El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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Conmemoración de todos los difuntos (B)
La Iglesia no se
limita a asistir pasivamente al hecho de la muerte ni tan sólo a consolar a los
que quedamos aquí llorando a nuestros seres queridos. Su reacción espontánea es
de solidaridad fraterna hacia el difunto.
EVANGELIO
Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.
Lectura
del santo evangelio según san Juan 14,1-6
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Que no tiemble vuestro corazón; creed en
Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no
fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os
prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis
también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice:
- Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos
saber el camino?
Jesús le responde:
- Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.
Nadie va al Padre, sino por mí.
HOMILIA
2007-2008 -
2008ko azaroaren 2a.
LLORAR Y REZAR
Podemos ignorarla. No hablar de ella. Vivir
intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos evitar.
Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrebatándonos a
nuestros seres más queridos.
¿Cómo reaccionar ante ese accidente que se nos lleva
para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía del esposo que
nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra
vida tantos amigos y personas queridas?
La muerte es como una puerta que traspasa cada
persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para
siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos
pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia,
desconcierto y pena inmensa?
No es fácil. Durante estos años hemos ido cambiando
mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más vulnerables.
Más escépticos, pero también más necesitados. Sabemos mejor que nunca que no
podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en el fondo anhela el ser humano.
Por eso quiero recordar, precisamente en esta
sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si somos
capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a todos: «No
se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».
Creo que casi todos, creyentes, poco creyentes,
menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la muerte:
llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe convencida o
una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas con nuestra
fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra impotencia y
conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.
Cuando tomo parte en un funeral, suelo pensar que,
seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de un ser
querido, podemos decirle así:
«Estamos aquí porque te seguimos queriendo, pero
ahora no sabemos qué hacer por ti. Nuestra fe es pequeña y débil. Te confiamos
al misterio de la Bondad
de Dios. Él es para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos
ofrecer. Sé feliz. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. Te
dejamos en sus manos».
José Antonio Pagola
HOMILIA
NO A LA MUERTE.
Yo soy la resurrección y la vida
Lo que nosotros llamamos muerte,
no es sino terminar de morir. El último instante en que se apaga la vida
biológica. En realidad, tardamos en morir veinte, cuarenta o setenta y cinco
años. Desde que nacemos estamos ya muriendo. La muerte no es algo que nos llega
desde fuera, al final de nuestra vida. La muerte comienza cuando nacemos.
Nos vamos muriendo segundo a
segundo y minuto a minuto, gastando de manera irreversible la energía vital que
poseemos. Los hombres somos mortales no porque al término de nuestra vida hay
un final, sino porque constantemente nuestra vida se va vaciando, se va
desgastando y va «muriendo».
Pero la muerte no es problema
sólo del individuo humano. La muerte está presente dentro de toda vida,
envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se puede afirmar que todo
lo que vive está ya camino de la muerte.
Los animales que corren, vuelan y
se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que cubre nuestro
planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la
muerte.
Pero hay que decir todavía algo
más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus grandes sistemas,
sus revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un día.
Y sin embargo, desde el fondo de la
vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente quiere morir. Y esta
protesta se convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y de
impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.
Los cristianos creemos que este
anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo muerto por los
hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha
recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.
Por eso dentro de esta vida
mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte.
Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra
todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.
Dios ha dicho no a la muerte. La
actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes (aborto eutanasia
muertes violentas, opresión destructora...) nace de esa fe en un Dios «amigo de
la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad de liberarnos
definitivamente de la muerte.
José Antonio Pagola
HOMILIA
EN LAS
MANOS DE DIOS
En la
casa de mi Padre hay muchas moradas.
El hombre contemporáneo no sabe
qué hacer con la muerte. Lo único que se le ocurre es ignorarla y no hablar de
ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso y volver de nuevo al vértigo de la
vida.
Pero, tarde o temprano, la muerte
va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo
reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra
madre? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía de ese esposo que nos dice su último
adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y
personas queridas?
La muerte es una puerta que
traspasa cada hombre o mujer en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto
se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y
cercano se nos pierde ahora en e1 misterio insondable de Dios. ¿Cómo
relacionarnos con él?
La liturgia cristiana nos revela
cuál es la actitud de los creyentes ante la muerte de nuestros amigos y
hermanos.
La comunidad cristiana rodea al
que muere, pide por él y le acompaña con su amor y su plegaria en ese
misterioso encuentro con Dios.
Ni una palabra de desolación o de
rebelión, de vacío o duda. En el centro de toda la liturgia por los difuntos,
sólo una oración de confianza: «En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el
alma de nuestro hermano”.
Es como si dijéramos a ese ser
querido que se nos ha muerto: «Te seguimos queriendo, pero tú te vas y tu
partida nos entristece. Sin embargo, sabemos que te dejamos en mejores manos.
Esas manos de Dios son un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos
ofrecer ahora. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. En El te
dejamos confiados”.
Esta confianza que llena el
corazón de los-creyentes de paz y esperanza ante la muerte de nuestros seres
queridos no es un sentimiento arbitrario, sino que nace de nuestra fe en
Jesucristo resucitado: «Recuerda a tu hijo a quien has llamado de este mundo a
tu presencia. Concédele que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo,
comparta también con él la gloria de la resurrección”.
Todo esto puede parecer
inaceptable a muchos que se acercarán hoy al cementerio a depositar unas flores
y recordar experiencias vividas aquí con sus seres queridos. Como decía K Rahner, hay cosas que sólo podemos
vivir “si tenemos un corazón sabio y humilde y nos acostumbramos a ver lo que
está sustraído a la mirada del superficial y del impaciente”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
Yo soy la
resurrección y la vida
Lo que nosotros llamamos muerte,
no es sino terminar de morir. El último instante en que se apaga la vida
biológica. En realidad, tardamos en morir veinte, cuarenta o setenta y cinco
años. Desde que nacemos estamos ya muriendo. La muerte no es algo que nos llega
desde fuera, al final de nuestra vida. La muerte comienza cuando nacemos.
Nos vamos muriendo segundo a
segundo y minuto a minuto, gastando de manera irreversible la energía vital que
poseemos. Los hombres somos mortales no porque al término de nuestra vida hay
un final, sino porque constantemente nuestra vida se va vaciando, se va
desgastando y va «muriendo».
Pero la muerte no es problema
sólo del individuo humano. La muerte está presente dentro de toda vida,
envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se puede afirmar que todo
lo que vive está ya camino de la muerte.
Los animales que corren, vuelan y
se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que cubre nuestro
planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la
muerte.
Pero hay que decir todavía algo
más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus grandes sistemas,
sus revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un día.
Y sin embargo, desde el fondo de
la vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente quiere morir. Y esta
protesta se convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y de
impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.
Los cristianos creemos que este
anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo muerto por los
hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha
recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.
Por eso dentro de esta vida
mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte.
Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra
todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.
Dios ha dicho no a la muerte. La
actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes (aborto,
eutanasia, muertes violentas, opresión destructora... ) nace de esa fe en un
Dios «amigo de la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad
de liberarnos definitivamente de la muerte.
José Antonio Pagola
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