El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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32º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Esa pobre viuda ha
echado más que nadie.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 12, 38-44
En aquel tiempo, entre lo que
enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse
con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos
de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran
los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Estos recibirán una
sentencia más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del arca de las
ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en
cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus
discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de
las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra
pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 -
8 de noviembre de 2015
CONTRASTE
Os aseguro
que esta pobre viuda ha echado más que nadie.
El contraste entre las dos
escenas es total. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los
escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar su propia
gloria y explotar a los más débiles. No hay que admirarlos ni seguir su
ejemplo. En la segunda, Jesús observa el
gesto de una pobre viuda y llama a sus discípulos. De esta mujer pueden
aprender algo que nunca les enseñarán los escribas: una fe total en Dios y una
generosidad sin límites.
La crítica de Jesús a los
escribas es dura. En vez de orientar al pueblo hacia Dios buscando su gloria,
atraen la atención de la gente hacia sí mismos buscando su propio honor. Les
gusta «pasearse con amplios ropajes»
buscando saludos y reverencias de la gente. En la liturgia de las sinagogas y
en los banquetes buscan «los asientos de
honor» y «los primeros puestos».
Pero hay algo que, sin duda, le
duele a Jesús más que este comportamiento fatuo y pueril de ser contemplados,
saludados y reverenciados. Mientras aparentan una piedad profunda en sus «largos rezos» en público, se aprovechan
de su prestigio religioso para vivir a costa de las viudas, los seres más
débiles e indefensos de Israel según la tradición bíblica.
Precisamente, una de estas viudas
va a poner en evidencia la religión corrupta de estos dirigentes religiosos. Su
gesto ha pasado desapercibido a todos, pero no a Jesús. La pobre mujer solo ha
echado en el arca de las ofrendas dos pequeñas monedas, pero Jesús llama
enseguida a sus discípulos pues difícilmente encontrarán en el ambiente del
templo un corazón más religioso y más solidario con los necesitados.
Esta viuda no anda buscando
honores ni prestigio alguno; actúa de manera callada y humilde. No piensa en
explotar a nadie; al contrario, da todo lo que tiene porque otros lo pueden
necesitar. Según Jesús, ha dado más que nadie, pues no da lo que le sobra, sino
«todo lo que tiene para vivir».
No nos equivoquemos. Estas
personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin
reservas, son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Ellas
son las que hacen el mundo más humano, las que creen de verdad en Dios,
las que mantienen vivo el Espíritu de Jesús en medio de otras actitudes
religiosas falsas e interesadas. De estas personas hemos de aprender a seguir a
Jesús. Son las que más se le parecen.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
11 de noviembre de 2012
LO MEJOR
DE LA IGLESIA
El contraste entre las dos
escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en
guardia frente a los dirigentes religiosos: "¡Cuidado con los
letrados!", su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama
a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente
sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.
Es sorprendente el lenguaje duro
y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los
escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir
de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los
demás, imponerse y dominar.
La religión les sirve para
alimentar fatuidad. Hacen "largos rezos" para impresionar. No crean
comunidad, pues se colocan por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí
mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles a las que deberían
servir. Marcos no recoge las palabras de
Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de
su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las
que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad.
Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que
no hagan daño.
En la segunda escena, Jesús está
sentado enfrente del arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades
importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer.
Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada
por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al
Templo.
Conmovido, Jesús llama
rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues,
aunque está pasando necesidad, "ha echado todo lo que tenía para
vivir". Mientras los letrados viven aprovechándose de la religión, esta
mujer se desprende de todo por los demás, confiando totalmente en Dios.
Su gesto nos descubre el corazón
de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente,
generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta
mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los
futuros dirigentes de su Iglesia.
También hoy, tantas mujeres y
hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la
Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen
vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los
presbíteros y obispos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
8 de noviembre de 2009
CONTRASTE
(Ver homilía del 8 de noviembre
de 2015)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
12 de noviembre de 2006
LO QUE
NOS SOBRA
He echado
todo lo que tenía para vivir.
La escena es conmovedora. Una
pobre viuda se acerca calladamente a uno de los trece cepillos colocados en el
recinto del templo, no lejos del patio de las mujeres. Muchos ricos están
depositando cantidades importantes. Casi avergonzada, ella echa sus dos
moneditas de cobre, las más pequeñas que circulan en Jerusalén.
Su gesto no ha sido observado por
nadie. Pero, en frente de los cepillos, está Jesús viéndolo todo. Conmovido,
llama a sus discípulos. Quiere enseñarles algo que sólo se puede aprender de la
gente pobre y sencilla. De nadie más.
La viuda ha dado una cantidad insignificante
y miserable, como es ella misma. Su sacrificio no se notará en ninguna parte;
no transformará la historia. La economía del templo se sostiene con la
contribución de los ricos y poderosos. El gesto de esta mujer no servirá
prácticamente para nada.
Jesús lo ve de otra manera: «Esta pobre viuda ha echado más que nadie».
Su generosidad es más grande y auténtica. «Los
demás han echado lo que les sobra», pero esta mujer que pasa necesidad, «ha echado todo lo que tiene para vivir».
Si es así, esta viuda vive,
probablemente, mendigando a la entrada del templo. No tiene marido. No posee
nada. Sólo un corazón grande y una confianza total en Dios. Si sabe dar todo lo
que tiene, es porque «pasa necesidad»
y puede comprender las necesidades de otros pobres a los que se ayuda desde el
templo.
En las sociedades del bienestar
se nos está olvidando lo que es la «compasión». No sabemos lo que es «padecer con» el que sufre. Cada uno se
preocupa de sus cosas. Los demás quedan fuera de nuestro horizonte. Cuando uno
se ha instalado en su cómodo mundo de bienestar, es difícil «sentir» el
sufrimiento de los otros. Cada vez se entienden menos los problemas de los
demás.
Sin embargo, como necesitamos
alimentar dentro de nosotros la ilusión de que todavía somos humanos y tenemos
corazón, damos «lo que nos sobra». No
es por solidaridad. Sencillamente ya no lo necesitamos para seguir disfrutando
de nuestro bienestar. Sólo los pobres son capaces de hacer lo que la mayoría
estamos olvidando: dar algo más que las sobras.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
9 de noviembre de 2003
UNA
ILUSIÓN ENGAÑOSA
Ha echado
todo lo que tenía.
(Leer la homilía del 10 de
noviembre de 1991).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
12 de noviembre de 2000
MALA
CONCIENCIA
He echado
todo lo que tenía para vivir.
En teoría, los pobres son para la
Iglesia lo que fueron para Jesús: los preferidos, los primeros que han de
atraer nuestra atención e interés. Pero es sólo en teoría porque de hecho no ocurre
así. Y no es cuestión de ideas, sino de sensibilidad ante el sufrimiento de los
débiles. En teoría, todo cristiano dirá que está de parte de los pobres. La
cuestión es saber qué lugar ocupan realmente en la vida de la Iglesia y de los
cristianos.
Es verdad —y hay que decirlo en
voz alta— que en la Iglesia hay muchas, muchísimas personas, grupos,
organismos, congregaciones, misioneros, voluntarios laicos que no sólo se
preocupan de los pobres, sino que, impulsados por el mismo espíritu de Jesús,
dedican su vida entera y hasta la arriesgan por defender la dignidad y los
derechos de los más desvalidos, pero ¿cuál es nuestra actitud generalizada en
las comunidades cristianas de Europa?
Mientras sólo se trata de aportar
alguna ayuda o de dar un donativo, no hay problema especial. Las limosnas nos
tranquilizan y permiten que sigamos viviendo con buena conciencia. Los pobres
empiezan a inquietarnos cuando nos obligan a plantearnos qué nivel de vida nos
podemos permitir sabiendo que cada día mueren de hambre en el mundo no menos de
setenta mil personas.
Por lo general, no son tan
visibles entre nosotros el hambre y la miseria. Aquí lo peor que lleva consigo
la pobreza es la indignidad. En la práctica, los pobres de nuestra sociedad
carecen de los derechos que tenemos los demás; no merecen el respeto que merece
toda persona normal; no representan nada importante para la sociedad. Por eso,
encontrarnos con ellos nos desazona. Estos hombres y mujeres desenmascaran
nuestros grandes discursos sobre el progreso y ponen al descubierto la
mezquindad de nuestra caridad. No nos dejan vivir con buena conciencia.
El episodio evangélico en el que
Jesús alaba a la viuda pobre nos deja avergonzados a quienes vivimos
satisfechos en nuestro bienestar. Nosotros, tal vez, damos algo de lo que nos
sobra, pero esta mujer que «pasa
necesidad» sabe dar «todo lo que
tiene para vivir» (Mc 12, 42). Cuántas veces son los pobres los que mejor
nos enseñan a vivir de manera digna y con corazón grande y generoso.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
¿QUÉ
NIVEL DE VIDA?
Ha echado
todo lo que tenía para vivir.
El mensaje del evangelio resulta
casi siempre seductor para quien lo escucha con corazón limpio y noble. Pero su
fuerza puede quedar amortiguada o neutralizada, si no se captan las exigencias
concretas que encierra. Algo de esto puede suceder con el conocido dicho de
Jesús: «No podéis servir a Dios y al
dinero» (Lucas 16, 13). La llamada a no dejarnos esclavizar por el dinero
es, sin duda, atractiva. Pero las palabras de Jesús se quedan en algo
inofensivo mientras no se desentraña su exigencia con planteamientos como éste:
¿Qué nivel de vida puede permitirse un cristiano?
Apenas se predica hoy de estas
cosas, al menos con este enfoque concreto; sin embargo, existe una larga
tradición en la doctrina de la Iglesia, que arranca desde los Padres de los
primeros siglos y se mantiene hasta el magisterio reciente. No es difícil
resumir sus grandes líneas.
Hay, en primer lugar, bienes necesarios para la vida. Sin ellos no
podríamos subsistir. Todos tenemos derecho, por ejemplo, a la comida diaria, al
vestido o a una vivienda. No hemos de privarnos de estos bienes pues estamos
llamados a vivir dignamente.
Pero la vida, para ser humana,
tiene también otro tipo de necesidades: cultura, diversión, viajes,
comunicación... Estas necesidades sufren variaciones según el grado de
civilización y las condiciones de cada persona. También tenemos derecho a estos
bienes llamados necesarios para la
condición, pero no de modo absoluto. Hemos de moderar o reducir nuestro
nivel de vida en tiempos de crisis o para ayudar a quienes carecen de lo
necesario para vivir.
Por último, los que no son
necesarios para la vida o la condición han de ser considerados bienes superfluos. Según la tradición cristiana
no tenemos el menor derecho a disfrutarlos mientras hay seres humanos que no
tienen lo necesario para subsistir.
En el trasfondo de toda esta
doctrina, desfigurada a veces por una casuística inapropiada, no es difícil
advertir un principio firme: «Lo que le
sobra al rico le pertenece al pobre.» No tenemos derecho a acumular bienes
superfluos o no del todo necesarios, mientras hay gentes que mueren de hambre y
miseria. Solo transcribiré un texto de san
Basilio que todavía hoy puede sacudir nuestra conciencia: «El pan que hay en tu despensa pertenece al
hambriento; el abrigo que cuelga, sin usar, en tu guardarropa pertenece a quien
lo necesita; los zapatos que se están estropeando en tu armario pertenecen al
descalzo; el dinero que tú acumulas pertenece a los pobres.» Es difícil
hablar con más claridad.
El episodio de Jesús alabando a
la viuda pobre nos deja avergonzados a quienes vivimos satisfechos en la
sociedad del bienestar. Nosotros, tal vez, damos algo de lo que nos sobra, pero
ella «que pasa necesidad, ha echado todo
lo que tenía para vivir» (Marcos 12, 44).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
6 de noviembre de 1994
ENVIDIA
Esta
pobre viuda ha echado más que nadie.
La envidia nos resulta vergonzosa
e inconfesable, pero está muy extendida en nuestra sociedad. El siquiatra Enrique Rojas se atreve a decir que «todos la padecemos a lo largo de nuestra
vida en mayor o menor medida, en unos momentos u otros según las
circunstancias».
En los niños aflora con más
claridad porque todavía no han aprendido a disimularla. Los adultos sabemos
enmascararla mejor y la ocultamos de diversas maneras bajo forma de desprecio,
descalificación, necesidad de superar siempre a los demás.
La envidia es un proceso a veces
bastante complejo y soterrado, que puede hacer a la persona profundamente
desgraciada incapacitándola de raíz para disfrutar de felicidad alguna. El
envidioso nunca está contento consigo mismo, con lo que es, con lo que tiene.
Vive resentido. Necesita mirar de reojo a los demás, compararse, añorar el bien
de los otros, estar por encima.
Por otra parte, vivimos en una
sociedad que, con frecuencia, nos empuja a articular nuestras relaciones
interpersonales en torno al principio de competitividad. Ya desde niños se nos
enseña a rivalizar, competir, ser más que los demás. Hay personas que terminan
viviendo desde una actitud competitiva. No piensan sino en términos de
comparación. Inconscientemente, se sienten en la obligación de demostrar que
son los más inteligentes, los más hábiles, los más seductores, los más
poderosos.
Uno de los medios más utilizados
para ello es demostrar que se tiene más que los demás, que uno puede comprar un
modelo mejor, poseer una casa más lujosa, hacer unas vacaciones más caras. No
nos atrevemos a confesarlo, pero en la raíz de muchas vidas dedicadas a ganar
siempre más y a conseguir un nivel de vida siempre mejor, solo hay un
incentivo: la envidia.
Sin embargo, el que mira con
envidia a los demás, no disfruta de lo suyo. Por mucho que posea, siempre
brotará en su interior la insatisfacción, el sufrimiento que corroe por dentro
al ver que otros «tienen» tal vez más.
El evangelista Marcos nos muestra la diferente reacción
de Jesús ante los fariseos que solo viven para aparentar, sobresalir y
aprovecharse de los débiles, y ante una pobre viuda que sabe desprenderse
incluso de lo poco que tiene para ayudar a otros más necesitados. Lo decisivo
es siempre vivir humanamente. Disfrutar de lo que se tiene y de lo que se es.
Saber compartir. Vivir ante Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
10 de noviembre de 1991
UNA
ILUSION ENGAÑOSA
Ha echado
todo lo que tenía.
Son muchos los que piensan que la
compasión es una actitud absolutamente desfasada y anacrónica en una sociedad
que ha de organizarse sus propios servicios para atender a las diversas
necesidades.
Lo progresista no es vivir
preocupado por los más necesitados y desfavorecidos de la sociedad, sino saber
exigir con fuerza a la Administración que los atienda de manera eficiente.
Sin embargo, sería un engaño no
ver lo que sucede en realidad. Cada uno busca su propio bienestar luchando
incluso despiadadamente contra posibles competidores. Cada uno busca la fórmula
más hábil para pagar el mínimo de impuestos, sin detenerse incluso ante
pequeños o no tan pequeños fraudes. Y luego, se pide a la Administración, a la
que se aporta lo menos posible, que atienda eficazmente a quienes nosotros
mismos, hemos hundido en la marginación y la pobreza.
Pero no es fácil recuperar “las
entrañas” ante el sufrimiento ajeno cuando uno se ha instalado en su pequeño
mundo de bienestar. Mientras sólo nos preocupe cómo incrementar la cuenta
corriente o hacer más rentable nuestro dinero, será difícil que nos interesemos
realmente por los que sufren.
Sin embargo, como necesitamos
conservar la ilusión de que en nosotros hay todavía un corazón humano y
compasivo, nos dedicamos a dar “lo que nos sobra”.
Tranquilizamos nuestra conciencia
llamando a “Traperos de Emaús” para desprendernos de objetos inútiles, muebles
inservibles o electrodomésticos gastados. Entregamos en Cáritas ropas y
vestidos que ya no están de moda. Hacemos incluso pequeños donativos siempre
que dejen a salvo nuestro presupuesto de vacaciones o fin de semana.
Qué duras nos resultan en su
tremenda verdad las palabras de Jesús alabando a aquella pobre viuda que acaba
de entregar sus pocos dineros: “Los demás
han dado lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que
tenía para vivir”.
Sabemos dar lo que nos sobra,
pero no sabemos estar cerca de quienes, tal vez, necesitan nuestra compañía o
defensa. Damos de vez en cuando nuestro dinero, pero no somos capaces de dar
parte de nuestro tiempo o nuestro descanso. Damos cosas pero rehuimos nuestra
ayuda personal.
Ofrecemos a nuestros ancianos
residencias cada vez mejor equipadas, pero, tal vez, les negamos el calor y el
cariño que nos piden. Reclamamos toda clase de mejoras sociales para los
minusválidos, pero no nos agrada aceptarlos en nuestra convivencia normal.
En la vida misma de familia, ¿no
es a veces más fácil dar cosas a los hijos que darles el cariño y la atención
cercana que necesitan? ¿No resulta más cómodo subirles la paga que aumentar el
tiempo dedicado a ellos?
Las palabras de Jesús nos obligan
a preguntarnos si vivimos sólo dando lo que nos sobra o sabemos dar también
algo de nuestra propia vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
6 de noviembre de 1988
¿QUE ES
DAR?
Ha echado
más que nadie.
En nuestra sociedad se nos está
olvidando algo aparentemente tan sencillo como es dar. Muchos hombres y mujeres
están dispuestos a dar pero sólo a cambio de recibir. Dar sin recibir les
parece una estafa, un mal negocio, algo perjudicial.
Son personas que no se han
desarrollado más. Han quedado ahí, sin superar esa etapa meramente receptiva y
acaparadora. Sólo saben recibir. No han aprendido a dar.
Viven convencidos de que dar
gratis, sin recibir nada a cambio, es empobrecerse, privarse de algo, hacerse
daño a uno mismo. Algo propio de personas poco inteligentes y despiertas.
Sin embargo, estas personas saben
dar lo que les sobra. Han encontrado el método sencillo para vivir encerrados
en su egoísmo, sin sentirse turbados por las necesidades que hay a su
alrededor. El dar lo que les sobra les proporciona la tranquilidad que
necesitan para seguir su vida sin preocuparse apenas de nadie.
Se celebran fiestas fastuosas
pero con un toque de carácter benéfico. Se mejora constantemente la comodidad
del hogar pero con el cuidado de enviar el viejo mobiliario a “Traperos de
Emaús” o a Cáritas.
Se renueva constantemente el
atuendo y las prendas propias de cada estación y se adquieren nuevos equipos de
montaña y de toda clase de deportes, pero con la preocupación de entregar la
ropa usada a los pobres.
Hace unos meses subí a comer con
la comunidad donostiarra de “Los Traperos de Emaús”. Pude contemplar una vez
más toda clase de muebles, ropas, electrodomésticos, televisores y enseres
increíbles. Allí se acumula gran parte de lo que nos sobra a los donostiarras.
Pero allí mismo pude saber que
aquellos hombres habían reunido con su trabajo y con la renuncia a la pequeña
paga de Navidad, una cantidad de dinero para el pueblo de Etiopía, azotado por
la sequía.
Entonces comprendí mejor que
nunca la reacción de Jesús ante aquella pobre viuda que echó dos monedas, pero,
según Jesús, fue la que dio más que nadie.
Bajé convencido de que aquellos
vagabundos, que viven en un edificio ruinoso reparado por ellos mismos, que duermen
en habitaciones donde corre el viento y hasta la lluvia, que trabajan
aprovechando los desperdicios de nuestra ciudad, habían dado más que todos
nosotros a los hambrientos de Etiopía.
Estos hombres, aunque no lo
sepan, son ricos. Porque no es rico el que tiene mucho sino el que da mucho.
Estos son capaces de hacer lo que la mayoría hemos olvidado: dar algo más que
las sobras.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
10 de noviembre de 1985
LO QUE
NOS SOBRA
… ha echado más que nadie.
Es gozoso descubrir cómo los ojos
de Jesús se fijan siempre en los hombres y mujeres sencillos que saben vivir el
amor de manera limpia y generosa.
Jesús observa a la gente que
deposita sus limosnas en el templo. Muchos ricos ofrecen espléndidos donativos,
pero pasan desapercibidos a sus ojos. Sorprendentemente, su mirada se detiene
en una pobre viuda que echa la cantidad ridícula de «dos reales».
La alabanza de Jesús es
aleccionadora. Esta pobre mujer ha sabido dar más que nadie, porque «los demás
han echado lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo
que tenía para vivir».
No está de moda la compasión. Se
diría que para muchos es un sentimiento desfasado y anacrónico. Una actitud
innecesaria en una sociedad capaz de organizar de manera eficiente los diversos
servicios sociales.
En esta sociedad en que «creamos
máquinas que obran como hombres y producimos hombres que obran como máquinas» (Eric Fromm), corremos el riesgo de
endurecer nuestro corazón y hacernos impermeables al dolor ajeno.
Se nos está olvidando lo que es
la «compasión». Ese saber «padecer con»
el necesitado y vibrar con el sufrimiento ajeno. Miramos a las personas desde
fuera, como si fueran objetos, sin acercarnos a su dolor.
Cada uno corre tras su felicidad.
Cada uno se preocupa de satisfacer sus propios deseos. Los demás quedan lejos.
Si la viuda sabe dar todo lo que
tiene es, sin duda, porque «pasa necesidad» y comprende desde su experiencia
dolorosa las necesidades de los demás.
Pero cuando uno se ha instalado
ya en su pequeño mundo de bienestar y comodidad, es difícil «entender» el
sufrimiento de los otros.
Sin embargo, parece que
necesitamos conservar la ilusión de que hay en nosotros todavía algo humano y
bueno. Y entonces, damos «lo que nos sobra».
Nos tranquilizamos
desprendiéndonos de objetos inútiles, muebles inservibles, electrodomésticos
gastados. Pero no nos acercamos a los que sufren y necesitan quizás nuestra
cercanía.
Y, sin embargo, el desvalido
necesita siempre un calor, una defensa y una acogida que sólo el que sabe
compadecerse le puede ofrecer. «El estado no puede visitar a los enfermos. Las
estructuras no pueden ir a pasear con un inválido. ¡Tú sí!» (Phil Bosmans).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
7 de noviembre de 1982
NEUROSIS
DE POSESION
Esa pobre
viuda ha echado más que nadie.
Una de las aportaciones más
valiosas de la fe cristiana al hombre contemporáneo es, quizás, la de ayudarle
a vivir con un sentido más humano en medio de una sociedad enferma de «neurosis
de posesión».
El modelo de sociedad y de
convivencia que configura nuestro vivir diario está basado no en lo que cada
hombre es, sino en lo que cada hombre
tiene. Lo importante es «tener»
dinero, prestigio, poder, autoridad... El que posee esto, sale adelante y
triunfa en la vida. El que no logra algo de esto, queda descalificado.
Desde los primeros años, al niño
se le «educa» más para tener que para ser. Lo que interesa es que se capacite
para que el día de mañana «tenga» una posición, unos ingresos, un nombre, una seguridad. Así, casi inconscientemente,
preparamos a las nuevas generaciones para la competencia y la rivalidad.
Vivimos en un modelo de sociedad
que fácilmente empobrece a las personas. La demanda de afecto, ternura y amistad
que late en todo hombre es atendida con objetos. La comunicación humana queda
sustituida por la posesión de cosas.
Los hombres se acostumbran a
valorarse a sí mismos por lo que poseen o lo que son capaces de llegar a
poseer. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse incapacitando para el amor,
la ternura, el servicio generoso, la ayuda amistosa, el sentido gratuito de la
vida. Esta sociedad no ayuda a crecer en amistad, solidaridad y preocupación
por los derechos del otro.
Por eso, cobra especial relieve
en nuestros días la invitación del evangelio a valorar al hombre desde su
capacidad de servicio y solidaridad.
La grandeza de una vida se mide
en último término no por los conocimientos que uno posee, ni por los bienes que
ha conseguido acumular, ni por el éxito social que ha podido alcanzar, sino por
la capacidad de servir y ayudar a los otros a ser más humanos.
El hombre más poderoso, más sabio
y más rico, queda descalificado como hombre si no es capaz de hacer algo gratis
por los demás.
Cuántas gentes humildes, como la
viuda del evangelio, aportan más a la humanización de nuestra sociedad con su
vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los necesitados, que tantos
protagonistas de nuestra vida social, económica y política, hábiles defensores
de sus intereses, su protagonismo y su posición.
José Antonio Pagola
Para
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