lunes, 8 de octubre de 2012

14/10/2012 - 28º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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14 de octubre de 2012

28º domingo Tiempo ordinario (B)


28º domingo Tiempo ordinario (B)

EVANGELIO

Vende lo que tienes y sígueme.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,17-30

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: « ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». El replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño». Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: « ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!». Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
14 de octubre de 2012

CON JESÚS EN MEDIO DE LA CRISIS

Antes de que se ponga en camino, un desconocido se acerca a Jesús corriendo. Al parecer, tiene prisa para resolver su problema: "¿Qué haré para heredar la vida eterna?". No le preocupan los problemas de esta vida. Es rico. Todo lo tiene resuelto.
Jesús lo pone ante la Ley de Moisés. Curiosamente, no le recuerda los diez mandamientos, sino solo los que prohíben actuar contra el prójimo. El joven es un hombre bueno, observante fiel de la religión judía: "Todo eso lo he cumplido desde pequeño".
Jesús se le queda mirando con cariño. Es admirable la vida de una persona que no ha hecho daño a nadie. Jesús lo quiere atraer ahora para que colabore con él en su proyecto de hacer un mundo más humano, y le hace una propuesta sorprendente: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres... y luego sígueme".
El rico posee muchas cosas, pero le falta lo único que permite seguir a Jesús de verdad. Es bueno, pero vive apegado a su dinero. Jesús le pide que renuncie a su riqueza y la ponga al servicio de los pobres. Solo compartiendo lo suyo con los necesitados, podrá seguir a Jesús colaborando en su proyecto.
El joven se siente incapaz. Necesita bienestar. No tiene fuerzas para vivir sin su riqueza. Su dinero está por encima de todo. Renuncia a seguir a Jesús. Había venido corriendo entusiasmado hacia él. Ahora se aleja triste. No conocerá nunca la alegría de colaborar con Jesús.
La crisis económica nos está invitando a los seguidores de Jesús a dar pasos hacia una vida más sobria, para compartir con los necesitados lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para vivir con dignidad. Hemos de hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesús en estos momentos.
Lo primero es revisar nuestra relación con el dinero: ¿Qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro consumo para hacerlo más responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿Qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos?. ¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que necesitan?
Son preguntas que nos hemos de hacer en el fondo de nuestra conciencia y también en nuestras familias, comunidades cristianas e instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero si damos pequeños pasos en esta dirección, conoceremos la alegría de seguir a Jesús contribuyendo a hacer la crisis de algunos un poco más humana y llevadera. Si no es así, nos sentiremos buenos cristianos, pero a nuestra religión le faltará alegría.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
11 de octubre de 2009

UNA COSA NOS FALTA

Una cosa te falta…

El episodio está narrado con  intensidad especial. Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, pero antes de que se aleje de aquel lugar, llega "corriendo" un desconocido que "cae de rodillas" ante él para retenerlo. Necesita urgentemente a Jesús.
No es un enfermo que pide curación. No es un leproso que, desde el suelo, implora compasión. Su petición es de otro orden. Lo que él busca en aquel maestro bueno es luz para orientar su vida: « ¿Qué haré para heredar la vida eterna?». No es una cuestión teórica, sino existencial. No habla en general; quiere saber qué ha de hacer él personalmente.
Antes que nada, Jesús le recuerda que «no hay nadie bueno más que Dios». Antes de plantearnos qué hay que "hacer", hemos de saber que vivimos ante un Dios.
Bueno como nadie: en su bondad insondable hemos de apoyar nuestra vida. Luego, le recuerda «los mandamientos» de ese Dios Bueno. Según la tradición bíblica, ése es el camino para la vida eterna.
La respuesta del hombre es admirable. Todo eso lo ha cumplido desde pequeño, pero siente dentro de sí una aspiración más honda. Está buscando algo más. «Jesús se le queda mirando con cariño». Su mirada está ya expresando la relación personal e intensa que quiere establecer con él.
Jesús entiende muy bien su insatisfacción: «una cosa te falta». Siguiendo esa lógica de «hacer» lo mandado para «poseer» la vida eterna, aunque viva de manera intachable, no quedará plenamente satisfecho. En el ser humano hay una aspiración más profunda.
Por eso, Jesús le invita a orientar su vida desde una lógica nueva. Lo primero es no vivir agarrado a sus posesiones, «vende lo que tienes». Lo segundo, ayudar a los pobres, «dales tu dinero». Por último, «ven y sígueme». Los dos podrán recorrer juntos el camino hacia el reino de Dios.
El hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría  y la libertad de quienes siguen a Jesús. Marcos nos explica que «era muy rico».
¿No es ésta nuestra experiencia de cristianos satisfechos de los países ricos? ¿No vivimos atrapados por el bienestar material? ¿No le falta a nuestra religión el amor práctico a los pobres? ¿No nos falta la alegría y libertad de los seguidores de Jesús?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
15 de octubre de 2006

LO QUE NOS FALTA

Te falta una cosa…

Un hombre se acerca a Jesús. Es rico: no tiene problemas materiales. Es bueno: su conciencia no le acusa de nada. Sin embargo, se le ve agitado. Viene «corriendo», urgido por su inquietud. «Se arrodilla» ante Jesús como último recurso, y le hace una sola pregunta; ¿qué tengo que hacer para evitar que la muerte sea el final de todo?
Jesús le recuerda los mandamientos. Según la tradición judía, son el camino de la salvación. Pero omite los que se refieren a Dios: «amarás a Dios», «santificaras sus fiestas»... Sólo le habla de los que piden no hacer daño a las personas: «no matarás», «no robarás»... Luego añade, por su cuenta, algo nuevo: «no defraudarás», no privarás a otros de lo que les debes. Esto es lo primero que quiere Dios.
Al ver que el hombre ha cumplido esto desde pequeño, Jesús «se le queda mirando». Lo que le va a decir es muy importante. Siente cariño por él. Es un hombre bueno. Jesús le invita a seguirle a él hasta el final: «Te falta una cosa. Vende lo que tienes y da el dinero a los pobres... luego, ven y sígueme».
El mensaje de Jesús es claro. No basta pensar en la propia salvación; hay que pensar en las necesidades de los pobres. No basta preocuparse de la vida futura; hay que preocuparse de los que sufren en la vida actual. No basta con no hacer daño a otros; hay que colaborar en el proyecto de un inundo más justo, tal como lo quiere Dios.
¿No es esto lo que nos falta a los creyentes satisfechos del Primer Mundo, que disfrutamos de nuestro bienestar material mientras cumplimos nuestros deberes religiosos con una conciencia tranquila?
No se esperaba el rico la respuesta de Jesús. Buscaba luz a su inquietud religiosa, y Jesús le habla de los pobres. «Frunció el ceño y se marchó triste». Prefería su dinero; viviría sin seguir a Jesús. Tal vez ésta es la postura más generalizada entre los cristianos del Primer Mundo. Preferimos nuestro bienestar. Intentamos ser cristianos sin «seguir» a Cristo. Su planteamiento nos sobrepasa. Nos pone tristes porque, en el fondo, desenmascara nuestra mentira.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
12 de octubre de 2003

APRENDER DEL SUR

Una cosa te falta…

Se lo he escuchado a muchos que han vivido algún tiempo en países pobres de Latinoamérica o África. Yo mismo lo he podido experimentar. Esas gentes pobres de los pueblos del Sur tienen «algo» que los que vivimos en las «sociedades de la abundancia» desconocemos. Nunca sabremos nosotros cómo se siente la vida, cómo se ve el mundo, cómo se mira a los otros y cómo se cree en Dios desde la pobreza y la necesidad.
Estas gentes, pobres de riqueza y bienes materiales, son casi siempre más ricos que nosotros en humanidad. Así de claro. Saben compartir su vida de manera sencilla y espontánea porque, a diferencia de nosotros, conocen por experiencia el hambre y la necesidad.
No es sólo eso. Viven de otra manera. No andan obsesionados por tantas cosas que nos inquietan a nosotros. Saben conversar serenamente, «perder el tiempo», escucharse sin prisas, sentirse cerca unos de otros.
Saben dar con generosidad. Como no tienen apenas nada que dar, se dan ellos mismos. Lo hacen sin darle importancia, como si fuera lo más natural. Son pobres de cosas, pero muchos derrochan humanidad.
Viven en la pobreza, pero no se les ve derrotados. Es difícil saber de dónde sacan esa fuerza para vivir, esa fortaleza para sufrir, esa dignidad para sobrevivir, esa fe para confiar. Probablemente, es verdad que Dios responde a las esperanzas de los pobres, no a las de los ricos.
No se trata en modo alguno de «idealizar» a los pobres del Sur. También en ellos se da el mal y la iniquidad. Pero su manera de vivir hace pensar. Nos creemos más progresistas, inteligentes y felices, pero probablemente somos más frágiles, débiles y desdichados que muchos de ellos. Hay «algo» que ellos tienen y nosotros hemos perdido.
Se lo dijo Jesús al joven rico: «Una cosa te falta». ¿No estaremos poniendo nuestro corazón en tesoros que no llenan los anhelos más hondos del ser humano? ¿No tendrán que enseñamos los pobres a vivir de una manera más humana?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
15 de octubre de 2000

UN VACÍO EXTRAÑO

Una cosa te falta…

Vivimos en la «cultura del tener». Esto es lo que se afirma de diversas maneras en casi todos los estudios que analizan la sociedad occidental. Poco a poco el estilo de vida del hombre contemporáneo se va orientando hacia el tener, acaparar y poseer. Para muchos es la única tarea rentable y sensata. Todo lo demás viene después.
Ciertamente ganar dinero, poder comprar cosas y poseer toda clase de bienes produce bienestar. La persona se siente más segura, más importante, con mayor poder y prestigio. Pero cuando la vida se orienta sólo en la dirección del acaparar siempre más y más, la persona puede terminar arruinando su ser.
El tener no basta, no sostiene al individuo, no le hace crecer. Sin darse cuenta, la persona va introduciendo cada vez más necesidades artificiales en su vida. Poco a poco va olvidando lo esencial. Se rodea de objetos, pero se incapacita para la relación viva con las personas. Se preocupa de muchas cosas pero no cuida lo importante. Pretende responder a sus deseos más hondos satisfaciendo necesidades periféricas. Vive en el bienestar pero no se siente bien.
Éste es precisamente uno de los fenómenos más paradójicos en la sociedad actual: el número de personas «satisfechas» que terminan cayendo en la frustración y el vacío existencial. Desde su amplia y reconocida labor psicoterapeuta, Viktor Frankl ha mostrado la razón última de este «vacío existencial». Cogidas por el bienestar, estas personas olvidan que, para desplegar su ser, el individuo necesita salir de sí mismo, servir a una causa, entregarse, amar a alguien, compartir. Sin esta «autotrascendencia» no hay verdadera felicidad.
De este vacío no libera ni la religión cuando también ella se convierte en objeto de consumo. La persona «tiene» entonces una religión, pero su corazón está lejos de Dios; posee un catálogo de verdades que confiesa con los labios pero no se abre a la verdad de Dios. Trata de acumular méritos pero no crece en capacidad de amar.
Es significativa la escena evangélica. Un rico se acerca a Jesús. No le pregunta por esta vida pues la tiene asegurada. Lo que quiere es que la religión le asegure la vida eterna. Jesús le habla claro: «Una cosa te falta: liberarte de tus bienes y aprender a compartir con los necesitados».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
12 de octubre de 1997

SOMOS CULPABLES

Da el dinero a los pobres.

¿Cómo es posible que se cuestione tan poco el actual sistema económico neoliberal, a pesar de que sus efectos humanos, sociales y medioambientales son tan desastrosos? El hecho inquieta cada vez más a quienes se preocupan de un futuro más humano para todos.
Según se nos dice, la humanidad está hoy en manos de unos «mecanismos económicos» que nadie controla. Son las fuerzas del mercado las que realmente nos «gobiernan». La economía tiene unas leyes a las que hay que someterse. Todo ha de quedar subordinado a procesos económicos que actúan de forma ciega e impersonal, sin que pueda identificarse la responsabilidad de nadie. Todos estamos dirigidos por esa «mano invisible» (A. Smith), de carácter casi sagrado, y siempre al abrigo de cualquier crítica.
Lo trágico es que, para que esta «economía de mercado» vaya bien, es necesario el sacrificio de algunas víctimas. Forma parte del sistema. Hay personas y pueblos enteros que necesariamente han de quedar excluidos. Nadie es culpable. Todo es resultado de las leyes inevitables del mercado. Son los «costos sociales» de la economía. Este sacrificio de quienes quedan hundidos en el paro, la marginación o el subdesarrollo es necesario y benéfico para el resto que seguirá creciendo en bienestar.
Así, pues, todo es legal. Podemos seguir tranquilos. Además, los predicadores de la «ética del mercado» nos aseguran sin pudor alguno que es «inmoral» ir contra las leyes del mercado. Al contrario, hemos de ser cada día más rigurosos, pues sólo así «se abren las puertas reales a la solidaridad» (M. Camdessus).
Pero, ¿quién ha decidido que el objetivo de la economía ha de ser «el enriquecimiento sin límites» de los privilegiados?, ¿quién ha dicho que las leyes del mercado han de estar por encima de la vida digna de las personas y de los pueblos?, ¿por qué se ha de organizar todo desde la competitividad y no desde la cooperación mutua y la búsqueda del bien común?
En nombre de la «economía de mercado» se está condenando a la humanidad a no ser más que un campo de batalla en la que sólo importan los vencedores. La Iglesia sólo tiene un camino para ser fiel a su Maestro: estar junto a los perdedores y denunciar que todos somos culpables. La sociedad contemporánea necesita escuchar las mismas palabras que Jesús dirigió al joven rico: « Una cosa te falta..., vende lo que tienes y da el dinero a los pobres» (Marcos 10, 21). A la economía neoliberal le falta una cosa: pensar en los pobres.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
9 de octubre de 1994

EGOISMO ILUSTRADO

Una cosa te falta…

Se ha dicho que el individualismo contemporáneo es uno de «los frutos más logrados de la modernización» (J García Roca). No lo sé. Lo cierto es que la necesidad de defender la propia autonomía frente a la complejidad y el anonimato de la vida moderna, y la reivindicación de una libertad individual intocable están generando un grave fenómeno de individualismo.
Cada vez son más los que viven encerrados en su propio mundo, de espaldas a lo que afecta a los demás. Cada uno se preocupa de lo suyo. No interesan las causas colectivas. La misma «conciencia de clase» que tanta fuerza parecía tener hace solo unos años, se ha ido diluyendo poco a poco. Hoy mandan el pragmatismo y el propio interés. Incluso la «red pública» está poblada, al parecer, por no pocos individuos atentos solo a su propio provecho.
Este individualismo viene reforzado hoy por corrientes neo- conservadoras que lo legitiman con una dosis de ilustración que no es de ahora: cuanto más procure cada uno su propio interés, tanto más se logrará el interés general. De nuevo resuena el viejo mito liberal: cuando los individuos buscan su propio beneficio, las cosas funcionan mejor, se produce más y se logra más eficazmente el bien general.
Sin embargo, el resultado inevitable, sobre todo en momentos de crisis, es un «darwinismo social». No todos salen victoriosos del combate de la competitividad. También aquí los más débiles son «devorados» por los más fuertes. Y, entonces, si todos seguimos buscando cada uno el propio interés, ¿quién pensará en las víctimas?
Con este individualismo neoconservador coincide curiosamente el «egoísmo ilustrado» de personas «progresistas» como F Savater, en el que la reivindicación ilimitada del placer individual lleva inevitablemente al mismo olvido de los débiles. Basta leer sus libros «Ética como amor propio» y «Ética para Amador», este último con epígrafes tan significativos como «haz lo que quieras», «date la buena vida», «tanto gusto»...
No es extraño en este clima leer cosas como ésta que escribía hace unos años F Arroyo en El País: «Una de las palabras más absolutamente vacías es la ‘solidaridad’... Mi voluntad de solidaridad se acaba exactamente donde empiezan a negárseme contrapartidas. Lo demás es cristianismo primitivo, es decir, ganas de martirio.»
Sin embargo, la solidaridad con los más débiles e indefensos no es «ganas de martirio», sino la única forma de ser humano y, por supuesto, de ser cristiano. El joven rico que se encuentra con Jesús es un hombre honesto que nunca ha dejado de cumplir los mandamientos de Dios. Para seguir a Cristo, solo le falta una cosa: salir de su individualismo y aprender a compartir lo suyo con los más pobres.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
13 de octubre de 1991

ENFERMEDAD MAL DIAGNOSTICADA

Se marchó pesaroso, porque era muy rico.

La “enfermedad del dinero” es una enfermedad silenciosa cuyos síntomas se manifiestan sobre todo en el interior de la persona, pero puede llegar a arruinar la alegría de vivir, el descanso y hasta la salud.
Aunque casi nunca se quiere admitir así, es una enfermedad mental que pone de manifiesto un desarreglo interior de la persona. Una falta de equilibrio que consiste en equivocar los intereses vitales y los objetivos orientadores de la vida.
Esta enfermedad se va agravando en la medida en que la persona va poniendo como objetivo supremo de su vida el dinero y lo que el dinero puede dar. Sin darse cuenta él mismo, el enfermo termina por reducir su existencia a ser reconocido y admirado por su dinero, por la posición social que ocupa, por los coches que posee o por el nivel de vida que se puede permitir.
Entonces el dinero se convierte en lo más importante de la vida. Algo que se antepone a la ética, al descanso, a la amistad y al amor. Y la vida termina por arruinarse en la insatisfacción constante, la competitividad y la necesidad de ganar siempre más.
Si la persona no sabe detenerse, poco a poco irá cediendo a pequeñas injusticias, luego a mayores. Lo que importa es ganar a toda costa. Llega un momento en que el corazón se endurece y la codicia se va apoderando de la persona corrompiéndolo todo, aunque casi siempre permanezca disimulada bajo apariencias respetables.
El remedio no consiste en despreciar el dinero sino en saber darle su verdadero valor. El dinero que se gana con un trabajo honrado es bueno. Es necesario para vivir. Pero se convierte en nocivo cuando domina nuestra vida y nos empuja a tener siempre más y más, sólo por poseer y conseguir lo que otros no pueden.
Cuando esto sucede, fácilmente se cae en el vacío interior, el trato duro con los demás, la nostalgia de un pasado en el que, con menos dinero, se era más feliz o el temor a un futuro que, a pesar de todas las seguridades, parece siempre amenazador.
La manera sana de vivir el dinero es ganarlo de manera limpia, utilizarlo con inteligencia, hacerlo fructificar con justicia y saber compartirlo con los más necesitados.
Se entienden las palabras de Jesús al rico. Aquel hombre tiene dinero, pero, al mismo tiempo, quiere vivir una vida digna. Jesús le dice que le falta una cosa: dejar de vivir acaparando, y comenzar a compartir lo que tiene con los necesitados.
Aquel hombre “frunció el ceño y se marchó pesaroso porque era muy rico”. Está demasiado enfermo. El dinero le ha quitado libertad para iniciar una vida más plena. En contra de lo que solemos pensar, tener mucho dinero no es una suerte sino un problema, pues fácilmente cierra el paso a una vida más humana.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
9 de octubre de 1988

TENER DINERO

Qué difícil les va a ser a los ricos...

Estamos ya tan habituados que no nos resulta fácil ser conscientes del cinismo y la mentira que impregnan algunos ámbitos de la sociedad actual.
Teóricamente se sigue dando primacía a los valores del espíritu. Por todas partes se proclaman los grandes ideales de justicia, libertad, solidaridad. En cualquier momento se pueden escuchar discursos revestidos de nobles propósitos.
Pero son pocos los que se atreven a confesar que lo verdaderamente importante y decisivo en la vida de muchas personas es casi siempre “ganar dinero”. A la hora de la verdad es el dinero el que motiva, mueve y obsesiona con más fuerza a muchos hombres y mujeres de hoy.
Por otra parte, en esto apenas crea grandes diferencias entre las personas el posicionamiento político o ideológico de cada uno. El dinero se apodera del corazón del hombre, sea éste de derechas o de izquierdas, adopte una postura integrista o defienda tesis progresistas.
No es difícil ver dónde radica ese poder fascinador del dinero, auténtico “fetiche” de la sociedad contemporánea.
El dinero, en primer lugar, permite comprar y poseer toda clase de cosas que nos parecen hoy indispensables para “estar bien”. Sin dinero no hay cosas y sin cosas nos parece imposible ser felices.
Por otra parte, el dinero hábilmente utilizado, da poder y prestigio. Proporciona un “status” social aun a costa de falsearlo todo. Ya dice un personaje de “Shakespeare” que “el dinero hace blanco lo negro, hermoso lo feo, justo lo injusto, noble lo ruin, joven lo viejo, valiente lo cobarde”.
Es todo un espectáculo observar a las personas presentando de manera infantil sus “símbolos de prestigio”: “¿Has visto mi último modelo?” “¿Quieres visitar el apartamento que acabamos de comprar?”. “Es un producto que todavía no lo podrás encontrar aquí”.
Ha llegado el momento en que casi todo parece que ha de ser estimado por su valor de cambio. Hablamos de “un piso de quince millones”, “un viaje de cincuenta mil pesetas”, “una rosa de veinte duros”, como si lo importante de un piso, un viaje o una rosa fuera el dinero que nos ha costado.
Pero, ¿a qué queda reducida nuestra vida si el dinero se convierte en medida de todas las cosas y razón casi única de nuestra existencia?
Las palabras de Jesús no han perdido nada de su fuerza: “Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”. Qué difícil es vivir en la verdad, descubrir el valor último de la existencia y abrirse a Dios cuando se tiene el corazón poseído por el dinero.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
13 de octubre de 1985

UN DINERO QUE NO ES NUESTRO

«Una cosa te falta.»

En nuestras iglesias se pide dinero para los necesitados, pero ya apenas expone hoy nadie la doctrina cristiana que sobre el dinero predicaron con fuerza teólogos y predicadores como S. Ambrosio de Tréveris, S. Agustín de Hipona o S. Bernardo de Claraval.
Una pregunta aparece constantemente en sus labios. Si todos somos hermanos y la tierra es un regalo de Dios a toda la humanidad, ¿con qué derecho podemos seguir acaparando lo que no necesitamos, si con ello estamos privando a otros de lo que necesitan para vivir? ¿No hay que afirmar más bien que lo que le sobra al rico pertenece al pobre?
No hemos de olvidar que poseer algo siempre significa excluir de aquello a los demás. Con la «propiedad privada» estamos siempre «privando» a otros de aquello que nosotros disfrutamos.
Por eso, cuando damos algo nuestro a los pobres, tal vez estamos en realidad, restituyendo lo que no nos corresponde totalmente. Escuchemos estas palabras de S. Ambrosio: «No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no sólo de los ricos... Pagas, pues, una deuda; no das gratuitamente lo que no debes».
Naturalmente, todo esto puede parecer idealismo ingenuo e inútil. Las leyes protegen de manera inflexible la propiedad privada de los grandes potentados aunque dentro de la sociedad haya pobres que viven en la miseria. S. Bernardo reaccionaba así en su tiempo: «Continuamente se citan leyes en nuestros palacios; pero son leyes de Justiniano, no del Señor».
No nos ha de extrañar que Jesús, al encontrarse con un hombre rico que ha cumplido desde niño todos los mandamientos, le diga que todavía le falta una cosa para adoptar una postura auténtica de seguimiento a Él: dejar de acaparar y comenzar a compartir lo que tiene con los necesitados.
El rico se alejó de Jesús lleno de tristeza. El dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad. El dinero le impide escuchar la llamada de Dios a una vida más plena y más humana.
«Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios». No es una suerte tener dinero sino un verdadero problema. Pues el dinero nos cierra el paso y nos impide seguir el verdadero camino hacia la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
10 de octubre de 1982

ALGO NOS FALTA

Una cosa te falta.

El cambio fundamental al que nos llama Jesús es muy claro. Decidirse a dejar de ser un hombre egoísta que ve a los demás en función de sus propios intereses para atreverse a iniciar una vida fraterna en la que uno se ve a sí mismo en función de los demás.
Por eso, a un hombre rico que observa fielmente todos los preceptos de la ley, pero que vive encerrado en sus propias riquezas, le falta algo esencial para ser su discípulo: compartir lo que tiene con los desposeídos.
Hay algo muy claro en el evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos.
Si nosotros pudiéramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo veía Jesús y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad.
El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con los necesitados es «la única fuerza de crecimiento», lo único que hace avanzar decisivamente a la humanidad hacia su salvación.
El hombre más logrado no es, como se piensa, aquél que consigue acumular mayor cantidad de dinero, sino quien sabe convivir mejor y de manera más fraternal.
Por eso, cuando un hombre renuncia poco a poco a la fraternidad y se va encerrando en sus propias riquezas e intereses, sin resolver el problema del amor, termina fracasando como hombre.
Y aunque viva observando fielmente unas normas de conducta ética, al encontrarse con el evangelio, descubrirá que en su vida no hay verdadera alegría. Y se alejará del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel hombre que «se marchó triste porque era muy rico».
Los cristianos somos capaces de instalarnos cómodamente en nuestra religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin despertar ningún cambio fundamental en nuestra vida.
Hemos convertido nuestro cristianismo en algo poco exigente. Hemos «rebajado» el evangelio acomodándolo a nuestros intereses. Pero ya esa religión no puede ser fuente de alegría. Nos deja tristes y sin consuelo verdadero.
Ante el evangelio, hemos de preguntarnos sinceramente si nuestra manera de vivir, de ganar y de gastar el dinero es la propia de quien sabe compartir o la de quien busca sólo acumular. Si no sabemos dar lo nuestro al necesitado, algo esencial nos falta para vivir con alegría cristiana.

José Antonio Pagola

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