Homilias de José Antonio Pagola
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15 de agosto de 2012
La Asunción de la Virgen María (B)
EVANGELIO
El Poderoso ha hecho
obras grandes por mí; enaltece a los humildes.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 1,39-56
En aquellos días, María se puso
en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la
criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en
grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo
llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que
has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."
María dijo: "Proclama mi
alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque
ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es
santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él
hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en
favor de Abrahán y su descendencia para siempre." María se quedó con
Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
15 de agosto de 2012
Título
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José Antonio Pagola
HOMILIA
MADRE DE
LA ESPERANZA
Madre de
la esperanza.
Hoy es fiesta grande para los
creyentes. Una fiesta que no es sino el eco del anuncio pascual: Cristo ha
resucitado.
También María ha sido resucitada
por Dios. Aquella mujer que supo acoger como nadie la salvación que se le
ofrecía en su propio Hijo, ha alcanzado ya la vida definitiva.
La que supo sufrir junto a la
cruz la injusticia y el dolor de perder a su Hijo, comparte hoy su vida
gloriosa de resucitado y nos invita a caminar por la vida con esperanza.
Porque, antes que nada, la
asunción de María es una fiesta que confirma nuestra esperanza cristiana: hay
salvación para el hombre. Hay una vida definitiva que se ha cumplido ya en
Cristo y que se le ha regalado ya a María en plenitud. Hay resurrección.
María es la Madre de nuestra esperanza. Ella es «la perfectamente redimida» (K. Rahner). En ella se ha realizado ya
de manera eminente y plena lo que esperamos un día vivir también nosotros.
Pero María es sobre todo Madre de
esperanza para los más pobres y los ms crucificados de este mundo. Si María es
grande y bienaventurada para siempre es porque Dios es el Dios de los pobres.
María se alegra de que Dios sea
así. El Dios de los pobres y los humillados. El que ha sabido mirar la
humillación y bajeza de su esclava. El que no se ha detenido ante Popea o
Cleopatra, sino que ha fijado su mirada en una pobre campesina sin aureola,
cultura ni riquezas.
Al cantar hoy el Magnificat, recordemos quién es el Dios
que ha glorificado a María y en el que ella ha puesto todo su gozo y su
esperanza.
No es el Dios neutral e
indiferente en el que, con frecuencia, nosotros pensamos. Es el Dios de los
pobres. «El que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; el
que coIma de bienes a los hambrientos, y a los ricos despide con las manos
vacías».
Estas palabras, como dice J. L. González Faus, «no son palabras de
ningún profeta agresivo ni de ningún guerrillero violento, sino que han brotado
de la ternura, la limpieza y el gozo que caben en el corazón de M .ría; ese
corazón que había guardado la memoria y el gozo de Jesús, quien bendecía al
Padre porque ha ocultado su reino a los aristócratas de la tierra y lo ha
revelado a los poca cosa».
José Antonio Pagola
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