¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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17º domingo Tiempo ordinario (A)
LA
DECISIÓN DE
CREER
LA ALEGRIA DE CREER
EVANGELIO
Vende todo lo que tiene y compra el campo.
+
Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 44-52
En aquel tiempo,
dijo Jesús a la gente:
-«El reino de los
cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo
vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra
el campo.
El reino de los
cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una
de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los
cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de
peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los
buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá
al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y
los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien
todo esto?»
Ellos le
contestaron:
-«Sí.»
Él les dijo:
-«Ya veis, un
escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va
sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
27 de julio de 2014
LA
DECISIÓN MÁS IMPORTANTE
El evangelio recoge dos breves
parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista
descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los
dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen, y
se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que
descubren el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la
gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e
importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la
humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia
su salvación definitiva en Dios.
¿Qué podemos decir hoy después de
veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven
encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en
ella ningún “tesoro”? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y
alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el
núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella,
sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?
Después del Concilio, Pablo VI
hizo esta afirmación rotunda: ”Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás
es relativo”. Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: “La Iglesia
no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es
germen, signo e instrumento”. El Papa Francisco nos viene repitiendo: “El
proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios”.
Si ésta es la fe de la Iglesia,
¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que
Jesús llamaba “reino de Dios”? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda
la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue
anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios
y su justicia?
La Iglesia no puede renovarse
desde su raíz si no descubre el “tesoro” del reino de Dios. No es lo mismo
llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un
mundo más humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen
olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.
El Papa Francisco nos está
diciendo que “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el
corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más
importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades
cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y
entusiasmo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
24 de julio de 2011
UN DIOS SIN ATRACTIVO
Jesús trataba de comunicar a la gente su experiencia
de Dios y de su gran proyecto de ir haciendo un mundo más digno y dichoso para
todos. No siempre lograba despertar su entusiasmo. Estaban demasiado
acostumbrados a oír hablar de un Dios sólo preocupado por la Ley, el
cumplimiento del sábado o los sacrificios del Templo.
Jesús les contó dos pequeñas parábolas para sacudir
su indiferencia. Quería despertar en ellos el deseo de Dios. Les quería hacer
ver que encontrarse con lo que él llamaba "reino de Dios" era algo
mucho más grande que lo que vivían los sábados en la sinagoga del pueblo: Dios
puede ser un descubrimiento inesperado, una sorpresa grande.
En las dos parábolas la estructura es la misma. En
el primer relato, un labrador «encuentra» un tesoro escondido en
el campo... Lleno de alegría, «vende todo lo que tiene» y compra
el campo. En el segundo relato, un comerciante en perlas finas «encuentra»
una perla de gran valor... Sin dudarlo, «vende todo lo que tiene» y compra
la perla.
Algo así sucede con el «reino de Dios»
escondido en Jesús, su mensaje y su actuación. Ese Dios resulta tan atractivo,
inesperado y sorprendente que quien lo encuentra, se siente tocado en lo más
hondo de su ser. Ya nada puede ser como antes.
Por primera vez, empezamos a sentir que Dios nos
atrae de verdad. No puede haber nada más grande para alentar y orientar la
existencia. El "reino de Dios" cambia nuestra forma de ver las cosas.
Empezamos a creer en Dios de manera diferente. Ahora sabemos por qué vivir y
para qué.
A nuestra religión le falta el "atractivo de
Dios". Muchos cristianos se relacionan con él por obligación, por miedo,
por costumbre, por deber..., pero no porque se sientan atraídos por él. Tarde o
temprano pueden terminar abandonando esa religión.
A muchos cristianos se les ha presentado una imagen
tan deformada de Dios y de la relación que podemos vivir con él, que la
experiencia religiosa les resulta inaceptable e incluso insoportable. No pocas
personas están abandonando ahora mismo a Dios porque no pueden vivir ya por más
tiempo en un clima religioso insano, impregnado de culpas, amenazas,
prohibiciones o castigos.
Cada domingo, miles y miles de presbíteros y obispos
predicamos el Evangelio, comentando las parábolas de Jesús y sus gestos de
bondad a millones y millones de creyentes. ¿Qué experiencia de Dios
comunicamos? ¿Qué imagen transmitimos del Padre y de su reino? ¿Atraemos los
corazones hacia el Dios revelado en Jesús? ¿Los alejamos de su misterio de
Bondad?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
27 de julio de 2008
LA
DECISIÓN
Vende
todo lo que tiene.
No era fácil creer a Jesús.
Algunos se sentían atraídos por sus palabras. En otros, por el contrario,
surgían no pocas dudas. ¿Era razonable seguir a Jesús o una locura? Hoy sucede
lo mismo: ¿merece la pena comprometerse en su proyecto de humanizar la vida o
es más práctico ocupamos cada uno de nuestro propio bienestar? Mientras tanto,
se nos puede pasar la vida sin tomar decisión alguna.
Jesús cuenta dos pequeñas
parábolas para seducir el corazón de aquellos campesinos. Un pobre labrador
está cavando en un terreno que no es suyo. De pronto encuentra un «tesoro
escondido». No es difícil imaginar su sorpresa y alegría. No se lo piensa dos
veces. «Lleno de alegría», vende todo lo que tiene y se hace con el tesoro.
Lo mismo le sucede a un rico
«comerciante en perlas finas». De pronto se encuentra una perla de valor
incalculable. Su olfato de experto no le engaña. Rápidamente toma una decisión.
Vende todo lo que tiene y se hace con la perla.
El reino de Dios está «oculto».
Muchos no han descubierto todavía el gran proyecto que tiene Dios de un mundo
nuevo. Sin embargo, no es un misterio inaccesible. Está «oculto» en Jesús, en
su vida y en su mensaje. Una comunidad cristiana que no ha descubierto el reino
de Dios no sabe para qué ha nacido de Jesús.
El descubrimiento del reino de
Dios altera la vida de quien lo descubre. Su «alegría» es inconfundible. Ha
encontrado lo esencial de la vida, lo mejor de Jesús, el valor que puede
cambiar su vida. Si los cristianos no descubrimos el proyecto de Jesús, en la
Iglesia no habrá alegría.
Los dos protagonistas de las
parábolas toman la misma decisión: «venden todo lo que tienen». Nada es más
importante que «buscar el reino de Dios y su justicia». Todo lo demás viene
después, es relativo y debe quedar subordinado al proyecto de Dios.
Esta es la decisión más
importante que hemos de tomar en la Iglesia y en las comunidades cristianas:
liberamos de tantas cosas accidentales para comprometemos en el reino de Dios.
Despojamos de lo superfluo. Olvidamos de otros intereses. Saber «perder» para
«ganar» en autenticidad. Si lo hacemos, estarnos colaborando en la conversión
de la Iglesia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
24 de julio de 2005
UN TESORO
SIN DESCUBRIR
Se parece
a un tesoro escondido.
No todos se entusiasmaban con el
proyecto de Jesús. En bastantes surgían no pocas dudas e interrogantes. ¿Era
razonable seguirle? ¿No era una locura? Son las preguntas de aquellos galileos
y de todos los que se encuentran con Jesús a un nivel un poco profundo.
Jesús contó dos pequeñas
parábolas para «seducir» a quienes permanecían indiferentes. Quería sembrar en
todos un interrogante decisivo: ¿no habrá en la vida un «secreto» que todavía
no hemos descubierto?
Todos entendieron la parábola de
aquel labrador pobre que, estando cavando en una tierra que no era suya,
encontró un tesoro escondido en un cofre. No se lo pensó dos veces. Era la
ocasión de su vida. No la podía desaprovechar. Vendió todo lo que tenía y,
lleno de alegría, se hizo con el tesoro.
Lo mismo hizo un rico traficante
de perlas cuando descubrió una de valor incalculable. Nunca había visto algo
semejante. Vendió todo lo que poseía y se hizo con la perla.
Las palabras de Jesús eran
seductoras. ¿Será Dios así?, ¿será esto encontrarse con él?, ¿descubrir un
«tesoro» más bello y atractivo, más sólido y verdadero que todo lo que nosotros
estamos viviendo y disfrutando?
Jesús estaba comunicando su
experiencia de Dios: lo que había transformado por entero su vida. ¿Tendrá
razón? ¿Será esto seguirle?, ¿encontrar lo esencial, tener la inmensa fortuna
de hallar lo que el ser humano está anhelando desde siempre?
En los países del Primer Mundo
mucha gente está abandonando la religión sin haber saboreado a Dios. Les
entiendo. Yo haría lo mismo. Si uno no ha descubierto un poco la experiencia de
Dios que vivía Jesús, la religión es un aburrimiento. No merece la pena.
Lo triste es encontrar a tantos
cristianos cuyas vidas no están marcadas por la alegría, el asombro o la
sorpresa de Dios. No lo han estado nunca. Viven encerrados en su religión, sin
haber encontrado ningún «tesoro». Entre los seguidores de Jesús, cuidar la vida
interior no es una cosa más. Es imprescindible para vivir abiertos a la
sorpresa de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
28 de julio de 2002
NOSTALGIA
DE DIOS
Se parece
a un tesoro escondido.
Los estudios sociológicos dicen
que la crisis religiosa se va deslizando en Europa hacia una «indiferencia»
cada vez mayor. Una indiferencia tranquila, ajena a todo planteamiento sobre
Dios. Sin embargo, son cada vez más los que, movidos por una cierta «nostalgia
de Dios» sienten la necesidad de buscar «algo diferente», una manera nueva de
creer y confiar en él. ¿Cómo buscar a Dios?
Sin duda, cada uno ha de partir
de su propia experiencia. No hay que copiar a otros. No hay que hacer nada
forzado ni postizo. Cada uno conoce sus propios deseos y miserias, sus vacíos y
sus miedos. Cada uno sabe su «necesidad» de Dios. Su voz no calla nunca. No
grita con los labios, pero nos susurra al corazón.
Por eso precisamente, no basta
buscar a Dios por fuera: en los libros, las discusiones o el debate. Una cosa
es «discutir de religión» y otra muy distinta buscar a Dios con sincero
corazón. Uno mismo se da cuenta, casi siempre con claridad, cuándo está
escapando de Dios y cuándo lo está buscando de verdad. San Agustín decía así:
«No te desparrames. Concéntrate en tu intimidad. La verdad reside en el hombre
interior».
Buscar a Dios exige esfuerzo,
pero encontrarse con él no es nunca resultado de un voluntarismo fanático ni de
una ascesis crispada. Dios es un regalo y lo importante es acogerlo con
«simplicidad de alma». Recordemos la reflexión de la vieja priora en el Diálogo
de Carmelitas de Benanos: «Una vez salidos de la infancia, hay que sufrir mucho
para volver a ella, como sólo después de una larga noche vuelve a aparecer de
nuevo la aurora. ¿He vuelto yo a ser de nuevo niño?»
No es lo mejor buscar a Dios
apoyándose sólo en las propias intuiciones. Hay muchas formas de engañarse o de
andar dando vueltas sobre uno mismo, sobre sus sentimientos e ideas. Por eso,
es bueno compartir y contrastar la propia experiencia con alguien que nos pueda
guiar desde su vivencia de Dios. Ese mutuo compartir puede ser el mejor
estímulo para seguir buscándole.
En su parábola del «tesoro
escondido en el campo», Jesús habla del hombre que, «lleno de alegría», vende
todo lo que tiene por hacerse con el tesoro. Buscar a Dios no produce tristeza
ni amargura; al contrario, genera alegría y paz porque la persona va
descubriendo por dónde está la verdadera felicidad. Recordemos a san Agustín:
«Sólo lo que hace bueno al hombre puede hacerle feliz».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
25 de julio de 1999
UN TESORO
ESCONDIDO
Un tesoro
escondido.
E. Fromm escribe así en una de sus obras: «Nuestra cultura lleva a una forma difusa y descentrada de vivir que
casi no registra paralelo en la historia. Se hacen muchas cosas a la vez...
Somos consumidores con la boca siempre abierta, ansiosos y dispuestos a
tragarlo todo... Esta falta de concentración se manifiesta en nuestra
dificultad para estar a solas con nosotros mismos.»
Es precisamente en esta cultura
donde hemos de escuchar la llamada de Jesús a ahondar en la existencia para
encontrar ese «tesoro escondido» que
puede transformar nuestra vida. Tal vez, lo que necesita urgentemente el hombre
de hoy para encontrarlo se puede resumir en tres cosas: huir de la dispersión,
vivir desde dentro y recuperar la paz.
Nuestro primer esfuerzo ha de ser
luchar contra la dispersión. No dejarnos desbordar por el diluvio de
informaciones que cae cobre nosotros. Resistirnos a ser juguete de tantos
estímulos, imágenes e impresiones que pueden arrastrarnos de un lado para otro,
destruyendo nuestra armonía interior. Naturalmente, esto exige una ascésis
personal y un adiestramiento. La dispersión sólo se supera cuando uno vive
enraizado en las grandes convicciones que dan sentido a su vida. Es aquí donde
el creyente descubre el poder unificador de la fe en Dios y la importancia de
la experiencia religiosa para adquirir una consistencia interior.
Necesitamos también vivir las
cosas desde dentro. Sólo entonces encontramos nuestra propia verdad; cada pieza
de nuestro «puzzle» interior se va
colocando en su sitio y aflora nuestro verdadero rostro. Sólo entonces nos
relacionamos con las personas desde nuestro verdadero ser, sin proyectar sobre
ellas nuestras ilusiones, frustraciones o tentaciones de dominio. Naturalmente,
también esto exige disciplina. Es necesario vivir de manera consciente cada una
de nuestras actividades. Estar «aquí y ahora» en cada momento del día. Es
entonces cuando el creyente descubre y experimenta la hondura que proporciona a
la existencia el vivir la vida ante Dios.
El hombre de hoy necesita,
además, sosiego interior. Pero como la paz del corazón no se puede comprar con
dinero, muchas personas que lo tienen casi todo, no saben cómo adquirirla. La
serenidad del corazón sólo llega cuando limpiamos nuestro interior de miedos,
culpabilidades y conflictos. Tal vez, uno de los mayores regalos de la vida, a
veces tan dura e inhóspita, es el poder experimentar a Dios como fuente de verdad
última, de paz interior y descanso verdadero. Quien sabe estar así ante Dios,
aunque sea de vez en cuando, «bebiendo
sabiduría, amor y sabor» (S. Juan de la Cruz) encuentra «un tesoro escondido».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
28 de julio de 1996
PARA NO
ENVEJECER
Un tesoro
escondido en el campo.
La vejez trae consigo
limitaciones importantes que todos conocemos. Los sentidos se entorpecen;
comienza a fallar la memoria; se pierde la vitalidad de otros tiempos. Es lo propio
de la edad avanzada. Pero hay también otros signos, que pueden aparecer a
cualquier edad y que siempre revelan un proceso de envejecimiento espiritual.
Así sucede cuando la persona va
recortando poco a poco el horizonte de su existencia y se contenta con «ir
tirando». Nada nuevo aparece ya en su vida. Siempre los mismos hábitos, los
mismos esquemas y costumbres. Ningún objetivo nuevo, ningún ideal. Sólo la
rutina de siempre.
En el fondo, la persona se ha
cerrado, tal vez, a toda llamada nueva que pueda transformar su existencia. No
escucha esa voz interior que desde dentro, nos invita siempre a una vida más
elevada, más generosa, más noble y más creativa.
El individuo corre entonces el
riesgo de encerrarse en su propio egoísmo. La vida se reduce a buscar siempre
las propias ventajas, lo que sirve al propio interés. No cuentan los demás.
Cerrado en su pequeño mundo, el individuo ya no vive los acontecimientos que
sacuden a la Humanidad ,
ni se conmueve ante las personas que sufren junto a él.
Pero, cuando el amor se apaga, se
apaga también la vida. La persona no se comunica de verdad con nadie. No
acierta a amar gratuitamente. La vida sigue, pero el individuo, envuelto en su
mediocridad, ya no vibra con nada. Pronto percibirá en su corazón algo difícil
de definir, pero que no está lejos del aburrimiento, la decepción, la soledad o
el resentimiento.
No es fácil reaccionar y romper
esa trayectoria decadente. La persona necesita encontrarse con algo que toque
lo más hondo de su ser e infunda una luz y un sentido nuevo a su existencia.
Algo que despierte en ella la dignidad y el deseo de una vida diferente. Algo
que genere un estilo de vivir más generoso, más sano y más gozoso.
Para muchos, Dios es hoy una
palabra gastada, un concepto vacío, algo así como un personaje cada vez más
nebuloso y lejano. Por eso, puede sorprender que, en la pequeña «parábola del tesoro encontrado en el campo»,
Jesús presente el encuentro con Dios como una experiencia gozosa, capaz de
transformar a la persona trastocando su vida entera.
Sin embargo, es así. El encuentro
con Dios es siempre creador y transformador. No es posible la experiencia de
Dios sin vivir, al mismo tiempo, la experiencia de una luz que ilumina todo de
manera diferente, una alegría que abre horizontes nuevos a la vida, una fuerza
honda que permite enfrentarse a la vida con confianza. Naturalmente, también en
la vida del creyente hay momentos malos, de oscuridad y vacío, pero quien se ha
encontrado de verdad con Dios ya no lo olvida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
25 de julio de 1993
¿POR
DONDE EMPEZAR?
Se parece
a un tesoro escondido.
Hace algún tiempo pronunciaba yo
una conferencia ante un público joven de San Sebastián. Después de mi
intervención se produjo un animado debate sobre la fe. En cierto momento, una
joven, después de adherirse a quienes confesaban una postura agnóstica, vino a
decir más o menos lo siguiente: «Hoy sigo siendo agnóstica, pero se está
despertando en mí el deseo o la necesidad de creer. ¿Por dónde tengo que
empezar?»
La pregunta me llegó muy dentro:
«Por dónde empezar?» Sinceramente le tuve que contestar que yo no sé por
experiencia cómo se sale del agnosticismo y cómo se vuelve a recuperar una fe
viva en Dios. Por otra parte, creo que los caminos pueden ser diversos. Pero la
pregunta de la joven me está obligando a pensar qué puedo aportarle yo desde mi
experiencia creyente a quien busca recuperar o «refundar» su fe.
Antes que nada, pienso que, desde
fuera, no se le puede «enseñar» a nadie a creer, como no se le puede enseñar a
sentir, a llorar o a gozar. Yo puedo compartir con él mi experiencia y
mostrarle cómo vivo yo el misterio de la vida, pero el camino de la fe lo ha de
recorrer cada uno, «atraído» secretamente por Dios.
Estoy también convencido de que
la fe no es cuestión de raciocinios y discusiones. Creer es otra cosa. Lo
esencial no es llegar a verificar de manera razonable la «hipótesis» de Dios.
El verdadero problema está en otra parte. Siempre que he discutido con alguien
sobre cuestiones teóricas de fe, he tenido la impresión de que no estábamos
hablando de «lo importante».
Tal vez, lo primero es
encontrarse sinceramente con uno mismo y descender hasta el «corazón», ese
lugar simbólico y secreto donde se toman las decisiones fundamentales. Por lo
general, vivimos demasiado distraídos y ocupados, y no acertamos a plantearnos
la vida ante el misterio de la
Presencia o la
Ausencia de Dios. Esa actitud interior sincera me parece
decisiva.
Por eso es tan importante la
cuestión de la oración. ¿Tú oras o no oras? Creo que ahí estamos abordando algo
esencial. La oración no es teoría, ni discusión ni reflexión. Es una actitud
responsable y libre ante el misterio último de la existencia. Cuando oro, me
estoy planteando las cuestiones más decisivas: ¿Puedo confiar en Alguien, o me
constituyo a mí mismo en centro absoluto de mi existencia? Mí vida, ¿termina en
mí mismo, o puedo esperar en Dios?
No conozco una postura más
honesta y valiente que la del hombre o la mujer que, desde una actitud de
búsqueda sincera, sabe decir de verdad: «Dios, si existes, haz que yo crea en
Ti.» El misterio de Dios, según Jesús, se parece a un «tesoro escondido en el
campo». Quien un día lo encuentra se desprende de todo para hacerse con El.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
29 de julio de 1990
Un tesoro escondido
en el campo.
Muchos cristianos viven hoy en un estado intermedio
entre el cristianismo tradicional que alimentó intensamente los primeros años
de su vida y una descristianización que ha ido progresivamente invadiéndolo
todo.
Sin expresarlo tal vez con palabras, más de uno vive
con la secreta inquietud de que los profundos cambios socio-culturales que se
están produciendo amenazan con hacer desaparecer de nuestro pueblo la misma
religión.
Es normal entonces ese cristianismo «a la defensiva»
que se observa en bastantes creyentes, desconcertados ante costumbres y
planteamientos que arrasan el sentido cristiano de la vida y turbados por tanta
burla y ataque irrespetuoso a la fe.
Es normal también que se busque entonces el amparo
de las instituciones eclesiásticas y la seguridad que puede ofrecer un
magisterio firme v autoritario.
Pero la fe no puede apoyarse, en último término, en
instituciones eclesiásticas, sino que ha de ser conquistada por la decisión
personal y la experiencia de cada uno.
Una fe expuesta a tantas críticas y combatida desde
tantos frentes, sólo puede ser vivida con autenticidad por aquellos que
descubran el gozo de encontrarse con la realidad del Dios vivo.
Cada uno tiene que hacer su propia experiencia.
Pertenecer a la Iglesia
y confesar con los labios la doctrina cristiana no protege contra la
incredulidad de manera mecánica. Hoy es más necesaria que nunca «la experiencia
religiosa».
De poco servirá a los cristianos confesar
rutinariamente sus creencias, si no descubren la fe como experiencia gozosa,
cálida y revitalizadora. Lo decisivo es siempre encontrar «el tesoro escondido
en el campo». Encontrarse con el Dios de Jesucristo y experimentar que El es
quien puede responder de manera plena a las preguntas más vitales y los anhelos
más hondos.
Necesitamos más que nunca orar, hacer silencio,
curarnos de tanta prisa y superficialidad, detenernos ante Dios, abrirnos con
más sinceridad y confianza a su misterio insondable. No se puede ya ser
cristiano por nacimiento, sino por una decisión que se alimenta en la
experiencia personal de cada uno.
Lo triste es que muchos abandonan hoy la fe
cristiana sin haber descubierto todo lo que en ella se encierra. Quienes, por
el contrario, descubren «el tesoro escondido», sienten hoy lo mismo que Pedro:
«Señor, ¿donde quién vamos a ir? En tus palabras hay vida eterna».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de julio de 1987
VIVIR CON
HUMOR
Lleno de
alegría...
No son pocos los sicólogos que
creen descubrir en el hombre contemporáneo las tres reacciones básicas que el
animal puede adoptar ante un conflicto: el ataque, la huida o la pasividad.
Muchas personas se enfrentan a la
vida en actitud agresiva. Su
preocupación es que nadie les pise. Por ello atacan antes de que nadie les
ataque. Viven culpabilizando siempre a los demás de todo cuanto les ocurre.
Ellos sólo son víctimas maltratadas injustamente por la vida.
Otros huyen de la vida
refugiándose en la depresión
Inconscientemente se culpan a sí mismos de todo. «Nadie me puede entender».
Nadie me puede querer». «Mejor sería terminar de una vez». El vacío y la
tristeza interior ahoga en ellos el deseo de vivir.
Otros se defienden adoptando una
postura de pasividad Nada tiene
demasiada importancia. Lo mejor es no sufrir ni gozar demasiado con nada. «Ir
tirando» en medio de la indiferencia y el escepticismo.
Hay algo común a todas estas
actitudes y es la falta de alegría y gusto por la vida.
Qué diferente es la actitud de
quien sabe ahondar en la existencia y encuentra ese «tesoro» del que habla
Jesús en su parábola capaz de “llenar de alegría” el corazón del hombre.
Sirva como ejemplo esa oración
admirable de Tomás Moro, aquel
consejero honesto decapitado en Londres bajo Enrique VIII Una oración transida de vida, gozo y humor cristiano,
digna de ser repetida en nuestros días.
«Señor, dame un poco de sol, un
poco de trabajo y un poco de alegría. Dame el pan de cada día y un poco de
mantequilla. Dame una buena digestión y algo que digerir.
Dame un alma que ignore el
aburrimiento, los lamentos y los suspiros. No permitas que me preocupe
excesivamente de esta cosa embarazosa a la que llamo ‘yo’.
«Señor, dame humor para que saque
un poco de felicidad de esta vida y así ayude a los demás. Dame una pizca de
canción para mis labios y una poesía o una novela para distraerme.
Enséñame a comprender los
sufrimientos sin ver en ellos una maldición. Dame sentido común que lo necesito
mucho.
Hazme, Señor, bueno, un alma
desprendida, tranquila, apacible, caritativa, benévola, tierna y compasiva. Que
tenga en todas mis acciones y en todas mis palabras y en todos mis
pensamientos, el gusto de tu Espíritu santo y bendito».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
29 de julio de 1984
EL GOZO
DE CREER
y lleno
de alegría va a vender todo...
Son muchos los hombres y mujeres
que parecen condenados a no entender nunca el evangelio como fuente de vida y
alegría.
Dios se les presenta como alguien
exigente que hace más incómoda la vida y más pesada la existencia. En el fondo
piensan que la religión es un peso que impide vivir la vida en toda su
espontaneidad y riqueza.
Sin embargo, Jesús en sus
parábolas nos describe al creyente como un hombre sorprendido por el hallazgo
de un gran tesoro e invadido por un gozo arrollador que determina en adelante
toda su conducta.
¿Por qué escasean tanto hoy esos
creyentes llenos de vida y de alegría? Lo ordinario es encontrarse con cristianos
«cuyas vidas no están marcadas por la alegría, el asombro o la sorpresa ni lo
estuvieron nunca» (A.M. Greeley).
Cristianos que nunca han creído nada con entusiasmo.
Hombres y mujeres que apoyan su
fe en la doctrina o la organización de la Iglesia pero en cuyas vidas no se nota ni gozo ni
sorpresa, porque nunca han descubierto por experiencia propia el evangelio como
«el gran secreto de la vida».
A lo largo de los siglos, los
cristianos hemos elaborado grandes sistemas teológicos, hemos organizado una
Iglesia universal, hemos llenado bibliotecas enteras con comentarios muy
eruditos al evangelio, pero son pocos los creyentes que sienten el mismo gozo
que el hombre que halló aquel tesoro oculto.
Y sin embargo, también hoy «puede
suceder que un hombre se encuentre repentinamente frente a la experiencia de
Dios, y que de ahí resulte un gozo arrollador capaz de determinar en adelante
toda su vida» (N. Perrin).
Lo que se nos pide es «cavar» con
confianza. Detenernos a meditar y saborear despacio lo que con tanta ligereza e
inconsciencia confiesan nuestros labios.
No quedarnos en fórmulas externas
ni en cumplimiento de ritos, sino ahondar en nuestras vivencias, descubrir las
raíces más profundas de nuestra fe, abrirnos con paz a Dios, tener el coraje de
abandonarnos a él.
Entonces descubriremos quizás por
vez primera y sin que nos lo digan otros desde fuera, cómo Dios puede ser
fuente de vida y gozo arrollador. Entonces sabremos que la renuncia y el
desprendimiento no son un medio para encontrarnos con Dios sino la consecuencia
de un hallazgo que se nos regala por sorpresa.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
26 de julio de 1981
...lo
encuentra... y,
lleno de alegría, lo vende todo.
lleno de alegría, lo vende todo.
Cuántas veces, al ver la actitud
resignada de los cristianos, la observancia rutinaria de sus «obligaciones
religiosas», el conformismo de sus vidas y la falta de alegría en sus
celebraciones, uno se siente inclinado a pensar que los creyentes no sabemos disfrutar de la fe.
Se diría que la religión se ha
convertido en un peso, una costumbre, una rutina o una obligación. Dios no
parece ser fuente de gozo y alegría profunda para los creyentes.
Al contrario, más bien se ha
convertido en persona «no grata* para muchos. Todavía resuenan en mis oídos las
palabras de un joven, dichas con total convicción y sinceridad: «Ojalá no
hubiera Dios».
Y es que muchos hombres de hoy ya
no deben ver en Dios al «amigo de la vida», sino al «aguafiestas» de toda
felicidad
No pueden entender a Dios como
impulsor de la vida y creador de futuro, sino como el prohibidor de gozos y
alegrías, y el anulador de toda creatividad.
No aciertan a ver en Dios al
liberador de la vida y humanizador de la historia, sino al tirano poderoso que
anula al hombre y reprime cualquier intento de libertad.
El Dios que evoca, con
frecuencia, nuestro pasado religioso no atrae ni llena de alegría a las
generaciones actuales. La idea de Dios no va unida a experiencias gozosas y
liberadoras, sino a vivencias amargas y negativas.
Para muchos, Dios es la palabra
que evoca un mundo desagradable de sentimientos, miedos, conflictos, tensiones
y remordimientos que es mejor olvidar cuanto antes.
Difícilmente creerá el hombre
actual, si no es capaz de descubrir por experiencia un Dios amigo de la vida y
la felicidad.
Difícilmente se despertará en él
la fe, si no es capaz de «cavar» pacientemente en la vida, ahondar en lo
profundo de todo lo humano, y descubrir «lleno de alegría» el tesoro escondido
de Dios.
Cuánto necesita nuestra época de
testigos alegres de la fe. Hombres y mujeres capaces de disfrutar, celebrar y
gozar de su fe en Dios. Creyentes que, a pesar de sus crisis, dudas y luchas
dolorosas, puedan hablar de su experiencia gozosa de Dios.
Sólo desde la alegría de la fe,
se puede tomar la decisión de vivir con sinceridad sus exigencias. Sólo el que
encuentra el tesoro escondido es capaz de venderlo todo por adquirirlo.
La parábola de Jesús nos debe
hacer reflexionar también a los creyentes de hoy: ¿No estamos pretendiendo
vivir con radicalidad las exigencias de la fe cristiana, sin haber descubierto
la riqueza y el valor que en ella se encierra? ¿Se puede intentar una
«conversión cristiana» sin haber saboreado antes el evangelio de Jesucristo?
José Antonio Pagola
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