lunes, 28 de julio de 2014

03/08/2014 - 18º domingo Tiempo ordinario (A)

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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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18º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Comieron todos hasta quedar satisfechos.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.  Jesús les replicó:
No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
3 de agosto de 2014

DÁDLES VOSOTROS DE COMER

Jesús está ocupado en curar a aquellas gentes enfermas y desnutridas que le traen de todas partes. Lo hace, según el evangelista, porque su sufrimiento le conmueve. Mientras tanto, sus discípulos ven que se está haciendo muy tarde. Su diálogo con Jesús nos permite penetrar en el significado profundo del episodio llamado erróneamente “la multiplicación de los panes”.
Los discípulos hacen a Jesús un planteamiento realista y razonable: “Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. Ya han recibido de Jesús la atención que necesitaban. Ahora, que cada uno se vuelva a su aldea y se compre algo de comer según sus recursos y posibilidades.
La reacción de Jesús es sorprendente: “No hace falta que se vayan. Dadles vosotros de comer”. El hambre es un problema demasiado grave para desentendernos unos de otros y dejar que cada uno lo resuelva en su propio pueblo como pueda. No es el momento de separarse, sino de unirse más que nunca para compartir entre todos lo que haya, sin excluir a nadie.
Los discípulos le hacen ver que solo hay cinco panes y dos peces. No importa. Lo poco basta cuando se comparte con generosidad. Jesús manda que se sienten todos sobre el prado para celebrar una gran comida. De pronto todo cambia. Los que estaban a punto de separarse para saciar su hambre en su propia aldea, se sientan juntos en torno a Jesús para compartir lo poco que tienen. Así quiere ver Jesús a la comunidad humana.
¿Qué sucede con los panes y los peces en manos de Jesús? No los “multiplica”. Primero bendice a Dios y le da gracias: aquellos alimentos vienen de Dios: son de todos. Luego los va partiendo y se los va dando a los discípulos. Estos, a su vez, se los van dando a la gente. Los panes y los peces han ido pasando de unos a otros. Así han podido saciar su hambre todos.
El arzobispo de Tánger ha levantado una vez más su voz para recordarnos “el sufrimiento de miles de hombres, mujeres y niños que, dejados a su suerte o perseguidos por los gobiernos, y entregados al poder usurero y esclavizante de las mafias, mendigan, sobreviven, sufren y mueren en el camino de la emigración”.
En vez de unir nuestras fuerzas para erradicar en su raíz el hambre en el mundo, solo se nos ocurre encerrarnos en nuestro “bienestar egoísta” levantando barreras cada vez más degradantes y asesinas. ¿En nombre de qué Dios los despedimos para que se hundan en su miseria? ¿Dónde están los seguidores de Jesús?
¿Cuándo se oye en nuestras eucaristías el grito de Jesús. “Dadles vosotros de comer”?


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
31 de julio de 2011

NECESIDADES DE LA GENTE

Mateo introduce su relato diciendo que Jesús, al ver el gentío que lo ha seguido por tierra desde sus pueblos hasta aquel lugar solitario, «se conmovió hasta las entrañas». No es un detalle pintoresco del narrador. La compasión hacia esa gente donde hay muchas mujeres y niños, es lo que va a inspirar toda la actuación de Jesús.
De hecho, Jesús no se dedica a predicarles su mensaje. Nada se dice de su enseñanza. Jesús está pendiente de sus necesidades. El evangelista solo habla de sus gestos de bondad y cercanía. Lo único que hace en aquel lugar desértico es «curar» a los enfermos y «dar de comer» a la gente.
El momento es difícil. Se encuentran en un lugar despoblado donde no hay comida ni alojamiento. Es muy tarde y la noche está cerca. El diálogo entre los discípulos y Jesús nos va revelar la actitud del Profeta de la compasión: sus seguidores no han de desentenderse de los problemas materiales de la gente.
Los discípulos le hacen una sugerencia llena de realismo: «Despide a la multitud», que se vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús reacciona de manera inesperada. No quiere que se vayan en esas condiciones, sino que se queden junto a él. Esa pobre gente es la que más le necesita. Entonces les ordena lo imposible: «Dadles vosotros de comer».
De nuevo los discípulos le hacen una llamada al realismo: «No tenemos más que cinco panes y dos peces». No es posible alimentar con tan poco el hambre de tantos. Pero Jesús no los puede abandonar. Sus discípulos han de aprender a ser más sensibles a los sufrimientos de la gente. Por eso, les pide que le traigan lo poco que tienen.
Al final, es Jesús quien los alimenta a todos y son sus discípulos los que dan de comer a la gente. En manos de Jesús lo poco se convierte en mucho. Aquella aportación tan pequeña e insuficiente adquiere con Jesús una fecundidad sorprendente.
No hemos de olvidar los cristianos que la compasión de Jesús ha de estar siempre en el centro de su Iglesia como principio inspirador de todo lo que hacemos. Nos alejamos de Jesús siempre que reducimos la fe a un falso espiritualismo que nos lleva a desentendernos de los problemas materiales de las personas.
En nuestras comunidades cristianas son hoy más necesarios los gestos de solidaridad que las palabras hermosas. Hemos de descubrir también nosotros que con poco se puede hacer mucho. Jesús puede multiplicar nuestros pequeños gestos solidarios y darles una eficacia grande. Lo importante es no desentendernos de nadie que necesite acogida y ayuda.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
3 de agosto de 2008

DÁDLES VOSOTROS DE COMER

Dadles vosotros de comer.

El evangelista Mateo no se preocupa de los detalles del relato. Sólo le interesa enmarcar la escena presentando a Jesús en medio de la «gente» en actitud de «compasión». Lo hace también en otras ocasiones. Esta compasión está en el origen de toda su actuación.
Jesús no vive de espaldas a la gente, encerrado en sus ocupaciones religiosas, e indiferente al dolor de aquel pueblo. «Ve el gentío, le da lástima y cura a los enfermos». Su experiencia de Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas pobres gentes. Así ha de vivir la Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy.
El tiempo pasa y Jesús sigue ocupado en curar. Los discípulos le interrumpen con una propuesta: «Es muy tarde; lo mejor es “despedir” a aquella gente y que cada uno se “compre” algo de comer». No han aprendido nada de Jesús. Se desentienden de los hambrientos y los dejan en manos de las leyes económicas dominadas por los terratenientes: que se «compren comida». ¿Qué harán quienes no pueden comprar?
Jesús les replica con una orden lapidaria que los cristianos satisfechos de los países ricos no queremos ni escuchar: «Dadles vosotros de comer». Frente al «comprar», Jesús propone el «dar de comer». No lo puede decir de manera más rotunda. Él vive gritando al Padre: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan pan, también quienes no lo pueden comprar.
Los discípulos siguen escépticos. Entre la gente sólo hay cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso, pueden «sobrar» doce cestos de pan. Esta es su alternativa. Una sociedad más humana, capaz de compartir su pan con los hambrientos, tendrá recursos suficientes para todos.
En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, los cristianos sólo podemos vivir avergonzados. Europa no tiene alma cristiana y «despide» como delincuentes a quienes vienen buscando pan. Y, mientras tanto, en la Iglesia son muchos los que caminan en la dirección marcada por Jesús; la mayoría, sin embargo, vivimos sordos a su llamada, distraídos por nuestros intereses, discusiones, doctrinas y celebraciones. ¿Por qué nos llamamos seguidores de Jesús?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
31 de julio de 2005

«DABLES VOSOTROS DE COMER»

Dadles vosotros de comer.

Dos eran los problemas más angustiosos en las aldeas de Galilea: el hambre y las deudas. Era lo que más hacía sufrir a Jesús. Cuando sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar, a Jesús le salieron desde muy dentro las dos peticiones:
«Padre, danos hoy el pan necesario»; «Padre, perdónanos nuestras deudas pues también nosotros perdonamos a los que nos deben algo».
¿Qué podían hacer contra el hambre que los destruía y contra las deudas que los llevaba a perder sus tierras? Jesús veía con claridad la voluntad de Dios: compartir lo poco que tenían y perdonarse mutuamente las deudas. Sólo así nacería un mundo nuevo.
Las fuentes cristianas han conservado el recuerdo de una comida memorable con Jesús. Fue al descampado y tomó parte mucha gente. Es difícil reconstruir lo que sucedió, pero en el recuerdo quedó esto: entre la gente sólo había «cinco panes y dos peces», pero compartieron lo poco que tenían y, con la bendición de Jesús, pudieron comer todos.
Al comienzo del relato se produce un diálogo muy esclarecedor. Al ver que la gente tiene hambre, los discípulos proponen la solución más cómoda y menos comprometida; «que vayan a las aldeas y se compren algo de comer»; que cada uno resuelva sus problemas como pueda. Jesús les replica llamándolos a la responsabilidad; «Dadles vosotros de comer»; no dejéis a los hambrientos abandonados a su suerte.
No lo hemos de olvidar. Si vivimos de espaldas a los hambrientos del mundo, perdemos nuestra identidad cristiana; no somos fieles a Jesús; a nuestras comidas eucarísticas les falta su sensibilidad y su horizonte, les falta su compasión. ¿Cómo se transforma una religión como la nuestra en un movimiento de seguidores más fiel a Jesús?
Tal vez, lo primero es no perder la perspectiva fundamental de Jesús: dejamos afectar más y más por el sufrimiento de quienes no saben lo que es vivir con pan y dignidad. Lo segundo, comprometemos en pequeñas iniciativas, concretas, locales, parciales, que nos enseñan a compartir y nos identifican más con el estilo de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
4 de agosto de 2002

DADLES DE COMER

Dadles vosotros de comer.

Un proverbio budista dice que «cuando el dedo del profeta señala la luna, el estúpido se queda mirando el dedo». Algo semejante se podría decir quizás de nosotros, cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.
Porque Jesús no fue un milagrero dedicado a realizar prodigios propagandísticos. Sus milagros son signos que abren brecha en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una realidad nueva, meta final del ser humano.
Concretamente, el milagro de la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan compartir «su pan y su pescado» y convivir como hermanos.
Para el cristiano la fraternidad no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los hombres el Reino del Padre. Pero esta fraternidad puede ser mal entendida. Con demasiada frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» (K. Rahner).
Pensamos que amamos al prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un horizonte mezquino y estrecho, despreocupados de todos, movidos únicamente por nuestros propios intereses.
La Iglesia en cuanto «sacramento de fraternidad» está llamada a descubrir incesantemente nuevas formas de crear una fraternidad más estrecha y viva entre los hombres. Los creyentes hemos de aprender a vivir con un estilo más fraterno, escuchando las nuevas necesidades del hombre actual.
La lucha a favor del desarme, la protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el compartir con los parados las consecuencias de la crisis económica, la ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados.., son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar» para todos, el pan que necesitamos los hombres para vivir.
El relato evangélico nos recuerda que no podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a nosotros hay hombres amenazados de tantas hambres. Los que vivimos tranquilos y satisfechos hemos de oír las palabras de Jesús: «dadles vosotros de comer».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
1 de agosto de 1999

EN TORNO A LA MESA

Pronunció la bendición.

Casi sin damos cuenta y empujados por diversos factores hemos ido deshumanizando poco a poco ese gesto tan entrañable y humano que es el sentarse a la mesa a comer juntos.
La comida del mediodía se ha convertido para muchos en algo puramente funcional que es necesario organizar de manera rápida y precisa dentro de la jornada laboral. Cada vez es más raro ese momento privilegiado de encuentro familiar en tomo a la mesa. En muchos hogares, esa mesa hecha para ser rodeada ya no sirve para que padres e hijos se encuentren, compartan sus vidas, rían y descansen juntos.
Bastantes se van habituando a «alimentar su organismo» en esas comidas impersonales de los restaurantes o en el rincón del «self-service» de turno. No pocos se ven obligados a participar en comidas protocolarias o de trabajo, donde el gesto amistoso del comer juntos es sustituido por el interés, la funcionalidad o la ostentación.
El gesto de Jesús invitando a las gentes a recostarse para compartir juntos una comida sencilla bendiciendo a Dios por el pan que recibimos, puede ser una llamada para nosotros. Como expone jugosamente X. Basurko en su estudio «Compartir el pan», comer es mucho más que «introducir una determinada ración de calorías en el organismo».
La necesidad de alimentamos de la tierra es, antes que nada, signo de nuestra indigencia radical. Oscuramente los seres humanos percibimos que no nos fundamentamos a nosotros mismos. En realidad, vivimos recibiendo, nutriéndonos de una vida que atraviesa el cosmos y se nos regala día a día a cada uno. Por eso, es un gesto profundamente humano el recogerse antes de comer para agradecer a Dios esos alimentos, fruto del esfuerzo y trabajo del hombre, pero, al mismo tiempo, regalo originario del Dios creador que sustenta la vida.
Pero, además, comer no es sólo un acto individualista de carácter biológico. El hombre está hecho para comer con otros, compartiendo su mesa con familiares y amigos. Comer juntos es confraternizar, dialogar, crecer en amistad, compartir el regalo de la vida.
Por eso es tan difícil dar gracias a Dios cuando uno tiene más comida que la que necesita, mientras otros sufren miseria y hambre. Nos sentimos acusados por aquellas palabras de Gandhi: «Todo lo que comes sin necesidad lo estás robando al estómago de los pobres.» Tal vez en el Primer Mundo debamos aprender a bendecir la mesa de otra manera. Dando gracias a Dios, pero, al mismo tiempo, pidiendo perdón por nuestra insolidaridad y tomando conciencia de nuestra responsabilidad ante los hambrientos de la tierra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
4 de agosto de 1996

HAMBRE

Dadles vosotros de comer.

No siempre las palabras significan lo mismo en todas partes. «Hambre» quiere decir entre nosotros «apetito» o «ganas de comer». Con ese término designamos lo que la persona siente cuando se retrasa excesivamente la hora habitual de su comida. No se trata de una sensación demasiado desagradable, pues incluso nos permite comer luego con más gusto y satisfacción. Pocas cosas hay más fastidiosas que sentirse inapetente o desganado.
Poco tiene que ver con todo esto el «hambre» que se sufre en los países que componen el mapa de la pobreza. Allí esta palabra significa «escasez o carencia de alimentos». Por eso se emplean con frecuencia términos más severos y se habla de «hambruna» o escasez extrema de comestibles, y de «desnutrición» del organismo por alimentación insuficiente.
No es fácil desde nuestra vida de abundancia y exceso comprender el sufrimiento de una población hambrienta. Han sido las misioneras que trabajan en los hospitales y centros nutricionales de Rwanda las que me han ayudado a abrir un poco los ojos.
«Hambre» significa que hay hombres y mujeres que no tienen un horario fijo de comidas, sino que viven buscando algo para alimentar su organismo a la hora que sea.
«Hambre» significa que una familia ha de tomar esta terrible decisión: «Hermana, sólo tenemos estas alubias. ¿Las comemos o las guardamos para siembra? ¿Nos podrán dar algo que comer hasta que llegue la cosecha?»
«Hambre» significa que algunas madres han de hacer una trágica elección. Me lo contaba así una religiosa. «Llegó al Centro una madre con dos hijos. El pequeño estaba escuálido y desnutrido. El otro algo más fuerte y vigoroso. Comencé a preparar algo para el niño más débil, pero la madre me detuvo con estas palabras: A ése no; a éste que todavía se puede salvar.» A la religiosa se le humedecían los ojos.
«Hambre» significa para estas misioneras preocuparse sobre todo de los niños huérfanos, de las viudas ancianas, de los enfermos o de las familias que no tienen un terreno que cultivar, pues son ellos los más indefensos ante la hambruna.
El relato evangélico de «la multiplicación de los panes» nos recuerda que no podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras en la Tierra hay hombres, mujeres y niños que mueren de hambre. Los que vivimos tranquilos y satisfechos hemos de escuchar las palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
1 de agosto de 1993

SALIR DE LA CRISIS

Dadles vosotros de comer.

La crisis económica ha venido generando estos años sus propios pobres, no sólo los de siempre. Entre nosotros han surgido nuevas formas de pobreza y marginación que tienen su raíz en el paro de larga duración. No son pobres por vagancia ni por casualidad. Su marginación es fruto de una situación estructural.
Ahí están esos jóvenes que llevan años buscando inútilmente su primer empleo. No es raro que bastantes se conviertan en seres marginados y desmotivados. Con un futuro tan incierto, ¿cómo no caer en conductas agresivas, desesperanzadas y hasta delictivas? Ahí están también los parados de edad adulta, expulsados definitivamente de todo empleo. Familias enteras abocadas a malvivir sin poder desarrollar sus aspiraciones materiales, sociales o culturales.
Últimamente se nos viene diciendo que hay síntomas que anuncian una recuperación económica. No parece, sin embargo, que este tipo de noticias produzca optimismo en quienes están sufriendo las consecuencias más graves de la crisis. Y no es extraño. ¿Qué va a significar para ellos esta reactivación que se anuncia?
Hay algo que no hemos de olvidar. El desarrollo económico y tecnológico se está llevando a cabo teniendo como presupuesto y condición un dato que no es difícil detectar detrás de los planteamientos de los expertos: una parte de la población (los dos tercios aproximadamente) vivirá cada vez mejor, pero será a costa de dejar a la otra parte sumida en la exclusión y la pobreza. Dicen que estamos saliendo de la crisis. Pero, ¿quiénes exactamente?
Por otra parte, muchos proponen la recuperación de los principios liberales. Hay que eliminar trabas a la competencia libre, ampliar el juego de la iniciativa privada, flexibilizar los contratos laborales, que los particulares asuman de forma más responsable la satisfacción de sus propias necesidades. Todo ello puede ayudar, tal vez, a la recuperación económica, pero, ¿no hundirá todavía más a los más débiles?
Es normal que se piense en desarrollar todas las iniciativas que hagan posible la reactivación económica. Pero la crisis no es sólo económica. Hay también una crisis profunda de solidaridad con los desfavorecidos. Por eso, si continúa creciendo el individualismo, si cada uno se preocupa sólo de lo suyo, si no se introducen mecanismos sociales de solidaridad y se abandona a su suerte a los más débiles, saldremos de la crisis económica, pero saldremos menos humanos.
Junto a otros significados, la escena de la multiplicación de los panes no deja de ser una invitación a desarrollar la solidaridad. Cuando se reconocen los propios bienes como una «bendición de Dios» y se comparten con los necesitados, siempre hay pan para todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
5 de agosto de 1990

LA MURALLA EUROPEA

Dadles vosotros de comer.

Una inmensa marcha de africanos, latinoamericanos y asiáticos se acerca desde hace unos años a Europa, empujados por el hambre y la miseria. En 1989, fueron ya catorce millones. Hoy son muchos más.
Europa, sin embargo, no está preparada para responder de manera solidaria a este reto de nuestro tiempo. Esta sociedad europea que cimentó su prosperidad en siglos de explotación colonial, vive demasiado cómoda y confortable para acoger sin temor a estos hombres y mujeres que buscan sobrevivir entre nosotros.
De pronto, han renacido los movimientos racistas y el odio a los extranjeros. Desde los medios de comunicación se alimenta una opinión pública indigna que presenta a los inmigrantes como delincuentes, peligrosos, usurpadores de un trabajo relativamente escaso.
Pero, sobre todo, se va construyendo, poco a poco, una gran muralla que nos defienda del peligro africano, asiático o latinoamericano. Se toman medidas firmes de control sobre los movimientos de los extranjeros. Se incrementa la política de devoluciones y expulsiones. Se implanta la negativa sistemática a legalizar la situación de inmigrantes y refugiados.
Esta insolidaridad inflexible e inhumana es presentada a los ciudadanos como defensa de un «umbral de tolerancia» que es necesario salvaguardar para que no se rompa nuestro equilibrio socio-económico.
El relato evangélico de los panes es aleccionador. Los discípulos, estimando que no hay suficiente para todos, piensan que el problema del hambre se resolverá haciendo que la muchedumbre «compre» comida. A este «comprar», regido por las leyes económicas, Jesús opone el «dar» generoso y gratuito: «Dadles vosotros de comer».
Luego, coge todas las provisiones que hay en el grupo y pronuncia las palabras de acción de gracias. De esta manera, el pan se desvincula de sus poseedores para considerarlo don de Dios y repartirlo generosamente entre todos los que tienen hambre.
Esta es la enseñanza profunda del relato. «Cuando se libera la creación del egoísmo humano, sobra para cubrir la necesidad de todos» (J. Matcos-F. Camacbo).
Europa necesita recordar que la tierra es de todos los hombres y no se puede negar el pan a ningún hombre hambriento. Hay suficiente pan para todos, si sabemos compartirlo de manera solidaria.
Lejos de despertar nuevos racismos y xenofobias, hay que educar en la solidaridad a la opinión pública y hay que promover, sobre todo, programas de ayuda y cooperación que vayan sacando al Tercer Mundo de su postración económica.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
2 de agosto de 1987

SENTARSE A LA MESA

Pronunció la bendición.

Casi sin darnos cuenta y empujados por diversos factores hemos ido deshumanizando poco a poco ese gesto tan entrañable y humano que es el sentarse a la mesa a comer juntos.
La comida del mediodía se ha convertido para muchos en algo puramente funcional que es necesario organizar de manera rápida y precisa dentro de la jornada laboral.
Cada vez es más raro ese momento privilegiado de encuentro familiar en torno a la mesa. En muchos hogares, esa mesa hecha para ser rodeada, ya no sirve para que padres e hijos se encuentren, compartan sus vidas, rían y descansen juntos.
Bastantes se van habituando a “alimentar su organismo» en esas comidas impersonales de los restaurantes o en el rincón del “self-service” de turno.
No pocos se ven obligados a participar en comidas protocolarias o de trabajo donde el gesto amistoso del comer juntos es sustituido por el interés, la funcionalidad o la ostentación.
El gesto de Jesús invitando a las gentes a recostarse para compartir juntos una comida sencilla bendiciendo a Dios por el pan que recibimos, puede ser una llamada para nosotros.
Como expone jugosamente X. Basurko en su reciente estudio “Compartir el pan”, comer es mucho más que «introducir una determinada ración de calorías en el organismo”.
La necesidad de alimentarnos de la tierra es, antes que nada, signo de nuestra indigencia radical. Oscuramente, los seres humanos percibimos que no nos fundamentamos a nosotros mismos. En realidad, vivimos recibiendo, nutriéndonos de una vida que atraviesa el cosmos y se nos regala día a día a cada uno.
Por eso es un gesto profundamente humano el recogerse antes de comer para agradecer a Dios esos alimentos, fruto del esfuerzo y trabajo del hombre, pero, al mismo tiempo, regalo originario del Dios creador que sustenta la vida.
Pero, además, comer no es sólo un acto individualista de carácter biológico. El hombre está hecho para comer con otros, compartiendo su mesa con familiares y amigos.
Comer juntos es confraternizar, dialogar, crecer en amistad, disfrutar juntos el regalo de la vida.
Por eso es tan difícil dar gracias a Dios cuando uno tiene más comida que la que necesita, mientras otros sufren miseria y hambre. Nos sentimos acusados por aquellas palabras de Gandhi: “Todo lo que comes sin necesidad lo estás robando al estómago de los pobres”.
Tal vez, en el Primer Mundo, debamos aprender a bendecir la mesa de otra manera. Dando gracias a Dios, pero, al mismo tiempo, pidiendo perdón por nuestra insolidaridad y tomando conciencia de nuestra responsabilidad ante los hambrientos de la tierra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
5 de agosto de 1984

COMPARTIR EL PAN

partió los panes...

Un proverbio budista dice que «cuando el dedo señala la luna, el estúpido se queda mirando al dedo».
Algo semejante se podría decir quizás de nosotros cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.
Porque Jesús no era un milagrero cualquiera realizador de prodigios propagandísticos. Sus milagros son signos que abren brecha en te mundo de pecado y nos apuntan ya hacia la realidad del Reino de Dios que ocupará un día su lugar.
De diversas maneras el relato de la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan compartir su «pan y su pescado» y convivir como hermanos.
La fraternidad no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los hombres el Reino del Padre. Y por lo tanto, la tarea fundamental del cristianismo.
Pero la fraternidad bien entendida es «algo peligroso». Con demasiada frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» (K. Rahner).
Pensamos amar al prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un horizonte mezquino y estrecho, despreocupados de todos los demás, impulsados únicamente por la solicitud de nuestra propia vida y la de los nuestros.
La Iglesia como «sacramento de fraternidad» está llamada a descubrir incesantemente nuevas exigencias y tareas de amor al prójimo y de creación de una fraternidad más honda y viva entre los hombres.
Los creyentes hemos de aprender a vivir con un estilo más fraternal escuchando las necesidades del hombre de hoy.
La lucha a favor del desarme, la protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el compartir con los parados las graves consecuencias de la crisis económica, la ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados.... son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar» para todos el pan que necesitamos ios hombres para vivir.
No podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestros peces mientras junto a nosotros haya hombres amenazados de tantas hambres.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
2 de agosto de 1981

EL OTRO HAMBRE

Partió los panes y se los dio.

Vivimos en una sociedad en la que se ha alcanzado un grado notable de desarrollo industrial y un nivel de vida superior al de mu- dios países.
Pertenecemos al área privilegiada de la tierra en donde la pobreza no presenta, por lo general, los rasgos extremos que la miseria adquiere en las naciones del tercer mundo.
Las nuevas generaciones no conocen la experiencia del hambre. Y aunque vamos sintiendo cada vez con más fuerza las consecuencias de una grave crisis económica, nuestro principal problema no es buscar unos alimentos que llevarnos a la boca.
Paradójicamente, para muchos el problema está precisamente en ayunar y privarse de un exceso de alimentación que pone en peligro su salud o desfigura su silueta física.
Y sin embargo, en esta sociedad aparentemente satisfecha y bien alimentada, no es difícil descubrir mil clases de hambre profunda.
Quizá la más terrible de todas, la soledad moderna. Una soledad que no se cura poniendo a las personas unas junto a otras. Hoy más que nunca las gentes se amontonan en las ciudades, en los edificios de las nuevas barriadas, en los lugares de diversión, en las playas de las costas.
Pero, quizás, es precisamente en medio de la gente o, incluso, en la camaradería de una reunión ruidosa, donde muchos advierten con más lucidez su pavorosa soledad.
Esta soledad que hoy en día envuelve a tanta gente nace, con frecuencia, de un profundo vacío espiritual, de una pobreza interior aterradora, de una falta de vitalidad interna.
Los mismos siquiatras y sicólogos no pueden hacer gran cosa para curarla desde fuera. Es la persona misma la que debe curarse.
Tenemos miedo al silencio, a la apertura a Dios, a la plegaria. No nos atrevemos a amar con generosidad a los otros. Buscamos falsas soluciones a nuestra soledad, hundiéndonos en la «anestesia» de mil caprichos superficiales. Pero seguimos teniendo hambre de algo más profundo.
Quizá tan sólo el retorno a Dios como Padre que nos espera bondadoso, y el seguimiento más generoso del evangelio de Jesucristo, pueda «hacer el milagro» de alimentar nuestra hambre interior y llenar nuestro deseo profundo de una vida mejor y diferente.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


domingo, 27 de julio de 2014

31/07/2014 - San Ignacio de Loyola (A)

Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.

¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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San Ignacio de Loyola (A)


EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-26.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-26

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
- Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
- El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y añadió:
- El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
- El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿ De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, se ése se avergonzará el Hijo del Hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles.

Palabra de Dios

HOMILIA

MUDANZA DE ALMA

Si alguno quiere venir en pos de mí.

Desgraciadamente son muchos los vascos que lo ignoran casi todo sobre Ignacio de Loyola, el hombre más grande y universal de cuantos han nacido en nuestra tierra.
Y sin embargo, cuánto bien nos haría también hoy acercarnos a beber de sus fuentes. Así pensaba yo al releer estos días ese precioso libro “Ignacio de Loyola, solo y a pie” con el que nos regalaba hace dos años J.I. Tellechea Idígoras.
Páginas escritas con verdadera devoción en las que el lector encuentra «sabiduría cristiana” a raudales.
Sólo quiero recordar aquí esa “mudanza de alma» que vive Ignacio a partir de su obligada convalecencia en el castillo de Loyola.
Los biógrafos nos dicen que Ignacio “se paraba a pensar”. No es fácil detenerse cuando uno vive agitado y disperso, soñando con mil planes y proyectos. Pero es el primer paso. Y paso absolutamente necesario para quien desea reencontrarse consigo mismo y con Dios.
Como dice Tellechea, “las heridas solas no convierten”. Ignacio se detiene “a razonar consigo mismo”. Hace un profundo balance de su vida. Se escucha a sí mismo con sinceridad.
Dentro de su alma dos espíritus “contrarios entre sí” se agitan y tiran de él. Siente el vacío de su vida y se reconoce pecador, pero siente también el atractivo del placer y la gloria.
Dios y él. El bien y el mal. Sus sueños de siempre y ese nuevo camino de obediencia y fidelidad a Dios. “De unos pensamientos quedaba triste, y de otros alegre”.
Ignacio vencerá su división interior buscando la fuerza misma de Dios, “no mirando más circunstancias que prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo, como ellos (los santos) lo habían hecho”.
Una profunda transformación comienza a gestarse en Ignacio. Más adelante, a orillas del Cardoner, no lejos de Manresa, se siente un hombre nuevo. “Le parecían todas las cosas nuevas.., le parecía como si fuese otro hombre”. “Comenzó a ver con otros ojos todas las cosas”.
Ignacio fue, sin duda, el primer ejercitante y la experiencia de su propia conversión será el alma de sus “Ejercicios Espirituales”.
No son muchos los que se retiran hoy a hacer ejercicios espirituales. Sin embargo, pocas cosas más saludables puede haber para un hombre que dedicar unos días a encontrarse sinceramente consigo mismo y con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA


Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesarea de Filipo: «Vosotros, quién decís que soy yo?»
Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.
No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?
Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el "Mesías de Dios", el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?
Lo confesamos también "Hijo de Dios". Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?
Llamamos a Jesús "Salvador" porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es ésta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es ésta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?
Confesamos a Jesús como nuestro único "Señor". No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero, ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?
La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.

José Antonio Pagola

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CONFESAR CON LA VIDA

¿Quién decís que soy yo?

¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escuchamos hoy esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad… ¿Basta pronunciar estas palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejarnos atraer por su amor misterioso, sin contagiarnos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos «Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno hemos de ponernos ante Jesús, dejarnos mirar directamente por él y escuchar desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.

José Antonio Pagola

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¿QUÉ HEMOS HECHO DE JESÚS?

¿Quién decís que soy yo?

A veces es muy peligroso sentirse cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria, lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y cobardías.
Lo confesamos abiertamente como Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida. Por eso es bueno que escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro ser.
Pero no olvidemos algo importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en la medida en que nos esforzamos por seguirle.

José Antonio Pagola

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DESCONOCIDO

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

La cultura moderna que ha dominado el mundo occidental durante cinco siglos se encuentra hoy en declive. Desde su misma entraña está emergiendo una «atmósfera» nueva cuyos efectos se pueden ya vislumbrar entre nosotros. En ese clima posmoderno viviremos los próximos años.
Hay un primer dato que se va extendiendo cada vez más. Ya no se acepta ningún ideal, filosofía o religión que pretenda ofrecer verdad. Todo se considera relativo y opinable. Todo es interpretación y fragmento. No hay verdades absolutas. Nadie es sólido y seguro. Sólo nuestra incerteza.
Pero, al quedarse sin criterios o valores que orienten sus decisiones, la libertad de las personas corre el riesgo de volatilizarse. Todo el mundo quiere ser libre pero no sabe para qué. El pluralismo se va deslizando poco a poco hacia el relativismo y la indiferencia. El individuo se va quedando sin indicaciones ni referencias claras que lo guíen en la existencia. El hombre de hoy camina por la vida sin mapa.
La misma realidad parece diluirse cada vez más en el mundo de lo virtual. Ya no es tan fácil distinguir entre lo natural y lo artificial, entre lo real y lo ficticio, lo verdadero y lo imaginario. Vivimos con la ilusión de estar mejor informados que nunca pero terminamos pensando, sintiendo y experimentando lo que los mass media nos dejan ver, conocer y experimentar.
Está surgiendo así un clima cultural donde las personas se van acostumbrando a vivir sin certezas ni seguridad. Cada uno sigue su camino de forma solitaria o cruzándose con otros caminantes dentro de un laberinto que nadie conoce bien y que tiene su mejor símbolo en las redes de Internet. Mientras tanto, la voz de los profetas y de los pensadores queda absorbida en el ruido y la confusión. Hablar con Dios es como hablar de «nada».
En esta atmósfera pretende hoy hacer oír su voz Jesucristo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Desconocido por muchos, olvidado por otros, confundido con un fragmento más, dejado de lado como algo irrelevante y sin significado actual, Jesucristo sigue ofreciendo «débilmente» el amor y la fe en Dios como el único abrigo ante el nihilismo actual. Su palabra no pretende imponer una ideología, sino despertar la esperanza. Su acción salvadora no busca ahogar la libertad humana de nadie sino abrir al ser humano caminos de vida más plena. ¿No es él el único Salvador?

José Antonio Pagola

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¿QUÉ DIGO YO?

¿Quién decís que soy yo?

Pocas veces nos detenemos los cristianos a responder a esa pregunta decisiva que se nos hace a cada uno de nosotros. La pregunta que Jesús dirige a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
La respuesta ha de ser personal. Nadie puede hablar en mi nombre. No puede haber una fe por procurador. Soy yo quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo de Jesucristo, no qué dicen los concilios, qué predican los Obispos y el Papa, qué explican los teólogos.
Un conjunto de circunstancias históricas ha podido embrollar mucho las cosas, pero no hemos de olvidar que la fe cristiana no es simplemente la adhesión a una fórmula o a un grupo religioso, sino mi adhesión personal y mi seguimiento a Jesucristo.
Para ser cristiano, no hasta decir: «Yo creo en lo que cree la Iglesia.» Es necesario que me pregunte si yo le creo a Jesucristo, si cuento con él, si apoyo en él mi existencia.
No se me pregunta qué pienso acerca de la doctrina moral que Jesús predicó, acerca de los ideales que proclamó o los gestos admirables que realizó. La pregunta es más honda: ¿Quiénes Jesucristo para mí? Es decir, ¿qué lugar ocupa en mi experiencia de la vida? ¿Qué relación mantengo con él? ¿Cómo me siento ante su persona? ¿Qué fuerza tiene en mi conducta diaria? ¿Qué espero de él?
No puedo contestar responsablemente a la pregunta que Jesús me dirige sin descubrirme a mí mismo quién soy yo y cómo vivo mi fe en Él. Precisamente, en eso consiste la responsabilidad: en ser capaz de responder por mí mismo.
Con frecuencia, no somos conscientes hasta qué punto vivimos nuestra fe por inercia, siguiendo actitudes y esquemas infantiles, sin crecer interiormente, sin llegar tal vez nunca a una decisión personal y adulta ante Dios.
De poco sirve hoy seguir confesando rutinariamente las diversas creencias cristianas si uno no conoce por experiencia qué es encontrarse personalmente con ese Dios revelado y encarnado en Jesucristo.
Nuestra fe cristiana crece y se robustece en la medida en que vamos descubriendo por experiencia personal que sólo Jesucristo puede responder de manera plena a las preguntas más vitales, los anhelos más hondos, las necesidades últimas que llevamos en nosotros. De alguna manera todo cristiano debería poder decir como San Pablo: «Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe»

José Antonio Pagola

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UNA PREGUNTA DIFICIL

¿Quién decís que soy yo?

No es fácil responder a esa pregunta, aparentemente tan sencilla y fundamental, de Jesús: “Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Podríamos acudir a las diversas fórmulas cristológicas que el magisterio ha ido acuñando a lo largo de los siglos, pero sabemos que la pregunta de Jesús nos está invitando a algo más radical que un gesto de obediencia casi instintiva a la institución eclesial.
Podríamos recurrir a las elaboraciones de los teólogos y repetir lo que hemos leído a los estudiosos de Jesús, pero su pregunta nos está pidiendo una respuesta más personal y vital.
Por eso, no es fácil responder con verdad quién es Jesucristo hoy para nosotros que nos decimos “cristianos”.
¿Alguien de quien creemos “cosas extraordinarias” o alguien a quien creemos de manera total y a quien confiamos nuestro ser?
¿Alguien cuya doctrina explicamos a los jóvenes y hacemos aprender a nuestros niños o alguien cuya Palabra dirige, anima y modela nuestro vivir diario?
¿Alguien de quien seguimos hablando y escribiendo mucho o alguien a quien sabemos hablar e invocar con fe?
¿Alguien que vivió hace aproximadamente dos mil años o alguien a quien percibimos vivo en medio de la vida, los acontecimientos y las personas de hoy?
¿Alguien a quien sólo escuchamos en las páginas escritas de los evangelios o alguien cuyos gritos nos llegan desde los pobres, los olvidados y los indefensos?
¿Alguien a quien recibimos piadosamente en la comunión o alguien con quien nos esforzamos por comulgar cada día más, acogiendo su Espíritu, su mensaje y su esperanza?
¿Alguien cuya cruz adorna nuestros cuellos y nuestras habitaciones o alguien que nos da fuerza para acoger la cruz de cada día?
¿Alguien ante quien doblamos distraídamente nuestra rodilla al pasar ante el sagrario de nuestras iglesias o alguien a quien hemos rendido nuestra ser?
¿Alguien a quien admiramos como líder extraordinario o alguien que inspira nuestra comportamiento y a quien seguimos día a día con fe?
¿Alguien a quien atribuimos títulos insuperables o alguien en quien buscamos con humildad y gozo al mismo Dios?

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ HEMOS HECHO DE JESÚS?

¿Quién decís que soy yo?

A veces es muy peligroso sentirse cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria, lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y cobardías.
Lo confesamos abiertamente como Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida.
Por eso es bueno que escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro ser.
Pero no olvidemos algo importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en la medida en que nos esforzamos por seguirle.

José Antonio Pagola

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¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?

¿Quién decís que soy yo?

Así, de pronto, no sabríamos cómo contestarte. Tu pregunta la hemos escuchado muchas veces, Señor, pero siempre nos parecía dirigida solamente a aquellos discípulos de Cesarea de Filipo.
Nosotros solemos preferir acudir a las fórmulas tradicionales acuñadas hace siglos por los concilios. Es más seguro. Y, sobre todo, no nos obliga a preguntarnos quién eres tú para cada uno de nosotros y qué significas tú hoy en nuestras vidas.
Te damos títulos muy solemnes. Puedes sentirte satisfecho. A ningún otro nos atreveríamos a llamarlo así.
Te proclamamos Dios y doblamos ante ti nuestra rodilla. Es cierto que no te rendimos nuestro ser. Cierto también que tenemos otros “dioses” a los que damos nuestro culto. Pero tú nos comprenderás. Somos seres tan necesitados. Además, no se puede vivir solo de “pan”. También se necesita seguridad, dinero, confort…
Tú eres palabra de Dios. Te lo decimos muchas veces y hasta nos lo creemos. Nos dirás que escuchamos poco tu evangelio. Es verdad. Tampoco tenemos mucho tiempo, ¿sabes? Hay tantas cosas que hacer al cabo del día. La vida ha cambiado mucho desde tus tiempos. Además, hay que ser razonable. ¿Te imaginas lo que sucedería si tomáramos en serio tus palabras?
Tú mismo lo decías: “Hay que tener oídos para oír”. En eso te damos la razón. Nosotros queremos tener los oídos muy abiertos, no solo a tu mensaje sino también a tantas palabras, mensajes, ideas y noticias que llegan hasta nosotros. Tu sabes que vivimos en una sociedad abierta y pluralista. No podemos absolutizar tu palabra como en otros tiempos. Todos tienen derecho ha ser escuchados. Ahora comprendes que te escuchemos menos, ¿no?
Pero, aunque no te escuchamos, te decimos cosas muy grandes. No nos contentamos con llamarte Señor, Redentor, Salvador, Mesías, Cristo… Estamos aprendiendo nuevos nombres. Ya sabes que es bueno cambiar y evitar la monotonía.
Hoy te llamamos Amigo y Hermano. Es más familiar. Nos da confianza y, sobre todo, nos resulta menos insoportable tu mensaje. Entre amigos se puede hablar y discutir.
Te llamamos también Liberador. No sabemos exactamente qué nos puedes aportar tú a la liberación que nosotros queremos, pero, al menos, nos podemos armar con tu palabra para atacar a nuestros adversarios.
Sí. Ya nos damos cuenta de que no acertamos. Te queremos exaltar y elevar por encima de toda criatura y terminamos por alejarte de nuestra vida real y concreta de cada día. Te queremos sentir cerca de nuestros problemas y nuestras penas y terminamos por olvidar precisamente la salvación que tú nos puedes aportar.
Señor, ten piedad de nosotros. Aumenta nuestra fe. Dinos tú mismo todo lo que puedes ser para cada uno de nosotros.

José Antonio Pagola



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