El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
21º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-20
Tú eres Pedro, y te daré las llaves del
reino de los cielos.
En
aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus
discípulos:
-«¿Quién
dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos
contestaron:
-«Unos
que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les
preguntó:
-«Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón
Pedro tomó la palabra y dijo:
-«Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús
le respondió:
-«¡Dichoso
tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y
hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora
te digo yo:
Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará.
Te daré
las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en
el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les
mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Palabra
de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
24 de agosto de 2014
QUÉ
DECIMOS NOSOTROS
También hoy nos dirige Jesús a
los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre
su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con
él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Conocemos cada vez mejor a
Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de
siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de
nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la
mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se
ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando
mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? ¿Quienes
se acercan a nuestras comunidades pueden sentir la fuerza y el atractivo que
tiene para nosotros?
¿No sentimos discípulos y
discípulas de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en
medio de la sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más
apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o
hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la
vida como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los
necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en
nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y
olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con
él en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más
importante del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra
salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada
día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano
celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío
de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio
del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el
vacío que hay dentro de nosotros?
¿Creemos en Jesús resucitado que
camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades
la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama
con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser
testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
21 de agosto de 2011
NUESTRO ÚNICO SEÑOR
"¿Quién decís que soy yo?". Lo mismo que los primeros discípulos,
también los cristianos de hoy hemos de responder a Jesús para recordar de quién
nos hemos fiado, a quién estamos siguiendo y qué podemos esperar de él. También
nosotros vivimos animados por la misma fe.
Jesús, tú eres el Hijo de Dios vivo. Creemos que
vienes de Dios. Tú nos puedes acercar como nadie a su Misterio. De ti podemos
aprender a confiar siempre en él, a pesar de los interrogantes, dudas e
incertidumbres que nacen en nuestro corazón. ¿Quién reavivará nuestra fe en un
Dios Amigo si no eres tú? En medio de la noche que cae sobre tus seguidores,
muéstranos al Padre.
Jesús, tú eres el Mesías, el gran regalo del Padre
al mundo entero. Tú eres lo mejor que tenemos tus seguidores, lo más valioso y
atractivo. ¿Por qué se apaga la alegría en tu Iglesia? ¿Por qué no acogemos,
disfrutamos y celebramos tu presencia buena en medio de nosotros? Jesús,
sálvanos de la tristeza y contágianos tu alegría.
Jesús, tú eres nuestro Salvador. Tú tienes fuerza
para sanar nuestra vida y encaminar la historia humana hacia su salvación
definitiva. Señor, la Iglesia
que tú amas está enferma. Es débil y ha envejecido. Nos faltan fuerzas para
caminar hacia el futuro anunciando con vigor tu Buena Noticia. Jesús, si tú
quieres, puedes curarnos.
Jesús, tú eres la Palabra de Dios hecha carne. El gran Indignado
que ha acampado entre nosotros para denunciar nuestro pecado y poner en marcha
la renovación radical que necesitamos. Sacude la conciencia de tus seguidores.
Despiértanos de una religión que nos tranquiliza y adormece. Recuérdanos nuestra
vocación primera y envíanos de nuevo a anunciar tu reino y curar la vida.
Jesús, tú eres nuestro único Señor. No queremos
sustituirte con nadie. La
Iglesia es sólo tuya. No queremos otros señores. ¿Por qué no
ocupas siempre el centro de nuestras comunidades? ¿Por qué te suplantamos con
nuestro protagonismo? ¿Por qué ocultamos tu evangelio? ¿Por qué seguimos tan
sordos a tus palabras si son espíritu y vida? Jesús, ¿a quién vamos a ir? Tú
sólo tienes palabras de vida eterna.
Jesús, tú eres nuestro Amigo. Así nos llamas tú,
aunque casi lo hemos olvidado. Tú has querido que tu Iglesia sea una comunidad
de amigos y amigas. Nos has regalado tu amistad. Nos has dejado tu paz. Nos la
has dado para siempre. Tú estás con nosotros hasta el final. ¿Por qué tanta
discordia, recelo y enfrentamientos entre tus seguidores? Jesús, danos hoy tu
paz. Nosotros no la sabemos encontrar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
24 de agosto de 2008
CONFESAR
CON LA VIDA
¿Quién
decís que soy yo?
¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas
sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la
región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante
recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en
su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escucharnos hoy
esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el
cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre,
el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad... ¿Basta pronunciar estas
palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con
frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera
mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre,
por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su
vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejamos atraer por su amor
misterioso, sin contagiamos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su
trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no
es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de
espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos
«Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como
miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia»
de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al
mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que
viven una religiosidad instintiva, pero no conocen por experiencia lo que es
nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su
ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno
hemos de ponemos ante Jesús, dejamos mirar directamente por él y escuchar desde
el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A
esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
21 de agosto de 2005
¿QUÉ
MISTERIO SE ENCIERRA EN ÉL?
¿Quién
decís que soy yo?
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Cada uno ha de responder. No
basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos sobre Jesús. Es necesario un
esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se encierra en este hombre en
el que los creyentes descubrimos como en ninguna otra parte el rostro vivo de
Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan hoy investigadores y
especialistas sobre Jesús.
Jesús fue un profeta que comunicó
a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los
miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario
sobre la divinidad.
Para Jesús, Dios es amor
compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante
el ser humano y ante la creación entera. Por eso, Jesús habla, actúa, vive y
muere movido por la compasión.
Jesús sólo vivió para implantar
en el mundo lo que él llamaba «el reino
de Dios». Fue su gran sueño. La pasión que alentó su vida entera. Quería
ver realizado entre los hombres el proyecto de Dios: una vida más digna y
dichosa para todos, ahora y para siempre.
Jesús no se dedicó a organizar
una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o
una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de
la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo
lo que hace daño o permite la humillación de las personas.
Jesús amó a los más pobres e
indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de
él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más
Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más
venerables.
¿Quién es este hombre que, además
de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios
se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para
todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir
sus pasos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
25 de agosto de 2002
¿QUÉ MISTERIO
SE ENCIERRA EN ÉL?
¿Quién
decís que soy yo?
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Cada uno
ha de responder. No basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos sobre Jesús. Es
necesario un esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se encierra en
este hombre en el que los creyentes descubrimos como en ninguna otra parte el
rostro vivo de Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan hoy
investigadores y especialistas sobre Jesús.
Jesús fue un profeta que comunicó
a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los
miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario
sobre la divinidad.
Para Jesús, Dios es amor
compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante
el ser humano y ante la creación entera. Toda religión auténtica ha de
potenciar el amor compasivo a los que sufren.
Jesús sólo vivió para implantar
en el mundo lo que él llamaba «el reino
de Dios». Fue su gran sueño. La pasión que alentó su vida entera. Quería
ver realizado entre los hombres el proyecto de Dios: una vida más digna y
dichosa para todos, ahora y para siempre.
Jesús no se dedicó a organizar
una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o
una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de
la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo
lo que hace daño o permite la humillación de las personas.
Jesús amó a los más pobres e
indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de
él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más
Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más
venerables.
¿Quién es este hombre que, además
de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios
se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para
todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir
sus pasos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
22 de agosto de 1999
ENCONTRARSE
CON ALGUIEN
¿Quién
decís que soy yo?
Los cristianos hemos olvidado con
demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en Alguien. No se trata de
adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de aceptar ciegamente «un
conjunto extraño de doctrinas», sino de encontramos con Alguien vivo que da
sentido radical a nuestra existencia.
Lo verdaderamente decisivo es
encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal,
que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más
decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.
En nuestros tiempos, se hace cada
vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más
poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos
sus limitaciones y profundas deficiencias.
El hombre moderno, escarmentado
de dogmas e ideologías, quizás está dispuesto todavía a creer en personas que
le ayuden a vivir dando un sentido nuevo a su existencia. Por eso ha podido
decir el teólogo K Lehmann que «el hombre moderno sólo será creyente cuando
haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo».
Produce tristeza observar la
actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe»
como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de
nuevas ideologías y corrientes.
Creer es otra cosa. Antes que
nada, los cristianos hemos de preocupamos de reavivar nuestra adhesión profunda
a la persona de Jesucristo. Sólo
cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados por la fuerza regeneradora de su
persona, podremos contagiar también hoy su espíritu y su visión de la vida. De
lo contrario, proclamaremos con los labios doctrinas sublimes, al mismo tiempo
que seguimos viviendo una fe mediocre y poco convincente.
Los cristianos hemos de responder
con sinceridad a esa pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Ibn Arabi escribió que «aquel
que ha quedado atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya
curarse». ¿Cuántos cristianos podrían hoy intuir desde su experiencia
personal la verdad que se encierra en estas palabras?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
25 de agosto de 1996
DICHOSO
Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo
Con frecuencia pensamos que
seremos más felices el día en que cambie el entorno que nos rodea, cuando las
personas nos traten mejor o cuando nos sucedan cosas buenas. En el fondo buscamos
que la vida se adapte a nuestros deseos. Creemos que entonces seremos felices.
Sin embargo, hay una pregunta que
no podemos ni debemos eludir. Para conocer la felicidad, ¿tiene que suceder
algo fuera de mí, o justamente dentro de mí mismo?, ¿tienen que cambiar los
demás, o tengo que cambiar yo?, ¿ha de mejorar el mundo que me rodea, o he de
transformarme yo?
En el relato que nos ofrece el
evangelista Mateo, Jesús le declara feliz a Pedro por algo que ha ocurrido en
su interior: el Padre del cielo le ha revelado que Jesús no es un profeta más,
sino «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es difícil detectar dos matices en
las palabras de Cristo: «Qué suerte tienes, Simón, hijo de Jonás, porque el
Padre te ha desvelado una verdad tan decisiva.» Pero, al mismo tiempo: «Qué
dichoso eres por haberte abierto a esa luz que el Padre ha puesto en ti.»
A nosotros nos puede resultar un
tanto extraño que una «revelación interior» pueda convertirse en fuente de
felicidad. Sin embargo, pocas cosas pueden desencadenar una experiencia tan
gozosa y estable como el descubrir con luz nueva las convicciones fundamentales
que sostienen la vida de la persona.
Los cristianos olvidamos con
frecuencia un dato elemental. Lo que encontramos al comienzo del cristianismo
no es una doctrina, sino una experiencia vivida con fe por los primeros
discípulos. La fe cristiana nació cuando unos hombres y mujeres se encontraron
con Cristo y experimentaron en él la cercanía de Dios. Este encuentro dio un
sentido nuevo a sus vidas; descubrieron a Dios como Padre cercano y bueno;
pusieron en Cristo todas sus esperanzas de salvación.
Ahora bien, lo que para ellos fue
una experiencia viva, a nosotros nos llega como una tradición religiosa que ha
sido formulada en un lenguaje concreto y ha cristalizado a lo largo de los
siglos en un determinado cuerpo doctrinal. Pero, evidentemente, ser creyente es
mucho más que aceptar dócilmente esa doctrina. Cada uno hemos de vivir nuestra
propia experiencia y hacer nuestra la fe primera de aquellos discípulos.
No basta afirmar teóricamente que
Cristo es el Hijo de Dios encarnado o atribuirle títulos tan solemnes como
Salvador del Mundo o Redentor de la Humanidad. Es necesario, además, creer en él,
adherirnos a su persona, abrirnos a su acción salvadora, acoger su palabra,
dejarnos trabajar por su Espíritu. Por eso, también hoy dichoso el creyente
que, al confesar a Cristo como «Mesías, Hijo de Dios vivo», no sólo afirma una
verdad doctrinal del Credo, sino que se deja iluminar internamente por el Padre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
22 de agosto de 1993
CUESTION
DE FONDO
¿Quién
decís que soy yo?
La pregunta de Jesús a sus
discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?», no es sólo una pregunta dirigida por el Maestro a sus primeros
seguidores. Es la cuestión fundamental a la que hemos de responder siempre los
que nos confesamos cristianos.
Nuestra primera reacción puede
ser encontrar rápidamente una respuesta doctrinal y confesar de manera
rutinaria que Jesús es el «Hijo de Dios encarnado», el «Redentor» del mundo, el
«Salvador» de la humanidad. Títulos todos ellos muy solemnes y ortodoxos, sin
duda, pero que pueden ser pronunciados sin contenido vital alguno.
La pregunta de Jesús no nos pide
simplemente nuestra opinión. Nos interpela, sobre todo, acerca de nuestra
actitud ante Jesucristo. Y ésta no se refleja sólo en nuestras palabras y
afirmaciones verbales, sino, sobre todo, en nuestro seguimiento concreto a
Jesucristo. Como ha escrito algún teólogo: «La breve proposición: ‘Yo creo que
Jesús es el Hijo de Dios’ significa algo completamente distinto si la pronuncia
Francisco de Asís o la pronuncia uno de los actuales dictadores sudamericanos.
El Dios de estos hombres no es el mismo, o, al menos, el Dios que cada uno
invoca para dirigir su conducta.»
Las palabras de Jesús piden una
opción radical, O bien Jesús es para nosotros un personaje más junto a otros
muchos de la humanidad, o bien es la
Persona decisiva que nos proporciona la comprensión última de
la existencia, da una orientación nueva a nuestra vida y nos ofrece la
esperanza definitiva.
La pregunta « ¿quién decís que soy yo?», cobra
entonces un contenido nuevo. No es ya una cuestión sobre Jesús, sino sobre
nosotros mismos. Una interpelación sobre mi fe y mi vida. ¿Quién soy yo? ¿En
quién creo? ¿Desde dónde oriento mi existencia? ¿A qué se reduce mi fe?
Todos hemos de recordar una y
otra vez que la fe no se identifica con las fórmulas que pronunciamos. Para
comprender mejor el alcance de «lo que yo creo» es necesario verificar «cómo
vivo», a qué aspiro, en qué me comprometo.
Por eso, la pregunta de Jesús,
más que un examen sobre nuestra ortodoxia, debería ser el llamamiento a un
estilo de vida cristiano. Evidentemente, no se trata de decir o creer cualquier
cosa acerca de Cristo. Pero, tampoco de hacer solemnes profesiones de fe
ortodoxa para vivir luego muy lejos del espíritu que esa misma proclamación de
fe exige y lleva consigo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
26 de agosto de 1990
Edificaré mi Iglesia
Todos los sondeos y estadísticas
muestran de manera palpable que el mensaje de la Iglesia va perdiendo
progresivamente su influencia en la sociedad occidental. El hombre
contemporáneo escucha otros «evangelios» y atiende a otros «profetas».
Son muchos los que critican
fuertemente la historia concreta del cristianismo y echan en cara a la Iglesia graves traiciones.
Ha llegado el momento en el que los papeles se han invertido, y ya no es la Iglesia la que juzga al
mundo, sino éste el que juzga a la
Iglesia.
El hombre actual, terriblemente
práctico y crítico, observa el cristianismo y no constata, al parecer, nada
especial. Lo mismo que en el mundo, ve también en la Iglesia hombres y mujeres
vacíos, superficiales, hipócritas o sin esperanza.
El evangelio parece haberse
convertido en algo inofensivo. El mensaje de la Iglesia no encuentra casi
nunca una reacción de resistencia hostil, sino de total indiferencia. Según el
teólogo ortodoxo Paul Evdokimov, «los cristianos han hecho todo lo
posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un
líquido neutralizante».
El hecho cristiano parece resonar
entonces en el vacío. La
Iglesia no introduce apenas contraste en el interior del
mundo. Los cristianos han perdido, en gran parte, su fuerza de fermento en
medio de la masa.
¿No es ésta la gran derrota de la Iglesia contemporánea?
¿Cómo leer desde esta situación la promesa de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará»?
Antes que nada, hemos de recordar
que Jesús habla de «su Iglesia», de una Iglesia que él mismo ha de
edificar sobre Pedro. Sus palabras, por tanto, no garantizan la consistencia de
cualquier Iglesia, sino de una Iglesia que sea realmente «presencia de
Jesucristo».
Ahora bien, Jesucristo no es sólo
«doctrina», sino Vida de Dios encarnada, salvación hecha vida. Por ello, lo que
se ha de construir sobre Pedro no es solamente un cuerpo de doctrina ortodoxa,
sino el Cuerpo vivo de la presencia de Cristo en el mundo.
Jesucristo no es tampoco
«palabras vacías», sino novedad de vida auténticamente humana. Por eso, la Iglesia ha de ser un foco
de vida y no un lugar donde se produce «un vocabulario suplementario», pero
donde el modo de pensar y de obrar es semejante al del mundo.
Jesucristo no es sólo
«preocupación ética», sino enraizamiento de la vida en el Dios Creador y Padre.
Por eso, lo que la Iglesia
ha de poner en el mundo no es simplemente «creencia moral», sino vida que
dimane del Trascendente.
Es esta Iglesia de Jesucristo la
que el mundo actual necesita y la que nunca será derrotada.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
23 de agosto de 1987
A LA ESCUCHA DE OTRO
Te lo ha
revelado mi Padre
Para crecer en fe no basta leer
libros sobre temas religiosos ni escuchar las palabras y discursos que
pronuncian otros creyentes, aunque éstos sean eclesiásticos de prestigio.
Lo importante es saber escuchar
como Pedro lo que nos revela interiormente no alguien de carne y hueso, sino el
Padre que está en el cielo y en el fondo de nosotros mismos.
Escuchar a Dios siempre es un
don, algo que se nos regala gratuitamente pero, al mismo tiempo, es algo que ha
de ser recibido y preparado por nosotros.
A nosotros se nos pide remover
los obstáculos que nos impiden estar atentos y en silencio. Descender al fondo
de nosotros y de la vida. Superar la dispersión y la superficialidad. Y luego,
dejar que en nuestro interior «acontezca algo”.
Pero, ¿es esto posible
alimentados exclusivamente por el periódico, la radio o la televisión que
apenas nos permiten escuchar en nosotros otra voz que no sea el ruido del
acontecer diario?
¿Es esto posible cuando vivimos
ocupados por esa actividad tan absorbente, el medio más eficaz, en realidad,
para olvidarnos de quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde caminamos?
Cada vez son más las cosas que
hemos de hacer y los compromisos que hemos de atender. Tal vez nos programamos
inconscientemente así con la oculta intención de carecer de tiempo para
detenernos.
Vivimos guiados por una consigna
realmente peligrosa: “Date prisa», lo que, en el fondo, viene a decir “no
pienses», “no escuches”, “vive aturdido”, “huye fuera de ti mismo».
Consciente de esta vida nuestra
tan agitada y atropellada, me atrevo, sin embargo, a recoger aquí la invitación
tan conocida de S. Anselmo en su Proslogion porque la considero de total
actualidad.
Alguno leerá estas frases
apresuradamente y tendrá la impresión de que las ha entendido porque ha
entendido la conexión entre unas palabras y otras.
Sin embargo, sólo las entenderá
quien lea en ellas una invitación a vivir en su propia experiencia lo que esas
palabras sugieren.
“Ea, hombrecillo, deja un momento
tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de
tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de
ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate algún rato a Dios y
descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma;
excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así,
cerradas todas las puertas, ve en pos de El. Di a Dios: Busco tu rostro; Señor,
anhelo ver tu rostro».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
26 de agosto de 1984
¿QUIEN ES
PARA NOSOTROS?
Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?
No es fácil intentar responder
con sinceridad a la pregunta de Jesús: «quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para
nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas,
ideologizaciones, experiencias, interpretaciones culturales.., que van
desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.
Pero, además, cada uno de
nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que nosotros somos. Y proyectamos en
él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos
cuenta, lo empequeñecemos y desfiguramos incluso cuando tratamos de exaltarlo.
Pero Jesús sigue vivo. Los
cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que
lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas,
unas costumbres.
Jesús siempre desconcierta a
quien se acerca a él con una postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo
que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros
esquemas y nos empuja a una vida nueva.
Cuanto más se le conoce, más sabe
uno que todavía está empezando a descubrirlo. Seguir a Jesús es avanzar
siempre, no establecer- se nunca, crear, construir, crecer.
Jesús es peligroso. Percibimos en
él una entrega a los hombres que desenmascara todo nuestro egoísmo. Una pasión
por la justicia que sacude todas nuestras seguridades, privilegios y comodidad.
Una ternura y una búsqueda de reconciliación y perdón que deja al descubierto
nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y
servidumbres.
Y sobre todo, intuimos en él un
misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a
abrir nuestra existencia al Padre.
A Jesús lo iremos conociendo en
la medida en que nos entreguemos a él. Sólo hay un camino para ahondar en su
misterio: seguirle.
Seguir humildemente sus pasos,
abrirnos con él al Padre, actualizar sus gestos de amor y ternura, mirar la
vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección.
Y sin duda, saber orar muchas
veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
23 de agosto de 1981
NUESTRA
IMAGEN DE CRISTO
¿Quién
decís que soy yo?
La pregunta decisiva de Jesús:
«Quién decís que soy yo? » sigue pidiendo todavía una respuesta entre los
creyentes de nuestro tiempo.
No todos tenemos la misma imagen
de Jesús. Y esto, no sólo por d carácter inagotable de su personalidad, sino,
sobre todo, porque cada uno de nosotros vamos elaborando nuestra imagen de
Jesús a partir de nuestros propios intereses y preocupaciones, condicionados
por nuestra sicología personal y e1 medio social al que pertenecemos, y
marcados de manera decisiva por la formación religiosa que hemos recibido.
Y sin embargo, la imagen de
Cristo que podamos tener cada uno, tiene importancia decisiva para nuestra vida
creyente, pues, condiciona esencialmente nuestra manera de entender y vivir la
fe.
Una imagen empobrecida,
unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida,
unilateral, parcial o falsa de la fe.
De ahí la importancia de tomar
conciencia de las posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de
purificar nuestra adhesión a Jesucristo.
Por otra parte, es pura ilusión
pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está
dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree».
En realidad, cada creyente cree
en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su
seguimiento a Jesucristo, aunque naturalmente, lo haga dentro de la comunidad
cristiana.
Por desgracia, son bastantes los
cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que probablemente
nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse
personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de
su vida, se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían
planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que
Cristo puede responder.
Más tarde, ya no han vuelto a
repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo banal y sin
importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con
seriedad y rigor por temor a perderla, bien porque se contentan con conservarla
de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo
que Jesús podría ser para su vida. M.
Legaut escribía esta frase dura pero quizás muy real: «Esos cristianos
ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no
descubrirlo jamás».
José Antonio Pagola
HOMILIA
En cualquier lugar y en cualquier
época, quienes deseen vivir fielmente la fe cristiana tendrán que preguntarse
una y otra vez: ¿Quién fue Jesús de Nazaret? ¿Quién es hoy Cristo para
nosotros? ¿Qué podemos esperar de él? Por eso, todos los años se recuerda en la
comunidad cristiana el diálogo de Cesarea de Filipo y se escucha esa pregunta
decisiva de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Con frecuencia, se trata de
responder a esta pregunta en clave doctrinal recordando lo que los grandes
concilios han proclamado sobre él. Planteada así la cuestión, unos afirman que
Jesús es el Hijo de Dios consustancial al Padre, otros entienden que es sólo un
hombre extraordinario pero no de naturaleza divina, otros prefieren no
pronunciarse pues no llegan a entender qué es lo que se quiere decir exactamente
con este tipo de fórmulas.
Con ser decisiva, no es ésta, sin
embargo, la única clave para acercarse a la verdadera identidad de Cristo,
sobre todo en una época de fuerte crisis metafísica en la que muchos buscan
orientación para su vida en medio de conflictos, interrogantes y
contradicciones. Hay otra manera de ahondar en la personalidad de Cristo y es
recorrer el camino iniciado por él.
A muchos hombres y mujeres de hoy
no les ayuda mucho analizar lo que dicen los concilios sobre la naturaleza
divina y humana de Cristo o escuchar las explicaciones de los teólogos sobre la
posibilidad de que Dios se haga hombre. Es mejor conocer el relato evangélico
sobre Jesús, captar lo esencial de esa vida y ponernos a seguirle.
Quien sigue a Jesús se acerca
cada vez más a su misterio. Se encuentra con un hombre movido sólo por el amor,
sintoniza con él, comienza a entender la existencia desde otra perspectiva y se
pregunta qué misterio se encierra en este ser humano que no vive para sí mismo
sino para los demás. Se sorprende ante su libertad inaudita, trata de seguirle
en su «camino de verdad» y se pregunta dónde está el origen último de esa
seguridad misteriosa que lo lleva a poner la ley, el culto y la religión al
servicio del ser humano.
Lo que más nos acerca al misterio
de Cristo no es confesar rutinariamente las grandes fórmulas cristológicas sino
tratar de seguirle día a día abriéndonos a su Espíritu y sintonizando con su
estilo de vivir.
José Antonio Pagola
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