El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
10º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Marcos 3,20-35
En aquel tiempo, Jesús fue a
casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni
comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no
estaba en sus cabales.
También los escribas que habían
bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios
con el poder del jefe de los demonios».
El los invitó a acercarse y les
puso estas parábolas: «Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra
civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás
se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está
perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su
ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. Creedme,
todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que
digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás,
cargará con su pecado para siempre». Se refería a los que decían que tenía
dentro un espíritu inmundo.
Llegaron su madre y sus hermanos
y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo:
«Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan».
Les contestó: «Quiénes son mi
madre y mis hermanos?». Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Estos son mi
madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi
hermana y mi madre».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2017-2018 –
10 de agosto de 2018
¿QUÉ ES
LO MÁS SANO?
(Ver homilía del ciclo B -
2002-2003)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
LA FUERZA
SANADORA DEL ESPÍRITU
El que
blasfeme contra el Espíritu Santo.
El hombre contemporáneo se está
acostumbrando a vivir sin responder a la cuestión más vital de su vida: por qué
y para qué vivir. Lo grave es que, cuando la persona pierde todo contacto con
su propia interioridad y misterio, la vida cae en la trivialidad y el
sinsentido.
Se vive entonces de impresiones,
en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando sólo la
apariencia de la vida. Probablemente, esta banalización de la vida es la raíz
más importante de la increencia de no pocos.
Cuando el ser humano vive sin
interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas.
Pero, sobre todo, se incapacita para «escuchar» el misterio que se encierra en
lo más hondo de la existencia.
El hombre de hoy se resiste a la
profundidad. No está dispuesto a cuidar su vida interior. Pero comienza a
sentirse insatisfecho: intuye que necesita algo que la vida de cada día no le
proporciona. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de su salvación.
El gran teólogo Paul Tillich
decía que sólo el Espíritu nos puede ayudar a descubrir de nuevo «el camino de
lo profundo». Por el contrario, pecar contra ese Espíritu Santo sería «cargar
con nuestro pecado para siempre».
El Espíritu puede despertar en
nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada
día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en
nosotros.
El Espíritu puede hacer brotar
una alegría diferente en nuestro corazón; puede vivificar nuestra vida
envejecida; puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por los
que no sentimos hoy el menor interés.
El Espíritu es «una fuerza que
actúa en nosotros y que no es nuestra». Es el mismo Dios inspirando y
transformando nuestras vidas. Nadie puede decir que no está habitado por ese
Espíritu. Lo importante es no apagarlo, avivar su fuego, hacer que arda
purificando y renovando nuestra vida. Tal vez, hemos de comenzar por invocar a
Dios con el salmista: «No apartes de mí tu Espíritu».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
¿QUÉ ES
LO MÁS SANO?
Decían
que no estaba en sus cabales.
La cultura moderna exalta el
valor de la salud física y mental, y dedica toda clase de esfuerzos para
prevenir y combatir las enfermedades. Pero, al mismo tiempo, estamos
construyendo entre todos una sociedad donde no es fácil vivir de modo sano.
Nunca ha estado la vida tan
amenazada por el desequilibrio ecológico, la contaminación, el estrés o la
depresión. Por otra parte, venimos fomentando un estilo de vida donde la falta
de sentido, la carencia de valores, un cierto tipo de consumismo, la
trivialización del sexo, la incomunicación y tantas otras frustraciones impiden
a las personas crecer de manera sana.
Ya S. Freud en su obra El Malestar
en la cultura, consideró la posibilidad de que una sociedad esté enferma en
su conjunto y pueda padecer neurosis colectivas de las que, tal vez, pocos
individuos son conscientes. Puede incluso suceder que, dentro de una sociedad
enferma, se considere precisamente enfermos a aquellos que están más sanos.
Algo de esto sucede con Jesús de
quien sus familiares piensan que «no está
en sus cabales», mientras los letrados y las clases intelectuales de
Jerusalén consideran que «tiene dentro a
Belzebú».
En cualquier caso, hemos de
afirmar que una sociedad es sana en la medida en que favorece el desarrollo
sano de la persona. Cuando, por el contrario, las conduce a su vaciamiento
interior, la fragmentación, la cosificación o disolución como seres humanos,
hemos de decir que esa sociedad es, al menos en parte, patógena.
Por eso, hemos de ser lo
suficientemente lúcidos como para preguntamos si no estamos cayendo en neurosis
colectivas y conductas poco sanas, sin apenas ser conscientes de ello.
¿Qué es más sano, dejarse
arrastrar por una vida de confort, comodidad y exceso, que aletarga el espíritu
y disminuye la creatividad de la persona, o vivir de modo sobrio y moderado,
sin caer en «la patología de la abundancia»?
¿Qué es más sano, seguir
funcionando como «objetos» que giran por la vida sin sentido, reduciéndola a un
«sistema de deseos y satisfacciones», o construir la existencia día a día
dándole un sentido último desde la fe? No olvidemos que Carl. G. Jung se atrevió a considerar la neurosis como «el
sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido».
¿Qué es más sano, llenar la vida
de cosas, productos de moda, vestidos, bebidas, revistas y televisión, o cuidar
las necesidades más hondas y entrañables del ser humano en la relación de la
pareja, en el hogar y en la convivencia social?
¿Qué es más sano, reprimir la
dimensión religiosa vaciando de trascendencia nuestra vida, o vivir desde una
actitud de confianza en ese Dios «amigo de la vida», que sólo quiere y busca la
plenitud del ser humano?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
NO SÓLO
PARA ELEGIDOS
El que
cumple la voluntad de Dios.
Para no pocos cristianos, Dios se
preocupa de verdad sólo de la salvación de algunos elegidos. Ya en los tiempos
bíblicos, Dios escogió al pueblo de Israel y, dejando de lado a los demás, sólo
se ocupó de los israelitas. Hoy Dios sigue la misma línea: sólo garantiza con
seguridad la salvación de quienes están en la Iglesia católica, «olvidando»
prácticamente a los que están fuera, es decir, a la inmensa mayoría de hombres
y mujeres que han vivido, viven y vivirán en la Tierra.
Sin embargo, nada más lejos de la
realidad de Dios que este extraño «favoritismo». ¿Cómo es posible mantener ni
por un instante la imagen cruel de un Dios que, habiendo engendrado a tantos hijos
e hijas a lo largo de los tiempos, los deja luego prácticamente abandonados
para «dedicarse» a sus elegidos’?
No piensan así ni el Concilio
Vaticano II ni la teología contemporánea. Donde hay un hombre o una mujer, allí
está Dios suscitando su salvación, esté dentro o fuera de la Iglesia. A todos
crea Dios por amor; a todos sostiene y acompaña con amor; para todos busca la
dicha eterna. No ha habido nunca en ningún rincón del mundo un ser humano que
no haya nacido, vivido y muerto amparado, acogido y bendecido por el amor
grande de Dios.
No hemos de empequeñecer a Dios
viviendo la fe desde un «particularismo provinciano». La Iglesia es lugar de
salvación, pero no el único. Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada
ser humano y esos caminos no pasan necesariamente por la Iglesia. Hemos de
recuperar el sentido profundo y originario del término «católico» (de «kath ‘olon»),
es decir la apertura a lo total, lo universal. Ser católico es alabar, celebrar
y dar gracias a Dios por la salvación universal que ofrece a todos, dentro y
fuera de la Iglesia.
Jesús lo vive todo desde ese
horizonte amplio donde caben todos. Según el relato de Marcos, cuando le hablan
de su madre y sus hermanos, Jesús responde ensanchando su mirada hacia todos
los que viven fielmente ante Dios: «Todo
el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
8 de junio de 1997
EL
DEFENSOR
El que
blasfeme contra el Espíritu.
No son pocas las personas que se
sienten extraviadas e indefensas ante los ataques que sufren desde fuera y ante
el vacío que las invade desde dentro. La sociedad moderna tiene tal poder sobre
los individuos que termina por someter a la mayoría apartándolos de lo esencial
e impidiéndoles cultivar lo mejor de sí mismos. Atrapado por lo inmediato de
cada día, el hombre de la ciudad moderna vive demasiado agitado, demasiado
aturdido por fuera y demasiado solo por dentro como para poder detenerse a
meditar sobre su vida e intentar la aventura de ser persona.
La publicidad masiva, la
psicología consumista, los modelos de vida y las modas dominantes imponen su
dictadura sobre las costumbres y las conciencias enmascarando su tiranía con
promesas de bienestar. Casi todo arrastra y empuja a vivir según un ideal que
está ya asumido e interiorizado socialmente: trabajar para ganar dinero, tener
dinero para adquirir cosas, tener cosas para «vivir mejor» y «ser alguien».
Para muchos, no parece haber más metas ni objetivos.
No es fácil romper con algo tan
«natural y normal» como esta forma de entender y de vivir la vida; se necesita
una buena dosis de lucidez y coraje para ser diferente. Las personas terminan
casi siempre renunciando a vivir algo más original, noble o profundo. Sin proyecto
de vida y sin más ideales, los individuos se dejan llevar por las experiencias
de cada día y se conforman con «vivir bien» y «sentirse seguros». Eso es todo.
Para reaccionar ante esta
situación e iniciar un proceso personal de liberación, el ser humano necesita
adentrarse en su propio misterio, escuchar su vocación más honda, desvelar la
parcialidad y mentira de este estilo de vida y descubrir otros caminos para ser
más persona. Necesita esa «fuente de luz y de vida» que, a juicio del célebre psiquiatra
y escritor Ronald Laing, ha perdido
el hombre moderno.
El evangelio de Juan llama al
Espíritu Santo con el término de Defensor
(Paráclito), el que ayuda siempre y en cualquier circunstancia, el que da
seguridad y libertad interior, el «Espíritu
de la verdad», que mantiene vivo en el creyente el espíritu, el mensaje y
el estilo de vida del mismo Cristo. Si Jesús alerta severamente sobre «la blasfemia contra el Espíritu Santo»
es porque este pecado consiste precisamente en cerrarse a la acción de Dios en
nosotros quedándonos desamparados, sin nadie que nos defienda del error y del
mal.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
5 de junio de 1994
FORMAS DE
CREER
El que
cumple la voluntad de Dios...
La fe no es una reacción
automática, sino una decisión personal que ha de madurar cada individuo. Por
eso, cada creyente ha de hacer su propio recorrido. No hay dos formas iguales
de vivir ante el misterio de Dios.
Hay personas intuitivas que no
necesitan reflexionar mucho ni detenerse en análisis complejos para captar lo
esencial de la fe; saben que todos caminamos en medio de tinieblas y vislumbran
que lo importante es confiar en Dios. Otros, por el contrario, necesitan
razonarlo todo, discutirlo, comprobar la racionabilidad del acto de fe. Solo
entonces se abrirán al misterio de Dios.
Hay también personas muy
espontáneas y vitalistas, que reaccionan con prontitud ante un mensaje
esperanzador; escuchan el evangelio y rápidamente se despierta en su corazón
una respuesta confiada. Otros, sin embargo, necesitan madurar más lentamente
sus decisiones; escuchan el mensaje cristiano, pero han de ahondar despacio en
su contenido y sus exigencias antes de asumirlo como principio inspirador de
sus vidas.
Hay gentes pesimistas que subrayan
siempre los aspectos negativos de las cosas. Su fe estará probablemente teñida
de pesimismo: «Se está perdiendo la religión», «la Iglesia no reacciona», «por
qué permite Dios tanto pecado e inmoralidad?» Hay también personas optimistas
que tienden a ver lo positivo de la vida, y viven su fe con tono confiado:
«Esta crisis purificará al cristianismo», «el Espíritu de Dios sigue actuando
también hoy», «el futuro está en manos de Dios».
Hay personas de estilo más
contemplativo, con gran capacidad de «vida interior». No les resulta tan
dificil hacer silencio, escuchar a Dios en el fondo de su ser y abrirse a la
acción del Espíritu. Pero hay también personas de temperamento más bien activo.
Para éstas, la fe es, sobre todo, compromiso práctico, amor concreto al
hermano, lucha por un mundo más humano.
Hay gente de mentalidad
conservadora, que tiende a vivir la fe como una larga tradición recibida de sus
padres y que ellos han de transmitir, a su vez, a los hijos; les preocupa,
sobre todo, conservar fielmente las costumbres y guardar las tradiciones y
creencias religiosas. Otros, por el contrario, tienen la mirada puesta en el
futuro. Para ellos, la fe debería ser un principio renovador, una fuente
permanente de creatividad y de búsqueda de caminos nuevos para la acción de
Dios.
El temperamento y la trayectoria
de cada uno condicionan, por tanto, el modo de creer de la persona. Cada uno
tiene su estilo de creer. En cualquier caso, Jesús le da importancia decisiva a
una cosa: Es necesario «hacer la voluntad de Dios». Esta búsqueda realista de
la voluntad de Dios caracteriza siempre al verdadero creyente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
9 de junio de 1991
¿QUE ES
LO MÁS SANO?
Decían
que no estaba en sus cabales.
La cultura moderna exalta el
valor de la salud física y mental, y dedica toda clase de esfuerzos para
prevenir y combatir las enfermedades. Pero, al mismo tiempo, estamos
construyendo entre todos una sociedad donde no es fácil vivir de modo sano.
Nunca ha estado la vida tan
amenazada por el desequilibrio ecológico, la contaminación, el estrés o la
depresión. Por otra parte, venimos fomentando un estilo de vida donde la falta
de sentido, la carencia de valores, un cierto tipo de consumismo, la
trivialización del sexo, la incomunicación y tantas otras frustraciones impiden
a las personas crecer de manera sana.
Ya S. Freud en su obra “Malestar
en la cultura” consideró la posibilidad de que una sociedad esté enferma en su
conjunto y pueda padecer neurosis colectivas de las que, tal vez, pocos
individuos son conscientes. Puede incluso suceder que, dentro de una sociedad
enferma, se considere precisamente enfermos a aquellos que están más sanos.
Algo de esto sucede con Jesús de
quien sus familiares piensan que “no está en sus cabales “, mientras los
letrados y las clases intelectuales de Jerusalén consideran que “tiene dentro a
Belzebú “.
En cualquier caso, hemos de
afirmar que una sociedad es sana en la medida en que favorece el desarrollo
sano de la persona. Cuando, por el contrario, la conduce a su fragmentación,
cosificación o disolución como ser humano, hemos de decir que esa sociedad es,
al menos en parte, patógena.
Por eso, hemos de ser lo
suficientemente lúcidos como para preguntarnos si no estamos cayendo en
neurosis colectivas y conductas poco sanas, sin apenas ser conscientes de ello.
¿Qué es más sano, dejarse
arrastrar por una vida de confort, comodidad y exceso, que aletarga el espíritu
y disminuye la creatividad de la persona, o vivir de modo sobrio y moderado,
sin caer en “la patología de la abundancia”?
¿Qué es más sano, seguir
funcionando como “objetos” que giran por la vida sin sentido, reduciéndola a un
“sistema de deseos y satisfacciones”, o construir la existencia día a día
dándole un sentido último desde la fe? No olvidemos que C. G. Jung se atrevió a
considerar la neurosis como “el sufrimiento del alma que no ha encontrado su
sentido”.
¿Qué es más sano, llenar la vida
de cosas, productos de moda, vestidos, bebidas, revistas y televisión, o cuidar
las necesidades más hondas y entrañables del ser humano en la relación de la
pareja, en el hogar y en la convivencia social?
¿Qué es más sano, reprimir la
dimensión religiosa vaciando de transcendencia nuestra vida, o vivir desde una
actitud de confianza en ese Dios “amigo de la vida”, que sólo quiere y busca la
plenitud del ser humano?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
5 de junio de 1988
CONTRA LA
BANALIZACION
Contra el
Espíritu Santo.
El hombre contemporáneo se está
acostumbrando a vivir sin profundidad y sin respuesta a la cuestión más vital
de su vida: por qué y para qué vive.
Lo grave es que, cuando la
persona pierde toda referencia a su propia profundidad y al misterio que se
encierra en el ser humano, la vida cae en la trivialidad y la banalización.
Se vive entonces de impresiones,
en la superficie de las cosas y de las personas. Cogidos por lo efímero y
transitorio. Desarrollando sólo la apariencia de la vida.
Probablemente, esta banalización
de la vida es la raíz más importante de la increencia de muchos hombres y
mujeres.
Cuando el ser humano vive sin
interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas.
Pero, sobre todo, se incapacita para “escuchar” el misterio que se encierra en
el trasfondo de la existencia.
El hombre de hoy se resiste a la
profundidad. No está dispuesto a revisar y transformar su vida interior. Pero
comienza a sentirse insatisfecho. Intuye que necesita algo que la vida de cada
día no le proporciona. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de su
salvación.
El gran teólogo P. Tillich decía
que sólo el Espíritu nos puede ayudar a descubrir de nuevo «el camino de lo
profundo”. Por el contrario, pecar contra ese Espíritu Santo sería «cargar con
nuestro pecado para siempre”.
El Espíritu puede despertar en
nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada
día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en
nosotros.
El Espíritu puede hacer brotar
una alegría diferente en medio de la rutina ordinaria. Puede vivificar nuestra
vida envejecida. Puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por
los que no sentimos hoy el menor interés.
El Espíritu es «una fuerza que
actúa en nosotros y que no es nuestra”. Es el mismo Dios en cuanto que actúa en
nosotros inspirando y transformando nuestras vidas.
Nadie puede decir que no está
habitado por ese Espíritu. Lo importante es no apagarlo, dejarlo crecer, avivar
su fuego, hacer que arda purificando y renovando nuestra vida.
Tal vez, la oración primera del
hombre contemporáneo, consciente de su riesgo de banalización, tenga que ser la
del viejo salmista: “No apartes de mí tu Espíritu”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
9 de junio de 1985
¿QUIEN ES
EL NEUROTICO?
decían
que no estaba en sus cabales.
Todos damos por supuesto que una
persona es normal y sana cuando cumple correctamente con el papel social que le
toca desempeñar. Cuando hace lo que de él se espera y sabe adaptarse y actuar
según la escala de valores y las pautas que están de moda en la sociedad.
Por el contrario, la persona que
no se adapta a esos esquemas y actúa de manera distinta, corre el riesgo de ser
considerada como anormal, neurótica, sospechosa.
Este es el caso de Jesús. Su
actuación libre provoca rápidamente el rechazo social. Sus familiares lo
consideran como desequilibrado y excéntrico. Las clases cultas fariseas
sospechan que está irremediablemente poseído por el mal.
El problema está en saber quién
es el que está verdaderamente desequilibrado y poseído por el mal y quién es el
verdaderamente sano que sabe crecer como hombre.
En su estudio «El miedo a la
libertad», E. Fromm nos ha hecho ver que, cuando una sociedad está neurotizada
y mutila la personalidad de sus miembros, la única forma de mantenerse sanos es
la ruptura con los esquemas sociales vigentes, aún a costa de ser considerados
como neuróticos por el resto de la sociedad.
No es fácil ser diferente y
mantener la propia libertad en medio de una sociedad enferma. La mayoría se
conforma con adaptarse, «vivir bien», sentirse seguros. Como diría M. de
Unamuno «tienen horror a la responsabilidad».
Cuántos hombres y mujeres
valorados socialmente por su eficiencia y su capacidad de moverse con agilidad
en esta «sociedad de intereses» son triste caricatura de lo que un ser humano
está llamado a ser.
Gentes que han renunciado a sus
propias convicciones y no saben ya lo que es ser fiel a un proyecto humano de
vida. Personas que se limitan a interpretar un papel, respetar un guión, «hacer
el personaje». Hombres y mujeres que viven sin vivir, con una libertad
atrofiada. «Gente que se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su
automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su casa, su equipo de cocina» (H.
Marcuse).
Los creyentes olvidamos con
frecuencia que la fe en Jesucristo puede darnos libertad interna y fuerza para
salvarnos de tantas presiones e imperativos sociales que atrofian nuestro
crecimiento como personas verdaderamente libres y sanas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
PECADO
IMPERDONABLE
El que
blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás.
En el evangelio se habla de un
pecado imperdonable. Es el pecado «contra el Espíritu Santo». En concreto, el
pecado de los escribas que, lejos de acoger la salvación que se les ofrece en
Jesús, la rechazan viendo en l una acción satánica.
Pero, entendámoslo bien. No se
trata de que la capacidad de perdón de Dios se agota en un determinado momento
ante la maldad tan grande del hombre. Es que «el pecado contra el Espíritu»
consiste precisamente en rechazar el perdón y la salvación que se nos está
ofreciendo.
Más en concreto, «pecar contra el
Espíritu» es no sentirse necesitado de salvación alguna. No aceptar a ningún
salvador. No ponerse por tanto en camino de salvación.
Puede ocurrir que un hombre no se
sienta pecador. Que, tras los múltiples males que le afligen bajo forma de
carencias, contradicciones, rupturas, deseos, infidelidades, no sea capaz de
descubrir un mal radical del que necesita ser salvado.
Y, naturalmente, quien no se
reconoce pecador se cierra al ofrecimiento del perdón y a la conversión que le
llevaría a liberarse de su pecado.
Pero, incluso, puede suceder que
uno rechace la conversión justificando su actitud, distorsionando la misma
manifestación de Dios y manipulado interesadamente la llamada que se le hace.
Este «pecado contra el Espíritu»
no es no sé qué pecado horrible que cometen quizás algunos hombres obstinados
que se resisten en su soberbia a la llamada de Dios.
Sencillamente puede ser el pecado
de todos nosotros que nos resistimos a la acción del Espíritu que llama a
nuestra Iglesia a la conversión al evangelio.
Hace unos años se habló del
«espíritu» del Concilio Vaticano II. No se puede sospechar que fuera un
espíritu de acomodación fácil o moda ligera. Era una llamada a la conversión
evangélica.
¿No estamos ya neutralizando la
fuerza espiritual del Concilio? ¿No estamos haciendo ya la «contrarreforma»
antes de que se haya iniciado la verdadera reforma? ¿No se advierte en la
Iglesia demasiada poca confianza en la fuerza del Espíritu tanto a nivel
institucional como en cada uno de nosotros?
¿Qué ha podido ocurrir para que,
a los veinte años de su celebración, acudamos a la letra del Vaticano II, no
con aquel espíritu de libertad y conversión que lo animaba, sino precisamente
para reducir al mínimo la transformación exigida por el concilio?
Indudablemente, ha habido abusos,
ligerezas, cierta superficialidad. Pero, ¿es razón suficiente para cerrarnos a
la llamada del Espíritu que animó a aquella Iglesia conciliar?
¿No debemos escuchar una vez más
las palabras de Pablo: «No apaguéis el Espíritu»?
José Antonio Pagola
Para
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