El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
San Pedro y San Pablo, apóstoles
EVANGELIO
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19
Tu eres
Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.
En aquel tiempo, al llegar a la
región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-«¿Quién dice la gente que es el
Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
-«Unos que Juan Bautista, otros
que Elías, otros que Jeremias o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
-«Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y
dijo:
-«Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de
Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre
que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de
los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que
no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2012-2013 -
29 de junio de 2014
SOLO
JESÚS EDIFICA LA IGLESIA
El episodio tiene lugar en la
región pagana de Cesarea de Filipo. Jesús se interesa por saber qué se dice
entre la gente sobre su persona. Después de conocer las diversas opiniones que
hay en el pueblo, se dirige directamente a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?”.
Jesús no les pregunta qué es lo
que piensan sobre el sermón de la montaña o sobre su actuación curadora en los
pueblos de Galilea. Para seguir a Jesús, lo decisivo es la adhesión a su persona. Por eso, quiere saber qué es lo
que captan en él.
Simón toma la palabra en nombre
de todos y responde de manera solemne: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
vivo”. Jesús no es un profeta más entre otros. Es el último Enviado de Dios a
su pueblo elegido. Más aún, es el Hijo del Dios vivo. Entonces Jesús, después
de felicitarle porque esta confesión sólo puede provenir del Padre, le dice:
“Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Las palabras son muy precisas. La
Iglesia no es de Pedro sino de Jesús. Quien edifica la Iglesia no es Pedro,
sino Jesús. Pedro es sencillamente “la piedra” sobre la cual se asienta “la
casa” que está construyendo Jesús. La imagen sugiere que la tarea de Pedro es
dar estabilidad y consistencia a la Iglesia: cuidar que Jesús la pueda
construir, sin que sus seguidores introduzcan desviaciones o reduccionismos.
El Papa Francisco sabe muy bien
que su tarea no es “hacer las veces de Cristo”, sino cuidar que los cristianos
de hoy se encuentren con Cristo. Esta es su mayor preocupación. Ya desde el
comienzo de su servicio de sucesor de Pedro decía así: “La Iglesia ha de llevar
a Jesús. Este es el centro de la Iglesia. Si alguna vez sucediera que la
Iglesia no lleva a Jesús, sería una Iglesia muerta”.
Por eso, al hacer público su
programa de una nueva etapa evangelizadora, Francisco propone dos grandes
objetivos. En primer lugar, encontrarnos con Jesús, pues “él puede, con su novedad, renovar nuestra
vida y nuestras comunidades... Jesucristo puede también romper los esquemas
aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo”.
En segundo lugar, considera
decisivo “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio”
pues, siempre que lo intentamos, brotan nuevos caminos, métodos creativos,
signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo
actual”. Sería lamentable que la invitación del Papa a impulsar la renovación
de la Iglesia no llegara hasta los cristianos de nuestras comunidades.
José Antonio Pagola
HOMILIA
EL
SERVICIO DE PEDRO
Jesús conversa con sus discípulos
en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El
episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente,
quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús
con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones
sobre él.
Lo primero que hay que aclarar es
quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus
discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de
todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el
Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y
origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y
gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.
Jesús le felicita: «Dichoso tú…
porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano
«de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el
Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa
categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al
Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.
Jesús hace a continuación una
promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre testa piedra yo edificaré mi Iglesia».
La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él
quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es
suya. Nace de él.
Pero Jesús no es un insensato que
construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y
firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es
inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús.
Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.
Este es el gran servicio de Pedro
y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo»,
sino «hijo de Jonás». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el
centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos
a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la
verdadera fe.
José Antonio Pagola
HOMILIA
CONSTRUIR
LA IGLESIA DE JESÚS
Sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia.
La Iglesia que conocemos hoy
entre nosotros se nos ofrece como una organización sociológica que abarca a
todos los ciudadanos que son registrados como bautizados a los pocos días de su
nacimiento.
No es fácil ver en ella a la
comunidad de los que han descubierto el evangelio, han creído con gozo en
Jesucristo salvador e intentan vivir desde las exigencias y la esperanza del
mensaje de Jesús.
La Iglesia ha venido a ser en
nuestra sociedad una institución de la que no se puede decir que sea el
conjunto de hombres y mujeres que se esfuerzan por vivir de acuerdo con el
evangelio.
La pertenencia a la Iglesia no se
debe a que una persona haya descubierto a Jesucristo y se convierta a la fe,
sino, sencillamente, a que ha nacido en un familia de bautizados. En
consecuencia, los miembros de la Iglesia no son necesariamente los convertidos
al evangelio, sino los nacidos en determinados países «cristianos» o en
determinados grupos sociológicos. De esta manera, la Iglesia deja de ser la
comunidad de convertidos a Jesús y se configura como la masa de bautizados que
piden con mayor o menor frecuencia unos servicios religiosos.
Necesitamos caminar desde una
Iglesia entendida como un mero hecho sociológico, hacia una Iglesia entendida
como la comunidad de los que viven esforzándose por seguir a Jesucristo.
Necesitamos comunidades cristianas
en las que las exigencias del evangelio sean bien conocidas y claramente
propuestas. Comunidades de hombres y mujeres que saben muy bien a qué se
comprometen cuando deciden libremente entrar a formar parte de la comunidad
cristiana.
Comunidades en las que todos se
sientan responsables y protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Comunidades no separadas ni disociadas las unas de las otras, sino
estrechamente relacionadas y unidas para hacer presente también hoy la fuerza
del evangelio en nuestra sociedad.
¿No son éstas algunas de nuestras
necesidades más urgentes en estos momentos? Nuestra Iglesia diocesana así lo ha
entendido. Durante dos días, más de ciento cincuenta creyentes de Guipúzcoa, de
entre ellos casi un centenar de seglares, se han reunido alrededor del Obispo
para reflexionar juntos sobre el modelo de Iglesia que debemos buscar y los
pasos concretos que debemos dar.
Es sólo un signo modesto de una
Iglesia que busca renovarse y convertirse en la comunidad que Jesús quiso construir
sobre Pedro, portador fiel de u evangelio.
José Antonio Pagola
HOMILIA
CONFESAR
CON LA VIDA
¿Quién
decís que soy yo?
¿Quién decís que soy yo? Todos
los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus
discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era
muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban
colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escucharnos hoy
esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el
cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre,
el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad... ¿Basta pronunciar estas
palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con
frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera
mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre,
por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su
vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejamos atraer por su amor
misterioso, sin contagiamos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su
trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no
es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de
espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos
«Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como
miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia»
de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al
mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que
viven una religiosidad instintiva, pero no conocen por experiencia lo que es
nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su
ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno
hemos de ponemos ante Jesús, dejamos mirar directamente por él y escuchar desde
el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A
esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿QUÉ
MISTERIO SE ENCIERRA EN ÉL?
¿Quién
decís que soy yo?
«Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?». Cada uno ha de responder. No basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos
sobre Jesús. Es necesario un esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se
encierra en este hombre en el que los creyentes descubrimos como en ninguna
otra parte el rostro vivo de Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan
hoy investigadores y especialistas sobre Jesús.
Jesús fue un profeta que comunicó
a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los
miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario
sobre la divinidad.
Para Jesús, Dios es amor
compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante
el ser humano y ante la creación entera. Por eso, Jesús habla, actúa, vive y
muere movido por la compasión.
Jesús sólo vivió para implantar
en el mundo lo que él llamaba «el reino de Dios». Fue su gran sueño. La pasión
que alentó su vida entera. Quería ver realizado entre los hombres el proyecto
de Dios: una vida más digna y dichosa para todos, ahora y para siempre.
Jesús no se dedicó a organizar
una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o
una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de
la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo
lo que hace daño o permite la humillación de las personas.
Jesús amó a los más pobres e
indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de
él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más
Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más
venerables.
¿Quién es este hombre que, además
de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios
se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para
todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir
sus pasos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
ENCONTRARSE
CON ALGUIEN
¿ Quién decís
que soy yo?
Los cristianos hemos olvidado con
demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en
Alguien. No se trata de adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de
aceptar ciegamente «un conjunto extraño de doctrinas», sino de encontramos con
Alguien vivo que da sentido radical a nuestra existencia.
Lo verdaderamente decisivo es
encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal,
que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más
decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.
En nuestros tiempos, se hace cada
vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más
poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos
sus limitaciones y profundas deficiencias.
El hombre moderno, escarmentado
de dogmas e ideologías, quizás está dispuesto todavía a creer en personas que
le ayuden a vivir dando un sentido nuevo a su existencia. Por eso ha podido
decir el teólogo K Lehmann que «el hombre moderno sólo será creyente cuando
haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo».
Produce tristeza observar la
actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe»
como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de
nuevas ideologías y corrientes.
Creer es otra cosa. Antes que
nada, los cristianos hemos de preocupamos de reavivar nuestra adhesión profunda
a la persona de Jesucristo. Sólo cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados
por la fuerza regeneradora de su persona, podremos contagiar también hoy su
espíritu y su visión de la vida. De lo contrario, proclamaremos con los labios
doctrinas sublimes, al mismo tiempo que seguimos viviendo una fe mediocre y
poco convincente.
Los cristianos hemos de responder
con sinceridad a esa pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?» Ibn Arabi escribió que «aquel que ha quedado atrapado por esa
enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse». ¿Cuántos cristianos
podrían hoy intuir desde su experiencia personal la verdad que se encierra en
estas palabras?
José Antonio Pagola
HOMILIA
DICHOSO
Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Con frecuencia pensamos que
seremos más felices el día en que cambie el entorno que nos rodea, cuando las
personas nos traten mejor o cuando nos sucedan cosas buenas. En el fondo
buscamos que la vida se adapte a nuestros deseos. Creemos que entonces seremos
felices.
Sin embargo, hay una pregunta que
no podemos ni debemos eludir. Para conocer la felicidad, ¿tiene que suceder
algo fuera de mí, o justamente dentro de mí mismo?, ¿tienen que cambiar los
demás, o tengo que cambiar yo?, ¿ha de mejorar el mundo que me rodea, o he de
transformarme yo?
En el relato que nos ofrece el
evangelista Mateo, Jesús le declara feliz a Pedro por algo que ha ocurrido en
su interior: el Padre del cielo le ha revelado que Jesús no es un profeta más,
sino «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es difícil detectar dos matices en
las palabras de Cristo: «Qué suerte tienes, Simón, hijo de Jonás, porque el
Padre te ha desvelado una verdad tan decisiva.» Pero, al mismo tiempo: «Qué
dichoso eres por haberte abierto a esa luz que el Padre ha puesto en ti.»
A nosotros nos puede resultar un
tanto extraño que una «revelación interior» pueda convertirse en fuente de
felicidad. Sin embargo, pocas cosas pueden desencadenar una experiencia tan
gozosa y estable como el descubrir con luz nueva las convicciones fundamentales
que sostienen la vida de la persona.
Los cristianos olvidamos con
frecuencia un dato elemental. Lo que encontramos al comienzo del cristianismo
no es una doctrina, sino una experiencia vivida con fe por los primeros
discípulos. La fe cristiana nació cuando unos hombres y mujeres se encontraron
con Cristo y experimentaron en él la cercanía de Dios. Este encuentro dio un
sentido nuevo a sus vidas; descubrieron a Dios como Padre cercano y bueno;
pusieron en Cristo todas sus esperanzas de salvación.
Ahora bien, lo que para ellos fue
una experiencia viva, a nosotros nos llega como una tradición religiosa que ha
sido formulada en un lenguaje concreto y ha cristalizado a lo largo de los
siglos en un determinado cuerpo doctrinal. Pero, evidentemente, ser creyente es
mucho más que aceptar dócilmente esa doctrina. Cada uno hemos de vivir nuestra
propia experiencia y hacer nuestra la fe primera de aquellos discípulos.
No basta afirmar teóricamente que
Cristo es el Hijo de Dios encarnado o atribuirle títulos tan solemnes como
Salvador del Mundo o Redentor de la Humanidad. Es necesario, además, creer en
él, adherirnos a su persona, abrirnos a su acción salvadora, acoger su palabra,
dejarnos trabajar por su Espíritu. Por eso, también hoy dichoso el creyente
que, al confesar a Cristo como «Mesías, Hijo de Dios vivo», no sólo afirma una
verdad doctrinal del Credo, sino que se deja iluminar internamente por el
Padre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
CUESTION
DE FONDO
¿Quién
decís que soy yo?
La pregunta de Jesús a sus
discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», no es sólo una pregunta
dirigida por el Maestro a sus primeros seguidores. Es la cuestión fundamental a
la que hemos de responder siempre los que nos confesamos cristianos.
Nuestra primera reacción puede
ser encontrar rápidamente una respuesta doctrinal y confesar de manera
rutinaria que Jesús es el «Hijo de Dios encarnado», el «Redentor» del mundo, el
«Salvador» de la humanidad. Títulos todos ellos muy solemnes y ortodoxos, sin
duda, pero que pueden ser pronunciados sin contenido vital alguno.
La pregunta de Jesús no nos pide
simplemente nuestra opinión. Nos interpela, sobre todo, acerca de nuestra
actitud ante Jesucristo. Y ésta no se refleja sólo en nuestras palabras y
afirmaciones verbales, sino, sobre todo, en nuestro seguimiento concreto a
Jesucristo. Como ha escrito algún teólogo: «La breve proposición: ‘Yo creo que
Jesús es el Hijo de Dios’ significa algo completamente distinto si la pronuncia
Francisco de Asís o la pronuncia uno de los actuales dictadores sudamericanos.
El Dios de estos hombres no es el mismo, o, al menos, el Dios que cada uno
invoca para dirigir su conducta.»
Las palabras de Jesús piden una
opción radical, O bien Jesús es para nosotros un personaje más junto a otros
muchos de la humanidad, o bien es la Persona decisiva que nos proporciona la
comprensión última de la existencia, da una orientación nueva a nuestra vida y
nos ofrece la esperanza definitiva.
La pregunta « ¿quién decís que
soy yo?», cobra entonces un contenido nuevo. No es ya una cuestión sobre Jesús,
sino sobre nosotros mismos. Una interpelación sobre mi fe y mi vida. ¿Quién soy
yo? ¿En quién creo? ¿Desde dónde oriento mi existencia? ¿A qué se reduce mi fe?
Todos hemos de recordar una y
otra vez que la fe no se identifica con las fórmulas que pronunciamos. Para
comprender mejor el alcance de «lo que yo creo» es necesario verificar «cómo
vivo», a qué aspiro, en qué me comprometo.
Por eso, la pregunta de Jesús,
más que un examen sobre nuestra ortodoxia, debería ser el llamamiento a un
estilo de vida cristiano. Evidentemente, no se trata de decir o creer cualquier
cosa acerca de Cristo. Pero, tampoco de hacer solemnes profesiones de fe
ortodoxa para vivir luego muy lejos del espíritu que esa misma proclamación de
fe exige y lleva consigo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
LA
IGLESIA DE JESUCRISTO
Edificaré
mi Iglesia.
Todos los sondeos y estadísticas
muestran de manera palpable que el mensaje de la Iglesia va perdiendo
progresivamente su influencia en la sociedad occidental. El hombre
contemporáneo escucha otros «evangelios» y atiende a otros «profetas».
Son muchos los que critican
fuertemente la historia concreta del cristianismo y echan en cara a la Iglesia
graves traiciones. Ha llegado el momento en el que los papeles se han
invertido, y ya no es la Iglesia la que juzga al mundo, sino éste el que juzga
a la Iglesia.
El hombre actual, terriblemente
práctico y crítico, observa el cristianismo y no constata, al parecer, nada
especial. Lo mismo que en el mundo, ve también en la Iglesia hombres y mujeres
vacíos, superficiales, hipócritas o sin esperanza.
El evangelio parece haberse
convertido en algo inofensivo. El mensaje de la Iglesia no encuentra casi nunca
una reacción de resistencia hostil, sino de total indiferencia. Según el
teólogo ortodoxo Paul Evdokimov, «los cristianos han hecho todo lo posible para
esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido
neutralizante».
El hecho cristiano parece resonar
entonces en el vacío. La Iglesia no introduce apenas contraste en el interior
del mundo. Los cristianos han perdido, en gran parte, su fuerza de fermento en
medio de la masa.
¿No es ésta la gran derrota de la
Iglesia contemporánea? ¿Cómo leer desde esta situación la promesa de Jesús: «Tú
eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no
la derrotará»?
Antes que nada, hemos de recordar
que Jesús habla de «su Iglesia», de una Iglesia que él mismo ha de edificar
sobre Pedro. Sus palabras, por tanto, no garantizan la consistencia de
cualquier Iglesia, sino de una Iglesia que sea realmente «presencia de
Jesucristo».
Ahora bien, Jesucristo no es sólo
«doctrina», sino Vida de Dios encarnada, salvación hecha vida. Por ello, lo que
se ha de construir sobre Pedro no es solamente un cuerpo de doctrina ortodoxa,
sino el Cuerpo vivo de la presencia de Cristo en el mundo.
Jesucristo no es tampoco
«palabras vacías», sino novedad de vida auténticamente humana. Por eso, la
Iglesia ha de ser un foco de vida y no un lugar donde se produce «un
vocabulario suplementario», pero donde el modo de pensar y de obrar es
semejante al del mundo.
Jesucristo no es sólo
«preocupación ética», sino enraizamiento de la vida en el Dios Creador y Padre.
Por eso, lo que la Iglesia ha de poner en el mundo no es simplemente «creencia
moral», sino vida que dimane del Trascendente.
Es esta Iglesia de Jesucristo la
que el mundo actual necesita y la que nunca será derrotada.
José Antonio Pagola
HOMILIA
A LA
ESCUCHA DE OTRO
Te lo ha
revelado mi Padre.
Para crecer en fe no basta leer
libros sobre temas religiosos ni escuchar las palabras y discursos que
pronuncian otros creyentes, aunque éstos sean eclesiásticos de prestigio.
Lo importante es saber escuchar
como Pedro lo que nos revela interiormente no alguien de carne y hueso, sino el
Padre que está en el cielo y en el fondo de nosotros mismos.
Escuchar a Dios siempre es un
don, algo que se nos regala gratuitamente pero, al mismo tiempo, es algo que ha
de ser recibido y preparado por nosotros.
A nosotros se nos pide remover
los obstáculos que nos impiden estar atentos y en silencio. Descender al fondo
de nosotros y de la vida. Superar la dispersión y la superficialidad. Y luego,
dejar que en nuestro interior «acontezca algo”.
Pero, ¿es esto posible
alimentados exclusivamente por el periódico, la radio o la televisión que
apenas nos permiten escuchar en nosotros otra voz que no sea el ruido del
acontecer diario?
¿Es esto posible cuando vivimos
ocupados por esa actividad tan absorbente, el medio más eficaz, en realidad,
para olvidarnos de quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde caminamos?
Cada vez son más las cosas que
hemos de hacer y los compromisos que hemos de atender. Tal vez nos programamos
inconscientemente así con la oculta intención de carecer de tiempo para
detenernos.
Vivimos guiados por una consigna
realmente peligrosa: “Date prisa», lo que, en el fondo, viene a decir “no
pienses», “no escuches”, “vive aturdido”, “huye fuera de ti mismo».
Consciente de esta vida nuestra
tan agitada y atropellada, me atrevo, sin embargo, a recoger aquí la invitación
tan conocida de S. Anselmo en su Proslogion porque la considero de total
actualidad.
Alguno leerá estas frases
apresuradamente y tendrá la impresión de que las ha entendido porque ha
entendido la conexión entre unas palabras y otras.
Sin embargo, sólo las entenderá
quien lea en ellas una invitación a vivir en su propia experiencia lo que esas
palabras sugieren.
“Ea, hombrecillo, deja un momento
tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de
tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de
ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate algún rato a Dios y
descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma;
excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así,
cerradas todas las puertas, ve en pos de El. Di a Dios: Busco tu rostro; Señor,
anhelo ver tu rostro».
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿QUIEN ES
PARA NOSOTROS?
Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?
No es fácil intentar responder
con sinceridad a la pregunta de Jesús: «quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para
nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas,
ideologizaciones, experiencias, interpretaciones culturales.., que van
desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.
Pero, además, cada uno de
nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que nosotros somos. Y proyectamos en
él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos
cuenta, lo empequeñecemos y desfiguramos incluso cuando tratamos de exaltarlo.
Pero Jesús sigue vivo. Los
cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que
lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas,
unas costumbres.
Jesús siempre desconcierta a
quien se acerca a él con una postura abierta y sincera. Siempre es distinto de
lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros
esquemas y nos empuja a una vida nueva.
Cuanto más se le conoce, más sabe
uno que todavía está empezando a descubrirlo. Seguir a Jesús es avanzar
siempre, no establecer- se nunca, crear, construir, crecer.
Jesús es peligroso. Percibimos en
él una entrega a los hombres que desenmascara todo nuestro egoísmo. Una pasión
por la justicia que sacude todas nuestras seguridades, privilegios y comodidad.
Una ternura y una búsqueda de reconciliación y perdón que deja al descubierto
nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y
servidumbres.
Y sobre todo, intuimos en él un
misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a
abrir nuestra existencia al Padre.
A Jesús lo iremos conociendo en
la medida en que nos entreguemos a él. Sólo hay un camino para ahondar en su
misterio: seguirle.
Seguir humildemente sus pasos,
abrirnos con él al Padre, actualizar sus gestos de amor y ternura, mirar la
vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección.
Y sin duda, saber orar muchas
veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad».
José Antonio Pagola
HOMILIA
NUESTRA
IMAGEN DE CRISTO
¿Quién
decís que soy yo?
La pregunta decisiva de Jesús:
«Quién decís que soy yo? » sigue pidiendo todavía una respuesta entre los
creyentes de nuestro tiempo.
No todos tenemos la misma imagen
de Jesús. Y esto, no sólo por d carácter inagotable de su personalidad, sino,
sobre todo, porque cada uno de nosotros vamos elaborando nuestra imagen de
Jesús a partir de nuestros propios intereses y preocupaciones, condicionados
por nuestra sicología personal y e1 medio social al que pertenecemos, y
marcados de manera decisiva por la formación religiosa que hemos recibido.
Y sin embargo, la imagen de
Cristo que podamos tener cada uno, tiene importancia decisiva para nuestra vida
creyente, pues, condiciona esencialmente nuestra manera de entender y vivir la
fe.
Una imagen empobrecida,
unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida,
unilateral, parcial o falsa de la fe.
De ahí la importancia de tomar
conciencia de las posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de
purificar nuestra adhesión a Jesucristo.
Por otra parte, es pura ilusión
pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está
dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree».
En realidad, cada creyente cree
en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su
seguimiento a Jesucristo, aunque naturalmente, lo haga dentro de la comunidad
cristiana.
Por desgracia, son bastantes los
cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que probablemente
nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse
personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de
su vida, se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían
planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que
Cristo puede responder.
Más tarde, ya no han vuelto a
repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo banal y sin
importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con
seriedad y rigor por temor a perderla, bien porque se contentan con conservarla
de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo
que Jesús podría ser para su vida. M. Legaut escribía esta frase dura pero
quizás muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por
su misma religión a no descubrirlo jamás».
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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