Homilias de José Antonio Pagola
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29 de julio de 2012
17º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Repartió a los que
estaban sentados todo lo que quisieron.
+ Lectura del santo
Evangelio según San Juan. 6, 1-15
En aquel tiempo, Jesús se marchó
a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente,
porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces
a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la
fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía
mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?».
Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le
contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un
pedazo».
Uno de sus discípulos, Andrés,
el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes
de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo:
«Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel
sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes,
dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo
todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie». Los recogieron
y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que
sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el
signo que había hecho, decía: «Este sí que es el Profeta que tenía que venir al
mundo».
Jesús entonces, sabiendo que
iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él
solo.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
29 de julio de 2012
EL GESTO
DE UN JOVEN
De todos los gestos realizados
por Jesús durante su actividad profética, el más recordado por las primeras
comunidades cristianas fue seguramente una comida multitudinaria organizada por
él en medio del campo, en las cercanías del lago de Galilea. Es el único
episodio recogido en todos los evangelios.
El contenido del relato es de una
gran riqueza. Siguiendo su costumbre, el evangelio de Juan no lo llama
"milagro" sino "signo". Con ello nos invita a no quedarnos
en los hechos que se narran, sino a descubrir desde la fe un sentido más
profundo.
Jesús ocupa el lugar central.
Nadie le pide que intervenga. Es él mismo quien intuye el hambre de aquella
gente y plantea la necesidad de alimentarla. Es conmovedor saber que Jesús no
solo alimentaba a la gente con la Buena Noticia de Dios, sino que le preocupaba
también el hambre de sus hijos e hijas.
¿Cómo alimentar en medio del
campo a una muchedumbre numerosa? Los discípulos no encuentran ninguna
solución. Felipe dice que no se puede pensar en comprar pan, pues no tienen
dinero. Andrés piensa que se podría compartir lo que haya, pero solo un
muchacho tiene cinco panes y un par de peces. ¿Qué es eso para tantos?
Para Jesús es suficiente. Ese joven,
sin nombre ni rostro, va hacer posible lo que parece imposible. Su
disponibilidad para compartir todo lo que tiene es el camino para alimentar a
aquellas gentes. Jesús hará lo demás. Toma en sus manos los panes del joven, da
gracias a Dios y comienza a "repartirlos" entre todos.
La escena es fascinante. Una
muchedumbre, sentada sobre la hierba verde del campo, compartiendo una comida
gratuita, un día de primavera. No es un banquete de ricos. No hay vino ni
carne. Es la comida sencilla de la gente que vive junto al lago: pan de cebada
y pescado ahumado. Una comida fraterna servida por Jesús a todos gracias al
gesto generoso de un joven.
Esta comida compartida era para
los primeros cristianos un símbolo atractivo de la comunidad nacida de Jesús
para construir una humanidad nueva y fraterna. Les evocaba, al mismo tiempo, la
eucaristía que celebraban el día del Señor para alimentarse del espíritu y la
fuerza de Jesús, el Pan vivo venido de Dios.
Pero nunca olvidaron el gesto del
joven. Si hay hambre en el mundo, no es por escasez de alimentos sino por falta
de solidaridad. Hay pan para todos, falta generosidad para compartir. Hemos
dejado la marcha del mundo en manos del poder financiero, nos da miedo
compartir lo que tenemos, y la gente se muere de hambre por nuestro egoísmo
irracional.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
26 de julio de 2009
NUESTRO
GRAN PECADO
Tomó los
panes y dijo la acción de gracias.
El episodio de la multiplicación
de los panes gozó de gran popularidad entre los seguidores de Jesús. Todos los
evangelistas lo recuerdan. Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de
Dios se había preocupado de alimentar a una muchedumbre que se había quedado
sin lo necesario para comer.
Según la versión de Juan, el
primero que piensa en el hambre de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es
Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús.
Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano.
Felipe le hace ver que no tienen
dinero. Entre los discípulos, todos son pobres: no pueden comprar pan para tantos.
Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre
en el mundo. Se necesita algo más que dinero.
Jesús les va a ayudar a
vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare
lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que
aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo
sea «cinco panes de cebada y un par de peces».
La actitud de Jesús es la más
sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros
a compartir, si solo sabemos comprar? ¿Quién nos va a liberar de nuestra
indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿Hay algo que nos pueda hacer más
humanos? ¿Se producirá algún día ese "milagro" de la solidaridad real
entre todos?
Jesús piensa en Dios. No es
posible creer en él como Padre de todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas
mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción
de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de
Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos
privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es
nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos.
Al compartir el pan de la
Eucaristía, los primeros cristianos se sentían alimentados por Cristo
resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de Jesús y compartían
sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado
todavía el Espíritu de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
30 de julio de 2006
DADLES
VOSOTROS DE COMER
Dadles
vosotros de comer.
El hecho quedó muy grabado entre
los seguidores de Jesús. Lo narran todos los evangelistas: en cierta ocasión,
Jesús se preocupó de alimentar a una muchedumbre necesitada en un lugar
despoblado. El relato ha sido muy trabajado teológicamente y ya no es posible
reconstruir qué es lo que pudo suceder.
A algunos cristianos la escena
les recordaba a Jesús alimentando al nuevo pueblo de Dios en medio del
desierto. Para otros, era una invitación a dejarse alimentar por él en la
eucaristía. Marcos, el evangelista más antiguo, parece estar pensando en una
llamada a vivir de manera más responsable la solidaridad con los necesitados.
Según este evangelista, los
discípulos se desentienden de aquella gente necesitada y le dicen a Jesús dos
palabras que muestran su falta de solidaridad y su individualismo: «Despídelos», que se vayan a las aldeas,
y «que se compren algo de comer». El
hambre no es problema suyo. Que cada uno se procure su sustento.
Jesús les responde con unas
palabras sorprendentes: «Dadles vosotros
de comer». No hay que «despedir» a nadie en esas condiciones. Es el grupo
de discípulos el que se tiene que preocupar de esta gente necesitada. La
solución no está en el dinero sino en la solidaridad. Con dinero sólo comen los
que lo tienen. Para que todos coman es necesario compartir lo que hay.
El grupo de discípulos reacciona.
Un muchacho tiene «cinco panes de cebada
y un par de peces». No es mucho, pero allí están a disposición de todos.
Jesús pronuncia la «acción de gracias»
a Dios y los pone en una nueva dimensión. Ya no pertenecen en exclusiva ni al
muchacho ni a los discípulos. Son un regalo de Dios. Nadie tiene derecho a
acapararlos mientras hay alguien pasando hambre.
¿Hay algo en el mundo más
escandaloso y absurdo que el hambre y la miseria de tantos seres humanos? ¿Hay
algo más injusto e inhumano que nuestra indiferencia? ¿Hay algo más contrario
al evangelio que desentendernos de los que mueren de hambre?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
27 de julio de 2003
EL
PRÓJIMO LEJANO
¿Qué es
eso para tantos?
Así se titula el sugerente libro
publicado por Jean Claude Lavigne con
la audaz intención de sacudir a los europeos de su «eurocentrismo» y ayudarles
a descubrir la universalidad. Los hombres y mujeres del Norte han de aprender a
hacerse «prójimos» de todos los seres humanos del planeta. Según Lavigne, la tarea es urgente, debido,
sobre todo, a cuatro factores.
Se está produciendo en estos
momentos una radicalización de la miseria, que reviste ya caracteres dramáticos
en los países más pobres. Las situaciones infrahumanas en que viven algunos
pueblos van más allá de todo lo conocido hasta ahora.
Por otra parte, los países del
Norte no tienen experiencia directa de esta miseria. La mayoría de nosotros no
tendrá nunca ocasión de encontrarse cara a cara y en profundidad con hombres y
mujeres que mueren de hambre y sed.
Existe, además, un alejamiento
cultural y lingüístico que hace difícil la comunicación y la sintonía con
pueblos tan distantes de nuestra cultura moderna y de la «sociedad del
bienestar».
Por último, la complejidad de la
actual crisis económica acapara la atención de los pueblos ricos que abandonan
cada vez más a su suerte a los habitantes más pobres de la Tierra.
El primer paso ha de ser no
endurecer el corazón. No ignorar de manera sistemática la información que nos
llega de esos países. No encerrarnos en el «no hay nada que hacer». No
conformarnos con decir que es culpa del sistema económico o que se trata de
pueblos indolentes y perezosos.
El segundo paso consiste en
reaccionar llevando a cabo pequeños gestos, por modestos que nos parezcan o por
escaso que sea su efecto. Aunque sólo haya sido por un momento, en secreto,
alguna vez. Es importante vivir la experiencia de ensanchar nuestra
solidaridad, mirar más allá de nuestro territorio perfectamente delimitado,
sacudir la resignación.
Los gestos pueden ser muchos.
Reducir el presupuesto familiar, colaborar en el envío de productos de primera
necesidad, comprometerse en la campaña contra el hambre, apoyar la acción del
0,7, tomar parte en una marcha de protesta, colaborar con organizaciones de
solidaridad con los pueblos del Sur.
Son gestos aparentemente muy
modestos, pero necesarios para despertar nuestra conciencia, para ayudarnos a
escuchar el grito del «pobre lejano» y para hacemos descubrir la inhumanidad de
una «sociedad de bienestar» olvidada de los hambrientos de la Tierra. La escena
de la multiplicación de los panes es una invitación a compartir más nuestros
bienes, aunque sólo tengamos «cinco
panes» y «un par de peces».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
30 de julio de 2000
RESPONSABLES
Y SOLIDARIOS
¿ Qué es
esto para tantos?
La exégesis contemporánea
descubre en el relato de la multiplicación de los panes un texto muy trabajado
teológicamente en el que es fácil detectar diversas llamadas para entender a
Cristo como fuente de vida, para comprender mejor la cena eucarística o para
vivir de manera más responsable la solidaridad con los necesitados. ¿Cómo leer
hoy este relato en el horizonte de ese tercio de la Humanidad que muere de
hambre y de miseria?
El relato habla de una
muchedumbre necesitada de alimento, en medio de un desierto donde no es posible
satisfacer el hambre. Los discípulos presentan «cinco panes y dos peces», símbolo expresivo de la penuria y
escasez en aquel grupo que podría, sin embargo, alimentarse en las aldeas
cercanas. Así viven hoy millones de seres humanos junto a países ricos donde
hay medios suficientes para alimentar a toda la Humanidad.
¿Qué hacer ante esta situación?
El relato rechaza el fatalismo o las respuestas fáciles nacidas de la
insolidaridad. Los discípulos piensan enseguida en la solución menos
comprometida para ellos: «que vayan a las
aldeas y se compren de comer», es decir, que cada uno resuelva sus
problemas con sus propios medios. Jesús, por el contrario, los llama a la
responsabilidad: «Dadles vosotros de
comer», no los dejéis abandonados a su suerte.
Más tarde, Jesús «levanta los ojos al cielo» para
recordar a todos a ese Dios Padre del que proviene la vida y todo lo que la
alimenta. La vida es un don de Dios y no podemos «levantar nuestros ojos» hacia
Él si privamos a alguien de lo que necesita para vivir. El pan que comemos es
verdaderamente humano cuando es compartido entre todos los hijos de Dios.
El relato culmina con un gesto
que llama a la solidaridad responsable. Los discípulos cambian de actitud y
ponen a disposición de Jesús todo lo que hay entre ellos. Jesús, por su parte,
bendice al Padre y pone toda su fuerza al servicio de aquella muchedumbre
hambrienta. Todos quedan saciados. El «milagro» es signo del mundo querido por
Dios: un mundo fraterno y solidario donde todos compartan dignamente la vida
que reciben de Dios. El relato de Juan insinúa que es en la cena eucarística
donde los creyentes han de alimentar su conciencia fraterna y su responsabilidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
27 de julio de 1997
RESPONSABLES
Aquí hay
un muchacho que tiene cinco panes.
Criticamos, por lo general, con
mucha tranquilidad a la sociedad moderna como injusta, insolidaria y poco
humana porque, en el fondo, pensamos que son otros los que tienen la culpa de
todo. Los verdaderos culpables se encuentran ocultos tras el sistema, son las
multinacionales, los políticos de ciertas naciones poderosas, los mandos
militares... Y, naturalmente, si «ellos» son los culpables, «nosotros» somos
inocentes.
Sin duda, hay culpables y hay,
sobre todo, causas de los males e injusticias, pero hay también una culpa que
está como «diluida» en toda la sociedad y que nos toca a todos. Hemos
interiorizado personalmente un tipo de cultura que nos lleva a pensar, sentir y
tener comportamientos que sostienen y facilitan el funcionamiento de una
sociedad poco humana.
Pensemos, por ejemplo, en la
cultura consumista. Podemos estudiar lo que significa objetivamente una
economía de mercado, la producción masiva de productos, el funcionamiento de la
publicidad y tantos otros factores, pero podemos también analizar nuestra
actuación, la de cada uno de nosotros.
Si yo me dejo modelar por la
cultura consumista, esto significa que valoro más mi propia felicidad que la
solidaridad; que pienso que esta felicidad se obtiene, sobre todo, teniendo
cosas más que mejorando mi modo de ser; que tengo como meta secreta ganar
siempre más y, para ello, tener el mayor éxito profesional y económico.
Esto me puede llevar fácilmente a
considerar como algo «normal» una sociedad profundamente desigual donde cada
uno tiene lo que se merece. Hay individuos eficientes y dinámicos que consiguen
un nivel apropiado a sus esfuerzos, y hay un sector de gentes poco hábiles y
nada trabajadoras que nunca conseguirán un nivel digno en esta sociedad.
A partir de aquí organizamos
nuestra actividad y relaciones de manera «inteligente». Naturalmente, valoramos
la amistad y el compañerismo, la convivencia familiar y el círculo de amigos.
Apreciamos, incluso, los gestos de generosidad y la ayuda al necesitado. Pero
hay que saber calcular. No hemos de perder nunca de vista nuestro propio
interés y provecho. Hay que saber dar «de manera inteligente», ayudar a quien
un día nos podrá corresponder.
Podemos seguir echando la culpa a
otros, pero cada uno somos responsables de este estilo de vida poco humano. Por
eso, es bueno dejarnos sacudir de vez en cuando por la interpelación
sorprendente del evangelio. El relato de la multiplicación de los panes es un
«signo mesiánico» que revela a Jesús como el Enviado a alimentar al pueblo,
pero encierra también una llamada a aportar lo que cada uno pueda tener, aunque
sólo sean cinco panes y dos peces, para alimentarnos todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
24 de julio de 1994
EL
PRÓJIMO LEJANO
¿Qué es
eso para tantos?
Así se titula el sugerente libro
recién publicado por Jean Claude Lavigne
con la audaz intención de sacudir a los europeos de su «eurocentrismo» y
ayudarles a descubrir la universalidad. Los hombres y mujeres del Norte han de
aprender a hacerse «prójimos» de todos los seres humanos del planeta. Según Lavigne, la tarea es urgente, debido,
sobre todo, a cuatro factores.
Se está produciendo en estos
momentos una radicalización de la miseria, que reviste ya caracteres dramáticos
en los países más pobres. Las situaciones infrahumanas en que viven algunos
pueblos van más allá de todo lo conocido hasta ahora.
Por otra parte, los países del
Norte no tienen experiencia directa de esta miseria. La mayoría de nosotros no
tendrá nunca ocasión de encontrarse cara a cara y en profundidad con hombres y
mujeres que mueren de hambre y sed.
Existe, además, un alejamiento
cultural y lingüístico que hace difícil la comunicación y la sintonía con
pueblos tan distantes de nuestra cultura moderna y de la «sociedad del
bienestar».
Por último, la complejidad de la
actual crisis económica acapara la atención de los pueblos ricos que abandonan
cada vez más a su suerte a los habitantes más pobres de la Tierra.
El primer paso ha de ser no
endurecer el corazón. No ignorar de manera sistemática la información que nos
llega de esos países. No encerramos en el «no hay nada que hacer». No conformarnos
con decir que es culpa del sistema económico o que se trata de pueblos
indolentes y perezosos.
El segundo paso consiste en
reaccionar llevando a cabo pequeños gestos, por modestos que nos parezcan o por
escaso que sea su efecto. Aunque solo haya sido por un momento, en secreto,
alguna vez. Es importante vivir la experiencia de ensanchar nuestra
solidaridad, mirar más allá de nuestro territorio perfectamente delimitado,
sacudir la resignación.
Los gestos pueden ser muchos.
Reducir el presupuesto familiar, colaborar en el envío de productos de primera
necesidad, comprometerse en la campaña contra el hambre, apoyar la acción del
0,7, tomar parte en una marcha de protesta, colaborar con organizaciones de
solidaridad con los pueblos del Sur.
Son gestos aparentemente muy
modestos, pero necesarios para despertar nuestra conciencia, para ayudamos a
escuchar el grito del «pobre lejano» y para hacemos descubrir la inhumanidad de
una «sociedad de bienestar» olvidada de los hambrientos de la Tierra. La escena
de la multiplicación de los panes es una invitación a compartir más nuestros
bienes, aunque solo tengamos «cinco
panes» y «un par de peces».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
28 de julio de 1991
LA
RELIGIÓN NO ES UN SEGURO
.... para
proclamarlo rey.
El evangelista Juan termina su
relato de la multiplicación de los panes con un detalle al que apenas se suele
dar importancia, pero que ofrece la clave para evitar una interpretación
equivocada de la misión de Jesús.
Las gentes que han comido pan
hasta saciarse, al descubrir que Jesús puede resolver sus necesidades sin
esfuerzo alguno por su parte, van en su busca para que aquello no acabe.
Quieren que Jesús sea el rey que siga solucionando sus problemas. Y es entonces
precisamente cuando Jesús desaparece.
La misión de Cristo no es
solucionar de manera inmediata los problemas de manutención, bienestar o
progreso, que los hombres tienen que resolver utilizando su inteligencia y sus
fuerzas. Lo que Jesús ofrece no son soluciones mágicas a los problemas, sino un
sentido último y una esperanza que pueden orientar el esfuerzo y la vida entera
del ser humano.
Por eso, es una equivocación
esperar de Cristo una solución más fácil a los problemas. Es una manera falsa
de “hacerlo rey”. Es entonces precisamente cuando el verdadero Cristo
desaparece de nuestra vida, pues siempre que tratamos de manipularlo para
acceder a un nivel de vida más cómodo, estamos pervirtiendo el cristianismo.
Pocas cosas quedan más lejos del
evangelio que esas burdas oraciones al Espíritu Santo, a la Virgen de Fátima o
algún santo concreto que, repetidas un determinado número de veces o publicadas
en la prensa, aseguran de manera casi automática un premio importante de la
lotería, una buena colocación y toda clase de venturas.
Hay, por supuesto, modos más
sutiles de manipular la religión. Durante estos últimos años, se va extendiendo
en Occidente el recurso a ciertas experiencias religiosas como medio para
asegurar el equilibrio síquico de la persona. Ciertamente, la fe encierra una
fuerza sanante para el individuo y la sociedad, pero no hemos de confundir la
religión con la medicina. Sería degradar la religión utilizarla con fines
terapéuticos como si se tratara de uno de tantos remedios útiles.
Como dice muy bien el prestigioso
fundador de la logoterapia, V. Frankl, “la religión no es ningún seguro
con vistas a una vida tranquila, a una ausencia de conflictos en lo posible o a
cualquier otra finalidad psicohigiénica. La religión da al hombre más que la
psicoterapia y exige también más de él”.
La religión aporta sentido,
libera del vacío interior y la desorientación existencial, ayuda a vivir en la
verdad consigo mismo y con los demás, permite integrar la vida desde una
esperanza última. Pero esa misma fe exige al hombre asumir su propia
responsabilidad y luchar por una vida más humana, sin dejar la solución de los
problemas en manos de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
24 de julio de 1988
COMPARTIR
EL PAN
Tomó los
panes y los repartió.
Según los exégetas, la
multiplicación de los panes es un relato arquetípico que nos permite descubrir
el sentido que la eucaristía tenía para los primeros cristianos como gesto de
unos hermanos que saben repartir y compartir lo que poseen.
Según el relato, hay allí una
muchedumbre de personas necesitadas y hambrientas. Los panes y los peces no se
compran sino que se reúnen. Y todo se multiplica y se distribuye bajo la acción
de Jesús que bendice el pan, lo parte y lo hace distribuir entre los
necesitados.
Los cristianos olvidamos con
frecuencia que, para los primeros creyentes, la eucaristía no era sólo una
liturgia ritual sino un acto social en el que cada uno ponía sus bienes a
disposición de los necesitados, repitiendo así el gesto del joven que entrega
sus panes y peces.
En el famoso texto del siglo II
en el que S. Justino nos describe
cómo celebraban los cristianos la eucaristía semanal, se nos dice que cada uno
entrega lo que posee para “socorrer a los huérfanos y las viudas, a los que por
enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles,
a los forasteros de paso y, en una palabra, a cuantos están necesitados».
Durante los primeros siglos
resultaba inconcebible venir a celebrar la eucaristía sin traer algo para
ayudar a los indigentes y necesitados.
Sólo recordaré el severo reproche
de S. Cipriano, obispo de Cartago, a
una rica matrona: «Tus ojos no ven al necesitado y al pobre porque están
oscurecidos y cubiertos de una noche espesa. Tú eres afortunada y rica. Te
imaginas celebrar la cena del Señor sin tener en cuenta la ofrenda. Tú vienes a
la cena del Señor sin ofrecer nada. Tú suprimes la parte de la ofrenda que es
del pobre”.
La colecta de las misas por las
diversas necesidades de las personas no es un añadido postizo y externo a la
celebración eucarística. La misma eucaristía exige repartir y compartir.
Domingo tras domingo los
creyentes que nos acercamos a compartir el pan eucarístico hemos de sentirnos
llamados a compartir más de verdad nuestros bienes con los necesitados.
Este mismo domingo se nos hará
una llamada a ofrecer nuestra ayuda generosa a los que han sido afectados
gravemente por las riadas de estos días.
Sería una contradicción pretender
compartir como hermanos la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a quienes en
estos momentos viven la angustia de un futuro incierto. Jesús no puede bendecir
nuestra mesa si cada uno nos guardamos nuestro pan y nuestros peces.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
28 de julio de 1985
OTRA
SOLUCIÓN
dijo la
acción de gracias y los repartió.
La rica teología del relato de la
multiplicación de los panes puede tener una resonancia muy particular para
estos tiempos de crisis, agotamiento de recursos energéticos, escasez de
trabajo, miseria creciente de los pueblos subdesarrollados.
¿Cómo resolver el problema de la
subsistencia de hombres y pueblos enfrentados a una situación de escasez y
falta de bienes necesarios para una vida digna?
El reláto evangélico propone una
primera solución insuficiente e inviable. No bastarían doscientos denarios para
comprar un pedazo de pan para cada uno.
La solución no está en el dinero.
Los hombres y mujeres sumidos en la necesidad no pueden «comprar pan». Por otra
parte, «comprar pan» significa que hay hombres y pueblos que disponen de
alimentos en abundancia pero que no los ceden si no es imponiendo un precio y
unas condiciones que aumentan su poder sobre los necesitados.
Jesús orienta a sus discípulos
hacia una solución distinta que no cree nuevas dependencias de opresión y
explotación. Una solución enormemente sencilla y que consiste en compartir con
los necesitados lo que tenemos cada uno, aunque sea tan poco y desproporcionado
con la magnitud del problema como los cinco panes y el par de peces de aquel
muchacho.
Pero no hemos de olvidar algo que
el relato quiere subrayar. Jesús, antes de comenzar a repartirlos, pronuncia la
acción de gracias al Padre. Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son
regalo del Padre a la humanidad, podemos ponerlos al servicio de los hermanos.
Al restituir a Dios con su acción de gracias los bienes de la tierra, Jesús los
orienta hacia su verdadero destino que es la comunidad de todos los hombres y
mujeres.
No es posible reconocer
sinceramente a Dios como Padre de los hombres y fuente de todos nuestros bienes
y seguir acaparándolos egoístamente, desentendiéndonos de los pueblos
hambrientos y de los hombres sumidos en la miseria.
Los bienes de la tierra no han de
servir para acrecentar nuestra discordia y mutua explotación sino para crear
mayor fraternidad y comunión.
La vida no se nos ha dado para
hacer dinero sino para hacernos hermanos. La vida consiste en aprender a
convivir y a colaborar en la larga marcha de los hombres hacia la fraternidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
25 de julio de 1982
COMPARTIR
EL PAN
Tomó los
panes, dijo la acción de gracias y los repartió.
Ningún evangelista ha subrayado
tanto como Juan el carácter eucarístico de la «multiplicación de los panes». El
relato evoca claramente la celebración eucarística de las primeras comunidades.
Para los primeros creyentes, la
Eucaristía no era sólo el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor. Era,
al mismo tiempo, una «vivencia anticipada de la fraternidad del reino».
Durante muchos años, hemos
insistido tanto en la dimensión sacrificial de la eucaristía que «el santo
sacrificio de la misa» nos puede hacer olvidar otros aspectos no menos
importantes de la cena del Señor.
Quizás hoy tengamos que recuperar
con más fuerza la Eucaristía como signo y vivencia de la comunión y la
fraternidad que debemos buscar entre nosotros y que no alcanzará su verdadera
plenitud sino en la consumación del reino.
La Eucaristía tendría que ser
para los creyentes una invitación constante a crear fraternidad y a vivir
compartiendo lo nuestro, aunque sea poco, aunque no sea más que los «cinco
panes y los dos peces» que poseamos.
La Eucaristía nos obliga a
preguntarnos qué relaciones existen entre aquellos que la celebramos. Como
«signo de comunión fraterna», la Eucaristía se convierte en burla cuando en
ella participamos todos, creadores de injusticias y víctimas de los abusos, los
que se aprovechan de los demás y los marginados, sin que la celebración parezca
cuestionar seriamente a nadie.
A veces, nos preocupamos de si el
celebrante ha pronunciado las palabras prescritas en el ritual. Hacemos
problema de si hay que comulgar en la boca o en la mano. Y mientras tanto, a
pocos parece preocupar la celebración de una Eucaristía que no es signo de
verdadera fraternidad ni impulso para buscarla.
Y, sin embargo, hay algo que
aparece claro en la tradición de la Iglesia. «Cuando falta la fraternidad,
sobra la Eucaristía» (L.
González-Carvajal). Cuando no hay justicia, cuando no se vive en
solidaridad, cuando no se lucha por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo
por compartir los problemas de los abandonados, la celebración eucarística
queda vacía de sentido.
Con esto no se quiere decir que
sólo cuando se viva entre nosotros una fraternidad verdadera podremos celebrar
la Eucaristía. La cena del Señor es sacramento del reino. No es todavía el
reino mismo.
No tenemos que esperar a que
desaparezca la última injusticia para poder celebrar nuestras Eucaristías. Pero
tampoco podemos seguir celebrándolas sin que nos impulsen a comprometernos en la
lucha contra toda injusticia.
El pan de la Eucaristía nos
alimenta para el amor y no para el egoísmo. Nos impulsa a ir creando una mayor
comunicación y solidaridad, y no un mundo en el que nos desentendamos unos de
otros.
José Antonio Pagola
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