Homilias de José Antonio Pagola
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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25 de diciembre de 2013
Natividad del Señor (A)
EVANGELIO
Misa de medianoche.
Hoy
os ha nacido un Salvador.
+
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,1-14
En aquellos días, salió un decreto del
emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo
Quirinio gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su
ciudad.
También José, que era de la casa y familia de
David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se
llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y
mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían
sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que
pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la
gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
- No temáis, os traigo la buena noticia, la
gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una
legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
- Gloria a Dios en el cielo y en la tierra
paz a los hombres que Dios ama.
Palabra de Dios.
Misa de la aurora.
Los
pastores encontraron a María y a José, y al niño.
+
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,15-20
Cuando los ángeles los dejaron y subieron al
cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vamos derechos a Belén, a ver
eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor." Fueron corriendo y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo,
contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se
admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas
cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y
alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Palabra de Dios.
Misa del día.
La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
+
Lectura del santo evangelio según san Juan 1,1-18
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a
Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
y la tiniebla no la recibió.
[Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.]
sino testigo de la luz.]
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
[Juan da testimonio de él y grita diciendo:
- Éste es de quien dije: «El que viene detrás
de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido,
gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la
verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás.
El Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.]
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
25 de diciembre de 2013
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS.
25 de diciembre de 2010
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
UN DIOS
CERCANO
(Ver homilía del 25 de diciembre
de 2007.)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
25 de diciembre de 2007
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
UN DIOS
CERCANO
Os ha
nacido un Salvador.
Los creyentes tenemos que
recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta
superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos saben lo que es celebrar. No
todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría.
Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos hacer
silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se
nos acerca, reconciliamos con la vida que se nos ofrece, y saborear la fiesta
de la llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro vivir diario,
a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede
haber tristeza cuando nace la vida» (S. León Magno). No se trata de una alegría
insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué.
«Nosotros tenemos motivos para el jubilo radiante, para la alegría plena y para
la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre
nosotros» (L. Boff). Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se
abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por su ternura.
Una alegría que nos libera de
miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se
nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño
frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los
hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer
sonreír o llorar.
Dios no puede ser ya el Ser
Omnipotente y Poderoso que nosotros sospechamos, encerrado en la seriedad y el
misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a
la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su
sonrisa.
El hecho de que Dios se haya
hecho niño, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y
especulaciones sobre su misterio. Si supiéramos detenernos en silencio ante
este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura
de Dios, quizás entenderíamos por que el corazón de un creyente debe estar
transido de una alegría diferente estos días de Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
25 de diciembre de 2005
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
EL CORAZÓN DE LA NAVIDAD
Os ha nacido un Salvador.
Poco a poco lo vamos consiguiendo. Ya hemos logrado
celebrar unas fiestas entrañables, sin conocer exactamente su razón de ser. Nos
felicitamos unos a otros y no sabemos por qué. Se anuncia la Navidad y se oculta su
motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está el corazón de estas fiestas. ¿Por qué
no escuchar el «primer pregón» de
Navidad? Lo compuso el evangelista Lucas hacia el año ochenta.
Según el relato, es noche cerrada. De pronto, una «claridad» envuelve con su resplandor a
unos pastores. El evangelista dice que es la «gloria del Señor». La imagen es grandiosa: la noche queda
iluminada. Sin embargo, los pastores «se
llenan de temor». No tienen miedo a las tinieblas sino a la luz. Por eso,
el anuncio empieza con estas palabras: «No
temáis».
No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en
tinieblas.
Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la
verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida, no celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: «Os traigo la
Buena Noticia , la gran alegría para todo el pueblo». La
alegría de Navidad no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier
bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría «grande», inconfundible, que viene de la «Buena Noticia» de Jesús. Por eso, es «para todo el pueblo» y ha de llegar, sobre todo, a los que sufren
y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena noticia»; si su
evangelio no nos dice nada; si no conocemos la alegría que sólo nos puede
llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a disfrutar cada uno de su bienestar
o a alimentar un gozo religioso egoísta, celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es ésta: «Os ha nacido hoy el Salvador». Ese niño
no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es «el Salvador» del mundo. El único en el
que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la
verdad absoluta. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo
envuelve todo no prevalecerá para siempre.
Sin esta esperanza, no hay Navidad. Despertaremos
nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y la amistad, nos
regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy bueno. Todavía no es
Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
25 de diciembre de 2001
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
DIFERENTE
Os traiga
la gran alegría.
¿Puede decir algo al hombre o a
la mujer de hoy el deseo de Dios de un creyente del siglo once? ¿Está permitido
publicar su oración en un periódico de nuestros días? ¿Es una provocación de
mal gusto? ¿Una ingenuidad? ¿Puede ser una «llamarada» diferente para quienes
buscan algo más que bienestar material? He dudado antes de transcribir estos
fragmentos de la célebre oración de Anselmo de Canterbury. Tal vez sean para
alguien un «regalo de Navidad».
«Ea, hombrecillo, deja un momento
tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de
tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de
ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate un rato a Dios y descansa siquiera un
momento en su presencia... Excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte a
buscarle...
Ahora di a Dios: Busco tu rostro,
Señor, anhelo ver tu ros- (ro... Enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte... Si no estás aquí, ¿dónde te buscaré? Si estás por
doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?... Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío;
no conozco tu rostro.
¿Qué hará éste tu desterrado
lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor y tan lejos de tu
rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos. Desea acercarse a ti, y tu
morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives.
No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro...
Tú me has creado... y me has
concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste para
verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado...
Enséñame a buscarte y muéstrate a
quien te busca porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no
puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te
desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré».
Qué Navidad tan diferente la
nuestra; si pudiéramos despertar sentimientos como éstos en nuestro corazón,
Dios «nacería» de nuevo en nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
25 de diciembre de 1998
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
UNA NOCHE DIFERENTE
Os ha nacido un Salvador.
Generación tras generación, los hombres han gritado
angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo
más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué tanta
humillación? ¿Por qué la muerte si hemos nacido para la vida? Los hombres
preguntaban. Y preguntaban a Dios porque, de alguna manera, cuando estamos
buscando el sentido último de nuestro ser, estamos apuntando hacia él. Pero
Dios parecía guardar un silencio impenetrable.
Ahora, en la Navidad , Dios ha hablado. Tenemos ya su
respuesta. Pero Dios no nos ha hablado para decirnos palabras hermosas acerca
del sufrimiento, ni para ofrecernos disquisiciones profundas sobre nuestra
existencia. Dios no nos ofrece palabras. No. «La Palabra
de Dios se ha hecho carne». Es decir, Dios más que darnos explicaciones, ha
querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e
impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino
que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación,
sino que él mismo se humilla. Dios no responde con palabras al misterio de
nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad.
Ya no estamos sumergidos en pura tiniebla. El está con nosotros. Hay una luz. «Ya no estamos solitarios, sino solidarios»
(L. Boff). Dios comparte nuestra existencia.
Ahora todo cambia. Dios mismo ha entrado en nuestra
vida. La creación está salvada. Es posible vivir con esperanza. Merece la pena
ser hombre. Dios mismo comparte nuestra vida y con él podemos caminar hacia la
plenitud. Por eso, la Navidad
es siempre para los creyentes una llamada a renacer.
Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la
fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos esta mañana de Navidad las palabras del
poeta Angelus Silesus: «Aunque Cristo
nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para
el más allá: habrás nacido en vano.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
25 de diciembre de 1995
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
ALEGRÍA RADICAL
La gran alegría para todo el pueblo.
Toda la fiesta de Navidad es una invitación a la
alegría y al gozo. El relato del nacimiento de Jesús viene precedido
precisamente por estas palabras del ángel: «Os
vengo a traer la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo.»
El fundamento de esta alegría es un acontecimiento
que está en la raíz de nuestra existencia: Dios que es la misma Alegría se ha
hecho hombre para compartir nuestra vida. Desde entonces, la alegría es para
los creyentes algo que hemos de cuidar y acrecentar amorosamente en nosotros.
La tristeza, por el contrario, algo que hemos de combatir sin cesar.
L. Boros, meditando en esta alegría radical que se desprende
de la encarnación de Dios, llega a decir que «el gusto por la felicidad forma
parte de los elementos vitales del ser cristiano». La alegría no es algo
secundario y accidental en la vida del cristiano. Al contrario, es un rasgo que
ha de caracterizar la existencia entera del creyente que se sabe acompañado a
lo largo de los días por el mismo Dios encarnado.
Pero, ¿cómo mantener la alegría cuando la soledad,
el dolor, la enfermedad, la muerte de un ser querido y tantos otros
sufrimientos entristecen nuestra vida? ¿Cómo eliminar de nuestro corazón tantas
sombras que ahogan nuestra alegría?
Antes que nada, hemos de recordar que esta alegría
del creyente no es fruto de un temperamento optimista ni resultado de una vida
sin problemas ni tensiones. El creyente se ve enfrentado a la dureza de la vida
con la misma crudeza y la misma fragilidad que cualquier otro ser humano.
El secreto de su alegría serena está en que sabe
apoyar confiadamente su vida en ese Dios cercano y amigo que es el Dios nacido
en Belén. Por eso, esa alegría no se manifiesta ordinariamente en la euforia o
el optimismo, sino que se esconde humildemente en el fondo de su alma. Es una
alegría que está ahí, sostenida por nuestra fe en Dios. Una alegría que crece
en la medida en que sabemos difundirla e irradiarla serenamente a nuestro
alrededor.
Un hombre que pasó muchos años en un campo de
concentración de Siberia escribió en la pared de su celda esta frase que
sintetiza bien cuál ha de ser nuestra actitud: «Buscaba a Dios y Dios se me
ocultaba; buscaba mi propia alma y no la encontraba; busqué a mi hermano y
encontré al mismo tiempo a Dios y a mi alma.»
Con frecuencia sucede así. Quien no encuentra paz en
sí mismo ni siente la cercanía gozosa de Dios en el interior de su corazón,
muchas veces recupera la alegría verdadera al tratar de aliviar el sufrimiento
o la tristeza del hermano. Despertar en nosotros la alegría y difundirla a
nuestro alrededor es celebrar hondamente la Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
25 de diciembre de 1992
Jn 1,1-18
(Misa del día)
LA ALEGRIA DE CREER
Os
traigo la gran alegría
para todo el pueblo.
para todo el pueblo.
Muchas personas se han ido alejando de la fe porque
nunca han logrado experimentar que podía ser para ellos fuente de felicidad. Al
contrario, siempre han sentido la religión como estorbo y limitación.
En su conciencia ha quedado el recuerdo de una religión
legalista y rígida que tiene muy poco que ver con la felicidad que ellos
buscan. Por otra parte, su relación con Dios ha sido tan ritual e impersonal
que difícilmente podía despertar alegría alguna en su interior.
Hoy, alejados de toda experiencia religiosa, y
respirando un ambiente social que presenta casi siempre la religión como algo
negativo y molesto para la humanidad, estas personas sólo sienten desconfianza
ante lo religioso. No creen que la fe les pueda aportar nada importante para
sentirse mejor.
Buscan la felicidad por diferentes caminos; a veces
sienten que es fácil quedar atrapado en «una red de satisfacciones falsas y
superficiales»; se esfuerzan por encontrar una felicidad digna, pero prescinden
de Dios, pues no creen que pueda ser para ellos algo bueno.
Hace unos años, el escritor francés P. du Ruffray hacía esta afirmación: «La
humanidad es hoy un enorme orfanato en el que millones de individuos se
consideran sin creador, sin redentor y sin padre. ¿Sufren por ello? Algunos sí.
Pero la mayoría son como pájaros cuyas alas están cortadas desde el nacimiento.
Están hechos para volar, pero no lo saben.»
Sin embargo, la religión responde a ese deseo
fundamental de felicidad que se encierra en el ser humano. Y si no se capta el
vínculo que hay entre fe y felicidad, quiere decir que esa fe es todavía
superficial o mediocre, y no ha desarrollado todavía en la persona toda su
fuerza sanadora y liberadora.
La experiencia del verdadero creyente que, a pesar
de su debilidad y pecado, busca a Dios con corazón sincero, es muy diferente.
Conoce, como todos los hombres, gozos y alegrías diferentes, pero conoce además
el placer de estar con Dios, la dicha de sentirse perdonado de manera total, el
gusto de vivir la vida desde su raíz.
Esta dicha no se fundamenta sólo en la promesa de
una vida eterna. Es algo que, en cierto modo, se puede verificar ya desde
ahora. ¿No es verdad que experimentamos una alegría más profunda siempre que
vamos más allá de nuestro habitual egoísmo? ¿No es verdad que, cuando la
persona se esfuerza por ser fiel a Dios y a su conciencia, llega a conocer lo
que es el «placer de ser bueno»? ¿No es verdad que quien vive celebrando la
creación como obra de Dios experimenta la vida con hondura diferente?
Hoy celebramos los cristianos la Navidad. Para muchos
será una fiesta superficial y yana. Para quienes se sienten creyentes en el
fondo de su corazón, será una fiesta gozosa que les recuerda que pueden contar
siempre con un Dios cercano que sólo busca nuestro bien.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
25 de diciembre de 1989
Jn 1,1-18
(Misa del día)
UN DIOS CERCANO
Vino al mundo
Celebrar la Navidad es, ante todo, creer, agradecer y
disfrutar de la cercanía de Dios. Estas fiestas sólo puede gustarlas en su
verdad más honda quien se atreve a creer que Dios es más cercano, más
comprensivo y más amigo de lo que nosotros podemos imaginar.
Ese Niño nacido en Belén es el punto de la creación
donde la verdad, la bondad y la cercanía cariñosa de Dios hacia sus criaturas
aparece de manera más tierna y bella.
Sé muy bien cómo les cuesta hoy a muchas personas
encontrarse con Dios. Quisieran creer de verdad en El, pero no saben cómo.
Desearían poder rezarle, pero ya no les sale nada de su interior. La Navidad puede ser
precisamente la fiesta de los que se sienten lejos de Dios.
En el corazón de estas fiestas en que celebramos al
Dios hecho hombre, hay una llamada que todos, absolutamente todos, podemos escuchar:
«Cuando no tengas ya a nadie que te pueda ayudar, cuando no veas ninguna
salida, cuando creas que todo está perdido, confía en Dios. El está siempre
junto a ti. El te entiende y te apoya. El es tu salvación».
Siempre hay salida. Lo más importante de nuestro
ser, lo más decisivo de nuestra existencia, está siempre en manos de un Dios
que nos ama sin fin. Y esta confianza en Dios Salvador ha de abrirse paso en
nuestro corazón, incluso cuando nuestra conciencia nos acuse haciéndonos perder
la paz.
La fidelidad y la bondad de Dios están por encima de
todo, incluso de toda fatalidad y todo pecado. Todo puede ser nuevo si nos
abrimos confiadamente a su perdón. En ese Niño nacido en Belén, Dios nos regala
un comienzo nuevo. Para Dios nadie está definitivamente perdido.
Sé que las fiestas de Navidad no son unas fiestas
fáciles. El que está solo, siente estos días con más crudeza su soledad. Los
padres que sufren el alejamiento del hijo querido, lo añoran estas fechas más
que nunca. La pareja en que se va apagando el amor, siente aún más su impotencia
para reavivar aquel cariño que un día iluminó sus vidas.
Sé también que estos días es fácil sentir dentro del
alma la nostalgia de un mundo más humano y feliz que los hombres no somos
capaces de construir. En el fondo, todos sabemos que, al margen de otras muchas
cosas, no somos más felices porque no somos más buenos.
Pues bien, la Navidad nos recuerda que, a pesar de nuestra
aterradora superficialidad y, sobre todo, de nuestro inconfesable egoísmo, siempre
hay en nosotros un rincón secreto en el que todavía se puede escuchar una
llamada a ser mejores y más felices porque contamos con la comprensión de Dios.
Si los hombres huimos de Dios, en el fondo es para
huir de nosotros mismos y de nuestra superficialidad. No es de la bondad de Dios
de la que queremos escapar, sino de nuestro vacío y nuestra mediocridad.
Felices los que, en medio del bullicio y
aturdimiento de estas fiestas sepan rezar a un Dios cercano y acogerlo con
corazón creyente y agradecido. Para ellos habrá sido Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de diciembre de 1986
Jn 1,1-18
(Misa del día)
UN DIOS IMPREVISIBLE
Se hizo carne
Dios no se deja aprisionar en nuestros esquemas y
moldes de pensamiento. No sigue los caminos que nosotros gustosamente le
marcaríamos. Dios es imprevisible.
Nosotros lo queremos fuerte y poderoso, majestuoso y
omnipotente. Pero él se nos ofrece en la fragilidad de un niño débil, nacido en
la más absoluta sencillez y pobreza.
Nosotros lo colocamos casi siempre en lo
extraordinario, maravilloso y sorprendente. Pero él se nos presenta en lo
cotidiano, en lo normal y ordinario. Nosotros lo imaginamos grande y lejano y
él se nos hace pequeño y cercano.
No. Este Dios encarnado en el niño de Belén no es el
que nosotros hubiéramos esperado. No está a la altura de lo que nosotros
hubiéramos imaginado. Este Dios nos puede decepcionar.
Sin embargo, ¿no es precisamente este Dios cercano
el que los hombres necesitamos junto a nosotros? ¿No es esta cercanía y
proximidad a lo humano lo que mejor revela el verdadero misterio de Dios? ¿No
se manifiesta en la debilidad de este niño su verdadera grandeza?
Ciertamente hemos de buscar a Dios en la oración y
el silencio, en la constante superación de nuestro egoísmo, en la vida fiel y
obediente a su voluntad, pero Dios se nos puede ofrecer cuando quiere y como
quiere, incluso, en lo más ordinario y común de la vida.
Ahora sabemos que lo podemos encontrar en cualquier
ser indefenso y débil que, tal vez, necesita de nuestra acogida. El puede estar
en las lágrimas de un niño o en la soledad de un anciano.
No hace falta encontrarse con nada extraordinario ni
portentoso. No son necesarios milagros ni prodigios. En el fondo de cualquier
ser humano podemos descubrir la presencia de ese Dios que ha querido encarnarse
en lo humano.
Esta es la fe revolucionaria de la Navidad , el escándalo más
grave del cristianismo, expresado de manera lapidaria por San Pablo: «Cristo, a
pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de siervo, haciéndose uno
de tantos y presentándose como simple hombre”.
El Dios cristiano no es un Dios desencarnado, lejano
e inaccesible. Es un Dios encarnado, próximo, cercano. Un Dios al que podemos
tocar de alguna manera cuando tocamos lo humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
25 de diciembre de 1983
Lc
2,15-20 (Misa de la aurora)
SIMBOLOS VACIOS
Encontraron al Niño acostado en el pesebre
Apenas se acercan las fechas navideñas, nuestras
calles se llenan de luces, estrellas, árboles navideños, belenes. En muchas
casas se sacan con cuidado las piezas del nacimiento y se adorna el hogar con
toda clase de motivos navideños.
Pocas veces nuestra sociedad adquiere un carácter
ornamental tan intenso y festivo. Y sin embargo, ¿qué se encierra tras todos
estos símbolos entrañables? ¿Qué lee el hombre actual en esos signos?
Se iluminan las ciudades con toda clase de luces y
se encienden los cirios navideños en los hogares, pero apenas le recuerdan a
nadie a Aquel que es la Luz
del mundo, el que ha venido a iluminar las tinieblas de nuestra existencia.
Las calles se llenan de estrellas, pero, ¿ a cuántos
les orientan hacia aquel portal de Belén en el que nació el Salvador de la
humanidad?
Se colocan árboles de Navidad en las plazas y en los
rincones de los hogares, pero, ¿quién se detiene a pensar que ese árbol
simboliza a Jesucristo, el Árbol de la
Vida , el Mesías que trae nueva savia a los hombres? ¿Quién
recuerda que ese árbol, lleno de luces y regalos, es símbolo de Cristo,
portador de luz y gracia para todos nosotros?
Pero, sobre todo, ¿quién se detiene a contemplar con
fe el misterio que se encierra en un Belén por modesta que sea su construcción.
Francisco de Asís inició la costumbre de montar el Belén
movido por el deseo de hacer más presente y real el misterio de la Encarnación ,
experimentar directamente la alegría del nacimiento de Dios y comunicar esa
alegría a los amigos.
Cuenta Tomás
de Celano, su primer biógrafo, que Francisco contemplaba con alegría
indescriptible el misterio de Belén. «Afirmaba que ésta era la fiesta de las
fiestas, pues en ese día Dios se hizo niño y se alimentó de leche del pecho de
su madre, lo mismo que los demás niños. Francisco abrazaba con delicadeza y
devoción las imágenes que representaban al Niño Jesús y lleno de afecto y
compasión, como los niños, susurraba palabras de cariño».
Son muchos, sin duda, los factores que nos han hecho
ciegos para leer los símbolos navideños y detenernos ante ese Niño en el que no
somos ya capaces de percibir nada grande.
Por eso, tal vez, la manera más auténtica de vivir
nosotros la Navidad
sea empezar por pedir a Dios esa sencillez y simplicidad de corazón que sabe descubrir
en el fondo de estas fiestas a un Dios entrañable y cercano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
25 de diciembre de 1980
Jn 1,1-18
(Misa del día)
UN DIOS CERCANO
Se hizo carne.
Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el
corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta superficialidad y
aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos
saben lo que es celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la
alegría.
Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos
hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios
que se nos acerca, reconciliarnos con la vida que se nos ofrece, y saborear la
fiesta de la llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro vivir diario, a veces tan
aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber
tristeza cuando nace la vida» (S. León
Magno).
No se trata de una alegría insulsa y superficial. La
alegría de quienes están alegres sin saber por qué. «Nosotros tenemos motivos
para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios
se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros» (L. Boff).
Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes
se abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por su ternura.
Una alegría que nos libera de miedos, desconfianzas
e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño?
¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso?
Dios no ha venido armado de poder para imponerse a
¡os hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer
sonreír o llorar.
Dios no puede ser ya el Ser Omnipotente y Poderoso
que nosotros sospechamos encerrado en la seriedad y el misterio de un mundo
inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a la humanidad, este
pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa.
El hecho de que Dios se haya hecho niño, dice mucho
más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su
misterio.
Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño
y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios,
quizás entenderíamos por qué el corazón de un creyente debe estar transido de
una alegría diferente estos días de Navidad.
José Antonio Pagola
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