El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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30º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Maestro, haz que
pueda ver.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 10, 46b-52
En aquel tiempo, al salir Jesús
de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de
Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era
Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Muchos lo regañaban para que se
callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo
y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Animo, levántate, que te
llama».
Soltó el manto, dio un salto y
se acercó a Jesús. Jesús le dijo: « ¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le
contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado».
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 -
25 de octubre de 2015
CURARNOS
DE LA CEGUERA
Maestro,
que pueda ver.
¿Qué podemos hacer cuando la fe
se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la
indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus
lectores a vivir un proceso que pueda cambiar sus vidas.
No es difícil reconocernos en la
figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos»,
sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza
para seguir sus pasos. Descaminados, «al
borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras
comunidades cristianas.
¿Qué podemos hacer? A pesar de su
ceguera, Bartimeo «se entera» de que,
por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre
lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar
nuestra vida.
El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Sólo sabe gritar
y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido
desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida
nueva. Jesús no pasará de largo.
El ciego sigue en el suelo, lejos
de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados: « ¡Ánimo! Levántate. Te está llamando».
Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego,
escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo:
Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.
Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja el manto» porque le estorba para
encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que
necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe;
tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús
con confianza sencilla y nueva.
Cuando Jesús le pregunta qué
quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más
importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se
transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
28 de octubre de 2012
CON OJOS
NUEVOS
La curación del ciego Bartimeo
está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su
ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio.
El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es "un mendigo
ciego sentado al borde del camino". En su vida siempre es de noche. Ha
oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirle. Está junto
al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación?
¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche.
Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia
dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para
ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de
Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo
capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que
en Jesús está su salvación: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de
mí". Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.
Hoy se oyen en la Iglesia quejas
y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la
oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede
salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en
nosotros.
El ciego no ve, pero sabe
escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: "Ánimo,
levántate, que te llama". Este es el clima que necesitamos crear en la
Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una
religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer
objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma
admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su
oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición:
"Maestro, que pueda ver". Si sus ojos se abren, todo cambiará. El
relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y "le seguía por el
camino".
Esta es la curación que necesitamos
hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si
cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos,
si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de
un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades
conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
25 de octubre de 2009
CURARNOS
DE LA CEGUERA
(Ver homilía del 25 de octubre de
2015)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
29 de octubre de 2006
UN GRITO
MOLESTO
Muchos le
regañaban para que se callara.
Jesús sale de Jericó camino de
Jerusalén. Va acompañado de sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan
unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a
Jesús: «Hijo de David, ten compasión de
mí».
Su ceguera le impide disfrutar de
la vida como los demás. El nunca podrá peregrinar hasta Jerusalén. Además, le
cerrarían las puertas del templo: los ciegos no podían entrar en el recinto
sagrado. Excluido de la vida, marginado por la gente, «abandonado» por los
representantes de Dios, sólo le queda pedir compasión a Jesús.
Los discípulos y seguidores se
irritan. Aquellos gritos interrumpen su marcha tranquila hacia Jerusalén. No
pueden escuchar con paz las palabras de Jesús. Aquel pobre molesta. Hay que
acallar sus voces: Por eso, «muchos le
regañaban para que se callara».
La reacción de Jesús es muy
diferente. No puede seguir su camino, ignorando el sufrimiento de aquel hombre.
«Se detiene», hace que todo el grupo
se pare y les pide que llamen al ciego. Sus seguidores no pueden caminar tras
él, sin escuchar las llamadas de los que sufren.
La razón es sencilla. Lo dice
Jesús de mil maneras en parábolas, exhortaciones y dichos sueltos: el centro de
la mirada y del corazón de Dios son los que sufren. Por eso él los acoge y se
vuelca en ellos de manera preferente. Su vida es, antes que nada, para los
maltratados por la vida o por las injusticias: los condenados a vivir sin
esperanza.
Nos molestan los gritos de los
que viven mal. Nos puede irritar encontramos continuamente en las páginas del
evangelio con la llamada persistente de Jesús. Pero no nos está permitido «tachar»
su mensaje. No hay cristianismo de Jesús sin escuchar a los que sufren.
Están en nuestro camino. Los
podemos encontrar en cualquier momento. Muy cerca de nosotros o más lejos.
Piden ayuda y compasión. La única postura cristiana es la de Jesús ante el
ciego: « ¿Qué quieres que haga por ti?».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
26 de octubre de 2003
SENTIRSE
DE NUEVO VIVOS
Dio un
salto y se acercó a Jesús.
Tener vida no significa
necesariamente vivir. Para vivir es necesario amar la vida, liberarse día a día
de la apatía, no hundirse en el sinsentido, no dejarse arrastrar por fuerzas
negativas y destructoras.
Los hombres somos seres
inacabados, llamados a renovarnos y crecer constantemente. Por eso, nuestra
vida comienza a echarse a perder en el momento en que nos detenemos pensando
que todo ha terminado para nosotros. Hace unos años, el filósofo Roger Garaudy escribía que lo más
terrible que le puede suceder a un hombre es «sentirse acabado».
La civilización moderna nos abruma
hoy con toda clase de recetas y técnicas para vivir mejor, estar siempre en
forma y lograr un bienestar más seguro. Pero todos sabemos por experiencia que
la vida no es algo que nos viene desde fuera. Cada uno hemos de descubrirla y
alimentarla en lo más hondo de nosotros mismos.
Tal vez, lo primero es cuidar en
nosotros el deseo de vivir. Es una equivocación pensar que todo se ha acabado y
es inútil seguir luchando. Para cada uno de nosotros, la vida sólo termina en
el momento en que decidimos dejar de vivir.
Otra equivocación es replegarse
sobre uno mismo y encerrarse en los propios problemas. Sólo vive intensamente
el que sabe interesarse por la vida de los demás. Quien se parapeta detrás de
su egoísmo y permanece indiferente ante todo lo que no sean sus cosas, corre el
riesgo de matar la vida. El amor renueva a las personas, el egoísmo las seca.
Es también importante «vivir
hasta el fondo», no quedarnos en la corteza, reafirmar nuestras convicciones
más profundas. Hay momentos en que, para sentimos de nuevo vivos, es necesario
despertar nuestra fe en Dios, descubrir de nuevo nuestra alma, recuperar la
oración.
El evangelista Marcos, al
relatarnos la sanación de Bartimeo, lo describe con tres rasgos que
caracterizan bien al «hombre acabado». Bartimeo es un hombre «ciego» al que le
falta luz y orientación. Está «sentado»,
incapaz ya de dar más pasos. Se encuentra «al
borde del camino», descaminado, sin una trayectoria en la vida.
El relato nos dirá que dentro de
este hombre hay todavía una fe que le hace reaccionar. Bartimeo percibe que
Cristo no está lejos y entonces pide a gritos su ayuda. Escucha su llamada, se
pone en sus manos y le invoca confiado «Señor
que vea».
A nadie se le puede convencer
desde fuera para que crea. Para descubrir la verdad de la religión, cada uno
tiene que experimentar que Cristo hace bien y que la fe ayuda a vivir de una
manera más gozosa, más intensa y más joven. Dichosos los que creen, no porque
un día fueron bautizados, sino porque han descubierto por experiencia que la fe
hace vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
29 de octubre de 2000
RELIGIÓN
BARATA
Le seguía
por el camino.
Aunque se habla mucho de crisis
de fe, lo que tal vez caracteriza al momento religioso actual es la irresponsabilidad,
la ignorancia y, sobre todo, la mediocridad generalizada. Inmersos en una
cultura que tiende a banalizarlo todo, corremos el riesgo de empobrecer también
la relación con Dios diluyendo el verdadero vigor de la fe religiosa.
Las estadísticas dicen que la
inmensa mayoría cree en Dios, pero no hay que engañarse. Unos confiesan a un
«Dios soberano»; otros piensan que «algo tiene que haber»; algunos creen en «el
destino»; otros hablan de la «Energía cósmica»; no faltan quienes se confían al
«poder de los astros». No todo es igual y, sobre todo, no cualquier fe hace al
hombre más humano.
Por otra parte, no son pocos los
que se sienten cristianos porque han sido bautizados. Nunca han tomado una
decisión personal ni se han puesto sinceramente ante Dios. Fueron otros los
que, en su momento, lo decidieron todo. Ellos «siguen» por inercia en la
religión en que han nacido. Pero, naturalmente, el hecho de nacer en la Iglesia
no le hace a nadie automáticamente cristiano.
Y, ¿qué sucede dentro de la
Iglesia? Dietrich Bonhöfer habló de
la «gracia barata» como el enemigo
más insidioso del cristianismo. Y «gracia
barata» es la religión rebajada de exigencias, el Evangelio reajustado a
nuestro estilo de vida, el anuncio del perdón sin arrepentimiento, la
celebración repetida de la misa sin transformación, la recitación del credo sin
fe.
Religión barata es reducir el
cristianismo a observar, cumplir, no hacer nada malo (ni tampoco bueno). Huir
de diferentes maneras de la responsabilidad ante Dios, ante los demás y, en
definitiva, ante uno mismo. Cuidar los diversos aspectos de la vida
permaneciendo en lo religioso en un infantilismo perpetuo. Seguir «cumpliendo»
sin sospechar siquiera lo que podría ser una fe viva y estimulante.
La figura del ciego de Jericó, «sentado al borde del camino», evoca, en
el relato de Marcos, la situación de los discípulos que, privados de la luz de
una fe viva, no aciertan a seguir los pasos de Cristo y se quedan fuera del
camino. Según el evangelista sólo se sale de ese estado reaccionando ante
Cristo y gritando: «Maestro, que vea».
No saldremos de la rutina y mediocridad de una religión barata mientras no
abramos nuestros ojos ciegos y veamos que seguir a Cristo es otra cosa
diferente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
26 de octubre de 1997
AL BORDE
DEL CAMINO
Le seguía
por el camino.
En sus comienzos, al cristianismo
se le conocía como «el camino» (Hechos
18, 25-26). Más que entrar en una nueva religión, «hacerse cristiano» era
encontrar el camino acertado de la vida, siguiendo las huellas de Jesús. Basta
estudiar de cerca la vida de las primeras comunidades cristianas para comprobar
que «ser cristiano» significa para ellos «seguir»
a Cristo. Esto es lo fundamental, lo insustituible.
Hoy las cosas han cambiado. El
cristianismo ha conocido durante estos veinte siglos un desarrollo doctrinal
muy importante y ha generado una liturgia y un culto propios muy elaborados.
Hace ya mucho tiempo que el cristianismo es considerado como una religión entre
otras. Por eso, no es extraño encontrarse hoy con personas que se sienten
cristianas, sencillamente porque están bautizadas, aceptan más o menos la
doctrina oficial de la Iglesia y cumplen sus deberes religiosos, aunque nunca
se hayan planteado la vida como un seguimiento de Jesucristo. Este hecho hoy
bastante generalizado hubiera sido inimaginable en los primeros tiempos del
cristianismo.
Hemos olvidado que ser cristiano
es «seguir» a Jesucristo, moverse,
dar pasos, caminar, construir la propia vida siguiendo las huellas del Maestro.
Nuestro cristianismo se queda con frecuencia en una fe teórica e inoperante o
en una práctica religiosa estéril. Nos hemos hecho nuestra idea del
cristianismo —algunos lo defienden hasta con fanatismo frente a otras posturas
posibles—, pero esa fe no transforma nuestra vida, pues no es seguimiento de
Cristo.
Después de veinte siglos de
cristianismo, la contradicción mayor de los cristianos es pretender serlo sin
seguir a Jesucristo. Se acepta la religión cristiana (como se podría aceptar
otra), pues da seguridad y tranquilidad ante «lo desconocido», pero no se entra
en la dinámica del seguimiento fiel a Cristo. Se conoce, aunque sólo sea de
manera elemental, el mensaje y la actuación de Jesús; su figura atrae, pero —ya
se sabe—, todo hay que tomarlo con «prudencia y sano realismo».
Estamos ciegos y no vemos dónde
está lo esencial de la fe cristiana. El episodio de la curación del ciego de
Jericó es una invitación a salir de nuestra ceguera. Al comienzo del relato,
aquel hombre «está sentado al borde del
camino». Es un hombre ciego y desorientado, fuera del camino, sin capacidad
de seguir a Jesús. Curado de su ceguera por Jesús, el ciego no sólo recobra la
luz, sino que se convierte en un verdadero «seguidor» de su Maestro, pues,
desde aquel día, «le seguía por el
camino» (Marcos 10, 52). Es la curación que necesitamos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
23 de octubre de 1994
EXPERIENCIA
PERSONAL
¡Señor
que vea!
No todo el mundo cree de la misma
forma. Hay muchas maneras de plantearse la cuestión de la fe. Por eso, tal vez,
lo primero es tratar de saber dónde está cada uno.
«No sé si creo o no. Yo tuve una
infancia religiosa. Iba a misa, me confesaba... Pero he cambiado tanto por
dentro.» Es una sensación bastante corriente hoy. Pero, ¿no habrá algún medio
para hacer un poco más de luz? ¿No será importante saber en qué cree uno ahora
que es persona adulta?
«Yo pienso que creo, pero hace
tiempo que no me preocupo de eso. Además, cada vez que pienso en serio en
«cosas de religión», «me entran más dudas». Pero, ¿se trata de «pensar en cosas
de religión» o de dar un sentido último y esperanzado a la vida? ¿No será
posible confiar en Dios, aunque uno no acierte a integrar determinados aspectos
de una doctrina religiosa?
«Yo veo que unos tienen fe y
otros no. Es cuestión de manera de ser. A unos les va la religión y a otros no.
Y la verdad es que yo me siento poco religioso.» Pero, ¿se trata solo de una
cuestión temperamental? ¿No habremos de buscar cada uno cuál es la forma más
humana de vivir?
«En el fondo yo me siento
creyente. Pero, a veces, mis hijos me hacen preguntas sobre la otra vida o
sobre la creación, y la verdad es que no sé cómo responderles.» Es cierto que
los niños plantean, con frecuencia, las cuestiones más fundamentales de la
existencia. Lo extraño no es que no sepamos responderles, sino que los adultos
ya no nos hagamos esas preguntas. Pero, ¿es bueno vivir sin preguntarse?
«Yo hace mucho que he abandonado
la fe. Tampoco sé si he hecho bien. No me siento ni mejor ni peor. Mi vida
apenas ha cambiado.» Es una experiencia fácil de explicar. Cuando la fe no
ocupa un lugar vital, su abandono no crea ningún vacío especial.
«A mí todo lo que huele a
religión me irrita. Me parece falso e hipócrita. ¿Por qué hay que hacer cosas
tan raras como ir a misa o rezar el rosario?» Sin duda, lo primero es vivir en
verdad y ser sincero con uno mismo. Pero, precisamente por eso, ¿no es demasiado
simple reducir la cuestión de la fe a una práctica hipócrita de cosas raras?
En casi todos estos
planteamientos hay algo en común. Se habla de fe o de religión, pero como
«desde fuera». Falta ahí una experiencia viva de Dios. Y lo cierto es que no
pocos están abandonando hoy la fe, sin haberla experimentado como fuente de
vida, de sentido y de alegría.
En el relato del ciego de Jericó,
el evangelista Marcos pone en boca de
aquel mendigo dos gritos que muy bien podrían ser la doble invocación del
hombre o la mujer que busca reavivar su fe: «Señor
ten piedad de mí», entiende mis dudas y mi vacilación, perdona mi poca fe; «Señor, que vea», que no se apague en mí
tu luz.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
27 de octubre de 1991
SENTIRSE
DE NUEVO VIVOS
Dio un
salto y se acercó a Jesús.
Tener vida no significa
necesariamente vivir. Para vivir es necesario amar la vida, liberarse día a día
de la apatía, no hundirse en el sinsentido, no dejarse arrastrar por fuerzas
negativas y destructoras.
Los hombres somos seres
inacabados, llamados a renovarnos y crecer constantemente. Por eso, nuestra
vida comienza a echarse a perder en el momento en que nos detenemos pensando
que todo ha terminado para nosotros. Hace unos años, el filósofo Roger Garaudy escribía que lo más
terrible que le puede suceder a un hombre es “sentirse acabado”.
La civilización moderna nos
abruma hoy con toda clase de recetas y técnicas para vivir mejor, estar siempre
en forma y lograr un bienestar más seguro. Pero todos sabemos por experiencia
que la vida no es algo que nos viene desde fuera. Cada uno hemos de descubrirla
y alimentarla en lo más hondo de nosotros mismos.
Tal vez, lo primero es cuidar
dentro de nosotros el deseo de vivir. Es una equivocación pensar que todo se ha
acabado y es inútil seguir luchando. Para cada uno de nosotros, la vida sólo
termina en el momento en que decidimos dejar de vivir.
Otra equivocación es replegarse
sobre uno mismo y encerrarse en los propios problemas. Sólo vive intensamente
el que sabe interesarse por la vida de los demás. Quien se parapeta detrás de
su egoísmo y permanece indiferente ante todo lo que no sean sus cosas, corre el
riesgo de matar la vida. El amor renueva a las personas, el egoísmo las seca.
Quien sabe acercarse a los demás para escuchar lo que viven y compartir con ellos
su propia experiencia, recupera de nuevo la vida.
Es también importante “vivir
hasta el fondo”, no quedarnos en la corteza, reafirmar nuestras convicciones
más profundas. Hay momentos en que, para sentirnos de nuevo vivos, es necesario
despertar nuestra fe en Dios, descubrir de nuevo nuestra alma, recuperar la
oración.
El evangelista Marcos, al
relatarnos la sanación de Bartimeo, lo describe con tres rasgos que
caracterizan bien al “hombre acabado”. Bartimeo es un hombre “ciego” al que le falta luz y orientación.
Está “sentado”, incapaz ya de dar más
pasos. Se encuentra “al borde del camino”,
descaminado, sin una trayectoria en la vida.
El relato nos dirá que dentro de
este hombre hay todavía una fe que le hace reaccionar. Bartimeo percibe que
Cristo no está lejos y entonces pide a gritos su ayuda. Escucha su llamada, se
pone en sus manos y le invoca confiado “Señor,
que vea”.
A nadie se le puede convencer
desde fuera para que crea. Para descubrir la verdad de la religión, cada uno
tiene que experimentar que Cristo hace bien y que la fe ayuda a vivir de una
manera más gozosa, más intensa y más joven. Dichosos los que creen, no porque
un día fueron bautizados, sino porque han descubierto por experiencia que la fe
hace vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
23 de octubre de 1988
¿POR QUE
NO CAMBIAMOS?
Maestro,
que pueda ver.
Probablemente, todos conocemos a
personas que, en un momento determinado, nos han sorprendido cambiando
radicalmente su estilo de vida y orientándose por caminos de mayor
autenticidad.
Pero todos sabemos que no es lo
habitual. Por lo general cambiamos poco. Somos los mismos a través de las
distintas etapas de nuestra vida, con los mismos errores y defectos, con los
mismos egoísmos y mezquindades de siempre.
Los que nos decimos cristianos
nos podríamos preguntar con sinceridad: ¿Nos transforma realmente la fe? ¿Nos
va haciendo cambiar a lo largo de la vida? ¿Van cambiando en algo nuestros
criterios, convicciones y modo de actuar?
Tal vez hemos de reconocer que,
si no fuera por unas “prácticas religiosas» que seguimos observando, no sería
fácil identificamos y distinguimos de otras personas ajenas a la fe cristiana.
Aunque son diversos los factores
que nos pueden impedir cambiar y mejorar nuestra vida, es fácil señalar algunos
de especial importancia.
Por lo general, no creemos lo
suficiente en nuestra propia transformación. El paso de los años nos puede
hacer cada vez más escépticos. Nos conocemos ya demasiado para creer que
realmente nuestra vida pueda cambiar.
Es nuestra primera equivocación.
No ser conscientes de todas las posibilidades que se encierran en nosotros.
Descansar diciendo «yo soy así”, «es mi temperamento», “no tengo fuerza de
voluntad”, para no reaccionar nunca a las llamadas que se nos hacen desde la
vida.
Otras veces, si cambiamos poco es
porque realmente no deseamos cambiar. Nos contentamos con recomponer algunos
aspectos de nuestro vivir diario para evitarnos mayores complicaciones y
molestias, pero no nos atrevemos a plantearnos un cambio más profundo. Nos da
miedo pensar en las consecuencias que se seguirían de tomar más en serio la
vida y el evangelio.
Por otra parte, ¿cuándo puede uno
tomarse un tiempo para pensar en estas cosas? ¿Cómo detenerse algún momento
para encontrarse consigo mismo y con Dios, cuando hay tanto que hacer cada día?
Entonces dedicamos tiempo a todo menos a aquello que es más importante.
Otras veces, no nos atrevemos a
llamar por su nombre a las cosas para hacernos las preguntas que están ya
dentro de nosotros: ¿Por qué se está abriendo ese abismo entre mi esposa y yo?
¿Soy yo el que siempre tiene razón, como lo aseguro? ¿No me estoy organizando
la vida de una manera cada vez más individualista y superficial? ¿Por qué me he
alejado en realidad de la misa dominical y de todo lo religioso?...
La actitud de aquel ciego sentado
junto al camino, que un día se transforma recobrando la vista y convirtiéndose
en seguidor de Jesús es un ejemplo para todos.
El ciego es capaz de reaccionar.
Grita a Jesús pidiendo compasión. Escucha a quienes le llaman en su nombre. Da
un salto para colocarse ante él. Pide ardientemente ver. El hombre que actúa
así, se transforma.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
27 de octubre de 1985
EL
SECRETO PARA CREER
Maestro,
que pueda ver.
Con frecuencia he tenido la
impresión de que el ateísmo que confiesan con tanta facilidad muchos hombres y
mujeres de hoy encierra algo equívoco y artificial. Muchos no saben exactamente
lo que quieren decir cuando proclaman: «No creo en Dios».
A lo largo de estos años, somos
muchos los que hemos sometido a una crítica seria nuestra fe y nuestra vivencia
religiosa. Pero no todos hemos seguido los mismos caminos.
Algunos, después de una crítica
despiadada de casi todo lo religioso, han arrojado por la borda como algo
inútil un fantasma de Dios que se habían formado desde niños. Hoy son hombres y
mujeres vacíos de fe, empobrecidos por la falta de misterio.
Otros han ido buscando, muchas
veces con dolor, el verdadero rostro de Dios. No se han contentado con destruir
imágenes falsas de la divinidad. Sencillamente han buscado su presencia, le han
buscado a Él. Hoy, a pesar de todas sus limitaciones y vacilaciones, viven la
experiencia nueva de creer en un Dios cercano que los despierta cada mañana a
la vida y llena de alegría y de paz su lucha diaria.
Quizás, el verdadero secreto para
creer en Dios sea saber decir desde el fondo del corazón, de verdad y con
sencillez total, aquella plegaria del ciego de Jericó: «Maestro, que vea». Sólo entonces estamos caminando hacia Dios.
Nuestro verdadero pecado es no
abrir los ojos. Dice un proverbio judío que «lo último que ve el pez es el
agua». Así somos nosotros. Como peces que no ven el agua en que nadan. Como
pájaros que no ven el aire en que vuelan. Nos movemos y vivimos en Dios pero no
lo vemos.
Dios es simple y lo hemos hecho
complicado. Está cercano a cada uno de nosotros y lo imaginamos en un mundo
extraño y lejano. Queremos comprobar su existencia con argumentos y no saboreamos
su gracia. Nos alegra saber que Einstein
y otros grandes científicos han defendido que existe, pero no sabemos disfrutar
de su presencia silenciosa en nuestras vidas.
No se trata de hacer gala de una
fe grande y profunda. Lo importante es abrirse con sencillez a la vida y
acercarse con confianza al misterio que nos envuelve. Escuchar toda llamada que
nos invita a vivir, amar y crear. No vivir tan esclavos de las cosas.
Detenernos por fin un día, bajar en silencio a lo más íntimo de nosotros mismos
y atrevemos a decir con sinceridad: «Señor,
que vea». El hombre o la mujer que, después de haber abandonado tantas
prácticas y creencias, se atreve a hacer esta oración en su corazón es ya un
verdadero creyente. Querer creer es empezar a creer.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
24 de octubre de 1982
DE NUEVO
EN CAMINO
Y lo
seguía por el camino.
El relato de Marcos no nos
describe solamente la curación de un ciego en las afueras de Jericó. Es además
una catequesis elaborada con mano maestra, que nos invita al cambio y nos urge
a la conversión.
La situación de Bartimeo está
descrita con rasgos muy cuidados. Es un hombre ciego al que le falta luz y orientación. Un hombre sentado, incapaz de caminar tras Jesús.
Un hombre al borde del camino,
descaminado, fuera del camino que sigue el Maestro de Nazaret.
El relato nos descubrirá, sin
embargo, que en este hombre hay todavía una fe capaz de salvarlo y de ponerlo
de nuevo en el verdadero camino. «Recobró
la vista, y lo seguía por el camino».
Hay casi siempre un momento en la
vida en que se hace penoso seguir caminando. Es más fácil instalarse en la
comodidad y el conformismo. Asentarse en aquello que nos da seguridad, y cerrar
los ojos a todo otro ideal que exija verdadero sacrificio y generosidad.
Pero, entonces, hay algo que
muere en nosotros. Ya no vivimos desde nuestro propio impulso creador. Es la
moda, la comodidad o el «sistema» el que vive en nosotros. Hemos renunciado a
nuestro propio crecimiento.
Cuántos hombres y mujeres se
instalan así en la mediocridad, renegando de las aspiraciones más nobles y
generosas que surgían en su corazón. No caminan. Su existencia queda
paralizada. Viven «junto a lo esencial», ciegos para conocer lo que podría dar
una luz nueva a sus vidas.
¿Es posible reaccionar cuando uno
se ha asentado tan hondamente en la rutina y la indiferencia? ¿Se puede uno
salvar de esta vida «programada» para la comodidad y el bienestar?
Esta es la buena noticia del
evangelio. Dentro de cada uno de nosotros hay una fe que nos puede todavía
hacer reaccionar y ponernos de nuevo en el camino verdadero.
¿Qué hay que hacer? Gritar a
Dios. Concentrar todas las energías que nos quedan para pedir a Dios, desde lo
más hondo de nuestro ser, su luz y su gracia renovadora.
Y algo más. No desoír ninguna
llamada, por pequeña que sea, que nos invita a transformar en algo nuestra
vida.
No tenemos otra vida de recambio.
Ahora mismo se nos llama a vivir, a caminar, a crecer. El evangelio tiene
fuerza para hacernos vivir una vida más intensa, verdadera y joven. Recordemos
las palabras de Bernanos: « ¿Sois
capaces de rejuvenecer el mundo, sí o no? El evangelio es siempre joven. Sois
vosotros los que estáis viejos».
José Antonio Pagola
HOMILIA
UN GESTO
MOLESTO
Jesús sale de Jericó camino de
Jerusalén. Va acompañado de sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan
unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a
Jesús: «Hijo de David, ten compasión de
mí».
Su ceguera le impide disfrutar de
la vida como los demás. Él nunca podrá peregrinar hasta Jerusalén. Además, le
cerrarían las puertas del templo: los ciegos no podían entrar en el recinto
sagrado. Excluido de la vida, marginado por la gente, «abandonado» por los
representantes de Dios, sólo le queda pedir compasión a Jesús.
Los discípulos y seguidores se
irritan. Aquellos gritos interrumpen su marcha tranquila hacia Jerusalén. No
pueden escuchar con paz las palabras de Jesús. Aquel pobre molesta. Hay que
acallar sus voces: Por eso, «muchos le
regañaban para que se callara».
La reacción de Jesús es muy
diferente. No puede seguir su camino, ignorando el sufrimiento de aquel hombre.
«Se detiene», hace que todo el grupo se pare y les pide que llamen al ciego.
Sus seguidores no pueden caminar tras él, sin escuchar las llamadas de los que
sufren.
La razón es sencilla. Lo dice
Jesús de mil maneras en parábolas, exhortaciones y dichos sueltos: el centro de
la mirada y del corazón de Dios son los que sufren. Por eso él los acoge y se
vuelca en ellos de manera preferente. Su vida es, antes que nada, para los
maltratados por la vida o por las injusticias: los condenados a vivir sin
esperanza.
Nos molestan los gritos de los
que viven mal. Nos puede irritar encontrarnos continuamente en las páginas del
evangelio con la llamada persistente de Jesús. Pero no nos está permitido
«tachar» su mensaje. No hay cristianismo de Jesús sin escuchar a los que
sufren.
Están en nuestro camino. Los
podemos encontrar en cualquier momento. Muy cerca de nosotros o más lejos. Piden
ayuda y compasión. La única postura cristiana es la de Jesús ante el ciego: « ¿Qué quieres que haga por ti?».
José Antonio Pagola
HOMILIA
GRITAR A
DIOS
No son agnósticos. Menos aún
ateos. En el fondo de su corazón hay fe aunque hoy se encuentre cubierto por
capas de indiferencia, olvido y descuido. Nunca han tomado la decisión de
alejarse de Dios, pero llevan muchos años sin comunicarse con él.
Algunos desearían reavivar su
vida, sentirse de otra manera por dentro, vivir con más luz. Incluso, hay
quienes sienten necesidad de despertar de nuevo su fe. No es fácil. No tienen
tiempo para dedicarse a estas cosas. Nunca tomarán parte en un grupo de
búsqueda. Viven demasiado ocupados.
Hay algo, sin embargo, que todos
podemos hacer ahora mismo, sin pensar en compromisos complicados, y es empezar
sencillamente a comunicarnos con Dios de manera humilde y sincera. No conozco
otro camino más eficaz para reavivar la fe.
No es lo mismo pensar de vez en
cuando en la religión, discutir de Dios con los amigos y plantearse si habrá
otra vida más allá de la muerte, o pararse unos minutos y decir desde dentro: «Creo en ti, Dios mío, ayúdame a creer».
No es lo mismo vivir agobiado por
mil problemas y preocupaciones, sufrir día a día una enfermedad y seguir
caminando sólo e incomprendido, o saber decir cada noche antes de acostarse: «Dios mío, yo confío en ti. No me abandones».
No es lo mismo sentirse lleno de
vitalidad, disfrutar de buena salud y vivir satisfecho de los propios logros y
éxitos, o saber alegrarse desde lo más hondo y decir: «Dios mío, te doy gracias
por la vida».
Por otra parte, hay algo que no
hemos de olvidar. Es importante cuestionarse la vida, reflexionar y buscar la
verdad, pero nada acerca más a Dios que el amor. Decirle a Dios con frecuencia y
de corazón «Yo te amo y te busco»,
nos va dando poco a poco una consciencia nueva de su Persona y de su presencia
cariñosa en nuestra vida.
El relato evangélico de Marcos
nos habla de un hombre «ciego» que vive sin luz, se encuentra «sentado» sin
capacidad de caminar y está «al borde del camino». Su curación comienza cuando,
recogiendo toda la fe que hay en su corazón, grita al paso de Jesús: «Ten piedad».
José Antonio Pagola
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