lunes, 30 de diciembre de 2013

05/01/2014 - 2º domingo de Navidad (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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5 de enero de 2014

2º domingo de Navidad (A)


EVANGELIO

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre, enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí,
pasa delante de mí,
porque existía antes que yo"».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
el Hijo único,
que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
5 de enero de 2014

RECUPERAR LA FRESCURA DEL EVANGELIO

En el prólogo del evangelio de Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos obligan a revisar de manera radical nuestra manera de entender y de vivir la fe cristiana, después de veinte siglos de no pocas desviaciones, reduccionismos y enfoques poco fieles al Evangelio de Jesús.
La primera afirmación es ésta: “La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Dios no ha permanecido callado, encerrado para siempre en su misterio. Nos ha hablado. Pero no se nos ha revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y cómo busca construir un mundo más humano para todos.
Esta dos afirmaciones están en el trasfondo del programa renovador del Papa Francisco. Por eso busca una Iglesia enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o costumbres  “no directamente ligadas al núcleo del Evangelio”. Si no lo hacemos así, “no será el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas”.
La actitud del Papa es clara. Solo en Jesús se nos ha revelado la misericordia de Dios. Por eso, hemos de volver a la fuerza transformadora del primer anuncio evangélico, sin eclipsar la Buena Noticia de Jesús y “sin obsesionarnos por una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia”.
El Papa piensa en una Iglesia en la que el Evangelio pueda recuperar su fuerza de atracción, sin quedar obscurecida por otras formas de entender y vivir hoy la fe cristiana. Por eso, nos invita a “recuperar la frescura original del Evangelio” como lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”, sin encerrar a Jesús “en nuestros esquemas aburridos”.
No nos podemos permitir en estos momentos vivir la fe sin impulsar en nuestras comunidades cristianas la conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que nos llama el Papa. Él mismo nos pide a todos “que apliquemos con generosidad y valentía sus orientaciones sin prohibiciones ni miedos”.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
2 de enero de 2011

EL ROSTRO HUMANO DE DIOS

No recuperaremos los cristianos el vigor espiritual que necesitamos en estos tiempos de crisis religiosa, si no aprendemos a vivir nuestra adhesión a Jesús con una calidad nueva. Ya no basta relacionarnos con un Jesús mal conocido, vagamente captado, confesado de manera abstracta o admirado como un líder humano más.
¿Cómo redescubrir con fe renovada el misterio que se encierra en Jesús? ¿Cómo recuperar su novedad única e irrepetible? ¿Cómo dejarnos sacudir por sus palabras de fuego? El prólogo del evangelio de Juan nos recuerda algunas convicciones cristianas de suma importancia.
En Jesús ha ocurrido algo desconcertante. Juan lo dice con términos muy cuidados: «la Palabra de Dios se ha hecho carne». No se ha quedado en silencio para siempre. Dios se nos ha querido comunicar, no a través de revelaciones o apariciones, sino encarnándose en la humanidad de Jesús. No se ha "revestido" de carne, no ha tomado la "apariencia" de un ser humano. Dios se ha hecho realmente carne débil, frágil y vulnerable como la nuestra.
Los cristianos no creemos en un Dios aislado e inaccesible, encerrado en su Misterio impenetrable. Nos podemos encontrar con él en un ser humano como nosotros. Para relacionarnos con él, no hemos de salir de nuestro mundo. No hemos de buscarlo fuera de nuestra vida. Lo encontramos hecho carne en Jesús.
Esto nos hace vivir la relación con él con una profundidad única e inconfundible. Jesús es para nosotros el rostro humano de Dios. En sus gestos de bondad se nos va revelando de manera humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En sus palabras vamos escuchando su voz, sus llamadas y sus promesas. En su proyecto descubrimos el proyecto del Padre.
Todo esto lo hemos de entender de manera viva y concreta. La sensibilidad de Jesús para acercarse a los enfermos, curar sus males y aliviar su sufrimiento, nos descubre cómo nos mira Dios cuando no ve sufrir, y cómo nos quiere ver actuar con los que sufren. La acogida amistosa de Jesús a pecadores, prostitutas e indeseables nos manifiesta cómo nos comprende y perdona, y cómo nos quiere ver perdonar a quienes nos ofenden.
Por eso dice Juan que Jesús está «lleno de gracia y de verdad». En él nos encontramos con el amor gratuito y desbordante de Dios. En él acogemos su amor verdadero, firme y fiel. En estos tiempos en que no pocos creyentes viven su fe de manera perpleja, sin saber qué creer ni en quién confiar, nada hay más importante que poner en el centro de las comunidades cristianas a Jesús como rostro humano de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS

DIOS ENTRE NOSOTROS

La palabra se hizo carne.

El evangelista San Juan, al hablarnos de la encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con María y José. San Juan se adentra en el misterio desde otra hondura.
En Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En esa Palabra había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros mismos somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.
A los hombres nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser verdadero. Un Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo nuestros problemas. Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo en la tierra.
Una de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está ahora en medio de nosotros. Y sin embargo, después de la encarnación, a Dios sólo lo podremos encontrar entre los hombres, con los hombres, en los hombres.
Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia y la vida nos sigue pareciendo vacía. Dios ha venido a habitar en el corazón humano y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros y parece estar totalmente ausente en nuestras relaciones.
Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal. Dios se ha encarnado en un cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu.
También entre nosotros se cumplen las palabras de San Juan: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Dios busca acogida en nosotros y nuestra ceguera cierra las puertas a Dios.
Y sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de verdad». El que cree, siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en sus ojos una luz para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia de ese Dios que lo llena todo.
¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿La vida nos refleja solamente las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón? Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que también hoy quieren habitar en nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
2 de enero de 2005

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO

VINO AL MUNDO

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

El hombre de hoy mira más que nunca hacia adelante. El Futuro le preocupa. No es sólo curiosidad. Es inquietud. Estamos ya escarmentados. Sabemos que los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Son pocos los que creen hoy en grandes proyectos para la humanidad.
Hemos progresado mucho, pero el futuro del mundo es tan incierto como siempre o incluso más oscuro e indescifrable que nunca. ¿Quién se atreve hoy a arriesgar algún pronóstico? ¿Quién sabe hacia dónde nos está llevando esto que llamamos «progreso»?
Las posturas pueden ser diversas. Algunos se encierran en un optimismo ingenuo: «el hombre es inteligente, todo irá cada vez mejor». Otros caen en una secreta resignación: «no se puede esperar otra cosa de los políticos, nada nuevo van a aportar las religiones, hay que agarrarse a lo que tenemos». Hay quienes se hunden en la desesperanza: «ya no somos dueños del futuro, estamos cometiendo errores que nos acercan a la destrucción».
Hay una manera sencilla de definir a los cristianos. Son hombres y mujeres que tienen esperanza. Es su rasgo fundamental. Ya san Agustín decía que «esperar a Dios significa tenerlo» y el poeta Peguy nos recordaba que la esperanza es «la fe que le gusta a Dios».
Los cristianos no pretendemos conocer el futuro del mundo mejor que los demás. Sería una ingenuidad entender el lenguaje apocalíptico de los evangelios como un reportaje sobre lo que va a suceder al final. Viviendo día a día la marcha del mundo, también nosotros nos debatimos entre la inquietud y la resignación. Sólo Dios es nuestra esperanza.
El porvenir último del mundo es Dios. Lo sepamos o no, estamos colocados ante él. La historia se encamina hacia su encuentro. Al final, todo lo finito muere en Dios, y en Dios alcanza su verdad última. Dios es el final misterioso del mundo.
En las fiestas de Navidad se nos recuerda algo que puede hacer sonreír a más de uno, pero que, para el creyente, es la fuerza más sólida para mantener la esperanza: Dios nos ha venido al mundo encarnándose en Jesús. Muchos no lo acogen pero quienes lo hacen, conocen su «gracia» y su «verdad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
3 de enero de 1999

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA

¿PODÉIS?

Los suyos no le recibieron.

Este año me suenan de manera diferente las palabras con que el evangelista san Juan describe el inmenso error de la humanidad al no acoger a Dios: «Vino al mundo y el mundo no le conoció... Vino a su casa y los suyos no le recibieron. » Son muchos los que ya no esperan a Dios ni les preocupa en absoluto recibirlo en sus vidas. Les basta recibir con euforia el Año Nuevo.
He podido contemplar en los telediarios de Sky News cómo se recibe en el mundo el año nuevo. He visto a las gentes de Londres reunidas para escuchar las campanadas del Big Ben e iniciar la «noche loca» del Año Nuevo, el espectáculo de los fuegos artificiales sobre el cielo de Nueva York, las clases elegantes de París brindando con el mejor champagne, los jóvenes de Nueva Sydney saludando el año con la primera borrachera.
Lo que no he podido ver en ningún canal es cómo se recibe al Año Nuevo en los barrios de Kigali o Bujumbura, en los poblados de Etiopía o en la periferia de Calcuta. No habrá fuegos artificiales porque no tienen luz para iluminar sus casas destartaladas. No brindarán con champagne porque los he visto recorrer kilómetros para buscar agua potable. No organizarán el «gran cotillón de Nochevieja» con solomillo braseado al vino tinto con hongos y «festival de repostería selecta», porque tendrán que contentarse con algo de mandioca o unos trozos de boniato.
Cuando Jesús invitaba a «acoger el reino de Dios y su justicia», no estaba proclamando un mensaje espiritual y etéreo. Estaba señalando el único camino que nos puede llevar a los hombres hacia un futuro más humano y más dichoso para todos. Pensemos, por un momento, que los hombres acogen realmente a Dios como Padre de todos y como criterio absoluto de la existencia humana. En esa misma medida tendría que reinar en la Tierra la solidaridad fraterna, los poderosos no podrían abusar de los débiles, ni los ricos ignorar a los pobres, ni los países satisfechos del Norte abandonar a los pueblos hambrientos de la Tierra.
Este mensaje constituye el núcleo esencial del evangelio y lo hemos de tomar en serio quienes nos decimos cristianos. No para amargarnos las fiestas o dejar de disfrutar de la vida, sino para que nos ayude a escuchar en el fondo de nuestra conciencia una pregunta ineludible: «¿podéis ser felices sabiendo que no todos pueden tener parte en vuestra felicidad?» Estoy convencido de que seríamos más humanos y más felices si nos atreviéramos a poner un límite a nuestro bienestar para poder compartirlo con los pueblos pobres de la Tierra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
3 de enero de 1993

ATENCION A LO INTERIOR

La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

Confieso que no puedo soportar programas televisivos como Rifi-Rafe que pretenden abordar el misterio de Dios en medio de altercados, arremetidas al contrario y aplausos cerrados a cualquier vulgaridad. Me producen disgusto y pena. Son el mejor ejemplo de lo que no hay que hacer para encontrarse con Dios.
A Dios no se le busca así. Como un ser extraño que, tal vez, existe en algún lugar lejano y desconocido, y que, de vez en cuando, puede ser tema curioso de discusión, algo así como la existencia de los extraterrestres.
Para encontrarse con Dios es necesario descender al fondo de uno mismo y saber exponerse al misterio que se encierra dentro de cada uno de nosotros. Quien no encuentra a Dios en su interior, difícilmente lo encontrará en lugar alguno.
Por eso, lo mejor que podemos hacer todos, creyentes e increyentes, no es entablar polémicas «cara al público» para embestir cada uno a su contrario de la manera más ingeniosa posible, sino ayudarnos a encontrar la actitud más acertada para ponernos en contacto con «lo profundo» de la existencia.
La primera dificultad que encuentran muchas personas hoy para percibir las huellas de Dios en el mundo y los signos de su presencia en nosotros es la poca capacidad para llegar a su interior. Configurados por una cultura que nos arrastra siempre hacia lo exterior, no aciertan a descender hasta su propio misterio. Dom Helder Cámara acostumbraba a decir que somos bien pobres «si no comprendemos que es con los ojos cerrados como se ve todo mejor».
Por eso, con diferentes lenguajes, todas las religiones invitan a la «vida interior». No es una llamada a vivir replegados sobre nosotros mismos y cerrados a la vida, sino una invitación a hallar el «espacio» donde la persona puede encontrarse con Dios y desde donde puede comenzar a vivir la existencia entera con un sentido, una fundamentación y un horizonte diferentes.
Incluso cuando uno, al bajar a su interioridad, sólo encuentra soledad profunda y un silencio aplastante, «algo sucede» en la persona. Experimentar la propia fragilidad, la incapacidad de conocer y dominar nuestro destino, el misterio que, por todas partes, penetra nuestra existencia, puede conducir a la persona a vivir abierta a la trascendencia, aunque, de momento, no pueda darle un nombre concreto.
La alegoría de Cristo como «verdadera vid» y los hombres como «sarmientos», no hace sino recordarnos que siempre es posible la comunicación vital con El. A través de Cristo, la presencia amorosa de Dios puede llegar como «savia renovadora» a cualquier vida y en cualquier momento. Por eso, el Concilio Vaticano II afirmaba que «todo hombre puede encontrar a Dios de una manera que sólo Dios conoce».
En medio de estas fiestas de Navidad, la liturgia cristiana nos recuerda que «a Dios nadie le ha visto jamás», pero Cristo, su Hijo, «lo ha dado a conocer». Por eso, quien lo escucha con sinceridad interior experimenta también hoy que, por medio de El, nos llegan «la gracia y la verdad» de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE

ALERGIA A LA MISA

Los suyos no la recibieron.

Son muchos los que, aun confesándose cristianos, han abandonado casi totalmente la práctica dominical. Basta escucharlos con atención para descubrir en ellos una especie de «alergia» hacia la misa.
Algunos dicen que les aburre el carácter repetitivo de la celebración dominical. Desearían algo más vivo y espontáneo. Sin embargo, el carácter repetitivo es algo inherente a la misma condición humana. Toda nuestra vida está hecha de gestos y actividades que se repiten de manera regular. Lo importante es no vivir de manera rutinaria, con esa «alma habituada» de la que hablaba Peguy.
¿Es rutinaria la misa dominical para quien pide perdón por los errores y pecados concretos cometidos durante la semana, para quien agradece a Dios todo lo bueno y positivo, para quien pide al Señor luz y fuerza para enfrentarse a la vida siempre nueva de cada día?
Hay quienes dicen que les resulta una liturgia hipócrita y artificial, que queda muy lejos de esa vida real donde cada uno ha de mostrar con hechos la fe que lleva dentro.
Pero, ¿es hipócrita escuchar, semana tras semana, el evangelio de Jesucristo, recordar sus exigencias y su interpelación, y renovar el compromiso de ser cada vez más coherente con las propias convicciones? ¿No es más hipócrita llamarse creyente y vivir, semana tras semana, sin recordar siquiera a Dios?
Otros se alejan de la misa como de algo mágico, un conjunto de ritos extraños y anacrónicos, envueltos en un lenguaje hermético e impenetrable, que difícilmente puede decirle algo a un hombre enraizado en la cultura moderna?
Pero, ¿es algo mágico buscar el encuentro personal con Cristo, alimentar la propia fe en la escucha del evangelio, buscar la renovación profunda de nuestro ser en el contacto vivificador con la comunidad creyente y con el Señor presente en la eucaristía?
Hay quienes rechazan la misa porque la Iglesia ha insistido en su carácter obligatorio. No están dispuestos a someterse por más tiempo a una obligación precisamente el día en que uno puede liberarse del trabajo y de otras cargas profesionales.
Pero, ¿se puede ser creyente sin sentirse nunca urgido interiormente a alabar y dar gracias a Dios? ¿Se puede ser cristiano sin sentirse nunca llamado a comulgar con Cristo?
Durante las fiestas de Navidad hay un texto que se escucha repetidamente en la liturgia: «La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre... Vino a su casa, y los suyos no la recibieron». ¿No es una interpelación para todos? ¿No estamos abandonando a quien desea hacerse más presente en nuestra vida?
A pesar de todas las limitaciones y defectos que puede tener la celebración concreta de la misa en una comunidad cristiana, la eucaristía puede ser para muchos la única experiencia que alimente hoy su fe. Hemos de preguntarnos con sinceridad: ¿Por qué he abandonado en realidad esa misa dominical que podría reavivar mi fe?  

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de enero de 1987

PODEMOS CAMBIAR

La tiniebla no la recibió...

Sólo algunos lo dicen, pero son muchos los que lo piensan. Si Dios ha venido al mundo, ¿por qué todo sigue exactamente igual que si no hubiera venido? ¿A qué viene celebrar el nacimiento de Cristo y cantar paz y fraternidad, si el mundo seguirá tan mal como siempre?
Los creyentes deberíamos escuchar con atención estas preguntas que parecen cuestionar y poner en aprieto nuestra fe cristiana. En realidad, son planteamientos que nos ayudan a profundizar más en nuestro ser de creyentes.
Cuando el evangelista San Juan narra la Navidad no nos describe lo que ocurrió en Belén, sino lo que sucede en los corazones de los hombres cuando llega Dios. Unos lo rechazan y otros lo acogen.
La Navidad es algo que sucede en el corazón de cada hombre, en el núcleo más libre y personal de cada uno. El que acoge a Dios desde su ser más íntimo, encuentra luz para caminar, fuerza para luchar, alegría para vivir.
Pero no todos lo acogen. Con la venida de Cristo nada cambia para quien no quiere cambiar. Nada se ilumina para aquel que huye de la luz. Nada nuevo sucede en quien no se quiere renovar.
Y es que Dios siempre se acerca a los hombres respetando nuestra libertad. No se ha hecho hombre para sustituir al hombre o anular nuestra responsabilidad.
Por eso Dios no es un mago venido al mundo a hacer desaparecer el mal con sus artes fantásticas, dejándonos a los hombres boquiabiertos. Dios ha venido a compartir nuestras luchas y esfuerzos y sostenernos en nuestro caminar hacia un mundo siempre mejor.
Este sistema puede cambiar aunque traten de convencernos de que no puede haber otro mejor y que para subsistir necesita la muerte de millones de hombres, víctimas del hambre. Esta sociedad puede cambiar aunque traten de persuadirnos de que sólo dejando en el paro a millones de hombres se puede avanzar.
Pero no cambiará sólo con gritos, protestas y críticas estériles. Cambiará con la lucha solidaria, lenta, tenaz de todos los que realmente deseen cambiar.
Cambiará si cambiamos nuestros egoísmos colectivos, nuestras reivindicaciones insolidarias, nuestra inhibición y pasividad ante los abusos e injusticias.
Todo podrá cambiar si un día nos atrevemos a creer que todo hombre y toda mujer es mi hermano y mi hermana. Los que crean esto “entenderán» la Navidad. Los demás seguirán en tinieblas aunque la luz sigue brillando.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS

DIOS ENTRE NOSOTROS

Y acampó entre nosotros.

El evangelista San Juan, al hablarnos de la Encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con María y José. San Juan se adentra en el misterio desde otra hondura.
En Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En esa Palabra había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros mismos somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.
A los hombres nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser verdadero. Un Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo nuestros problemas.
Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo en la tierra. Y seguimos persiguiéndole fuera, sin acogerlo con fe en nuestro interior.
Una de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está ahora en medio de nosotros. Y sin embargo, después de la En carnación, a Dios sólo le podremos encontrar entre los hombres, con los hombres, en los hombres.
Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia y la vida nos sigue pareciendo vacía. Dios ha venido a habitar en el corazón de los hombres y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros y parece estar totalmente ausente en nuestras relaciones.
Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal. Dios se ha encarnado en un cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu.
También entre nosotros se cumplen las palabras de San Juan: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Dios busca acogida en nosotros y nuestra ceguera cierra las puertas a Dios.
Y sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de verdad». El que cree, siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en sus ojos una luz para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia de ese Dios que lo llena todo.
¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿La vida nos refleja solamente las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón?
Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que también hoy quieren habitar en nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
4 de enero de 1981

Y LOS SUYOS NO LE RECIBIERON

Y los suyos no le recibieron.

No es fácil acoger a Dios y permitir que se adentre en nuestras vidas Los «creyentes» siempre corremos el riesgo de encubrir nuestra falta de acogida a Dios bajo la apariencia de una fe que, tantas veces, confesamos sólo verbalmente.
Hay preguntas sencillas que sólo enunciarlas arrojan ya una luz grande, capaz de desenmascarar nuestras confesiones más firmes.
¿Dejamos a Dios encarnarse en nuestras vidas o nos limitamos a confesar la Encarnación de Dios, viviendo una vida prácticamente «atea»? ¿Vivimos convirtiéndonos o nos limitamos a creer en la conversión? ¿Amamos o nos limitamos a creer en el amor, sin dejar de ser los viejos egoístas de siempre?
Si tuviéramos algo más de sensibilidad para captar la verdad del evangelio, descubriríamos que el fondo de nuestro corazón sigue sin estar «evangelizado». Nos daríamos cuenta de que nos hemos afincado en la Iglesia cada uno con nuestros intereses y egoísmos, impermeables a la llamada de Jesús.
Y, sin embargo, Dios sigue viniendo. Y, de muchas maneras, su interpelación y su llamada nos seguirán alcanzando también durante este nuevo año que acabamos de estrenar.
Es cierto que también este año continuaremos cometiendo los mismos errores y las mismas equivocaciones. Y que seguiremos estropeando cada día nuestra vida, y obstaculizando a cada momento nuestra convivencia.
Pero, también es verdad que un año nuevo es siempre tiempo abierto, algo inédito todavía, tiempo de gracia, lleno de nuevas posibilidades.
Y un hombre siempre puede cambiar. Aunque, a veces, nos cueste creerlo, siempre podemos ser mejores. Todavía podemos ser más humanos. También este año nuevo.
Podremos tener más arrugas, pero también más corazón. Podremos tener más años, pero menos egoísmos. Podremos tener gestos más humanos, aunque en estos momentos comprobemos que todavía somos una calamidad.
Este año podemos creer un poco más que Dios es bueno y nos quiere. Podemos descubrir que está más cerca de nosotros de lo que sospechamos.
Podemos sentir que todavía nos llama desde el fondo de nuestro ser, porque sentimos que el amor, la sinceridad y la alegría están todavía vivos en algún rincón de nuestra conciencia. Todavía le podemos recibir en nuestra casa.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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domingo, 29 de diciembre de 2013

01/01/2014 - Santa María, Madre de Dios (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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1 de enero de 2014

Santa María, Madre de Dios (A)


EVANGELIO

Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
Fecha

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
1 de enero de 2011

LA MADRE

(Ver la homilía del 1 de enero de 2.008).

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 -
1 de enero de 2008

LA MADRE

María conservaba todas estas cosas.

A muchos puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María Madre de Dios. Y sin embargo, es significativo que, desde el siglo iv, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.
Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas.
Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo.
Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura.
Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecemos con su ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es sólo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
1 de enero de 2005

ANTE UN NUEVO AÑO

... meditándolas en su corazón.

Dice el teólogo Ladislao Boros en alguno de sus escritos que uno de los principios cardinales de la vida cristiana consiste en que «Dios comienza siempre de nuevo». Con él nada hay definitivamente perdido. En él todo es comienzo y renovación.
Por decirlo de manera sencilla, Dios no se deja desalentar por nuestra mediocridad. La fuerza renovadora de su perdón y de su gracia es más vigorosa que nuestros errores y nuestro pecado. Con él, todo puede comenzar de nuevo.
Por eso, es bueno comenzar el año con voluntad de renovación. Cada año que se nos ofrece de vida es un tiempo abierto a nuevas posibilidades, un tiempo de gracia y de salvación en el que se nos invita a vivir de manera nueva. Por ello, es importante escuchar las preguntas que pueden brotar de nuestro interior.
¿Qué espero yo del nuevo año? ¿Será un año dedicado a «hacer cosas», resolver asuntos, acumular tensión, nerviosismo y malhumor o será un año en que aprenderé a vivir de manera mas humana?
¿Qué es lo que realmente quiero yo este año? ¿A qué dedicaré el tiempo más precioso e importante? ¿Será, una vez más, un año vacío, superficial y rutinario, o un año en que amare la vida con gozo y gratitud?
¿Qué tiempo reservaré para el descanso, el silencio, la música, la oración, el encuentro con Dios? ¿Alimentaré mi vida interior o viviré de manera agitada, en permanente actividad, corriendo de una ocupación a otra, sin saber exactamente qué quiero ni para qué vivo?
¿Qué tiempo dedicaré al disfrute íntimo con mi pareja y a la convivencia gozosa con los hijos? ¿Viviré fuera de mi hogar organizándome la vida a mi aire o sabré amar con más dedicación y ternura a los míos?
¿Con quiénes me encontraré este año? ¿A qué personas me acercaré? ¿Pondré en ellas alegría, vida, esperanza, o contagiaré desaliento, tristeza y muerte? Por donde yo pase, ¿será la vida más gozosa y llevadera o más dura y penosa?
¿Viviré este año preocupado sólo por mi pequeño bienestar o me interesaré también por hacer felices a los demás? ¿Me encerraré en mi viejo egoísmo de siempre o viviré de manera creativa, tratando de hacer a mí alrededor un mundo más humano y habitable?
¿Seguiré viviendo de espaldas a Dios o me atreverá a creer que es mi mejor Amigo? ¿Permaneceré mudo ante él, sin abrir mis labios ni mi corazón, o brotará por fin desde mi interior una invocación humilde pero sincera?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
1 de enero de 2002

ARRIESGARSE

… meditándolas en su corazón.

Los expertos afirman que ha crecido en la sociedad moderna la búsqueda de seguridad. Es normal que suceda así en tiempos de crisis. Las personas se arriesgan cada vez menos. Es lo mejor para no tener problemas o disgustos. No hay que cometer errores. Hay que medir bien las consecuencias para evitar críticas o rechazos.
Unos se defienden reduciendo su vida al ámbito de lo privado. Otros se parapetan detrás de una ideología, una religión o un código de comportamiento social obligado. Hay que ser políticamente o religiosamente correcto. Es peligroso salirse del «pensamiento único».
Ahora bien, quien sólo busca seguridad, termina empobreciendo su existencia. Es difícil que en esa vida aparezca algo realmente nuevo. Las personas se incapacitan para tener ideas nuevas. Pierden creatividad. Se les apaga la imaginación. Su vida es pura repetición.
Ésta búsqueda de seguridad que tanto puede paralizar la vida no afecta sólo a los individuos. Hay un modo de hacer política inmediatista y pragmática que ahoga cualquier proyecto renovador para el futuro. Los problemas siguen bloqueados por falta de voluntad y de audacia. Algo parecido sucede en la Iglesia. Vivimos tiempos de graves crisis, pero nos falta valor para intentar caminos nuevos. Nos parece más seguro y hasta más evangélico seguir haciendo lo de siempre.
Es difícil imaginar un deseo más irreal y falso que ése del «Año Nuevo, vida nueva», que se repite entre nosotros estos días. Una cifra nueva en nuestros calendarios no introducirá nada nuevo en nuestras vidas. Si los políticos no actúan de manera más audaz y decidida, nuestros problemas seguirán bloqueados. Si en la Iglesia no confiamos más en la fuerza renovadora del Evangelio, seguiremos evitando posibles riesgos y errores, pero no aportaremos luz y esperanza al mundo moderno.
Para cada uno de nosotros, este año será nuevo si nos entusiasmamos por algún proyecto nuevo, si tomamos iniciativas nuevas, si nos arriesgamos a amar con más generosidad, si nos atrevemos a creer en Dios con más verdad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
1 de enero de 1999

NUEVO

Dando gloria y alabanza a Dios.

Mañana comenzaremos un año nuevo. Todos conocemos el ritual: cenas ruidosas, copas de champagne y augurios de felicidad. ¿Cómo creer de verdad en esa mentira repetida una y otra vez deseándonos «año nuevo, vida nueva». Año nuevo, pero vida nada nueva, nada diferente y renovada.
Además, no nos gusta por lo general lo realmente nuevo. Lo nuevo es desconocido, nos inquieta, no lo podemos controlar. Nos tranquiliza más recorrer los caminos conocidos de siempre. Es más seguro. Sin embargo, algo queremos desearnos mutuamente con esos saludos de comienzo de año. En el fondo, todos intuimos que hemos nacido para vivir algo más grande, más pleno y verdadero que lo que vamos conociendo año tras año.
Pero, ¿qué puede haber de nuevo en el año que comienza? ¿Qué puede suceder de nuevo por el hecho de que el reloj dé esta noche doce campanadas? Nada realmente. También el próximo año se sucederán los hechos de siempre, las mismas desgracias, los mismos errores, parecidas satisfacciones. Lo que puede introducir verdadera novedad en nuestra vida es la manera nueva de vivirla. Nuestra actitud nueva ante los acontecimientos, las personas y las cosas.
Este año será nuevo si sabemos mirar los rostros de las personas queridas con más cariño y más comprensión, si sabemos estar más atentos a los desconocidos y detenemos ante quienes sufren. Será nuevo si sabemos hacer cosas tan sencillas como mirar de manera diferente la belleza de los paisajes de siempre o disfrutar más despacio del encanto de las estaciones.
Será un año nuevo si hacemos a Dios más sitio en nuestra vida, si aprendemos a creer de manera diferente, con más confianza y menos miedos. Si nos atrevemos a rezarle no sólo con oraciones prestadas, sino con palabras salidas de nuestro corazón.
En la liturgia de este primer día del año se recuerda una hermosa bendición judía que dice así: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda la paz» (Números 6, 24-26). Esta bendición de Dios será nueva cada día. Dios no se repite y aunque nosotros sigamos los caminos viejos de nuestros errores y pecados de siempre, El estará cerca buscando en todo nuestro bien. Dios será la verdadera novedad del año.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
1 de enero de 1996

DESPEDIR EL AÑO

Dando gloria y alabanza a Dios.

Paso los últimos días del año conviviendo con misioneros y misioneras que trabajan en Rwanda. Aquí están, en medio de la tragedia de este pueblo dividido por el odio y amenazado por la muerte y el hambre. Aquí viven aliviando el dolor de la gente, curando como pueden a los enfermos, organizando la acogida a los huérfanos y tratando de quitar el hambre.
Les oigo hablar de sus experiencias en los campos de refugiados y de sus visitas a las cárceles. Les veo arriesgar su propia seguridad para estar cerca de los que sufren. Hablan de las cosas más terribles con la mayor sencillez. No son héroes. Al menos, ellos, nunca se dejarían llamar así. Son hombres y mujeres movidos por una fe grande en Dios y por un amor incondicional al ser humano.
Estos misioneros despiden un año duro y difícil y comienzan otro lleno de incertidumbre. Mientras convivo con ellos, llegan hasta aquí noticias de que en el País Vasco sigue corriendo la sangre. Van pasando los años y nada parece cambiar. ¿Por qué no somos capaces ya de abrir caminos de diálogo y pacificación?
Llega el momento de despedir el año. Cada uno ha de hacerlo en lo hondo de su corazón porque cada persona es diferente. El año vivido por uno, no es igual al que ha vivido el otro. Cada uno va recorriendo su propio camino. Ha transcurrido un año más. Queda para siempre en nuestro pasado, con sus trabajos y sus penas, con sus gozos y sus logros.
Pero, ¿dónde queda este año que ahora termina?, ¿desaparece en la nada?, ¿lo podemos confiar a Alguien? Sin duda, este año es nuestro, lo hemos vivido nosotros y nos pertenece. Pero es un año que lo dejamos para siempre en manos de Dios.
No lo podemos hacer sin pedir perdón, no sólo por nuestra mediocridad, sino, sobre todo, por el bien que hemos dejado de hacer. Hemos de despedirlo también con un sentimiento de agradecimiento. Dios nos ha ido regalando la vida día a día. No importa que nosotros lo hayamos olvidado. El ha estado ahí. Como dice san Pablo: «En Él vivimos, nos movemos y existimos.» No nos ha faltado su bendición. Su gracia ha sido más grande que nuestro pecado. Su misericordia, mayor que nuestra mediocridad.
Sin detenernos un instante, entraremos en un año nuevo. Sabemos que será un año como tantos otros. La única novedad será la que introduzcamos nosotros mismos en nuestra propia vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
1 de enero de 1993

BALANCE

Meditándolas en su corazón.

Acabamos de concluir un año para comenzar otro nuevo. Son días propicios para el balance y la reflexión. La persona que nunca se detiene para encontrarse consigo misma, corre el riesgo de vivir ausente de su centro, dejándose llevar por la vida, sin renovarse ni ser ella misma.
Por eso, es bueno en estas fechas detenernos para ponernos en contacto con nuestro verdadero yo. Sin miedo alguno, con paz, ante ese Dios que sólo quiere nuestro bien. Pero, ¿cómo se hace un balance personal? ¿Cómo comenzar el año en actitud de renovación? He aquí algunas sugerencias.
Tal vez, lo primero es preguntarnos cuál es nuestro estado de ánimo en estos momentos. Comienza un año nuevo, ¿qué siento dentro de mí? ¿Verdad, paz, vida? O por el contrario, ¿percibo turbación, ansiedad y confusión? Es bueno mirar de frente nuestros sentimientos y ponerles nombre. Ahí podemos encontrar ya alguna luz para orientar nuestra vida por un camino más acertado.
Pero hemos de preguntarnos enseguida por lo positivo que hay en nuestra vida. ¿Qué he recibido de bueno a lo largo de este año? ¿Qué experiencias y encuentros positivos he vivido? ¿Qué es lo que más he de agradecer? Experimentar la vida como don que vamos recibiendo gratuitamente es una de las maneras más espontáneas de ir descubriendo la bondad de Dios. Sólo este convencimiento podría ya cambiar mi vida.
Hay otras preguntas de suma importancia. ¿Qué he aprendido este año? ¿Qué he descubierto con más claridad sobre mí mismo o sobre los demás? He descubierto a Dios en mis gozos y mis penas, en mis temores y en mis trabajos? ¿Ha habido algún acontecimiento o alguna persona que me ha dado nueva luz? Nuestra experiencia no crece sólo con el pasar de los años, sino con la reflexión que vamos haciendo sobre lo vivido.
También hemos de revisar nuestros errores. ¿Qué equivocaciones he cometido a lo largo de este año? ¿Qué relaciones he estropeado? ¿Qué es lo que más he descuidado? ¿Por qué he vivido tan ocupado por mis cosas y tan olvidado del bien de los demás? Arrepentirse y distanciarse de lo malo que ha habido en nuestra vida es ya una manera de renovarse y despertar lo mejor que hay dentro de nosotros.
Ahora comienza un año nuevo. ¿No siento ninguna llamada en mi interior? ¿Cómo quiero que sea este año? ¿Qué he de hacer para vivir de manera más sana y más humana? No sabemos qué nos espera a lo largo de este año que comienza. Una cosa es segura. Dios estará siempre buscando nuestro bien. Podremos confiar en El.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
1 de enero de 1990

ANTE UN NUEVO AÑO

... Meditándolas en su corazón.

Dice el teólogo Ladislao Boros en alguno de sus escritos que uno de los principios cardinales de la vida cristiana consiste en que «Dios comienza siempre de nuevo». Con él nada hay definitivamente perdido. En El todo es comienzo y renovación.
Por decirlo de manera sencilla, Dios no se deja desalentar por nuestra mediocridad. La fuerza renovadora de su perdón y de su gracia es más vigorosa que nuestros errores y nuestro pecado. Con El, todo puede comenzar de nuevo.
Por eso, es bueno comenzar el año con voluntad de renovación. Cada año que se nos ofrece de vida es un tiempo abierto a nuevas posibilidades, un tiempo de gracia y de salvación en el que se nos invita a vivir de manera nueva. Por ello, es importante escuchar las preguntas que pueden brotar de nuestro interior.
¿Qué espero yo del nuevo año? ¿Será un año dedicado a «hacer cosas», resolver asuntos, acumular tensión, nerviosismo y malhumor o será un año en que aprenderé a vivir de manera más humana?
¿Qué es lo que realmente quiero yo este año? ¿A qué dedicaré el tiempo más precioso e importante? ¿Será, una vez más, un año vacío, superficial y rutinario, o un año en que amaré la vida con gozo y gratitud?
¿Qué tiempo reservaré para el descanso, el silencio, la música, la oración, el encuentro con Dios? ¿Alimentaré mi vida interior o viviré de manera agitada, en permanente actividad, corriendo de una ocupación a otra, sin saber exactamente qué quiero ni para qué vivo?
¿Qué tiempo dedicaré al disfrute íntimo con mi pareja y a la convivencia gozosa con los hijos? ¿Viviré fuera de mi hogar organizándome la vida a mi aire o sabré amar con más dedicación y ternura a los míos?
¿Con quiénes me encontraré este año? ¿A qué personas me acercaré? ¿Pondré en ellas alegría, vida, esperanza, o contagiaré desaliento, tristeza y muerte? Por donde yo pase, ¿será la vida más gozosa y llevadera o más dura y penosa?
¿Viviré este año preocupado sólo por mi pequeño bienestar o me interesaré también por hacer felices a los demás? ¿Me encerraré en mi viejo egoísmo de siempre o viviré de manera creativa, tratando de hacer a mi alrededor un mundo más humano y habitable?
¿Seguiré viviendo de espaldas a Dios o me atreveré a creer que es mi mejor Amigo? ¿Permaneceré mudo ante El, sin abrir mis labios ni mi corazón, o brotará por fin desde mi interior una invocación humilde pero sincera?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de enero de 1987

LA NO-VIOLENCIA

Le pusieron por nombre Jesús.

Desde hace unos años, las iglesias cristianas de todo el mundo comienzan el año nuevo celebrando el Día mundial de la paz. La paz anunciada y promovida por ese Jesús que nace en Belén.
Muchas veces los cristianos no hemos sabido ver algo que M. Gandhi descubrió con gozo al leer el evangelio: la profunda convicción de Jesús de que sólo la no-violencia puede salvar a la humanidad.
Después de su encuentro con el evangelio, Gandhi escribía estas palabras: «Leyendo toda la historia de esta vida.., me parece que el cristianismo está todavía por realizar... Mientras no hayamos arrancado de raíz la violencia de la civilización, Cristo no ha nacido todavía».
La vida entera de Jesús ha sido, desde el principio hasta el fin, una llamada a resolver los problemas de la humanidad por caminos no violentos.
La violencia tiende siempre a destruir. Lleva dentro de sí misma la tendencia al exceso, Pretende solucionar los problemas de la convivencia humana arrasando al que considera enemigo, pero no hace sino poner en marcha una reacción en cadena que no tiene fin.
Jesús urge a «hacer violencia a la violencia». El verdadero enemigo del hombre hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad no es el otro sino nuestro propio «yo» egoísta, capaz de destruir a quien se nos oponga.
Es una equivocación creer que el mal se puede detener con el mal y la injusticia con la injusticia. El respeto total a cada hombre y a cada mujer, tal como lo entiende Jesús, está pidiendo un esfuerzo constante por reducir progresivamente la mutua violencia para ir extendiendo la cooperación, el diálogo y la búsqueda común de la justicia.
Los cristianos hemos de preguntarnos por qué no hemos sabido todavía extraer del evangelio todas las consecuencias de la «no-violencia» de Jesús ni le hemos dado el papel central que ha de ocupar en la vida y la predicación de las Iglesias.
Paradójicamente, han sido los países de tradición cristiana los primeros en hacer posible el deseo de los discípulos. Ya tenemos sobre nuestras cabezas ese «paraguas nuclear» que puede hacer bajar fuego del cielo y arrasarnos a todos.
Tal vez, uno de los mayores pecados de las Iglesias actuales sea el no promover e impulsar con fuerza y convicción un movimiento de no-violencia que vaya desarrollando una cultura diferente de la que estamos habituados a escuchar de los profetas del armamentismo y el «equilibrio del terror».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
1 de enero de 1984

LA MADRE

María conservaba todas estas cosas en su corazón.

A muchos puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María Madre de Dios.
Y sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.
Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas.
Hemos cuidado de superar una falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en Ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo.
Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura.
Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es sólo Madre de Jesucristo. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
1 de enero de 1981

LA MADRE DE DIOS

Encontraron a María y a José con el niño.

Se ha dicho que los cristianos de hoy vibran menos ante la figura de María que los creyentes de otras épocas. Quizás somos víctimas inconscientes de muchos recelos y sospechas ante deformaciones habidas en la piedad mariana.
A veces, se había insistido de manera excesivamente unilateral en la función protectora de María, la Madre que protege a sus hijos de todos los males, sin convertirlos a una vida más evangélica.
Otras veces, algunos tipos de devoción mariana no han sabido exaltar a María como madre sin crear una dependencia insana de una «madre idealizada» y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso.
Quizás, esta misma idealización de María como «la mujer única» ha podido alimentar un cierto menosprecio a la mujer real y ser un refuerzo más del dominio masculino. Al menos, no deberíamos desatender ligeramente estos reproches que, desde frentes diversos, se nos hace a los católicos.
Pero sería lamentable que los católicos empobreciéramos nuestra vida religiosa olvidando el regalo que María puede significar para los creyentes.
Una piedad mariana bien entendida no encierra a nadie en el infantilismo, sino que asegura en nuestra vida de fe la presencia enriquecedora de lo femenino.
El mismo Dios ha querido encarnarse en el seno de una mujer. Desde entonces, podemos decir que «lo femenino es camino hacia Dios y de Dios» (L. Boff).
La humanidad necesita siempre de esa riqueza que asociamos a lo femenino porque, aunque también se da en el varón, se condensa de una manera especial en la mujer: intimidad, acogida, solicitud, cariño, ternura, entrega al misterio, gestación, donación de vida.
Siempre que marginamos a María de nuestra vida, empobrecemos nuestra fe. Y siempre que despreciamos lo femenino, nos cerramos a cauces posibles de acercamiento a ese Dios que se nos ha ofrecido en los brazos de una madre.
Comenzamos el año celebrando la fiesta de Santa María Madre de Dios. Que ella esté siempre más presente en nuestro vivir diario.
Su fidelidad y entrega a la palabra de Dios, su identificación con los pequeños, su adhesión a las opciones de su Hijo, su presencia servidora en la Iglesia naciente y, antes que nada, su servicio de Madre del Salvador hacen de ella la Madre de nuestra fe y de nuestra esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

Año Nuevo

NO es fácil comenzar el año nuevo. Lo desconocido inquieta, no sabemos lo que nos traerá. Por eso lo festejamos de manera ruidosa: ya no es sólo la cena de Nochevieja y las ofertas especiales de las cadenas televisivas; son cada vez más los que comienzan el año echando cohetes o haciendo explotar petardos. También los antiguos romanos metían ruido para ahuyentar los malos espíritus al inicio del año. Pero se puede comenzar el año en silencio. Es, sin duda, la manera más lúcida de adentrarnos en el misterio de ese tiempo que no podemos detener y que constituye nuestra vida.
No es difícil recordar el año que se va: hemos vivido alegrías y sinsabores, hemos hecho cosas buenas y hemos cometido errores; nos hemos encontrado con personas nuevas; hemos amado y sufrido; algo ha crecido en mí y algo se ha apagado. Esa es mi verdad, ese soy yo. Si en algún rincón de mi alma sigue viva una pequeña fe, puedo agradecer, pedir perdón y confiar en ese Misterio que los creyentes llaman Dios.
Llega ahora un año nuevo. Lo nuevo no sólo inquieta, también tiene su atractivo. Lo nuevo es algo intacto, inédito, lleno de posibilidades: produce un placer especial conducir un coche nuevo, escuchar por primera vez un compacto, estrenar una prenda de vestir. Pero, ¿qué puede haber de realmente nuevo en el año que comienza? Tal vez, lo que más novedad puede introducir en nuestra vida es nuestra manera de vivirla.
¿Puedo ser yo un «hombre nuevo», una «mujer diferente»? ¿Se pueden despertar en mí ideas y sentimientos nuevos? ¿Puedo recorrer caminos no transitados, encontrar gestos nuevos, amar con nueva ternura, acercarme a Dios con corazón renovado? No hace falta que lo cambie todo. En realidad, lo nuevo está ya en germen dentro de mí. Lo importante es que viva atento a lo mejor que hay en mi corazón acogiendo aquello que me puede hacer crecer. Por eso, es bueno que nos deseemos mutuamente un Año Nuevo feliz, pero es mejor todavía que nos preguntemos: ¿qué deseo realmente para mí?, ¿qué es lo que necesito?, ¿qué busco?, ¿qué sería para mí algo realmente nuevo y bueno en este año que comienza?

José Antonio Pagola



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