El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
19º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
Mándame
ir hacia ti andando sobre el agua.
+
Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 22-33
Después que la
gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca
y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y, después de
despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba
allí solo.
Mientras tanto, la
barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era
contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los
discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo,
pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en
seguida:
-«¡Ánimo, soy yo,
no tengáis miedo!»
Pedro le contestó:
-«Señor, si eres
tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo:
-«Ven.»
Pedro bajó de la
barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la
fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
-«Señor, sálvame.»
En seguida Jesús
extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-«¡Qué poca fe!
¿Por qué has dudado?»
En cuanto subieron
a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se
postraron ante él, diciendo:
-«Realmente eres
Hijo de Dios.»
Palabra del Señor.
HOMILIA
2016-2017 -
13 de agosto de 2017
EN MEDIO
DE LA CRISIS
No es difícil ver en la barca de
los discípulos de Jesús, sacudida por las olas y desbordada por el fuerte
viento en contra, la figura de la Iglesia actual, amenazada desde fuera por
toda clase de fuerzas adversas y tentada desde dentro por el miedo y la poca
fe. ¿Cómo leer este relato evangélico desde la crisis en la que la Iglesia
parece hoy naufragar?
Según el evangelista, “Jesús se
acerca a la barca caminando sobre el agua”. Los discípulos no son capaces de
reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un
“fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real es aquella fuerte
tempestad.
Este es nuestro primer problema.
Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros
desaliento, miedo y falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está
acercando precisamente desde esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e
indefensos que nunca.
Jesús les dice tres palabras:
“Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos
solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Este es también
nuestro error. Si no escuchamos la invitación de Jesús a poner en él nuestra
confianza incondicional, ¿a quién acudiremos?
Pedro siente un impulso interior
y sostenido por la llamada de Jesús, salta de la barca y “se dirige hacia Jesús
andando sobre las aguas”. Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en
medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades
del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad
y las incertidumbres de estos tiempos.
No es fácil. También nosotros
podemos vacilar y hundirnos como Pedro. Pero lo mismo que él, podemos
experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: “Hombres
de poca fe, ¿por qué dudáis?”.
¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué
no estamos aprendiendo apenas nada nuevo de la crisis? ¿Por qué seguimos
buscando falsas seguridades para “sobrevivir” dentro de nuestras comunidades,
sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la
sociedad secularizada de nuestros días?
Esta crisis no es el final de la
fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses
mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de
Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está
conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en
Jesús. No tengamos miedo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
10 de agosto de 2014
EN MEDIO
DE LA CRISIS
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
7 de agosto de 2011
Miedo a
Jesús
Mateo ha recogido el recuerdo de una tempestad vivida por los
discípulos en el mar de Galilea para invitar a sus lectores a escuchar, en
medio de las crisis y conflictos que se viven en las comunidades cristianas, la
llamada apremiante de Jesús a confiar en él. El relato describe de manera
gráfica la situación. La barca está literalmente «atormentada por las olas», en
medio de una noche cerrada y muy lejos de tierra. Lo peor es ese «viento
contrario» que les impide avanzar. Hay algo, sin embargo, más grave: los
discípulos están solos; no está Jesús en la barca.
Cuando se les acerca caminando sobre las aguas, los discípulos no
lo reconocen y, aterrados, comienzan a gritar llenos de miedo. El evangelista
tiene buen cuidado en señalar que su miedo no está provocado por la tempestad,
sino por su incapacidad para descubrir la presencia de Jesús en medio de
aquella noche horrible.
La Iglesia puede atravesar situaciones muy críticas y oscuras a lo
largo de la historia, pero su verdadero drama comienza cuando su corazón es
incapaz de reconocer la presencia salvadora de Jesús en medio de la crisis,
y de escuchar su grito: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
La reacción de Pedro es admirable: «Si eres tú, mándame ir hacia
ti andando sobre el agua». La crisis es el momento privilegiado para hacer la
experiencia de la fuerza salvadora de Jesús. El tiempo privilegiado para
sustentar la fe no sobre tradiciones humanas, apoyos sociales o devociones
piadosas, sino sobre la adhesión vital a Jesús, el Hijo de Dios.
El narrador resume la respuesta de Jesús en una sola palabra: «Ven».
No se habla aquí de la llamada a ser discípulos de Jesús. Es una llamada
diferente y original, que hemos de escuchar todos en tiempos de tempestad: el
sucesor de Pedro y los que estamos en la barca, zarandeados por las olas. La
llamada a «caminar hacia Jesús», sin asustarnos por «el viento contrario», sino
dejándonos guiar por su Espíritu favorable.
El verdadero problema de la Iglesia no es la secularización
progresiva de la sociedad moderna, ni el final de la "sociedad de
cristiandad" en la que se ha sustentado durante siglos, sino
nuestro miedo secreto a fundamentar la fe sólo en la verdad de Jesucristo.
No nos atrevemos a escuchar los signos de estos tiempos a la luz
del Evangelio, pues no estamos dispuestos a escuchar ninguna llamada a renovar
nuestra manera de entender y de vivir nuestro seguimiento a Jesús. Sin embargo,
también hoy es él nuestra única esperanza. Donde comienza el miedo a Jesús
termina nuestra fe.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
10 de agosto de 2008
A LA
IGLESIA LE HA ENTRADO MIEDO
No
tengáis miedo.
Seguramente, aprovechando los
momentos difíciles de sus idas y venidas por el lago de Galilea, Jesús educaba
a sus discípulos para enfrentarse a tempestades futuras más peligrosas. Mateo
«trabaja» ahora uno de estos episodios para ayudar a las comunidades cristianas
a liberarse de sus «miedos» y de su «poca fe».
Los discípulos están solos. Esta
vez no los acompaña Jesús. Su barca está «muy lejos de tierra», a mucha
distancia de él, y un «viento contrario» les impide volver. Solos en medio de
la tempestad, ¿qué pueden hacer sin Jesús?
La situación de la barca es
desesperada. Mateo habla de las tinieblas de la «noche», la «fuerza del viento»
y el peligro de «hundirse en las aguas». Con este lenguaje bíblico, conocido
por sus lectores, va describiendo la situación de aquellas comunidades
cristianas, amenazadas desde fuera por el rechazo y la hostilidad, y tentadas
desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿No es ésta nuestra situación hoy?
Entre las tres y las seis de la
madrugada, «se les acerca Jesús andando sobre el agua», pero los discípulos son
incapaces de reconocerlo. El miedo les hace ver en él «un fantasma». Los miedos
son el mayor obstáculo para conocer, amar y seguir a Jesús como «Hijo de Dios»
que nos acompaña y salva en la crisis.
Jesús les dice las tres palabras
que necesitan escuchar: «Animo, soy yo,
no tengáis miedo». Quiere trasmitirles su fuerza, su seguridad y su
confianza absoluta en el Padre. Pedro es el primero en reaccionar. Su actuación
es, como casi siempre, modelo de entrega confiada y ejemplo de miedo y poca fe.
Camina seguro sobre las aguas, luego «le entra miedo»; va confiado hacia Jesús,
luego olvida su Palabra, siente la fuerza del viento y comienza a «hundirse».
En la Iglesia de Jesús ha entrado
el miedo y no sabemos cómo liberarnos de él. Tenemos miedo al desprestigio, la
pérdida de poder y el rechazo de la sociedad. Nos tenemos miedo unos a otros:
la jerarquía endurece su lenguaje, los teólogos perdemos libertad, los pastores
prefieren no correr riesgos, los fieles miran con temor el futuro. En el fondo
de estos miedos hay miedo a Jesús, poca fe en él, resistencia a seguir sus
pasos. El mismo nos ayuda a descubrirlo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué dudáis tanto?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
7 de agosto de 2005
EN MEDIO
DE LA CRISIS
Ánimo,
soy yo, no tengáis miedo.
No eran tiempos fáciles para la
joven comunidad judeocristiana donde Mateo escribía su evangelio. Se había
enfriado el entusiasmo de los primeros tiempos. Las tensiones con los judíos
eran fuertes. Algunos encontraban el rechazo dentro de su propia familia. ¿Se
hundiría la fe de aquellos creyentes?
Recogiendo un relato que encontró
en Marcos y diversas tradiciones orales que corrían entre los cristianos, Mateo
escribió una bella catequesis con un sólo objetivo: ayudar a los seguidores de
Jesús a reafirmarse en su fe. Lo hizo con tal fuerza que todavía hoy nos puede
reavivar por dentro.
No siempre es fácil creer. Según
el relato, es «noche» cerrada, la
barca de los discípulos se encuentra «muy
lejos de tierra» en medio del mar de Galilea, «sacudida por las olas» y con «el
viento en contra». Así estaba la comunidad cristiana de Antioquia. Sus lectores
le entendían, pues conocían el lenguaje de los salmos: las aguas, la noche, la
tempestad eran símbolos de la inseguridad, el miedo y la incertidumbre.
En esas condiciones no es fácil
la adhesión a Jesús. Su figura se desvanece en medio de la crisis ¿No será todo
un engaño? ¿No será Jesús una ilusión muy bella, pero sin consistencia alguna
en la realidad? Así lo veían sus discípulos en medio del lago: como un fantasma
caminando sobre el agua.
En esos momentos podemos oír
dentro de nosotros la voz callada de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Escuchando desde dentro esta
palabra podemos vivir también hoy la experiencia de Pedro: caminar hacia Jesús
andando no sobre tierra firme sino sobre el agua, apoyándonos no en argumentos
seguros sino en la debilidad de nuestra fe.
En cualquier momento nos podemos
hundir si nos fijamos sólo en la «fuerza
del viento» y olvidamos la presencia de Jesús. Si sabemos gritar como
Pedro: «Señor, sálvame», podremos
vivir una experiencia difícil de explicar a nadie. Sin saber cómo ni por qué,
percibiremos a Jesús como una «mano
tendida» que sostiene nuestra fe. Es en las crisis cuando aprendemos de
verdad a creer en Dios y en Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
11 de agosto de 2002
ANTES DE
HUNDIRNOS
Señor
sálvame.
Es sorprendente la actualidad que
cobra en estos tiempos de crisis religiosa el relato de la tempestad en el lago
de Galilea. Mateo describe con rasgos certeros la situación: los discípulos de
Jesús se encuentran solos «lejos de
tierra firme», en medio de la inseguridad del mar; la barca está «sacudida por las olas», desbordada por
las fuerzas adversas; «el viento es
contrario», todo se vuelve en contra; es «noche cerrada», las tinieblas impiden ver el horizonte.
Así viven no pocos creyentes el
momento actual. Ya no hay seguridad ni certezas religiosas; todo se ha vuelto
oscuro y dudoso. La religión está sometida a toda clase de acusaciones y
sospechas. Se habla del cristianismo como una «religión terminal» que pertenece al pasado; se dice que estamos
entrando en una «era poscristiana»
(E. Poulat). En algunos nace el interrogante: ¿no será la religión un sueño
irreal, un mito ingenuo llamado a desaparecer? Este es el grito de los
discípulos al atisbar a Jesús en medio de la tempestad: «Es un fantasma».
La reacción de Jesús es
inmediata: «Ánimo, soy yo, no tengáis
miedo». Animado por estas palabras, Pedro hace a Jesús una petición
inaudita: «Señor si eres tú, mándame ir a
ti andando sobre el agua». No sabe si Jesús es un fantasma o alguien real,
pero quiere comprobar que se puede caminar hacia él caminando, no sobre tierra
firme sino sobre el agua, no apoyándose en argumentos seguros sino en la
debilidad de la fe.
Así vive el creyente su adhesión
a Cristo en momentos de crisis y oscuridad. No sabemos si Cristo es un fantasma
o alguien vivo y real, resucitado por el Padre para nuestra salvación. No
tenemos argumentos científicos para comprobarlo, pero sabemos por experiencia
que se puede caminar por la vida sostenidos por la fe en él y en su Palabra.
No es fácil vivir de esta fe
desnuda. El relato evangélico nos dice que Pedro «sintió la fuerza del viento», «le
entró miedo» y «empezó a hundirse».
Es un proceso muy conocido: fijamos sólo en la fuerza del mal, dejamos
paralizar por el miedo y hundimos en la desesperanza.
Pedro reacciona y, antes de
hundirse del todo grita: «Señor sálvame».
La fe es muchas veces un grito, una invocación, una llamada a Dios: «Señor sálvame». Sin saber ni cómo ni
por qué, es posible entonces percibir a Cristo como una mano tendida que
sostiene nuestra fe y nos salva, al tiempo que nos dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
8 de agosto de 1999
SOBRE EL
AGUA
Echó a
andar sobre el agua.
Son muchos los creyentes que
estos últimos años se han sentido a la intemperie y como desamparados en medio
de una crisis y confusión general. Los pilares en los que tradicionalmente se
apoyaba su fe se han visto sacudidos violentamente desde sus raíces. La
autoridad de la Iglesia, la infalibilidad del Papa, el magisterio de los
Obispos, ya no pueden sostenerlos en sus convicciones religiosas. Un lenguaje
nuevo y desconcertante ha llegado hasta sus oídos creando un malestar y una
confusión antes desconocidos. La «falta de acuerdo» en los mismos sacerdotes y
hasta en los Obispos les ha sumido en el desconcierto.
Con mayor o menor sinceridad, son
bastantes los que se preguntan: ¿Qué debemos creer? ¿A quién debemos escuchar?
¿Qué dogma hay que aceptar? ¿Qué moral hay que seguir? Y son muchos los que, al
no poder responder a estas preguntas con la certeza de otros tiempos, tienen la
sensación de estar «perdiendo la fe».
Sin embargo, no debemos confundir
nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o principios.
Ciertamente, la fe implica una visión de la vida y una peculiar concepción del
hombre, su tarea y su destino último. Pero ser creyente es algo más profundo y
radical. Y consiste, antes que nada, en una apertura confiada a Jesucristo como
sentido último de toda nuestra vida, criterio definitivo de nuestro amor a los
hermanos, y esperanza última de nuestro futuro.
Por eso, se puede ser verdadero
creyente y no ser capaz de formular con certeza determinados aspectos de la
concepción cristiana de la vida. Y se puede también afirmar con seguridad
absoluta los diversos dogmas cristianos y no vivir entregados a Dios en actitud
de fe.
Mateo nos ha descrito la
verdadera fe al presentar a Pedro que «caminaba
sobre el agua» acercándose a Jesús. Eso es creer. Caminar sobre el agua y
no sobre tierra firme. Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras
propias razones, argumentos y definiciones. Vivir sostenidos no por nuestra
seguridad, sino por nuestra confianza en él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
11 de agosto de 1996
ORACIÓN
DEL QUE DUDA
Señor,
sálvame.
Dios está en el fondo de todo ser
humano. Lo expresaba de forma espléndida el gran teólogo suizo H. von Balthasar: «El hombre es un ser
con un misterio en su corazón que es mayor que él mismo.» Si es así, ¿por qué
no lo captamos?, ¿por qué Dios se nos escapa y nos parece a veces tan lejano y
desconocido? La mística francesa, Madeleine
Deibrel, mujer seglar por cierto, se dirigía a Dios de esta forma tan curiosa:
«Señor, si Tú estás en todas partes, ¿cómo es que yo me las arreglo para estar
en otro sitio?» Dicho de otra manera, ¿por qué no se produce el encuentro?
Algunos rechazan de entrada la
presencia de Dios en su vida. No sienten necesidad de nadie para resolver su
existencia. Se bastan a sí mismos. No necesitan ninguna otra luz ni esperanza.
Tienen bastante con lo que ellos se pueden proporcionar a sí mismos. Desde esta
postura de autosuficiencia no es posible encontrarse con Dios.
Otros lo dejan todo muy pronto.
Intuyen que Dios les puede traer complicaciones, y ellos quieren tranquilidad.
Nada de replantearse la vida. Es mejor olvidar estas cosas e instalarse en la
indiferencia. No parece la postura más valiosa, pero probablemente es hoy la
más frecuente.
El creyente vive una experiencia
diferente. Sabe que el ser humano no se basta a sí mismo. Al mismo tiempo,
siente de diversas formas el anhelo de infinito. En su corazón brota la
confianza. Es otra manera de plantearse todo: en lugar de teorizar se pone a
escuchar, en vez de caminar solo por la vida se deja acompañar por una
presencia misteriosa, en vez de desesperar se abre confiadamente al amor de
Dios.
Esta experiencia es personal. No
se vive «de oídas» ni se conoce por procurador. No basta creer lo que otros
dicen. Cada uno ha de encontrar su camino hacia Dios. El teólogo J. Martín Velasco recuerda en un estudio
las palabras del personaje de una novela de E.
Wiesel: «Cada hombre tiene una plegaria que le pertenece, igual que tiene
un alma que le pertenece. Del mismo modo que a un hombre le es difícil
encontrar su alma, también le es difícil encontrar su plegaria. La mayoría de
la gente vive con almas y recita oraciones que no son las suyas; hoy, Michael,
has encontrado tu oración.»
Es justamente lo que necesitamos.
Encontrar cada uno nuestro camino hacia Dios, encontrar nuestra propia oración.
Pero, ¿cómo hacerlo cuando uno está lleno de dudas y no tiene tiempo ni fuerzas
para buscar a Dios? Muchas veces he pensado que para muchas personas que no aciertan
a creer, la mejor oración tal vez sean esas palabras cargadas de sinceridad que
Pedro dirige a Jesús cuando comienza a hundirse en el mar de Tiberíades: «Señor, sálvame.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
8 de agosto de 1993
MIEDOS
¡Animo,
soy yo, no tengáis miedo!
El miedo y la ansiedad son
fenómenos universales. Tarde o temprano, todos nos vemos asaltados por miedos
más o menos precisos y experimentamos en algún grado la ansiedad. Somos seres
frágiles y en cualquier momento nos sentimos amenazados.
Las gentes suelen poner en marcha
diversas estrategias para combatir el miedo. La huída es probablemente el medio
más utilizado; ante el peligro real o imaginario, la persona se esfuerza por
evitar la situación que le produce ansiedad. Otras veces se emplea la táctica
de la distracción: olvidar el problema, tratar de centrar la atención en otros
aspectos de la vida.
Los profesionales de la salud,
por su parte, se esfuerzan por liberar a las personas de los miedos poco sanos
con diferentes terapias y «medicamentos», para que el individuo se sienta mejor
y más aliviado frente a sus angustias.
Sin duda, todo este esfuerzo
terapéutico es necesario, aunque a veces no proporciona sino un alivio
temporal, y no llega a combatir la raíz de la ansiedad sino sus efectos. Pero,
junto a estas terapias, es necesario aprender a vivir de forma más consistente
y mejor enraizada. Y es ahí donde la fe, sin que sea necesario
instrumentalizarla, puede convertirse en fuente inestimable de vida sana y
liberada.
Por ejemplo, para sentirme bien,
no es necesario que todos me aprecien y me amen, o que todos los que me rodean
me aprueben en casi todo lo que hago. Puedo vivir en paz y sin temor aunque no
cuente con el amor de los demás. Si soy creyente, sé que cuento siempre con el
aprecio y el amor de Dios.
Tampoco tengo que hacerlo todo
con absoluta perfección para estar contento conmigo mismo. Dios me entiende y
me comprende. Me acepta tal como soy, con mis esfuerzos y mis limitaciones. No
tengo por qué vivir atemorizado por mi pasado. El perdón de Dios me anima a
renovarme mirando hacia adelante.
El origen principal de mis miedos
e infelicidad está, sobre todo, en mí mismo, no en el exterior. El mundo y las
personas son como son, aunque yo desearía que fueran de otra manera. Tengo que
colaborar para que el mundo cambie y sea mejor, pero, sobre todo, tengo que
cambiar yo. Dios que está en mí y es fuente de vida puede ser mi mejor fuerza y
estímulo.
Desde esta confianza escucha el
cristiano las palabras llenas de afecto que Jesús dirige a sus discípulos: «¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» Los
creyentes, como todos los humanos, son frágiles. Cualquier cosa puede turbar su
paz. Su seguridad y firmeza última provienen de ese Dios que se nos ha acercado
en Jesucristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
12 de agosto de 1990
DUDAS DE
FE
¿Por qué has dudado?
Hace todavía unos años, los
cristianos hablaban de la incredulidad como de un asunto propio de ateos y
descreídos, algo que merodeaba a nuestro alrededor, pero que a nosotros no nos
rozaba de cerca.
Hoy no nos sentimos tan
inmunizados. La increencia ya no es algo que afecta sólo a «los otros», sino
una cuestión que el creyente se ha de plantear sobre su propia fe.
Antes que nada, hemos de recordar
que la fe nunca es algo seguro, de lo que podemos disponer a capricho como de
una posesión privada inamovible. La fe es un don de Dios que hemos de acoger y
cuidar con fidelidad. Por eso, el peligro de perder la fe no viene tanto del
exterior cuanto de nuestra actitud personal ante Dios.
Bastantes personas suelen hablar
de sus «dudas de fe». Por lo general, se trata en realidad de dificultades para
comprender de manera coherente y razonable ciertas ideas y concepciones sobre Dios
y el misterio cristiano.
Estas «dudas de fe» no son tan
peligrosas para el cristiano que vive una actitud de confianza amorosa hacia
Dios. Como decía el cardenal H. Newman «diez dificultades no hacen una
duda».
Para hablar de la fe, en la
cultura hebrea se utiliza un término muy expresivo: «aman». De ahí
proviene la palabra «amén». Este verbo significa «apoyarse»,
«asentarse», «poner la confianza» en alguien más sólido que nosotros.
En eso consiste precisamente lo
más nuclear de la fe. Creer es vivir apoyándonos en Dios. Esperar confiadamente
en El, en una actitud de entrega absoluta y de confianza y fidelidad
inquebrantables.
Esta es la experiencia que han
vivido siempre los grandes creyentes en medio de sus crisis. San Pablo lo
expresa de manera muy gráfica: «Yo sé de quién me he fiado» (2 Tm 1,12).
Esta es también la actitud de
Pedro que, al comenzar a hundirse, grita desde lo más hondo: «Señor,
sálvame», y siente la mano de Jesús que lo agarra y le dice: «¿Por qué
has dudado?».
Las dudas pueden ser una ocasión
propicia para purificar más nuestra fe enraizándola de manera más viva y real
en el mismo Dios. Es el momento de apoyarnos con más firmeza en El y orar con
más verdad que nunca.
Cuando uno es «cristiano de
nacimiento» siempre llega un momento en el que nos hemos de preguntar si
creemos realmente en Dios o simplemente seguimos creyendo en aquéllos que nos
han hablado de él desde que éramos niños.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
9 de agosto de 1987
MIEDO
Le entró
miedo.
En contra de lo que a veces
pensamos, no es malo el miedo que se despierta en nosotros cuando detectamos
una situación de peligro o inseguridad.
En realidad es la señal de alarma
que nos pone en guardia ante aquello que puede, de alguna manera, destruirnos.
Por eso no es superfluo estar
atentos a los temores que se están desencadenando hoy en la conciencia del
hombre moderno. Hace un año, Le Nouvel
Observateur en una encuesta realizada en Francia sobre la angustia, hablaba
de tres grandes miedos colectivos.
El hombre occidental, bombardeado
por infinidad de información que no llega a asumir, teme hoy la guerra atómica,
los accidentes nucleares, la contaminación, la inseguridad ciudadana... Son
temores que pueden reducirse al miedo a la violencia.
El segundo de los miedos nace de
la inestabilidad laboral y el paro creciente. La crisis está provocando una
competitividad laboral, unas rivalidades y una insolidaridad ciudadana que
degenera en angustia y ansiedad de muchos ante su porvenir.
Finalmente se destaca el miedo a
la soledad, el aislamiento y la marginación, sobre todo, en los grandes núcleos
urbanos.
Si descendemos luego al piano de
los temores concretos que agobian a los individuos, se puede observar que
muchos de los miedos provienen de un modo de vivir absurdo y vacío de sentido.
Puede ser significativo el caso
de aquel hombre de cuarenta años, casado y con tres hijos que se presentaba así
ante su sicólogo: «Mi problema es que tengo miedo al infarto, miedo a
suicidarme y miedo a enloquecer».
Tal vez, estos miedos de los
hombres y mujeres de hoy nos están gritando que el hombre se pierde cuando
pierde su centro y que la vida humana queda destruida cuando se destruye toda
salida hacia la transcendencia.
Ciertamente, cuando un creyente,
acosado por el miedo, grita como Pedro: “Señor,
sálvame”, ese grito no hace desaparecer sus miedos y angustias. Todo puede
seguir igual. Su fe no le dispensa de buscar soluciones a cada problema.
Sin embargo, todo cambia si en el
fondo de su corazón se despierta la confianza en Dios.
Lo más importante, lo más
decisivo de nuestro ser está a salvo. Dios es una puerta abierta que nadie
puede cerrar. «La fidelidad y la benignidad de Dios están por encima de todo,
por encima incluso de toda fatalidad y toda culpa. Todo puede recibir un nuevo
sentido» (L. Boros).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
12 de agosto de 1984
LAS DUDAS
DEL CREYENTE
¿Por qué
has dudado?
No es fácil responder con
sinceridad a esa pregunta que Jesús hace a Pedro en el momento mismo en que lo
salva de las aguas: ¿Por qué has dudado?».
A veces las más hondas
convicciones se nos desvanecen y los ojos del alma se nos turban sin saber
exactamente por qué. Principios aceptados hasta entonces como inconmovibles
comienzan a tambalearse. Y se despierta en nosotros la tentación de abandonarlo
todo sin reconstruir nada nuevo.
Otras veces, el misterio de Dios
se nos hace agobiante y abrumador. La última palabra sobre mi vida se me escapa
y es duro abandonarse al misterio. Mi razón sigue buscando insatisfecha una luz
clara y- apodíctica que no encuentra ni podrá jamás encontrar.
No pocas veces, la
superficialidad y ligereza de nuestra vida cotidiana y el culto secreto a
tantos ídolos nos sumergen en largas crisis de indiferencia y escepticismo
interior, con la sensación de haber perdido realmente a Dios.
Con frecuencia, nuestro propio
pecado quebranta nuestra fe, pues ésta decae y se debilita cuando negamos a
Dios el derecho a ser luz y principio de acción en nuestra vida.
Si somos sinceros, hemos de
confesar que hay una distancia enorme entre el creyente que profesamos ser y el
creyente que somos en realidad.
¿Qué hacer al constatar en
nosotros una fe a veces tan frágil y vacilante?
Lo primero es no desesperar ni
asustarse al descubrir en nosotros dudas y vacilaciones. La búsqueda de Dios se
vive casi siempre en la inseguridad, la oscuridad y el riesgo. A Dios se le
busca «a tientas». Y no hemos de olvidar que muchas veces «la fe genuina sólo
puede aparecer como duda superada» (L.
Boros).
Lo importante es aceptar el
misterio de Dios con el corazón abierto. Nuestra fe depende de la verdad de
nuestra relación con Dios. Y no hay que esperar a que nuestros interrogantes y
dudas se encuentren resueltos, para vivir en verdad ante ese Dios.
Por eso, lo importante es saber
gritar como Pedro: «Señor, sálvame».
Saber levantar hacia Dios nuestras manos vacías, no sólo como gesto de súplica
sino también de entrega confiada de quien se sabe pequeño, ignorante y necesitado
de salvación.
No olvidemos que la fe es
«caminar sobre agua», pero con la posibilidad de encontrar siempre esa mano que
nos salva del hundimiento total.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
9 de agosto de 1981
CAMINAR
SOBRE EL AGUA
Echó a
andar sobre el agua.
Son muchos los creyentes que
estos últimos años se han sentido a la intemperie y cuya fe se ha visto como
desamparada en medio de una crisis y confusión general.
Los pilares en los que
tradicionalmente se apoyaba su fe se han visto sacudidos violentamente desde
sus raíces. La autoridad de la Iglesia, la infalibilidad del Papa, el
magisterio de los Obispos, ya no pueden sostenerlos en sus convicciones
religiosas.
Un lenguaje nuevo y
desconcertante ha llegado hasta sus oídos, creando un malestar y una confusión
antes desconocidos.
La «falta de acuerdo» en los
mismos sacerdotes y hasta en los Obispos les ha sumido en el desconcierto y
hasta en el escepticismo religioso.
Con mayor o menor sinceridad, son
bastantes los que se preguntan: ¿Qué debemos creer? ¿A quién debemos escuchar?
¿Qué dogmas hay que aceptar? ¿Qué moral hay que seguir?
Y son muchos ¡os que, al no poder
responder a estas preguntas con la certeza de otros tiempos, tienen la
sensación de estar «perdiendo la fe».
Sin embargo, no debemos confundir
nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o unos principios.
Ciertamente, la fe implica una
visión de la vida y una peculiar concepción del hombre, su tarea y su destino
último. Pero, ser creyente es algo más profundo y radical. Y consiste, antes
que nada, en una apertura confiada a Jesucristo como sentido último de toda
nuestra vida, criterio definitivo de nuestro amor a los hermanos y esperanza
última de nuestro futuro.
Por eso, se puede ser auténtico
creyente y no ser capaz de formular con certeza determinados aspectos de la
concepción cristiana de la vida. Y se puede también afirmar con seguridad
absoluta los diversos dogmas cristianos y no vivir entregados a Dios en actitud
de fe.
Sería una equivocación confundir
la firmeza de nuestro creer con la mayor o menor seguridad de unas fórmulas
dogmáticas, y querer apoyar nuestra fe en la seguridad de unas definiciones de
la autoridad religiosa.
Mateo nos ha descrito la
verdadera fe al presentar a Pedro que «caminaba
sobre el agua» acercándose a Jesús. Así es siempre nuestra fe. Caminar
sobre el agua y no sobre tierra firme. Apoyar nuestra existencia en Dios y no
en nuestras propias razones, argumentos y definiciones.
José Antonio Pagola
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