El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen (C)
EVANGELIO
Evangelio
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38
En aquel tiempo, el ángel
Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una
virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen
se llamaba María.
El ángel, entrando en su
presencia, dijo:
- Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo.
Ella se turbó ante estas palabras
y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
- No temas, María, porque has
encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el
Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
- ¿Cómo será eso, pues no
conozco a varón?
El ángel le contestó:
- El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va
a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel,
que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que
llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó:
- Aquí está la esclava del
Señor; hágase en mi según tu palabra.
Y la dejó el ángel.
Palabra de Dios.
HOMILIA
CON ALEGRÍA Y CONFIANZA
El concilio Vaticano II presenta a María, Madre de
Jesucristo, como "prototipo y modelo para la Iglesia", y la describe
como mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría. Desde esa misma
actitud hemos de escuchar a Dios en la Iglesia actual.
«Alégrate». Es lo primero que María escucha de Dios
y lo primero que hemos de escuchar también hoy. Entre nosotros falta alegría.
Con frecuencia nos dejamos contagiar por la tristeza de una Iglesia envejecida
y gastada. ¿Ya no es Jesús Buena Noticia? ¿No sentimos la alegría de ser sus
seguidores? Cuando falta la alegría, la fe pierde frescura, la cordialidad
desaparece, la amistad entre los creyentes se enfría. Todo se hace más difícil.
Es urgente despertar la alegría en nuestras comunidades y recuperar la paz que
Jesús nos ha dejado en herencia.
«El Señor
está contigo». No es fácil la alegría en la Iglesia de nuestros
días. Sólo puede nacer de la confianza en Dios. No estamos huérfanos. Vivimos
invocando cada día a un Dios Padre que nos acompaña, nos defiende y busca
siempre el bien de todo ser humano.
Esta Iglesia, a veces tan desconcertada y perdida,
que no acierta a volver al Evangelio, no está sola. Jesús, el Buen Pastor, nos
está buscando. Su Espíritu nos está atrayendo. Contamos con su aliento y
comprensión. Jesús no nos ha abandonado. Con él todo es posible.
«No temas». Son muchos los miedos que nos paralizan
a los seguidores de Jesús. Miedo al mundo moderno y a la secularización. Miedo
a un futuro incierto. Miedo a nuestra debilidad. Miedo a la conversión al
Evangelio. El miedo nos está haciendo mucho daño. Nos impide caminar hacia el
futuro con esperanza. Nos encierra en la conservación estéril del pasado.
Crecen nuestros fantasmas. Desaparece el realismo sano y la sensatez cristiana.
Es urgente construir una Iglesia de la confianza. La fortaleza de Dios no se
revela en una Iglesia poderosa sino humilde.
«Darás a
luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús». También a nosotros, como a María, se
nos confía una misión: contribuir a poner luz en medio de la noche. No estamos
llamados a juzgar al mundo sino a sembrar esperanza. Nuestra tarea no es apagar
la mecha que se extingue sino encender la fe que, en no pocos, está queriendo
brotar: Dios es una pregunta que humaniza.
Desde nuestras comunidades, cada vez más pequeñas y
humildes, podemos ser levadura de un mundo más sano y fraterno. Estamos en
buenas manos. Dios no está en crisis. Somos nosotros los que no nos atrevemos a
seguir a Jesús con alegría y confianza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
UN ANUNCIO SORPRENDENTE
El ángel
le dijo: Alégrate.
Lucas narra el anuncio del nacimiento de Jesús en
estrecho paralelismo con el del Bautista. El contraste entre ambas escenas es
tan sorprendente que nos permite entrever con luces nuevas el Misterio del Dios
encarnado en Jesús.
El anuncio del nacimiento del Bautista sucede en «Jerusalén»,
la grandiosa capital de Israel, centro político y religioso del pueblo judío.
El nacimiento de Jesús se anuncia en un pueblo desconocido de las montañas de
Galilea. Una aldea sin relieve alguno, llamada «Nazaret», de donde nadie
espera que pueda salir nada bueno. Años más tarde, estos pueblos humildes
acogerán el mensaje de Jesús anunciando la bondad de Dios. Jerusalén por el
contrario lo rechazará. Casi siempre, son los pequeños e insignificantes los
que mejor entienden y acogen al Dios encarnado en Jesús.
El anuncio del nacimiento del Bautista tiene lugar
en el espacio sagrado del «templo». El de Jesús en una casa pobre de una
«aldea». Jesús se hará presente allí donde las gentes viven, trabajan,
gozan y sufren. Vive entre ellos aliviando el sufrimiento y ofreciendo el
perdón del Padre. Dios se ha hecho carne, no para permanecer en los templos,
sino para «poner su morada entre los hombres» y compartir nuestra vida.
El anuncio del nacimiento del Bautista lo escucha un
«varón» venerable, el sacerdote Zacarías, durante una solemne
celebración ritual. El de Jesús se le hace a María, una «joven» de unos
doce años. No se indica donde está ni qué está haciendo. ¿A quién puede
interesar el trabajo de una mujer? Sin embargo, Jesús, el Hijo de Dios
encarnado, mirará a las mujeres de manera diferente, defenderá su dignidad y
las acogerá entre sus discípulos.
Por último, del Bautista se anuncia que nacerá de
Zacarías e Isabel, una pareja estéril, bendecida por Dios. De Jesús se dice
algo absolutamente nuevo. El Mesías nacerá de María, una joven virgen. El
Espíritu de Dios estará en el origen de su aparición en el mundo. Por eso, «será
llamado Hijo de Dios». El Salvador del mundo no nace como fruto del amor de
unos esposos que se quieren mutuamente. Nace como fruto del Amor de Dios a toda
la humanidad. Jesús no es un regalo que nos hacen María y José. Es un regalo
que nos hace Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
CON
ALEGRÍA
Alégrate...
No tengas miedo.
El evangelista Lucas temía que
sus lectores leyeran su escrito de cualquier manera. Lo que les quería anunciar
no era una noticia más, como tantas otras que se corrían por el imperio. Debían
preparar su corazón: despertar la alegría, desterrar miedos y creer que Dios
estaba cerca, dispuesto a transformar su vida.
Con un arte difícil de igualar,
recreó una escena evocando el mensaje que María escuchó en lo íntimo de su
corazón para acoger el nacimiento de su hijo Jesús. Todos podrían unirse a ella
para acoger al Salvador. ¿Es posible hoy prepararse para recibir a Dios?
«Alégrate». Es la primera palabra que escucha el que se prepara para
vivir una experiencia buena. Hoy no sabemos esperar. Somos como niños
impacientes que lo quieren todo enseguida. Vivimos llenos de cosas. No sabemos
estar atentos para conocer nuestros deseos más profundos. Sencillamente, se nos
ha olvidado esperar a Dios y ya no sabemos cómo encontrar la alegría.
Nos estamos perdiendo lo mejor de
la vida. Nos contentamos con la satisfacción, el placer y la diversión que nos
proporciona el bienestar. En el fondo, sabemos que es un error, pero no nos
atrevemos a creer que Dios, acogido con fe sencilla, nos puede descubrir otros
caminos hacia la alegría.
«No tengas miedo». La alegría es imposible cuando se vive lleno de
miedos que nos amenazan por dentro y desde fuera. ¿Cómo pensar, sentir y actuar
de manera positiva y esperanzadora?, ¿cómo olvidar nuestra impotencia y nuestra
cobardía para enfrentarnos al mal?
Se nos ha olvidado que cuidar
nuestra vida interior es más importante que todo lo que nos viene desde fuera.
Si estamos vacíos por dentro, somos vulnerables a todo. Se va diluyendo nuestra
confianza en Dios y no sabemos cómo defendernos de lo que nos hace daño.
«El Señor está contigo». Dios es una fuerza creadora que es buena y
nos quiere bien. No vivimos solos, perdidos en el cosmos. La humanidad no está
abandonada. ¿De dónde sacar verdadera esperanza si no es del misterio último de
la vida? Todo cambia cuando el ser humano se siente acompañado por Dios.
Necesitamos celebrar el «corazón»
de la Navidad, no su corteza. Necesitamos hacer más sitio a Dios en nuestra
vida. Nos irá mejor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
COMO
MARÍA
Hágase en
mí según tu Palabra.
En vísperas de la Navidad, la
liturgia nos presenta la figura de María acogiendo en gozo a Dios en su vida.
Como subrayó el Concilio, María es modelo para la Iglesia. De ella podemos
aprender a ser más fieles a Jesús y su evangelio. ¿Cuáles podrían ser los
rasgos de una Iglesia más mariana en nuestros días?
Una Iglesia que fomenta la
«ternura maternal» hacia todos sus hijos cuidando el calor humano en sus
relaciones con ellos. Una Iglesia de brazos abiertos, que no rechaza ni
condena, sino que acoge y encuentra un lugar adecuado para cada uno.
Una Iglesia que, como María,
proclama con alegría la grandeza de Dios y su misericordia también con las
generaciones actuales y futuras. Una Iglesia que se convierte en signo de
esperanza por su capacidad de dar y transmitir vida.
Una Iglesia que sabe decir «sí» a
Dios sin saber muy bien a dónde le llevará su obediencia. Una Iglesia que no
tiene respuestas para todo, pero busca con confianza, abierta al diálogo con
los que no se cierran al bien, la verdad y el amor.
Una Iglesia humilde como María,
siempre a la escucha de su Señor. Una Iglesia más preocupada por comunicar el
Evangelio de Jesús que por tenerlo todo definido.
Una Iglesia del «Magníficat», que
no se complace en los soberbios, potentados y ricos de este mundo, sino que
busca pan y dignidad para los pobres y hambrientos de la Tierra, sabiendo que Dios
está de su parte.
Una Iglesia atenta al sufrimiento
de todo ser humano, que sabe, como María, olvidarse de sí misma y «marchar de
prisa» para estar cerca de quien necesita ser ayudado. Una Iglesia preocupada
por la felicidad de todos los que «no tienen vino» para celebrar la vida. Una
Iglesia que anuncia la hora de la mujer y promueve con gozo su dignidad,
responsabilidad y creatividad femenina.
Una Iglesia contemplativa que
sabe «guardar y meditar en su corazón» el misterio de Dios encamado en Jesús
para transmitirlo como experiencia viva. Una Iglesia que cree, ora, sufre y
espera la salvación de Dios anunciando con humildad la victoria final del amor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
ALÉGRATE
Alégrate...
el Señor está contigo.
El relato evangélico de la
anunciación a María, que se lee este último domingo de Adviento, es una
invitación a despertar en nosotros las actitudes básicas con las que vivir no
sólo las fiestas de Navidad ya próximas, sino la vida entera. Basta recorrer el
mensaje que se pone en boca del Ángel.
Alégrate. Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos
de escuchar también nosotros. «Alégrate»: ésa es la primera palabra de Dios a
toda criatura. En medio de estos tiempos que a nosotros nos parecen de
incertidumbre y oscuridad, llenos de problemas y dificultades, lo primero que
sorprendentemente se nos pide es no perder la alegría. Sin alegría la vida se
hace más difícil y dura.
El Señor está contigo. La alegría a que se nos invita
no es un optimismo forzado ni un autoengaño fácil. Es la alegría interior y la
confianza que nace en quien se enfrenta a la vida con la convicción de que no
está solo. Una alegría que nace de la fe. Dios nos acompaña, nos defiende y
quiere siempre nuestro bien. Podemos quejamos de muchas cosas, pero nunca
podremos decir que estamos solos porque no es verdad. Dentro de cada uno, en lo
más hondo de nuestro ser está Dios nuestro Salvador.
No temas. Son muchos los miedos que pueden despertarse en nosotros. Miedo
al futuro, a la enfermedad, a la muerte. Nos da miedo sufrir, sentimos solos,
no ser amados. Podemos sentir miedo a nuestras contradicciones e incoherencias.
El miedo es malo, hace daño. El miedo ahoga la vida, paraliza las fuerzas, nos
impide caminar. Lo que necesitamos es confianza, seguridad, luz.
Has hallado gracia ante Dios. No sólo María, también
nosotros podemos escuchar estas palabras porque todos vivimos y morimos
sostenidos por la gracia y el amor de Dios. La vida sigue ahí con sus
dificultades y preocupaciones. La fe en Dios no es una receta para resolver los
problemas diarios. Pero todo es diferente cuando uno vive buscando en Dios luz
y fuerza para enfrentarse a ellos.
Llega la Navidad. No será una
fiesta igual para todos. Cada uno vivirá en su interior su propia navidad. ¿Por
qué no despertar estos días en nosotros la confianza en Dios y la alegría de
sabemos acogidos por Él? ¿Por qué no liberamos un poco de miedos y angustias
enfrentándonos a la vida desde la fe en un Dios cercano?
José Antonio Pagola
HOMILIA
AVE MARÍA
Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.
Hace algunos años me encontré con
una persona que, después de una larga crisis religiosa, buscaba de nuevo a
Dios. Después de una larga conversación, me confesó que quería rezar. Hacía
mucho tiempo que había abandonado toda práctica religiosa. Había olvidado el
Padrenuestro. Tampoco recordaba ninguna otra oración. De pronto, el rostro se
le iluminó: «Tal vez.., el Avemaría». Mientras recitábamos juntos la sencilla
oración, vi que de sus ojos se desprendían dos lágrimas de alegría y emoción.
Las grandes oraciones son siempre profundamente humanas y humildes. No son
necesarias palabras complicadas ni frases sublimes. Lo importante es la fe con
que se invoca.
El Avemaría, unida con frecuencia
al rezo del Padrenuestro, es una de las oraciones cristianas más populares.
Consta de tres partes. La primera está tomada del anuncio del ángel a María. «Dios te salve, María, llena eres de gracia,
el Señor es contigo.» La segunda evoca las palabras de alabanza que Isabel
dirige a María: «Bendita eres entre las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. » La última parte es una
invocación medieval de origen incierto: «Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. »
Cada uno sabe cómo y por qué
caminos discurre su vida, pero siempre es bueno encontrarse con María. Ella es
Madre de Dios y también nuestra. María no es Dios, no es fuente de nuestra
salvación, pero Dios está con ella y la ha llenado de gracia. En medio de un
mundo que, a veces, parece maldito, ella es bendita porque ha sido bendecida
por Dios para siempre. Podemos acudir a ella con confianza.
No necesitamos defendernos ni dar
explicaciones. Ella es nuestra Madre. Conoce nuestro corazón cansado y, tal
vez, nuestra vida rota o desquiciada. Conoce nuestros errores y nuestra
mediocridad. En María, llena de la gracia de Dios, siempre encontraremos el
amor y el perdón del mismo Dios. Unidos a tantos hombres y mujeres, podemos
también nosotros invocarla con humildad: «Ruega
por nosotros, pecadores.»
María nos acompaña siempre. En
los momentos gozosos y en los difíciles. Podemos contar con su protección
maternal en la depresión y en la enfermedad, en la soledad o en el fracaso, en
el miedo o en el pecado. Invocamos su ayuda «ahora», en el momento en que pronunciamos la oración, y también
para «la hora de nuestra muerte»
siempre desconocida, pero siempre más cercana.
Al final del Adviento, el relato
evangélico nos recuerda las palabras del ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28).
Pueden ser una invitación a despertar nuestra confianza en ella y a susurrar en
lo secreto de nuestro corazón la conocida plegaria a la Madre: «Ave María.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿A DONDE
VA EL MUNDO?
El Señor
está contigo.
El filósofo R. Popper, recientemente fallecido, aseguraba que «el mundo no va a
ninguna parte». Se oponía así, desde su visión filosófica, a tantos hombres y
mujeres que, a través de los siglos, se han atrevido a esperar un futuro no
solo mejor, sino nuevo.
¿A dónde va el mundo con tanto
dolor? Esta pregunta no es nueva. La han repetido de mil maneras los hombres en
momentos trágicos de guerras, en el azote de pestes terribles, en medio del
exilio o ante catástrofes naturales. Hoy, de nuevo, cristianos y no cristianos
se la plantean en el fondo de su conciencia: ¿A dónde va el mundo?
No es una cuestión arbitraria. No
es tampoco una pregunta científica que busca satisfacer nuestra curiosidad. Es
un interrogante profundamente humano, pues, de alguna manera, intuimos que en
él nos va la vida y el destino último de la humanidad.
La pregunta se despierta en
nosotros cuando nos informan de la velocidad con que se talan los árboles en
las selvas de Brasil, o de la desertización de grandes zonas de la Tierra;
cuando nos alertan de los daños irreparables de los accidentes nucleares, o nos
advierten de los efectos peligrosos de cierto tipo de residuos. ¿Se le puede
llamar progreso a esa alocada producción de bienes que solo beneficia a unos
pocos, mientras provoca tanto daño a la mayor parte de la humanidad?
Detrás de todo eso está el ser
humano, que no acierta a conducir las cosas por caminos más seguros. Por eso,
la pregunta más concreta es otra: ¿A dónde vamos nosotros los hombres dejando
sin pan y sin trabajo a tantas gentes con tal de conseguir el bienestar de los
más afortunados? ¿A dónde vamos hundiendo en el hambre y la miseria a pueblos
enteros? ¿Nos vamos acercando así a alguna meta digna del hombre? ¿Caminamos así
hacia una plenitud?
Con este horizonte no es extraño
caer en el pesimismo y en actitudes derrotistas. Por eso resultan tan
sorprendentes las palabras con las que el ángel anuncia a María el nacimiento
del Salvador y que, en el fondo, están dirigidas a toda la humanidad: «Alégrate ... El Señor está contigo.» Es
cierto que el horizonte puede parecer sombrío; el ser humano puede destruir el
mundo y provocar su propio hundimiento. Pero no está solo. Dios está con
nosotros. Es posible la salvación.
Esta fe es la que sostiene al
creyente en la esperanza y le anima a trabajar siempre por un mundo más humano.
Llegará un día en el que, según las hermosas palabras del Apocalipsis, Dios
mismo «enjugará las lágrimas de sus ojos,
ya no habrá muerte ni llanto, no habrá gritos ni fatiga, pues el mundo viejo
habrá pasado» (Ap 21, 4). Esta es la promesa de Dios a los hombres. Y los
creyentes confiamos en él. María, la madre del Salvador, es nuestro modelo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
FELICITAR
Alégrate.
Llega la Navidad y parece como
si, de pronto, se despertara en nosotros una necesidad incontenible de
desearnos mutuamente paz y felicidad. Hemos de enviarnos puntualmente las
tradicionales felicitaciones deseándonos toda clase de dichas y ventura en
estas fiestas y para el año venidero. Artísticos tarjetones o postales
vulgares, “christmas” de hondo contenido religioso o tarjetas superficiales,
todo sirve para transmitirnos la felicitación.
¿Qué sentido pueden tener tantos
deseos de dicha y felicidad expresados en Navidad? ¿Son acaso una mentira más?
¿Otra manera de engañarnos unos a otros durante estas fiestas tan vacías ya de
su verdadero contenido?
Son diferentes, sin duda, la
felicitación entrañable al amigo lejano pero nunca olvidado, los saludos de
puro compromiso y cortesía o las felicitaciones en serie de una firma
comercial.
Como es sabido, la felicitación
navideña tiene su origen más genuino en el anuncio que se escucha en Belén: “Os anuncio la gran alegría para todo el
pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador”. La primera
palabra de parte de Dios a los hombres cuando se acerca el Salvador es una
invitación a la alegría y la fiesta. Es lo primero que escucha también María de
boca del ángel: “Alégrate”.
La alegría más honda del creyente
en estas fiestas arranca de esta fe: Dios no es un ser lejano, inquietante y
amenazador, sino alguien que se nos ofrece cercano y entrañable desde la
ternura y fragilidad de un niño.
Esta es la primera razón para
felicitarnos y hacer fiesta. Lo primero que hemos de recordar para despertar la
alegría. Como escribía el célebre teólogo suizo Karl Barth: “Que está mal, el mundo lo sabe ya; lo que no sabe es
que por los cuatro costados está en las manos buenas de Dios”. Desde esta
convicción adquiere la felicitación navideña una hondura nueva pues nace del
deseo de construir ese mundo más humano y feliz que Dios busca para todos.
Antes de sentarnos a escribir las
felicitaciones, tal vez hemos de hacernos alguna pregunta: ¿Sé yo “felicitar”?
¿Me preocupa realmente la felicidad de los demás? ¿Estoy dispuesto a hacer
feliz a lo largo del año a esa persona que hoy felicito?
Nuestra felicitación será más
sincera si lleva consigo el compromiso de vivir creando en nuestro entorno un
clima más humano. Nada especialmente grande. Cosas más bien pequeñas, como no
hacer a nadie la vida más difícil de lo que es, cuidar mejor el amor dentro del
hogar, estar cerca de quien nos puede necesitar, cultivar unas relaciones más
amistosas con todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
LA
EXPERIENCIA DE NAVIDAD
El Señor
está contigo.
No es fácil en esta sociedad
celebrar todavía con un poco de hondura la experiencia central de la Navidad.
Tal vez el mejor camino para intentarlo sea el
silencio.
Así nos lo sugiere un viejo texto
litúrgico al proclamar que la irrupción de Dios en la humanidad sucedió «cuando
un silencio sosegado lo envolvía todo».
He aquí algunas sugerencias para
quienes deseen este año vivir la Navidad “de manera diferente”.
Lo primero es prepararse. Hacer
el propósito de dedicar algún tiempo a preparar estas fiestas. De lo contrario,
es difícil sustraerse al ambiente trivial y engañoso que estos días parece
impregnarlo todo.
Después es necesario tener valor
para estar a solas con nosotros mismos. Si lo logramos, tal vez podamos
descubrir algo nuevo. Una habitación tranquila, una iglesia solitaria, un paseo
retirado pueden servirte para “hacer silencio”.
Dejarse penetrar por el silencio
no es fácil, sobre todo cuando se vive siempre en el ruido. Al comienzo, te sentirás
lleno de sensaciones, impresiones, recuerdos. Si sabes esperar y permanecer,
poco a poco irán apareciendo dentro de ti tus verdaderas preocupaciones, tus
miedos, tu tristeza o tu alegría.
Si sigues todavía escuchando,
podrás sentir una impresión inquietante. La soledad. Estás solo en medio de la
vida. Esas personas con las que te relacionas todo el día, a las que rechazas o
quieres, están lejos. En el fondo, todos estamos solos. Tú lo experimentas
ahora con más luz en esa sensación extraña que te invade.
Si, cerrando los ojos, te atreves
a seguir en silencio en una actitud humilde de confianza, es fácil que, en el
interior de ese vacío y soledad, comience a insinuarse una presencia.
No le des todavía el nombre de
Dios. Es sólo una experiencia que te puede poner ante la presencia de un Dios
inmensamente lejano e incomprensible y, sin embargo, inmensamente cercano e
interior a ti mismo.
Entonces, deja que el silencio te
hable. Por una vez, atrévete a escuchar esa presencia cercana de Dios. No
pienses en tus miedos ni en tu miseria. No pienses siquiera si eres cristiano o
no. Sencillamente, acoge el misterio.
Como dice K. Rahner, “esta experiencia es la más decisiva para comprender el
mensaje central de la Navidad: Dios se ha hecho hombre. Lo divino ha irrumpido
en el interior de lo humano».
Entonces, tal vez sientas tu
corazón renovado. Será el mejor regalo que puedas recibir en Navidad. Será
también el mejor regalo que podrás hacer a los que te rodean.
José Antonio Pagola
HOMILIA
EL REGALO
DE NAVIDAD
Alégrate.
¿Cuántos son los que creen de
verdad en la Navidad? ¿Cuántos los que saben celebrarla en lo más íntimo de su
corazón? Estamos tan entretenidos con nuestras compras, regalos y cenas que
resulta difícil acordarse de Dios y acogerlo en medio de tanta confusión.
Nos preocupamos mucho de que
estos días no falte nada en nuestros hogares, pero a casi nadie le preocupa si
allí falta Dios. Por otra parte, andamos tan llenos de cosas que no sabemos ya
alegrarnos de la «cercanía de Dios».
Y una vez más, estas fiestas
pasarán sin que muchos hombres y mujeres hayan podido escuchar nada nuevo, vivo
y gozoso en su corazón. Y desmontarán «el Belén» y retirarán el árbol y las
estrellas, sin que nada grande haya renacido en sus vidas.
La Navidad no es una fiesta
fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a creer que Dios
puede volver a nacer entre nosotros, en nuestra vida diaria. Este nacimiento
será pobre, frágil, débil como lo fue el de Belén. Pero puede ser un
acontecimiento real. El verdadero regalo de Navidad.
Dios es infinitamente mejor de lo
que nos creemos. Más cercano, más comprensivo, más tierno, más audaz, más
amigo, más alegre, más grande de lo que nosotros podemos sospechar. ¡Dios es
Dios!
Los hombres no nos atrevemos a
creer del todo en la bondad y ternura de Dios. Necesitamos detenernos ante lo
que significa un Dios que se nos ofrece como niño débil, vulnerable, indefenso,
sonriente, irradiando sólo paz, gozo y ternura. Se despertaría en nosotros una
alegría diferente, nos inundaría una confianza desconocida. Nos daríamos cuenta
de que no podemos hacer otra cosa sino dar gracias.
Este Dios es más grande que todos
nuestros pecados y miserias. Más feliz que todas nuestras imágenes tristes y
raquíticas de la divinidad. Este Dios es el regalo mejor que se nos puede hacer
a los hombres.
Nuestra gran equivocación es
pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con un poco más de
bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de seguridad. Y luchamos
por tenerlo todo. Todo menos Dios.
Felices los que tienen un corazón
sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos. Felices los que sienten
necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas.
Felices los que, en medio del
bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y
agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
LA
ALEGRIA POSIBLE
Alégrate.
La primera palabra de parte de
Dios a los hombres, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a
la alegría. Es lo que escucha María: Alégrate.
J. Moltmann, el gran teólogo de la esperanza, lo ha
expresado así: «La palabra última y primera de la gran liberación que viene de
Dios no es odio, sino alegría; no condena, sino absolución. Cristo nace de la
alegría de Dios y muere y resucita para traer su alegría a este mundo
contradictorio y absurdo».
Sin embargo, la alegría no es fácil.
A nadie se le puede obligar a que esté alegre ni se le puede imponer la alegría
por la fuerza. La verdadera alegría debe nacer y crecer en lo más profundo de
nosotros mismos.
De lo contrario; será risa
exterior, carcajada vacía, euforia creada quizás en una «sala de fiestas», pero
la alegría se quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón.
La alegría es un don hermoso,
pero también muy vulnerable. Un don que hay que saber cultivar con humildad y
generosidad en el fondo del alma. H.
Hesse explica los rostros atormentados, nerviosos y tristes de tantos hombres, de esta manera tan
simple: «Es porque la felicidad sólo puede sentirla el alma, no la razón, ni e
vientre, ni la cabeza, ni la bolsa».
Pero hay algo más. C6mo se puede
ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír,
cuando aún no están secas todas las lágrimas, sino que brotan diariamente otras
nuevas? ¿Cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran
hundidas en el hambre, la miseria o la guerra?
La alegría de María es el gozo de
una mujer creyente que se alegra en Dios salvador, el que levanta a los
humillados y dispersa a los soberbios, el que colina de bienes a los
hambrientos y despide a los ricos vacíos.
La alegría verdadera sólo es
posible en el corazón del hombre que anhela y busca justicia, libertad y
fraternidad entre los hombres. María se alegra en Dios, porque viene a consumar
la esperanza de los abandonados.
Sólo se puede ser alegre en
comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Sólo tiene
derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados. Sólo
puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros. Sólo puede
celebrar la Navidad quien busca sinceramente el nacimiento de un hombre nuevo
entre nosotros.
José Antonio Pagola
Para
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