El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
2º domingo de Cuaresma (C)
EVANGELIO
Mientras oraba, el
aspecto de su rostro cambió.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 9,28b-36
En aquel tiempo, Jesús cogió a
Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña para orar. Y, mientras
oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente, dos hombres
conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban
de su muerte, que se iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían
de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban
con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
- Maestro, qué bien se está
aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando
llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde
la nube decía:
- Éste es mi Hijo, el escogido,
escuchadle.
Cuando sonó la voz, se encontró
Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie
nada de lo que habían visto.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 -
17 de marzo de 2019
ESCUCHAR
A JESÚS
Los cristianos de todos los
tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente "La
transfiguración del Señor". Sin embargo, a los que pertenecemos a la
cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato
redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una
"teofanía" o revelación de Dios.
Sin embargo, el evangelista Lucas
ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje
de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el
comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de
una montaña sencillamente "para
orar", no para contemplar una transfiguración.
Todo sucede durante la oración de
Jesús: "mientras oraba cambió el
aspecto de su rostro ". Jesús, recogido profundamente, acoge la
presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su
identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida
ordinaria de cada día.
En la vida de los seguidores de
Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos
lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y
el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de
Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de
los libros.
Lucas dice que los discípulos
apenas se enteran de nada, pues "se
caían de sueño" y solo "al
espabilarse", captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien
y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que "no sabía lo que decía".
Por eso, la escena culmina con
una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se
asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una
voz: "Este es mi Hijo elegido;
escuchadlo". La escucha ha de ser la primera actitud de los
discípulos.
Los cristianos de hoy necesitamos
urgentemente "interiorizar" nuestra religión si queremos reavivar
nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada,
sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente
preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo
en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y
lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino
desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el
corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2015-2016 -
21 de febrero de 2016
ESCUCHAR
SOLO A JESÚS
Escuchadlo.
La escena es considerada
tradicionalmente como "la
transfiguración de Jesús". No es posible reconstruir con certeza la
experiencia que dio origen a este sorprendente relato. Sólo sabemos que los
evangelistas le dan gran importancia pues, según su relato, es una experiencia
que deja entrever algo de la verdadera identidad de Jesús.
En un primer momento, el relato
destaca la transformación de su rostro y, aunque vienen a conversar con él
Moisés y Elías, tal vez como representantes de la ley y los profetas
respectivamente, sólo el rostro de Jesús permanece transfigurado y
resplandeciente en el centro de la escena.
Al parecer, los discípulos no
captan el contenido profundo de lo que están viviendo, pues Pedro dice a Jesús:
«Maestro, qué bien se está aquí. Haremos
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Coloca a
Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que
a los dos grandes personajes bíblicos. A cada uno su tienda. Jesús no
ocupa todavía un lugar central y absoluto en su corazón.
La voz de Dios le va a corregir,
revelando la verdadera identidad de Jesús: «Éste
es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro transfigurado. No ha de
ser confundido con los de Moisés o Elías, que están apagados. «Escuchadle a él». A nadie más. Su
Palabra es la única decisiva. Las demás nos han de llevar hasta él.
Es urgente recuperar en la
Iglesia actual la importancia decisiva que tuvo en sus comienzos la experiencia
de escuchar en el seno de las comunidades cristianas el relato de Jesús
recogido en los evangelios. Estos cuatro escritos constituyen para los
cristianos una obra única que no hemos de equiparar al resto de los libros
bíblicos.
Hay algo que sólo en ellos
podemos encontrar: el impacto causado por Jesús a los primeros que se sintieron
atraídos por él y le siguieron. Los evangelios no son libros didácticos que
exponen doctrina académica sobre Jesús. Tampoco biografías redactadas para
informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Son "relatos de conversión" que invitan al cambio, al
seguimiento a Jesús y a la identificación con su proyecto.
Por eso piden ser escuchados en
actitud de conversión. Y en esa actitud han de ser leídos, predicados,
meditados y guardados en el corazón de cada creyente y de cada comunidad. Una
comunidad cristiana que sabe escuchar cada domingo el relato evangélico de
Jesús en actitud de conversión, comienza a transformarse. No tiene la Iglesia
un potencial más vigoroso de renovación que el que se encierra en estos cuatro
pequeños libros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
24 de febrero de 2013
ESCUCHAR
A JESÚS
Los cristianos de todos los
tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente "La
transfiguración del Señor". Sin embargo, a los que pertenecemos a la
cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato
redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una
"teofanía" o revelación de Dios.
Sin embargo, el evangelista Lucas
ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje
de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el
comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de
una montaña sencillamente "para
orar", no para contemplar una transfiguración.
Todo sucede durante la oración de
Jesús: "mientras oraba, el aspecto
de su rostro cambió". Jesús, recogido profundamente, acoge la
presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su
identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida
ordinaria de cada día.
En la vida de los seguidores de
Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos
lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y
el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de
Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de
los libros.
Lucas dice que los discípulos
apenas se enteran de nada, pues "se
caían de sueño" y solo "al
espabilarse", captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien
y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que "no sabía lo que decía".
Por eso, la escena culmina con
una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se
asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una
voz: "Este es mi Hijo, el escogido.
Escuchadle". La escucha ha de ser la primera actitud de los
discípulos.
Los cristianos de hoy necesitamos
urgentemente "interiorizar" nuestra religión si queremos reavivar
nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada,
sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente
preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo
en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y
lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino
desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el
corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
28 de febrero de 2010
ESCUCHAR
SOLO A JESÚS
(Ver homilía del ciclo C del
21-02-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
4 de marzo de 2007
EXPERIENCIA
NUEVA
Este es
mi Hijo, el escogido, escuchadle.
Para captar la verdadera
identidad de Jesús, lo más decisivo no es estudiar, sino vivir una experiencia
diferente: subir con él a lo alto de una
montaña. Levantar el espíritu, mirar la vida desde un horizonte más elevado
y no dejarnos arrastrar siempre por la rutina y la inercia que tiran de
nosotros hacia abajo. Es lo primero que nos dice el relato de la
«transfiguración de Jesús».
La escena es atractiva. Mientras
Jesús «ora», el aspecto de su rostro
cambia. Los discípulos que están orando con él, comienzan a verlo de otra
manera. Es Jesús, su maestro querido de siempre, pero en su rostro comienzan a
contemplar el destello de algo nuevo.
Sin embargo, junto a él siguen
viendo a dos personajes muy queridos por la tradición judía. Moisés, el hombre
que ha guiado al pueblo hasta el país de la libertad y le ha dotado de leyes y
normas para vivir en paz. Y Elías, el profeta de fuego, que ha luchado contra
nuevos ídolos que han surgido en Israel.
Los discípulos no parecen
entender gran cosa. Están como aturdidos por el sueño. Pedro propone hacer tres
tiendas, una para cada uno. No ha captado la novedad de Jesús. Lo pone en el
mismo plano que a Moisés y Elías.
La voz que sale de una nube lo
aclara todo: Éste es mi Hijo, el
escogido; escuchadle a él. No escuchéis a Moisés o Elías, escuchad a Jesús.
Sólo él es el Hijo. Escogedle a él
porque es el escogido por Dios.
Los cristianos hemos de poner en
el centro de nuestra fe a Jesús, no a Moisés. Dejarnos conducir por Jesús hacia
el amor, no hacia la ley. Es un error confundir a Dios con un conjunto de
obligaciones interiorizadas durante años en nuestra conciencia. Dios está más
allá de esas leyes. Quien escucha a Jesús lo va encontrando como fuente de
Amor.
Hemos de poner en el centro de
nuestro corazón a Jesús, no a Elías. Nadie como él puede liberarnos de los
ídolos que albergamos dentro de nosotros. Ídolos construidos por nuestros
miedos, fantasmas y deseos de seguridad y bienestar. Es muy difícil quitarle a
uno sus «dioses», pues se queda como vacío e indefenso. Quien escucha a Jesús
se va llenando de la fuerza y de la vida que da Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
7 de marzo de 2004
¿A QUIÉN
ESCUCHAR?
Escuchadlo.
Los cristianos han oído hablar
desde niños de una escena evangélica llamada tradicionalmente «la transfiguración de Jesús». Ya no es
posible saber con seguridad cómo se originó el relato. Quedó recogida en la
tradición cristiana sobre todo por dos motivos: les ayudaba a recordar la
«realidad oculta» encerrada en Jesús y les invitaba a «escucharle» sólo a él.
En la cumbre de una «montaña
alta» los discípulos más cercanos ven a Jesús con el rostro «transfigurado». Le acompañan dos
personajes legendarios de la historia de Israel: Moisés, el gran legislador del
pueblo, y Elías, el profeta de fuego, que defendió a Dios con celo abrasador.
La escena es sugerente. Los dos
personajes, representantes de la Ley y los Profetas, tienen el rostro apagado:
sólo Jesús irradia luz. Por otra parte, no proclaman mensaje alguno, vienen a «conversar» con Jesús: sólo éste tiene
la última palabra. Sólo él es la clave para leer cualquier otro mensaje.
Pedro no parece haberlo entendido.
Propone hacer «tres chozas», una para
cada uno. Pone a los tres en el mismo plano. La Ley y los Profetas siguen
ocupando el sitio de siempre. No ha captado la novedad de Jesús. La voz salida
de la nube va a aclarar las cosas: «Este
es mi Hijo amado. Escuchadle». No hay que escuchar a Moisés o Elías sino a
Jesús, el «Hijo amado». Sólo sus palabras y su vida nos descubren la verdad de
Dios.
Vivir escuchando a Jesús es una
experiencia única. Por fin, estás escuchando a alguien que dice la verdad.
Alguien que sabe por qué y para qué hay que vivir. Alguien que ofrece las
claves para construir un mundo más justo y más digno del ser humano.
Entre los seguidores de Jesús no
se vive de cualquier creencia, norma o rito. Una comunidad se va haciendo
cristiana cuando va poniendo en su centro el evangelio y sólo el evangelio. Ahí
se juega nuestra identidad. No es fácil imaginar un hecho colectivo más
humanizador que un grupo de creyentes escuchando juntos el «relato de Jesús».
Cada domingo podrán sentir su llamada a mirar la vida con ojos diferentes y a
vivirla con más sentido y responsabilidad, construyendo un mundo más habitable.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
11 de marzo de 2001
PERDIDOS
Escuchadlo.
Uno de los datos más importantes
del hombre contemporáneo es lo que los expertos llaman «pérdida de referentes».
Todos lo podemos comprobar: la religión va perdiendo fuerza en las conciencias;
se va diluyendo la moral tradicional; ya no se sabe a ciencia cierta quién
puede poseer las claves que orienten la existencia.
Bastantes educadores no saben qué
decir ni en nombre de quién hablar a sus alumnos acerca de la vida. Los padres
no saben qué «herencia espiritual» dejar a sus hijos. La cultura se va
transformando en modas sucesivas. Los valores del pasado interesan menos que la
información de lo inmediato.
Son muchos los que no saben muy
bien dónde fundamentar su vida ni a quién acudir para orientarla. No se sabe
dónde encontrar los criterios que puedan regir la manera de vivir, pensar, trabajar,
amar o morir. Todo queda sometido al cambio constante de las modas o de los
gustos del momento.
Es fácil constatar ya algunas
consecuencias. Si no hay a quién acudir, cada uno ha de defenderse como pueda y
construir a solas su existencia. Algunos viven con una «personalidad prestada»
alimentándose de la cultura de la información. Hay quienes buscan algún
sucedáneo en las sectas o adentrándose en el mundo seductor de lo «virtual».
Por otra parte, son cada vez más los que viven perdidos y como indefensos ante
la existencia. No tienen meta ni proyecto. Pronto se convierten en presa fácil
de cualquiera que pueda cubrir sus deseos inmediatos.
Necesitamos reaccionar. Vivir con
un corazón más atento a la verdad última de la vida; detenernos para escuchar
las necesidades más hondas de nuestro ser; sintonizar con nuestro verdadero yo.
Tal vez entonces se despierte en nosotros la necesidad de escuchar un mensaje
diferente. Tal vez entonces hagamos un espacio mayor a Dios.
La escena evangélica de Lucas
recobra un hondo sentido en nuestros tiempos. Según el relato, los discípulos
«se asustan» al quedar cubiertos por una nube. Se sienten solos y perdidos. En
medio de la nube escuchan una voz que le dice: «Éste es mi Hijo, el escogido. Escuchadlo». Es difícil vivir sin
escuchar una voz que ponga luz y esperanza en nuestro corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
8 de marzo de 1998
ESCUCHADLE
Éste es
mi Hijo... escuchadle.
Se ha dicho que los hombres y
mujeres de hoy, sumidos en una civilización inmisericorde donde mandan el
dinero, el mercado, la competitividad, el fracaso de los débiles y el triunfo
de los fuertes, corremos el riesgo de olvidar qué significa ser «humano». Cada
vez nos parece más normal vivir para ganar, poseer y triunfar. ¿Quién va a
pensar en crecer como persona y ser cada día mejor en una cultura donde parece
prohibida la piedad, el perdón o cualquier signo de debilidad por el que sufre?
Estremece escuchar a ensayistas
lúcidos como Jean Onimus cuando nos
hacen ver cómo está emergiendo una sociedad mecanizada y sin espíritu que,
arruinada por la sed alocada de consumo y esclavizada por su propia técnica, «hace callar a los poetas... transforma la
música en estrépito, la danza en gimnasia deportiva, y el amor en proezas
fisiológicas».
Está emergiendo entre nosotros un
hombre inteligente, hábil, organizado, pero sin corazón, sin conciencia y sin
profundidad. Un hombre sin inquietud espiritual y sin preguntas. El «hombre
ideal» para una sociedad perfectamente organizada y programada donde el
principal objetivo es que la vida «funcione».
Sería, sin embargo, un error
quedarnos en visiones catastrofistas. Es fácil apreciar ahora mismo el deseo
creciente por encontrar una luz nueva. ¿Dónde hay un sentido, un ideal capaz de
iluminar el horizonte? ¿Dónde podemos encontrar una utopía que nos mantenga en
pie? ¿Quién puede hacer a este hombre más humano? ¿Quién puede despertar de
nuevo la esperanza?
Las Iglesias no parecen responder
a lo que espera y necesita el hombre moderno. Sus doctrinas se convierten con
frecuencia en abstracciones que apenas interesan a nadie. Sus esquemas
mentales, sus costumbres y tradiciones pertenecen al pasado. Su palabra parece
haberse secado. También ellas necesitan que alguien despierte su espíritu.
Hoy más que nunca hemos de
orientar nuestro corazón hacia Cristo. Él es el único que puede decirnos algo
nuevo y diferente. El relato evangélico nos recuerda la invitación divina: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
12 de marzo de 1995
LECTIO
DIVINA
Escuchadlo.
Entre todos los métodos posibles
de leer la Biblia desde la fe se está revalorizando cada vez más en algunos
sectores cristianos el todo llamado «lectio
divina» muy apreciado en otros tiempos, sobre todo, en los monasterios.
Consiste fundamentalmente en una lectura meditada de la Biblia, orientada
directamente a suscitar el encuentro con Dios y la escucha de su Palabra en el
fondo del corazón. Esta forma de leer el texto bíblico exige dar diversos
pasos.
Lo primero es leer el texto tratando de captar su
sentido original y evitando cualquier interpretación arbitraria o subjetiva. No
es legítimo hacerle decir a la Biblia cualquier cosa, tergiversando su sentido
real. Hemos de comprender el texto empleando todas las ayudas que tengamos a
mano: una buena traducción, las notas de la Biblia, algún comentario sencillo.
La meditación supone un paso más. Ahora se trata de acoger la Palabra
de Dios meditándola en el fondo del corazón. Para ello se comienza por repetir
despacio las palabras fundamentales del texto tratando de asimilar su mensaje y
hacerlo nuestro. Los antiguos decían que es necesario «masticar» o «rumiar» el
texto bíblico, «hacerlo descender de la cabeza
al corazón». Este momento pide recogimiento y silencio interior, fe en Dios
que me habla, apertura dócil a su voz.
El tercer momento es la oración. El lector pasa ahora de una
actitud de escucha a una postura de respuesta. Esta oración es necesaria para
que se establezca el diálogo entre el creyente y Dios. No hace falta para ello
hacer grandes esfuerzos de imaginación ni inventar hermosos discursos. Basta
preguntarse con sinceridad. «Señor, ¿qué me quieres decir a través de este
texto?, ¿a qué me llamas en concreto?, ¿qué confianza quieres sembrar en mi
corazón?»
Se puede pasar a un cuarto
momento que suele ser designado como contemplación
o silencio ante Dios. El creyente
descansa en Dios acallando otras voces. Es el momento de estar ante él escuchando
sólo su amor y su misericordia, sin ninguna otra preocupación o interés.
Por último, es necesario recordar
que la verdadera lectura de la Biblia termina en la vida concreta y que el
criterio para verificar si hemos escuchado a Dios es nuestra conversión. Por eso es necesario pasar
de la «Palabra escrita» a la «Palabra vivida» y pensar qué cambio o
transformación nos exige la Palabra de Dios que hemos escuchado. San Nilo, venerable Padre del desierto
decía: «Yo interpreto la Escritura con mi
vida. »
Según el relato lucano de la
escena del Tabor, los discípulos escuchan esta invitación: «Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo. » Una forma de hacerlo
es aprender a leer el evangelio de Jesús con este método de lectura.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
15 de marzo de 1992
MIEDO AL
SILENCIO
Se
asustaron al entrar en la nube.
El hombre contemporáneo se está
quedando poco a poco sin silencio. El ruido se va apoderando de los ambientes y
los hogares, de las mentes y los corazones, impidiendo a las personas vivir en
paz y armonía.
Sería una ingenuidad pensar que
el ruido sólo está fuera de nosotros, en el estrépito de la motocicleta que
pasa o el alboroto del piso vecino. El ruido está dentro de cada uno, en esa
agitación y confusión que reina en nuestro interior o en esa prisa y ansiedad
que nos destruye desde dentro.
Incluso podemos decir que
crispaciones y problemas externos que atormentan a muchos son, con frecuencia,
una proyección de problemas y desequilibrios que no han sido resueltos en el
silencio del corazón.
Por eso, el silencio no se
recupera solamente insonorizando las habitaciones del hogar o retirándose al
campo durante el fin de semana. Es necesario, sobre todo, aprender a entrar en
uno mismo y crear ese clima de recogimiento personal indispensable para
reconstruir nuestro interior.
La persona cogida por el ruido y
la agitación corre el riesgo de no conocerse a sí misma sino de manera
superficial. Por eso, tal vez, lo primero es encontrarnos con nosotros mismos. Conocer
mejor a ese personaje extraño que se agita a lo largo del día y que soy «yo»
mismo.
Esto sólo es posible cuando uno
se atreve a poner en orden esa confusión interior, haciéndose las preguntas
fundamentales de todo ser humano: «Qué busco yo en la vida? ¿Por qué me afano?
¿Qué amo? ¿Dónde pongo yo mi felicidad?»
Preguntas que se nos pueden hacer
insoportables pues fácilmente despiertan en nosotros sensaciones diversas de
fracaso, mediocridad, pecado o desesperanza. Entonces el silencio se hace
oscuro y tenebroso. Da miedo entrar en uno mismo y penetrar en el fondo de la
existencia.
Así se encuentran aquellos
discípulos a los que Jesús ha alejado del ruido y la agitación, para
conducirlos a lo alto de una montaña a orar. Se asustan al entrar en la nube
que comienza a cubrirlos. Su temor sólo desaparece cuando, desde el interior de
la nube, escuchan una voz que les dice: «Este
es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
El creyente nunca está solo en su
silencio. Alguien lo acompaña y sostiene desde dentro. Siempre puede escuchar
esa voz de Jesucristo que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestro
pecado y despierta de nuevo en nosotros la esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
19 de febrero de 1989
CARICATURAS
DE DIOS
Escuchadle
a Él.
Uno de los mayores riesgos de los
creyentes es ir llenando la palabra “Dios” de cualquier contenido y seguir
pensando todavía que uno cree e invoca al Dios verdadero.
Más aún.
Con bastante frecuencia, nuestra imagen deformada de Dios puede ser, de manera
inconsciente, el mayor obstáculo para descubrir el verdadero rostro de Dios.
Los Obispos nos han recordado las
deformaciones más usuales entre nosotros. Deformaciones que cuando se viven de
manera extrema son auténticas caricaturas de Dios.
El “Dios intimista” que nos compensa de
nuestras frustraciones, nos consuela en nuestras tribulaciones y nos
tranquiliza en la ansiedad, pero no nos estimula a vivir la fraternidad y la
solidaridad con el necesitado.
El “Dios de nuestros intereses” puesto al
servicio de cruzadas y estrategias políticas diferentes, utilizado para
“rearmes religiosos” interesados y apoyo de ideologías de un signo y otro.
El “Dios popular” con quien se negocian favores temporales y eternos a
base de promesas, ritos y oraciones.
El “Dios riguroso” y terrible, reflejo de una sociedad autoritaria, en
quien es difícil confiar o el “Dios
permisivo” y complaciente de los nuevos tiempos, que no exige ni inquieta
porque le hacemos decir sólo lo que queremos oír de Él.
El “Dios encerrado” en una parcela privada
de nuestra vida, que no tiene apenas influencia alguna en esferas importantes
de nuestra vida como los negocios, la profesión, la actividad pública o el
comportamiento sexual.
El “Dios irrelevante” que no tiene apenas impacto alguno en la vida
real de cada día y cuya desaparición no cambiaría de manera notable la
existencia de ios que se dicen creyentes.
¿Dónde
purificar nuestras imágenes deformadas de Dios y descubrir cada vez con más
pureza el verdadero rostro de Dios?
El verdadero camino es
Jesucristo. Los discípulos han escuchado la invitación: “Este es mi Hijo
escogido. Escuchadle a Él”.
Los Obispos nos lo vuelven a
recordar en esta cuaresma. Para acoger al verdadero Dios es necesario seguir a
Jesús, escuchar su mensaje, vivir su experiencia, dejarse animar por su
Espíritu.
Los
creyentes no deberíamos olvidar que una de las primeras tareas de toda
generación cristiana es purificar su fe de tantas adherencias y deformaciones,
volviendo de nuevo a Jesucristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
23 de febrero de 1986
¿DONDE
ESCUCHAR LA BUENA NOTICIA?
Este es
mi Hijo, el escogido. Escuchadlo.
Nos habíamos llegado a creer que
el progreso científico y el desarrollo de la técnica iban a ofrecernos por fin
la felicidad y el sosiego que anda buscando siempre nuestro corazón.
Hoy nos vemos obligados a abrir
los ojos y reconocer que el progreso técnico ha sido fuente de bienestar y de
elevación humana, pero que ha generado también dolorosas esclavitudes.
Las
soluciones que hemos encontrado hasta ahora son «respuestas incompletas a las
aspiraciones humanas». Poco a poco, se va extendiendo entre nosotros la oscura
sensación de que el hombre no es capaz de salvarse radical y totalmente a sí
mismo.
Tenemos medios de vida pero no
sabemos exactamente para que vivir. Nos lanzamos al disfrute intenso de la
vida, pero nos sentimos cada vez más insatisfechos.
Deseamos y necesitamos paz pero
presentimos que la misma supervivencia del hombre está gravemente amenazada por
el militarismo, el terrorismo y las modernas armas nucleares.
Los jóvenes han buscado, por su
parte, en la «liberación sexual» una nueva plenitud. Pero muchos de ellos se
debaten hoy entre el aburrimiento de la vida, la tentación de la droga y el
fantasma del paro.
El hombre de hoy inseguro e
insatisfecho comienza a buscar algo nuevo. Las nuevas generaciones viven
decepcionadas pero expectantes. Están cayendo innumerables sueños y esperanzas,
pero la humanidad busca «el resurgir de la esperanza». ¿Dónde escuchar la Buena
Noticia que estamos necesitando oír?
El relato evangélico nos recuerda
aquella voz que conmovió a los discípulos y que debería resonar también hoy en
el corazón de esta profunda crisis que vive la humanidad: «este es mi Hijo
amado. Escuchadlo».
Pero, ¿dónde escuchar hoy la
Buena Noticia de Jesús? ¿Dónde comprobar la energía salvadora y humanizadora
que encierra el proyecto de vida impulsado por Cristo? ¿Dónde encontrarse con
la fuerza liberadora del evangelio?
Los Obispos nos hacen una llamada
urgente en su carta pastoral. Sólo unas iglesias que se esfuerzan por ser
coherentes con las exigencias del evangelio podrán tener la credibilidad
suficiente como para ofrecer a Cristo como «la clave, el centro y el fin de la
historia humana».
Sólo unos hombres que sepan vivir
como «hombres nuevos», liberados de tantas «esclavitudes modernas», con un
estilo de vida sencillo, solidario y servicial, animados por una profunda
alegría interior, incansables en su fe en el Padre, pueden hacer creíble hoy el
evangelio de Jesucristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
27 de febrero de 1983
VIVIR
ANTE EL MISTERIO
Este es
mi Hijo... Escuchadle.
El hombre moderno comienza a
experimentar la insatisfacción que produce en su corazón el vacío interior, la
banalidad de lo cotidiano, la superficialidad de nuestra sociedad, la
incomunicación con el misterio.
Son bastantes los que, a veces de
manera vaga y confusa, otras de manera clara y precisa, sienten una decepción y
un desencanto inconfesable frente a una sociedad que despersonaliza a los
hombres, los aliena y vacía interiormente y los incapacita para abrirse al
Trascendente.
El hombre actual ha absolutizado
el poder de la razón y no tolera que algo se le escape a su dominio
todopoderoso.
La trayectoria seguida por la
humanidad es fácil de describir. El hombre ha ido aprendiendo a utilizar con
una eficacia cada vez mayor el instrumento de su razón.
Ha ido acumulando un número cada
vez mayor de datos. Ha sistematizado sus conocimientos en ciencias cada vez ms
complejas. Ha transformado las ciencias en técnicas cada vez ms poderosas para
dominar el mundo y la vida del hombre.
Este caminar apasionante del
hombre a lo largo de los siglos tiene un riesgo. Inconscientemente, hemos
terminado por creer que la razón nos llevará a la liberación total.
El hombre actual no acepta el
misterio. Y, sin embargo, el misterio está presente en lo más profundo de
nuestra existencia.
El hombre puede conocer y dominar
todo. Pero no puede conocer y dominar ni su origen ni su destino último. Y lo
más racional sería reconocer que estamos envueltos en algo que nos trasciende y
que la vida del hombre se debe mover humildemente en un horizonte de misterio.
En el mensaje de Jesús hay una
invitación escandalosa para los oídos modernos: No todo se reduce a la razón.
El hombre debe aprender a vivir ante el misterio. Y el misterio tiene un
nombre. Dios, nuestro Padre, que nos acoge y acepta radicalmente y nos llama a
vivir como hermanos.
Quizás el mayor problema del
hombre contemporáneo sea el haberse incapacitado para orar y dialogar con un
Padre. Estamos huérfanos y no acertamos a entendernos como hombres radicalmente
hermanos.
También hoy, en medio de nubes y
oscuridad, se puede oír una voz que nos sigue asustando a los hombres: «Este es
mi Hijo... Escuchadle».
José Antonio Pagola
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