El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
13º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Contigo hablo, niña,
levántate.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 5, 21-43 (lectura breve: 5.21-24.35-43)
En aquel tiempo, Jesús atravesó
de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y
se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo,
y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en
las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva». Jesús se
fue con él, acompañado de mucha gente (que lo apretujaba).
(Se interrumpe en la lectura breve).
Había una mujer que padecía
flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a
toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en
vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por
detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el
vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó
que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se
volvió enseguida, en medio de la gente, preguntando: «Quién me ha tocado el
manto?». Los discípulos le contestaron: «yes cómo te apretuja la gente y
preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». El seguía mirando alrededor, para ver quién
había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que
había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. El le dijo: «Hija, tu fe
te ha curado. Vete en paz y con salud».
(Se reanuda en la lectura breve).
(Todavía estaba hablando, cuando) llegaron de
casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué
molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al
jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo
acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que
lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: « ¿Qué estrépito y qué
lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Pero
él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus
acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se
puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron
viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran
de comer a la niña.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2017-2018 -
1 de julio de 2018
LA FE GRANDE
DE UNA MUJER
(Ver homilía del ciclo B -
2011-2012)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2014-2015 -
28 de junio de 2015
HERIDAS
SECRETAS
(Ver homilía del 28 de junio de
2009)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
1 de julio de 2012
LA FE GRANDE
DE UNA MUJER
La escena es sorprendente. El
evangelista Marcos presenta a una mujer desconocida como modelo de fe para las
comunidades cristianas. De ella podrán aprender cómo buscar a Jesús con fe,
cómo llegar a un contacto sanador con él y cómo encontrar en él la fuerza para
iniciar una vida nueva, llena de paz y salud.
A diferencia de Jairo,
identificado como "jefe de la sinagoga" y hombre importante en
Cafarnaún, esta mujer no es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad
secreta, típicamente femenina, que le impide vivir de manera sana su vida de
mujer, esposa y madre.
Sufre mucho física y moralmente.
Se ha arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar.
Sin embargo, se resiste a vivir para siempre como una mujer enferma. Está sola.
Nadie le ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él.
No espera pasivamente a que Jesús
se le acerque y le imponga sus manos. Ella misma lo buscará. Irá superando todos
los obstáculos. Hará todo lo que pueda y sepa. Jesús comprenderá su deseo de
una vida más sana. Confía plenamente en su fuerza sanadora.
La mujer no se contenta solo con
ver a Jesús de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con
determinación, pero no de manera alocada. No quiere molestar a nadie. Se acerca
por detrás, entre la gente, y le toca el manto. En ese gesto delicado se
concreta y expresa su confianza total en Jesús.
Todo ha ocurrido en secreto, pero
Jesús quiere que todos conozcan la fe grande de esta mujer. Cuando ella,
asustada y temblorosa, confiesa lo que ha hecho, Jesús le dice: "Hija, tu
fe te ha curado. Vete en paz y con salud". Esta mujer, con su capacidad
para buscar y acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es un modelo de
fe para todos nosotros.
¿Quién ayuda a las mujeres de
nuestros días a encontrarse con Jesús? ¿Quién se esfuerza por comprender los
obstáculos que encuentran en la Iglesia actual para vivir su fe en Cristo
"en paz y con salud"? ¿Quién valora la fe y los esfuerzos de las
teólogas que, sin apenas apoyo y venciendo toda clase de resistencias y
rechazos, trabajan sin descanso por abrir caminos que permitan a la mujer vivir
con más dignidad en la Iglesia de Jesús?
Las mujeres no encuentran entre
nosotros la acogida, la valoración y la comprensión que encontraban en Jesús.
No sabemos mirarlas como las miraba él. Sin embargo, con frecuencia, ellas son
también hoy las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la
vida de nuestras comunidades cristianas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
28 de junio de 2009
HERIDAS
SECRETAS
Hija, tu
fe te ha curado.
No conocemos su nombre. Es una
mujer insignificante, perdida en medio del gentío que sigue a Jesús. No se
atreve a hablar con él como Jairo, el jefe de la sinagoga, que ha conseguido
que Jesús se dirija hacia su casa. Ella no podrá tener nunca esa suerte.
Nadie sabe que es una mujer
marcada por una enfermedad secreta. Los maestros de la Ley le han enseñado a
mirarse como una mujer «impura»,
mientras tenga pérdidas de sangre. Se pasado muchos años buscando un curador,
pero nadie ha logrado sanarla. ¿Dónde podrá encontrar la salud que necesita
para vivir con dignidad?
Muchas personas viven entre nosotros
experiencias parecidas. Humilladas por heridas secretas que nadie conoce, sin
fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad»,
buscan ayuda, paz y consuelo sin saber dónde encontrarlos. Se sienten culpables
cuando muchas veces solo son víctimas.
Personas buenas que se sienten
indignas de acercarse a recibir a Cristo en la comunión; cristianos piadosos
que han vivido sufriendo de manera insana porque se les enseñó a ver como
sucio, humillante y pecaminoso todo lo relacionado con el sexo; creyentes que,
al final de su vida, no saben cómo romper la cadena de confesiones y comuniones
supuestamente sacrílegas... ¿No podrán conocer nunca la paz?
Según el relato, la mujer enferma
«oye hablar de Jesús» e intuye que
está ante alguien que puede arrancar la «impureza»
de su cuerpo y de su vida entera. Jesús no habla de dignidad o indignidad. Su
mensaje habla de amor. Su persona irradia fuerza curadora.
La mujer busca su propio camino
para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas para mirarle a los ojos:
se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su enfermedad: actuará
calladamente. No puede tocarlo físicamente: le tocará solo el manto. No
importa. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza grande en
Jesús.
Lo dice él mismo. Esta mujer no
se ha de avergonzar ante nadie. Lo que ha hecho no es malo. Es un gesto de fe.
Jesús tiene sus caminos para curar heridas secretas, y decir a quienes lo
buscan: «Hija, hijo, tu fe te ha curado.
Vete en paz y con salud».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
2 de julio de 2006
NO A LA
DOMINACIÓN MASCULINA
Vete en
paz.
El incidente narrado por Marcos
es atractivo. Una mujer avergonzada y temerosa se acerca a Jesús secretamente,
con la confianza de quedar curada de una enfermedad que la humilla desde hace
tiempo. Arruinada por los médicos, sola y sin futuro, viene a Jesús con una fe
grande. Sólo busca una vida más digna y más sana.
En el trasfondo del relato se
adivina un grave problema. La mujer sufre pérdidas de sangre: una enfermedad
que la obliga a vivir en un estado de discriminación e impureza ritual. Las
leyes religiosas le obligan a evitar el contacto con Jesús y, sin embargo, es
precisamente ese contacto el que la podría curar.
La curación se produce cuando
aquella mujer, educada en unas categorías religiosas que la condenan a la
discriminación, logra liberarse de la ley para confiar en Jesús. En aquel
profeta, enviado de Dios, hay una fuerza capaz de salvar a la mujer. Ella «notó que su cuerpo estaba curado»;
Jesús «notó la fuerza salvadora que había
salido de él».
Este episodio, aparentemente
insignificante, es un exponente más de lo que se recoge de manera constante en
las fuentes evangélicas: la actuación salvadora de Jesús, comprometido siempre en
liberar a la mujer de la exclusión social, de la opresión del varón en la
familia patriarcal y de la dominación religiosa dentro del pueblo de Dios.
Sería anacrónico presentar a
Jesús como un feminista de nuestros días, comprometido en la lucha por la
igualdad de derechos entre mujer y varón. Su actuación es más radical. La
superioridad del varón y la sumisión de la mujer no vienen de Dios. Por eso,
entre sus seguidores han de desaparecer. Jesús concibe su movimiento como un
espacio sin dominación masculina.
La relación entre varones y
mujeres sigue enferma, incluso dentro de la Iglesia. Las mujeres no pueden
notar «la fuerza salvadora» que sale
de Jesús. Es uno de nuestros pecados. El camino de la curación es claro:
suprimir las leyes, costumbres, estructuras y prácticas que generan
discriminación de la mujer, y hacer de la Iglesia un espacio sin dominación
masculina.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
REZAR CON
SINCERIDAD
No temas, basta que tengas fe.
Mucho antes de las investigaciones
de Freud y del psicoanálisis, los
grandes maestros de la vida espiritual habían advertido ya de las numerosas
trampas en que puede caer la persona cuando reza a Dios. Pero, sin duda, los
análisis de Freud han sembrado una
sospecha más radical: la oración más sencilla y aparentemente más sincera puede
encerrar graves autoengaños y alimentar fantasías infantiles y neuróticas. En
el fondo, la cuestión es ésta: ¿Con quién está hablando realmente una persona
cuando dice hablar con Dios? ¿Qué hace cuando se dirige a alguien a quien no se
ve y que no contesta? Por mucho que hable con Dios, ¿no está encerrada en su
propio yo?
Para no pocos, la divulgación de
esta «cultura de la sospecha» ha supuesto el derrumbe de su religión. Ya no
aciertan a rezar. Todo les parece engaño y patología. No pueden y no quieren
rezar. No se comunican con Dios. Su vida se va haciendo cada vez más atea.
Otros, por el contrario, es ahora
cuando están purificando su religión de ilusiones infantiles poco sanas. Poco a
poco van descubriendo un rostro nuevo de Dios. Hoy rezan de forma distinta. La
fe comienza a ser para ellos el mejor estímulo para vivir de manera digna y
esperanzada.
Lo primero es no confundir a Dios
con cualquier cosa. Dios está más allá de nuestros sentimientos e ilusiones. No
se identifica con las representaciones, símbolos o ritos creados por los
hombres. El que reza no ha de caer en la trampa de «fabricarse» un Dios a su
gusto y para su uso particular.
Dios, por otra parte, no es una
especie de «seguro» fácil que protege de la dureza de la vida. Es una
equivocación alimentar la ilusión de un Dios que está ahí, siempre a mano,
ofreciendo soluciones mágicas a los problemas del ser humano. Dios no se deja
poseer ni manejar como un objeto más de consumo.
Por otra parte, lejos de apartar
de la realidad, la oración verdadera lleva a afrontar su dureza y, lo que es
más importante, a empeñarse en su transformación. Cuando una persona se va
haciendo cada vez más huidiza ante los conflictos, más intolerante e intransigente
con los otros, más encerrada en sus propios intereses y, en definitiva, más
egoísta, su oración es puro «juego imaginativo». Invocar al Padre es hacerse
hermano. Rezar al Dios del evangelio conduce a vivir evangélicamente. Orar a un
Dios Amor es disponerse a amar responsablemente.
Marcos nos describe en su relato
dos reacciones muy diferentes ante la oración de Jairo, preocupado sólo por la
salud de su hija. La de sus criados que le invitan a la resignación realista: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar
más al Maestro?» Y la de Jesús que le invita a la confianza total: «No temas; basta que tengas fe».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
2 de julio de 2000
TABÚ
La niña
no está muerta.
La palabra «mortal» ha servido
desde siempre para designar al hombre. Ésta es su condición. El ser humano es
mortal: en cualquier momento puede morir y, ciertamente, cada instante lo
acerca un poco más a su final. Lo decía de manera gráfica Heidegger: «Desde que nace, el hombre es lo bastante viejo para morir».
Pero no es sólo que «puede»
morir, sino que «tiene» que morir. Nadie escapa a la muerte. Es inútil nuestro
afán de vivir, nuestro deseo de no enfermar, no envejecer, sobrevivir. Durante
muchos años se puede vivir sin sentir la amenaza de la muerte, pero llega un
día en que la enfermedad, el mal funcionamiento de algún órgano o la jubilación
comienzan a hacernos pensar que también nosotros estamos acercándonos a nuestro
final.
Casi siempre los humanos han
tratado de olvidar la muerte, a ver si desaparece. Lo decía ya B. Pascal: «Los hombres, para ser felices,
no ha hiendo podido encontrar remedio a la muerte... han tomado la decisión de
no pensar en ella». No son menos ingenuas las sociedades progresistas del
tercer milenio que han convertido la muerte en el gran «tabú»: no hay que hablar de ella, no hay que pronunciar el nombre
de ciertas enfermedades, hay que vivir como si fuéramos inmortales.
Sin embargo, cuando leemos el
grito de M. de Unamuno, sabemos que
está expresando lo que todos sentimos en el fondo de nuestro ser: «No quiero morirme, no, no quiero ni quiero
quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo,
que me soy y me siento ahora y aquí». Queremos vivir, no desaparecer, no
caer en la nada.
El hombre de nuestros días sigue
repitiendo los viejos caminos de siempre para eludir la certeza de su muerte.
Algunos intentan vivir sin esperanza, aunque sin caer en una desesperación
angustiosa. Otros se lanzan a vivir a tope lo inmediato cerrando los ojos a
todo futuro. Hay quienes viven sin tomar en serio ningún amor y ninguna
esperanza, sin arriesgarse en ninguna lucha, sin ligarse a nada ni a nadie.
Cada uno sigue su camino pero
nadie puede sustraerse a ciertas preguntas: ¿qué me espera en la muerte?, ¿qué
va a ser de mí y de todos mis anhelos?, ¿me aguarda la nada?, ¿hay algo o
alguien que me espera para acoger mi deseo de vida y llevarme a una vida plena?
El relato que nos presenta a Jesús devolviendo la vida a la niña que todos creen
muerta, está escrito desde la fe en un Dios que, al resucitar a Jesús, nos ha
revelado que sólo quiere la vida del ser humano, incluso por encima de la
muerte.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
DIOS
QUIERE LA VIDA
Niña,
levántate.
EJ ser humano se siente mal ante
el misterio de la muerte. Nos da miedo lo desconocido. Nos aterra despedirnos
para siempre de nuestros seres queridos para adentramos, en la soledad más
absoluta, en un mundo inexplorado en el que no sabemos exactamente qué es lo
que nos espera.
Por otra parte, incluso en estos
tiempos de indiferencia e incredulidad, la muerte sigue envuelta en una
atmósfera religiosa. Ante el final se despierta en no pocos el recuerdo de Dios
o las imágenes que cada uno nos hacemos de él. De alguna manera, la muerte
desvela nuestra secreta relación con el Creador, bien sea de abandono confiado,
de inquietud ante el posible encuentro con su misterio o de rechazo abierto a
toda trascendencia.
Es curioso observar que son
bastantes los que asocian la muerte con Dios, como si ésta fuera algo ideado
por él para asustarnos o para hacernos caer un día en sus manos. Dios sería un
personaje siniestro que nos deja en libertad durante unos años, pero que nos
espera al final en la oscuridad de esa muerte tan temida.
Sin embargo, la tradición bíblica
insiste una y otra vez en que Dios no quiere la muerte. El ser humano, fruto
del amor infinito de Dios, no ha sido pensado ni creado para terminar en la
nada. La muerte no puede ser el objetivo o la intención última del proyecto de
Dios sobre el hombre.
Desde las culturas más primitivas
hasta las filosofías más elaboradas sobre la inmortalidad del alma, la
humanidad se ha rebelado siempre contra la muerte. El hombre sabe que morir es
algo natural dentro del proceso biológico del viviente, pero, al mismo tiempo,
intuye más o menos oscuramente que esa muerte no puede ser su último destino.
La esperanza en una vida eterna
se fue gestando lentamente en la tradición bíblica no por razones filosóficas o
consideraciones sobre la inmortalidad del alma, sino por la confianza total en
la fidelidad de Dios. Si esperamos la vida eterna es sólo porque Dios es fiel a
sí mismo y fiel a su proyecto. Como dijo Jesús en una frase inolvidable: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos,
porque para él todos están vivos» (Lucas 20, 38).
Dios quiere la vida del ser
humano. Su proyecto va más allá de la muerte biológica. La fe del cristiano,
iluminada por la resurrección de Cristo, está bien expresada por el salmista: «No me entregarás a la muerte ni dejarás a
tu amigo conocer la corrupción» (Salmo 16, 10). La actuación de Jesús
agarrando con su mano a la joven muerta para rescatarla de la muerte es
encarnación y signo visible de la acción de Dios, dispuesto a salvar de la
muerte a todo ser humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
26 de junio de 1994
REZAR
DESPUES DE FREUD
No temas;
basta que ten gas fe.
Mucho antes de las
investigaciones de Freud y del
psicoanálisis, los grandes maestros de la vida espiritual habían advertido ya
de las numerosas trampas en que puede caer la persona cuando reza a Dios. Pero,
sin duda, los análisis de Freud han
sembrado una sospecha más radical: la oración más sencilla y aparentemente más
sincera puede encerrar graves autoengaños y alimentar fantasías infantiles y
neuróticas. En el fondo, la cuestión es ésta: ¿Con quién está hablando
realmente una persona cuando dice hablar con Dios? ¿Qué hace cuando se dirige a
alguien a quien no se ve y que no contesta? Por mucho que hable con Dios, ¿no
está encerrada en su propio yo?
Para no pocos, la divulgación de
esta «cultura de la sospecha» ha supuesto el derrumbe de su religión. Ya no
aciertan a rezar. Todo les parece engaño y patología. No pueden y no quieren
rezar. No se comunican con Dios. Su vida se va haciendo cada vez más atea.
Otros, por el contrario, es ahora
cuando están purificando su religión de ilusiones infantiles poco sanas. Poco a
poco van descubriendo un rostro nuevo de Dios. Hoy rezan de forma distinta. La
fe comienza a ser para ellos el mejor estímulo para vivir de manera digna y
esperanzada.
Lo primero es no confundir a Dios
con cualquier cosa. Dios está más allá de nuestros sentimientos e ilusiones. No
se identifica con las representaciones, símbolos o ritos creados por los
hombres. El que reza no ha de caer en la trampa de «fabricarse» un Dios a su
gusto y para su uso particular.
Dios, por otra parte, no es una
especie de «seguro» fácil que protege de la dureza de la vida. Es una equivocación
alimentar la ilusión de un Dios que está ahí, siempre a mano, ofreciendo
soluciones mágicas a los problemas del ser humano. Dios no se deja poseer ni
manejar como un objeto más de consumo.
Por otra parte, lejos de apartar
de la realidad, la oración verdadera lleva a afrontar su dureza y, lo que es
más importante, a empeñarse en su transformación. Cuando una persona se va
haciendo cada vez más huidiza ante los conflictos, más intolerante e
intransigente con los otros, más encerrada en sus propios intereses y, en
definitiva, más egoísta, su oración es puro «juego imaginativo». Invocar al
Padre es hacerse hermano. Rezar al Dios del evangelio conduce a vivir
evangélicamente. Orar a un Dios Amor es disponerse a amar responsablemente.
Marcos nos describe en su relato
dos reacciones muy diferentes ante la oración de Jairo, preocupado solo por la
salud de su hija. La de sus criados que le invitan a la resignación realista: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar
más al Maestro?» Y la de Jesús que le invita a la confianza total: «No temas; basta que tengas fe. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
30 de junio de 1991
UN
PROBLEMA NO SUPERADO
No temas;
basta que tengas fe.
La cultura moderna ha divulgado
un modo diferente de mirar la muerte. El morir ya no interesa como hecho
trascendente, ni como destino misterioso del ser humano. Se trata sencillamente
de la interrupción de un proceso biológico, un “fenómeno natural” que hemos de
aceptar como algo normal y ordinario. Pero, a decir verdad, nadie siente la
propia muerte como algo natural, sino como un final absurdo e inhumano.
Por otra parte, se esperaba que
el progreso y el bienestar generalizado harían olvidar poco a poco el “pequeño
problema de la muerte”, pero los hombres y mujeres de hoy siguen sintiendo la
misma rabia e impotencia de siempre, cuando presienten cercano su final: “Esto
era todo? ¿Por qué tengo que morir ahora?”.
Por eso, no es extraño leer hoy
afirmaciones como la del teólogo alemán Heinz
Zahrnt en su último estudio: “El problema de la muerte y de lo que viene
después de la muerte no es un problema superado. Está ahí tan vivo como siempre
e, incluso, sus- cita un interés renovado”.
De hecho, se leen con avidez las
experiencias vividas por individuos “vueltos a la vida”, que pretenden decirnos
lo que sucede en la muerte. Las gentes acuden cada vez más a recibir “mensajes
del más allá” a través de personas mediadoras que, se dice, pueden comunicar
con las almas de los difuntos. Se ponen de moda diversas formas de
“reencarnación” elaboradas a partir de antiguas doctrinas orientales.
Pero la muerte no admite
“soluciones de compromiso”. Inútil recibir pretendidos “mensajes del más allá”
o escuchar relatos de los “reanimados” que, naturalmente, no han experimentado
la muerte. Inútil también buscar refugio en teorías reencarnacionistas tan
alejadas con frecuencia de su inspiración oriental. Ante la muerte, sólo cabe
una alternativa. O el hombre se pierde para siempre, o bien es acogido por Dios
para la vida.
La esperanza de los cristianos en
la vida eterna tiene como fundamento único la confianza total en la fidelidad
de Dios que, como dice Jesús, es “un Dios
de vivos y no de muertos”. El posee la vida en plenitud. Donde él actúa, se
despierta la vida. También en el interior de la muerte.
En el momento de morir yo no
podré disponer de mi vida. No podré ya relacionarme con nadie. Nadie podrá
hacer nada por mí. No hay apoyos ni garantías de nada. Estaré solo ante la
destrucción. O hay un Dios Creador que me saca de la muerte, o todo habrá
terminado para siempre.
En ese momento la fe del creyente
se hará total. La confianza se convertirá en abandono absoluto en el misterio
de Dios. La única manera cristiana de morir es hacer de la muerte el acto final
de confianza total en un Dios que me ama sin fin.
Nuestra preocupación hoy no ha de
ser satisfacer nuestra curiosidad sobre el más allá, ni alejar nuestros temores
recurriendo a teorías prestadas de otras religiones, sino acrecentar nuestra fe
en el Dios de la vida.
Hemos de escuchar en toda su
hondura las palabras de Jesús al jefe de la sinagoga de Cafarnaum, ante la
muerte de su hija: “No temas. Solamente
ten fe “.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de junio de 1988
RECUPERAR
LA FEMINIDAD
Vete en
paz y con salud.
La hemorroisa de la que habla el
episodio evangélico es una mujer enferma en las raíces mismas de su feminidad.
Aquellas pérdidas de sangre que viene padeciendo desde hace doce años la
excluyen de la intimidad y el amor conyugal.
Según las normas del Levítico es
impura ante sus propios ojos y ante los demás. Una mujer intocable y frustrada
que queda excluida del deseo y el amor del varón.
Su ser más íntimo de mujer está
herido. Su sangre se derrama inútilmente. Su vida se desgasta en la
esterilidad.
El evangelista la describe como
una mujer ignorada y solitaria, avergonzada de sí misma, perdida en el
anonimato de la multitud.
La curación de esta mujer se
produce cuando Jesús se deja tocar por ella y la mira con amor y ternura
desconocida: “Hija... vete en paz y Con
salud”.
La sicoanalista católica Françoise Dolto, al comentar esta
curación en su estudio “El evangelio ante el psicoanálisis”, señala que “una mujer
sólo se sabe y se siente femenina mediante un hombre que cree en ella. Es en
los ojos de un hombre, en su actitud, donde una mujer se sabe femenina». Para
aquella mujer enferma ese hombre ha sido Jesús.
En nuestra sociedad se despierta
poco a poco la sensibilidad colectiva ante la violencia y las agresiones que la
mujer padece. Crecen las denuncias, se agiliza el código penal, se abren
centros para mujeres maltratadas.
Pero somos todavía poco
conscientes del sufrimiento oculto y la tragedia de tantas mujeres frustradas
en su ser más íntimo de mujer.
Mujeres perdidas en el anonimato
de los hogares y las faenas caseras cuya dedicación y entrega apenas valora
nadie.
Mujeres inseguras de sí mismas,
atemorizadas por su propio marido, que viven culpabilizándose de sus
desaciertos y depresiones porque no encuentran el apoyo y la comprensión que
necesitan.
Mujeres vencidas por la soledad,
cansadas ya de luchar y sufrir en silencio, que no aman ni son amadas con la
ternura que su ser de mujer está pidiendo.
Mujeres desgastadas y afeadas por
la dureza de la vida, que descuidan su cuerpo y su feminidad porque hace mucho
tiempo que nadie las mira ni las besa con amor.
Mujeres que recuperarían su ser
auténtico de mujer si se encontraran con la mirada acogedora y curadora de un
esposo o un verdadero amigo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
30 de junio de 1985
NUESTRA
INJUSTICIA CON LAS MUJERES
Salió
fuerza de él.
Jesús adoptó ante las mujeres una
postura tan sorprendente que desconcertó, incluso, a sus mismos discípulos.
En aquella sociedad judía donde
el varón daba gracias a Dios cada día por no haber nacido mujer, no era fácil
entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y
mujeres en la nueva comunidad.
Si algo se desprende con claridad
de actitud es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal,
sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.
Sin embargo, los cristianos no
hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que se siguen de
la actitud del Maestro. R. Laurentin
ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia.
Por lo general, los varones
seguimos sospechando de todo movimiento feminista y reaccionamos secretamente
contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra situación
privilegiada sobre la mujer.
En ina Iglesia, dirigida por
varones, no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se encierra en
el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las mujeres. Y
lo cierto es que apenas se escuchan desde el interior de la Iglesia voces que,
en nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.
Para justificar nuestra
supremacía masculina hemos ido consolidando un presupuesto secreto pero
enormemente eficaz «los varones son los únicos que realmente importan, mientras
que las mujeres existen únicamente por referencia a ellos» (M. French).
Los creyentes hemos de tomar
conciencia de que el actual dominio de los varones sobre las mujeres no es
«algo natural», sino una estructura y un comportamiento profundamente viciados
por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder.
¿Es posible superar este dominio
masculino? La revolución urgida por Jesús no se realiza despertando la agresividad
mutua ni promoviendo entre los sexos una guerra que acarrearía nuevos riesgos
para nuestra supervivencia humana. Jesús llama a «una revolución de las
conciencias» que nos haga vivir de otra manera las relaciones que nos unen a
unos con otros.
Las diferencias ente los sexos,
además de su función en el origen de una nueva vida, han de ser encaminadas
hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos.
Los varones hemos de escuchar con
mucha más lucidez y sinceridad la interpelación de aquel de quien, según el
relato evangélico, «salió fuerza» para curar a la mujer.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
27 de junio de 1982
CURARSE
Tu fe te
ha curado.
Los cristianos pasamos a veces
por alto que Jesús, más que atribuirse a sí mismo las curaciones que realiza,
recuerda a los enfermos algo realmente sorprendente: Tu fe te ha curado.
Jesús los despide invitándoles a
no olvidar nunca esta verdad. En el hombre que cree hay siempre algo que le
puede salvar, reconstruir y liberar de todo lo que le impide vivir.
Contrariamente a lo que pensaba S. Freud, los análisis de Erik H. Erikson llevan a pensar que en
el fondo de todo ser humano existe una «confianza de base», una «confianza
original» que permite el ulterior desarrollo de nuestra vida.
Toda vida humana reposaría sobre
esta confianza implícita, con frecuencia inconsciente, como una fuerza que
secretamente estaría alimentando toda nuestra existencia.
El pensamiento de Jesús va más
lejos. El hombre que sabe creer en el Dios de la vida, y acierta a confiar su
existencia en el Padre, posee en sí mismo una fuerza capaz de liberarlo de lo
que le deshumaniza y destruye como hombre.
Quizás los cristianos no nos
atrevemos ya a creer que la fe puede seguir hoy curando a los hombres. No
sabemos apreciar la fuerza sanadora que se encierra en el corazón de un hombre
habitado por la fe.
Y sin embargo, hoy la fe puede curarnos. Hombres
extraños a sí mismos, incapaces de despojarse de su «máscara social», hombres
condenados a no ser nunca lo que habrían podido llegar a ser, pueden descubrir
en la fe una fuerza capaz de reavivar las posibilidades de generosidad, nobleza
y humanidad que todavía se encierran en su corazón.
Hombres esclavos del dinero y la
autosatisfacción, insensibles a la vida de los demás, hombres cuya vida no
crece ni tiende hacia nada, hombres de «alma mutilada», podrían encontrar en la
fe una fuerza capaz de recrear y reanimar su vivir diario.
Alguien ha dicho que «el corazón
de los hombres de nuestro tiempo se asfixia lentamente, a causa de la ausencia
universal de bondad» (M. Delbrel).
La indiferencia por el
sufrimiento de ios desvalidos domina la economía. El cinismo y la mentira se
han apoderado de la vida política y de las relaciones internacionales. El
olvido gigantesco del hambre, la miseria y la muerte de millones de seres
humanos es general.
Este mundo está enfermo en sus
raíces, en la orientación misma del corazón humano y de la vida. Necesita una
curación «radical». Y es ésta precisamente la oferta y el reto más apasionante
del evangelio: una fe capaz de sanar al hombre de sus raíces.
José Antonio Pagola
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