¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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18º domingo Tiempo ordinario (A)
LA MURALLA EUROPEA
La Iglesia como «sacramento de fraternidad» está llamada
a descubrir incesantemente nuevas exigencias y tareas de amor al prójimo y de
creación de una fraternidad más honda y viva entre los hombres.
EVANGELIO
Comieron
todos hasta quedar satisfechos.
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Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 13-21
En aquel tiempo, al
enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca,
a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra
desde los pueblos.
Al desembarcar, vio
Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se
acercaron los discípulos a decirle:
Estamos en
despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y
se compren de comer. Jesús les replicó:
No hace falta que
vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le
replicaron:
Si aquí no tenemos
más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
Traédmelos.
Mandó a la gente
que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó
la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los
discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta
quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos
cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
3 de agosto de 2014
DÁDLES
VOSOTROS DE COMER
Jesús está ocupado en curar a
aquellas gentes enfermas y desnutridas que le traen de todas partes. Lo hace,
según el evangelista, porque su sufrimiento le conmueve. Mientras tanto, sus
discípulos ven que se está haciendo muy tarde. Su diálogo con Jesús nos permite
penetrar en el significado profundo del episodio llamado erróneamente “la
multiplicación de los panes”.
Los discípulos hacen a Jesús un
planteamiento realista y razonable: “Despide a la multitud para que vayan a las
aldeas y se compren de comer”. Ya han recibido de Jesús la atención que
necesitaban. Ahora, que cada uno se vuelva a su aldea y se compre algo de comer
según sus recursos y posibilidades.
La reacción de Jesús es
sorprendente: “No hace falta que se vayan. Dadles vosotros de comer”. El hambre
es un problema demasiado grave para desentendernos unos de otros y dejar que
cada uno lo resuelva en su propio pueblo como pueda. No es el momento de
separarse, sino de unirse más que nunca para compartir entre todos lo que haya,
sin excluir a nadie.
Los discípulos le hacen ver que
solo hay cinco panes y dos peces. No importa. Lo poco basta cuando se comparte
con generosidad. Jesús manda que se sienten todos sobre el prado para celebrar
una gran comida. De pronto todo cambia. Los que estaban a punto de separarse
para saciar su hambre en su propia aldea, se sientan juntos en torno a Jesús
para compartir lo poco que tienen. Así quiere ver Jesús a la comunidad humana.
¿Qué sucede con los panes y los
peces en manos de Jesús? No los “multiplica”. Primero bendice a Dios y le da
gracias: aquellos alimentos vienen de Dios: son de todos. Luego los va
partiendo y se los va dando a los discípulos. Estos, a su vez, se los van dando
a la gente. Los panes y los peces han ido pasando de unos a otros. Así han
podido saciar su hambre todos.
El arzobispo de Tánger ha levantado
una vez más su voz para recordarnos “el sufrimiento de miles de hombres,
mujeres y niños que, dejados a su suerte o perseguidos por los gobiernos, y
entregados al poder usurero y esclavizante de las mafias, mendigan, sobreviven,
sufren y mueren en el camino de la emigración”.
En vez de unir nuestras fuerzas
para erradicar en su raíz el hambre en el mundo, solo se nos ocurre encerrarnos
en nuestro “bienestar egoísta” levantando barreras cada vez más degradantes y
asesinas. ¿En nombre de qué Dios los despedimos para que se hundan en su
miseria? ¿Dónde están los seguidores de Jesús?
¿Cuándo se oye en nuestras
eucaristías el grito de Jesús. “Dadles vosotros de comer”?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
31 de julio de 2011
NECESIDADES DE LA GENTE
Mateo introduce su relato diciendo que Jesús, al ver
el gentío que lo ha seguido por tierra desde sus pueblos hasta aquel lugar
solitario, «se conmovió hasta las
entrañas». No es un detalle pintoresco del narrador. La
compasión hacia esa gente donde hay muchas mujeres y niños, es lo que va a
inspirar toda la actuación de Jesús.
De hecho, Jesús no se dedica a predicarles su
mensaje. Nada se dice de su enseñanza. Jesús está pendiente de sus necesidades.
El evangelista solo habla de sus gestos de bondad y cercanía. Lo único que hace
en aquel lugar desértico es «curar»
a los enfermos y «dar de comer»
a la gente.
El momento es difícil. Se encuentran en un lugar
despoblado donde no hay comida ni alojamiento. Es muy tarde y la noche está
cerca. El diálogo entre los discípulos y Jesús nos va revelar la actitud del
Profeta de la compasión: sus seguidores no han de desentenderse de los
problemas materiales de la gente.
Los discípulos le hacen una sugerencia llena de
realismo: «Despide a la multitud»,
que se vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús reacciona de manera
inesperada. No quiere que se vayan en esas condiciones, sino que se queden
junto a él. Esa pobre gente es la que más le necesita. Entonces les ordena lo
imposible: «Dadles vosotros de comer».
De nuevo los discípulos le hacen una llamada al
realismo: «No tenemos más que cinco
panes y dos peces». No es posible alimentar con tan poco el
hambre de tantos. Pero Jesús no los puede abandonar. Sus discípulos han de
aprender a ser más sensibles a los sufrimientos de la gente. Por eso, les pide
que le traigan lo poco que tienen.
Al final, es Jesús quien los alimenta a todos y son
sus discípulos los que dan de comer a la gente. En manos de Jesús lo poco se
convierte en mucho. Aquella aportación tan pequeña e insuficiente adquiere con
Jesús una fecundidad sorprendente.
No hemos de olvidar los cristianos que la compasión
de Jesús ha de estar siempre en el centro de su Iglesia como principio
inspirador de todo lo que hacemos. Nos alejamos de Jesús siempre que reducimos
la fe a un falso espiritualismo que nos lleva a desentendernos de los problemas
materiales de las personas.
En nuestras comunidades cristianas son hoy más
necesarios los gestos de solidaridad que las palabras hermosas. Hemos de descubrir
también nosotros que con poco se puede hacer mucho. Jesús puede multiplicar
nuestros pequeños gestos solidarios y darles una eficacia grande. Lo importante
es no desentendernos de nadie que necesite acogida y ayuda.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
3 de agosto de 2008
DÁDLES
VOSOTROS DE COMER
Dadles
vosotros de comer.
El evangelista Mateo no se
preocupa de los detalles del relato. Sólo le interesa enmarcar la escena
presentando a Jesús en medio de la «gente» en actitud de «compasión». Lo hace
también en otras ocasiones. Esta compasión está en el origen de toda su
actuación.
Jesús no vive de espaldas a la
gente, encerrado en sus ocupaciones religiosas, e indiferente al dolor de aquel
pueblo. «Ve el gentío, le da lástima y cura a los enfermos». Su experiencia de
Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas
pobres gentes. Así ha de vivir la
Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy.
El tiempo pasa y Jesús sigue ocupado
en curar. Los discípulos le interrumpen con una propuesta: «Es muy tarde; lo
mejor es “despedir” a aquella gente y que cada uno se “compre” algo de comer».
No han aprendido nada de Jesús. Se desentienden de los hambrientos y los dejan
en manos de las leyes económicas dominadas por los terratenientes: que se
«compren comida». ¿Qué harán quienes no pueden comprar?
Jesús les replica con una orden
lapidaria que los cristianos satisfechos de los países ricos no queremos ni
escuchar: «Dadles vosotros de comer».
Frente al «comprar», Jesús propone el «dar de comer». No lo puede decir de
manera más rotunda. Él vive gritando al Padre: «Danos hoy nuestro pan de cada
día». Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan pan, también quienes no lo
pueden comprar.
Los discípulos siguen escépticos.
Entre la gente sólo hay cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si
compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso,
pueden «sobrar» doce cestos de pan. Esta es su alternativa. Una sociedad más
humana, capaz de compartir su pan con los hambrientos, tendrá recursos
suficientes para todos.
En un mundo donde mueren de
hambre millones de personas, los cristianos sólo podemos vivir avergonzados.
Europa no tiene alma cristiana y «despide» como delincuentes a quienes vienen
buscando pan. Y, mientras tanto, en la Iglesia son muchos los que caminan en la
dirección marcada por Jesús; la mayoría, sin embargo, vivimos sordos a su
llamada, distraídos por nuestros intereses, discusiones, doctrinas y celebraciones.
¿Por qué nos llamamos seguidores de Jesús?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
31 de julio de 2005
«DABLES
VOSOTROS DE COMER»
Dadles
vosotros de comer.
Dos eran los problemas más
angustiosos en las aldeas de Galilea: el hambre y las deudas. Era lo que más
hacía sufrir a Jesús. Cuando sus discípulos le pidieron que les enseñara a
orar, a Jesús le salieron desde muy dentro las dos peticiones:
«Padre, danos hoy el pan
necesario»; «Padre, perdónanos nuestras deudas pues también nosotros perdonamos
a los que nos deben algo».
¿Qué podían hacer contra el
hambre que los destruía y contra las deudas que los llevaba a perder sus
tierras? Jesús veía con claridad la voluntad de Dios: compartir lo poco que
tenían y perdonarse mutuamente las deudas. Sólo así nacería un mundo nuevo.
Las fuentes cristianas han
conservado el recuerdo de una comida memorable con Jesús. Fue al descampado y
tomó parte mucha gente. Es difícil reconstruir lo que sucedió, pero en el
recuerdo quedó esto: entre la gente sólo había «cinco panes y dos peces», pero compartieron lo poco que tenían y,
con la bendición de Jesús, pudieron comer todos.
Al comienzo del relato se produce
un diálogo muy esclarecedor. Al ver que la gente tiene hambre, los discípulos
proponen la solución más cómoda y menos comprometida; «que vayan a las aldeas y se compren algo de comer»; que cada uno
resuelva sus problemas como pueda. Jesús les replica llamándolos a la
responsabilidad; «Dadles vosotros de
comer»; no dejéis a los hambrientos abandonados a su suerte.
No lo hemos de olvidar. Si
vivimos de espaldas a los hambrientos del mundo, perdemos nuestra identidad
cristiana; no somos fieles a Jesús; a nuestras comidas eucarísticas les falta
su sensibilidad y su horizonte, les falta su compasión. ¿Cómo se transforma una
religión como la nuestra en un movimiento de seguidores más fiel a Jesús?
Tal vez, lo primero es no perder
la perspectiva fundamental de Jesús: dejamos afectar más y más por el
sufrimiento de quienes no saben lo que es vivir con pan y dignidad. Lo segundo,
comprometemos en pequeñas iniciativas, concretas, locales, parciales, que nos
enseñan a compartir y nos identifican más con el estilo de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
4 de agosto de 2002
DADLES DE
COMER
Dadles
vosotros de comer.
Un proverbio budista dice que
«cuando el dedo del profeta señala la luna, el estúpido se queda mirando el
dedo». Algo semejante se podría decir quizás de nosotros, cuando nos quedamos
exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar
hasta el mensaje que encierran.
Porque Jesús no fue un milagrero
dedicado a realizar prodigios propagandísticos. Sus milagros son signos que
abren brecha en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una realidad nueva,
meta final del ser humano.
Concretamente, el milagro de la
multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es
alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan
compartir «su pan y su pescado» y
convivir como hermanos.
Para el cristiano la fraternidad
no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los
hombres el Reino del Padre. Pero esta fraternidad puede ser mal entendida. Con
demasiada frecuencia la confundimos con «un
egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» (K. Rahner).
Pensamos que amamos al prójimo
simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos
con un horizonte mezquino y estrecho, despreocupados de todos, movidos
únicamente por nuestros propios intereses.
La Iglesia en cuanto «sacramento
de fraternidad» está llamada a descubrir incesantemente nuevas formas de crear
una fraternidad más estrecha y viva entre los hombres. Los creyentes hemos de
aprender a vivir con un estilo más fraterno, escuchando las nuevas necesidades
del hombre actual.
La lucha a favor del desarme, la
protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el
compartir con los parados las consecuencias de la crisis económica, la ayuda a
los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados.., son
otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar» para todos, el pan que
necesitamos los hombres para vivir.
El relato evangélico nos recuerda
que no podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a
nosotros hay hombres amenazados de tantas hambres. Los que vivimos tranquilos y
satisfechos hemos de oír las palabras de Jesús: «dadles vosotros de comer».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
1 de agosto de 1999
EN TORNO
A LA MESA
Pronunció
la bendición.
Casi sin damos cuenta y empujados
por diversos factores hemos ido deshumanizando poco a poco ese gesto tan
entrañable y humano que es el sentarse a la mesa a comer juntos.
La comida del mediodía se ha
convertido para muchos en algo puramente funcional que es necesario organizar
de manera rápida y precisa dentro de la jornada laboral. Cada vez es más raro
ese momento privilegiado de encuentro familiar en tomo a la mesa. En muchos
hogares, esa mesa hecha para ser rodeada ya no sirve para que padres e hijos se
encuentren, compartan sus vidas, rían y descansen juntos.
Bastantes se van habituando a
«alimentar su organismo» en esas comidas impersonales de los restaurantes o en
el rincón del «self-service» de turno. No pocos se ven obligados a participar
en comidas protocolarias o de trabajo, donde el gesto amistoso del comer juntos
es sustituido por el interés, la funcionalidad o la ostentación.
El gesto de Jesús invitando a las
gentes a recostarse para compartir juntos una comida sencilla bendiciendo a
Dios por el pan que recibimos, puede ser una llamada para nosotros. Como expone
jugosamente X. Basurko en su estudio
«Compartir el pan», comer es mucho
más que «introducir una determinada
ración de calorías en el organismo».
La necesidad de alimentamos de la
tierra es, antes que nada, signo de nuestra indigencia radical. Oscuramente los
seres humanos percibimos que no nos fundamentamos a nosotros mismos. En
realidad, vivimos recibiendo,
nutriéndonos de una vida que atraviesa el cosmos y se nos regala día a día a
cada uno. Por eso, es un gesto profundamente humano el recogerse antes de comer
para agradecer a Dios esos alimentos, fruto del esfuerzo y trabajo del hombre,
pero, al mismo tiempo, regalo originario del Dios creador que sustenta la vida.
Pero, además, comer no es sólo un
acto individualista de carácter biológico. El hombre está hecho para comer con
otros, compartiendo su mesa con familiares y amigos. Comer juntos es
confraternizar, dialogar, crecer en amistad, compartir el regalo de la vida.
Por eso es tan difícil dar
gracias a Dios cuando uno tiene más comida que la que necesita, mientras otros
sufren miseria y hambre. Nos sentimos acusados por aquellas palabras de Gandhi: «Todo lo que comes sin necesidad lo
estás robando al estómago de los pobres.» Tal vez en el Primer Mundo
debamos aprender a bendecir la mesa de otra manera. Dando gracias a Dios, pero,
al mismo tiempo, pidiendo perdón por nuestra insolidaridad y tomando conciencia
de nuestra responsabilidad ante los hambrientos de la tierra.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
4 de agosto de 1996
HAMBRE
Dadles
vosotros de comer.
No siempre las palabras
significan lo mismo en todas partes. «Hambre» quiere decir entre nosotros
«apetito» o «ganas de comer». Con ese término designamos lo que la persona
siente cuando se retrasa excesivamente la hora habitual de su comida. No se
trata de una sensación demasiado desagradable, pues incluso nos permite comer
luego con más gusto y satisfacción. Pocas cosas hay más fastidiosas que
sentirse inapetente o desganado.
Poco tiene que ver con todo esto
el «hambre» que se sufre en los países que componen el mapa de la pobreza. Allí
esta palabra significa «escasez o carencia de alimentos». Por eso se emplean
con frecuencia términos más severos y se habla de «hambruna» o escasez extrema
de comestibles, y de «desnutrición» del organismo por alimentación
insuficiente.
No es fácil desde nuestra vida de
abundancia y exceso comprender el sufrimiento de una población hambrienta. Han
sido las misioneras que trabajan en los hospitales y centros nutricionales de
Rwanda las que me han ayudado a abrir un poco los ojos.
«Hambre» significa que hay
hombres y mujeres que no tienen un horario fijo de comidas, sino que viven
buscando algo para alimentar su organismo a la hora que sea.
«Hambre» significa que una
familia ha de tomar esta terrible decisión: «Hermana, sólo tenemos estas alubias.
¿Las comemos o las guardamos para siembra? ¿Nos podrán dar algo que comer hasta
que llegue la cosecha?»
«Hambre» significa que algunas
madres han de hacer una trágica elección. Me lo contaba así una religiosa.
«Llegó al Centro una madre con dos hijos. El pequeño estaba escuálido y
desnutrido. El otro algo más fuerte y vigoroso. Comencé a preparar algo para el
niño más débil, pero la madre me detuvo con estas palabras: A ése no; a éste
que todavía se puede salvar.» A la religiosa se le humedecían los ojos.
«Hambre» significa para estas
misioneras preocuparse sobre todo de los niños huérfanos, de las viudas
ancianas, de los enfermos o de las familias que no tienen un terreno que
cultivar, pues son ellos los más indefensos ante la hambruna.
El relato evangélico de «la
multiplicación de los panes» nos recuerda que no podemos comer tranquilos
nuestro pan y nuestro pescado mientras en la Tierra hay hombres, mujeres y niños que mueren de
hambre. Los que vivimos tranquilos y satisfechos hemos de escuchar las palabras
de Jesús: «Dadles vosotros de comer.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
1 de agosto de 1993
SALIR DE LA CRISIS
Dadles
vosotros de comer.
La crisis económica ha venido
generando estos años sus propios pobres, no sólo los de siempre. Entre nosotros
han surgido nuevas formas de pobreza y marginación que tienen su raíz en el
paro de larga duración. No son pobres por vagancia ni por casualidad. Su
marginación es fruto de una situación estructural.
Ahí están esos jóvenes que llevan
años buscando inútilmente su primer empleo. No es raro que bastantes se
conviertan en seres marginados y desmotivados. Con un futuro tan incierto,
¿cómo no caer en conductas agresivas, desesperanzadas y hasta delictivas? Ahí
están también los parados de edad adulta, expulsados definitivamente de todo
empleo. Familias enteras abocadas a malvivir sin poder desarrollar sus
aspiraciones materiales, sociales o culturales.
Últimamente se nos viene diciendo
que hay síntomas que anuncian una recuperación económica. No parece, sin
embargo, que este tipo de noticias produzca optimismo en quienes están
sufriendo las consecuencias más graves de la crisis. Y no es extraño. ¿Qué va a
significar para ellos esta reactivación que se anuncia?
Hay algo que no hemos de olvidar.
El desarrollo económico y tecnológico se está llevando a cabo teniendo como
presupuesto y condición un dato que no es difícil detectar detrás de los
planteamientos de los expertos: una parte de la población (los dos tercios
aproximadamente) vivirá cada vez mejor, pero será a costa de dejar a la otra
parte sumida en la exclusión y la pobreza. Dicen que estamos saliendo de la
crisis. Pero, ¿quiénes exactamente?
Por otra parte, muchos proponen
la recuperación de los principios liberales. Hay que eliminar trabas a la
competencia libre, ampliar el juego de la iniciativa privada, flexibilizar los
contratos laborales, que los particulares asuman de forma más responsable la
satisfacción de sus propias necesidades. Todo ello puede ayudar, tal vez, a la
recuperación económica, pero, ¿no hundirá todavía más a los más débiles?
Es normal que se piense en
desarrollar todas las iniciativas que hagan posible la reactivación económica.
Pero la crisis no es sólo económica. Hay también una crisis profunda de solidaridad
con los desfavorecidos. Por eso, si continúa creciendo el individualismo, si
cada uno se preocupa sólo de lo suyo, si no se introducen mecanismos sociales
de solidaridad y se abandona a su suerte a los más débiles, saldremos de la
crisis económica, pero saldremos menos humanos.
Junto a otros significados, la
escena de la multiplicación de los panes no deja de ser una invitación a
desarrollar la solidaridad. Cuando se reconocen los propios bienes como una
«bendición de Dios» y se comparten con los necesitados, siempre hay pan para
todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
5 de agosto de 1990
Dadles vosotros de comer.
Una inmensa marcha de africanos,
latinoamericanos y asiáticos se acerca desde hace unos años a Europa, empujados
por el hambre y la miseria. En 1989, fueron ya catorce millones. Hoy son muchos
más.
Europa, sin embargo, no está
preparada para responder de manera solidaria a este reto de nuestro tiempo.
Esta sociedad europea que cimentó su prosperidad en siglos de explotación
colonial, vive demasiado cómoda y confortable para acoger sin temor a estos
hombres y mujeres que buscan sobrevivir entre nosotros.
De pronto, han renacido los
movimientos racistas y el odio a los extranjeros. Desde los medios de
comunicación se alimenta una opinión pública indigna que presenta a los
inmigrantes como delincuentes, peligrosos, usurpadores de un trabajo
relativamente escaso.
Pero, sobre todo, se va
construyendo, poco a poco, una gran muralla que nos defienda del peligro
africano, asiático o latinoamericano. Se toman medidas firmes de control sobre
los movimientos de los extranjeros. Se incrementa la política de devoluciones y
expulsiones. Se implanta la negativa sistemática a legalizar la situación de
inmigrantes y refugiados.
Esta insolidaridad inflexible e
inhumana es presentada a los ciudadanos como defensa de un «umbral de
tolerancia» que es necesario salvaguardar para que no se rompa nuestro
equilibrio socio-económico.
El relato evangélico de los panes
es aleccionador. Los discípulos, estimando que no hay suficiente para todos,
piensan que el problema del hambre se resolverá haciendo que la muchedumbre
«compre» comida. A este «comprar», regido por las leyes económicas,
Jesús opone el «dar» generoso y gratuito: «Dadles vosotros de comer».
Luego, coge todas las provisiones
que hay en el grupo y pronuncia las palabras de acción de gracias. De esta
manera, el pan se desvincula de sus poseedores para considerarlo don de Dios y
repartirlo generosamente entre todos los que tienen hambre.
Esta es la enseñanza profunda del
relato. «Cuando se libera la creación del egoísmo humano, sobra para cubrir la
necesidad de todos» (J. Matcos-F. Camacbo).
Europa necesita recordar que la
tierra es de todos los hombres y no se puede negar el pan a ningún hombre
hambriento. Hay suficiente pan para todos, si sabemos compartirlo de manera
solidaria.
Lejos de despertar nuevos
racismos y xenofobias, hay que educar en la solidaridad a la opinión pública y
hay que promover, sobre todo, programas de ayuda y cooperación que vayan
sacando al Tercer Mundo de su postración económica.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
2 de agosto de 1987
SENTARSE
A LA MESA
Pronunció
la bendición.
Casi sin darnos cuenta y
empujados por diversos factores hemos ido deshumanizando poco a poco ese gesto
tan entrañable y humano que es el sentarse a la mesa a comer juntos.
La comida del mediodía se ha
convertido para muchos en algo puramente funcional que es necesario organizar
de manera rápida y precisa dentro de la jornada laboral.
Cada vez es más raro ese momento
privilegiado de encuentro familiar en torno a la mesa. En muchos hogares, esa
mesa hecha para ser rodeada, ya no sirve para que padres e hijos se encuentren,
compartan sus vidas, rían y descansen juntos.
Bastantes se van habituando a
“alimentar su organismo» en esas comidas impersonales de los restaurantes o en
el rincón del “self-service” de turno.
No pocos se ven obligados a
participar en comidas protocolarias o de trabajo donde el gesto amistoso del
comer juntos es sustituido por el interés, la funcionalidad o la ostentación.
El gesto de Jesús invitando a las
gentes a recostarse para compartir juntos una comida sencilla bendiciendo a
Dios por el pan que recibimos, puede ser una llamada para nosotros.
Como expone jugosamente X. Basurko en su reciente estudio “Compartir el pan”, comer es mucho más
que «introducir una determinada ración de calorías en el organismo”.
La necesidad de alimentarnos de la
tierra es, antes que nada, signo de nuestra indigencia radical. Oscuramente,
los seres humanos percibimos que no nos fundamentamos a nosotros mismos. En
realidad, vivimos recibiendo,
nutriéndonos de una vida que atraviesa el cosmos y se nos regala día a día a
cada uno.
Por eso es un gesto profundamente
humano el recogerse antes de comer para agradecer a Dios esos alimentos, fruto
del esfuerzo y trabajo del hombre, pero, al mismo tiempo, regalo originario del
Dios creador que sustenta la vida.
Pero, además, comer no es sólo un
acto individualista de carácter biológico. El hombre está hecho para comer con
otros, compartiendo su mesa con familiares y amigos.
Comer juntos es confraternizar,
dialogar, crecer en amistad, disfrutar juntos el regalo de la vida.
Por eso es tan difícil dar
gracias a Dios cuando uno tiene más comida que la que necesita, mientras otros
sufren miseria y hambre. Nos sentimos acusados por aquellas palabras de Gandhi: “Todo lo que comes sin necesidad
lo estás robando al estómago de los pobres”.
Tal vez, en el Primer Mundo,
debamos aprender a bendecir la mesa de otra manera. Dando gracias a Dios, pero,
al mismo tiempo, pidiendo perdón por nuestra insolidaridad y tomando conciencia
de nuestra responsabilidad ante los hambrientos de la tierra.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
5 de agosto de 1984
COMPARTIR
EL PAN
partió
los panes...
Un proverbio budista dice que
«cuando el dedo señala la luna, el estúpido se queda mirando al dedo».
Algo semejante se podría decir
quizás de nosotros cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter portentoso
de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.
Porque Jesús no era un milagrero
cualquiera realizador de prodigios propagandísticos. Sus milagros son signos
que abren brecha en te mundo de pecado y nos apuntan ya hacia la realidad del
Reino de Dios que ocupará un día su lugar.
De diversas maneras el relato de
la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús
es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan
compartir su «pan y su pescado» y convivir como hermanos.
La fraternidad no es una
exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los hombres el
Reino del Padre. Y por lo tanto, la tarea fundamental del cristianismo.
Pero la fraternidad bien
entendida es «algo peligroso». Con demasiada frecuencia la confundimos con «un
egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» (K. Rahner).
Pensamos amar al prójimo simplemente
porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un
horizonte mezquino y estrecho, despreocupados de todos los demás, impulsados
únicamente por la solicitud de nuestra propia vida y la de los nuestros.
Los creyentes hemos de aprender a
vivir con un estilo más fraternal escuchando las necesidades del hombre de hoy.
La lucha a favor del desarme, la
protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el
compartir con los parados las graves consecuencias de la crisis económica, la
ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados....
son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar»
para todos el pan que necesitamos ios hombres para vivir.
No podemos comer tranquilos
nuestro pan y nuestros peces mientras junto a nosotros haya hombres amenazados
de tantas hambres.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
2 de agosto de 1981
EL OTRO
HAMBRE
Partió
los panes y se los dio.
Vivimos en una sociedad en la que
se ha alcanzado un grado notable de desarrollo industrial y un nivel de vida
superior al de mu- dios países.
Pertenecemos al área privilegiada
de la tierra en donde la pobreza no presenta, por lo general, los rasgos
extremos que la miseria adquiere en las naciones del tercer mundo.
Las nuevas generaciones no
conocen la experiencia del hambre. Y aunque vamos sintiendo cada vez con más
fuerza las consecuencias de una grave crisis económica, nuestro principal
problema no es buscar unos alimentos que llevarnos a la boca.
Paradójicamente, para muchos el
problema está precisamente en ayunar y privarse de un exceso de alimentación
que pone en peligro su salud o desfigura su silueta física.
Y sin embargo, en esta sociedad
aparentemente satisfecha y bien alimentada, no es difícil descubrir mil clases
de hambre profunda.
Quizá la más terrible de todas, la soledad moderna. Una soledad que no
se cura poniendo a las personas unas junto a otras. Hoy más que nunca las
gentes se amontonan en las ciudades, en los edificios de las nuevas barriadas,
en los lugares de diversión, en las playas de las costas.
Pero, quizás, es precisamente en
medio de la gente o, incluso, en la camaradería de una reunión ruidosa, donde
muchos advierten con más lucidez su pavorosa soledad.
Esta soledad que hoy en día
envuelve a tanta gente nace, con frecuencia, de un profundo vacío espiritual,
de una pobreza interior aterradora, de una falta de vitalidad interna.
Los mismos siquiatras y sicólogos
no pueden hacer gran cosa para curarla desde fuera. Es la persona misma la que debe
curarse.
Tenemos miedo al silencio, a la
apertura a Dios, a la plegaria. No nos atrevemos a amar con generosidad a los
otros. Buscamos falsas soluciones a nuestra soledad, hundiéndonos en la
«anestesia» de mil caprichos superficiales. Pero seguimos teniendo hambre de
algo más profundo.
Quizá tan sólo el retorno a Dios
como Padre que nos espera bondadoso, y el seguimiento más generoso del
evangelio de Jesucristo, pueda «hacer el milagro» de alimentar nuestra hambre
interior y llenar nuestro deseo profundo de una vida mejor y diferente.
José Antonio Pagola
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