Homilias de José Antonio Pagola
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9 de septiembre de 2012
23º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Hace oír a los sordos
y hablar a los mudos.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 7,31-37
En aquel tiempo, dejó Jesús el
territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la
Decápolis.
Y le presentaron un sordo que,
además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
El, apartándolo de la gente a un
lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y,
mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá», esto es: «Abrete». Y
al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y
hablaba sin dificultad.
El les mandó que no lo dijeran a
nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban
ellos.
Y en el colmo del asombro
decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
9 de septiembre de 2012
CURAR LA SORDERA
La curación de un sordomudo en la
región pagana de Sidón está narrada por Marcos con una intención claramente
pedagógica. Es un enfermo muy especial. Ni oye ni habla. Vive encerrado en sí
mismo, sin comunicarse con nadie. No se entera de que Jesús está pasando cerca
de él. Son otros los que lo llevan hasta el Profeta.
También la actuación de Jesús es
especial. No impone sus manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma
aparte y lo lleva a un lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente,
primero sus oídos y luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador.
Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.
Al parecer, no es suficiente todo
aquel esfuerzo. La sordera se resiste. Entonces Jesús acude al Padre, fuente de
toda salvación: mirando al cielo, suspira y grita al enfermo una sola palabra:
"Effetá", es decir, "Abrete". Esta es la única palabra que
pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo sino
a su corazón.
Sin duda, Marcos quiere que esta
palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su
relato. Conoce a más de uno que vive sordo a la Palabra de Dios. Cristianos que
no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades
sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.
Tal vez uno de los pecados más
graves de los cristianos es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el
Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras.
Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin
recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.
A veces se diría que la Iglesia,
nacida de Jesús para anunciar la Buena Noticia de Jesús, va haciendo su propio
camino, lejos de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y
esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no
pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.
Hay algo paradójico en algunos
discursos de la Iglesia. Se dicen grandes verdades y se proclaman mensajes muy
positivos, pero no tocan el corazón de las personas. Algo de esto está
sucediendo en estos tiempos de crisis. La sociedad no está esperando
"doctrina social" de los especialistas, pero escucha con atención una
palabra clarividente, inspirada en el Evangelio y pronunciada por una Iglesia
sensible al sufrimiento de las víctimas, que sale instintivamente en su defensa
invitando a todos a estar cerca de quienes más ayuda necesitan para vivir con
dignidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
6 de septiembre de 2009
CURAR
NUESTRA SORDERA
Al
momento, se le abrieron los oídos.
Los profetas de Israel usaban con
frecuencia la «sordera» como una metáfora provocativa para hablar de la
cerrazón y la resistencia del pueblo a su Dios. Israel «tiene oídos pero no oye» lo que Dios le está diciendo. Por eso, un
profeta llama a todos a la conversión con estas palabras: «Sordos, escuchad y oíd».
En este marco, las curaciones de
sordos, narradas por los evangelistas, pueden ser leídas como "relatos de
conversión" que nos invitan a dejarnos curar por Jesús de sorderas y
resistencias que nos impiden escuchar su llamada al seguimiento. En concreto,
Marcos ofrece en su relato matices muy sugerentes para trabajar esta conversión en las comunidades cristianas.
El sordo vive ajeno a todos. No
parece ser consciente de su estado. No hace nada por acercarse a quien lo puede
curar. Por suerte para él, unos amigos se interesan por él y lo llevan hasta
Jesús. Así ha de ser la comunidad cristiana: un grupo de hermanos y hermanas
que se ayudan mutuamente para vivir en torno a Jesús dejándose curar por él.
La curación de la sordera no es
fácil. Jesús toma consigo al enfermo, se retira a un lado y se concentra en él.
Es necesario el recogimiento y la relación personal. Necesitamos en nuestros
grupos cristianos un clima que permita un contacto más íntimo y vital de los
creyentes con Jesús. La fe en Jesucristo nace y crece en esa relación con él.
Jesús trabaja intensamente los
oídos y la lengua del enfermo, pero no basta. Es necesario que el sordo
colabore. Por eso, Jesús, después de levantar los ojos al cielo, buscando que
el Padre se asocie a su trabajo curador, le grita al enfermo la primera palabra
que ha de escuchar quien vive sordo a
Jesús y a su Evangelio: «Ábrete».
Es urgente que los cristianos
escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su
Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir
hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena
Noticia, no captar los signos de los
tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. La fuerza sanadora de Jesús nos
puede curar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
10 de septiembre de 2006
CONTRA LA
SORDERA
Ábrete.
La escena es conocida. Le
presentan a Jesús un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede
hablar. Su vida es una desgracia. Sólo se oye a sí mismo. No puede escuchar a
sus familiares y vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede
escuchar las parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su
propia soledad.
Jesús lo toma consigo y se
concentra en esa enfermedad que le impide vivir de manera sana. Introduce los
dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia que no le deja escuchar a
nadie. Con su saliva humedece aquella lengua paralizada para dar fluidez a su
palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora y Jesús hace un último esfuerzo.
Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la
fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: «
¡Ábrete!».
Aquel hombre sale de su
aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás
y conversando abiertamente con todos. La gente queda admirada. Jesús lo hace
todo bien, como el Creador: «hace oír a
los sordos y hablar a los mudos».
No es casual que los evangelios
narren tantas curaciones de ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a
dejarse trabajar por Jesús para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y
su palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje, serán como «tartamudos» al
anunciar el evangelio.
Vivir dentro de la Iglesia con
mentalidad «abierta» o «cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de
posición práctica, fruto casi siempre de la propia estructura sicológica o de
la formación recibida. Pero cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse> al
evangelio, el asunto es de vida o muerte.
Si vivimos sordos al mensaje de
Jesús, si no entendemos su proyecto, ni captamos su amor a los que sufren, nos
encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero,
entonces, no sabremos anunciar ninguna noticia buena. Deformaremos el mensaje
de Jesús. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». Es urgente
que todos escuchemos a Jesús: «Ábrete».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
7 de septiembre de 2003
CONTRA EL
AISLAMIENTO
Ábrete.
Hay muchas clases de soledad.
Algunos viven forzosamente solos. Otros buscan la soledad porque desean
«independencia», no quieren estar «atados» por nada ni por nadie. Otros se
sienten marginados, no tienen a quien confiar su vida, nadie espera nada de
ellos. Algunos viven en compañía de muchas personas, pero se sienten solos e
incomprendidos. Otros viven metidos en mil actividades, sin tiempo para
experimentar la soledad en que se encuentran.
Pero la soledad más profunda se
da cuando falta la comunicación. Cuando la persona no acierta ya a comunicarse,
cuando a una familia no une casi nada, cuando las personas sólo se hablan
superficialmente, cuando el individuo se aísla y rehúye todo encuentro
verdadero con los demás.
La falta de comunicación puede
deberse a muchas causas. Pero hay, sobre todo, una actitud que impide de raíz
toda comunicación porque hunde a la persona en el aislamiento. Es el temor a
confiar en los demás, el retraimiento, la huida, el irse distanciando poco a
poco de los demás para encerrarse dentro de uno mismo.
Este retraimiento impide crecer.
La persona «se aparta» de la vida. Vive como «encogida». No toma parte en la
vida porque se niega a la comunicación. Su ser queda como congelado, sin
expansionarse, sin desarrollar sus verdaderas posibilidades.
La persona retraída no puede
profundizar en la vida, no puede tampoco saborearla. No conoce el gozo del
encuentro, de la comunicación, del disfrute compartido. Intenta «hacer su
vida», una vida que ni es suya ni es vida.
Cuanto más fomenta la soledad, la
persona «se aísla» a niveles cada vez más profundos y se va incapacitando
interiormente para todo encuentro. Llega un momento en que no acierta a
comunicarse consigo misma ni con Dios. No tiene acceso a su mundo interior, no
busca su verdadera identidad personal ni sabe abrirse confiadamente al amor de
Dios. Su vida se puebla de fantasmas y problemas irreales.
La fe es siempre llamada a la
comunicación y la apertura. El retraimiento y la incomunicación impiden su
crecimiento. Es significativa la insistencia de los evangelios en destacar la
actividad sanadora de Jesús que hacía «oír
a los sordos y hablar a los mudos», abriendo a las personas a la
comunicación y la confianza en Dios y el amor fraterno.
El primer paso que necesitan dar
algunas personas para reavivar su vida y despertar su fe es abrirse con más
confianza a Dios y a los demás. Escuchar interiormente las palabras de Jesús al
sordomudo: «Effeta», es decir, «Ábrete»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
10 de septiembre de 2000
ABRIRSE A
LA VIDA
Ábrete.
A. Camus ha descrito como pocos el vacío de la vida monótona de cada día.
Escribe así en El mito de Sísifo:
«Resulta que todos los decorados se vienen abajo. Levantarse, tranvía, cuatro
horas de oficina o de taller, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo,
descanso, dormir y el lunes-martes-miércoles- jueves-viernes-sábado, siempre el
mismo ritmo, siguiendo el mismo camino de siempre. Un día surge el “porqué” y
todo vuelve a comenzar en medio de ese cansancio teñido de admiración».
Desvanecido el espejismo de las
vacaciones, es fácil que más de uno sintonice con los sentimientos del escritor
francés. A veces es la vida monótona de cada día la que nos plantea en toda su
crudeza los interrogantes más hondos de nuestro ser: «Todo esto, ¿para qué?
¿Por qué vivo? ¿Vale la pena vivir así? ¿Tiene sentido esta vida?»
El riesgo es siempre la huida.
Encerrarse en la ocupación de cada día sin más. Vivir sin interioridad. Caminar
sin brújula. No reflexionar. Arrastrarse sin esperanza. Perder incluso la sed,
el deseo de vivir con más hondura.
No es tan difícil vivir así.
Basta hacer lo que hacen casi todos. Seguir la corriente. Vivir de manera
mecánica. Sustituir las exigencias más radicales del corazón por toda clase de
«necesidades» superfluas. No escuchar ninguna otra voz. Permanecer sordos a
cualquier llamada profunda.
El relato de la curación del
sordomudo (Mc 7, 3 1-37), redactado según un esquema catequético bien conocido,
es una llamada a la apertura y la comunicación. Aquel hombre sordo y mudo,
encerrado en sí mismo, incapaz de salir de su aislamiento, deja que Jesús
trabaje sus oídos y su lengua. La palabra del Profeta resuena como un
imperativo de contornos universales: «Ábrete».
Cuando no escucha los anhelos más
humanos de su corazón, cuando no se abre al amor, cuando, en definitiva, se
cierra al Misterio último que los creyentes llamamos «Dios», la persona se
separa de la vida, se cierra a la gracia y ciega las fuentes que le harían
vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
7 de septiembre de 1997
SALIR DEL
AISLAMIENTO
Ábrete.
La soledad se ha convertido en
una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen
puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan satélites para
transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se desarrolla la
telefonía móvil y la comunicación por internet. Pero los hombres están cada vez
más «solos en su propia choza».
El contacto humano se ha enfriado
en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente demasiado
responsable de los demás. Cada uno vive su mundo. No es fácil el regalo de la
verdadera amistad.
Hay quienes han perdido la
capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. Se sienten
demasiado extraños a los demás. No son ya capaces de entender y amar
sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie. Quizás
se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad no se encuentran con
nadie. Viven aislados. Con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a
los demás.
Cuántos hombres y mujeres
necesitan hoy escuchar las palabras de Jesús al sordomudo: No es
casualidad que se narren en los evangelios tantas curaciones de ciegos y
sordos. Son una invitación a que abramos nuestros ojos y nuestros oídos para
acoger la Buena Noticia de Jesús y la salvación que se nos ofrece desde Dios.
También a nosotros se nos hace
una invitación a abrirnos. Sin duda, las causas de la incomunicación, el
aislamiento y la soledad creciente son muy diversas. Pero, casi siempre tienen
su raíz en nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente, nos alejamos de los
demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo
defender nuestra propia libertad e independencia con celo exagerado, caemos en
un aislamiento y soledad cada vez mayor.
Tenemos que aprender, sin duda,
nuevas técnicas de comunicación en la sociedad moderna. Pero debemos aprender,
antes que nada, a abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la
desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a
unos de otros. Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para
escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos, no
está solo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
4 de septiembre de 1994
COMUNICARSE
Ábrete.
Hay muchas clases de soledad.
Algunos viven forzosamente solos. Otros buscan la soledad porque desean
«independencia», no quieren estar «atados» por nada ni por nadie. Otros se
sienten marginados, no tienen a quien confiar su vida, nadie espera nada de
ellos. Algunos viven en compañía de muchas personas, pero se sienten solos e
incomprendidos. Otros viven metidos en mil actividades, sin tiempo para
experimentar la soledad en que se encuentran.
Pero la soledad más profunda se
da cuando falta la comunicación. Cuando la persona no acierta ya a comunicarse,
cuando a una familia no une casi nada, cuando las personas solo se hablan
superficialmente, cuando el individuo se aísla y rehuye todo encuentro
verdadero con los demás.
La falta de comunicación puede
deberse a muchas causas. Pero hay, sobre todo, una actitud que impide de raíz
toda comunicación porque hunde a la persona en el aislamiento. Es el temor a
confiar en los demás, el retraimiento, la huida, el irse distanciando poco a
poco de los demás para encerrarse dentro de uno mismo.
Este retraimiento impide crecer.
La persona «se aparta» de la vida. Vive como «encogida». No toma parte en la
vida porque se niega a la comunicación. Su ser queda como congelado, sin
expansionarse, sin desarrollar sus verdaderas posibilidades.
La persona retraída no puede
profundizar en la vida, no puede tampoco saborearla. No conoce el gozo del
encuentro, de la comunicación, del disfrute compartido. Intenta «hacer su
vida», una vida que ni es suya ni es vida.
Cuanto más fomenta la soledad, la
persona «se aísla» a niveles cada vez más profundos y se va incapacitando
interiormente para todo encuentro. Llega un momento en que no acierta a
comunicarse consigo misma ni con Dios. No tiene acceso a su mundo interior, no
busca su verdadera identidad personal ni sabe abrirse confiadamente al amor de
Dios. Su vida se puebla de fantasmas y problemas irreales.
La fe es siempre llamada a la
comunicación y la apertura. El retraimiento y la incomunicación impiden su
crecimiento. Es significativa la insistencia de los evangelios en destacar la
actividad sanadora de Jesús que hacía «oír
a los sordos y hablar a los mudos», abriendo a las personas a la
comunicación, la confianza en Dios y el amor fraterno.
El primer paso que necesitan dar
algunas personas para reanimar su vida y despertar su fe es abrirse con más
confianza a Dios y a los demás. Escuchar interiormente las palabras de Jesús al
sordomudo: «Effeta», es decir, «A brete».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
8 de septiembre de 1991
SORDERA
Ábrete.
Dicen los expertos que cada época
tiene su propia neurosis y necesita la sicoterapia adecuada que ayude a las
personas a liberarse de ella.
De manera general, se puede decir
que hoy no nos enfrentamos ya a una frustración sexual como pudo suceder, tal
vez, en tiempos de S. Freud. No es
ése el principal problema de las nuevas generaciones. Los hombres y mujeres de
hoy sufren, sobre todo, una falta de sentido acompañada de un sentimiento de
vacío. Muchos no aciertan a descubrir un sentido a su vida y caen en lo que V. Frankl llama “vacío existencial”.
Han pasado muchos años desde que Freud, preocupado casi exclusivamente
por los conflictos sexuales que creía ver tras la mayoría de las neurosis,
escribiera esas palabras fuertemente criticadas hoy: “En el momento en que uno
se pregunta por el sentido y el valor de la vida es señal de que está enfermo”.
Hoy no se piensa así. Preguntarse
por el sentido de la vida no es una cuestión inútil y superflua, propia de
mentes enfermas. Al contrario, es la cuestión vital a la que el hombre necesita
responder para vivir de manera sana.
Ya C. G. Jung se atrevió a definir la neurosis como “el sufrimiento
del alma que no ha encontrado su sentido”. Hay algo en nosotros que quiere vivir
y vivir con sentido. Y cuando la persona no acierta en esto, se siente como
perdida, frustrada en su necesidad más honda. Esta falta de sentido es hoy la
neurosis más grave que padecen muchas personas y una de las fuentes más
importantes de enfermedad y sufrimiento.
Arrastrados por la civilización
del aturdimiento, la prisa y la sobredosis de experiencias pasajeras, es fácil
quedarse sordo para escuchar el misterio último de la vida. De hecho, son
bastantes los que no saben o no quieren preguntarse por lo importante de la
existencia. Les basta vivir entretenidos por la anécdota política o el programa
de fin de semana.
Cuando Jesús abre los oídos a los
sordos, está realizando un gesto que encierra todo un significado simbólico de
lo que pretende aportar a la humanidad: abrir la vida de los hombres a su
realidad más profunda, y ayudarles a escuchar la llamada de la Vida.
Capacitados sólo para percibir lo
que sentimos a través de los sentidos corporales, y con “los oídos del alma”
sordos para escuchar el misterio que se encierra en nuestro ser, necesitamos
abrirnos a la realidad de Dios.
Tal vez, la invitación
fundamental de la fe cristiana al hombre de hoy y de siempre esté bien
expresada en esas palabras de Jesús al sordo: “Ábrete”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de septiembre de 1988
ESCUCHAR
LA VIDA
Effetá,
esto es, ábrete
Son muchos los hombres y mujeres
que se sienten incapaces de entablar un verdadero diálogo con su Creador. No
saben escuchar a Dios y no saben hablarle. Se diría que son «sordomudos” ante
El.
Muchos de ellos no conocen lo que
puede ser una experiencia interior. Han olvidado totalmente los caminos que los
podrían adentrar en su propio espíritu y en el encuentro con Dios.
Otros siguen cumpliendo algunas
prácticas religiosas. Escuchan predicaciones y lecturas sagradas, sus labios se
mueven para entonar cantos o recitar oraciones, pero salen del templo sin haber
dialogado con nadie en el fondo de su corazón.
Incapaces de comunicarnos con Dios,
¿cómo escuchar hoy esa llamada de Jesús al sordomudo de la Decápolis: «Ábrete”?
¿Cómo abrir nuestros oídos y nuestros labios para dialogar con Dios?
Cuenta Tony de Mello en uno de sus escritos ese delicioso relato. Un pez
joven e inexperto acudió a otro más viejo y con más experiencia y le preguntó:
«Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He andado buscándolo por
todas partes sin resultado”.
El viejo pez le respondió: «El
Océano es precisamente donde estás tú ahora mismo”. El joven pez se marchó
decepcionado: «Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el
Océano”.
Para encontrar a Dios no hay que
recorrer largos caminos. Basta detenerse, cerrar los ojos, entrar en nuestro
corazón y escuchar la vida que hay en nosotros mismos. Ahí, donde estamos ahora
mismo, está Dios rodeándonos y penetrándonos de vida.
Yo no hago absolutamente nada y,
sin embargo, mi corazón palpita, la sangre corre por mis arterias, mi organismo
respira. Una fuerza oculta recorre todo mi ser. No soy yo quien hace algo para
vivir. Segundo a segundo voy recibiendo la vida como un regalo misterioso.
Solemos decir: «Estoy respirando”
pero, en realidad, no es así. Yo no estoy respirando. La respiración está
sucediendo en mí. Cuando un niño recién nacido respira por vez primera ni
siquiera sabe que existe el mecanismo de la respiración, sus pulmones jamás han
funcionado hasta entonces. Y sin embargo la respiración llega y el milagro
comienza.
Desgraciadamente también entre
los hombres hay quienes “sólo ven agua y no descubren jamás el Océano”. Viven
sin escuchar el misterio de la vida que los rodea y los sostiene.
Si un día se detienen a
escucharla, aunque sea de manera todavía inicial y débil, no les será tan
difícil abrirse a un diálogo amistoso con el Creador de la vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
8 de septiembre de 1985
EPIDEMIA
DE SOLEDAD
¡Ábrete!
Dice G. Marcel que «sólo hay un
sufrimiento y es el estar solo». La afirmación podrá parecer exagerada, pero lo
cierto es que, para muchos hombres y mujeres de hoy, la soledad es el mayor
problema de su existencia.
Aparentemente, el hombre actual
está mejor comunicado que nunca con sus semejantes y con la realidad entera.
Los medios de comunicación se han multiplicado de manera insospechada. El
teléfono permite mantener una conversación con las personas más distantes. El
televisor introduce hasta nuestro hogar imágenes de todo el mundo. El
transistor ha terminado con el aislamiento.
Por otra parte, se impone lo
público sobre lo privado. Se habla de asociaciones de todo tipo, círculos
sociales, relaciones públicas, encuentros.
Pero todo ello no impide que una
soledad indefinida, difusa y triste se vaya apoderando de muchos hombres y
mujeres. Hogares donde las personas se soportan con indiferencia o agresividad
creciente. Niños que no conocen el cariño y la ternura. Jóvenes que descubren
con amargura que el encuentro sexual puede encubrir un egoísmo engañoso.
Amantes que se sienten cada vez más solos después del amor. Amistades que
quedan reducidas a cálculos e intereses inconfesables.
El hombre actual va descubriendo
poco a poco que la soledad no es necesariamente el resultado de una falta de
contacto con las personas. Antes que eso, la soledad puede ser una enfermedad del
corazón. Si mi vida es un desierto, el mundo entero es un desierto, aunque esté
poblado de toda clase de gentes.
Sin duda, son muchos los factores
que pueden llevar a una persona a ese aislamiento interior que se expresa en
frases cada vez más oídas entre nosotros: «Nadie se interesa por mí». «No creo
en nadie». «Que me dejen solo. No quiero saber nada de nadie».
Pero para superar el aislamiento,
es necesario abrirse de nuevo a la vida. Aceptarse a sí mismo con sencillez y
verdad. Escuchar de nuevo el sufrimiento y la alegría de los demás. Romper el
círculo obsesivo de «mis problemas». Recuperar la confianza en los gestos
amistosos de los otros por muy limitados y pobres que nos puedan parecer.
La fe no es un remedio
terapéutico que pueda prevenir o curar la soledad. El creyente está sometido,
como cualquier otro, a las tensiones de la vida moderna y las dificultades de
la relación personal.
Pero puede encontrar en su fe una
luz, una fuerza, un sentido, una energía para superar el aislamiento, la soledad
y la incomunicación. Como aquel hombre sordo y mudo, incapaz de comunicarse,
que escuchó un día la palabra curadora de Jesús: «Ábrete».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
5 de septiembre de 1982
INCOMUNICADOS
Ábrete.
La soledad se ha convertido en
una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen
puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Tienden cables para
asegurar la comunicación telefónica. Lanzan satélites para transmitir toda clase
de ondas entre los continentes. Pero los hombres están cada vez más «solos en
su propia choza».
El contacto humano se ha enfriado
en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente demasiado
responsable de los demás. Cada uno vive su mundo. No es fácil el regalo de la
verdadera amistad.
Hay quienes han perdido la
capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. Se sienten
demasiado extraños a los demás. No son ya capaces de entender y amar
sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie.
Quizás se relacionan cada día con
mucha gente. Pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven aislados. Con
el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.
Cuántos hombres y mujeres no
necesitan hoy escuchar las palabras de Jesús al sordomudo: «Ábrete». No es
casualidad que se narren en los evangelios tantas curaciones de ciegos y
sordos. Son una invitación a que abramos nuestros ojos y nuestros oídos para
acoger la buena noticia de Jesús y la salvación que se nos ofrece desde Dios.
También a nosotros se nos hace
una invitación a abrirnos. Sin duda, las causas de la incomunicación, el
aislamiento y la soledad creciente entre nosotros son muy diversas. Pero, casi
siempre tienen su raíz en nuestro pecado.
Cuando actuamos egoístamente, nos
alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros
mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia con celo
exagerado, caemos en un aislamiento y soledad cada vez mayor.
Tenemos que aprender, sin duda,
nuevas técnicas de comunicación en la sociedad moderna. Pero debemos aprender
antes que nada a abrirnos a la amistad y al amor verdadero.
El egoísmo, la desconfianza y la
insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros.
Por ello la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la
soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos, no está solo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
HOSPITALIDAD
Francesc Torralba acaba de
publicar un precioso libro sobre la hospitalidad. Según el joven pensador
catalán, en una sociedad donde crece la exclusión, las inmigraciones masivas y
el número de personas en busca de hogar y protección, pocas virtudes sociales
son más necesarias que la hospitalidad como acto de «acoger al otro extraño y
vulnerable en nuestra propia casa». (F. Torralba. Sobre la hospitalidad.
Extraños y vulnerables como tú. PPC, Madrid 2003).
Cada vez nos vamos a encontrar en
nuestro camino con más «extraños», personas que no pertenecen a mi universo
racial, religioso, cultural o económico. No hemos de pensar sólo en el
extranjero que no habla nuestra lengua, tiene un rostro diferente y camina
entre nosotros como desorientado. También es un extraño el niño que pide
limosna, la prostituta que viste de manera llamativa o el mendigo que recoge
las basuras que nosotros echamos.
Al mismo tiempo, son personas «vulnerables», que no viven como los
demás. Ellos andan todo el día buscando protección. Viven privados de
seguridad, en «estado carencial». No se bastan a sí mismos para vivir.
Necesitan de los otros. En ellos aparece como en ningún otro sector esa
condición del ser humano como «homo mendicans».
La hospitalidad exige, en primer
lugar, reconocer al otro, no seguir mi camino ignorando su existencia y
borrándolos de mi vida. Todo ser humano necesita ser reconocido, y cuando es
ignorado o reducido a la nada, sufre pues se queda sin espacio para vivir con
paz y seguridad.
La hospitalidad pide, además
respetar y defender la dignidad de estas personas. No humillarlas, ni tratarlas
de cualquier manera. Son como nosotros, personas que buscan vivir. Hemos de
aprender a liberarnos de prejuicios para entender su mundo, comprender su
situación y ponernos en su lugar.
La hospitalidad nos urge, por último,
a escuchar sus necesidades para actuar. Nuestro ser crece cuando nos
responsabilizamos y hacemos por el otro el bien que podemos. No siempre es
fácil saber cómo actuar. Lo primero que se nos pide es vivir con un corazón
abierto y dispuesto a la ayuda. El grito de Jesús al sordomudo que sólo se
escucha a sí mismo: «Ábrete», es una
invitación a salir nuestro solipsismo para escuchar al que sufre.
José Antonio Pagola
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