Homilias de José Antonio Pagola
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2 de septiembre de 2012
22º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 7,1-8.14-15.21-23
En aquel tiempo, se acercó a
Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que
algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos.
(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos
restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la
plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de
lavar vasos, jarras y ollas).
Según eso, los fariseos y los
escribas preguntaron a Jesús: «Por qué comen tus discípulos con manos impuras y
no siguen la tradición de los mayores?». El les contestó: «Bien profetizó
Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío,
porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Entonces llamó de nuevo a la
gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede
hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen
de dentro y hacen al hombre impuro».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
2 de septiembre de 2012
LA QUEJA
DE DIOS
Un grupo de fariseos de Galilea
se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Los acompañan algunos
escribas, venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia
de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa.
Conviene corregirla.
Han observado que, en algunos
aspectos, sus discípulos no siguen la tradición de los mayores. Aunque hablan
del comportamiento de los discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben
que es él quien les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por
qué?
Jesús les responde con unas
palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien su mensaje y su actuación.
Estas palabras con las que Jesús se identifica totalmente hemos de escucharlas
con atención, pues tocan algo muy fundamental de nuestra religión. Según el
profeta, esta es la queja Dios.
"Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí". Este es siempre el riesgo
de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas,
recitando salmos, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón
"está lejos de él". Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del
corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde
nacen nuestras decisiones y proyectos.
"El culto que me dan está
vacío". Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin
contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor
al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por
costumbre, pero donde faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
"La doctrina que enseñan son
preceptos humanos". En toda religión hay tradiciones que son
"humanas". Normas, costumbres, devociones que han nacido para vivir
la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen
mucho daño cuando nos distraen y alejan de la Palabra de Dios. Nunca han de
tener la primacía.
Al terminar la cita del profeta
Isaías, Jesús resume su pensamiento con unas palabras muy graves: "Dejáis
de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los
hombres". Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos
el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús,
Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana lo primero es siempre Jesús
y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas por muy
importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
30 de agosto de 2009
NO
AFERRARNOS A TRADICIONES HUMANAS
… para
aferraros a la tradición de los hombres.
No sabemos cuándo ni dónde
ocurrió el enfrentamiento. Al evangelista solo le interesa evocar la atmósfera
en la que se mueve Jesús, rodeado de maestros de la ley, observantes
escrupulosos de las tradiciones, que se resisten ciegamente a la novedad que el
Profeta del amor quiere introducir en sus vidas.
Los fariseos observan indignados
que sus discípulos comen con manos impuras. No lo pueden tolerar: « ¿Por qué tus discípulos no siguen las
tradiciones de los mayores?». Aunque
hablan de los discípulos, el ataque va dirigido a Jesús. Tienen razón. Es Jesús
el que está rompiendo esa obediencia ciega a las tradiciones al crear en torno
suyo un "espacio de libertad" donde lo decisivo es el amor.
Aquel grupo de maestros
religiosos no ha entendido nada del reino de Dios que Jesús les está
anunciando. En su corazón no reina Dios. Sigue reinando la ley, las normas, los
usos y las costumbres marcadas por las tradiciones. Para ellos lo importante es
observar lo establecido por "los mayores". No piensan en el bien de
las personas. No les preocupa "buscar el reino de Dios y su
justicia".
El error es grave. Por eso, Jesús
les responde con palabras duras: «Vosotros
dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los
hombres ».
Los doctores hablan con
veneración de "tradición de los mayores" y le atribuyen autoridad
divina. Pero Jesús la califica de "tradición humana". No hay que
confundir jamás la voluntad de Dios con lo que es fruto de los hombres.
Sería también hoy un grave error
que la Iglesia quedara prisionera de tradiciones humanas de nuestros
antepasados, cuando todo nos está llamando a una conversión profunda a
Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor. Lo que nos ha de preocupar no es conservar
intacto el pasado, sino hacer posible el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades cristianas capaces de
reproducir con fidelidad el Evangelio y de actualizar el proyecto del reino de
Dios en la sociedad contemporánea.
Nuestra responsabilidad primera
no es repetir el pasado, sino hacer posible en nuestros días la acogida de
Jesucristo, sin ocultarlo ni oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy
venerables que nos puedan parecer.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
3 de septiembre de 2006
RELIGIÓN
VACÍA DE DIOS
El culto
que me dan está vacío.
Los cristianos de la primera y
segunda generación recordaban a Jesús, no como un hombre religioso, sino como
un profeta que denunciaba con libertad los peligros y trampas de toda religión.
Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda
apasionada de la voluntad de Dios.
Marcos, el evangelio más antiguo
y directo, presenta a Jesús en conflicto con los sectores más piadosos de la
sociedad judía. Entre sus críticas más radicales hay que destacar dos: el
escándalo de una religión vacía de Dios, y el pecado de sustituir su voluntad
que sólo pide amor por «tradiciones humanas» al servicio de otros intereses.
Jesús cita al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero
su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío porque la doctrina
que enseñan son preceptos humanos». Luego denuncia en términos claros dónde
está la trampa: «Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Éste es el gran pecado. Una vez
que hemos establecido nuestras normas y tradiciones, las colocamos en el lugar
que sólo debe ocupar Dios. Las respetamos por encima incluso de su voluntad. No
hay que pasar por alto la más mínima prescripción, aunque vaya contra el amor y
haga daño a las personas.
En esta religión lo que importa
no es Dios sino otro tipo de intereses. Se le honra a Dios con los labios pero
el corazón está lejos de él, se pronuncia un credo obligatorio pero se cree en
lo que conviene, se cumplen ritos pero no hay obediencia a Dios sino a los
hombres.
Poco a poco olvidamos a Dios y,
luego, olvidamos que lo hemos olvidado. Empequeñecemos el evangelio para no
tener que convertimos demasiado. Orientamos caprichosamente la voluntad de Dios
hacia lo que nos interesa y olvidamos su exigencia absoluta de amor. Con el
tiempo, no echamos en falta a Jesús; olvidamos qué es mirar la vida con sus
ojos.
Éste puede ser hoy nuestro
pecado. Agarrarnos como por instinto a una religión desgastada y sin fuerza
para transformar las vidas. Seguir honrando a Dios sólo con los labios.
Resistimos a la conversión y vivir olvidados del proyecto de Jesús: la
construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
31 de agosto de 2003
CON EL
CORAZÓN LEJOS
Su
corazón está lejos de mí.
Por mucho que se habla de
secularización y pérdida de fe, la gente sigue siendo, en general, bastante
religiosa. Seguramente, mucho más religiosa de lo que se piensa. Basta observar
cómo siguen bautizando a sus hijos, enterrando a sus muertos o, incluso,
celebrando sus bodas.
No es fácil saber por qué. Pero
el hecho está ahí. La fuerza de la costumbre es grande. Los convencionalismos sociales
se imponen. Y, por otra parte, se busca de alguna manera estar a bien con Dios
y contar con su protección divina.
Pero, de hecho, estas
celebraciones no son, muchas veces, un encuentro sincero con Dios. Muchas
bodas, bautizos y primeras comuniones quedan reducidos a una reunión de
carácter social, un acto impuesto por la costumbre o un rito que se hace sin
comprender muy bien lo que significa y sin que, por supuesto, implique
compromiso alguno para la vida.
Y cuando en la comunidad
cristiana se dan orientaciones para celebrar la liturgia con más verdad o
cuando el sacerdote trata de ayudar a vivir la celebración de manera más
responsable, se le pide que no moleste demasiado, que termine cuanto antes su
predicación y que siga administrando los sacramentos como se ha hecho toda la
vida.
Lo que realmente importa es el
vestido de la niña, la foto de los novios, las flores del altar o el reportaje
de vídeo de la ceremonia. Que todo salga «muy bonito y emocionante».
Sería necesario repetir en medio
de estas celebraciones las palabras de Isaías, citadas por Jesús para criticar
tantos ritos y ceremonias celebrados de manera rutinaria y vacía en la sociedad
judía: «Así dice Yahvé. Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan
está vacío».
En estas celebraciones hay cantos
y música, se cumplen fielmente los ritos, se observan las normas de las
ceremonias, pero cuando se honra a Dios con los labios, ¿dónde está el corazón?
Este culto lleno de convencionalismo e intereses diversos, ¿no está demasiado
vacío de Dios?
El culto agrada a Dios cuando se
produce un verdadero encuentro con Él, cuando se experimenta con alegría y gozo
su amor salvador y cuando se escucha una llamada a vivir una vida más fiel al
evangelio de Cristo.
Está bien preparar los detalles
de la boda o la primera comunión. Es bueno cuidar la reunión festiva de la
familia, pero si se quiere celebrar algo desde la fe, lo primero es preparar el
corazón para el encuentro con Dios. Sin ese encuentro sincero con El, todo
queda reducido a culto vacío donde, como diría Jesús, se deja de lado a Dios
para aferrarse a tradiciones de hombres.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
3 de septiembre de 2000
INDIFERENCIA
Su
corazón está lejos de mí.
La crisis religiosa se va
decantando poco a poco hacia la indiferencia. De ordinario, no se puede hablar
propiamente de ateísmo ni siquiera de agnosticismo. Lo que mejor define la
postura de muchos es la indiferencia religiosa donde no hay preguntas ni dudas
ni crisis.
No es fácil describir esta
indiferencia. Lo primero que se observa es una ausencia de inquietud religiosa.
Dios no interesa. La persona vive en la despreocupación, sin nostalgias ni
horizonte religioso alguno. No se trata de una ideología. Es, más bien, una
«atmósfera envolvente» donde la relación con Dios queda bloqueada.
Hay diversos tipos de
indiferencia. Algunos viven en estos momentos un alejamiento progresivo; son
personas que se van distanciando cada vez más de la fe, cortan lazos con lo
religioso, se alejan de la práctica; poco a poco Dios se va apagando en sus consciencias.
Otros viven sencillamente absorbidos por las cosas de cada día; nunca se han
interesado mucho por Dios; probablemente recibieron una educación religiosa
débil y deficiente; hoy viven olvidados de todo.
En algunos la indiferencia actual
es fruto de un conflicto personal vivido a veces en secreto; han sufrido miedos
o experiencias frustrantes; no guardan buen recuerdo de lo que vivieron de
niños o de adolescentes; no quieren oír hablar de Dios pues les hace daño; se
defienden olvidándolo.
La indiferencia de otros es más
bien resultado de circunstancias diversas. Salieron del pequeño pueblo y hoy
viven de manera diferente en un ambiente urbano; o se casaron con alguien poco
sensible a lo religioso y han cambiado de costumbres; o se han separado de su
primer cónyuge y viven una situación de pareja no «bendecida» por la Iglesia.
No es que estas personas hayan tomado la decisión de abandonar a Dios, pero de
hecho su vida se va alejando de Él.
Hay todavía otro tipo de
indiferencia encubierta por la piedad religiosa. Es la indiferencia de quienes
se han acostumbrado a vivir la religión como una «práctica externa» o una
«tradición rutinaria». Todos hemos de escuchar la queja de Dios. Nos la
recuerda Jesús con palabras tomadas del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
31 de agosto de 1997
LA
TRADICIÓN
Dejáis de
lado el mandamiento de Dios.
Son bastantes los cristianos que
tienen la sensación de no saber ya exactamente qué es lo que hay que creer, lo
que hay que cumplir y lo que hay que celebrar. ¿Qué hacer ante la marea de
inseguridad y confusión que amenaza con disolverlo todo? ¿Cómo reaccionar ante
esa ola de incredulidad que parece penetrar más y más en las conciencias?
Es natural que muchos busquen
refugio en una «ortodoxia reforzada». Un cuerpo doctrinal seguro, un código de
conducta bien definido, una organización religiosa fuerte. Ante la anarquía de
posiciones, se busca la seguridad de la tradición. Ante la irrupción de tantas
novedades, la solidez del pasado.
Sin duda, hay una intuición
acertada en esa postura. Sería una equivocación pretender interpretar el
acontecimiento cristiano exclusivamente a partir de nuestro presente, saltando
por encima la tradición cristiana y prescindiendo de la larga vida de fe que ha
animado a las iglesias durante veinte siglos.
El cristiano que pretende releer
el evangelio sin acudir a la tradición corre el riesgo de empobrecer
grandemente su lectura, desconociendo toda la riqueza y posibilidades que ese
evangelio ha puesto ya de manifiesto en estos siglos.
Pero, al acudir a la tradición,
es necesario evitar un grave riesgo. La fe no es algo que se va transmitiendo
mecánicamente, como un objeto que se pasa de mano en mano. La fe es una vida
que no puede ser comunicada sino en la misma vida. Y la única manera de vivir
lo mismo en un contexto cultural nuevo consiste en vivirlo de manera nueva.
Una transmisión que no sea sino
la transmisión de unas fórmulas ortodoxas o unas rúbricas litúrgicas, conducirá
siempre a una asfixia mortal. En el corazón de la verdadera tradición está
siempre la búsqueda del evangelio y de la verdadera voluntad del Padre hoy.
Es bueno que todos escuchemos
sinceramente la advertencia de Jesús: «Dejáis
de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres»
(Marcos 7, 8). Ni progresistas ni tradicionalistas tienen derecho a
sentirse un grupo más cristiano que el otro. Todos hemos de dejarnos juzgar por
la palabra de Jesús que nos llama siempre a buscar desde el amor la verdadera
voluntad de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
28 de agosto de 1994
LAS MANOS
Lo que
sale de dentro.
Se nos ha dicho que tocarse es
pecado. Y ciertamente lo es cuando nuestra mano golpea y hiere, o cuando el
contacto sirve para manipular al otro, humillarlo o abusar de él. Pero, tocarse
puede ser también otras muchas cosas.
A veces, tocarse es incómodo; nos
molesta la proximidad física en el autobús o el metro, y cuando nos apretujamos
en el ascensor. Otras veces, tocarse es algo frío y rutinario; hay que
saludarse, y no se puede evitar el apretón de manos o el abrazo, aunque la
persona nos sea casi extraña. Pero tocarse puede ser también comunicar afecto
íntimo y ternura gozosa a la persona querida; la caricia sentida, el beso
sincero son gestos en los que crece el amor.
Hay todavía otra posibilidad. El
contacto que nos acerca al débil, la mano que acoge al que se siente enfermo o
desvalido. Es esto precisamente lo que los evangelistas destacan en Jesús. De
él se nos dice que «tocaba» a los
leprosos, «abrazaba y bendecía» a los
niños, «imponía sus manos» sobre los
enfermos y los curaba. Sus manos eran acogida, bendición, fuerza sanadora. Por
eso, cuando los fariseos, desde una visión estrecha y legalista, critican a los
discípulos porque comen con «manos
impuras», Jesús reacciona diciendo: «lo
que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre»; las manos, por el
contrario, son una bendición si irradian nuestra bondad interior.
Coger la mano de un enfermo
grave, estrechar entre las nuestras la de un anciano solo y desorientado,
acariciar la frente de un moribundo, abrazar a quien se derrumba al perder a su
ser más querido, son gestos cargados de cercanía y amor. Una manera profunda de
decirle al otro: «Estoy contigo. No sé qué decirte. Me siento tan impotente
como tú. Pero comparto tu dolor.»
Esta cercanía no siempre es
fácil. Se nos hace duro estrechar la mano de ese enfermo y tenerla cogida
largamente y en silencio. Es más fácil distanciamos, defendemos detrás de las
palabras y distraer de alguna forma nuestra impotencia y nuestra pena.
Pero ese contacto siempre es
terapia. Libera de la soledad y el desamparo. Alivia el miedo y la ansiedad.
Infunde aliento y esperanza. Cuando ya no hay nada que hacer y no podemos
ofrecer a esa persona ningmi remedio eficaz, quedan todavía nuestras manos.
Lo saben bien muchos médicos,
enfermeras y cuidadores que se acercan a los enfermos acogiendo su dolor y su
impotencia. Cogidos por la prisa y atrapados en el engranaje de la organización
sanitaria, no siempre pueden actuar como quisieran. Pero su trato afectuoso y
cálido a los pacientes siempre hace bien. A todos ellos les quiero recordar las
palabras que san Camilo de Lelis,
experto en la atención a los enfermos, les decía hace ya cuatro siglos a sus
compañeros: «Más corazón en esas manos,
hermanos.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
1 de septiembre de 1991
CON EL
CORAZON LEJOS
Su
corazón está lejos de mí.
Por mucho que se habla de
secularización y pérdida de fe, la gente sigue siendo, en general, bastante
religiosa. Seguramente, mucho más religiosa de lo que se piensa. Basta observar
cómo siguen bautizando a sus hijos, enterrando a sus muertos o, incluso,
celebrando sus bodas.
No es fácil saber por qué. Pero
el hecho está ahí. La fuerza de la costumbre es grande. Los convencionalismos
sociales se imponen. Y, por otra parte, se busca de alguna manera estar a bien
con Dios y contar con su protección divina.
Pero, de hecho, estas
celebraciones no son, muchas veces, un encuentro sincero con Dios. Muchas
bodas, bautizos y primeras comuniones quedan reducidos a una reunión de
carácter social, un acto impuesto por la costumbre o un rito que se hace sin
comprender muy bien lo que significa y sin que, por supuesto, implique
compromiso alguno para la vida.
Y cuando en la comunidad cristiana
se dan orientaciones para celebrar la liturgia con más verdad o cuando el
sacerdote trata de ayudar a vivir la celebración de manera más responsable, se
le pide que no moleste demasiado, que termine cuanto antes su predicación y que
siga administrando los sacramentos como se ha hecho toda la vida.
Lo que realmente importa es el
vestido de la niña, la foto de los novios, las flores del altar o el reportaje
de vídeo de la ceremonia. Que todo salga “muy bonito y emocionante”.
Sería necesario repetir en medio
de estas celebraciones las palabras de Isaías, citadas por Jesús para criticar
tantos ritos y ceremonias celebrados de manera rutinaria y vacía en la sociedad
judía: “Así dice Yahvé: Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan
está vacío”.
En estas celebraciones hay cantos
y música, se cumplen fielmente los ritos, se observan las normas de las
ceremonias, pero cuando se honra a Dios con los labios, ¿dónde está el corazón?
Este culto lleno de convencionalismo e intereses diversos, ¿no está demasiado
vacío de Dios?
El culto agrada a Dios cuando se
produce un verdadero encuentro con él, cuando se experimenta con alegría y gozo
su amor salvador y cuando se escucha una llamada a vivir una vida más fiel al
evangelio de Cristo.
Está bien preparar los detalles
de la boda o la primera comunión. Es bueno cuidar la reunión festiva de la
familia, pero si se quiere celebrar algo desde la fe, lo primero es preparar el
corazón para el encuentro con Dios. Sin ese encuentro sincero con él, todo
queda reducido a culto vacío donde, como diría Jesús, se deja de lado a Dios
para aferrarse a tradiciones de hombres.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
28 de agosto de 1988
GESTOS
VACIOS
Pero su
corazón está lejos.
Según los evangelios, una de las citas más queridas de Jesús es
ésta del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí”.
Estas palabras me suelen recordar casi inevitablemente ese momento
en el que el sacerdote, al comienzo de la anáfora eucarística, invita a los
fieles diciendo: “Levantemos el corazón» y los presentes responden: “Lo tenemos
levantado hacia ci Señor».
¿Será realmente así? Exteriormente, en ese momento todos nos
ponemos de pie, pero ¿levantamos de verdad nuestro corazón hacia Dios?
En general, los cristianos de occidente cuidamos poco los gestos
litúrgicos y no sabemos vivirlos como expresión viva de nuestra actitud
interior. A veces, ni siquiera sospechamos la fuerza que pueden tener para
elevar nuestro corazón hacia Dios.
Pensemos en esas posturas y gestos sencillos que adoptamos con
tanta rutina en muchas celebraciones.
Ponerse
en pie es un gesto que, naturalmente, significa respeto, atención,
disponibilidad. Pero es mucho más. Es la actitud más característica del orante
cristiano que se siente “resucitado” por Cristo y «levantado” para siempre a la
vida.
Ponerse
de rodillas es un gesto de humildad y adoración. Reducimos nuestra estatura y
nos hacemos “pequeños” ante Dios. No queremos medirnos con El. Preferimos
confiarnos a su bondad de Padre.
Sentarse es
adoptar una actitud de escucha. Somos discípulos que necesitamos acoger la
Palabra de Dios y aprender a vivir con «sabiduría cristiana”.
Elevar
los brazos con las palmas de las manos abiertas y vueltas hacia arriba es
invocar a Dios mostrándole nuestro vacío y nuestra pobreza radical.
Inclinar
la cabeza es aceptar la gracia y la bendición de Dios sobre toda nuestra
persona. Dejarnos envolver por su presencia amorosa.
Golpearse
el pecho con la mano es un signo humilde de arrepentimiento que expresa el
deseo de romper y ablandar ese corazón nuestro demasiado duro y cerrado a Dios
y a los hermanos.
Darse el
gesto de la paz mirándonos al rostro y estrechando nuestras manos es acoger al
hermano y despertar en nosotros el amor fraterno y la solidaridad antes de
compartir la misma mesa del Señor.
Hacer el
signo de la cruz es expresar nuestra condición cristiana, aceptar sobre nosotros
la cruz de Cristo y consagrar nuestros pensamientos, nuestras palabras y
nuestros deseos a ese Dios que es nuestro Padre y hacia el cual caminamos
siguiendo al Hijo movidos por el Espíritu.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
1 de septiembre de 1985
CAMBIAR
DESDE DENTRO
«Esas
maldades salen de dentro».
Hay algo que los hombres y
mujeres de hoy queremos ingenuamente olvidar una y otra vez. Sin una
transformación interior, sin un esfuerzo real de cambio de actitud, no es
posible crear una nueva sociedad.
Hemos de valorar, sin duda, muy
positivamente, todos los intentos de ayudar, ennoblecer y dignificar al hombre
desde fuera. Pero, las estructuras, las instituciones, los pactos y los
programas políticos no cambian ni mejoran automáticamente al hombre.
Es inútil lanzar consignas
políticas de cambio social si los que gobiernan el país, los que dirigen la
vida pública y todos los ciudadanos, en general, no hacemos esfuerzo personal
alguno para cambiar nuestras posturas. No hay ningún camino secreto que nos
pueda conducir a una transformación y mejora social, dispensándonos de una
conversión personal.
Los pecados colectivos, el
deterioro moral de nuestra sociedad, el mal encarnado en tantas estructuras e
instituciones, la injusticia presente en el funcionamiento de la vida social,
se deben concretamente a factores diversos, pero tienen, en definitiva, una
fuente y un origen último: el corazón de las personas.
La sabia advertencia de Jesús
tiene actualidad también hoy, en una sociedad tan compleja y organizada como la
nuestra. «Las maldades salen de dentro del hombre». Los robos, los homicidios,
los adulterios, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la
difamación, el orgullo, la frivolidad, que de tantas maneras toman cuerpo en
las costumbres, modas, instituciones y estructuras de nuestra sociedad, «salen
de dentro del corazón».
Es una grave equivocación
pretender una reconversión industrial justa, sin «reconvertir» nuestros
corazones a posturas de mayor justicia social con los más oprimidos por la crisis
económica.
Es una ilusión falsa creer que
vamos camino de una sociedad más igualitaria y socializada, si apenas nadie
parece dispuesto a abandonar situaciones privilegiadas ni a compartir de verdad
sus bienes con las clases más necesitadas.
Es una ingenuidad creer que la
paz llegará al País Vasco con medidas policiales, acciones represivas,
negociaciones o pactos estratégicos, si no existe una actitud sincera de
diálogo, revisión de posturas y búsqueda leal de vías políticas.
¿Pueden cambiar mucho las cosas
si cada uno de nosotros cambiamos tan poco?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
29 de agosto de 1982
AFERRARSE
A LA TRADICION
… para
aferraros a la tradición de los hombres.
Son bastantes los cristianos que
tienen la sensación de no saber ya exactamente qué es lo que hay que creer, lo
que hay que cumplir ni lo que hay que celebrar.
¿Qué hacer ante la marea de
inseguridad y confusión que amenaza con disolverlo todo? ¿Cómo reaccionar ante
esa ola de incertidumbre e incredulidad que parece penetrar más y más en
nuestras comunidades cristianas?
Es natural que muchos creyentes
busquen el refugio de una «ortodoxia reforzada». Un cuerpo doctrinal seguro, un
código de conducta bien definido, una organización religiosa fuerte.
Ante los excesos del
individualismo y la anarquía de las diversas posiciones, se buscan la seguridad
de la tradición. Ante la irrupción de tantas novedades, la solidez del pasado.
Sin duda, hay una intuición muy
acertada en esta postura. Sería una equivocación pretender interpretar el
acontecimiento cristiano exclusivamente a partir de nuestro presente, saltando
por encima de la tradición cristiana y prescindiendo de la larga vida de fe que
ha animado a las comunidades cristianas durante veinte siglos.
El cristiano que pretenda releer
el evangelio sin acudir a la tradición, corre el riesgo de empobrecer
grandemente su lectura, desconociendo toda la riqueza y las posibilidades que
ese evangelio ha puesto ya de manifiesto en estos siglos.
Pero, al acudir a la tradición,
es necesario evitar un grave riesgo. La fe no es algo que se va transmitiendo
mecánicamente, como un objeto que se pasa de mano en mano.
La fe es una vida que no puede
ser transmitida sino en la misma vida. y la única manera de vivir lo mismo en
un contexto cultural nuevo, consiste en vivir
lo mismo de una manera nueva.
Una tradición que no sea sino la
transmisión de unas fórmulas ortodoxas o unas rúbricas litúrgicas, conducirá
siempre a los creyentes a una asfixia mortal. En el corazón de la verdadera
tradición cristiana está siempre la búsqueda del evangelio y de la verdadera
voluntad del Padre hoy.
Es bueno que todos escuchemos
sinceramente la advertencia de Jesús: «Dejáis
a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de lo hombres».
Ni «progresistas» ni
«tradicionalistas» tienen derecho a sentirse un grupo más cristiano que el
otro. Todos nos debemos dejar juzgar por la palabra de Jesús que nos llama
siempre a buscar el amor.
José Antonio Pagola
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