Homilias de José Antonio Pagola
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16 de septiembre de 2012
24º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Tú eres el Mesías...
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 8,27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus
discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino,
preguntó a sus discípulos: «Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le
contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».
El les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú
eres el Mesías». El les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos: «El Hijo
del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos,
sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo
explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a
increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:
«Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Después llamó a la gente y a sus
discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la
perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
16 de septiembre de 2012
TOMAR EN
SERIO A JESÚS
El episodio de Cesarea de Filipo
ocupa un lugar central en el evangelio de Marcos. Después de un tiempo de
convivir con él, Jesús hace a sus discípulos una pregunta decisiva:
"¿Quién decís que soy yo?". En nombre de todos, Pedro le contesta sin
dudar: "Tú eres el Mesías". Por fin parece que todo está claro. Jesús
es el Mesías enviado por Dios y los discípulos lo siguen para colaborar con él.
Jesús sabe que no es así. Todavía
les falta aprender algo muy importante. Es fácil confesar a Jesús con palabras,
pero todavía no saben lo que significa seguirlo de cerca compartiendo su
proyecto y su destino. Marcos dice que Jesús "empezó a instruirlos".
No es una enseñanza más, sino algo fundamental que los discípulos tendrán que
ir asimilando poco a poco.
Desde el principio les habla
"con toda claridad". No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que
el sufrimiento lo acompañará siempre en su tarea de abrir caminos al reino de
Dios. Al final, será condenado por los dirigentes religiosos y morirá ejecutado
violentamente. Sólo al resucitar se verá que Dios está con él.
Pedro se rebela ante lo que está
oyendo. Su reacción es increíble. Toma a Jesús consigo y se lo lleva aparte
para "increparlo". Había sido el primero en confesarlo como Mesías.
Ahora es el primero en rechazarlo. Quiere hacer comprender a Jesús que lo que está
diciendo es absurdo. No está dispuesto a que siga ese camino. Jesús ha de
cambiar esa manera de pensar.
Jesús reacciona con una dureza
desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el tentador del
desierto que busca apartar a las personas de la voluntad de Dios. Se vuelve de
cara a los discípulos e increpa literalmente a Pedro con estas
palabras:"Ponte detrás de mí, Satanás": vuelve a ocupar tu puesto de
discípulo. Deja de tentarme. "Tú piensas como los hombres, no como Dios".
Luego llama a la gente y a sus
discípulos para que escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas
ocasiones. No las han de olvidar jamás. "El que quiera venirse conmigo,
que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga".
Seguir a Jesús no es obligatorio.
Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomar en serio a Jesús. No
bastan confesiones fáciles. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de
hacer un mundo más humano, digno y dichoso, hemos de estar dispuestos a dos
cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al reino de Dios.
Segundo, aceptar los sufrimientos que nos pueden llegar por seguir a Jesús e
identificarnos con su causa.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
13 de septiembre de 2009
RECONOCER
A JESÚS EL CRISTO
¿Quién
decís que soy yo?
El episodio ocupa un lugar
central y decisivo en el relato de Marcos. Los discípulos llevan ya un tiempo
conviviendo con Jesús. Ha llegado el momento en que se han de pronunciar con
claridad. ¿A quién están siguiendo? ¿Qué es lo que descubren en Jesús? ¿Qué
captan en su vida, su mensaje y su proyecto?
Desde que se han unido a él,
viven interrogándose sobre su identidad. Lo que más les sorprende es la
autoridad con que habla, la fuerza con que cura a los enfermos y el amor con
que ofrece el perdón de Dios a los pecadores. ¿Quién es este hombre en quien
sienten tan presente y tan cercano a Dios como Amigo de la vida y del perdón?
Entre la gente que no ha
convivido con él se corren toda clase de rumores, pero a Jesús le interesa la
posición de sus discípulos: «Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?». No basta que entre ellos haya opiniones
diferentes más o menos acertadas. Es fundamental que los que se han
comprometido con su causa, reconozcan el misterio que se encierra en él. Si no
es así, ¿quién mantendrá vivo su mensaje? ¿Qué será de su proyecto del reino de
Dios? ¿En qué terminará aquel grupo que está tratando de poner en marcha?
Pero la cuestión es vital también
para sus discípulos. Les afecta radicalmente. No es posible seguir a Jesús de
manera inconsciente y ligera. Tienen que conocerlo cada vez con más hondura.
Pedro, recogiendo las experiencias que han vivido junto a él hasta ese momento,
le responde en nombre de todos: «Tú eres
el Mesías».
La confesión de Pedro es todavía
limitada. Los discípulos no conocen aún la crucifixión de Jesús a manos de sus
adversarios. No pueden ni sospechar que será resucitado por el Padre como Hijo
amado. No conocen experiencias que les permitan captar todo lo que se encierra
en Jesús. Solo siguiéndolo de cerca, lo irán descubriendo con fe creciente.
Para los cristianos es vital
reconocer y confesar cada vez con más hondura el misterio de Jesús el Cristo.
Si ignora a Cristo, la Iglesia vive ignorándose a sí misma. Si no lo conoce, no
puede conocer lo más esencial y decisivo de su tarea y misión. Pero, para
conocer y confesar a Jesucristo, no basta llenar nuestra boca con títulos
cristológicos admirables. Es necesario seguirlo de cerca y colaborar con él día
a día. Ésta es la principal tarea que hemos de promover en los grupos y
comunidades cristianas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
17 de septiembre de 2006
¿QUIÉN ES
PARA NOSOTROS?
¿Quién
decís que soy yo?
Según el relato evangélico, la
pregunta la dirigió Jesús a sus discípulos mientras recorría las aldeas de
Cesarea de Filipo, pero, después de veinte siglos, nos sigue interpelando a
todos los que nos decimos cristianos: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para
nosotros? Su persona nos llega a través de muchos siglos de imágenes, fórmulas,
dogmas, explicaciones teológicas e interpretaciones culturales que van
desvelando y, a veces, también velando su misterio.
Para responder a la pregunta de
Jesús podemos acudir a lo que han dicho los Concilios, escuchar el Magisterio
de la Iglesia, leer las reflexiones de los teólogos o repetir cosas que hemos
oído a otros, pero, ¿no se nos está pidiendo una respuesta más personal y
comprometida?
Afirmamos rápidamente que «Jesús es Dios», pero, luego, no sabemos
qué hacer con su «divinidad». ¿Amamos a Jesús sobre todas las cosas o está
nuestro corazón ocupado por otros dioses en los que buscamos seguridad,
bienestar o prestigio? ¿Para qué sirve confesar la «divinidad» de Jesús si,
luego, apenas significa algo en nuestras vidas?
También decimos que «Jesús es el Señor», pero, ¿es él quien
dirige nuestra vida? Doblamos distraídamente la rodilla al pasar ante el
sagrario, pero ¿le rendimos alguna vez nuestro ser? ¿De qué nos sirve llamarlo
tantas veces «Señor, Señor», si no nos preocupa hacer su voluntad?
Confesamos que «Jesús es el Cristo», es decir, el
Mesías enviado por Dios para salvar al ser humano, pero ¿qué hacemos para
construir un mundo más humano siguiendo sus pasos? Nos llamamos «cristianos» o «mesianistas», pero, ¿qué hacemos para sembrar libertad, dignidad y
esperanza para los últimos de la Tierra?
Proclamamos que «Jesús es la Palabra de Dios encarnada»,
es decir, Dios hablándonos en los gestos, las palabras y la vida entera de
Jesús. Si es así, ¿por qué dedicamos tan poco tiempo a leer, meditar y practicar
el Evangelio? ¿Por qué escuchamos tantos mensajes, consignas y magisterios
antes que la palabra sencilla e inconfundible de Jesús?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
QUÉ NOS
PUEDE APORTAR
¿Quién
decís que soy yo?
« ¿Quién decís que soy yo?» No sé
exactamente cómo podemos contestar a esta pregunta de Jesús los cristianos de
hoy, pero, tal vez, podemos intuir un poco lo que puede ser para nosotros en
estos momentos, si logramos encontrarnos con él con más hondura y verdad.
Jesús nos puede ayudar, antes que
nada, a conocemos mejor. Su evangelio hace pensar y nos obliga a planteamos las
preguntas más importantes y decisivas de la vida. Su manera de sentir y de
vivir la existencia, su modo de reaccionar ante el sufrimiento humano, su
confianza indestructible en un Dios amigo de la vida es lo mejor que ha dado la
historia humana.
Jesús nos puede enseñar, sobre
todo, un estilo nuevo de vida. Quien se acerca a él no se siente atraído por
una nueva doctrina sino invitado a vivir de una manera diferente, más enraizada
en la verdad y con un horizonte más grande, más digno y más esperanzado.
Jesús nos puede liberar también
de formas poco sanas de vivir la religión: fanatismos ciegos, desviaciones
legalistas, miedos egoístas. Puede, sobre todo, introducir en nuestras vidas
algo tan importante como la alegría de vivir, la mirada compasiva hacia las
personas, la creatividad de quien vive amando.
Jesús nos puede redimir de
imágenes enfermas de Dios que vamos arrastrando sin medir los efectos dañosos
que tienen en nosotros. Nos puede enseñar a vivirle a Dios como una presencia
cercana y amistosa, fuente inagotable de vida y ternura. Dejarse conducir por
Jesús es encontrarse con un Dios diferente, más grande y más humano que todas
nuestras teorías.
Eso sí. Para encontrarse con
Jesús a un nivel un poco auténtico, hemos de atrevemos a salir de la inercia y
del inmovilismo, recuperar la libertad interior, estar dispuestos a «nacer de
nuevo» dejando atrás la observancia tranquila y aburrida de una religión.
Sé que Jesús puede ser el sanador
y liberador de no pocas personas que viven atrapadas por la indiferencia,
distraídas por la vida moderna, paralizadas por una religión rutinaria o
seducidas por el bienestar material, pero sin camino, sin verdad y sin vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
17 de septiembre de 2000
JESÚS EN
DIRECTO
¿ Quién
dice la gente que soy yo?
También en el nuevo milenio sigue
resonando la pregunta de Jesús: « Y,
vosotros, ¿quién decís que soy yo?» No es para llevar a cabo un sondeo de
opinión. Es una pregunta que nos sitúa a cada uno a un nivel más profundo:
¿Quién es hoy Cristo para mí? ¿Qué sentido tiene realmente en mi vida? Las
respuestas pueden ser muy diversas:
«No me interesa». Así de sencillo. No me dice
nada; no cuento con él; sé que hay algunos a los que sigue interesando; yo me
intereso por cosas más prácticas e inmediatas. Aquí las cosas están claras:
Cristo ha desaparecido del horizonte real de la persona.
«No tengo tiempo para eso». Bastante hago con enfrentarme a
los problemas de cada día: vivo ocupado, con poco tiempo y humor para pensar en
mucho más. En estas personas no hay un hueco para Cristo. No llegan a sospechar
siquiera el estímulo y la fuerza que podría aportar a sus vidas.
«Me resulta demasiado exigente». No quiero complicarme la
vida. Se me hace incómodo pensar en Cristo. Y, además, luego viene todo eso de
evitar el pecado, exigirme una vida virtuosa, las prácticas religiosas. Es
demasiado. Estas personas desconocen a Cristo. No saben que podría introducir
una libertad nueva en su existencia.
«Lo siento muy lejano». Todo lo que se refiere a Dios y
a la religión me resulta teórico y lejano; son cosas de las que no se puede
saber nada con seguridad; además, ¿qué puedo hacer para conocerlo mejor y
entender de qué van las cosas? Estas personas necesitan encontrar un camino que
las lleve a una adhesión más viva con Cristo.
Este tipo de reacciones no son
algo «inventado»; las he escuchado yo mismo en más de una ocasión. También
conozco respuestas aparentemente más firmes: «soy agnóstico»; «adopto siempre
posturas progresistas»; «sólo creo en la ciencia». Estas afirmaciones me
resultan inevitablemente artificiales cuando no son resultado de una búsqueda
personal y sincera.
Cristo sigue siendo un
desconocido. Muchos no pueden ya intuir lo que es entender y vivir la vida
desde él. A quienes crean en esta posibilidad, les sugiero un primer libro
escrito con lucidez y pasión por un pensador francés. A nadie dejará
indiferente. Para muchos será una «revelación». Jean Onimus, Jesús en directo, Ed. Sal Terrae (Santander 2000).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
¿QUÉ DICE
LA GENTE?
¿Quién
dice la gente que soy yo?
Acostumbrados desde niños a su
figura, son muchos los cristianos que no sospechan el eco que la persona de
Jesús ha encontrado a lo largo de los siglos en el corazón de los hombres. A
veces se piensa que ese Jesús del que sólo han oído hablar en la Iglesia,
apenas puede interesar fuera de ella. Hace veinte siglos, Jesús lanzó una
pregunta provocadora: « ¿Quién dice la
gente que soy yo?» Pensadores, poetas y científicos de toda clase han
respondido a la cuestión de formas diferentes. Tiene su interés conocer algunos
testimonios.
La filósofa francesa, Simone Weil, expresa así su convicción:
«Antes de ser Cristo, es la verdad. Si nos desviamos de Él para ir hacia la
verdad, no andaremos un gran trecho sin caer en sus brazos.» Mahatma Gandhi vivió impactado por las
Bienaventuranzas de Jesús: «El mensaje de Jesús, tal como yo lo entiendo, está
contenido en el sermón de la montaña. El espíritu de este sermón ejerce sobre
mí casi la misma fascinación que la Bhagavadgita.
Este sermón es el origen de mi afecto por Jesús.»
El científico Albert Einstein valoraba así el mensaje
judeocristiano: «Si se separan del judaísmo los profetas y del cristianismo,
tal como lo enseñó Jesucristo, todas las adiciones posteriores, en especial las
del clero, nos quedaríamos con una doctrina capaz de curar a la humanidad de
todos sus males.»
A. Gide ha pasado a la historia de la literatura como prototipo del
renegado que rechaza su bautismo cristiano. Sin embargo, en sus escritos se
pueden encontrar oraciones como ésta: «Yo vuelvo a ti, Señor Jesús, como al
Dios del cual tú eres forma viva. Estoy cansado de mentir a mi corazón. Por
todas partes te encuentro cuando creía huir de ti... Sé que no existe nadie más
que tú, capaz de apagar mi corazón exigente.»
Para Hegel, «Jesucristo ha sido el quicio de la historia». F Mauriac confiesa: «Si no hubiera
conocido a Cristo, Dios hubiera sido para mí una palabra inútil.» Otros, como
el poeta argentino agnóstico, J. L.
Borges, lo buscan: «No lo veo y seguiré buscándolo hasta el día último de
mis pasos por la tierra.»
En el filósofo Soren Kierkegaard podemos leer esta
preciosa oración: «Señor Jesús, tú no viniste para ser servido, ni tampoco para
ser admirado o, simplemente, adorado. Tú has deseado, solamente, imitadores.
Por eso, despiértanos, si estamos adormecidos en este engaño de querer
admirarte o adorarte, en vez de imitarte y parecernos a ti.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
11 de septiembre de 1994
MÁS QUE
UN SONDEO
¿Quién
decís que soy yo?
Estamos habituados a los sondeos.
En cualquier momento nos pueden detener en la calle, ponemos un micrófono ante
la boca y preguntamos por cualquier cuestión de interés general: «Qué piensa
usted de esto o de aquello?» No hay que preocuparse. Nuestra respuesta quedará
en el anonimato. Solo servirá para elaborar una de tantas estadísticas de
opinión.
El diálogo que, según el relato
evangélico, se establece entre Jesús y sus discípulos es exactamente lo
contrario de un sondeo de este tipo. Jesús pregunta, en primer lugar, por lo
que se piensa acerca de él: «¿Quién dice
la gente que soy yo?» Y los discípulos le van informando de las diversas
opiniones: «Unos dicen que Juan Bautista;
otros, Elías, y otros, uno de los profetas.» Pero esta cuestión no es la
importante. No hace sino preparar la verdadera pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Es fácil captar que esta pregunta
nos sitúa a un nivel más profundo. No es para completar la encuesta y añadir a
las respuestas precedentes la de los discípulos. Es una pregunta crucial que
obliga a cada uno a tomar una postura personal ante el mismo Jesucristo. Cada
uno se ha de comprometer en la respuesta.
Es sorprendente constatar con qué
frivolidad se habla hoy de fe y de cuestiones religiosas sin adoptar
personalmente una actitud responsable ante Dios. Es muy fácil en determinados
ambientes hacer burla de las tradiciones religiosas o ridiculizar posiciones
cristianas. Pero, a veces, da la impresión de que todo ello solo sirve para
eludir la propia decisión.
Las cosas no se resuelven
diciendo ligeramente: «Soy agnóstico»; «soy creyente, pero no practicante»;
«siempre adopto posturas progresistas». Estas frases suenan inevitablemente a
vacío cuando la persona no se ha colocado sinceramente ante el misterio de Dios
para adoptar una decisión responsable.
Pero la pregunta de Jesús la
hemos de responder también los que, con una ligereza semejante, nos hemos
habituado a sentirnos cristianos sin adoptar una actitud de adhesión personal a
Jesucristo: «Quién es para mí Jesucristo? ¿Qué significa en mi vida? ¿Qué lugar
ocupa realmente en mi existencia?»
La respuesta cobra un peso
especial cuando se pasa del «se dice» al «yo digo». Es importante saber qué
dice la Iglesia acerca de Cristo, qué dice el Papa o qué dicen los teólogos.
Pero, en mi fe, lo decisivo es qué digo yo.
El día en que uno puede decirle a
Cristo: «Tú eres la Verdad, el Camino y
la Vida. Tú eres mi Salvador Tú eres el Hijo de Dios encarnado por mi
salvación», la vida del creyente comienza a reavivarse con una fuerza y una
verdad nuevas. Casi me atrevería a decir que esta respuesta personal a
Jesucristo es el paso más importante y decisivo en la historia de cada
creyente. Lo demás viene después.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
15 de septiembre de 1991
¿ABSURDO
O ESPERANZADOR?
Nuestros
pensamientos no son los de Dios
A veces creemos que “la cruz” que
predica el cristianismo resulta hoy absurda y escandalosa porque vivimos en una
sociedad hedonista que sólo entiende de placer y bienestar.
Nada más lejos de la realidad. La
predicación cristiana de la cruz ha sido escandalosa desde el comienzo. Ya San
Pablo escribía con lucidez y realismo: “Mientras
los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos un
Mesías crucificado que resulta escándalo para los judíos y locura para los
paganos “.
Los evangelios recuerdan incluso
las reacciones de los discípulos tratando de corregir a Jesús cuando les habla
de su fracaso final y de su crucifixión. Pedro llegará a escuchar de su boca
esas duras palabras: “¡Quítate de mi
vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios”.
Lo que pensamos los hombres está
claro. Desde una actitud típicamente judía, nosotros le seguimos pidiendo a la
vida “señales”, es decir, signos claros de que las cosas marchan bien,
resultados, éxito, eficacia. No sabemos qué pensar ni qué decir ante el
fracaso, el sufrimiento inútil, la vejez o la enfermedad.
Por otra parte, desde un espíritu
marcadamente griego, seguimos buscando siempre y en todo “lógica”, coherencia,
racionalidad. Y cuando nos tropezamos con el sinsentido de la desgracia o el
absurdo de la muerte quedamos desconcertados y sin habla.
Es desalentador ver cómo una
sociedad que va alcanzando logros científicos y tecnológicos insospechados no
tiene ningún mensaje esperanzador que comunicar al minusválido, a la madre que
ha perdido a su hijo o al joven que muere corroído por el cáncer.
Hablamos de “sociedad del
bienestar”, de “calidad de vida”, de “progreso tecnológico”, pero ¿a dónde
puede dirigir su mirada el desahuciado que sufre sin remedio, la mujer
abandonada por su esposo amado, el anciano abatido por los años? ¿Qué sentido
tiene la vida crucificada de tantos hombres y mujeres o el fracaso de tantas
empresas y revoluciones amasadas con sufrimiento y sangre?
En el Crucificado no hay poder ni
éxito, no hay salud ni vigor, no hay lógica ni sabiduría. Sólo hay un “amor
crucificado” humilde, discreto, insondable hacia el ser humano. Ante el
Crucificado, o se termina toda nuestra fe en Dios o nos abrimos a una manera
nueva y sorprendente de comprender el misterio de Dios y el misterio último de
nuestra vida.
Dios no salva con su poder,
ahorrándonos sufrimientos y penalidades, rompiendo las leyes de la naturaleza o
cambiando el rumbo de los acontecimientos. Salva con su amor, encarnándose en
nuestra impotencia y sufrimiento, y conduciendo secretamente nuestra existencia
hacia la vida y la resurrección.
Un Dios crucificado resulta
absurdo, pero ¿no es el único Dios que puede ofrecer esperanza a nuestra vida
caduca y doliente?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
11 de septiembre de 1988
CRISTO EN
CINE
¿ Quién
decís que soy yo?
Desde que los hermanos Lumiére produjeron cuatro
versiones de la Pasión de Cristo entre 1897 y 1898, la presencia de Jesús en el
cine ha estado rodeada casi siempre de fuertes emociones y airadas polémicas.
El primer escándalo llegó con el
filme “Del pesebre a la cruz” (1913) de S.
Olcott que obligó a la censura británica a prohibir en adelante toda
representación de Cristo.
Más tarde, producciones
realizadas con toda clase de precauciones como “Rey de reyes” (1927) de Cecil B. Mille o filmes más ajustados al
texto evangélico como “El evangelio según San Mateo” (1964) de Pasolini no lograron sin embargo evitar
fuertes controversias.
El escándalo y la polémica
estallaron de nuevo con la ópera-rock “Jesucristo Superstar” (1973) y la
película “Yo te saludo, María” (1984) de Godard.
Se nos anuncia ahora el próximo
estreno en nuestras pantallas de “La última tentación de Jesucristo” de M. Scorsese, un filme, al parecer, de
interés artístico mediocre pero sensacionalista y provocador al que las airadas
protestas levantadas en Estados Unidos han puesto en el centro de la atención
de las gentes.
Es fácil que, una vez más, muchos
cristianos se sientan ofendidos y se lancen indignados a defender agresivamente
sus creencias. Ciertamente, el corazón del creyente se llena de honda tristeza
al ver tanta manipulación y frivolidad, tanta falsedad histórica y tanto
interés comercial en torno a la figura de Cristo.
Se entienden las palabras del
gran creyente francés, Paul Claudel: “Vosotros
no sabéis lo que es amar a Cristo y verlo constantemente insultado,
ridiculizado o hipócritamente alabado en la literatura y en la prensa”.
Pero los cristianos no hemos de
olvidar la escena de Galilea. Jesús no entretiene a sus discípulos con
discusiones sobre lo que las gentes dicen de él, sino que los interpela
directamente “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
No se trata de recurrir al
catecismo y arremeter contra el último escándalo cinematográfico en torno a
Jesús, sino de responder sencillamente a esta pregunta: ¿Quién es hoy
Jesucristo para mí? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? ¿Qué relación hay entre él y
yo? ¿Qué hago por conocerlo y seguirle?
Me escandaliza una película
americana sobre Jesús y, tal vez, trato de ignorar así ese otro escándalo que
es el olvido, el abandono y la mediocridad que encuentra Cristo en mi vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
15 de septiembre de 1985
CREER EN
ALGUIEN
¿Quién
decís que soy yo?
Los cristianos hemos olvidado con
demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer en algo, sino en creer en Alguien. No se trata de
adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de aceptar ciegamente «un
conjunto extraño de doctrinas», sino de encontrarnos con Alguien vivo que da
sentido radical a nuestra existencia.
Lo verdaderamente decisivo es
encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal,
que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más
decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.
En nuestros tiempos se hace cada
vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más
poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos
sus limitaciones y profundas deficiencias.
El hombre moderno, escarmentado
de dogmas, ideologías y sistemas doctrinales, quizás está dispuesto todavía a creer
en personas que le ayuden a vivir y lo puedan «salvar» dando un sentido nuevo a
su existencia.
Por eso ha podido decir el
teólogo K. Lehmann que «el hombre moderno
sólo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la
persona de Jesucristo».
Produce tristeza observar la
actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe»
como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de
nuevas ideologías y corrientes que, para muchos, resultan más atractivas, más
actuales y más interesantes.
Creer es otra cosa. Antes que
nada, los cristianos hemos de preocuparnos de reavivar nuestra adhesión
profunda a la persona de Jesucristo.
Sólo cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados por la fuerza regeneradora
de su persona, podremos contagiar también hoy su espíritu y su visión de la
vida. De lo contrario, seguiremos proclamando con los labios doctrinas
sublimes, al mismo tiempo que seguimos viviendo una fe mediocre y poco
convincente.
Los cristianos hemos de responder
con sinceridad a esa pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿Quién decís
que soy yo?».
Ibn Arabi escribió que «aquel que ha quedado atrapado
por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse». ¿Cuántos cristianos
podrían hoy intuir desde su experiencia personal la verdad que se encierra en
estas palabras?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
12 de septiembre de 1982
APRENDER
A PERDER
El que
pierda su vida por el evangelio, la salvará.
Ascesis, renuncia, sacrificio,
disciplina... Son palabras muy difíciles de entender en la sociedad actual.
Lo importante es disfrutar de la
vida al máximo, ahora mismo, sin límites. Gozar de todo placer. No detenerse
ante nada. Poseer siempre más. No perdernos nada que nos apetezca.
¿Cómo pueden resonar en nuestra
sociedad las palabras de Jesús: «Mirad, el que quiera salvar su vida, la
perderá; pero el que pierda su vida por el evangelio, la salvará»?
Antes de nada, hemos de entender
bien la llamada de Jesús. No se trata de renunciar a esta vida terrena para
alcanzar un día la del cielo. No se trata de menospreciar los valores
materiales para alcanzar los bienes espirituales. Elegir entre esta vida o la
vida futura.
Lo que se le pide al discípulo es
entender su vida en términos de entrega y no de posesión. Apostar por el amor y
la solidaridad, y no por el egoísmo y el acaparamiento.
Las palabras de Jesús son
tajantes. Quien quiera «salvar» su tranquilidad, su cuenta corriente, su vida
privada, sus intereses.., al margen del evangelio, destruirá su vida para
siempre. Se echará a perder como hombre, pues está prescindiendo del amor.
Por el contrario, quien sepa
«perder» dinero, tiempo, comodidad, tranquilidad.., por vivir el espíritu del
evangelio, salvará su vida. Alcanzará la plenitud de la vida, pues su
existencia se alimenta del amor.
Este planteamiento de Jesús puede
parecernos desconcertante pero nos está indicando el verdadero camino de
nuestra salvación.
Erich Fromm nos ha mostrado cómo los hombres y mujeres
de nuestra época viven obsesionados por «liberarse
de» ataduras, dependencias, compromisos y servidumbres. Pero, luego no
saben qué hacer con esa libertad. No aciertan a «liberarse para» nada grande y constructivo. Quieren «salvarse» y terminan
«perdiéndose» en el vacío, la superficialidad y la total ausencia de un
proyecto de vida enriquecedor.
Por el camino del goce ilimitado
y el egoísmo obsesivo nos echamos a perder. Vamos perdiendo la capacidad de
amar y crear vida.
Necesitarnos aprender a «perder
nuestra vida por el evangelio». Descubrir de nuevo la alegría de una ascesis
creativa, abierta a la solidaridad.
Debemos aprender a renunciar a
muchos placeres para descubrir «el placer», para muchos insospechado, de vivir
sencillamente amando de manera gratuita y desinteresada. Un placer que también
hoy es posible.
José Antonio Pagola
HOMILIA
APRENDER
A CREER
El que pierda su vida por el evangelio, la salvará.
Ascesis, renuncia, sacrificio,
disciplina... Son palabras muy difíciles de entender en la sociedad actual.
Lo importante es disfrutar de la
vida al máximo, ahora mismo, sin límites. Gozar de todo placer. No detenerse
ante nada. Poseer siempre más. No perdernos nada que nos apetezca.
¿Cómo pueden resonar en nuestra
sociedad las palabras de Jesús: «Mirad, el que quiera salvar su vida, la
perderá; pero el que pierda su vida por el evangelio, la salvará»?
Antes de nada, hemos de entender
bien la llamada de Jesús. No se trata de renunciar a esta vida terrena para
alcanzar un día la del cielo. No se trata de menospreciar los valores
materiales para alcanzar los bienes espirituales. Elegir entre esta vida o la
vida futura.
Lo que se le pide al discípulo es
entender su vida en términos de entrega y no de posesión. Apostar por el amor y
la solidaridad, y no por el egoísmo y el acaparamiento.
Las palabras de Jesús son
tajantes. Quien quiera «salvar» su tranquilidad, su cuenta corriente, su vida
privada, sus intereses... al margen del evangelio, destruirá su vida para
siempre. Se echará a perder como hombre, pues está prescindiendo del amor.
Por el contrario, quien sepa
«perder» dinero, tiempo, comodidad, tranquilidad... por vivir el espíritu del
evangelio, salvará su vida. Alcanzará la plenitud de la vida, pues su
existencia se alimenta del amor.
Este planteamiento de Jesús puede
parecernos desconcertante pero nos está indicando el verdadero camino de
nuestra salvación. Erich Fromm nos ha mostrado cómo los hombres y mujeres de
nuestra época viven obsesionados por «liberarse de» ataduras, dependencias,
compromisos y servidumbres. Pero, luego no saben qué hacer con esa libertad. No
aciertan a «liberarse para» nada grande y constructivo. Quieren «salvarse» y
terminan «perdiéndose» en el vacío, la superficialidad y la total ausencia de un
proyecto de vida enriquecedor.
Por el camino del goce ilimitado
y el egoísmo obsesivo nos echamos a perder. Vamos perdiendo la capacidad de
amar y crear vida.
Necesitamos aprender a «perder
nuestra vida por el evangelio». Descubrir de nuevo la alegría de una ascesis
creativa, abierta a la solidaridad.
Debemos aprender a renunciar a
muchos placeres para descubrir «el placer», para muchos insospechado, de vivir
sencillamente amando de manera gratuita y desinteresada. Un placer que también
hoy es posible.
José Antonio Pagola
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