El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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14º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
No desprecian a un
profeta más que en su tierra.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 6, 1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su
pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar
en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
- «¿De donde saca todo eso? ¿Qué
sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es
éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y
Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?
Y esto les resultaba
escandaloso.
Jesús les decía:
- «No desprecian a un profeta
mas que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún
milagro, solo curo algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su
falta de fe.
Y recorría los pueblos de
alrededor enseñando.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 -
5 de julio de 2015
NO
DESPRECIAR AL PROFETA
El relato no deja de ser
sorprendente. Jesús fue rechazado precisamente en su propio pueblo, entre
aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Llega a Nazaret, acompañado de
sus discípulos, y nadie sale a su encuentro, como sucede a veces en otros
lugares. Tampoco le presentan a los enfermos de la aldea para que los cure.
Su presencia solo despierta en
ellos asombro. No saben quién le ha podido enseñar un mensaje tan lleno de
sabiduría. Tampoco se explican de dónde proviene la fuerza curadora de sus
manos. Lo único que saben es que Jesús un trabajador nacido en una familia de
su aldea. Todo lo demás «les resulta escandaloso».
Jesús se siente « despreciado»:
los suyos no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de Dios. Se
han hecho una idea de su vecino Jesús y se resisten a abrirse al misterio que
se encierra en su persona. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente,
conocen todos: «No desprecian a un
profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
Al mismo tiempo, Jesús «se extraña de su falta de fe». Es la
primera vez que experimenta un rechazo colectivo, no de los dirigentes
religiosos, sino de todo su pueblo. No se esperaba esto de los suyos. Su
incredulidad llega incluso a bloquear su capacidad de curar: «no pudo hacer allí ningún milagro, sólo
curó a algunos enfermos».
Marcos no narra este episodio
para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para advertir a las
comunidades cristianas que Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes
creen conocerlo mejor: los que se encierran en sus ideas preconcebidas sin
abrirse ni a la novedad de su mensaje ni al misterio de su persona.
¿Cómo estamos acogiendo a Jesús
los que nos creemos «suyos»? En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no
es nuestra fe demasiado infantil y superficial? ¿No vivimos demasiado indiferentes
a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿No es extraña nuestra falta de fe
en su fuerza transformadora? ¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y
despreciar su Profecía?
Ésta la preocupación de Pablo de
Tarso: «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis
el don de Profecía. Revisadlo todo y quedaos sólo con lo bueno» (1
tesalonicenses 5, 19-21). ¿No necesitamos algo de esto los cristianos de
nuestros días?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
8 de julio de 2012
RECHAZADO
ENTRE LOS SUYOS
Jesús no es un sacerdote del
Templo, ocupado en cuidar y promover la religión. Tampoco lo confunde nadie con
un maestro de la Ley, dedicado a defender la Torá de Moisés. Los campesinos de
Galilea ven en sus gestos curadores y en sus palabras de fuego la actuación de
un profeta movido por el Espíritu de Dios.
Jesús sabe que le espera una vida
difícil y conflictiva. Los dirigentes religiosos se le enfrentarán. Es el
destino de todo profeta. No sospecha todavía que será rechazado precisamente
entre los suyos, los que mejor lo conocen desde niño.
El rechazo de Jesús en su pueblo
de Nazaret era muy comentado entre los primeros cristianos. Tres evangelistas
recogen el episodio con todo detalle. Según Marcos, Jesús llega a Nazaret
acompañado de un grupo de discípulos y con fama de profeta curador. Sus vecinos
no saben qué pensar.
Al llegar el sábado, Jesús entra
en la pequeña sinagoga del pueblo y "empieza a enseñar". Sus vecinos
y familiares apenas le escuchan. Entre ellos nacen toda clase de preguntas. Conocen
a Jesús desde niño: es un vecino más. ¿Dónde ha aprendido ese mensaje
sorprendente del reino de Dios? ¿De quién ha recibido esa fuerza para curar?
Marcos dice que todo "les resultaba escandaloso". ¿Por qué?
Aquellos campesinos creen que lo
saben todo de Jesús. Se han hecho una idea de él desde niños. En lugar de
acogerlo tal como se presenta ante ellos, quedan bloqueados por la imagen que
tienen de él. Esa imagen les impide abrirse al misterio que se encierra en
Jesús. Se resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de Dios.
Pero hay algo más. Acogerlo como
profeta significa estar dispuestos a escuchar el mensaje que les dirige en
nombre de Dios. Y esto puede traerles problemas. Ellos tienen su sinagoga, sus
libros sagrados y sus tradiciones. Viven con paz su religión. La presencia
profética de Jesús puede romper la tranquilidad de la aldea.
Los cristianos tenemos imágenes
bastante diferentes de Jesús. No todas coinciden con la que tenían los que lo
conocieron de cerca y lo siguieron. Cada uno nos hacemos nuestra idea de él.
Esta imagen condiciona nuestra forma de vivir la fe. Si nuestra imagen de Jesús
es pobre, parcial o distorsionada, nuestra fe será pobre, parcial o
distorsionada.
¿Por qué nos esforzamos tan poco
en conocer a Jesús? ¿Por qué nos escandaliza recordar sus rasgos humanos? ¿Por
qué nos resistimos a confesar que Dios se ha encarnado en un Profeta? ¿Tal vez
intuimos que su vida profética nos obligaría a transformar profundamente su
Iglesia?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
5 de julio de 2009
NO
DESPRECIAR AL PROFETA
(Ver homilía del 5 de julio de
2015)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
9 de julio de 2006
SABIO Y
CURADOR
¿ Qué
sabiduría es ésa...?
¿y esos
milagros de sus manos?
No tenía poder cultural como los
escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado
de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable, ni
pertenecía a las elites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un «obrero
de la construcción», de una aldea desconocida de la Baja Galilea.
No había estudiado en ninguna
escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la Ley. No le preocupaban las
discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La
gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera
diferente.
Según Marcos, cuando Jesús llegó
a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedaron sorprendidos por
dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo
que más atraía a la gente. Jesús no era un pensador que explicaba una doctrina,
sino un sabio que comunicaba su experiencia de Dios y enseñaba a vivir bajo el
signo del amor. No era un líder autoritario que imponía su poder, sino un
curador que sanaba la vida y aliviaba el sufrimiento.
A las gentes de Nazaret no les
costó mucho desacreditar a Jesús. Neutralizaron su presencia con toda clase de
preguntas, sospechas y recelos. No se dejaron enseñar por él, ni se abrieron a
su fuerza curadora. Jesús no pudo acercarlos a Dios, ni curar a todos como él
hubiera deseado.
A Jesús no se le puede entender
desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que vaya introduciendo
poco a poco en nosotros cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la
compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos enseñe a
vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús,
no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de una manera
nueva.
Por otra parte, para experimentar
su fuerza salvadora, es necesario dejamos curar por él: recuperar poco a poco
la libertad interior, liberamos de miedos que nos paralizan, atrevemos a salir
de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo
sus manos». Sólo se curan quienes creen en él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
6 de julio de 2003
LA FE
PUEDE CURAR
Se
extrañó de su falta de fe.
Durante mucho tiempo Occidente ha
ignorado casi totalmente el papel del espíritu en la curación de la persona.
Hoy, por el contrario, se reconoce abiertamente que gran parte de las
enfermedades modernas son de origen sicosomático o tienen una dimensión
sicosomática.
Sin embargo, muchas personas
ignoran que su verdadera enfermedad se encuentra a un nivel más profundo que el
estrés, la tensión arterial o la depresión. No se dan cuenta de que el
deterioro de su salud comienza a gestarse en su vida absurda y sin sentido, en
la carencia de amor verdadero, en la culpabilidad vivida sin la experiencia del
perdón, en el deseo centrado egoístamente sobre uno mismo o en tantas otras
«dolencias» que impiden el desarrollo de una vida saludable.
Ciertamente sería degradar la
religión el utilizarla como uno de tantos remedios para tener buena salud
física o síquica; la razón de ser de la religión no es la salud del hombre sino
su salvación definitiva. Pero, una vez establecido esto, hemos de afirmar que
la fe posee fuerza sanante y que acoger a Dios con confianza puede ayudar a las
personas a vivir de manera más sana.
La razón es sencilla. El yo más
profundo del ser humano pide sentido, esperanza y, sobre todo, amor. Muchas
personas comienzan a enfermar por falta de amor. Por eso, la experiencia de
saberse amado incondicionalmente por Dios cura. Los problemas no desaparecen.
Pero saber, en el nivel más profundo de mi ser, que soy amado siempre y en
cualquier circunstancia, y no porque yo soy bueno y santo, sino porque Dios es
bueno y me quiere, es una experiencia que genera estabilidad interior.
A partir de esta experiencia
básica, el creyente puede ir curando heridas de su pasado. Es bien sabido que
gran parte de las neurosis y alteraciones sicofísicas van vinculadas a esa
capacidad humana de grabarlo y almacenarlo todo. El amor de Dios acogido con fe
puede ayudar a mirar con paz errores y pecados, puede liberar de las voces
inquietantes del pasado, puede ahuyentar espíritus malignos que a veces pueblan
la memoria. Todo queda abandonado confiadamente al amor de Dios.
Por otra parte, esa experiencia
del amor de Dios puede sanar el vivir de cada día. En la vida todo es gracia
para quien vive abierto a Dios; se puede trabajar con sentido a pesar de no
obtener resultados; todo se puede unificar e integrar desde el amor; la
experiencia más negativa y dolorosa puede ser vivida de manera positiva.
El evangelista Marcos recuerda en
su evangelio que Jesús no pudo curar en Nazaret a muchos porque les faltaba fe.
Ese puede ser también nuestro caso. No vivimos la fe con suficiente hondura
como para experimentar su poder sanador.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
9 de julio de 2000
EL
MISTERIO DE JESÚS
¿De dónde
saca todo eso?
Marcos nos relata que los vecinos
de Nazaret, sorprendidos por la enseñanza nueva de Jesús y por las curaciones
que lleva a cabo, se hacen toda clase de preguntas sobre el misterio que se
encierra en su persona: «De dónde saca
todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus
manos?». Más adelante, será el mismo Jesús quien planteará a sus discípulos
la pregunta: «¿Quién decís que soy yo?»
Con frecuencia, se trata de
responder a esta pregunta en clave doctrinal recordando lo que los grandes
concilios han proclamado sobre él. Planteada así la cuestión, unos afirman que
Jesús es el Hijo de Dios consustancial al Padre, otros entienden que es sólo un
hombre extraordinario pero no de naturaleza divina, otros prefieren no
pronunciarse pues no llegan a entender qué es lo que se quiere decir
exactamente con este tipo de fórmulas.
Con ser decisiva, no es ésta, sin
embargo, la única clave para acercarse a la verdadera identidad de Cristo,
sobre todo en una época de fuerte crisis metafísica en la que muchos buscan
orientación para su vida en medio de conflictos, interrogantes y contradicciones.
Hay otra manera de ahondar en la personalidad de Cristo y es recorrer el camino
iniciado por él.
A muchos hombres y mujeres de hoy
no les ayuda mucho analizar lo que dicen los concilios sobre la naturaleza
divina y humana de Cristo o escuchar las explicaciones de los teólogos sobre la
posibilidad de que Dios se haga hombre. Es mejor conocer el relato evangélico
sobre Jesús, captar lo esencial de esa vida y ponernos a seguirle.
Quien sigue a Jesús se acerca
cada vez más a su misterio. Se encuentra con un hombre movido sólo por el amor,
sintoniza con él, comienza a entender la existencia desde otra perspectiva y se
pregunta qué misterio se encierra en este ser humano que no vive para sí mismo,
sino para los demás. Se sorprende ante su libertad inaudita, trata de seguirle
en su «camino de verdad» y se pregunta dónde está el origen último de esa
seguridad misteriosa que lo lleva a poner la ley, el culto y la religión al
servicio del ser humano.
Lo que más nos acerca al misterio
de Cristo no es confesar rutinariamente las grandes fórmulas cristológicas,
sino tratar de seguirle día a día abriéndonos a su Espíritu y sintonizando con
su estilo de vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
6 de julio de 1997
FE
PEQUEÑA
Se
extrañó de su falta de fe.
Es un dato fácil de observar. La
fe de bastantes cristianos no crece a lo largo de su vida. Está ahí, estancada
en el fondo de la persona. Pasarán los años y nada nuevo se despertará en su
corazón. No es un problema de nuestros tiempos. En los evangelios se habla con
frecuencia de quienes tienen «poca fe»
(oligopistia), es decir, una fe pequeña, sin desarrollar. Más aún, en su
pueblo de Nazaret, Jesús se extraña de la «falta
de fe» de los suyos.
¿Es posible cambiar las cosas?,
¿qué hacer para crecer en la fe?, ¿cómo acrecentar nuestra confianza en Dios?
Voy a sugerir tres caminos que, casi de forma espontánea, pueden conducir a una
fe más viva y genuina.
Del sufrimiento a la invocación. Todo el mundo tenemos,
tarde o temprano, problemas y dificultades. A veces se puede apoderar de
nosotros incluso la ansiedad. Es cierto que contamos con la ayuda y el apoyo de
no pocas personas. Pero, con todo, no siempre es fácil enfrentarse al peso de
la existencia. En el fondo, todos andamos buscando una seguridad, plenitud y
felicidad que la vida no da.
Si dentro de nosotros hay un poco
de fe, es el momento de invocar a Dios: «Desde
lo hondo grito a ti, Señor.» No para pedir cosas ni para encontrar
soluciones mágicas a los problemas, sino para orientar nuestro deseo hacia el Único
en el que nuestra vida encontrará descanso y salvación.
De la alegría de vivir a la acción de gracias. No todo
son problemas. En la vida conocemos también el gozo, la expansión, los momentos
de felicidad serena. Qué bueno es sentirse vivo y experimentar la alegría de
vivir. La vida nos parece entonces hermosa y amable.
Si dentro de nosotros hay fe, es
el momento del agradecimiento a Dios. Sin duda debemos mucho a personas que nos
acompañan, pero ¿a quién agradecer el ser, la vida, esa alegría que
experimentamos?, ¿hacia quién dirigir nuestra acción de gracias?, ¿hacia la
vida o hacia ese Dios que es fuente y origen de todo bien?
De la culpa a la acogida del perdón. También
sentimos en nosotros la «mala conciencia» y la culpabilidad. No estamos a gusto
con nosotros mismos. No siempre lo queremos reconocer, pero es así. Sabemos
cómo estamos estropeando la vida con nuestra mediocridad, egoísmo y cobardías.
¿Qué hacer con la culpabilidad?
Podemos ignorarla o tratar de ahogarla de mil maneras. Podemos también acoger
el perdón y la ternura de Dios. Ante él no necesitamos disculparnos ni
defendernos. Tal vez no hay gracia mayor que la de creer cada vez más en el
perdón infinito de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
3 de julio de 1994
FE Y
SALUD
Se
extrañó de su falta de fe.
Durante mucho tiempo Occidente ha
ignorado casi totalmente el papel del espíritu en la curación de la persona.
Hoy, por el contrario, se reconoce abiertamente que gran parte de las
enfermedades modernas son de origen sicosomático o tienen una dimensión
sicosomática. En particular, las enfermedades típicamente humanas que no
afectan a los animales.
Sin embargo, muchas personas
ignoran que su verdadera enfermedad se encuentra a un nivel más profundo que el
estrés, la tensión arterial o la depresión. No se dan cuenta de que el
deterioro de su salud comienza a gestarse en su vida absurda y sin sentido, en
la carencia de amor verdadero, en la culpabilidad vivida sin la experiencia del
perdón, en el deseo centrado egoístamente sobre uno mismo o en tantas otras
«dolencias» que impiden el desarrollo de una vida saludable.
Ciertamente seria degradar la
religión el utilizarla como uno de tantos remedios para tener buena salud física
o síquica; la razón de ser de la religión no es la salud del hombre sino su
salvación definitiva. Pero una vez establecido esto, hemos de afirmar que la fe
posee fuerza sanante y que acoger a Dios con confianza puede ayudar a las
personas a vivir de manera más sana.
La razón es sencilla. El yo más
profundo del ser humano pide sentido, esperanza y, sobre todo, amor. Muchas
personas comienzan a enfermar por falta de amor. Por eso, la experiencia de
saberse amado incondicionalmente por Dios, cura. Los problemas no desaparecen.
Pero saber, en el nivel más profundo de mi ser, que soy amado siempre y en
cualquier circunstancia, y no porque yo soy bueno y santo, sino porque Dios es
bueno y me quiere, es una experiencia que genera estabilidad interior.
A partir de esta experiencia
básica, el creyente puede ir curando heridas de su pasado. Es bien sabido que
gran parte de las neurosis y alteraciones sicofísicas van vinculadas a esa
capacidad humana de grabarlo y almacenarlo todo. El amor de Dios acogido con fe
puede ayudar a mirar con paz errores y pecados, puede liberar de las voces
inquietantes del pasado, puede ahuyentar espíritus malignos que a veces pueblan
la memoria. Todo queda expuesto confiadamente al amor de Dios.
Por otra parte, esa experiencia
del amor de Dios puede sanar el vivir de cada día. En la vida todo es gracia
para quien vive abierto a Dios; se puede trabajar con sentido a pesar de no
obtener resultados; todo se puede unificar e integrar desde el amor; la
experiencia más negativa y dolorosa puede ser vivida de manera positiva.
El evangelista Marcos recuerda en
su evangelio que Jesús no pudo curar en Nazaret a muchos porque les faltaba fe.
Ese puede ser también nuestro caso. No vivimos la fe con suficiente hondura
como para experimentar su poder sanador.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
7 de julio de 1991
LA NUEVA
ERA
¿Qué
sabiduría es ésa?
En muy poco tiempo han
proliferado entre nosotros todo tipo de libros y noticias sobre “la nueva era” (new age). Estudios teóricos como los de
F. Capra o M. Fergusson o escritos
divulgativos de toda clase nos hablan de “la nueva era” en que está entrando la
humanidad.
Los escritos de carácter
esotérico-astrológico nos aseguran que estamos viviendo la transición de la era
de Piscis a “la era de Acuario”. Otros nos anuncian la llegada de “una nueva
conciencia”. M. Fergusson nos habla
de una “conspiración pacífica” inevitable que se irá extendiendo por todo el
mundo desplazando a las antiguas religiones y conduciendo al hombre a un nivel
superior de iluminación.
La “nueva era” viene impulsada
por una proliferación de innumerables movimientos religiosos de componente
gnóstico cristiano o de inspiración oriental (sólo en Francia cerca de
trescientos). Al mismo tiempo resurge el esoterismo, la astrología, el
ocultismo, la reencarnación.
Al tomar contacto con alguno de
estos movimientos, más de un cristiano puede sentir la tentación de iniciarse
en nuevas experiencias, pensando que no se aleja de la fe cristiana pues
también aquí oye hablar de Cristo.
Sin duda cada uno es libre para
seguir su camino, pero lo razonable es que primeramente conozca bien su propia
religión cristiana y se percate de las graves discrepancias que afloran en esos
movimientos. Apuntaré algunas de importancia.
La fe no consiste en la
iniciación a una ciencia esotérica para descubrir unas supuestas leyes ocultas
que rigen la existencia humana o el cosmos, sino en la escucha del Evangelio de
Jesucristo que nos anuncia la salvación que nos viene de un Dios Padre.
La vida cristiana no consiste en
tener acceso a una iluminación de Dios en nuestra conciencia (despertar “el
Buda”, descubrir el “atman”), sino en seguir fielmente a Cristo en su amor al
Padre y a los hermanos.
Dios no es simplemente el Espíritu
o la Energía que dirige e impulsa la evolución del cosmos, sino un Padre que
nos ofrece su amor personal en Cristo.
La salvación no consiste en una
experiencia de plenitud cósmica a través de un proceso de reencarnación, sino
en el encuentro personal con Cristo resucitado.
El cristiano cree en Jesucristo
tal como es transmitido por los evangelios y no en las reconstrucciones
fantasiosas de la antroposofía (R.
Steiner), los rosacruces de H.S.
Lewis o el Cristo cósmico de la Fraternidad Blanca Universal del maestro O.M. Aïvanhov.
Los evangelios nos relatan que
las gentes se preguntaban extrañadas por “la
sabiduría” de Jesús, pero, al hacerlo, no pensaban en ninguna ciencia
oculta o teosofía esotérica del estilo de las que anuncian hoy las nuevas
religiones, sino en la Buena Noticia de un Dios Padre capaz de salvar al hombre
para siempre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
3 de julio de 1988
UNA
SABIDURIA DIFERENTE
¿ Qué
sabiduría es ésa?
Los estudios que se vienen publicando
estos últimos años sobre el futuro de la humanidad no son nada halagüeños.
Una y otra vez se repiten las
mismas palabras y conceptos: crisis de la cultura moderna, decadencia de la
sociedad occidental, ocaso de valores, disolución de la identidad humana,
amenaza de aniquilación mundial.
Muchos siguen pensando que el
hombre podrá superar esta crisis por medio de alguno de los sistemas existentes
(capitalismo, socialismo, democracia...) o, tal vez, por medio de algún otro
sistema que podamos descubrir.
Otros lo esperan todo del
desarrollo tecnológico, de una revolución económica profunda o de un
replanteamiento de las relaciones internacionales.
Sin duda, todo ello puede ser
necesario. Pero la crisis actual del hombre no es sólo un problema ideológico,
tecnológico o económico. Es el hombre mismo el que está enfermo y necesita ser
curado en su misma raíz.
El hombre moderno ha empobrecido
su existencia creyendo que el pensamiento racional es lo único válido y
definitivo, y se ha ido quedando ciego interiormente para captar lo más
esencial.
Ha desarrollado de manera
insospechada sus técnicas de observación y análisis de la realidad, pero ha
perdido el sentido de lo trascendente.
Han crecido cada vez más sus
posibilidades de comunicación y relación, pero no acierta a encontrarse consigo
mismo y religarse a su yo más profundo.
Conoce cada vez más cosas pero
sabe cada vez menos sobre el sentido de su vida. Resuelve múltiples problemas
pero no sabe resolver el problema de su libertad interior.
No es extraño que se eleven cada
vez más voces apuntando la necesidad de una revolución más profunda que la que
pueden aportar los sistemas ideológicos.
El hombre se está acercando a un
“punto crucial” (F. Capra) en el que,
si quiere sobrevivir, ha de aprender a vivir de manera nueva. La humanidad
necesita reencontrar su «patria religiosa” (Enomiya-Lasalle).
Es urgente una “transformación de la conciencia” (Sri Aurobindo).
La humanidad va a necesitar una
vez más de la religión para redescubrir la sabiduría y el arte de vivir
humanamente integrando mejor el pensamiento racional y la técnica.
Hoy se desprecia en occidente la
sabiduría del Profeta de Galilea como lo hicieron sus propios vecinos. Sin
embargo, ¿no será ésa precisamente la sabiduría que andamos necesitando?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
7 de julio de 1985
DIOS NO
ES EXHIBICIONISTA
¿No es
éste el carpintero?
Por lo general, los hombres
buscamos a Dios en lo espectacular y extraordinario. Nos parece poco digno encontrarlo
en lo sencillo y habitual, lo normal y no vistoso.
Según los relatos evangélicos, la
verdadera dificultad para acoger al Hijo de Dios, no ha sido su grandeza
extraordinaria o su poder aplastante, sino precisamente el encontrarse con «un
carpintero», hijo de María, miembro de una familia insignificante.
Alguien ha dicho que «la raíz de
la incredulidad es precisamente esta incapacidad de acoger la manifestación de
Dios en lo cotidiano» (R. Fabris). No
sabemos «reconocer» a Dios en lo ordinario de la vida.
La encarnación de Dios en un
carpintero de Nazaret nos descubre, sin embargo, que Dios no es un
exhibicionista que se ofrece en espectáculo, el Ser todopoderoso que se impone
y ante el que es conveniente adoptar una postura de «legítima defensa» (F.
Nietzsche).
El Dios encarnado en Jesús es el
Dios discreto que no humilla. El Dios humilde y cercano que, desde el misterio
mismo de la vida ordinaria y sencilla, nos invita al diálogo. Como escribía D. Bonhoeffer, Dios está en el centro de
nuestra vida, aún estando más allá de ella».
A Dios lo podemos descubrir en
las experiencias más normales de nuestra vida cotidiana. En nuestras tristezas
inexplicables, en la felicidad insaciable, en nuestro amor frágil, en las
añoranzas y anhelos, en las preguntas más hondas, en nuestro pecado más
secreto, en nuestras decisiones más responsables, en la búsqueda sincera.
Cuando un hombre o una mujer
ahonda con lealtad en su propia experiencia humana, le es difícil evitar la
pregunta por el misterio último de la vida al que los creyentes llamamos
«Dios».
Lo que necesitamos es unos ojos
más limpios y sencillos y menos preocupados por tener cosas y acaparar
personas. Una atención más honda y despierta hacia el misterio de la vida, que
no consiste sólo en tener «espíritu observador» sino en saber acoger con
simpatía los innumerables mensajes y llamadas que la misma vida irradia.
Dios «no está lejos de los que lo
buscan». Lo que necesitamos es liberarnos de la superficialidad, de las mil
distracciones que nos dispersan y de esa actividad nerviosa que, con
frecuencia, nos impide tomar conciencia de lo que es la vida y nos cierra el
camino hacia Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
4 de julio de 1982
APRENDER
A VIVIR
¿Qué
sabiduría es ésa?
La vida de un cristiano comienza
a cambiar de manera insospechada el día en que descubre que Jesús es alguien
que le puede enseñar a vivir.
Los relatos evangélicos no se
cansan de presentarnos a Jesús como maestro.
Alguien que puede enseñar una «sabiduría única».
De hecho, los primeros que se
encontraron con él, se llamaron «discípulos»,
alumnos, es decir, hombres y mujeres dispuestos a aprender del único Maestro.
Quizás los cristianos de hoy
tengamos que preguntarnos si no hemos olvidado demasiado ligeramente que ser
cristiano es sencillamente «vivir
aprendiendo» desde Jesús. Ir descubriendo desde Jesús cuál es la manera más
humana, más auténtica y más gozosa de enfrentarse a la vida.
Cuántos esfuerzos no se hacen hoy
para aprender a triunfar en la vida. Métodos para obtener el éxito en el
trabajo profesional, técnicas para conquistar amigos, artes para salir
triunfantes en las relaciones sociales. Pero, ¿dónde aprender a ser
sencillamente humanos?
Son bastantes los cristianos para
quienes Jesús no es, en modo alguno, el inspirador de sus vidas. No aciertan a
ver qué relación podría existir entre Jesús y lo que ellos viven a diario.
Jesús se ha convertido en un
personaje al que creen conocer perfectamente, cuando, en realidad, sigue siendo
para muchos el «gran desconocido». Un Jesús sin consistencia real, incapaz de
inspirar la existencia diaria.
Y sin embargo, ese Jesús mejor
conocido y rna’s fielmente seguido, podría transformar nuestra vida. No como el
maestro lejano que nos ha dejado un legado de sabiduría admirable a la
humanidad. Sino como alguien vivo, que desde el fondo mismo de nuestra
existencia, nos puede guiar con paciencia, comprensión y ternura.
El puede ser nuestro maestro de
vida. Nos puede enseñar a usar nuestro potencial de vida no para manipular a
otros sino para crecer. Nos puede descubrir que es mejor vivir dando que
acaparando.
Nos puede enseñar poco a poco a
ser de manera más gratuita y menos egoísta. Nos puede enseñar a arriesgarnos
más por todo lo que es bueno y justo. Nos puede enseñar a no reducir todo a
cálculo, eficacia e interés económico. Nos puede enseñar a querer a las
personas como las quería él.
Nuestra vida depende de muchos
factores. Pero el camino de la plenitud depende sobre todo de nuestra docilidad
a quien puede ser nuestro «camino, verdad y vida».
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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