El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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12º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
¿Quién es éste, a
quien hasta el viento y el mar obedecen?
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 4, 35-41
Un día, al atardecer, dijo Jesús
a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron
en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban.
Se levantó un fuerte huracán, y
las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. El estaba a popa,
dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Se puso en pie, increpó al viento
y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!». El viento cesó y vino una gran calma. El
les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Se quedaron
espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y
las aguas le obedecen!».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 -
21 de junio de 2015
¿POR QUÉ
SOMOS TAN COBARDES?
¿Por qué
sois tan cobardes?.
«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Estas
dos preguntas que Jesús dirige a sus discípulos no son, para el evangelista
Marcos, una anécdota del pasado. Son las preguntas que han de escuchar los
seguidores de Jesús en medio de sus crisis. Las preguntas que nos hemos de
hacer también hoy: ¿Dónde está la raíz de nuestra cobardía? ¿Por qué tenemos
miedo ante el futuro? ¿Es porque nos falta fe en Jesucristo?
El relato es breve. Todo comienza
con una orden de Jesús: «Vamos a la otra
orilla». Los discípulos saben que en la otra orilla del lago Tiberíades
está el territorio pagano de la Decápolis. Un país diferente y extraño. Una
cultura hostil a su religión y creencias.
De pronto se levanta una fuerte
tempestad, metáfora gráfica de lo que sucede en el grupo de discípulos. El
viento huracanado, las olas que rompen contra la barca, el agua que comienza a
invadirlo todo, expresan bien la situación: ¿Qué podrán los seguidores de Jesús
ante la hostilidad del mundo pagano? No sólo está en peligro su misión, sino
incluso la supervivencia misma del grupo.
Despertado por sus discípulos,
Jesús interviene, el viento cesa y sobre el lago viene una gran calma. Lo
sorprendente es que los discípulos «se
quedan espantados».
Antes tenían miedo a la
tempestad. Ahora parecen temer a Jesús. Sin embargo, algo decisivo se ha
producido en ellos: han recurrido a Jesús; han podido experimentar en él una
fuerza salvadora que no conocían; comienzan a preguntarse por su identidad.
Comienzan a intuir que con él todo es posible.
El cristianismo se encuentra hoy
en medio de una «fuerte tempestad» y
el miedo comienza a apoderarse de nosotros. No nos atrevemos a pasar a «la otra orilla».
La cultura moderna nos resulta un
país extraño y hostil. El futuro os da miedo. La creatividad parece prohibida.
Algunos creen más seguro mirar hacia atrás para mejor ir adelante.
Jesús nos puede sorprender a
todos. El Resucitado tiene fuerza para inaugurar una fase nueva en la historia
del cristianismo. Solo se nos pide fe. Una fe que nos libere de tanto miedo y
cobardía, y nos comprometa a caminar tras las huellas de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
24 de junio de 2012
POR QUÉ
TANTO MIEDO
La barca en la que van Jesús y
sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y
furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de
verano. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades
cristianas que viven momentos difíciles.
El relato no es una historia
tranquilizante para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una
protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la
historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en
tiempos difíciles: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".
Marcos prepara la escena desde el
principio. Nos dice que "era al atardecer". Pronto caerán las
tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de
aquella extraña travesía: "Vamos a la otra orilla". La expresión no
es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro
mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.
De pronto se levanta un fuerte
huracán y las olas rompen contra la frágil embarcación inundándola de agua. La
escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes
contra la tempestad; a popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo
tranquilamente sobre un cojín.
Aterrorizados, los discípulos
despiertan a Jesús. No captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que
ven en él es una increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de
miedo y nerviosismo: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".
Jesús no se justifica. Se pone de
pie y pronuncia una especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una
gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos
preguntas que hoy llegan hasta nosotros: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún
no tenéis fe?".
¿Qué nos está sucediendo a los
cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales,
y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos
está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer
una lectura lúcida, responsable y confiada de estos tiempos? ¿Por qué nos
resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más
fiel a Jesús y su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y
establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a "pasar a
la otra orilla" para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo
indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
21 de junio de 2009
¿POR QUÉ
SOMOS TAN COBARDES?
(Ver homilía del 21 de junio de
2015)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
25 de junio de 2006
¿POR QUÉ
TANTO MIEDO?
¿Por qué
sois tan cobardes?.
La tempestad calmada por Jesús en
medio del lago de Galilea siempre ha tenido gran eco entre los cristianos. Ya
no es posible conocer su núcleo histórico original. Marcos ha trabajado el
relato para invitar a su comunidad, amenazada por la persecución y la
hostilidad, a confiar en Jesús.
La escena es sobrecogedora. La
barca se encuentra en medio del mar. Comienza a echarse encima la oscuridad de
la noche. De pronto, se levanta un fuerte huracán. Las olas rompen contra la
barca. El agua lo va llenando todo. El grupo de Jesús está en peligro.
Dentro de la barca, los
discípulos están angustiados: en cualquier momento se pueden hundir. Mientras
tanto, Jesús «duerme» en la parte
trasera, tal vez en el lugar desde el que se marca el rumbo de la embarcación.
No se siente amenazado. Su sueño tranquilo indica que en ningún momento ha
perdido la paz.
Los discípulos lo despiertan: «¿No te importa que nos hundamos?». El
miedo les impide confiar en Jesús. Sólo ven el peligro. Dudan de Jesús. Le
reprochan su indiferencia: ¿por qué se desentiende?, ¿ya no se preocupa de sus
seguidores? Son preguntas que brotan en la comunidad cristiana en los momentos
de crisis.
La respuesta de Jesús es doble: «¿Por qué sois tan cobardes?», ¿por
qué tanto miedo? A los discípulos les falta confianza, no tienen valor para
correr riesgos junto a Jesús. «¿Aún no
tenéis fe?». Los discípulos viven la tempestad como si estuvieran solos,
abandonados a su suerte; como si Jesús no estuviera en la barca.
Nuestro mayor pecado en una
Iglesia en crisis es cultivar el miedo. El miedo agiganta los problemas y
despierta la añoranza del poder del pasado. Nos lleva a culpabilizar al mundo,
no a amarlo. Genera control y ahoga la alegría. Endurece la disciplina y hace
desaparecer la fraternidad. Donde comienza el miedo termina la fe.
Lo que necesitamos en momentos de
crisis es reflexión valiente y lúcida sobre la situación, autocrítica serena de
nuestros miedos y cobardías, diálogo sincero y colaboración confiada. ¿Qué
aporto yo a la Iglesia?, ¿miedo o fe?, ¿pesimismo o confianza?, ¿turbación o
paz?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
¿DUDAS O
INDIFERENCIA?
¿Por qué
sois tan cobardes?.
Siempre es saludable, en una
época de crisis como la actual, ir clarificando todo aquello que nos impide
adoptar una postura lúcida y honesta. Concretamente y por lo que se refiere a
la crisis religiosa del hombre contemporáneo, es imprescindible distinguir bien
lo que es duda religiosa y lo que es indiferencia.
El hombre que duda desde una
actitud sincera no rechaza nada. Tampoco se mantiene indiferente. Sencillamente
busca, indaga, trata de encontrar razones para creer de manera responsable.
Esta duda es noble y digna de todo respeto. Jean
Lacroix llega a decir que «si muchos de nuestros contemporáneos guardan una
actitud de duda parcial o total ante ciertos dogmas es porque, muchas veces, no
pueden en conciencia hacer otra cosa».
No hemos de olvidar que la
teología siempre ha afirmado que el acto de fe, como cualquier otro acto
humano, para ser responsable, ha de estar justificado en la propia conciencia.
Una persona no debe confesar lo que la Iglesia confiesa, si en conciencia cree
que no lo debe hacer. Santo Tomás de
Aquino, el teólogo más eximio de Occidente, no tiene reparo en afirmar que
«creer en Cristo es algo bueno en sí mismo, pero es inmoral si la razón estima
que es malo, pues cada uno debe obedecer a su conciencia, incluso cuando es
errónea».
Naturalmente, estamos hablando de
aquellos que dudan porque quieren ser honestos y no se contentan con adoptar
ciegamente una postura ligera e irresponsable.
La indiferencia es otra cosa muy
distinta. El que adopta una postura indiferente ante las cuestiones
fundamentales de la religión está eludiendo en definitiva la cuestión del
sentido último de la vida y, en la medida en que vive de manera indiferente,
está deshumanizando su existencia.
La razón es simple. El escepticismo
no deja de ser una enfermedad de la inteligencia pues impide a la persona
buscar la verdad con decisión, y una enfermedad de la voluntad pues lleva al
hombre a refugiarse en un mundo de desconfianza y sospechas teóricas para no
verse obligado a tomar una postura más comprometida y responsable.
En el fondo de la crisis
religiosa del hombre contemporáneo hay probablemente mucho más de indiferencia
interesada y escepticismo cobarde que de duda honesta y responsable. Por eso es
saludable escuchar las preguntas de Jesús: «¿Por
qué sois tan cobardes? ¿Por qué no tenéis fe?».
Yo invitaría al que se dice
increyente y agnóstico a reducir todas las cuestiones a algunas pocas preguntas
esenciales:
¿qué es exactamente lo que no
crees?, ¿qué es lo que te resistes a creer? Esa postura de indiferencia, ¿es
resultado de una búsqueda sincera o la coartada de quien no se atreve a vivir
de manera más profunda y comprometida?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
ELIMINAR
MIEDOS
¿Por qué
sois tan cobardes?
A nadie sorprende que una persona
sienta miedo ante un peligro real. La vida es una aventura no exenta de riesgos
y amenazas. Por eso el miedo es sano, nos pone en estado de alerta y nos
permite reaccionar para orientar nuestra vida con mayor sentido y seguridad.
Lo que resulta extraño es que
siga creciendo en la sociedad moderna el número de personas que viven con
sensación de miedo pero sin motivo aparente. Individuos atrapados por la
inseguridad, amenazados por riesgos y peligros no formulados, habitados por un
miedo difuso, difícil de explicar.
Este miedo hace daño. Paraliza a
la persona, detiene su crecimiento, impide vivir amando. Es un miedo que anula
nuestra energía interior, ahoga la creatividad, nos hace vivir de manera
rígida, en una actitud de continua autodefensa. Esa inquietud no resuelta
impide afrontar la vida con paz y, muchas veces, conduce a una vida ajetreada y
frívola para acallar la desazón interior.
Sin duda, el origen de este miedo
insano puede ser diferente y requiere en cada caso una atención específica
adecuada. Pero no es exagerado decir que, en bastantes, tiene mucho que ver con
una existencia vacía, un individualismo empobrecedor, una falta abrumadora de
sentido y una ausencia casi total de vida interior.
La exégesis actual está
destacando, en la actuación histórica de Jesús, su empeño por liberar a las
gentes del miedo que puede anidar en el corazón humano. Los evangelios repiten
una y otra vez sus palabras: «No tengáis
miedo a los hombres», «no tengáis miedo a los que matan el cuerpo», «no se
turbe vuestro corazón», «no seáis cobardes», «no tengáis miedo, vosotros valéis
más que los gorriones». B. Hanssler llega a decir que Jesús es «el único fundador religioso que ha
eliminado de la religión el elemento del temor».
La fe cristiana no es una receta
psicológica para combatirlos miedos, pero la confianza radical en un Dios Padre
y la experiencia de su amor incondicional y eterno, pueden ofrecer al ser
humano la mejor base espiritual para afrontar la vida con paz. Ya el fundador
del psicoanálisis afirmaba que «amar y
ser amado es el principal remedio contra todas las neurosis». Por eso, nos
hace bien escuchar las palabras de Jesús a sus discípulos en medio de la
tempestad: «¿Por qué sois tan cobardes?
¿Aún no tenéis fe?»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
22 de junio de 1997
LE
IMPORTA
¿No te
importa que nos hundamos?
Hay formas de entender la
religión que, aunque estén muy extendidas, son falsas y desfiguran
sustancialmente la realidad de Dios y la experiencia religiosa. No son cosas
secundarias, sino de fondo.
Veamos un ejemplo. Son bastantes
los que se imaginan como dos mundos de intereses. Por una parte, están los
intereses de Dios. A él le interesa su gloria, es decir, que las personas crean
en él, que lo alaben y que cumplan su voluntad divina. Por otra, están los
intereses de los humanos que nos afanamos por vivir lo mejor posible y ser
felices.
A Dios, evidentemente, le
interesa «lo suyo» y trata de poner al hombre a su servicio. Impone sus diez
mandamientos (como podía haber impuesto otros o ninguno) y está atento a cómo
le responden los hombres. Si le obedecen los premia, en caso contrario los
castiga. Como Señor que es, también concede favores; a unos más que a otros; a
veces gratuitamente, a veces a cambio de algo.
Los hombres, por su parte, buscan
sus propios intereses y tratan de ponerle a Dios de su parte. Le «piden ayuda»
para que les salgan bien las cosas; le «dan gracias» por determinados favores;
incluso le «ofrecen sacrificios» y «cumplen promesas» para forzarlo a
interesarse por sus asuntos.
En realidad, las cosas son de
manera muy diferente. A Dios lo único que le interesa somos nosotros. Nos crea
sólo por amor y busca siempre nuestro bien. No hay que convencerlo de nada. De
él sólo brota amor hacia el ser humano. No busca contrapartidas. No ama al
hombre para obtener de él su reconocimiento. Lo único que le interesa es el
bien y la dicha de las personas. Lo que le da verdadera gloria es que los
hombres y mujeres vivan en plenitud.
Si quiere que cumplamos esas
obligaciones morales que llevamos dentro del corazón por el mero hecho de ser
humanos, es porque ese cumplimiento es bueno para nosotros. Dios está siempre
contra el mal porque va contra la felicidad del ser humano. No «envía» ni
«permite» la desgracia. No está en la enfermedad, sino en el enfermo. No está
en el accidente, sino con el accidentado. Está en aquello que contribuye ahora
mismo al bien del hombre. Y, a pesar de los fracasos y desgracias inevitables de
esta vida finita, está orientándolo todo hacia la salvación definitiva.
En el relato evangélico de
Marcos, los discípulos, zarandeados por la tempestad, gritan asustados: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Jesús calma el mar (símbolo del poder del mal) y les dice: «¿Aún no tenéis fe?» Mientras no hemos descubierto que a Dios lo
que le importa es que no nos hundamos, ¿qué fe tenemos?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
19 de junio de 1994
CONFIAR
¿Aún no
tenéis fe?
Apenas se oye hablar hoy de la
«providencia de Dios». Es un lenguaje que ha ido cayendo en desuso o que se ha
convertido en una forma piadosa de considerar ciertos acontecimientos. Se habla
de un hecho «providencial» cuando se produce un suceso feliz e inesperado. Sin
embargo, creer en el amor providente de Dios es un rasgo básico del cristiano.
Todo brota de una convicción
radical. Dios no abandona ni se desentiende de aquellos a quienes crea, sino
que sostiene su vida con amor fiel, vigilante y creador. No estamos a merced
del azar, el caos o la fatalidad. En el interior de la existencia está Dios,
conduciendo nuestro ser hacia el bien.
Esta fe no libera de penas y
trabajos, pero enraíza al creyente en una confianza total en Dios, que expulsa
el miedo a caer definitivamente bajo las fuerzas del mal. Dios es el Señor
último de nuestras vidas. De ahí la invitación de la primera carta de san Pedro: «Descargad en Dios todo agobio,
que a él le interesa vuestro bien» (1 Pe 5, 7).
Esto no quiere decir que Dios
«intervenga» en nuestra vida como intervienen otras personas o factores. La fe
en la Providencia ha caído a veces en descrédito precisamente porque se la ha
entendido en sentido intervencionista, como si Dios se entrometiera en nuestras
cosas, forzando los acontecimientos o eliminando la libertad humana. No es así.
Dios respeta totalmente las decisiones de las personas y la marcha de la
historia.
Por eso, no se debe decir
propiamente que Dios «guía» nuestra vida, sino que ofrece su gracia y su fuerza
para que nosotros la orientemos y guiemos hacia nuestro bien. Así, la presencia
providente de Dios no lleva a la pasividad o la inhibición, sino a la
iniciativa y la creatividad.
No hemos de olvidar, por otra
parte, que si bien podemos captar signos del amor providente de Dios en
experiencias concretas de nuestra vida, su acción permanece siempre
inescrutable. Lo que a nosotros hoy nos parece malo, puede ser mañana fuente de
bien. Nosotros somos incapaces de abarcar la totalidad de nuestra existencia;
se nos escapa el sentido final de las cosas; no podemos comprender el menor
acontecimiento en sus últimas consecuencias. Todo queda bajo el signo del amor
de Dios, que no olvida a ninguna de sus criaturas.
Desde esta perspectiva adquiere
toda su hondura la escena del lago de Toberíades. En medio de la tormenta, los
discípulos ven a Jesús dormido confiadamente en la barca. De su corazón lleno
de miedo brota un grito: «Maestro, ¿no te
importa que nos hundamos?
Jesús, después de contagiar su
propia calma al mar y al viento, les dice: «¿Por
qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
23 de junio de 1991
¿DUDA
SINCERA O INDIFERENCIA?
¿Por qué
sois tan cobardes?
Siempre es saludable, en una época
de crisis como la actual, ir clarificando todo aquello que nos impide adoptar
una postura lúcida y honesta. Concretamente y por lo que se refiere a la crisis
religiosa del hombre contemporáneo, es imprescindible distinguir bien lo que es
duda religiosa y lo que es indiferencia.
El hombre que duda desde una
actitud sincera no rechaza nada. Tampoco se mantiene indiferente. Sencillamente
busca, indaga, trata de encontrar razones para creer de manera responsable.
Esta duda es noble y digna de todo respeto. Jean
Lacroix llega a decir que “si muchos de nuestros contemporáneos guardan una
actitud de duda parcial o total ante ciertos dogmas es porque, muchas veces, no
pueden en conciencia hacer otra cosa”.
No hemos de olvidar que la
teología siempre ha afirmado que el acto de fe, como cualquier otro acto
humano, para ser responsable, ha de estar justificado en la propia conciencia.
Una persona no debe confesar lo que la Iglesia confiesa, si en conciencia cree
que no lo debe hacer. Santo Tomás de
Aquino, el teólogo más eximio de Occidente, no tiene reparo en afirmar que
“creer en Cristo es algo bueno en sí mismo, pero es inmoral si la razón estima
que es malo, pues cada uno debe obedecer a su conciencia, incluso cuando es
errónea”.
Naturalmente, estamos hablando de
aquellos que dudan porque quieren ser honestos y no se contentan con adoptar
ciegamente una postura ligera e irresponsable.
La indiferencia es otra cosa muy
distinta. El que adopta una postura indiferente ante las cuestiones
fundamentales de la religión está eludiendo en definitiva la cuestión del
sentido último de la vida y, en la medida en que vive de manera indiferente,
está deshumanizando su existencia.
La razón es simple. El
escepticismo no deja de ser una enfermedad de la inteligencia pues impide a la
persona buscar la verdad con decisión, y una enfermedad de la voluntad pues
lleva al hombre a refugiarse en un mundo de desconfianza y sospechas teóricas
para no verse obligado a tomar una postura más comprometida y responsable.
En el fondo de la crisis
religiosa del hombre contemporáneo hay probablemente mucho más de indiferencia
interesada y escepticismo cobarde que de duda honesta y responsable. Por eso es
saludable escuchar las preguntas de Jesús: “¿Por
qué sois tan cobardes? ¿Por qué no tenéis fe?”.
Yo invitaría al que se dice
increyente y agnóstico a reducir todas las cuestiones a algunas pocas preguntas
esenciales: ¿qué es exactamente lo que no crees?, ¿qué es lo que te resistes a
creer? Esa postura de indiferencia, ¿es resultado de una búsqueda sincera o la
coartada de quien no se atreve a vivir de manera más profunda y comprometida?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
19 de junio de 1988
PERDER LA
FE
¿Aún no
tenéis fe?
No nos resulta siempre fácil hablar
sinceramente de nuestras crisis de fe ni de los combates que secretamente
mantenemos en el fondo de nuestra conciencia.
Por ello no es extraño que se
vayan generalizando en nuestros días una serie de expresiones fáciles y de
tópicos con los que algunos tratan de definir su postura personal ante la fe.
Son frases que se van extendiendo
entre nosotros y que, tal vez, requerirían una reflexión más seria.
“Soy creyente pero no practicante”. Así se
definen hoy bastantes, como si esas palabras expresaran el posicionamiento
acabado y perfecto de quien ha descubierto la postura irreprochable y
progresista de vivir hoy la fe.
Pero, ¿qué significa en realidad
ser creyente y no practicante? ¿Incoherencia personal? ¿Arrinconamiento de la
fe al “cuarto trastero»? ¿Incapacidad para poner en práctica, de manera
consecuente, las exigencias de la fe?
No parece fácil alimentar
responsablemente la fe cuando uno nunca la celebra, la recuerda o la comparte
con otros creyentes.
“No sé si tengo fe”. Comprendo muy bien a los que
hablan así desde el fondo de la incertidumbre. Sé que la fe está tejida muchas
veces de crisis y dudas y que el creyente se purifica y crece en la búsqueda no
siempre fácil de Dios.
Pero, ¿no significa a veces esa
frase precisamente lo contrario? ¿Un dejación en la búsqueda? ¿Una falta de
experiencia personal comprometida?
¿No son bastantes los que
abandonan hoy la fe sin haberla conocido ni gustado?
«He perdido la fe» Estas son las palabras que he
escuchado a más de uno, sin observar en su rostro el menor sentimiento de pena
o pesar.
Y, sin embargo, estas palabras
encierran para mí una verdadera desgracia porque perder la fe es realmente “perder”. Salir perdiendo.
Perder vida y luz interior.
Perder energía humanizadora y esperanza. Perder la capacidad de mirar la
existencia hasta el final con confianza. Perder el camino esencial. Perderse lo
más importante.
No estoy hablando de otros. Estas
frases que hoy comento podrían salir en más de una ocasión de labios de quienes
nos decimos creyentes. Todos hemos de escuchar desde muy dentro las preguntas
de Jesús: “¿Por qué sois tan cobardes?
¿Por qué no tenéis fe?”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
23 de junio de 1985
SE
CONMUEVEN LOS CIMIENTOS
¿Aún no
tenéis fe?
La destrucción creciente de la
naturaleza, el agotamiento de los recursos energéticos, la insolidaridad entre
los pueblos, la carrera nuclear y tantos otros datos ofrecen un panorama tan
desolador del mundo que son muchos los que se preguntan si no habremos alcanzado
ya el punto de no retorno.
Algunos presagian que nuestra
civilización, como tantas otras, acabará suicidándose. Observadores como C.S. Lewis piensan que cada nuevo poder
que logra el hombre actual se convierte en «poder sobre el hombre» y que la conquista
final del hombre moderno será la abolición del hombre».
Otros como Birch nos advierten que la tecnología actual en manos de un hombre
que no sabe exactamente lo que quiere, «tiende a crear más problemas que los
que puede resolver».
Mientras tanto los protagonistas
más poderosos del planeta no saben buscar otra solución que no sea la del poder
nuclear o tecnológico.
¿Pueden los hombres todavía
enderezar el curso de los acontecimiento ? ¿Podemos restablecer de nuevo el
equilibrio y organizar nuestra convivencia en la tierra sobre bases nuevas que
eviten la catástrofe y garanticen un futuro a la especie humana?
Hace unos años, P. Tillich, uno de los más grandes
teólogos de nuestro siglo, escribía una obra titulada «Se conmueven los
cimientos» para mostrar la importancia de la fe en una época en la que «todos
los cimientos de la vida personal, natural y cultural se han conmocionado».
El desastre sólo puede evitarse
cambiando de rumbo. Son muchos los que se sonríen irónicamente cuando se hace
una llamada a la ética, pero cada vez es más claro que la supervivencia de la
humanidad es inseparable de una conversión a la justicia, la solidaridad, la
austeridad.
Pero, ¿quién tiene hoy fuerza
suficiente para conseguir en el mundo la aceptación de unas pautas y
orientaciones morales? ¿Quién puede infundir en los pueblos la fe
imprescindible para vivir una ascética de fraternidad?
¿Quién puede sustentar una ética
no manipulable y egoísta si no es la fe en un Dios Señor del mundo y Padre de
todos? Nadie está obligado a creer en Dios pero nadie debe ignorar las graves
consecuencias que se siguen para un hombre que no sabe dar sentido a su vida
desde el Absoluto.
Nuestro grito es semejante al de
los discípulos en medio de la tormenta: «ano te importa que nos hundamos?». Y
quizá también nosotros necesitamos escuchar las mismas palabras: «Por qué no
tenéis fe?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
20 de junio de 1982
MIEDO A
CREER
¿Por qué
sois tan cobardes?
Los hombres preferimos casi
siempre lo fácil, y nos pasamos la vida tratando de eludir todo aquello que
exige verdadero riesgo y sacrificio.
Cuantos retroceden y se repliegan
cómodamente en la pasividad, cuando descubren las exigencias y luchas que lleva
consigo el saber vivir con cierta hondura.
Nos da miedo tomar en serio
nuestra vida. Da vértigo asumir la propia existencia con responsabilidad total.
Es más fácil «instalarse» y «seguir tirando», sin atreverse a afrontar el
sentido último de nuestro vivir diario.
Cuántos hombres y mujeres viven
sin saber cómo, por qué ni hacia dónde. Están ahí. La vida sigue cada día.
Pero, por el momento, que nadie les moleste. Están ocupados por su trabajo, al
atardecer les espera su programa de T. V., las vacaciones están ya próximas.
¿Qué más hay que buscar?
Vivimos en un mundo atormentado,
y, de alguna manera hay que defenderse. No se puede vivir a la deriva. Y
entonces cada uno se va buscando con mayor o menor esfuerzo el tranquilizante
que más le conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo un vacío cada
vez más inmenso de falta de sentido y de cobardía para vivir nuestra existencia
en toda su hondura.
Por eso, los que fácilmente nos
llamamos creyentes, deberíamos escuchar con sinceridad total las palabras de
Jesús: «Por qué sois tan cobardes? ¿Aún
no tenéis fe?».
Quizás nuestro mayor pecado
contra la fe, lo que más gravemente bloquea nuestra acogida del evangelio, sea la cobardía. Digámoslo con sinceridad.
No nos atrevemos a tomar en serio todo lo que el evangelio significa.
Con frecuencia se trata de una
cobardía oculta, casi inconsciente. Alguien ha hablado de la «herejía disfrazada» (M. Bellet) de
quienes defienden el cristianismo incluso con agresividad, pero no se abren
nunca a las exigencias más fundamentales del evangelio.
Entonces el cristianismo corre el
riesgo de convertirse en un tranquilizante más. Un conglomerado de cosas que
hay que creer, cosas que hay que practicar y defender. Cosas que «tomadas en su
medida», hacen bien y ayudan a vivir.
Pero, entonces todo puede quedar
falseado. Uno puede estar viviendo su «propia religión tranquilizante», no muy
alejada del paganismo vulgar que se alimenta de confort, dinero y sexo,
evitando de mil maneras el «peligro supremo» de encontrarnos con d Dios vivo de
Jesús que nos llama a la justicia, la fraternidad y la cercanía a los pobres.
José Antonio Pagola
Para
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