Entonces qué hacemos?

Juan el Bautista proclamaba en voz alta lo que sentían muchos en aquel momento: hay que cambiar; no se puede seguir así; hemos de volver a Dios. Entendían su llamada a la conversión. Según el evangelista Lucas, algunos se sintieron cuestionados y se acercaron al Bautista con una pregunta decisiva: ¿qué podemos hacer?
Por muchas protestas, llamadas y discursos de carácter político o religioso que se escuchen en una sociedad, las cosas sólo empiezan a cambiar, cuando hay personas que se atreven a enfrentarse a su propia verdad, dispuestas a transformar su vida: ¿qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy claras. No les invita a venir al desierto a vivir una vida ascética de penitencia, como él. Tampoco les anima a peregrinar a Jerusalén para recibir al Mesías en el templo. La mejor manera de preparar el camino a Dios es, sencillamente, hacer una sociedad más solidaria y fraterna. y menos injusta y violenta.
Juan no habla a las víctimas, sino a los responsables de aquel estado de cosas. Se dirige a los que tienen «dos túnicas» y pueden comer; a los que se enriquecen de manera injusta a costa de otros; a los que abusan de su poder y de su fuerza.
Su mensaje es claro: No os aprovechéis de nadie, no abuséis de los débiles, no viváis a costa de otros, no penséis sólo en vuestro bienestar: El que tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene, y el que tenga comida, haga lo mismo. Así de simple. Así de claro.
Aquí se termina nuestra palabrería. Aquí se desvela la verdad de nuestra vida. Aquí queda al descubierto la mentira de no pocas formas de vivir la religión. ¿Por dónde podemos empezar a cambiar la sociedad? ¿Qué podemos hacer para abrir caminos a Dios en el mundo? Muchas cosas, pero nada tan eficaz y realista como compartir lo que tenemos con los necesitados.
¿Alguien se puede imaginar una forma más disparatada de celebrar la «venida de Dios al mundo» que unas fiestas en las que algunos de sus hijos se dedican a comer, beber y disfrutar frívolamente de su bienestar, mientras la mayoría anda buscando algo que comer?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
14 de diciembre de 2003


¿QUÉ PODEMOS HACER?

¿Qué hacemos nosotros?

Los medios de comunicación social nos informan cada vez con más rapidez y precisión de toda la realidad que acontece entre nosotros. Conocemos cada vez mejor las injusticias, miserias y abusos que se cometen diariamente en nuestra sociedad.
Esta información crea fácilmente en nosotros un cierto sentimiento de solidaridad con tantos hombres y mujeres, víctimas de una sociedad egoísta e injusta. Incluso puede provocamos un sentimiento de vaga culpabilidad. Pero, al mismo tiempo, acrecienta nuestra sensación de impotencia.
Nuestras posibilidades de actuación son muy exiguas. Todos conocemos más miseria e injusticia de la que podemos remediar con nuestras fuerzas. Por eso es difícil evitar una pregunta en el fondo de nuestro corazón ante la visión de una sociedad deshumanizada: «,Qué podemos hacer?».
Juan el Bautista nos ofrece una respuesta terrible en medio de su simplicidad. Una respuesta decisiva, que nos pone a cada uno frente a nuestra propia verdad. «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
No es fácil escuchar estas palabras sin sentir un cierto malestar. Se necesita valor para acogerlas. Se necesita tiempo para dejamos penetrar por ellas. Son palabras que hacen sufrir.
Aquí se termina nuestra falsa «buena voluntad». Aquí se revela el fondo de nuestro corazón. Aquí se diluye nuestro sentimentalismo religioso. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente, compartir lo que tenemos con los que lo necesitan. Así de simple. Así de claro.
Muchas de nuestra discusiones y controversias sociales y políticas, muchas de nuestras protestas y gritos, que con frecuencia nos dispensan de nuestra actuación personal, quedan reducidas, de pronto, a una pregunta muy sencilla. ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro con los necesitados?
Casi inconscientemente, todos creemos que nuestra sociedad será más justa y humana cuando cambien los demás y cuando se transformen las estructuras sociales y políticas que nos impiden ser más humanos.
Y, sin embargo, las sencillas palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está también en nuestro corazón. Las estructuras reflejan demasiado bien el espíritu que nos anima a cada uno. Reproducen con mucha fidelidad la ambición, el egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
17 de diciembre de 2000

ASÍ DE CLARO

El que tenga dos túnicas que las reparta...

El amor no es una ideología ligada a algunos movimientos religiosos. El amor es la energía que da verdadera vida a una sociedad. En toda civilización hay fuerzas que generan vida, verdad y justicia, y fuerzas que desencadenan muerte, mentira e indignidad. No es siempre fácil detectarlo, pero en la raíz de todo impulso de vida está siempre el amor.
Por eso, cuando en una sociedad se ahoga el amor, se está ahogando al mismo tiempo la dinámica que lleva al crecimiento humano y a la expansión de la vida. De ahí la importancia de cuidar socialmente el amor y de luchar contra todo aquello que puede destruirlo.
Una forma de matar de raíz el amor es la manipulación de las personas. En la sociedad actual se proclaman en voz alta los derechos de la persona, pero luego los individuos son sacrificados al rendimiento, la utilidad o el desarrollo del bienestar. Se produce entonces lo que H. Marcuse llamaba «la eutanasia de la libertad». Cada vez hay más personas que viven una no-libertad «confortable, cómoda, razonable, democrática». Se vive bien, pero sin conocer la verdadera libertad ni el amor.
Otro riesgo para el amor es el funcionalismo. En la sociedad de la eficacia lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El individuo queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje: en el trabajo es un empleado, en el consumo un cliente, en la política un voto, en el hospital un número de cama... En una sociedad así las cosas funcionan, pero las relaciones entre las personas mueren.
Otro modo frecuente de ahogar el amor es la indiferencia. El funcionamiento actual de la sociedad concentra a los individuos en sus propios intereses. Los demás son una «abstracción impersonal». Se publican estudios y estadísticas tras los cuales se oculta el sufrimiento de personas concretas. Apenas se siente nadie responsable. De ello se ha de ocupar el Estado, la Administración, la Sociedad.
¿Qué podemos hacer cada uno? Frente a tantas formas de desamor, el Bautista sugiere una postura clara: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». ¿Qué podemos hacer? Sencillamente compartir más lo que tenemos con aquellos que viven en necesidad. Así de simple. Así de claro.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
14 de diciembre de 1997

¿QUÉ DEBEMOS HACER?

El que tenga dos túnicas que las reparta.

A pesar de toda la información que ofrecen los medios de comunicación, se nos hace muy difícil caer en la cuenta de que vivimos en una especie de «isla de la abundancia», en medio de un mundo donde más de un tercio de la Humanidad vive en la miseria. Sin embargo, basta volar unas horas en cualquier dirección para encontrarnos con el hambre y la destrucción.
Esta situación sólo tiene un nombre: injusticia. Y sólo admite una explicación: inconsciencia. ¿Cómo nos podemos sentir humanos cuando, a pocos kilómetros de nosotros (qué son, en definitiva, seis mil kilómetros?), hay seres humanos que no tienen casa ni terreno alguno para vivir; hombres y mujeres que pasan el día buscando algo que comer; niños que no podrán ya superar la desnutrición?
Nuestra primera reacción suele ser casi siempre la misma: «Pero nosotros, ¿qué podemos hacer ante tanta miseria?» Mientras nos hacemos preguntas de este género, nos sentimos más o menos tranquilos. Y vienen las justificaciones de siempre: no es fácil instaurar un orden internacional más justo; hay que respetar la autonomía de cada país; es difícil asegurar cauces eficaces para distribuir alimentos; más aún, movilizar a un país para que salga de la miseria.
Pero todo eso se viene abajo cuando escuchamos una respuesta directa, clara y práctica, como la que reciben del Bautista quienes le preguntan qué deben hacer para «preparar el camino al Señor». El profeta del desierto les responde con genial simplicidad: «El que tenga dos túnicas, que dé una a quien no tenga ninguna; y el que tiene para comer que haga lo mismo.»
Aquí se terminan todas nuestras teorías y justificaciones ¿Qué podemos hacer? Sencillamente, no acaparar más de lo que necesitamos mientras haya pueblos que lo necesitan para vivir. No seguir desarrollando sin límites nuestro bienestar olvidando a quienes mueren de hambre. El verdadero progreso no consiste en que una minoría alcance un bienestar material cada vez mayor, sino en que la humanidad entera viva con más dignidad y menos sufrimiento.
Hace tres años, estaba yo por estas fechas en Butare (Ruanda) dando un curso de cristología a misioneras españolas. Una mañana llegó una religiosa navarra diciendo que, al salir de su casa, habían encontrado a un niño muriendo de hambre. Pudieron comprobar que no tenía ninguna enfermedad grave, sólo desnutrición. Era uno más de tantos huérfanos ruandeses que luchaba cada día por sobrevivir. Recuerdo que sólo pensé una cosa, lo que sigo pensando hoy: ¿Podemos los cristianos de Occidente acoger cantando al Niño de Belén mientras cerramos nuestro corazón a estos niños del Tercer Mundo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
11 de diciembre de 1994

UN MINUTO DE SILENCIO

El que tenga dos túnicas que las reparta...

«Un minuto de silencio para las cien mil personas que hoy han muerto de hambre», así comenzaban sus asambleas los promotores del 0,7 por cien, acampados en medio de nuestras ciudades para arrancar a la sociedad algo muy pequeño para una crueldad tan grande.
Su reivindicación es vieja. Proviene de la misma ONU y consiste en reservar el 0,7 por cien del Producto Interior Bruto para el desarrollo de los pueblos más necesitados de la Tierra. Los acampados lograron prácticamente el apoyo unánime de la población. Los partidos, por su parte, han respaldado la reivindicación introduciendo diferentes plazos a la hora de asumir el compromiso. ¿Cuándo se hará realidad?
Los políticos se apresuran a advertirnos que esta medida puede repercutir negativamente en nuestro nivel de vida. Es así. Si seguimos desarrollando un consumismo alocado y no nos detenemos en la creación constante de «nuevas necesidades» es impensable una política solidaria eficaz con los desheredados de la Tierra.
Pero la reivindicación del 0,7 por cien transciende la pura discusión sobre las partidas del Presupuesto General del Estado y de las Autonomías. Porque no se trata sólo de «dar dinero», sino de empezar a redistribuir de manera más justa los beneficios que los Países ricos obtenemos de las desiguales relaciones económicas y comerciales con los Países pobres.
Por otra parte, para crear entre nosotros esta «nueva conciencia», no basta exigir de la Administración el 0,7 por cien para el Tercer Mundo. ¿Por qué no extender esta misma medida a otros ámbitos de la vida familiar y social? ¿Es una ingenuidad reservas el 0,7 por cien de nuestro salario, de nuestros gastos de fin de semana o de nuestras vacaciones? ¿Es una extravagancia dedicar el 0,7 por cien de nuestro tiempo al servicio gratuito de algún necesitado?
Ha comenzado la «locura navideña». Se ha dado ya la salida. Hay que correr a los grandes almacenes, comprar regalos, cargarse de paquetes. No ha de faltas tampoco el besugo o las angulas, ni el champán para brindar la entrada en el nuevo año. ¿Quién se acuerda del 0,7 por cien?
Más de una vez, abrumados por las noticias de hambre y miseria que nos llegan del Tercer Mundo, nos habremos hecho una pregunta casi inevitable: «Qué podemos hacer cada uno de nosotros?» La respuesta de Juan el Bautista es rotunda: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga comida, que haga lo mismo ».
Aquí terminan todos nuestros hermosos discursos. Cada uno ha de enfrentarse a su propia verdad. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente, compartir lo que tenemos con aquellos que lo necesitan. Así de simple. Así de claro. Necesitaremos probablemente más de un minuto de silencio para entenderlo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
15 de diciembre de 1991

SOLIDARIDAD

El que tenga dos túnicas que las reparta...

Los grandes medios de comunicación, que tanto airean y ridiculizan algunos discursos del Papa, han silenciado de manera injusta e interesada la encíclica «Sollicitudo rei socialis», sin duda, su mejor y más moderno documento social.
En ella Juan Pablo II propone la solidaridad como el camino necesario hacia la paz y el desarrollo de los pueblos. Una solidaridad que exige «la superación de la política de bloques», «la renuncia a toda forma de imperialismo económico, militar o político», «la reforma del sistema internacional de comercio», «la reforma del sistema monetario y financiero mundial».
La pregunta surge en nosotros de manera espontánea: ¿Qué puedo hacer yo ante problemas mundiales que desbordan totalmente mis posibilidades? ¿Cómo puedo colaborar yo a que también entre los pueblos de la tierra se cumpla la invitación del Bautista: «El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo»?
Antes que nada, hemos de tomar conciencia de que, detrás de esa política insolidaria y competitiva que rige hoy el mundo, hay una forma de vivir, de satisfacer las necesidades y de desarrollar egoístamente nuestros propios intereses, que estamos alimentando entre todos. No hemos de olvidar que la actuación de los dirigentes políticos suele reflejar casi siempre a los pueblos a los que sirven, y responde, de alguna manera, a los deseos y aspiraciones de sus ciudadanos. Por eso, son bastantes las preguntas que podemos hacernos todos y cada uno de nosotros.
¿Queremos seguir satisfaciendo nuestras necesidades y desarrollando nuestro bienestar en un proceso que no tiene fin, sin preguntarnos nunca a costa de quién lo estamos haciendo?
¿Estamos dispuestos a comprar más caros los artículos importados de los países más pobres para remunerar de manera más justa a los que los producen?
¿Estamos dispuestos a pagar impuestos más elevados para que los poderes públicos puedan desarrollar una política más eficaz al servicio de los más necesitados?
¿Estamos dispuestos a vivir de manera más austera, no para tener más y ahorrar en previsión de que puedan llegar tiempos peores, sino para que pueda avanzarse hacia un nuevo orden internacional más solidario?
¿Estamos dispuestos a sostener con nuestro dinero y nuestra participación activa aquellas instituciones e iniciativas que cooperan hoy de diversas manera en favor de los pueblos más oprimidos de la tierra?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
11 de diciembre de 1988

ANTE UNA VIOLENCIA ESTANCADA

Entonces, ¿qué hacemos?

Al referirse a la violencia en el País Vasco, son bastantes los que siguen hablando de “la espiral de la violencia” utilizando la conocida expresión que Helder Cámara empleara por vez primera en su famoso libro.
Sin embargo, entre nosotros ya no se puede hablar propiamente de una “espiral de la violencia”. La del País Vasco es hoy una violencia inmóvil, que no cambia ni hace cambiar nada. Una violencia atascada tal como se refleja en la monotonía de los comunicados que tratan de justificarla y en las condenas de los que la rechazan.
Vivimos estancados en una serie de acciones y reacciones que mantienen un trágico equilibrio de sangre y destrucción.
No será fácil salir de una violencia que puede seguir pudriéndose todavía entre nosotros durante muchos años. Las posiciones parecen irreconciliables. Los dogmatismos políticos inflexibles. La violencia ha abierto durante estos años heridas que no será fácil curar.
Sin duda, son los políticos los que han de buscar los caminos concretos que nos puedan ir acercando a una pacificación y las soluciones técnicas para normalizar la convivencia socio-política. Pero ¿no hay en la sociedad vasca una excesiva inhibición? ¿no estamos dejando el problema demasiado exclusivamente en manos de los políticos?
Entonces, la pregunta que surge espontáneamente en los que no tenemos una responsabilidad política es semejante a la que le hacía a Juan el Bautista aquel pueblo llamado por el profeta a la conversión profunda y al cambio social: “Nosotros ¿qué podemos hacer?”.
Tal vez, la primera tarea de todos sea el urgir al diálogo. Exigir a nuestros partidos políticos que entren por las vías del diálogo sin más tardanza. Crear entre todos —individuos, grupos, organismos, instituciones— un clima social del que pueda surgir un diálogo eficaz y operativo.
Como decía recientemente nuestro obispo, don José María Setién en su Carta Pastoral de Adviento: cuando se renuncia al diálogo, “se dejan las cuestiones y los problemas sin resolver o se induce a buscar soluciones de violencia o de poder”.
Si no se busca una salida no-violenta a esta situación, el problema seguirá enquistado en nuestro pueblo y la violencia y la represión seguirán segando vidas, mientras todos seguimos lamentándonos inútilmente.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
15 de diciembre de 1985

INTENTAR EL CAMBIO

Entonces, ¿qué hacemos?

Es aleccionadora la actitud de las multitudes que escuchan al Bautista. Son hombres y mujeres que se atreven a enfrentarse a su propia verdad y están dispuestos a transformar sus vidas. Así responden al profeta: «¿ Entonces, qué debemos hacer ?».
Asistimos hoy a un fenómeno bastante generalizado. Se escuchan llamadas al cambio y a la conversión, pero nadie se da por aludido. Todos seguimos caminando tranquilos, sin cuestionarnos nuestra propia conducta.
Naturalmente, la conversión es imposible cuando se la da ya por supuesta. Se diría que el catolicismo ha venido a ser, con frecuencia, una teoría vacía de exigencia práctica. Una religión cultural, incapaz de provocar una transformación y reorientación nueva de nuestra existencia.
Son bastantes los que se preocupan de las «fórmulas de fe» del catecismo, pero no se plantean nunca la necesidad de una ruptura y una nueva dirección de su vida concreta.
Siempre resulta más fácil «creer» las verdades recogidas en el Astete que esforzarnos por escuchar las exigencias de conversión que se nos gritan desde el evangelio.
Por eso es bueno también hoy escuchar la voz lúcida de quienes cuestionan ciertos fenómenos de fervor religioso que parecen conmover hoy a las multitudes, sin lograr una conversión real a la solidaridad y la fraternidad.
Un hombre tan equilibrado como K. Rahner, hablando de las masas que aclaman al actual Papa, piensa que conviene preguntar a todas esas personas: «Rezáis cuando estáis solos?, ¿lleváis vuestra cruz en la vida real?, ¿pensáis en los pobres de nuestro entorno y en el Tercer Mundo?» (País, 5-12-82).
Sin duda, son preguntas que debemos hacernos todos los que hemos aclamado con entusiasmo al Santo Padre. ¿Qué sentido podría tener aclamar a Juan el Bautista y no escuchar sus palabras: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo»?
Y ¿qué sentido puede tener aplaudir enfervorizadamente a Juan Pablo II y no oir sus repetidos gritos: «Pensad en los más pobres. Pensad en los que no tienen lo suficiente... Distribuid vuestros bienes con ellos... Dadles parte de forma programada y sistemática... Mirad un poco alrededor... ¿ No sentís remordimiento de conciencia a causa de vuestra riqueza y abundancia?» (Discurso en Río de Janeiro 2-7-80).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
12 de diciembre de 1982

¿QUE PODEMOS HACER?

¿Qué hacemos nosotros?

Los medios de comunicación social nos informan cada vez con más rapidez y precisión de toda la realidad que acontece entre nosotros. Conocemos cada vez mejor las injusticias, las miserias y los abusos que se cometen diariamente en nuestra sociedad.
Esta información crea fácilmente en nosotros un cierto sentimiento de solidaridad con tantos hombres y mujeres, víctimas de una sociedad egoísta e injusta. Incluso puede provocarnos un sentimiento de vaga culpabilidad. Pero, al mismo tiempo, acrecienta nuestra sensación de impotencia.
Nuestras posibilidades de actuación son muy exiguas. Todos conocemos más miseria e injusticia de la que podemos remediar con nuestras fuerzas. Por eso es difícil evitar una pregunta en el fondo de nuestro corazón ante la visión de una sociedad deshumanizada: «¿Qué podemos hacer?».
Juan el Bautista nos ofrece una respuesta terrible en medio de su simplicidad. Una respuesta decisiva, que nos pone a cada uno frente a nuestra propia verdad. «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
No es fácil escuchar estas palabras sin sentir un cierto malestar. Se necesita valor para acogerlas. Se necesita tiempo para dejarnos penetrar por ellas. Son palabras que hacen sufrir.
Aquí se termina nuestra falsa «buena voluntad». Aquí se revela el fondo de nuestro corazón. Aquí se diluye nuestro sentimentalismo religioso. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente, compartir lo que tenemos con los que lo necesitan. Así de simple. Así de claro.
Muchas de nuestra discusiones y controversias sociales y políticas, muchas de nuestras protestas y gritos, que con frecuencia nos dispensan de nuestra actuación personal, quedan reducidas, de pronto, a una pregunta muy sencilla: ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro con los necesitados?
Casi inconscientemente, todos creemos que nuestra sociedad será más justa y humana cuando cambien los demás y cuando se transformen las estructuras sociales y políticas que nos impiden ser más humanos.
Y, sin embargo, las sencillas palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está también en nuestro corazón. Las estructuras reflejan demasiado bien el espíritu que nos anima a cada uno. Y reproducen con mucha fidelidad la ambición, el egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de nosotros.

José Antonio Pagola



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                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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