Homilias de José Antonio Pagola
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5 de agosto de 2012
18º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
El que viene a mí no
pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.
+ Lectura del santo
Evangelio según San Juan. 6, 24-35
En aquel tiempo, cuando la gente
vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a
Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le
preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os lo
aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan
hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento
que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este
lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué
obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?». Respondió Jesús:
«La obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado». Le
replicaron: «,Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es
tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:
“Les dio a comer pan del cielo”». Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue
Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el
verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida
al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les
contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que
cree en mí nunca pasará sed».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
5 de agosto de 2012
PAN DE
VIDA
¿Por qué seguir interesándonos
por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede
aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los
problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla un diálogo de gran
interés, que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido
con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse.
¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los
vuelva a alimentar gratis. No piensan en nada más.
Jesús los desconcierta con un
planteamiento inesperado: "Trabajad, no por el alimento que perece, sino
por el que perdura hasta la vida eterna". Pero ¿cómo no preocuparnos por
el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y
debemos trabajar para que nunca le falte a nadie.
Jesús lo sabe. El pan es lo
primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los
hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de
su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano
sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al
Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en
ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de
un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos
de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de
libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del
Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar vida al mundo".
Este Pan, venido de Dios,
"perdura hasta la vida eterna". Los alimentos que comemos cada día
nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden
defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar
vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como ese Pan de
vida eterna. Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir.
Pero, creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza indestructible,
empezar a vivir algo que no terminará con nuestra muerte. Seguir a Jesús es
entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras,
aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón:
"Señor, danos siempre de ese pan". Desde nuestra fe vacilante,
nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizás, solo nos preocupa la
comida de cada día. Y, a veces, solo la nuestra.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
2 de agosto de 2009
EL
CORAZÓN DEL CRISTIANISMO
Que
creáis en el que él os ha enviado.
La gente necesita a Jesús y lo
busca. Hay algo en él que los atrae, pero todavía no saben exactamente por qué
lo buscan ni para qué. Según el evangelista, muchos lo hacen porque el día
anterior les ha distribuido pan para saciar su hambre.
Jesús comienza a conversar con
ellos. Hay cosas que conviene aclarar desde el principio. El pan material es
muy importante. Él mismo les ha enseñado a pedir a Dios «el pan de cada día» para todos. Pero el ser humano necesita algo
más. Jesús quiere ofrecerles un alimento que puede saciar para siempre su
hambre de vida.
La gente intuye que Jesús les está
abriendo un horizonte nuevo, pero no saben qué hacer, ni por dónde empezar. El
evangelista resume sus interrogantes con estas palabras: « y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?
». Hay en ellos un deseo sincero de acertar. Quieren trabajar en lo que
Dios quiere, pero, acostumbrados a pensarlo todo desde la Ley, preguntan a
Jesús qué obras, prácticas y observancias nuevas tienen que tener en cuenta.
La respuesta de Jesús toca el
corazón del cristianismo: «la obra (¡en singular!) que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado».
Dios sólo quiere que crean en Jesucristo pues es el gran regalo que él ha
enviado al mundo. Ésta es la nueva exigencia. En esto han de trabajar. Lo demás
es secundario.
Después de veinte siglos de
cristianismo, ¿no necesitamos descubrir de nuevo que toda la fuerza y la
originalidad de la Iglesia está en creer en Jesucristo y seguirlo? ¿No
necesitamos pasar de la actitud de adeptos de una religión de
"creencias" y de "prácticas" a vivir como discípulos de
Jesús?
La fe cristiana no consiste
primordialmente en ir cumpliendo correctamente un código de prácticas y
observancias nuevas, superiores a las del antiguo testamento. No. La identidad
cristiana está en aprender a vivir un estilo de vida que nace de la relación
viva y confiada en Jesús el Cristo. Nos vamos haciendo cristianos en la medida
en que aprendemos a pensar, sentir, amar, trabajar, sufrir y vivir como Jesús.
Ser cristiano exige hoy una
experiencia de Jesús y una identificación con su proyecto que no se requería
hace unos años para ser un buen practicante. Para subsistir en medio de la
sociedad laica, las comunidades cristianas necesitan cuidar más que nunca la adhesión y el contacto vital con Jesús
el Cristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
EL MEJOR
TRABAJO
Los
trabajos que Dios quiere.
El evangelista Juan va ofreciendo
su visión de la fe cristiana elaborando discursos y conversaciones entre Jesús
y la gente a orillas del lago de Galilea. Jesús les habla de que no trabajen
por cualquier cosa, que no piensen sólo en un «alimento perecedero». Lo importante es trabajar teniendo como
horizonte «la vida eterna».
Sin duda, es así. Jesús tiene
razón. Pero, ¿cuál es el trabajo que quiere Dios? Ésta es la pregunta de la
gente: ¿cómo podemos ocuparnos en los
trabajos que Dios quiere? La respuesta de Jesús no deja de ser
desconcertante. El único trabajo que Dios quiere es éste: «que creáis en el que Dios os ha enviado».
«Creer en Jesús» no es una experiencia
teórica, un ejercicio mental. No consiste simplemente en una adhesión
religiosa. Es un «trabajo» en el que sus seguidores han de ocuparse a lo largo
de su vida. Creer en Jesús es algo que hay que cuidar y trabajar día a día.
«Creer en Jesús» es configurar la
vida desde él, convencidos de que su vida fue verdadera: una vida que conduce a
la vida eterna. Su manera de vivirle a Dios como Padre, su forma de reaccionar
siempre con misericordia, su empeño en despertar esperanza es lo mejor que
puede hacer el ser humano.
«Creer en Jesús» es vivir y
trabajar por algo último y decisivo: esforzarse por un mundo más humano y
justo; hacer más real y más creíble la paternidad de Dios; no olvidar a quienes
corren el riesgo de ser olvidados por todos, incluso por las religiones. Y
hacer todo esto sabiendo que nuestro pequeño compromiso, siempre pobre y
limitado, es el trabajo más humano que podemos hacer.
Por eso, desentendernos de la
vida de los demás, vivirlo todo con indiferencia, encerrados sólo en nuestros
intereses, ignorar el sufrimiento de gente que encontramos en nuestro camino,
son actitudes que encontramos en nuestro camino, son actitudes que indican que
no estamos «trabajando» nuestra fe en Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
3 de agosto de 2003
NOSTALGIA DE ETERNIDAD
Trabajad...
por el alimento que perdura.
Cuando observamos que los años
van deteriorando inexorablemente nuestra salud y que también nosotros nos vamos
acercando hacia el final de nuestros días, algo se rebela en nuestro interior.
¿Por qué hay que morir si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que
estamos hechos para vivir?
El recuerdo de que nuestra vida
se va gastando día a día sin detenerse, hace nacer en nosotros un sentimiento
de impotencia y pena. La vida debería ser más hermosa para todos, más gozosa,
más larga. En el fondo, todos anhelamos una vida feliz y eterna.
Siempre ha sentido el ser humano
nostalgia de eternidad. Ahí están los poetas de todos los pueblos cantando la
fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra
inmortal para la posteridad, o, sencillamente, los padres queriendo perpetuarse
en sus hijos más queridos.
Aparentemente, hoy las cosas han
cambiado. Los artistas afirman no pretender trabajar para la inmortalidad, sino
sólo para la época. La vida va cambiando de manera tan vertiginosa que a los
padres les cuesta reconocerse en sus hijos. Sin embargo, la nostalgia de
eternidad sigue viva aunque, tal vez, se manifieste de manera más ingenua.
Hoy se intenta por todos los
medios detener el tiempo, dando culto a la juventud y a lo joven. El hombre
moderno no cree en la eternidad y, al mismo tiempo, se esfuerza por eternizar
un tiempo privilegiado de su existencia. No es dificil ver cómo el horror al
envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud lleva a veces a
comportamientos cercanos al ridículo.
Se ha hecho a veces burla de los
creyentes diciendo que, ante el temor a la muerte, se inventan un cielo donde
proyectan inconscientemente sus deseos de eternidad. Y apenas critica nadie ese
neorromanticismo moderno de quienes sueñan inconscientemente con instalarse en
una «eterna juventud».
Cuando el hombre busca eternidad,
no está buscando establecerse en la tierra de una manera un poco más
confortable y durar un poco más que en la actualidad. Lo que el hombre anhela
no es perpetuar para siempre esa mezcla de gozos y sufrimientos, éxitos y
decepciones que ya conoce, sino encontrar una vida de calidad definitiva que
responda plenamente a su sed de felicidad.
El evangelio nos invita a «trabajar por un alimento que no perece sino
que perdura dando vida eterna». El creyente es un hombre que se preocupa de
alimentar lo que en él hay de eterno, enraizando su vida en un Dios que vive
para siempre y en un amor que es «más fuerte que la muerte».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
ALGO MÁS
Trabajad
no por el alimento que perece.
Es un tópico hablar hoy de
consumismo. Nos parece lo más normal. Se siguen abriendo nuevos centros
comerciales e hipermercados. Los restaurantes multiplican sus ofertas. Cada vez
es mayor la profusión de productos que uno puede elegir y el número de cadenas
que puede seleccionar. Todo está ahí a nuestra disposición: objetos, servicios,
viajes, música, programas, vídeos.
Ya no son las religiones ni los
pensadores los que marcan las pautas de comportamiento o el estilo de vida. La
«nueva sociedad» está dirigida cada vez más por la moda consumista. Hay que
disfrutar de lo último que se nos ofrece, conocer nuevas sensaciones y
experiencias. La lógica de «satisfacer deseos» lo va impregnando todo desde
niños.
Está naciendo lo que el profesor G. Lipotvesky llama el «individuo-moda»,
de personalidad y gustos fluctuantes, sin lazos profundos, atraído por lo
efímero. Un individuo sin mayores ideales ni aspiraciones, ocupado sobre todo
en disfrutar, tener cosas, estar en forma, vivir entretenido y relajarse. Un
individuo más interesado en conocer el parte meteorológico del fin de semana o
los resultados deportivos que el sentido de su vida.
No hemos de demonizar esta
sociedad. Es bueno vivir en nuestros días y tener tantas posibilidades para
alimentar las diversas dimensiones de la vida. Lo malo es quedarse vacío por
dentro, atrapado sólo por «necesidades superficiales». Dejar de hacer el bien
para buscar sólo el bienestar, vivir ajenos a todo lo que no sea el propio
interés, caer en la indiferencia, olvidar el amor.
No es superfluo recordar en
nuestra sociedad la advertencia de Jesús: «Trabajad
no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida
eterna». El mismo Lipotvesky, que
tanto subraya en sus obras los aspectos positivos de la moda consumista, no
duda en recordar que «el hombre actual se
caracteriza por la vulnerabilidad». Cuando el individuo se alimenta sólo de
lo efímero se queda sin raíces ni consistencia interior. Cualquier adversidad
provoca una crisis, cualquier problema adquiere dimensiones desmesuradas. Es
fácil caer en la depresión o el sinsentido. Sin alimento interior la vida corre
peligro. No se puede vivir sólo de pan. Se necesita algo más.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
3 de agosto de 1997
EL GRITO
A DIOS
Danos
siempre de ese pan.
La oración no es un fenómeno
extraño, propio de personas raras. Es exactamente lo contrario. La verdadera
súplica a Dios sólo puede nacer en el ser humano cuando la persona es capaz de
vivir su existencia hasta el fondo. Pensemos un poco cómo se gesta la oración
en el corazón humano.
El hombre es un «ser de
necesidades». Nunca es plenamente lo que quiere ser, nada satisface del todo su
deseo. Y, al verse necesitado, el ser humano grita: «Tengo hambre, siento miedo, deseo ser amado, estoy
agobiado, me muero.» Este grito es al mismo tiempo una llamada. La persona no sólo grita su necesidad. Su grito se dirige
a alguien para que venga en su ayuda. Independientemente de sus creencias
religiosas, hay un hecho básico que no es posible ignorar. El ser humano es un
mendigo, y su existencia es siempre, de alguna manera, grito, llamada y
petición de ayuda.
Pero el ser humano no sólo
necesita cosas, objetos o soluciones para sus diferentes problemas. En el fondo
de esas necesidades concretas la persona percibe un vacío más hondo, que nada
ni nadie puede colmar. El hombre necesita «salvación».
Podemos negar o ignorar ese vacío último, podemos ocultarlo entre mil
necesidades satisfechas, pero la necesidad de salvación sigue ahí. Cuando la
persona lo capta, su grito se hace súplica a Dios: «Desde lo hondo a ti grito, Señor; escucha mi voz» (Salmo 130, 1).
Es verdad que muchos sólo piden a
Dios cosas. Es cierto también que la oración puede convertirse en una especie
de acción mágica con la que se pretende resolver los problemas y sinsabores de
la vida. Pero la verdadera oración brota siempre de la «necesidad de salvación»
y de la confianza total en Dios, Salvador último del ser humano: «El Señor es mi fuerza y mi energía, él es
mi salvación» (Salmo 118, 14).
El verdadero orante no pide a
Dios cosas. Su corazón busca a Dios por sí mismo. Lo que desea es su presencia
callada, amistosa y salvadora. Le pedimos «el pan de cada día» y cuanto
necesitamos para vivir, pero esas peticiones concretas son expresión de nuestra
necesidad de Dios. Por ello ya san
Agustín advertía así a quien ora: «Dios escucha tu llamada si le buscas a
él. No te escucha si a través de él buscas otras cosas.»
El relato de Juan nos indica que
la gente seguía a Jesús porque les había dado pan hasta saciarse. Jesús les
saca de su error y les habla de otro pan que «da vida al mundo». Sólo entonces brota en ellos la verdadera
oración: «Señor, danos siempre de ese
pan» (Juan 6, 34).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
31 de julio de 1994
SI BUSCAS
A DIOS
El que
viene a mí no pasará hambre.
Hay personas que desean
sinceramente encontrar a Dios, pero no saben qué camino seguir. Sin duda, cada
uno tiene que hacer su propio recorrido personal y nadie nos puede señalar
desde fuera los pasos concretos que hemos de dar, pero hay sugerencias que a todos
nos pueden ayudar. He aquí algunas:
Si buscas a Dios, antes que nada
deja de temerlo. Hay personas que, en cuanto oyen nombrar a Dios, comienzan a
pensar en sus miserias y pecados. Esta clase de miedo a Dios te está alejando
de él. Dios te conoce y te quiere. El sabrá encontrar el camino para entrar en
tu vida, por mediocre que sea.
No tengas prisa. Actúa con calma.
Hay personas que, durante unos días, se mueven mucho, rezan, quieren libros,
buscan métodos para hacer oración; a los pocos días lo abandonan todo y vuelven
a su vida de siempre. Tú camina despacio. Descubre humildemente tu pobreza y
necesidad de Dios. El no está al final de no sé qué esfuerzos. Está ya junto a
ti, deseando hacerte vivir.
Desciende a tu corazón y llega
hasta las raíces más secretas de tu vida. Quítate todas las máscaras. ¿Cómo
ibas a caminar disfrazado al encuentro con Dios? No tienes necesidad de ocultar
tus heridas ni tu desorden. Pregúntate sinceramente: ¿Qué ando buscando en la
vida? ¿Por qué no hay paz en mi corazón? ¿Qué necesito para vivir con más
alegría? Por ahí encontrarás un camino hacia Dios.
Aprende a orar. Te puede hacer
bien buscar un lugar tranquilo y reservar un tiempo apropiado. Al comienzo no
sabrás qué hacer, y te puedes sentir incluso incómodo. Hace tanto tiempo que no
te has parado ante Dios. Busca en la Biblia el libro de los salmos y comienza a
recitar despacio alguno de ellos. Párate solo en aquellas frases que te dicen
algo. Pronto descubrirás que los salmos reflejan tus sufrimientos y tus gozos,
tus anhelos y tu búsqueda de Dios. Cuando hayas aprendido a saborearlos, ya no
los dejarás.
Toma el evangelio en tus manos.
No es un libro más. Ahí encontrarás a Jesucristo: él es el verdadero camino que
te llevará a Dios. Tómate tiempo para leerlo y saborearlo. Se suele decir que
el evangelio es una «regla de vida». Es cierto. Pero, antes que nada, es una
«Buena Noticia». Medita las palabras de Jesús y sus gestos. Sentirás que algo
empieza a moverse en tu corazón. Jesús te irá sanando. Te enseñará a vivir.
Si eres constante y sigues
alimentando tu vida en este pequeño libro en que te encuentras con Cristo, un
día descubrirás cuánta verdad encierran sus palabras: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que
cree en mí no pasará nunca sed.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
4 de agosto de 1991
NOSTALGIA DE ETERNIDAD
Trabajad...
por el alimento que perdura.
Cuando observamos que los años
van deteriorando inexorablemente nuestra salud y que también nosotros nos vamos
acercando hacia el final de nuestros días, algo se rebela en nuestro interior.
¿Por qué hay que morir si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que
estamos hechos para vivir?
El recuerdo de que nuestra vida
se va gastando día a día sin detenerse, hace nacer en nosotros un sentimiento
de impotencia y pena. La vida debería ser más hermosa para todos, más gozosa,
más larga. En el fondo, todos anhelamos una vida feliz y eterna.
Siempre ha sentido el ser humano
nostalgia de eternidad. Ahí están los poetas de todos los pueblos cantando la
fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra
inmortal para la posteridad, o, sencillamente, los padres queriendo perpetuarse
en sus hijos más queridos.
Aparentemente, hoy las cosas han
cambiado. Los artistas afirman no pretender trabajar para la inmortalidad, sino
sólo para la época. La vida va cambiando de manera tan vertiginosa que a los
padres les cuesta reconocerse en sus hijos. Sin embargo, la nostalgia de
eternidad sigue viva aunque, tal vez, se manifieste de manera más ingenua.
Hoy se intenta por todos los
medios detener el tiempo, dando culto a la juventud y a lo joven. El hombre
moderno no cree en la eternidad y, al mismo tiempo, se esfuerza por eternizar
un tiempo privilegiado de su existencia. No es difícil ver cómo el horror al
envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud lleva a veces a
comportamientos cercanos al ridículo.
Se ha hecho a veces burla de los
creyentes diciendo que, ante el temor a la muerte, se inventan un cielo donde
proyectan inconscientemente sus deseos de eternidad. Y apenas critica nadie ese
neorromanticismo moderno de quienes sueñan inconscientemente con instalarse en
una “eterna juventud”.
Cuando el hombre busca eternidad,
no está buscando establecerse en la tierra de una manera un poco más
confortable y durar un poco más que en la actualidad. Lo que el hombre anhela
no es perpetuar para siempre esa mezcla de gozos y sufrimientos, éxitos y
decepciones que ya conoce, sino encontrar una vida de calidad definitiva que
responda plenamente a su sed de felicidad.
El evangelio nos invita a “trabajar por un alimento que no perece sino
que perdura dando vida eterna”. El creyente es un hombre que se preocupa de
alimentar lo que en él hay de eterno, enraizando su vida en un Dios que vive
para siempre y en un amor que es “más fuerte que la muerte”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
31 de julio de 1988
PAN DE
VIDA
Yo soy el
pan de vida.
No son pocas las personas que en
un momento determinado de su vida tienen la impresión de encontrarse en un
callejón sin salida.
Lo que les turba no son los
problemas normales del trabajo, la familia o las mil preocupaciones de la vida
ordinaria, sino un desasosiego interior difícil de explicar.
Ha llegado un momento en que
apenas sienten gusto alguno por la vida. No saben exactamente por qué, pero ya
no aciertan a vivir con cierto gozo. Tal vez no lo revelan a nadie, pero hay en
ellos una especie de vacío interior.
¿Cómo recuperar de nuevo la vida?
¿Qué hacer para sentirse otra vez vivo dentro de uno mismo? ¿Dónde encontrar
una energía liberadora? ¿Cómo abrirse nuevamente al “milagro” de la vida?
Tal vez, antes que nada, hemos de
caer en la cuenta de que lo que necesitamos entonces es descubrir dónde puede
estar “la fuente de la vida” capaz de regenerarnos.
Según ese gran maestro de vida
que fue K G. Dürckheim, recientemente
fallecido en Alemania, el mayor problema de muchos hombres y mujeres hoy es
vivir “aislados del Ser esencial”.
Según el momento o las
circunstancias, una persona puede sentir- se viva o inerte, eufórica o abatida,
vacía o insatisfecha, pero el verdadero problema es vivir “sin raíces»,
separados del fondo misterioso de la existencia, sin contacto con la fuente de
la vida.
Lo sepamos o no, lo que nos
inquieta desde dentro a los hombres es siempre, de alguna manera, el miedo a
perdernos, el desconcierto ante lo absurdo, la angustia ante la soledad. Esa
triple ansiedad marca nuestra vida y hace que siempre andemos buscando seguridad sentido y amor.
Consciente o inconscientemente,
el hombre lleva dentro de sí la nostalgia de una vida que esté por encima de
toda muerte, de un sentido que esté más allá del sentido y sinsentido de este
mundo, de una protección y acogida a las que nada pueda hacer peligrar.
Cuando uno percibe esto con
suficiente hondura, algo le dice por dentro que sólo Dios puede ser la fuente
de la verdadera vida. Nada que no sea Dios nos basta.
Si entonces uno acierta a abrirse
humildemente a Dios, una fuerza liberadora le penetra y regenera. Todo cambia.
Se puede vivir con una confianza diferente, con un sentido nuevo, con verdadera
esperanza.
Entonces se puede intuir la
verdad que encierran las palabras de Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que
viene a mí no pasara hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
4 de agosto de 1985
UN VACIO
DIFICIL DE LLENAR
Yo soy el
pan de vida.
La palabra «religión» suscita hoy
en muchos una actitud defensiva. En bastantes ambientes, el hecho mismo de
plantear la cuestión religiosa provoca malestar, silencios evasivos, un desvío
hábil de la conversación.
Se entiende la religión como un
estadio infantil de la humanidad que está siendo ya superado. Algo que pudo
tener sentido en otros tiempos pero que, en una sociedad adulta y emancipada,
carece ya de todo interés.
Creer en Dios, orar, alimentar
una esperanza final son, para muchos, un modo de comportarse que puede ser
tolerado, pero que es indigno de personas inteligentes y progresistas.
Cualquier ocasión parece buena para trivializar o ridiculizar lo religioso,
incluso, desde los medios públicos de comunicación.
Se diría que la religión es algo
superfluo e inútil. Lo realmente importante y decisivo pertenece a otra esfera:
la del desarrollo técnico y la productividad económica.
A lo largo de estos últimos años
ha ido creciendo entre nosotros la opinión de que una sociedad industrial
moderna no necesita ya de religión pues es capaz de resolver por sí misma sus
problemas de manera racional y científica.
Sin embargo, este optimismo
«a-religioso» no termina de ser confirmado por los hechos. Los hombres viven
casi exclusivamente para el trabajo y para el consumismo durante su tiempo
libre, pero «ese pan» no llena satisfactoriamente su vida.
El lugar que ocupaba
anteriormente la fe religiosa ha dejado en muchos hombres y mujeres un vacío
difícil de llenar y un hambre que debilita las raíces mismas de su vida. F. Heer habla de «ese gran vacío
interior en el que los seres humanos no pueden a la larga vivir sin escoger
nuevos dioses, jefes y caudillos carismáticos artificiales».
Quizás es el momento de
redescubrir que creer en Dios significa ser libre para amar la vida hasta el
final. Ser capaz de buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una
vida fragmentada. Mantener la inquietud de la verdad absoluta sin contentarse
con la apariencia superficial de las cosas. Buscar nuestra religación con el
Trascendente dando un sentido último a nuestro vivir diario.
Cuando se viven días, semanas y
años enteros, sin vivir de verdad, sólo con la preocupación de «seguir
funcionando», no debería de pasar inadvertida la invitación interpeladora de
Jesús: «Yo soy el pan de vida».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
1 de agosto de 1982
¿CREER
DESDE EL BIENESTAR?
Trabajad,
no por el alimento que perece...
Probablemente, son mayoría los
hombres y mujeres que, consciente o inconscientemente, aspiran como ideal
último de su existencia al bienestar y al bien-vivir.
Lo importante es vivir cada vez
mejor, tener linero y disfrutar de una seguridad. El dinero parece ser la
fuente de todas las posibilidades.
El que posee una seguridad
económica, puede aspirar a lograr el reconocimiento de los demás, la
autoafirmación personal y, en definitiva, la felicidad.
Naturalmente, cuando el bienestar
se convierte en el objetivo de nuestra vida, ya no importan demasiado los
demás. Entonces es normal que se desate la competitividad, la insolidaridad, el
acaparamiento injusto.
Alguien ha dicho que en esta
sociedad, «nos hemos quedado sin noticias de Dios». Dios es superfluo. No hace
falta ni combatirlo. Sencillamente se prescinde de él. ¿Por qué?
El ideal del bienestar crea un
modo de vivir tan superficial y tan insensible y ciego para las dimensiones más
profundas del hombre, que ya no parece haber sitio para Dios.
O quizás, algo que no es mucho
mejor. Sólo queda sitio para una religión «rebajada» al plano individual y
privado, donde la religioso se convierte, con frecuencia, en mero alivio de
frustración y problemas individuales.
Entonces, y aún sin ser
conscientes de ello, la religión viene a ser un elemento más de seguridad
personal, al servicio de ese ideal último que es el bienestar.
¿No debemos escuchar hoy más que
nunca los cristianos la queja y las palabras de Jesús junto al Tiberíades?:
«Vosotros me buscáis porque comisteis hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que
perdura, dando vida eterna».
No basta alimentar nuestra vida
de cualquier manera. No es suficiente un bienestar material. El hombre necesita
un alimento capaz de llevarlo hasta su verdadera plenitud. Y ese alimento, lo
creamos o no, es sólo el amor.
Es una equivocación mutilar nuestra
existencia, poniendo toda nuestra esperanza en un bienestar que se acaba en el
momento en que perece nuestra vida.
Sólo el amor da vida definitiva.
Sólo el que sabe ver el dolor de los que sufren y escuchar los gritos de los
maltratados, puede escapar del engañoso atractivo del bienestar y buscar una
vida nueva. Una vida que lleva a los hombres a su plenitud.
José Antonio Pagola
HOMILIA
LO
PRIMERO, LA VIDA
La exégesis moderna no deja lugar
a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta analizar la
trayectoria de su actividad. A Jesús se le ve siempre preocupado de suscitar y
desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna.
Pensemos en su actuación en el
mundo de los enfermos: Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera
disminuida, amenazada e insegura, para despertar en ellos una vida más plena.
Pensemos en su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les
haga vivir una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio.
Pensemos también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia:
Jesús los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.
Como ha subrayado J. Sobrino,
pobres son aquellos para quienes la vida es un carga pesada pues no pueden vivir
con un mínimo de dignidad. Esta pobreza es lo más contrario al plan original
del Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la
creación de Dios aparece allí como viciada y anulada. No es extraño que Jesús
se presente como el gran defensor de la vida ni que la defienda y la exija sin
vacilar, cuando la ley o la religión es vivida «contra la vida».
Ya han pasado los tiempos en que
la teología contraponía «esta vida» (lo natural) y la otra vida (lo natural)
como dos realidades opuestas. El punto de partida, básico y fundamental es
«esta vida» y, de hecho, Jesús se preocupó de lo que aquellas gentes de Galilea
más deseaban y necesitaban que era, por lo menos vivir, y vivir con dignidad.
El punto de llegada y el horizonte de toda la existencia es «vida eterna» y,
por eso, Jesús despertaba en el pueblo la confianza final en la salvación de
Dios.
A veces los cristianos exponemos
la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad,
pocos se enteran de lo que es exactamente el Reino de Dios del que habla Jesús.
Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es
esto: una vida más humana y digna para todos y desde ahora, una vida que
alcance su plenitud en su vida eterna. Por eso se dice de Jesús que «da vida al mundo». (Jn 6, 33).
José Antonio Pagola
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