lunes, 29 de junio de 2015

05/07/2015 - 14º domingo Tiempo ordinario (B)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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14º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

No desprecian a un profeta más que en su tierra.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 6, 1-6

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
- «¿De donde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía:
- «No desprecian a un profeta mas que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, solo curo algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2014-2015 -
5 de julio de 2015

NO DESPRECIAR AL PROFETA

El relato no deja de ser sorprendente. Jesús fue rechazado precisamente en su propio pueblo, entre aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Llega a Nazaret, acompañado de sus discípulos, y nadie sale a su encuentro, como sucede a veces en otros lugares. Tampoco le presentan a los enfermos de la aldea para que los cure.
Su presencia solo despierta en ellos asombro. No saben quién le ha podido enseñar un mensaje tan lleno de sabiduría. Tampoco se explican de dónde proviene la fuerza curadora de sus manos. Lo único que saben es que Jesús un trabajador nacido en una familia de su aldea. Todo lo demás «les resulta escandaloso».
Jesús se siente « despreciado»: los suyos no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de Dios. Se han hecho una idea de su vecino Jesús y se resisten a abrirse al misterio que se encierra en su persona. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente, conocen todos: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
Al mismo tiempo, Jesús «se extraña de su falta de fe». Es la primera vez que experimenta un rechazo colectivo, no de los dirigentes religiosos, sino de todo su pueblo. No se esperaba esto de los suyos. Su incredulidad llega incluso a bloquear su capacidad de curar: «no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos».
Marcos no narra este episodio para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para advertir a las comunidades cristianas que Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes creen conocerlo mejor: los que se encierran en sus ideas preconcebidas sin abrirse ni a la novedad de su mensaje ni al misterio de su persona.
¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los que nos creemos «suyos»? En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial? ¿No vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿No es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora? ¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía?
Ésta la preocupación de Pablo de Tarso: «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de Profecía. Revisadlo todo y quedaos sólo con lo bueno» (1 tesalonicenses 5, 19-21). ¿No necesitamos algo de esto los cristianos de nuestros días?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
8 de julio de 2012

RECHAZADO ENTRE LOS SUYOS

Jesús no es un sacerdote del Templo, ocupado en cuidar y promover la religión. Tampoco lo confunde nadie con un maestro de la Ley, dedicado a defender la Torá de Moisés. Los campesinos de Galilea ven en sus gestos curadores y en sus palabras de fuego la actuación de un profeta movido por el Espíritu de Dios.
Jesús sabe que le espera una vida difícil y conflictiva. Los dirigentes religiosos se le enfrentarán. Es el destino de todo profeta. No sospecha todavía que será rechazado precisamente entre los suyos, los que mejor lo conocen desde niño.
El rechazo de Jesús en su pueblo de Nazaret era muy comentado entre los primeros cristianos. Tres evangelistas recogen el episodio con todo detalle. Según Marcos, Jesús llega a Nazaret acompañado de un grupo de discípulos y con fama de profeta curador. Sus vecinos no saben qué pensar.
Al llegar el sábado, Jesús entra en la pequeña sinagoga del pueblo y "empieza a enseñar". Sus vecinos y familiares apenas le escuchan. Entre ellos nacen toda clase de preguntas. Conocen a Jesús desde niño: es un vecino más. ¿Dónde ha aprendido ese mensaje sorprendente del reino de Dios? ¿De quién ha recibido esa fuerza para curar? Marcos dice que todo "les resultaba escandaloso". ¿Por qué?
Aquellos campesinos creen que lo saben todo de Jesús. Se han hecho una idea de él desde niños. En lugar de acogerlo tal como se presenta ante ellos, quedan bloqueados por la imagen que tienen de él. Esa imagen les impide abrirse al misterio que se encierra en Jesús. Se resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de Dios.
Pero hay algo más. Acogerlo como profeta significa estar dispuestos a escuchar el mensaje que les dirige en nombre de Dios. Y esto puede traerles problemas. Ellos tienen su sinagoga, sus libros sagrados y sus tradiciones. Viven con paz su religión. La presencia profética de Jesús puede romper la tranquilidad de la aldea.
Los cristianos tenemos imágenes bastante diferentes de Jesús. No todas coinciden con la que tenían los que lo conocieron de cerca y lo siguieron. Cada uno nos hacemos nuestra idea de él. Esta imagen condiciona nuestra forma de vivir la fe. Si nuestra imagen de Jesús es pobre, parcial o distorsionada, nuestra fe será pobre, parcial o distorsionada.
¿Por qué nos esforzamos tan poco en conocer a Jesús? ¿Por qué nos escandaliza recordar sus rasgos humanos? ¿Por qué nos resistimos a confesar que Dios se ha encarnado en un Profeta? ¿Tal vez intuimos que su vida profética nos obligaría a transformar profundamente su Iglesia?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
5 de julio de 2009

NO DESPRECIAR AL PROFETA

(Ver homilía del 5 de julio de 2015)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
9 de julio de 2006

SABIO Y CURADOR

¿ Qué sabiduría es ésa...?
¿y esos milagros de sus manos?

No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable, ni pertenecía a las elites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un «obrero de la construcción», de una aldea desconocida de la Baja Galilea.
No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la Ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.
Según Marcos, cuando Jesús llegó a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedaron sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no era un pensador que explicaba una doctrina, sino un sabio que comunicaba su experiencia de Dios y enseñaba a vivir bajo el signo del amor. No era un líder autoritario que imponía su poder, sino un curador que sanaba la vida y aliviaba el sufrimiento.
A las gentes de Nazaret no les costó mucho desacreditar a Jesús. Neutralizaron su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejaron enseñar por él, ni se abrieron a su fuerza curadora. Jesús no pudo acercarlos a Dios, ni curar a todos como él hubiera deseado.
A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que vaya introduciendo poco a poco en nosotros cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos enseñe a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de una manera nueva.
Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora, es necesario dejamos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberamos de miedos que nos paralizan, atrevemos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Sólo se curan quienes creen en él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
6 de julio de 2003

LA FE PUEDE CURAR

Se extrañó de su falta de fe.

Durante mucho tiempo Occidente ha ignorado casi totalmente el papel del espíritu en la curación de la persona. Hoy, por el contrario, se reconoce abiertamente que gran parte de las enfermedades modernas son de origen sicosomático o tienen una dimensión sicosomática.
Sin embargo, muchas personas ignoran que su verdadera enfermedad se encuentra a un nivel más profundo que el estrés, la tensión arterial o la depresión. No se dan cuenta de que el deterioro de su salud comienza a gestarse en su vida absurda y sin sentido, en la carencia de amor verdadero, en la culpabilidad vivida sin la experiencia del perdón, en el deseo centrado egoístamente sobre uno mismo o en tantas otras «dolencias» que impiden el desarrollo de una vida saludable.
Ciertamente sería degradar la religión el utilizarla como uno de tantos remedios para tener buena salud física o síquica; la razón de ser de la religión no es la salud del hombre sino su salvación definitiva. Pero, una vez establecido esto, hemos de afirmar que la fe posee fuerza sanante y que acoger a Dios con confianza puede ayudar a las personas a vivir de manera más sana.
La razón es sencilla. El yo más profundo del ser humano pide sentido, esperanza y, sobre todo, amor. Muchas personas comienzan a enfermar por falta de amor. Por eso, la experiencia de saberse amado incondicionalmente por Dios cura. Los problemas no desaparecen. Pero saber, en el nivel más profundo de mi ser, que soy amado siempre y en cualquier circunstancia, y no porque yo soy bueno y santo, sino porque Dios es bueno y me quiere, es una experiencia que genera estabilidad interior.
A partir de esta experiencia básica, el creyente puede ir curando heridas de su pasado. Es bien sabido que gran parte de las neurosis y alteraciones sicofísicas van vinculadas a esa capacidad humana de grabarlo y almacenarlo todo. El amor de Dios acogido con fe puede ayudar a mirar con paz errores y pecados, puede liberar de las voces inquietantes del pasado, puede ahuyentar espíritus malignos que a veces pueblan la memoria. Todo queda abandonado confiadamente al amor de Dios.
Por otra parte, esa experiencia del amor de Dios puede sanar el vivir de cada día. En la vida todo es gracia para quien vive abierto a Dios; se puede trabajar con sentido a pesar de no obtener resultados; todo se puede unificar e integrar desde el amor; la experiencia más negativa y dolorosa puede ser vivida de manera positiva.
El evangelista Marcos recuerda en su evangelio que Jesús no pudo curar en Nazaret a muchos porque les faltaba fe. Ese puede ser también nuestro caso. No vivimos la fe con suficiente hondura como para experimentar su poder sanador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
9 de julio de 2000

EL MISTERIO DE JESÚS

¿De dónde saca todo eso?

Marcos nos relata que los vecinos de Nazaret, sorprendidos por la enseñanza nueva de Jesús y por las curaciones que lleva a cabo, se hacen toda clase de preguntas sobre el misterio que se encierra en su persona: «De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos?». Más adelante, será el mismo Jesús quien planteará a sus discípulos la pregunta: «¿Quién decís que soy yo?»
Con frecuencia, se trata de responder a esta pregunta en clave doctrinal recordando lo que los grandes concilios han proclamado sobre él. Planteada así la cuestión, unos afirman que Jesús es el Hijo de Dios consustancial al Padre, otros entienden que es sólo un hombre extraordinario pero no de naturaleza divina, otros prefieren no pronunciarse pues no llegan a entender qué es lo que se quiere decir exactamente con este tipo de fórmulas.
Con ser decisiva, no es ésta, sin embargo, la única clave para acercarse a la verdadera identidad de Cristo, sobre todo en una época de fuerte crisis metafísica en la que muchos buscan orientación para su vida en medio de conflictos, interrogantes y contradicciones. Hay otra manera de ahondar en la personalidad de Cristo y es recorrer el camino iniciado por él.
A muchos hombres y mujeres de hoy no les ayuda mucho analizar lo que dicen los concilios sobre la naturaleza divina y humana de Cristo o escuchar las explicaciones de los teólogos sobre la posibilidad de que Dios se haga hombre. Es mejor conocer el relato evangélico sobre Jesús, captar lo esencial de esa vida y ponernos a seguirle.
Quien sigue a Jesús se acerca cada vez más a su misterio. Se encuentra con un hombre movido sólo por el amor, sintoniza con él, comienza a entender la existencia desde otra perspectiva y se pregunta qué misterio se encierra en este ser humano que no vive para sí mismo, sino para los demás. Se sorprende ante su libertad inaudita, trata de seguirle en su «camino de verdad» y se pregunta dónde está el origen último de esa seguridad misteriosa que lo lleva a poner la ley, el culto y la religión al servicio del ser humano.
Lo que más nos acerca al misterio de Cristo no es confesar rutinariamente las grandes fórmulas cristológicas, sino tratar de seguirle día a día abriéndonos a su Espíritu y sintonizando con su estilo de vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
6 de julio de 1997

FE PEQUEÑA

Se extrañó de su falta de fe.

Es un dato fácil de observar. La fe de bastantes cristianos no crece a lo largo de su vida. Está ahí, estancada en el fondo de la persona. Pasarán los años y nada nuevo se despertará en su corazón. No es un problema de nuestros tiempos. En los evangelios se habla con frecuencia de quienes tienen «poca fe» (oligopistia), es decir, una fe pequeña, sin desarrollar. Más aún, en su pueblo de Nazaret, Jesús se extraña de la «falta de fe» de los suyos.
¿Es posible cambiar las cosas?, ¿qué hacer para crecer en la fe?, ¿cómo acrecentar nuestra confianza en Dios? Voy a sugerir tres caminos que, casi de forma espontánea, pueden conducir a una fe más viva y genuina.
Del sufrimiento a la invocación. Todo el mundo tenemos, tarde o temprano, problemas y dificultades. A veces se puede apoderar de nosotros incluso la ansiedad. Es cierto que contamos con la ayuda y el apoyo de no pocas personas. Pero, con todo, no siempre es fácil enfrentarse al peso de la existencia. En el fondo, todos andamos buscando una seguridad, plenitud y felicidad que la vida no da.
Si dentro de nosotros hay un poco de fe, es el momento de invocar a Dios: «Desde lo hondo grito a ti, Señor.» No para pedir cosas ni para encontrar soluciones mágicas a los problemas, sino para orientar nuestro deseo hacia el Único en el que nuestra vida encontrará descanso y salvación.
De la alegría de vivir a la acción de gracias. No todo son problemas. En la vida conocemos también el gozo, la expansión, los momentos de felicidad serena. Qué bueno es sentirse vivo y experimentar la alegría de vivir. La vida nos parece entonces hermosa y amable.
Si dentro de nosotros hay fe, es el momento del agradecimiento a Dios. Sin duda debemos mucho a personas que nos acompañan, pero ¿a quién agradecer el ser, la vida, esa alegría que experimentamos?, ¿hacia quién dirigir nuestra acción de gracias?, ¿hacia la vida o hacia ese Dios que es fuente y origen de todo bien?
De la culpa a la acogida del perdón. También sentimos en nosotros la «mala conciencia» y la culpabilidad. No estamos a gusto con nosotros mismos. No siempre lo queremos reconocer, pero es así. Sabemos cómo estamos estropeando la vida con nuestra mediocridad, egoísmo y cobardías.
¿Qué hacer con la culpabilidad? Podemos ignorarla o tratar de ahogarla de mil maneras. Podemos también acoger el perdón y la ternura de Dios. Ante él no necesitamos disculparnos ni defendernos. Tal vez no hay gracia mayor que la de creer cada vez más en el perdón infinito de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
3 de julio de 1994

FE Y SALUD

Se extrañó de su falta de fe.

Durante mucho tiempo Occidente ha ignorado casi totalmente el papel del espíritu en la curación de la persona. Hoy, por el contrario, se reconoce abiertamente que gran parte de las enfermedades modernas son de origen sicosomático o tienen una dimensión sicosomática. En particular, las enfermedades típicamente humanas que no afectan a los animales.
Sin embargo, muchas personas ignoran que su verdadera enfermedad se encuentra a un nivel más profundo que el estrés, la tensión arterial o la depresión. No se dan cuenta de que el deterioro de su salud comienza a gestarse en su vida absurda y sin sentido, en la carencia de amor verdadero, en la culpabilidad vivida sin la experiencia del perdón, en el deseo centrado egoístamente sobre uno mismo o en tantas otras «dolencias» que impiden el desarrollo de una vida saludable.
Ciertamente seria degradar la religión el utilizarla como uno de tantos remedios para tener buena salud física o síquica; la razón de ser de la religión no es la salud del hombre sino su salvación definitiva. Pero una vez establecido esto, hemos de afirmar que la fe posee fuerza sanante y que acoger a Dios con confianza puede ayudar a las personas a vivir de manera más sana.
La razón es sencilla. El yo más profundo del ser humano pide sentido, esperanza y, sobre todo, amor. Muchas personas comienzan a enfermar por falta de amor. Por eso, la experiencia de saberse amado incondicionalmente por Dios, cura. Los problemas no desaparecen. Pero saber, en el nivel más profundo de mi ser, que soy amado siempre y en cualquier circunstancia, y no porque yo soy bueno y santo, sino porque Dios es bueno y me quiere, es una experiencia que genera estabilidad interior.
A partir de esta experiencia básica, el creyente puede ir curando heridas de su pasado. Es bien sabido que gran parte de las neurosis y alteraciones sicofísicas van vinculadas a esa capacidad humana de grabarlo y almacenarlo todo. El amor de Dios acogido con fe puede ayudar a mirar con paz errores y pecados, puede liberar de las voces inquietantes del pasado, puede ahuyentar espíritus malignos que a veces pueblan la memoria. Todo queda expuesto confiadamente al amor de Dios.
Por otra parte, esa experiencia del amor de Dios puede sanar el vivir de cada día. En la vida todo es gracia para quien vive abierto a Dios; se puede trabajar con sentido a pesar de no obtener resultados; todo se puede unificar e integrar desde el amor; la experiencia más negativa y dolorosa puede ser vivida de manera positiva.
El evangelista Marcos recuerda en su evangelio que Jesús no pudo curar en Nazaret a muchos porque les faltaba fe. Ese puede ser también nuestro caso. No vivimos la fe con suficiente hondura como para experimentar su poder sanador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
7 de julio de 1991

LA NUEVA ERA

¿Qué sabiduría es ésa?

En muy poco tiempo han proliferado entre nosotros todo tipo de libros y noticias sobre “la nueva era” (new age). Estudios teóricos como los de F. Capra o M. Fergusson o escritos divulgativos de toda clase nos hablan de “la nueva era” en que está entrando la humanidad.
Los escritos de carácter esotérico-astrológico nos aseguran que estamos viviendo la transición de la era de Piscis a “la era de Acuario”. Otros nos anuncian la llegada de “una nueva conciencia”. M. Fergusson nos habla de una “conspiración pacífica” inevitable que se irá extendiendo por todo el mundo desplazando a las antiguas religiones y conduciendo al hombre a un nivel superior de iluminación.
La “nueva era” viene impulsada por una proliferación de innumerables movimientos religiosos de componente gnóstico cristiano o de inspiración oriental (sólo en Francia cerca de trescientos). Al mismo tiempo resurge el esoterismo, la astrología, el ocultismo, la reencarnación.
Al tomar contacto con alguno de estos movimientos, más de un cristiano puede sentir la tentación de iniciarse en nuevas experiencias, pensando que no se aleja de la fe cristiana pues también aquí oye hablar de Cristo.
Sin duda cada uno es libre para seguir su camino, pero lo razonable es que primeramente conozca bien su propia religión cristiana y se percate de las graves discrepancias que afloran en esos movimientos. Apuntaré algunas de importancia.
La fe no consiste en la iniciación a una ciencia esotérica para descubrir unas supuestas leyes ocultas que rigen la existencia humana o el cosmos, sino en la escucha del Evangelio de Jesucristo que nos anuncia la salvación que nos viene de un Dios Padre.
La vida cristiana no consiste en tener acceso a una iluminación de Dios en nuestra conciencia (despertar “el Buda”, descubrir el “atman”), sino en seguir fielmente a Cristo en su amor al Padre y a los hermanos.
Dios no es simplemente el Espíritu o la Energía que dirige e impulsa la evolución del cosmos, sino un Padre que nos ofrece su amor personal en Cristo.
La salvación no consiste en una experiencia de plenitud cósmica a través de un proceso de reencarnación, sino en el encuentro personal con Cristo resucitado.
El cristiano cree en Jesucristo tal como es transmitido por los evangelios y no en las reconstrucciones fantasiosas de la antroposofía (R. Steiner), los rosacruces de H.S. Lewis o el Cristo cósmico de la Fraternidad Blanca Universal del maestro O.M. Aïvanhov.
Los evangelios nos relatan que las gentes se preguntaban extrañadas por “la sabiduría” de Jesús, pero, al hacerlo, no pensaban en ninguna ciencia oculta o teosofía esotérica del estilo de las que anuncian hoy las nuevas religiones, sino en la Buena Noticia de un Dios Padre capaz de salvar al hombre para siempre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
3 de julio de 1988

UNA SABIDURIA DIFERENTE

¿ Qué sabiduría es ésa?

Los estudios que se vienen publicando estos últimos años sobre el futuro de la humanidad no son nada halagüeños.
Una y otra vez se repiten las mismas palabras y conceptos: crisis de la cultura moderna, decadencia de la sociedad occidental, ocaso de valores, disolución de la identidad humana, amenaza de aniquilación mundial.
Muchos siguen pensando que el hombre podrá superar esta crisis por medio de alguno de los sistemas existentes (capitalismo, socialismo, democracia...) o, tal vez, por medio de algún otro sistema que podamos descubrir.
Otros lo esperan todo del desarrollo tecnológico, de una revolución económica profunda o de un replanteamiento de las relaciones internacionales.
Sin duda, todo ello puede ser necesario. Pero la crisis actual del hombre no es sólo un problema ideológico, tecnológico o económico. Es el hombre mismo el que está enfermo y necesita ser curado en su misma raíz.
El hombre moderno ha empobrecido su existencia creyendo que el pensamiento racional es lo único válido y definitivo, y se ha ido quedando ciego interiormente para captar lo más esencial.
Ha desarrollado de manera insospechada sus técnicas de observación y análisis de la realidad, pero ha perdido el sentido de lo trascendente.
Han crecido cada vez más sus posibilidades de comunicación y relación, pero no acierta a encontrarse consigo mismo y religarse a su yo más profundo.
Conoce cada vez más cosas pero sabe cada vez menos sobre el sentido de su vida. Resuelve múltiples problemas pero no sabe resolver el problema de su libertad interior.
No es extraño que se eleven cada vez más voces apuntando la necesidad de una revolución más profunda que la que pueden aportar los sistemas ideológicos.
El hombre se está acercando a un “punto crucial” (F. Capra) en el que, si quiere sobrevivir, ha de aprender a vivir de manera nueva. La humanidad necesita reencontrar su «patria religiosa” (Enomiya-Lasalle). Es urgente una “transformación de la conciencia” (Sri Aurobindo).
La humanidad va a necesitar una vez más de la religión para redescubrir la sabiduría y el arte de vivir humanamente integrando mejor el pensamiento racional y la técnica.
Hoy se desprecia en occidente la sabiduría del Profeta de Galilea como lo hicieron sus propios vecinos. Sin embargo, ¿no será ésa precisamente la sabiduría que andamos necesitando?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
7 de julio de 1985

DIOS NO ES EXHIBICIONISTA

¿No es éste el carpintero?

Por lo general, los hombres buscamos a Dios en lo espectacular y extraordinario. Nos parece poco digno encontrarlo en lo sencillo y habitual, lo normal y no vistoso.
Según los relatos evangélicos, la verdadera dificultad para acoger al Hijo de Dios, no ha sido su grandeza extraordinaria o su poder aplastante, sino precisamente el encontrarse con «un carpintero», hijo de María, miembro de una familia insignificante.
Alguien ha dicho que «la raíz de la incredulidad es precisamente esta incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano» (R. Fabris). No sabemos «reconocer» a Dios en lo ordinario de la vida.
La encarnación de Dios en un carpintero de Nazaret nos descubre, sin embargo, que Dios no es un exhibicionista que se ofrece en espectáculo, el Ser todopoderoso que se impone y ante el que es conveniente adoptar una postura de «legítima defensa» (F. Nietzsche).
El Dios encarnado en Jesús es el Dios discreto que no humilla. El Dios humilde y cercano que, desde el misterio mismo de la vida ordinaria y sencilla, nos invita al diálogo. Como escribía D. Bonhoeffer, Dios está en el centro de nuestra vida, aún estando más allá de ella».
A Dios lo podemos descubrir en las experiencias más normales de nuestra vida cotidiana. En nuestras tristezas inexplicables, en la felicidad insaciable, en nuestro amor frágil, en las añoranzas y anhelos, en las preguntas más hondas, en nuestro pecado más secreto, en nuestras decisiones más responsables, en la búsqueda sincera.
Cuando un hombre o una mujer ahonda con lealtad en su propia experiencia humana, le es difícil evitar la pregunta por el misterio último de la vida al que los creyentes llamamos «Dios».
Lo que necesitamos es unos ojos más limpios y sencillos y menos preocupados por tener cosas y acaparar personas. Una atención más honda y despierta hacia el misterio de la vida, que no consiste sólo en tener «espíritu observador» sino en saber acoger con simpatía los innumerables mensajes y llamadas que la misma vida irradia.
Dios «no está lejos de los que lo buscan». Lo que necesitamos es liberarnos de la superficialidad, de las mil distracciones que nos dispersan y de esa actividad nerviosa que, con frecuencia, nos impide tomar conciencia de lo que es la vida y nos cierra el camino hacia Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
4 de julio de 1982

APRENDER A VIVIR

¿Qué sabiduría es ésa?

La vida de un cristiano comienza a cambiar de manera insospechada el día en que descubre que Jesús es alguien que le puede enseñar a vivir.
Los relatos evangélicos no se cansan de presentarnos a Jesús como maestro. Alguien que puede enseñar una «sabiduría única».
De hecho, los primeros que se encontraron con él, se llamaron «discípulos», alumnos, es decir, hombres y mujeres dispuestos a aprender del único Maestro.
Quizás los cristianos de hoy tengamos que preguntarnos si no hemos olvidado demasiado ligeramente que ser cristiano es sencillamente «vivir aprendiendo» desde Jesús. Ir descubriendo desde Jesús cuál es la manera más humana, más auténtica y más gozosa de enfrentarse a la vida.
Cuántos esfuerzos no se hacen hoy para aprender a triunfar en la vida. Métodos para obtener el éxito en el trabajo profesional, técnicas para conquistar amigos, artes para salir triunfantes en las relaciones sociales. Pero, ¿dónde aprender a ser sencillamente humanos?
Son bastantes los cristianos para quienes Jesús no es, en modo alguno, el inspirador de sus vidas. No aciertan a ver qué relación podría existir entre Jesús y lo que ellos viven a diario.
Jesús se ha convertido en un personaje al que creen conocer perfectamente, cuando, en realidad, sigue siendo para muchos el «gran desconocido». Un Jesús sin consistencia real, incapaz de inspirar la existencia diaria.
Y sin embargo, ese Jesús mejor conocido y rna’s fielmente seguido, podría transformar nuestra vida. No como el maestro lejano que nos ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad. Sino como alguien vivo, que desde el fondo mismo de nuestra existencia, nos puede guiar con paciencia, comprensión y ternura.
El puede ser nuestro maestro de vida. Nos puede enseñar a usar nuestro potencial de vida no para manipular a otros sino para crecer. Nos puede descubrir que es mejor vivir dando que acaparando.
Nos puede enseñar poco a poco a ser de manera más gratuita y menos egoísta. Nos puede enseñar a arriesgarnos más por todo lo que es bueno y justo. Nos puede enseñar a no reducir todo a cálculo, eficacia e interés económico. Nos puede enseñar a querer a las personas como las quería él.
Nuestra vida depende de muchos factores. Pero el camino de la plenitud depende sobre todo de nuestra docilidad a quien puede ser nuestro «camino, verdad y vida».

José Antonio Pagola


Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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