El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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20º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
No he venido a traer
paz, sino división.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 12,49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
- He venido a prender fuego en el
mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué
angustia hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer al
mundo paz? No, sino división.
En adelante, una familia de cinco
estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre
contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija
contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
14 de agosto de 2016
PRENDER
FUEGO
Son bastantes los cristianos que,
profundamente arraigados en una situación de bienestar, tienden a considerar el
cristianismo como una religión que, invariablemente, debe preocuparse de
mantener la ley y el orden establecido.
Por eso, resulta tan extraño
escuchar en boca de Jesús dichos que invitan, no al inmovilismo y
conservadurismo, sino a la transformación profunda y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo y
ojalá estuviera ya ardiendo… ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No,
sino división».
No nos resulta fácil ver a Jesús
como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta mentira, violencia e
injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo, de manera radical, aun a
costa de enfrentar y dividir a las personas.
El creyente en Jesús no es una
persona fatalista que se resigna ante la situación, buscando, por encima de
todo, tranquilidad y falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual
orden de cosas, sin trabajar con ánimo creador y solidario por un mundo mejor.
Tampoco es un rebelde que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para
asumir él mismo el lugar de aquellos a los que ha derribado.
El que ha entendido a Jesús actúa
movido por la pasión y aspiración de colaborar en un cambio total. El verdadero
cristiano lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe
de estado», cambio cualquiera de gobierno, insurrección o relevo político, sino
búsqueda de una sociedad más justa.
El orden que, con frecuencia,
defendemos, es todavía un desorden. Porque no hemos logrado dar de comer a
todos los hambrientos, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera
eliminar las guerras o destruir las armas nucleares.
Necesitamos una revolución más
profunda que las revoluciones económicas. Una revolución que transforme las
conciencias de los hombres y de los pueblos. H. Marcuse escribía que
necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos
contra otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».
Quien sigue a Jesús, vive
buscando ardientemente que el fuego encendido por él arda cada vez más en este
mundo. Pero, antes que nada, se exige a sí mismo una transformación radical:
«solo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la
revolución» (E. Mounier).
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
18 de agosto de 2013
SIN FUEGO
NO ES POSIBLE
En un estilo claramente
profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: “Yo he
venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!”. ¿De qué
está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje conduce a los
exegetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la
imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más
ardiente y apasionada.
El fuego que arde en su interior
es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Jamás podrá ser
desvelado ese amor insondable que anima su vida entera. Su misterio no quedará
nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de sabios. Nadie escribirá
un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema, turba y purifica. Nadie
podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.
Su palabra hace arder los
corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza
en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados, lucha
contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos religiosos,
los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la ley. Nada ni
nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca podremos seguirlo
viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de “lo correcto”.
Jesús enciende los conflictos, no
los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino tensiones,
enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el conflicto en nuestro
propio corazón. No es posible defenderse de su llamada tras el escudo de ritos
religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos protegerá de su mirada.
Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está llamando a vivir
en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado al
sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su
Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los primeros seguidores lo
sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina
junto a ellos.
¿Dónde es posible sentir hoy ese
fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza de su libertad creadora? ¿Cuándo arden
nuestros corazones al acoger su Evangelio? ¿Dónde se vive de manera apasionada
siguiendo sus pasos? Aunque la fe cristiana parece extinguirse hoy entre
nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas.
No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a
Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
15 de agosto de 2010 (La
Asunción de la Virgen María)
PRENDER
FUEGO
(Ver homilía del 17/08/1986)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
19 de agosto de 2007
PRENDER
FUEGO
(Ver homilía del 17/08/1986)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
15 de agosto de 2004 (La
Asunción de la Virgen María)
PRENDER
FUEGO
(Ver homilía del 17/08/1986)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
19 de agosto de 2001
FUEGO
He venido
a prender fuego en el mundo.
Da miedo utilizar la palabra
«amor». Ha quedado tan prostituida que el amor es hoy una especie de «cajón de
sastre» en el que cabe todo: lo mejor y lo peor, lo más sublime y lo más
mezquino. No digamos nada si hablamos de «caridad». Sin embargo, el amor
verdadero está en la fuente de cuanto ilumina y enardece nuestro ser. El amor
hace crecer, da vigor y sentido a nuestro vivir diario, nos recrea.
Cuando falta el amor, falta el
fuego que mueve la vida. Sin amor la vida se apaga, vegeta y termina
extinguiéndose. El que no ama se cierra y aísla cada vez más. Gira alocadamente
sobre sus problemas y ocupaciones, queda aprisionado en las trampas del sexo,
cae en la rutina del trabajo diario: le falta el motor que mueve la vida.
El amor está en el centro del
evangelio, no como una ley a cumplir disciplinadamente, sino como un «fuego» que Jesús desea ver «ardiendo» sobre la tierra más allá de
la pasividad, la mediocridad o la rutina del buen orden. Según el profeta de
Galilea, Dios está cerca buscando hacer germinar, crecer y fructificar el amor
y la justicia del Padre. Esta presencia del Dios amante que no habla de
venganza sino de amor apasionado y de justicia fraterna es lo más esencial del
Evangelio.
Jesús sentía esta presencia
secreta en la vida cotidiana: el mundo está lleno de la gracia y del amor del
Padre. Esa fuerza creadora es como un poco de levadura que ha de ir fermentando
la masa, un fuego encendido que ha de hacer arder al mundo entero. Jesús soñaba
con una familia humana habitada por el amor y la sed de justicia. Una sociedad
buscando apasionadamente una vida más digna y feliz para todos.
El gran pecado de los discípulos
de Jesús será siempre dejar que el fuego se apague. Sustituir el ardor del amor
por la doctrina religiosa, el orden o el cuidado del culto; reducir el
cristianismo a una abstracción revestida de ideología; dejar que se pierda su
poder transformador. Sin embargo, Jesús no se preocupó primordialmente de
organizar una nueva religión ni de inventar una nueva liturgia, sino que alentó
un «nuevo ser» (Tillich), el
alumbramiento de un nuevo hombre movido radicalmente por el fuego del amor y de
la justicia.
Quien no se ha dejado quemar o
calentar por ese fuego no conoce todavía lo que Jesús quiso traer a la tierra.
Practica una religión pero no ha descubierto lo más apasionante del mensaje
evangélico.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
16 de agosto de 1998
FUEGO
He venido
a prender fuego.
Jesús es inconfundible. Su
palabra viva y penetrante, la frescura de sus imágenes y parábolas, su lenguaje
concreto e imprevisible no engañan. A Jesús le encanta vivir y hacer vivir. Su
pasión es la vida: la vida íntegra, pujante, sana, la vida vivida en su máxima
intensidad: «Yo soy la vida.» «Yo he
venido a traer fuego a la tierra.» «He venido para que tengan vida y la tengan
en abundancia.»
Jesús capta la vida desde sus
mismas raíces. Su mirada no está obsesionada por el éxito, lo útil, lo
«razonable», lo convenido. Cuando se siente a Dios como Padre y a todos como
hermanos y hermanas, cambia la visión de todo. Lo primero es la vida dichosa de
todos por encima de creencias, costumbres y leyes.
Por eso, Jesús no se pierde en
teorías abstractas ni se ajusta a sistemas cerrados. Su palabra despierta lo
mejor que hay en nosotros. Sabemos que tiene razón cuando llama a vivir el amor
sin restricciones. No viene a abolir la Ley, pero no sien te simpatía alguna
por los «perfectos» que viven correctamente pero no escuchan la voz del
corazón. Invita a «transgredir por
arriba» (J. Onimus) los sistemas religiosos y sociales. La ley y los
profetas dependen del amor: «Amad a los
enemigos.» Buscad el bien de todos.
Su mensaje sacude, impacta y
transforma. Sus contemporáneos captan en él algo diferente. Tiene razón el
norteamericano Marcus Borg cuando
afirma que «Jesús no fue primariamente
maestro de ningún credo verdadero ni de ninguna moral recta. Fue más bien
maestro de un estilo de vida, de un camino, en concreto, de un camino de
transformación. »
Las sociedades modernas siguen
desarrollando ciegamente una vida muy racionalizada y organizada, pero casi
siempre muy privada de amor. Hay que ser pragmáticos. No hay lugar para «la
inteligencia del corazón». Mandan el dinero y la competitividad. Hay que
ajustarse a las leyes del mercado. Se planifica todo, pero se olvida lo
esencial, lo que respondería a las necesidades más hondas y entrañables del ser
humano.
El mundo actual necesita
orientación, pero desconfía de los dogmas. Las ideologías no dan vida y lo que
hoy se necesita es una confianza nueva para transformar la vida y hacerla más
humana. Las religiones están en crisis, pero Jesús sigue vivo. Según las
palabras tantas veces citadas de Proudhon,
él es «el único hombre de toda la
Antigüedad que no ha sido empequeñecido por el progreso». Las palabras de
Jesús recogidas por Lucas nos invitan a reaccionar: «He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya
ardiendo!»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
20 de agosto de 1995
BAJO
MINIMOS
He venido
a prender fuego en el mundo.
Sucede con frecuencia. Los
debates de mayor interés para el futuro de la sociedad apenas tienen eco
social. Algo de esto está ocurriendo con la cuestión de la «ética civil»; también llamada «ética
mínima».
Es fácil entender el
planteamiento. Hace todavía unos años, la sociedad se regía por una moral
derivada de la tradición cristiana. Hoy las cosas han cambiado. Vivimos en
pleno pluralismo ético. No todos creen en los mismos valores éticos ni los
aplican de la misma forma. Basta ver las tensas polémicas que levantan
cuestiones como el aborto o la eutanasia activa.
¿Cómo funcionar entonces en esta
sociedad secular y pluralista donde no todos tienen la misma visión moral? La
única salida, al parecer, es llegar a unos «mínimos éticos» exigibles a todos,
logrando un consenso o un «sustrato ético común» asumido por toda la sociedad.
En esto consiste precisamente la «ética civil».
A nadie se le escapan las graves
cuestiones que suscita este hecho. ¿Cuál es el fundamento último de esta
ética?, ¿qué valor puede tener este consenso social?, ¿va a depender ahora la
moralidad de un acto del acuerdo o desacuerdo que se pueda dar en un
determinado momento?, ¿qué decir si se llega a un pacto social, no por
preocupaciones éticas sino por intereses de grupos?
Es evidente que esta «ética
civil», propia de la sociedad democrática moderna, no puede pretender definir
la verdad absoluta sobre lo que ha de ser el hombre. Lo único que busca es un
equilibrio entre el máximo respeto a la libertad de cada uno y la necesidad de
la convivencia.
Por eso, es necesario insistir
una y otra vez que esta «ética civil» es absolutamente insuficiente para
satisfacer las exigencias morales de cada persona concreta, cualesquiera que
sean sus convicciones. Es una ética que se queda corta, precisamente porque
sólo es un mínimo. Si el sujeto quiere crecer como ser humano, ha de ir más
lejos y enfrentarse a su vida con una «moral
más alta» (A. Cortina).
En concreto, el cristiano no
configura su vida moral al hilo de lo que va dictando la «ética civil», sino
escuchando a Dios en el fondo de su conciencia e interiorizando los valores y
el espíritu de Cristo. Ajustarse exclusivamente a una «ética mínima» o - lo que
es peor- limitarse a tener en cuenta sólo las leyes penales y el terreno de lo
prohibido, para actuar de forma despreocupada más allá de esa frontera, sería
renunciar a su ser de cristiano, seguidor de Jesucristo. Cristo invita a vivir
buscando siempre más verdad, más generosidad, más amor. Todo menos vivir bajo
mínimos. «He venido a prender fuego en el
mundo. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
16 de agosto de 1992
REBAJAS
RELIGIOSAS
He venido
a prender fuego...
La proliferación de sectas en el
momento actual no es fruto de la casualidad. Los movimientos sectarios
encuentran un clima propicio en una sociedad minada por el materialismo y el
vacío espiritual, donde no es fácil encontrar respuesta a las grandes preguntas
y aspiraciones del ser humano.
El desamparo y la crisis
existencial invitan a muchas personas a buscar una evasión que las alivie de
las presiones de la vida y una seguridad interior que les ayude a soportar las
tensiones inevitables.
Los expertos suelen señalar,
sobre todo, tres fenómenos psicosociales que constituyen terreno abonado para
el surgimiento de las sectas: la angustia, la frustración y la pérdida de
identidad.
En primer lugar, la angustia,
creada sobre todo por el rápido y convulsivo cambio de la sociedad y por la
inestabilidad y la crisis de importantes instituciones como la Iglesia, la
familia o la escuela, que configuraban en otros tiempos la personalidad de los
individuos.
En segundo lugar, la frustración
socio-cultural, que se hace sentir más en algunos colectivos como los jóvenes o
las mujeres, y que despierta en no pocos el deseo de estructurar su vida de un
modo absolutamente diferente.
En tercer lugar, el sentimiento
de pérdida de identidad y la frialdad de las relaciones funcionales, que llevan
a bastantes a buscar el calor de un hogar en el interior de un nuevo grupo
afectivo.
Si las sectas resultan hoy tan
atractivas es porque parecen aportar la respuesta que el hombre actual
necesita.
La secta ofrece, en primer lugar,
seguridad frente al desconcierto reinante. El que entra en la secta está
salvado. Todo es simple y claro. Todo el mal está fuera del ámbito de la secta.
Para los miembros del grupo sectario, por el contrario, todo es luz y
salvación.
La secta ofrece también una
respuesta al sentimiento de frustración. El nuevo miembro es acogido como
“alguien importante”. Se le va a ofrecer la verdadera revelación a la que otros
no tienen acceso. Puede, incluso, convertirse en «salvador» de los demás.
La secta recupera, además, al
individuo del anonimato. Rápidamente será seducido, al menos en la primera
fase, por el afecto cálido y la relación amorosa dentro del grupo.
La frustración viene más tarde.
Cuando el individuo se siente esclavo de una organización fanática e
intransigente que desestructura su personalidad y pervierte su crecimiento
humano.
Según los expertos, las sectas
representan en la sociedad moderna una oleada de «rebajas religiosas» que
empobrecen la trascendencia de Dios y ponen la experiencia religiosa a
disposición del hombre de hoy bajo diversos métodos y climas emocionales.
En medio de este clima, el
cristianismo no debe olvidar que Jesús no vino a «traer paz al mundo», sino a «prender
fuego». La auténtica experiencia religiosa puede aportar paz espiritual y
equilibrio emocional, pero el evangelio no es una noticia tranquilizante y
menos una droga. Es inútil «descafeinar» la religión. Lo importante no es
«disponer» de Dios a nuestro antojo, sino responder fielmente a su Misterio.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
20 de agosto de 1989
DEVALUACION
DEL AMOR
Prender
fuego...
Desde siempre han hablado los
hombres de amor y lo han buscado aunque haya caído una y otra vez en egoísmos
inconfesables. Pero tal vez, nunca se había llegado a perder la fe en el amor
como parece estar sucediendo en la sociedad contemporánea.
Experiencias dolorosas llevan a
muchos a ver en el amor un sentimiento hipócrita y sospechoso que siempre
oculta tras de sí un egoísmo camuflado.
Para otros, el amor es algo
retrógrado e ineficaz, perfectamente inútil en la sociedad actual. Les parece
una ingenuidad pensar en el amor como cimiento de la vida colectiva. Lo
realista y eficaz es racionalizar y regular los egoísmos individuales de manera
que no nos dañemos demasiado los unos a los otros.
Por otra parte, la tecnología
parece exigir regularidad, rigor, repetición, eficacia, seguridad. El amor
puede ser mitificado en las novelas de corte más o menos romántico, pero no
“sirve” para funcionar en la vida real.
Es decepcionante observar cómo se
vive la misma sexualidad al margen del amor, excitando, apaciguando o
manipulando el sexo en función de las conveniencias o intereses del momento.
Y sin embargo, sin amor la vida
humana se desintegra y pierde su verdadero sentido. Y son muchos los que creen
descubrir bajo la agresividad, la frustración y la violencia de la sociedad
actual, una inmensa necesidad de unión y comunión.
El prestigioso sociólogo Sorokin afirma que el amor es una de las
más poderosas energías de la naturaleza que permanece bloqueada en el corazón
del hombre como la del átomo en la materia, y piensa que la gran conquista del
porvenir sería la liberación de esta energía espiritual.
Hace muchos años que Jesús
pronunció estas palabras: “He venido a
prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo“. La humanidad no
parece todavía madura para comprender y acoger este evangelio. Tal vez, como
dice J. Onimus en su sugerente
estudio “In terrogations autour de l’essentiel”, “el cristianismo está todavía
en sus comienzos; nos lleva trabajando sólo dos mil años. La masa es pesada y
se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga fermentar”
Pero los creyentes no deberíamos
perder la confianza y el aliento. Esta sociedad necesita desde ahora testigos
vivos que nos ayuden a seguir creyendo en el amor pues no hay porvenir para los
hombres si terminan por perder la fe y el respeto al amor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
17 de agosto de 1986
PRENDER
FUEGO
He venido
a prender fuego.
Son bastantes los cristianos que,
profundamente arraigados en una situación social cómoda, tienen la tendencia de
considerar el cristianismo como una religión que, invariablemente, debe
preocuparse de mantener la ley y el orden establecido.
Por eso, resulta tan extraño
escuchar en boca de Jesús dichos que invitan, no al inmovilismo y
conservadurismo, sino a la transformación profunda y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo y
ojalá estuviera ya ardiendo... ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No,
sino división».
No nos resulta fácil ver a Jesús
como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta impureza, mentira,
violencia e injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo, de manera
radical, aun a costa de enfrentar y dividir a las personas.
El creyente en Jesús no es una
persona fatalista que se resigna ante la situación, buscando, por encima de
todo, tranquilidad y falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual
orden de cosas, sin trabajar con ánimo creador y solidario por un mundo mejor.
Tampoco es un rebelde que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para
asumir él mismo el lugar de aquellos a los que ha derribado.
El que ha entendido a Jesús vive
y actúa movido por la pasión y aspiración de colaborar en un cambio total. El
verdadero cristiano lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no
es «golpe de estado», cambio cualquiera de gobierno, insurrección o relevo
político, sino búsqueda de una sociedad más justa.
El orden que, con frecuencia,
defendemos, es todavía un desorden. Porque no hemos logrado dar de comer a
todos los pobres, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera
eliminar las guerras o destruir las armas nucleares.
Necesitamos una revolución más
profunda que las revoluciones económicas. Una revolución que transforme las
conciencias de los hombres y de los pueblos. H. Marcuse escribía que necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos contra
otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».
Quien sigue a Jesús, vive
buscando ardientemente que el fuego encendido por Jesús arda cada vez más en
este mundo. Pero, antes que nada, se exige a sí mismo una transformación
radical. «Sólo se pide a los cristianos
que sean auténticos. Ésta es verdaderamente la revolución». (E. Mounier).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
14 de agosto de 1983
¿DIVIDIDOS
POR LA FE?
En
adelante, una familia estará dividida.
Uno de los cambios más profundos
y más fácilmente constatables en los últimos años es el paso de una situación
monolítica de cristiandad a un pluralismo religioso e ideológico ampliamente
extendido en nuestra sociedad.
De una actitud de intolerancia e
intransigencia hacia todo lo que no fuera el pensamiento y el sentir católico,
hemos pasado a la aceptación y la coexistencia social de toda clase de
ideologías, posturas religiosas y actitudes éticas.
Este fenómeno que a nivel social
es, sin duda, reflejo de una actitud mucho más madura, de respeto, convivencia
y libertad de las conciencias, ha supuesto en muchos hogares una sacudida
dolorosa. Muchos padres no habían podido sospechar jamás que un hijo suyo o un
nieto que lleva en sus venas su propia sangre, podría un día rechazar tan
firmemente la fe cristiana y confesar su ateísmo de manera tan convencida.
Y, quizás, en muchos hogares, se
comienza a vivir la experiencia dolorosa de sentirse divididos precisamente por
la diferente postura de fe, según aquellas palabras de Jesús: « ¿Pensáis que he
venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de
cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres».
Los cristianos hemos de aprender
a vivir nuestra fe en esta nueva situación. No seríamos fieles al evangelio, si
por mantener una falsa paz y una falsa unidad familiar, ocultáramos nuestra fe
en lo íntimo de nuestro corazón, avergonzándonos de confesarla, o la desvirtuáramos
quitándole toda la fuerza que tiene de interpelación a todo hombre de buena
voluntad.
Hemos de saber confesar
abiertamente nuestras convicciones religiosas. Hemos de ahondar más en el
mensaje de Jesús para saber «dar razón de nuestra esperanza» frente a otras
posturas posibles ante la vida.
Pero, sobre todo, hemos de vivir
las exigencias del evangelio dando testimonio vivo de seguimiento fiel a
Jesucristo y, al mismo tiempo, y precisamente por eso, de respeto total a la
conciencia del otro.
Nuestra preocupación primera no
debe ser el «convertir» o «recuperar» de nuevo para la fe a aquel miembro de la
familia al que tanto queremos, sino el vivir con tal fidelidad y coherencia
nuestras propias convicciones cristianas, que nuestra vida se convierta en
interrogante y estímulo que le anime a buscar con sinceridad total la verdad
última de la vida.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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