lunes, 16 de diciembre de 2013

22/12/2013 - 4º domingo de Adviento (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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22 de diciembre de 2013

4º domingo de Adviento (A)


EVANGELIO

Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 1,18-24

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
- José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta:
- Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Dios-con-nosotros».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
22 de diciembre de 2013

EXPERIENCIA INTERIOR

El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.
Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.
El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro entorno.
¿Es posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.
Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.
Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
19 de diciembre de 2010

ESTÁ CON NOSOTROS

Antes de que nazca Jesús en Belén, Mateo declara que llevará el nombre de «Emmanuel», que significa «Dios-con-nosotros». Su indicación no deja de ser sorprendente, pues no es el nombre con que Jesús fue conocido, y el evangelista lo sabe muy bien. En realidad, Mateo está ofreciendo a sus lectores la clave para acercarnos al relato que nos va a ofrecer de Jesús, viendo en su persona, en sus gestos, en su mensaje y en su vida entera el misterio de Dios compartiendo nuestra vida. Esta fe anima y sostiene a quienes seguimos a Jesús.
Dios está con nosotros. No pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición.
Dios está con nosotros. No escuchamos su voz. No vemos su rostro. Su presencia humilde y discreta, cercana e íntima, nos puede pasar inadvertida. Si no ahondamos en nuestro corazón, nos parecerá que caminamos solos por la vida.
Dios está con nosotros. No grita. No fuerza a nadie. Respeta siempre. Es nuestro mejor amigo. Nos atrae hacia lo bueno, lo hermoso, lo justo. En él podemos encontrar luz humilde y fuerza vigorosa para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte.
Dios está con nosotros. Cuando nadie nos comprende, él nos acoge. En momentos de dolor y depresión, nos consuela. En la debilidad y la impotencia nos sostiene. Siempre nos está invitando a amar la vida, a cuidarla y hacerla siempre mejor.
Dios está con nosotros. Está en los oprimidos defendiendo su dignidad, y en los que luchan contra la opresión alentando su esfuerzo. Y en todos está llamándonos a construir una vida más justa y fraterna, más digna para todos, empezando por los últimos.
Dios está con nosotros. Despierta nuestra responsabilidad y pone en pie nuestra dignidad. Fortalece nuestro espíritu para no terminar esclavos de cualquier ídolo. Está con nosotros salvando lo que nosotros podemos echar a perder.
Dios está con nosotros. Está en la vida y estará en la muerte. Nos acompaña cada día y nos acogerá en la hora final. También entonces estará abrazando a cada hijo o hija, rescatándonos para la vida eterna.
Dios está con nosotros. Esto es lo que celebramos los cristianos en las fiestas de Navidad: creyentes, menos creyentes, malos creyentes y casi increyentes. Esta fe sostiene nuestra esperanza y pone alegría en nuestras vidas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS
23 de diciembre de 2007

EL NOMBRE DE JESÚS

Entre los hebreos no se le ponía a las personas un nombre cualquiera de forma arbitraria, pues el «nombre», como en casi todas las culturas antiguas, indica el ser de la persona, su verdadera identidad, lo que se espera de ella.
Por eso el evangelista Mateo tiene tanto interés en explicar desde el comienzo a sus lectores el significado profundo del nombre de ese personaje del que va a hablar a lo largo de todo su evangelio. El «nombre» de ese niño que todavía no ha nacido es «Jesús», que significa «Dios salva». Se llamará así porque «salvará a su pueblo de los pecados».
En el año 70 Vespasiano, designado como nuevo emperador mientras estaba sofocando la rebelión judía, marcha hacia Roma donde es recibido y aclamado con dos nombres: «salvador» y «benefactor». El evangelista Mateo quiere dejar las cosas claras. El «salvador» que necesita el mundo no es Vespasiano sino Jesús.
La salvación no nos llegará de ningún emperador ni de ninguna victoria de un pueblo sobre otro. La humanidad necesita ser salvada del mal, de las injusticias y la violencia, necesita ser perdonada y reorientada hacia una vida más digna del ser humano. Esta es la salvación que se nos ofrece en Jesús.
Mateo le asigna además otro nombre: «Emmanuel». Sabe que Jesús no ha sido llamado así históricamente. Es un nombre chocante, absolutamente nuevo, que significa «Dios-con-nosotros». Un nombre que sólo le atribuimos a Jesús los que creemos que, en él y desde él, Dios nos acompaña, nos bendice y nos salva.
Las primeras generaciones cristianas llevaban el nombre de Jesús grabado en su corazón. Lo repiten una y otra vez. Se bautizan en su nombre, se reúnen a orar en su nombre. Para Mateo, es una síntesis afectiva de su fe. Para Pablo, nada hay más grande. Según uno de los primeros himnos cristianos, «ante el nombre de Jesús se ha de doblar toda rodilla».
Después de veinte siglos, hemos de aprender a pronunciar el nombre de Jesús de manera nueva. Con cariño y amor, con fe renovada, en actitud de conversión. Con su nombre en nuestros labios y en nuestro corazón podemos vivir y morir con esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
19 de diciembre de 2004

PARA SABER «ALGO» DE LA NAVIDAD

Emmanuel, que significa Dios con nosotros  

Está tan desfigurada que parece casi imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra la Navidad. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas sino en vivir una experiencia interior diferente.
Lo primero es prepararse. Las grandes experiencias de la vida son un regalo pero, de ordinario, sólo las viven aquellos que están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia de la Navidad hay que prepararse por dentro. ¿Quieres tú conocer el misterio de la Navidad?
El evangelista Mateo nos viene a decir que Jesús, el niño que nace en Belén, es el único al que podemos llamar con toda verdad «Emmanuel», que significa «Dios-con-nosotros». Pero, ¿qué quiere decir esto? ¿Cómo puedes tú «saber» que Dios está contigo?
Ten valor para quedarte a solas contigo mismo. Busca un lugar tranquilo y sosegado. Escúchate a ti mismo. Acércate silenciosamente a lo más íntimo de tu ser. Es fácil que experimentes una sensación tremenda: qué solo estás en la vida; qué lejos están todas esas personas que te rodean y a las que te sientes unido por el amor. Te quieren mucho, pero están fuera de ti.
Sigue en silencio. Tal vez sientas una impresión extraña: tú vives porque estás enraizado en una realidad inmensa y desconocida. ¿De dónde te llega la vida? ¿Qué hay en el fondo de tu ser? Si eres capaz de «aguantar» un poco más el silencio, probablemente empieces a sentir temor y, al mismo tiempo, paz. Estás ante el misterio último de tu ser. Los creyentes lo llaman Dios.
Abandónate a ese misterio con confianza. Dios te parece inmenso y lejano. Pero si te abres a él, lo sentirás cercano. Dios está en ti sosteniendo tu fragilidad y haciéndote vivir. No es como las personas que te quieren desde fuera. Dios está en tu mismo ser.
Según K. Rahner, «esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre». Ya nunca estarás solo. Nadie está solo. En todos nosotros está Dios. Ahora sabes «algo» de la Navidad. Puedes celebrarla, disfrutar y felicitar. Puedes gozar con los tuyos y ser más generoso con los que sufren y viven tristes.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
23 de diciembre de 2001

PARA SABER «ALGO» DE LA NAVIDAD

Emmanuel, que significa Dios con nosotros.

Está tan desfigurada que parece casi imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra la Navidad. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas sino en vivir una experiencia interior diferente.
Lo primero es prepararse. Las grandes experiencias de la vida son un regalo pero, de ordinario, sólo las viven aquellos que están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia de la Navidad hay que prepararse por dentro. ¿Quieres tú conocer el misterio de la Navidad?
Si es así, ten valor para quedarte sólo contigo mismo durante un rato. Busca un lugar tranquilo y sosegado. Silo consigues, piensa un poco cómo quieres vivir estos días. ¿No podrías ser en estas fiestas un poco más paciente y cariñoso, más amable y generoso? ¿No sería ése el mejor regalo que puedes hacer a quienes te rodean?
Pero no te quedes sólo en eso. Escúchate a ti mismo. Acércate silenciosamente a lo más íntimo de tu ser. Es fácil que experimentes una sensación tremenda: qué solo estás en la vida; qué lejos están todas esas personas que te rodean y a las que te sientes unido por el amor. Te quieren mucho, pero están fuera de ti.
Sigue en silencio. Tal vez sientas una impresión extraña: tú vives porque estás enraizado en una realidad inmensa y desconocida. ¿De dónde te llega la vida? ¿Qué hay en el fondo de tu ser? Si eres capaz de «aguantar» un poco más el silencio, probablemente empieces a sentir temor y, al mismo tiempo, paz. Estás ante el misterio último de tu ser. Los creyentes lo llaman Dios.
Abandónate a ese misterio con confianza. Dios te parece inmenso y lejano. Pero si te abres a él, lo sentirás cercano. Dios está en ti sosteniendo tu fragilidad y haciéndote vivir. No es como las personas que te quieren desde fuera. Dios está en tu mismo ser.
Según K. Rahner, «esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre». Ya nunca estarás solo. Nadie está solo. En todos nosotros está Dios. Ahora sabes «algo» de la Navidad. Puedes celebrarla, disfrutar y felicitar. Puedes gozar con los tuyos y ser más generoso con los que sufren y viven tristes.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
20 de diciembre de 1998

ESTÁ CON NOSOTROS

Emmanuel que significa «Dios con nosotros».

La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que los artilugios de nuestra sociedad de consumo. Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
No entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, reconciliarnos con la vida que se nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber tris- teca cuando nace la vida» (S. León Magno). No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. «Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros» (L. Boff).
Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios y se dejan coger por su ternura. Una alegría que nos libera de miedos y desconfianzas ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar.
Dios no puede ser ya el Ser Omnipotente y Poderoso que nosotros sospechamos encerrado en la seriedad y el misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa. El hecho de que Dios se haya hecho niño, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio.
Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, quizás entenderíamos por qué el corazón de un creyente debe estar transido de una alegría diferente estos días de Navidad: sencillamente porque Dios está con nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
24 de diciembre de 1995

LA LEYENDA DE NAVIDAD

El salvará a su pueblo.

Llueve con fuerza en todo Rwanda. Es la estación de las lluvias. Esta mañana he andado por Butare acompañando a unos jóvenes de Médicus Mundi. Siempre la misma escena: niños y más niños mojados hasta los huesos que apenas te dejan caminar. No entiendo lo que nos dicen, pero su gesto es suficientemente claro: una mano extendida con insistencia hacia nosotros, la otra señalando su estómago, y una mirada desgarradora difícil de olvidar.
Otra imagen se me ha quedado hoy de manera especial. La de una mujer con alguna enfermedad que desfiguraba horriblemente sus ojos, moviéndose lentamente como sin fuerzas para espantar las moscas que cubrían el rostro de su hijo desnutrido. ¿Cómo escribo yo desde aquí un comentario sobre la Navidad?, ¿qué puedo decir?, ¿no sería mejor callar? Sin embargo, ahora entiendo tal vez mejor esa «leyenda de la Navidad» que, en imágenes sencillas pero certeras, ha sabido recoger lo esencial del misterio de Dios y de su venida al mundo.
«Era de noche.» Aunque los evangelios no lo dicen, siempre se ha pensado que Jesús nació en medio de una noche, iluminada sólo por las estrellas. Y es verdad. En el mundo es de noche y los hombres caminamos en tinieblas. Creemos saberlo todo y no vemos lo esencial. La leyenda tiene razón. Si Dios nace en nosotros, siempre será para iluminar nuestra ceguera y abrir nuestros ojos al dolor del hermano que sufre.
«Hacía frío en Belén» y hace frío en el mundo actual. Falta el calor del amor y la amistad. Se ha helado el corazón de Occidente y, bloqueado por la superficialidad y el bienestar, ya no es capaz de sentir verdadera compasión por quienes mueren de hambre. La leyenda dice la verdad. Si Dios nace en nosotros, será para poner en el mundo el calor del amor y la solidaridad.
Solo hay una manera de acoger a Dios: abandonar nuestras presunciones y seguridades, dejar de engañarnos, no confiar en tantas palabras vanas que salen de nuestra boca y tener el coraje de creer más en el amor y la compasión. Podemos ser mejores. En el mundo puede crecer la solidaridad. Pero esto sí, Dios sólo puede nacer allí donde se le deja entrar, y sólo se le deja entrar allí donde se deja entrar al amor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
20 de diciembre de 1992

MARIA

Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel.

Después de un cierto eclipse de la devoción mariana, provocado en parte por abusos y desviaciones notables, los cristianos vuelven a interesarse por María para descubrir su verdadero lugar dentro de la experiencia cristiana.
No se trata de acudir a ella para escuchar «mensajes apocalípticos» que amenazan con castigos terribles a un mundo hundido en la impiedad y la increencia, mientras se ofrece su protección maternal a quienes hagan penitencia y recen determinadas oraciones.
No se trata tampoco de fomentar una piedad que alimente secretamente una relación infantil de dependencia y fusión con una madre idealizada. Hace ya tiempo que la sicología nos puso en guardia frente a los riesgos de una devoción que exaltara falsamente a María como «Virgen y Madre», favoreciendo, en el fondo, un desprecio hacia la «mujer real» como eterna tentadora del varón.
El primer criterio para comprobar la «verdad cristiana» de toda devoción a María es saber si repliega al creyente sobre sí mismo o silo abre al proyecto de Dios; si lo hace retroceder hacia una relación infantil con una «madre imaginaria» o silo impulsa a vivir su fe de forma adulta y responsable en seguimiento fiel a Jesucristo.
Los mejores esfuerzos de la mariología actual tratan de conducir a los cristianos a una visión de María como Madre de Jesucristo, primera discípula de su Hijo y modelo de vida auténticamente cristiana.
Más en concreto, María es hoy para nosotros modelo de acogida fiel de Dios desde una postura de fe obediente; ejemplo de actitud servicial a su Hijo y de preocupación solidaria por todos los que sufren; mujer comprometida por el «Reino de Dios» predicado e impulsado por su Hijo.
En tiempos de trágico cansancio y de pesimismo increyente, María, con su obediencia radical a Dios y su esperanza confiada, puede darnos la pauta para una vida cristiana más honda y más fiel a Dios.
La devoción a María no es, pues, un elemento secundario para alimentar la religión de gentes «sencillas» aficionadas a prácticas supersticiosas o ritos cuasi «folklóricos». Acercarse a María es, más bien, colocarse en un punto central para descubrir el misterio de Cristo y acogerlo. Es bueno recordarlo en estos días cercanos ya a la Navidad, en que el Evangelio nos recuerda a María como la Madre de «Emmanuel», es decir, la mujer que nos puede acercar a Jesús, «el Dios-con-nosotros».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
24 de diciembre de 1989

LA NAVIDAD ES NECESARIA

«Emmanuel» que significa
«Dios con nosotros»

Hay una pregunta que todos los años me ronda desde que comienzo a observar por las calles los preparativos que anuncian la proximidad de la Navidad: ¿Qué puede haber todavía de verdad en el fondo de estas fiestas tan estropeadas por intereses consumistas y por nuestra propia mediocridad?
No soy el único. A muchas personas oigo hablar estos días de la superficialidad navideña, de la pérdida de su carácter familiar y hogareño, de la vergonzosa manipulación de los símbolos religiosos y de tantos excesos y despropósitos que deterioran hoy la Navidad.
Pero, a mi juicio, el problema es más hondo. ¿Cómo puede celebrar el misterio de un Dios hecho hombre una sociedad que vive prácticamente de espaldas a Dios y que destruye de tantas maneras la dignidad del hombre?
¿Cómo puede celebrar «el nacimiento de Dios» una sociedad en la que el célebre profesor francés G. Lipovetsky, al describir la actual indiferencia, ha podido decir estas palabras: «Dios ha muerto, las grandes finalidades se extinguen, pero a todo el mundo le da igual, ésta es la feliz noticia».
Al parecer, son bastantes las personas a las que les da exactamente igual creer o no creer, oír que «Dios ha muerto» o que «Dios ha nacido». Su vida sigue funcionando lo mismo. No parecen necesitar ya de Dios.
Y, sin embargo, la historia contemporánea nos está obligando ya a hacernos algunas graves preguntas. Hace algún tiempo se hablaba de «la muerte de Dios»; hoy se habla de «la muerte del hombre». Hace algunos años se proclamaba «la desaparición de Dios»; hoy se anuncia «la desaparición del hombre». ¿No será que la muerte de Dios arrastra consigo de manera inevitable la muerte del hombre?
Expulsado Dios de nuestras vidas, encerrados en un mundo creado por nosotros mismos y que no refleja sino nuestras propias contradicciones y miserias, ¿quién nos puede decir quiénes somos y qué es lo que realmente queremos?
¿No necesitamos que Dios nazca de nuevo entre nosotros? ¿Qué brote con luz nueva en nuestras conciencias? ¿Que se abra camino en medio de nuestros conflictos y contradicciones?
Para encontrarse con ese Dios no hay que ir muy lejos. Basta acercarse silenciosamente a uno mismo. Basta ahondar en nuestros interrogantes y anhelos más profundos.
Este es el mensaje de la Navidad: Dios está cerca de ti, ahí donde tú estás, con tal de que te abras al Misterio. El Dios inaccesible se ha hecho humano y su cercanía misteriosa nos envuelve. En cada uno de nosotros puede nacer Dios. En cada uno puede suceder una verdadera Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
21 de diciembre de 1986

NOMBRES

Le pondrán por nombre Jesús.

En vísperas de las fiestas navideñas, el evangelio nos recuerda un hecho aparentemente intrascendente y sin importancia alguna para nosotros. A José se le indica que ponga a su hijo el nombre de Jesús (Yahveh salva) porque “él salvará a su pueblo de los pecados».
Sin embargo, en la cultura hebrea, imponer el nombre al hijo era un acto de gran importancia pues significaba dar un sentido a la vida del niño.
En poco tiempo han cambiado profundamente entre nosotros los criterios para elegir los nombres que llevarán los hijos durante toda su vida.
Todavía hay quienes siguen poniendo a sus niños el nombre de su padre, su madre, sus abuelos o algún ser querido, siguiendo la tradición familiar.
La mayoría actúa de otra manera. Hay quienes se fijan sobre todo en la sonoridad de las palabras y buscan un nombre que suene bien, incluso aunque no contenga significado alguno.
Otros piensan en algo que evoque otros tiempos más arcaicos. Bastantes eligen un término que sugiera el mundo de la naturaleza o algún recuerdo entrañable para sus padres.
Más de uno recurre a cualquier nombre con tal de que quede lejos de cualquier influencia cristiana.
Pocos son los que, dejando de lado criterios tan ligeros y superficiales, se fijan en razones más profundas, sencillas y cristianas.
Durante muchos siglos los cristianos han elegido para sus hijos nombres de santos y santas, conocidos por su seguimiento incondicional a Jesucristo. Esta costumbre, hoy más desprestigiada, tiene, sin embargo, un hondo contenido.
Al atribuirle al niño este nombre, se le confía a un compañero de camino para toda su vida. Al mismo tiempo, se pone ante sus ojos un proyecto de vida que le sirva de ejemplo a seguir y de estímulo que aliente su vida cristiana.
Por otra parte, es una manera sencilla y honda de introducir al niño en la comunión de los hombres y mujeres que caminan hacia la vida eterna de Dios.
Vivimos en una sociedad que va perdiendo sus raíces cristianas. Muchos de nuestros jóvenes ya no llevan un nombre cristiano. No sabemos invocar a los santos.
Sin embargo, creyentes e increyentes, todos tenemos un nombre en el corazón de ese Dios que ha querido compartir nuestra vida. A todos y cada uno de nosotros nos conoce y nos llama por nuestro propio nombre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
18 de diciembre de 1983

SALVAR AL PUEBLO

Salvará a su pueblo de los pecados.

Para la mentalidad semita, el nombre no es algo indiferente y casual, sino que expresa el ser mismo de la persona, su destino y misión.
Por ello, los primeros cristianos han descubierto en el nombre hebreo de Jesús (Yehosua = «Yahveh salva») el contenido profundo de su misión. Si Jesús lleva este nombre es «porque salvará al pueblo de sus pecados».
Esta fe en un Dios preocupado por salvar al hombre tiene que ser para el creyente fuerza y estímulo para vivir siempre al servicio humanizador del pueblo.
Y hoy este servicio al pueblo tiene entre nosotros una palabra: PAZ. Esta paz que nuestro pueblo quiere y necesita para ser más humano.
Pero al pueblo, antes de imponerle nuestra propia «salvación», hay que respetarlo y escuchar su voluntad más profunda y mayoritaria.
Se mata en nombre del pueblo, pero el pueblo en su gran mayoría no aprueba estas muertes frías. El pueblo calla porque, quizás, tiene miedo para gritar lo que de verdad siente en su corazón. Pero este pueblo no ha dado a nadie autoridad para juzgar, condenar y ejecutar estas sentencias de muerte.
Quizás en estos mismos momentos alguien está decidiendo la muerte de los que caerán la próxima semana. Pero nosotros no podemos intervenir ni decidir nada.
¿Quiere realmente nuestro pueblo dejar su futuro en manos del más fuerte, del más violento, del mejor armado? ¿Quién nos puede garantizar que los que imponen ahora la fuerza de las armas, respetarán un día los derechos de los que no estamos armados?
Pero, por otra parte, no se alcanzará una verdadera pacificación si no se escucha la voluntad política de este pueblo con respeto, lealtad y voluntad sincera de buscar una solución justa. En las raíces más profundas de la violencia en el País Vasco hay un problema histórico- político que no puede ser ignorado, olvidado o menospreciado.
Nos lo ha recordado la última Carta Pastoral de nuestro Obispo D. José María Setién: «No será posible dar pasos firmes hacia una verdadera pacificación si no se llega al debido reconocimiento y estima de la voluntad política del Pueblo Vasco».
A un pueblo no se le salva de la violencia de cualquier manera. Somos muchos los que creemos que para una verdadera pacificación entre nosotros, es imprescindible abordar el problema vasco desde el respeto sincero a la identidad de este pueblo, la debida solidaridad con los otros pueblos, el diálogo político y la búsqueda pacífica de soluciones.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
21 de diciembre de 1980

NO ESTAMOS SOLOS

Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.

La fe cristiana se enraíza y fundamenta en una afirmación sencilla y escandalosa: Dios ha querido hacerse hombre. Ha querido compartir con nosotros la aventura de la vida, saber por experiencia propia qué es el vivir diario del hombre y caminar con nosotros hacia la salvación.
Ser cristiano no es creer que Dios existe. Imaginar «Algo» que desde una lejanía misteriosa da origen y sostiene la creación entera. Ser cristiano es descubrir con gozo que Dios está con nosotros. Intuir desde la fe que Dios está en el corazón de nuestra existencia y en el fondo de nuestra historia humana, compartiendo nuestros problemas y aspiraciones, conviviendo la vida de cada hombre.
Este gesto de Dios que se solidariza con los hombres y comparte nuestra historia, es el que sostiene, en definitiva, nuestra esperanza cristiana.
Nuestros esfuerzos y nuestras luchas no pueden terminar en fracaso definitivo. Dios ha querido ser uno de los nuestros y ya no puede dejar de preocuparse por esta historia nuestra en la que se ha encarnado y a la que él mismo pertenece.
La fe en un Dios hecho hombre nos debería ayudar a los cristianos no sólo a agradecer la solidaridad de Dios, sino también a creer más en el hombre. Hemos de hacer nuestras con más razón que nadie las conocidas palabras de A. Camus: «En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio».
Esto sigue siendo verdad también hoy aquí, entre nosotros. Necesitamos creer más en el hombre y en su capacidad para ir resolviendo los problemas de la convivencia socio-política desde una actitud de diálogo y colaboración. Creer más en las gentes de nuestro pueblo y en su capacidad para resolver sus problemas por unos cauces de paz.
El camino hacia la paz es, sin duda, largo y sólo se avanza en él por etapas. Son muchos los obstáculos a vencer. Muchos los intereses y dificultades que obstaculizan el lento caminar.
A veces, puede parecer que la verdadera paz se aleja cada vez más, en la medida en que se abren nuevas heridas, aumentan los odios, crece la desconfianza en el diálogo, y parece cundir el cansancio y el desaliento.
Pero el deseo sincero de paz, justicia y verdad que sienten tantos hombres y mujeres sencillos de nuestro pueblo se abrirá camino tarde o temprano. No estamos solos. Dios está con nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA


DEMASIADO bello para ser verdad. Así se nos presenta hoy el mensaje de la Navidad. ¿Cómo anunciar una «alegría grande» a todo el mundo cuando sabemos que la vida es para tantos una amenaza continua de inseguridad, de sinsentido y de miedo? ¿Cómo cantar la paz en la tierra cuando vivimos envueltos en crueles imágenes de guerra y terror? ¿Quién podrá consolar nuestro corazón del cansancio y la desilusión?
Hace unos años K. Rahner escribió algo que quiero escuchar estos días: «Cuando al pobre corazón le parece que lo que anuncia la Navidad es demasiado bello para ser verdad, entonces la voz del corazón debe atender con más urgencia al mensaje del Niño que ha nacido hoy». Navidad nos dice, en primer lugar, quién es Dios. Hay algo muy metido en nosotros que nos lleva a imaginarlo omnipotente, eterno y lejano. Sin embargo, Dios es diferente de lo que nosotros pensamos de él. Dios no es un invento de los teólogos; es algo misterioso e increíble que ha llevado a Dios a compartir nuestra existencia. ¿No es una suerte que Dios sea así?
Navidad nos revela, al mismo tiempo quién es el hombre. Sentimientos contrarios se entremezclan dentro de mí estos meses: decepción y confianza, pena por el ser humano y deseo grande de paz, desilusión y secreta esperanza: no puedo «entender» la lógica de los poderosos de la Tierra y me apena el silencio de los hombres de bien. Navidad nos dice que la aventura humana no es un fracaso; que no estamos solos en manos del mal; que Dios sufre con nosotros; que él nos acompaña hacia la vida eterna. Desde el desamparo del Pesebre hasta el asesinato de la Cruz, Cristo no dice otra cosa. ¿De quién nos puede llegar la «salvación» si no es de El?.
No es fácil pronunciar hoy esta palabra, pero tiene razón el teólogo belga A. Gesche cuando afirma que «la idea de salvación merece ser escuchada de nuevo como una de esas viejas palabras que vuelven a resonar en nosotros porque todavía tienen algo que decirnos». El mundo busca «salvación» y no sabe hacia dónde dirigir su mirada. ¿Nos atreveremos a escuchar el mensaje navideño?

José Antonio Pagola


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