El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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12º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
Tú eres el Mesías de
Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 9,18-24
Una vez que Jesús estaba orando
solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
- ¿Quién dice la gente que soy
yo?
Ellos contestaron:
- Unos que Juan el Bautista,
otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos
profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
- El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie.
Y añadió:
- El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
- El que quiera seguirme, que se
niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que
quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la
salvará.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
19 de junio de 2016
¿CREEMOS
EN JESÚS?
Las primeras generaciones
cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato
de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera.
Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que
un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesarea de Filipo: «Vosotros, quién decís que soy yo?»
Si en las comunidades cristianas
dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No
acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos
atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su
Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.
No son tiempos fáciles los
nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación
nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad.
Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y
hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?
Nosotros confesamos, como Pedro,
que Jesús es el "Mesías de Dios", el Enviado del Padre. Es cierto:
Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los
cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es
Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?
Lo confesamos también "Hijo
de Dios". Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su
bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más
fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el
verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo
como una gran noticia para todos?
Llamamos a Jesús
"Salvador" porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar
nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y
definitiva salvación. ¿Es ésta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es
ésta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?
Confesamos a Jesús como nuestro
único "Señor". No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos
falsos. Pero, ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿le damos
primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿lo ponemos por encima de todo y de
todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?
La gran tarea de los cristianos
es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de
Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
23 de junio de 2013
¿QUIÉN ES
PARA NOSOTROS?
La escena es conocida. Sucedió en
las cercanías de Cesarea de Filipo. Los discípulos llevan ya un tiempo
acompañando a Jesús. ¿Por qué le siguen? Jesús quiere saber qué idea se hacen
de él: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Esta es también la pregunta que
nos hemos de hacer los cristianos de hoy. ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué
idea nos hacemos de él? ¿Le seguimos?
¿Quién es para nosotros ese
Profeta de Galilea, que no ha dejado tras de sí escritos sino testigos? No
basta que lo llamemos “Mesías de Dios”. Hemos de seguir dando pasos por el
camino abierto por él, encender también hoy el fuego que quería prender en el
mundo. ¿Cómo podemos hablar tanto de él sin sentir su sed de justicia, su deseo
de solidaridad, su voluntad de paz?
¿Hemos aprendido de Jesús a
llamar a Dios “Padre”, confiando en su amor incondicional y su misericordia
infinita? No basta recitar el “Padrenuestro”. Hemos de sepultar para siempre
fantasmas y miedos sagrados que se despiertan a veces en nosotros alejándonos
de él. Y hemos de liberarnos de tantos ídolos y dioses falsos que nos hacen
vivir como esclavos.
Adoramos en Jesús el Misterio del
Dios vivo, encarnado en medio de nosotros? No basta confesar su condición
divina con fórmulas abstractas, alejadas de la vida e incapaces de tocar el
corazón de los hombres y mujeres de hoy. Hemos de descubrir en sus gestos y
palabras al Dios Amigo de la vida y del ser humano. ¿No es la mejor noticia que
podemos comunicar hoy a quienes buscan caminos para encontrarse con él?
¿Creemos en el amor predicado por
Jesús? No basta repetir una y otra vez su mandato. Hemos de mantener siempre
viva su inquietud por caminar hacia un mundo más fraterno, promoviendo un amor
solidario y creativo hacia los más necesitados. ¿Qué sucedería si un día la
energía del amor moviera el corazón de las religiones y las iniciativas de los
pueblos?
¿Hemos escuchado el mandato de
Jesús de salir al mundo a curar? No basta predicar sus milagros. También hoy
hemos de curar la vida como lo hacía él, aliviando el sufrimiento, devolviendo
la dignidad a los perdidos, sanando heridas, acogiendo a los pecadores, tocando
a los excluidos. ¿Dónde están sus gestos y palabras de aliento a los
derrotados?
Si Jesús tenía palabras de fuego
para condenar la injusticia de los poderosos de su tiempo y la mentira de la
religión del Templo, ¿por qué no nos sublevamos sus seguidores ante la
destrucción diaria de tantos miles de seres humanos abatidos por el hambre, la
desnutrición y nuestro olvido?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
20 de junio de 2010
¿CREEMOS
EN JESÚS?
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
CONFESAR
CON LA VIDA
¿Quién decís que soy yo?
¿Quién
decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida
por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros
cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban
siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban
arriesgando su vida.
Cuando nosotros escuchamos hoy
esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el
cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre,
el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad… ¿Basta pronunciar estas
palabras para convertirnos en «seguidores»
de Jesús?
Por desgracia, se trata con
frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica,
repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre,
por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su
vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejarnos atraer por su amor
misterioso, sin contagiarnos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su
trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra
vida. Lo confesamos como «Señor» pero
vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le
decimos «Maestro» pero no vivimos
motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión,
pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia»
de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al
mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que
viven una religiosidad instintiva pero no conocen por experiencia lo que es
nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su
ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno
hemos de ponernos ante Jesús, dejarnos mirar directamente por él y escuchar
desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para
vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras
sublimes.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
20 de junio de 2004
¿QUÉ
HEMOS HECHO DE JESÚS?
¿Quién decís que soy yo?
A veces es muy peligroso sentirse
cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca
nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano
no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios
vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una
fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un
lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria,
lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y
cobardías.
Lo confesamos abiertamente como
Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros
planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida. Por eso es bueno que
escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir
diario?
Cuando, en momentos de verdadera
gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con
alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas
categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al
fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos
coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en
invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde
pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él
descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al
descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude
nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos
invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que
tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a
nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra
energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro
ser.
Pero no olvidemos algo
importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en
la medida en que nos esforzamos por seguirle.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
REORIENTAR
LA VIDA
¿Quién
decís que soy yo?
No es siempre fácil poner nombre
a ese malestar profundo y persistente que podemos sentir en algún momento de la
vida. Así me lo han confesado en más de una ocasión personas que, por otra
parte, buscaban «algo diferente», una luz nueva, tal vez una experiencia capaz
de dar un color nuevo a su vivir diario.
Lo podemos llamar «vacío
interior», insatisfacción, incapacidad de encontrar algo sólido que llene el
deseo de vivir intensamente. Tal vez sería mejor llamarlo «aburrimiento»,
cansancio de vivir siempre lo mismo, sensación de no acertar con en el secreto
de la vida: nos estamos equivocando en algo esencial y no sabemos exactamente
en qué.
A veces la crisis adquiere un
tono religioso. ¿Podemos hablar de «pérdida de fe»? No sabemos ya en qué creer,
nada logra iluminarnos por dentro, hemos abandonado la religión ingenua de
otros tiempos pero no la hemos sustituido por nada mejor. Puede crecer entonces
en nosotros una sensación extraña de culpabilidad: nos hemos quedado sin clave
alguna para orientar nuestra vida. ¿Qué podemos hacer?
Lo primero es no ceder a la
tristeza ni a la crispación: todo nos está llamando a vivir. Dentro de ese
malestar tan persistente hay algo de importancia suma: nuestro deseo de vivir
algo más grande y menos postizo, algo más digno y menos artificial. Lo que
necesitamos es reorientar nuestra vida. No se trata de corregir un aspecto
concreto de nuestra persona. Eso vendrá tal vez después. Ahora lo importante es
ir a lo esencial, encontrar una fuente de vida y de salvación.
Es una suerte entonces
encontrarse con la persona de Jesús de Nazaret. Él nos puede ayudar a
conocernos mejor, a ser nosotros mismos, a descubrir con más hondura lo mejor
que hay en nosotros. Él nos puede conducir a lo esencial, pues nos obliga a
hacernos las preguntas que nos acercan a lo importante de la existencia.
Él aporta un horizonte diferente
a nuestra vida. En él escuchamos una llamada a vivir la existencia desde su
última raíz, que es un Dios «amigo de la vida». Él nos invita a reorientarlo
todo hacia una vida más digna, dichosa y abundante, una vida eterna. Por eso es
tan importante en cualquier momento de la vida responder sinceramente a esa
pregunta de Jesús: « Quién decís que soy
yo ?» ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué podría aportar a mi vida?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
21 de junio de 1998
DESCONOCIDO
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
La cultura moderna que ha
dominado el mundo occidental durante cinco siglos se encuentra hoy en declive.
Desde su misma entraña está emergiendo una «atmósfera» nueva cuyos efectos se
pueden ya vislumbrar entre nosotros. En ese clima posmoderno viviremos los
próximos años.
Hay un primer dato que se va
extendiendo cada vez más. Ya no se acepta ningún ideal, filosofía o religión
que pretenda ofrecer verdad. Todo se considera relativo y opinable. Todo es interpretación
y fragmento. No hay verdades absolutas. Nadie es sólido y seguro. Sólo nuestra
incerteza.
Pero, al quedarse sin criterios o
valores que orienten sus decisiones, la libertad de las personas corre el
riesgo de volatilizarse. Todo el mundo quiere ser libre pero no sabe para qué.
El pluralismo se va deslizando poco a poco hacia el relativismo y la
indiferencia. El individuo se va quedando sin indicaciones ni referencias
claras que lo guíen en la existencia. El hombre de hoy camina por la vida sin mapa.
La misma realidad parece diluirse
cada vez más en el mundo de lo virtual. Ya no es tan fácil distinguir entre lo
natural y lo artificial, entre lo real y lo ficticio, lo verdadero y lo
imaginario. Vivimos con la ilusión de estar mejor informados que nunca pero
terminamos pensando, sintiendo y experimentando lo que los mass media nos dejan ver, conocer y experimentar.
Está surgiendo así un clima
cultural donde las personas se van acostumbrando a vivir sin certezas ni
seguridad. Cada uno sigue su camino de forma solitaria o cruzándose con otros
caminantes dentro de un laberinto que nadie conoce bien y que tiene su mejor
símbolo en las redes de Internet.
Mientras tanto, la voz de los profetas y de los pensadores queda absorbida en
el ruido y la confusión. Hablar con Dios es como hablar de «nada».
En esta atmósfera pretende hoy
hacer oír su voz Jesucristo: «Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?». Desconocido por muchos, olvidado por otros,
confundido con un fragmento más, dejado de lado como algo irrelevante y sin
significado actual, Jesucristo sigue ofreciendo «débilmente» el amor y la fe en
Dios como el único abrigo ante el nihilismo actual. Su palabra no pretende
imponer una ideología, sino despertar la esperanza. Su acción salvadora no
busca ahogar la libertad humana de nadie sino abrir al ser humano caminos de
vida más plena. ¿No es él el único Salvador?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
25 de junio de 1995
LO
DECISIVO
¿Quién
decís que soy yo?
¿Qué es lo que, en definitiva,
hace cristiano a un hombre? Pocas preguntas puede haber de mayor interés para
quien desea clarificar su actitud religiosa. La respuesta, en términos
concisos, sólo puede ser ésta: lo distintivo de la fe cristiana frente a otras
religiones o humanismos es Cristo mismo,
es decir, la adhesión confiada y el seguimiento fiel a su persona.
Antes de creer verdades
doctrinales, la fe cristiana consiste en creerle
a Jesucristo. Esto es lo decisivo. Sólo desde esa fe en su persona descubre
el cristiano la verdad última desde la cual poder iluminar el sentido de la
vida. El cristiano conoce también otras interpretaciones de la existencia;
escucha el mensaje de otras religiones; puede enriquecerse con elementos
valiosos procedentes de otras culturas. Pero sólo en Cristo encuentra la verdad
última y sólo desde él va configurando su personalidad.
Tampoco la moral cristiana
consiste primordialmente en observar un conjunto de leyes morales, sino más
bien en seguirle a Jesucristo como
modelo de vida, y desde él vivir el amor como fuerza inspiradora de toda
actuación. El cristiano no ignora otros proyectos éticos; conoce estilos
diferentes de comportamiento; ha de estar atento a cuanto pueda humanizar al
hombre. Pero sólo en Cristo encuentra el criterio último para vivir de manera
humana y sólo desde él va consolidando su responsabilidad.
La esperanza cristiana, por su
parte, más que «esperar algo» después de la muerte, consiste en esperar en Jesucristo como único
Salvador confiando en él todo nuestro ser y nuestro futuro. El cristiano conoce
también otras ofertas de salvación; observa cuánto se espera a veces de la
ciencia o del desarrollo; colabora en todo aquello que pueda aportar liberación
aunque sea de forma fragmentaria. Pero sólo de Cristo resucitado espera esa
salvación última que el hombre no puede darse a sí mismo, y sólo desde él va
edificando su esperanza.
Por eso, quien, en medio de la
crisis religiosa, desea saber si sigue siendo cristiano, no ha de examinar su
postura ante el Papa, la Iglesia católica o la práctica dominical. Lo primero
es preguntarse sinceramente: « ¿Le creo a Jesucristo?», « ¿le conozco?», « ¿sigo
confiando en él?» Nuestro corazón deja de ser cristiano cuando ya Cristo no
significa nada para nosotros o cuando sencillamente desconfiamos de él. Por
eso, es tan importante escuchar una y otra vez la pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?», ¿qué
significo en vuestras vidas?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
21 de junio de 1992
¿QUÉ DIGO
YO?
¿Quién decís que soy yo?
Pocas veces nos detenemos los
cristianos a responder a esa pregunta decisiva que se nos hace a cada uno de
nosotros. La pregunta que Jesús dirige a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
La respuesta ha de ser personal.
Nadie puede hablar en mi nombre. No puede haber una fe por procurador. Soy yo
quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo de Jesucristo, no qué
dicen los concilios, qué predican los Obispos y el Papa, qué explican los
teólogos.
Un conjunto de circunstancias
históricas ha podido embrollar mucho las cosas, pero no hemos de olvidar que la
fe cristiana no es simplemente la adhesión a una fórmula o a un grupo
religioso, sino mi adhesión personal y mi seguimiento a Jesucristo.
Para ser cristiano, no hasta
decir: «Yo creo en lo que cree la Iglesia.» Es necesario que me pregunte si yo
le creo a Jesucristo, si cuento con él, si apoyo en él mi existencia.
No se me pregunta qué pienso
acerca de la doctrina moral que Jesús predicó, acerca de los ideales que
proclamó o los gestos admirables que realizó. La pregunta es más honda:
¿Quiénes Jesucristo para mí? Es decir, ¿qué lugar ocupa en mi experiencia de la
vida? ¿Qué relación mantengo con él? ¿Cómo me siento ante su persona? ¿Qué
fuerza tiene en mi conducta diaria? ¿Qué espero de él?
No puedo contestar
responsablemente a la pregunta que Jesús me dirige sin descubrirme a mí mismo
quién soy yo y cómo vivo mi fe en Él. Precisamente, en eso consiste la
responsabilidad: en ser capaz de responder por mí mismo.
Con frecuencia, no somos
conscientes hasta qué punto vivimos nuestra fe por inercia, siguiendo actitudes
y esquemas infantiles, sin crecer interiormente, sin llegar tal vez nunca a una
decisión personal y adulta ante Dios.
De poco sirve hoy seguir confesando
rutinariamente las diversas creencias cristianas si uno no conoce por
experiencia qué es encontrarse personalmente con ese Dios revelado y encarnado
en Jesucristo.
Nuestra fe cristiana crece y se
robustece en la medida en que vamos descubriendo por experiencia personal que
sólo Jesucristo puede responder de manera plena a las preguntas más vitales,
los anhelos más hondos, las necesidades últimas que llevamos en nosotros. De
alguna manera todo cristiano debería poder decir como San Pablo: «Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de junio de 1989
UNA
PREGUNTA DIFICIL
¿Quién decís que soy yo?
No es fácil responder a esa
pregunta, aparentemente tan sencilla y fundamental, de Jesús: “Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Podríamos acudir a las diversas
fórmulas cristológicas que el magisterio ha ido acuñando a lo largo de los
siglos, pero sabemos que la pregunta de Jesús nos está invitando a algo más
radical que un gesto de obediencia casi instintiva a la institución eclesial.
Podríamos recurrir a las
elaboraciones de los teólogos y repetir lo que hemos leído a los estudiosos de
Jesús, pero su pregunta nos está pidiendo una respuesta más personal y vital.
Por eso, no es fácil responder
con verdad quién es Jesucristo hoy para nosotros que nos decimos “cristianos”.
¿Alguien de quien creemos “cosas
extraordinarias” o alguien a quien creemos de manera total y a quien confiamos
nuestro ser?
¿Alguien cuya doctrina explicamos
a los jóvenes y hacemos aprender a nuestros niños o alguien cuya Palabra
dirige, anima y modela nuestro vivir diario?
¿Alguien de quien seguimos
hablando y escribiendo mucho o alguien a quien sabemos hablar e invocar con fe?
¿Alguien que vivió hace aproximadamente
dos mil años o alguien a quien percibimos vivo en medio de la vida, los
acontecimientos y las personas de hoy?
¿Alguien a quien sólo escuchamos
en las páginas escritas de los evangelios o alguien cuyos gritos nos llegan
desde los pobres, los olvidados y los indefensos?
¿Alguien a quien recibimos
piadosamente en la comunión o alguien con quien nos esforzamos por comulgar
cada día más, acogiendo su Espíritu, su mensaje y su esperanza?
¿Alguien cuya cruz adorna
nuestros cuellos y nuestras habitaciones o alguien que nos da fuerza para
acoger la cruz de cada día?
¿Alguien ante quien doblamos
distraídamente nuestra rodilla al pasar ante el sagrario de nuestras iglesias o
alguien a quien hemos rendido nuestra ser?
¿Alguien a quien admiramos como
líder extraordinario o alguien que inspira nuestra comportamiento y a quien
seguimos día a día con fe?
¿Alguien a quien atribuimos
títulos insuperables o alguien en quien buscamos con humildad y gozo al mismo
Dios?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
22 de junio de 1986
¿QUÉ
HEMOS HECHO DE JESÚS?
¿Quién decís que soy yo?
A veces es muy peligroso sentirse
cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca
nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano
no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios
vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una
fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un
lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria,
lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y
cobardías.
Lo confesamos abiertamente como
Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros
planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida.
Por eso es bueno que escuchemos
todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar ocupa
en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera
gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con
alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas
categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al
fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos
coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en
invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde
pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él
descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al
descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude
nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos
invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que
tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a
nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra
energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro
ser.
Pero no olvidemos algo
importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en
la medida en que nos esforzamos por seguirle.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
19 de junio de 1983
¿QUIÉN
DECÍS QUE SOY YO?
¿Quién decís que soy yo?
Así, de pronto, no sabríamos cómo
contestarte. Tu pregunta la hemos escuchado muchas veces, Señor, pero siempre
nos parecía dirigida solamente a aquellos discípulos de Cesárea de Filipo.
Nosotros solemos preferir acudir
a las fórmulas tradicionales acuñadas hace siglos por los concilios. Es más
seguro. Y, sobre todo, no nos obliga a preguntarnos quién eres tú para cada uno
de nosotros y qué significas tú hoy en nuestras vidas.
Te damos títulos muy solemnes.
Puedes sentirte satisfecho. A ningún otro nos atreveríamos a llamarlo así.
Te proclamamos Dios y doblamos
ante ti nuestra rodilla. Es cierto que no te rendimos nuestro ser. Cierto
también que tenemos otros “dioses” a los que damos nuestro culto. Pero tú nos
comprenderás. Somos seres tan necesitados. Además, no se puede vivir solo de
“pan”. También se necesita seguridad, dinero, confort…
Tú eres palabra de Dios. Te lo
decimos muchas veces y hasta nos lo creemos. Nos dirás que escuchamos poco tu
evangelio. Es verdad. Tampoco tenemos mucho tiempo, ¿sabes? Hay tantas cosas
que hacer al cabo del día. La vida ha cambiado mucho desde tus tiempos. Además,
hay que ser razonable. ¿Te imaginas lo que sucedería si tomáramos en serio tus
palabras?
Tú mismo lo decías: “Hay que
tener oídos para oír”. En eso te damos la razón. Nosotros queremos tener los
oídos muy abiertos, no solo a tu mensaje sino también a tantas palabras,
mensajes, ideas y noticias que llegan hasta nosotros. Tu sabes que vivimos en
una sociedad abierta y pluralista. No podemos absolutizar tu palabra como en
otros tiempos. Todos tienen derecho a ser escuchados. Ahora comprendes que te
escuchemos menos, ¿no?
Pero, aunque no te escuchamos, te
decimos cosas muy grandes. No nos contentamos con llamarte Señor, Redentor,
Salvador, Mesías, Cristo… Estamos aprendiendo nuevos nombres. Ya sabes que es
bueno cambiar y evitar la monotonía.
Hoy te llamamos Amigo y Hermano.
Es más familiar. Nos da confianza y, sobre todo, nos resulta menos insoportable
tu mensaje. Entre amigos se puede hablar y discutir.
Te llamamos también Liberador. No
sabemos exactamente qué nos puedes aportar tú a la liberación que nosotros
queremos, pero, al menos, nos podemos armar con tu palabra para atacar a
nuestros adversarios.
Sí. Ya nos damos cuenta de que no
acertamos. Te queremos exaltar y elevar por encima de toda criatura y
terminamos por alejarte de nuestra vida real y concreta de cada día. Te
queremos sentir cerca de nuestros problemas y nuestras penas y terminamos por
olvidar precisamente la salvación que tú nos puedes aportar.
Señor, ten piedad de nosotros.
Aumenta nuestra fe. Dinos tú mismo todo lo que puedes ser para cada uno de
nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
¿QUIEN
SOY YO PARA TI?
Según un relato evangélico,
estando Jesús de camino por la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus
discípulos qué se decía de él. Cuando ellos le informaron de los rumores y
expectativas que comenzaban a suscitarse entre la gente, Jesús les preguntó
directamente: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
Transcurridos veinte siglos,
cualquier persona que se acerca con interés y honestidad a la figura de Jesús,
se encuentra enfrentado a esta pregunta: "¿Quien es Jesús?". La respuesta
solo puede ser personal. Soy yo quien tengo que responder. Se me pregunta qué
digo yo, no qué dicen los concilios que han formulado los grandes dogmas cristológicos,
no qué explican los teólogos ni a qué conclusiones llegan hoy los exegetas e
investigadores de Jesús.
Volver a
Jesús. Esto es lo primero y más decisivo: poner a Jesús en el centro
del cristianismo. Todo lo demás viene después. ¿Qué puede haber más urgente y
necesario para los cristianos que despertar
entre nosotros la pasión por la fidelidad a Jesús? Es lo mejor que tenemos
en la Iglesia. Lo mejor que podemos ofrecer y comunicar al mundo de hoy.
No quiero creer en un Cristo sin
carne. Se me hace difícil alimentar mi fe solo de doctrina. No creo que los
cristianos podamos vivir hoy motivados solo por un conjunto de verdades acerca
de Cristo. Necesitamos el contacto vivo con su persona: conocer mejor a Jesús y
sintonizar vitalmente con él.
Todos tenemos un cierto riesgo de
convertir a Cristo en "objeto de culto" exclusivamente: una especie
de icono venerable, con rostro sin duda atractivo y majestuoso, pero del que
han quedado borrados, en un grado u otro, los trazos de aquel profeta de fuego
que recorrió Galilea por los años treinta. ¿No necesitamos hoy los cristianos
conocerlo de manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar
bien su intuición de fondo y contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser
humano?
Creer en
el Dios de la vida. En estos tiempos de profunda crisis religiosa no basta creer en
cualquier Dios; necesitamos discernir cuál es el verdadero. No es suficiente
afirmar que Jesús es Dios; es decisivo saber qué Dios se encarna y se revela en
Jesús. Me parece muy importante reivindicar hoy, dentro de la Iglesia y de la
sociedad contemporánea, el auténtico Dios de Jesús, sin confundirlo con
cualquier "dios" elaborado por nosotros desde miedos, ambiciones y
fantasmas que tienen poco que ver con la experiencia de Dios que vivió y
comunicó Jesús. ¿No ha llegado la hora de promover esta tarea apasionante de
"aprender", a partir de Jesús, quién es Dios, cómo es, cómo nos
siente, cómo nos busca, qué quiere para los humanos?
Qué alegría se despertaría en
muchos si pudieran intuir en Jesús los rasgos del verdadero Dios. Cómo se
encendería su fe si captaran con ojos nuevos el rostro de Dios encarnado en
Jesús. Si Dios existe, se parece a Jesús. Su manera de ser, sus palabras, sus
gestos y reacciones son detalles de la revelación de Dios. Se ve enseguida que,
para él, Dios no es un concepto, sino una presencia amistosa y cercana que hace
vivir y amar la vida de manera diferente. No es alguien extraño que, desde
lejos, controla el mundo y presiona nuestras pobres vidas; es el Amigo que,
desde dentro, comparte nuestra existencia y se convierte en la luz más clara y
la fuerza más segura para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de
la muerte.
Vivir
para el reino de Dios. Una pregunta brota en quien busca sintonizar con Jesús: ¿qué es
para él lo más importante, el centro de su vida, la causa a la que se dedicó
por entero, su preferencia absoluta? La respuesta no ofrece duda alguna: Jesús
vive para el reino de Dios. No habla de Dios sin más, sino de Dios y su reino
de paz, compasión y justicia. No llama a la gente a hacer penitencia ante Dios,
sino a "entrar" en su reino. No invita, sin más, a buscar a Dios,
sino a "buscar el reino de Dios y su justicia". Cuando pone en marcha
un movimiento de seguidores que prolonguen su misión no los envía a realizar
una nueva religión, sino a anunciar y promover el reino de Dios.
¿Cómo sería la vida si todos nos
pareciéramos un poco más a Dios? Este es el gran anhelo de Jesús: construir la
vida tal como la quiere Dios. Habrá que hacer muchas cosas, pero hay tareas que
Jesús subraya de manera preferente: introducir en el mundo la compasión de
Dios; poner a la humanidad mirando hacia los últimos; construir un mundo más
justo, empezando por los más olvidados; sembrar gestos de bondad para aliviar
el sufrimiento; enseñar a vivir confiando en Dios Padre, que quiere una vida
feliz para sus hijos e hijas. Desgraciadamente, el reino de Dios es a veces una
realidad olvidada por no pocos cristianos.
Seguir a
Jesús. Jesús puso en marcha un movimiento de "seguidores" que
se encargara de anunciar y promover su proyecto del "reino de Dios".
De ahí proviene la iglesia de Jesús. Por eso, nada hay más decisivo para
nosotros que reactivar una y otra vez dentro de la Iglesia el seguimiento fiel
a su persona. El seguimiento a Jesús es lo único que nos hace cristianos. Es
como empezar a vivir de manera diferente la fe, la vida y realidad de cada día.
Creer en lo que él creyó; vivir lo que él vivió; dar importancia a lo que él se
la daba; interesarse por lo que él se interesó; tratar a las personas como él
las trató; mirar la vida como la miraba él; orar como él oró; contagiar
esperanza como la contagiaba él.
Construir
la Iglesia de Jesús. No todos los cristianos tenemos la misma visión de la realidad
eclesial; nuestra perspectiva y talante, nuestro modo de percibir y vivir su
misterio es, con frecuencia, no solo diferente sino contrapuesto. Jesús no
separa a ningún creyente de su Iglesia, no le enfrenta a ella.
Quiero vivir en la Iglesia
convirtiéndome a Jesús. Esa ha de ser mi primera contribución. Quiero trabajar
por una Iglesia a la que la gente sienta como "amiga de pecadores".
Una Iglesia que busca a los "perdidos", descuidando tal vez otros
aspectos que pueden parecer más importantes. Una Iglesia donde la mujer ocupe
el lugar querido realmente por Jesús. Una Iglesia preocupada por la felicidad
de las personas, que acoge, escucha y acompaña a cuantos sufren. Quiero una
Iglesia de corazón grande en la que cada mañana nos pongamos a trabajar por el
reino, sabiendo que Dios ha hecho salir el sol sobre buenos y malos.
Vivir y
morir con la esperanza de Jesús. Según los evangelios, al morir,
Jesús "dio un fuerte grito". No era solo el grito final de un
moribundo. En aquel grito estaban gritando todos los crucificados de la
historia. En el mundo hay un "exceso" de sufrimiento inocente e irracional.
Quienes vivimos satisfechos en la sociedad de la a abundancia podemos alimentar
algunas ilusiones efímeras, pero ¿hay algo que pueda ofrecer al ser humano un
fundamento definitivo para la esperanza? Si todo acaba con la muerte ¿quién nos
puede consolar? La resurrección de Jesús es para nosotros la razón última y la
fuerza de nuestra esperanza: lo que nos alienta para trabajar por un mundo más
humano, según el corazón de Dios, y lo que nos hace esperar confiados su
salvación.
José Antonio Pagola
JESUS, aproximación histórica. PPC. 463-469
(Resumen)
Para
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