El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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2º domingo Tiempo ordinario (C)
2º
domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
En Caná de Galilea
Jesús realizó el primero de los signos.
Lectura del santo
evangelio según san Juan 2,1-11
En aquel tiempo, había una boda
en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús y sus discípulos estaban
también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de
Jesús le dijo:
- No les queda vino.
Jesús le contestó:
- Mujer, déjame, todavía no ha
llegado mi hora.
Su madre dijo a los sirvientes:
- Haced lo que él diga.
Había allí colocadas seis
tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros
cada una.
Jesús les dijo:
- Llenad las tinajas de agua.
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó:
- Sacad ahora y llevádselo al
mayordomo.
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua
convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues
habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
- Todo el mundo pone primero el
vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el
vino bueno hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea Jesús
comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en
él.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
17 de enero de 2016
LENGUAJE
DE GESTOS
Jesús
comenzó sus gestos.
El evangelista Juan no dice que
Jesús hizo "milagros" o "prodigios". Él los llama "signos" porque son gestos que
apuntan hacia algo más profundo de lo que pueden ver nuestros ojos. En
concreto, los signos que Jesús realiza, orientan hacia su persona y nos
descubren su fuerza salvadora.
Lo sucedido en Caná de Galilea es
el comienzo de todos los signos. El prototipo de los que Jesús irá llevando a
cabo a lo largo de su vida. En esa "transformación del agua en vino"
se nos propone la clave para captar el tipo de transformación salvadora que
opera Jesús y el que, en su nombre, han de ofrecer sus seguidores.
Todo ocurre en el marco de una
boda, la fiesta humana por excelencia, el símbolo más expresivo del amor, la mejor imagen de la tradición bíblica para
evocar la comunión definitiva de Dios con el ser humano. La salvación de
Jesucristo ha de ser vivida y ofrecida por sus seguidores como una fiesta que
da plenitud a las fiestas humanas cuando éstas quedan vacías, «sin vino» y sin capacidad de llenar
nuestro deseo de felicidad total.
El relato sugiere algo más. El
agua solo puede ser saboreada como vino cuando, siguiendo las palabras de
Jesús, es «sacada» de seis grandes
tinajas de piedra, utilizadas por los judíos para sus purificaciones. La
religión de la ley escrita en tablas de piedra está exhausta; no hay agua capaz
de purificar al ser humano. Esa religión ha de ser liberada por el amor y la
vida que comunica Jesús.
No se puede evangelizar de
cualquier manera. Para comunicar la fuerza transformadora de Jesús no bastan
las palabras, son necesarios los gestos. Evangelizar no es solo hablar,
predicar o enseñar; menos aún, juzgar, amenazar o condenar. Es necesario
actualizar, con fidelidad creativa, los signos que Jesús hacía para introducir
la alegría de Dios haciendo más dichosa la vida dura de aquellos campesinos.
A muchos contemporáneos la
palabra de la Iglesia los deja indiferentes. Nuestras celebraciones los
aburren. Necesitan conocer más signos cercanos y amistosos por parte de la
Iglesia para descubrir en los cristianos la capacidad de Jesús para aliviar el
sufrimiento y la dureza de la vida.
¿Quién querrá escuchar hoy lo que
ya no se presenta como noticia gozosa, especialmente si se hace invocando el
evangelio con tono autoritario y amenazador? Jesucristo es esperado por muchos
como una fuerza y un estímulo para existir,
y un camino para vivir de manera más sensata y gozosa. Si solo conocen una "religión
aguada" y no pueden saborear algo de la alegría festiva que Jesús
contagiaba, muchos seguirán alejándose.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
20 de enero de 2013
UN GESTO
POCO RELIGIOSO
"Había una boda en
Galilea". Así comienza este relato en el que se nos dice algo inesperado y
sorprendente. La primera intervención pública de Jesús, el Enviado de Dios, no
tiene nada de religioso. No acontece en un lugar sagrado. Jesús inaugura su actividad
profética "salvando" una fiesta de bodas que podía haber terminado
muy mal.
En aquellas aldeas pobres de
Galilea, la fiesta de las bodas era la más apreciada por todos. Durante varios
días, familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con
ellos, bailando danzas festivas y cantando canciones de amor.
El evangelio de Juan nos dice que
fue en medio de una de estas bodas donde Jesús hizo su "primer
signo", el signo que nos ofrece la clave para entender toda su actuación y
el sentido profundo de su misión salvadora.
El evangelista Juan no habla de
"milagros". A los gestos sorprendentes que realiza Jesús los llama
siempre "signos". No quiere que sus lectores se queden en lo que
puede haber de prodigioso en su actuación. Nos invita a que descubramos su
significado más profundo. Para ello nos ofrece algunas pistas de carácter
simbólico. Veamos solo una.
La madre de Jesús, atenta a los
detalles de la fiesta, se da cuente de que "no les queda vino" y se
lo indica a su hijo. Tal vez los novios, de condición humilde, se han visto
desbordados por los invitados. María está preocupada. La fiesta está en
peligro. ¿Cómo puede terminar una boda sin vino? Ella confía en Jesús.
Entre los campesinos de Galilea
el vino era un símbolo muy conocido de la alegría y del amor. Lo sabían todos.
Si en la vida falta la alegría y falta el amor, ¿en qué puede terminar la
convivencia? María no se equivoca. Jesús interviene para salvar la fiesta
proporcionando vino abundante y de excelente calidad.
Este gesto de Jesús nos ayuda a
captar la orientación de su vida entera y el contenido fundamental de su
proyecto del reino de Dios. Mientras los dirigentes religiosos y los maestros
de la ley se preocupan de la religión, Jesús se dedica a hacer más humana y
llevadera la vida de la gente.
Los evangelios presentan a Jesús
concentrado, no en la religión sino en la vida. No es solo para personas
religiosas y piadosas. Es también para quienes se han quedado decepcionados por
la religión, pero sienten necesidad de vivir de manera más digna y dichosa.
¿Por qué? Porque Jesús contagia fe en un Dios en el que se puede confiar y con
el que se puede vivir con alegría, y porque atrae hacia una vida más generosa,
movida por un amor solidario.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
17 de enero de 2010
LENGUAJE
DE GESTOS
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
14 de enero de 2007
ALEGRÍA Y
AMOR
No les
queda vino.
Según el evangelista Juan, Jesús
fue realizando signos para dar a conocer el misterio encerrado en su persona y
para invitar a la gente a acoger la fuerza salvadora que traía consigo. ¿Cuál
fue el primer signo?, ¿qué es lo primero que hemos de encontrar en Jesús?
El evangelista habla de una boda
en Caná de Galilea, una pequeña aldea de montaña, a quince kilómetros de
Nazaret. Sin embargo, la escena tiene un carácter claramente simbólico. Ni la
esposa ni el esposo tienen rostro: no hablan ni actúan. El único importante es
un invitado que se llama Jesús.
Las bodas eran en Galilea la
fiesta más esperada y querida entre las gentes del campo. Durante varios días,
familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos,
bailando danzas de boda y cantando canciones de amor. De pronto, la madre de
Jesús le hace notar algo terrible: no les
queda vino. ¿Cómo van a seguir cantando y bailando?
El vino es indispensable en una
boda. Para aquellas gentes, el vino era, además, el símbolo más expresivo del
amor y la alegría. Lo decía la tradición: el
vino alegra el corazón. Lo cantaba la novia a su amado en un precioso canto
de amor: Tus amores son mejores que el
vino. ¿Qué puede ser una boda sin alegría y sin amor?, ¿qué se puede
celebrar con el corazón triste y vacío de amor?
En el patio de la casa hay seis tinajas de piedra. Son enormes.
Están colocadas allí, de manera fija.
En ellas se guarda el agua para las
purificaciones. Representan la piedad religiosa de aquellos campesinos que
tratan de vivir puros ante Dios.
Jesús transforma el agua en vino. Su intervención va a introducir amor y
alegría en aquella religión. Esta es su primera aportación.
¿Cómo podemos pretender seguir a
Jesús sin cuidar más entre nosotros la alegría y el amor?, ¿qué puede haber más
importante que esto en la Iglesia y en el mundo?, ¿hasta cuándo podremos
conservar en tinajas de piedra una fe
triste y aburrida?, ¿para qué sirven todos nuestros esfuerzos, si no somos
capaces de introducir amor en nuestra religión? Nada puede ser más triste que
decir de una comunidad cristiana: no les
queda vino.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
18 de enero de 2004
CASARSE
(Ver homilía del 19 de enero de
1992)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
14 de enero de 2001
VINO
BUENO
Tú has
guardado el vino bueno hasta ahora.
A Jesús se le identifica, por lo
general, con el fenómeno religioso que conocemos por cristianismo. Hoy, sin
embargo, comienza a abrirse paso otra actitud: Jesús es de todos, no sólo de
los cristianos. Su vida y su mensaje son patrimonio de la Humanidad.
Nadie en occidente ha tenido un
poder tan grande sobre los corazones. Nadie ha expresado mejor que él las
inquietudes e interrogantes del ser humano. Nadie ha despertado tanta
esperanza. Nadie ha comunicado una experiencia tan sana de Dios, sin proyectar
sobre él ambiciones, miedos y fantasmas. Nadie se ha acercado al dolor humano
de manera tan honda y entrañable. Nadie ha abierto una esperanza tan firme ante
el misterio de la muerte y de la finitud humana.
Dos mil años nos separan de
Jesús, pero su persona y su mensaje siguen atrayendo a los hombres. Es verdad
que interesa poco en algunos ambientes, pero también es cierto que el paso del
tiempo no ha borrado su fuerza seductora ni ha amortiguado el eco de su
palabra.
Hoy, cuando las ideologías y
religiones experimentan una crisis profunda, la figura de Jesús escapa de toda
doctrina y transciende toda religión para invitar directamente a los hombres y
mujeres de hoy a una vida más digna, dichosa y esperanzada.
Los primeros cristianos
experimentaron a Jesús como fuente de vida nueva. De él recibían un aliento
diferente para vivir. Sin él, todo se les volvía de nuevo seco, estéril,
apagado. El evangelista Juan redacta el episodio de las bodas de Caná para
presentar simbólicamente a Jesús como portador de un «vino bueno», capaz de reavivar el espíritu.
Jesús puede ser hoy fermento de
nueva humanidad. Su vida, su mensaje y su persona invitan a inventar formas
nuevas de vida sana. Él puede inspirar caminos más humanos en una sociedad que
busca el bienestar ahogando el espíritu y matando la compasión. Él puede
despertar el gusto por una vida más humana en personas, vacías de interioridad,
pobres de amor y necesitadas de esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
18 de enero de 1998
DOMINGO
Jesús
comenzó sus signos.
Con este domingo comienzan los
cristianos el Tiempo litúrgico Ordinario. Por ello, puede ser una buena ocasión
para recordar la importancia y el sentido del domingo. De su celebración
depende, en buena parte, el vivir de la comunidad cristiana y la vitalidad de
los creyentes.
El domingo es, antes que nada, el
día de la resurrección. Aunque a
veces se olvida, los cristianos celebramos la Pascua cada ocho días. Esta
Pascua semanal sostiene y alimenta nuestra esperanza. En medio de una sociedad
a veces tan desesperanzada, los cristianos se reúnen para recordar y renovar su
esperanza última en ese Dios que ha abierto una salida a nuestra vida en Cristo
resucitado. Donde no se celebra esta esperanza, pronto no habrá esperanza.
El domingo es el día de la Iglesia. Día en el que la
Iglesia vuelve a sus fuentes para regenerarse y cobrar nueva vitalidad. El
domingo las comunidades cristianas recuerdan su origen, su identidad, su misión
y su destino. Por eso, los cristianos se reúnen cada ocho días y, por encima de
diferencias ideológicas y políticas, confiesan juntos la misma fe, recitan el
mismo Credo, invocan al mismo Padre y se alimentan del mismo Pan. Quien
habitualmente no se reúne, va quedando descolgado de la comunidad de fe.
El domingo es el día de la eucaristía, día en el que los
creyentes elevan su corazón a Dios para darle gracias por la salvación que nos
ha sido ofrecida en Cristo. Esta eucaristía es fuente y cima de toda la vida
cristiana. Por eso, quien no participa de ella o sólo se preocupa de cumplir
«el precepto de ir a misa» en el momento más cómodo de su programa de fin de
semana, queda privado de la experiencia fundamental que podría reavivar su fe.
El domingo es el día de la Palabra de Dios. Día en el que
los cristianos escuchan juntos la Palabra que ilumina su existencia. A lo largo
de la semana, oímos toda clase de voces y palabras, nos invaden informaciones,
noticias e imágenes de todo género. El domingo, por fin, escuchamos una Palabra
diferente. Quien nunca se detiene para abrir sus oídos y su corazón al
Evangelio, se queda sin «la Palabra que da vida».
El domingo es el día de la caridad fraterna. Desde el
comienzo, los cristianos recordaron al Resucitado celebrando la eucaristía y
repartiendo sus bienes a los pobres. El domingo no es sólo liturgia; es también
solidaridad. Por eso, es el día del perdón y de la amistad, el día de damos la
paz, de recordar a los necesitados y compartir con ellos nuestros bienes. Ese
es el sentido de las colectas de Cáritas y de las Jornadas por las diversas
necesidades. Quien sigue su camino sin recordar nunca a los necesitados no
celebra el domingo.
El domingo es también el día del descanso. Fiesta que nos
recuerda que no todo se reduce a trabajar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
15 de enero de 1995
PAREJAS
Había una
boda en Caná.
Entre los desajustes que pueden
darse hoy en una pareja, no es menos importante el desajuste religioso. Cada
vez son más los matrimonios que discrepan profundamente en su actitud
religiosa. Mientras uno de ellos se siente creyente, el otro vive su fe de
manera vacilante o ha abandonado toda vinculación con lo religioso.
Esta situación relativamente
nueva entre nosotros requiere una mayor reflexión. El hecho de que el marido o
la esposa se declare más o menos increyente no tiene por qué conducir a la
pareja al abandono total de Dios. Al contrario, puede ser un estímulo para
plantearse juntos el verdadero sentido de la vida desde su raíz.
Ante todo, es necesario extremar
más que nunca el mutuo respeto, profundo y sincero. Cada uno es responsable de
su propia vida. Ni el agnóstico ha de menospreciar al que cree como si su fe
fuera fruto de la ingenuidad, ni éste ha de sentirse superior porque tiene unas
creencias o acepta unas prácticas religiosas.
Lo importante es exigirse
coherencia. Que cada uno se esfuerce por actuar de manera coherente con sus
propias convicciones. Son los hechos los que ponen de manifiesto la verdad de
nuestra vida o la frivolidad de nuestros planteamientos verbales. El creyente
no ha de olvidar que la fe se encarna en la vida diaria: en el trabajo y en el
descanso, en el amor conyugal y en la dedicación a los hijos, en la convivencia
familiar y en la vida social.
Lo que se ha de evitar a toda
costa es la polémica crispada o la mutua agresividad en temas religiosos. Por
lo general, este tipo de reacciones proviene de una falta de seguridad,
acomplejamiento o confusión. El que habla desde una experiencia interior
gozosa, lo hace con actitud abierta y comprensiva.
En el terreno de las creencias,
el diálogo ha de comenzar por mostrar qué es lo que a cada uno le aportan sus
propias convicciones. El creyente debería comunicar cómo le estimula su fe en
Dios a vivir de manera responsable y esperanzada. El que ha abandonado toda
referencia religiosa debería exponer desde dónde da un sentido último al
misterio de la existencia.
Siempre hay un punto de encuentro
y es el amor mutuo y el proyecto común de buscar juntos el bien de la pareja y
de los hijos. El cristiano, por su parte, cree en un Dios que ama con amor
infinito a todo hombre, a quien le busca con sincero corazón y a quien camina
por la vida a tientas sin saber a dónde dirigir sus pasos.
La actuación de Jesús en Caná de
Galilea, preocupado por la felicidad de un joven matrimonio en la fiesta de sus
bodas, es un «signo» cargado de hondo significado. A Dios le interesa la
felicidad de la pareja humana.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
19 de enero de 1992
CASARSE
Había una
boda en Caná.
Tengo la impresión de que la
mayoría de los esposos cristianos viven su matrimonio sin sospechar siquiera la
grandeza que encierra su vida matrimonial.
Escuchan de la Iglesia una
cuidada predicación sobre los deberes matrimoniales, pero pocas veces se
sienten invitados a vivir con gozo la mística que debería animar y dar sentido
a su matrimonio.
Y, sin embargo, las exigencias
morales del matrimonio sólo se entienden cuando se ha intuido de alguna manera
el misterio que los esposos están llamados a vivir y disfrutar. Por esto tal
vez lo más urgente y apasionante para las parejas cristianas sea entender bien
qué significa «casarse por la Iglesia» y «celebrar el sacramento del
matrimonio».
«Sacramento>’ es una palabra
gastada que apenas dice hoy algo a muchos cristianos. Bastantes no saben
siquiera que, en su origen, «sacramento» significa «signo», «señal». Cuando dos
creyentes se casan por la Iglesia, lo que buscan es convertir su amor en
sacramento, es decir, en signo o señal del amor que Dios vive hacia sus
criaturas.
Esto es lo que los novios quieren
decir con su gesto en el momento de la boda: «Nosotros nos queremos con tal
hondura y fidelidad, con tanta ternura y entrega, de manera tan total, que nos
atrevemos a presentaros nuestro amor como “sacramento”, es decir, como signo
del amor que Dios nos tiene. En adelante, cuando veáis cómo nos queremos,
podréis intuir, aunque sea de manera deficiente e imperfecta, cómo os quiere
Dios.»
Pero su amor se convierte en
sacramento precisamente porque cada uno de ellos comienza a ser «sacramento» de
Dios para el otro. Al casarse, los esposos cristianos se dicen y prometen así
el uno al otro: «Yo te amaré de tal manera que cuando te sientas querido/a por
mí, podrás percibir cómo te quiere Dios. Yo seré para ti gracia de Dios. A
través de mí te llegará su amor. Yo seré pequeño “sacramento” donde podrás
presentir el amor con que Dios te quiere.»
Por eso, el matrimonio no es sólo
un sacramento, sino un estado sacramental. La boda no es sino el inicio de una
vida en la que los esposos pueden y deben descubrir a Dios en su propio amor
matrimonial.
El amor íntimo que ellos celebran
y disfrutan, los gestos de cariño y ternura que se intercambian, la entrega y
fidelidad que viven día a día, el perdón y la comprensión que sostienen su
existencia, todo tiene para ellos un carácter único y diferente, misterioso y
sacramental. A pesar de todas sus deficiencias y mediocridad, en el interior de
su amor han de saborear ellos la gracia de Dios, su cercanía y su perdón.
Nunca es tarde para aprender a
vivir con más hondura. Aquel Jesús que iluminó con su presencia la boda de Caná
puede enseñar a los esposos cristianos a beber todavía un «vino mejor».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
15 de enero de 1989
ANTE
TODO, HONESTOS
Creció la
fe de sus discípulos.
La fe se despierta y aviva en
nuestro corazón cuando somos capaces ‘de captar en medio de la vida signos que
nos invitan a abrirnos al misterio de Dios.
Según el cuarto evangelista, la
fe de los discípulos comenzó a crecer cuando pudieron ver “los signos” que
Jesús inició en la aldea de Caná.
Hoy la mirada del hombre moderno
apenas parece percibir señal alguna que le oriente hacia Dios. Su corazón no
parece escuchar ninguna llamada que lo eleve hacia El.
¿Nos hemos quedado “sin noticias”
de Dios o es más bien que nos hemos hecho sordos a sus invitaciones? ¿Ya no hay
en la vida, en el hombre y en el mundo “indicios” de Dios o más bien es nuestra
mirada la que se ha nublado?
No hemos de olvidar que para
percibir las señales que nos hablan de Dios es preciso tener un corazón
honesto. Antes de tomar cualquier decisión ante El, la primera actitud ha de
ser la honestidad.
Se está extendiendo entre
nosotros una postura que parece tener cada vez más adeptos y según la cual, no
tiene sentido preguntarse por “el sentido de la vida”.
Ciertamente es más cómodo no
remover nuestro corazón, no escuchar las preguntas ni las llamadas que hay en
la vida, y decir sencillamente que no tiene sentido alguno buscar un sentido a
la vida y, mucho menos, buscarlo en Dios.
Pero no deberíamos olvidar la
observación que hacía K. Rahner. “Es
más fácil dejarse hundir en el propio vacío que en el abismo del misterio de
Dios, pero no supone más coraje ni tampoco más verdad”.
Eludir el problema del sentido de
la vida, vivir cerrado a toda llamada o interrogante, pasarse la vida en una
postura de “neutralidad”, sin tomar decisión alguna ni a favor de la fe ni en
contra de ella, es ya tomar una decisión. La peor de todas.
Una decisión que si es
responsable ha de ser honesta y ha de estar apoyada en razones bien meditadas,
como cualquier otra decisión seria ante la vida.
Aunque, tal vez, no nos atrevemos
a confesarlo nunca ni siquiera a nosotros mismos, nuestro mayor riesgo es
pasarnos la vida entera intentando engañarnos a nosotros mismos. Muchos hombres
y mujeres no se acercan a Dios porque en su corazón no hay “verdad interior”.
Por eso, es bueno siempre
recordar aquellas palabras de S Agustín:
“Puedes mentir a Dios, pero no puedes engañarle. Por tanto, cuando tratas de
mentirle, te engañas a ti mismo”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
19 de enero de 1986
FALTA
VINO
No les
queda vino.
El episodio de Caná es de gran
riqueza para quien se adentra en la estructura y la intención teológica del
relato. Esta boda anónima en la que los esposos no tienen rostro ni voz propia,
es figura de la antigua alianza judía.
En esta boda falta un elemento
indispensable. Falta el vino, signo de alegría y símbolo del amor, como cantaba
ya el Cantar de los Cantares.
Es una situación triste que sólo
quedará transformada por el «vino» nuevo aportado por Jesús. Un «vino» que sólo
lo saborean quienes han creído en el amor gratuito de Dios Padre y viven
animados por un espíritu de verdadera fraternidad.
Vivimos en una sociedad donde
cada vez se debilita más la raíz cristiana del amor fraterno desinteresado. Con
frecuencia, el amor queda reducido a un intercambio mutuo, placentero y útil,
donde las personas sólo buscan su propio interés. Todavía se piensa quizás que
es mejor amar que no amar. Pero en la práctica, muchos estarían de acuerdo con
aquel planteamiento anticristiano de S.
Freud: «Si amo a alguien, es preciso que éste lo merezca por algún título».
Uno no sabe qué alegría puede
sobrevivir ya en una sociedad modelada según el pensar de profesores como F. Savater que escribe así: «Se dice que
debo preocuparme por los otros, no conformarme con mi propio bien, sino
intentar propiciar el ajeno, incluso, renunciar a mi riqueza o a mi bienestar
personal o a mi seguridad para ayudar a conseguir formas más altas de armonía
en la sociedad, o para colaborar en el fin de la explotación del hombre por el
hombre. Pero, ¿por qué debo hacerlo?... ¿No es signo de salud que me ame ante
todo a mí mismo?».
Uno comprende que cuando no se
cree en un Dios Padre sea tan fácil olvidarse de los hermanos. En la nueva
constitución de nuestro país ha desaparecido el término «fraternidad»
sustituido por la palabra «solidaridad». Cabe preguntarse si sabremos
comprometernos en una verdadera solidaridad cuando no nos reconocemos como
hermanos.
¿Es suficiente reducir la
convivencia a una correlación de derechos y obligaciones? ¿Basta organizar
nuestra vida social como una mera asociación de intereses privados?
Esta sociedad donde cualquier
hombre puede ser secuestrado e instrumentalizado al servicio de tantos
intereses, necesita la reacción vigorosa de quienes creemos que todo hombre es
intocable pues es hijo de Dios y hermano nuestro.
El amor al hombre como alguien
digno de ser amado de manera absoluta es un «vino» que comienza a escasear.
Pero no lo olvidemos. Sin este «vino» no es posible la verdadera alegría entre
los hombres.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
16 de enero de 1983
CUANDO EL
MATRIMONIO FRACASA
No les
queda vino.
La posible aparición de una ley
sobre el divorcio civil ha comenzado ya a levantar diversas reacciones en
nuestra sociedad. Es fácil que dentro de unos meses se viva entre nosotros una
fuerte controversia entre los divorcistas y los antidivorcitas.
La presencia de Jesús en las
bodas de Can, presentada por el evangelista Juan como el primer «signo» de su
servicio salvador a los hombres, puede ser una buena ocasión para una reflexión
serena.
La comprensión de Jesús ante
aquel matrimonio que «se queda sin vino» y su intervención salvadora que «deja
un buen sabor de vino nuevo» en todos, nos puede ayudar a comprender mejor la
actitud cristiana ante el matrimonio fracasado.
Es triste observar que no son
pocos los que en el fondo de su corazón comienzan a sospechar que Jesús ha
venido a «aguar la fiesta del matrimonio» con una pesada ley, insoportable ya
para el hombre contemporáneo.
Todavía no han comprendido que la
postura y el mensaje de Jesús no viene a destruir o anular la felicidad
matrimonial, sino a ofrecer la posibilidad de vivir el amor conyugal de una
manera verdaderamente humana y plena.
Precisamente por eso anuncia y
exige Jesús un matrimonio indisoluble. Un matrimonio fundado en un verdadero
amor conyugal, llamado a ser exclusivo, total e incondicional para toda la
vida.
El proyecto de Jesús no es una
agresión al matrimonio sino precisamente la exigencia verdadera del amor
conyugal que nace en aquellos esposos que se aman sincera y totalmente.
Por eso, ante el fracaso
matrimonial no es suficiente discutir teóricamente sobre la indisolubilidad del
matrimonio o votar afirmativamente un proyecto de ley sobre el divorcio civil.
Todos nos debemos interrogar
sobre las raíces profundas de tanto fracaso matrimonial en nuestra sociedad.
Las causas y los factores condicionantes son muchos y diversos. Pero todos
debemos sentirnos interpelados por tantos esposos fracasados que soportan una
vida matrimonial vacía y desgarrada o buscan liberarse de su soledad en una
nueva relación amorosa.
Una ley divorcista no resolverá
nunca el problema profundo de una sociedad que engendra tantos hombres y
mujeres inestables, inmaduros, frágiles, incapaces de vivir el amor en
fidelidad.
Nuestra sociedad necesita hoy
hombres y mujeres que sepan defender el proyecto de un amor indisoluble, y
comprendan al mismo tiempo a los que son incapaces de vivirlo.
Los creyentes tenemos un modelo
de conducta a seguir en Aquél que defendió el matrimonio como nadie y, al mismo
tiempo, no quiso lanzar piedras sobre la mujer adúltera.
José Antonio Pagola
Para
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