Homilias de José Antonio Pagola
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4 de marzo de 2012
2º Domingo de Cuaresma (B)
EVANGELIO
Éste es mi Hijo amado.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús se llevó
a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se
transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco
deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y
Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a
Jesús: - «Maestro, ¡qué bien se está
aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Ellas.»
Estaban asustados, y no sabía lo
que decía.
Se formó una nube que los
cubrió, y salió una voz de la nube:
- «Éste es mi Hijo amado;
escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor,
no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña,
Jesús les mandó:
- «No contéis a nadie lo que
habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y
discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
4 de marzo de 2012
LIBERAR LA FUERZA DEL
EVANGELIO
El relato de la
"Transfiguración de Jesús" fue desde el comienzo muy popular entre
sus seguidores. No es un episodio más. La escena, recreada con diversos
recursos de carácter simbólico, es grandiosa. Los evangelistas presentan a
Jesús con el rostro resplandeciente mientras conversa con Moisés y Elías.
Los tres discípulos que lo han
acompañado hasta la cumbre de la montaña quedan sobrecogidos. No saben qué
pensar de todo aquello. El misterio que envuelve a Jesús es demasiado grande.
Marcos dice que estaban asustados.
La escena culmina de forma
extraña: «Se formó una nube que los cubrió y salió de la nube una voz: Este es
mi Hijo amado. Escuchadlo». El movimiento de Jesús nació escuchando su llamada.
Su Palabra, recogida más tarde en cuatro pequeños escritos, fue engendrando
nuevos seguidores. La Iglesia vive escuchando su Evangelio.
Este mensaje de Jesús, encuentra
hoy muchos obstáculos para llegar hasta los hombres y mujeres de nuestro
tiempo. Al abandonar la práctica religiosa, muchos han dejado de escucharlo
para siempre. Ya no oirán hablar de Jesús si no es de forma casual o distraída.
Tampoco quienes se acercan a las
comunidades cristianas pueden apreciar fácilmente la Palabra de Jesús. Su
mensaje se pierde entre otras prácticas, costumbres y doctrinas. Es difícil
captar su importancia decisiva. La fuerza liberadora de su Evangelio queda a
veces bloqueada por lenguajes y comentarios ajenos a su espíritu.
Sin embargo, también hoy, lo
único decisivo que podemos ofrecer los cristianos a la sociedad moderna es la
Buena Noticia proclamada por Jesús, y su proyecto de una vida más sana y digna.
No podemos seguir reteniendo la fuerza humanizadora de su Evangelio.
Hemos de hacer que corra limpia,
viva y abundante por nuestras comunidades. Que llegue hasta los hogares, que la
puedan conocer quienes buscan un sentido nuevo a sus vidas, que la puedan
escuchar quienes viven sin esperanza.
Hemos de aprender a leer juntos
el Evangelio. Familiarizarnos con los relatos evangélicos. Ponernos en contacto
directo e inmediato con la Buena Noticia de Jesús. En esto hemos de gastar las
energías. De aquí empezará la renovación que necesita hoy la Iglesia.
Cuando la institución
eclesiástica va perdiendo el poder de atracción que ha tenido durante siglos,
hemos de descubrir la atracción que tiene Jesús, el Hijo amado de Dios, para
quienes buscan verdad y vida. Dentro de pocos años, nos daremos cuenta de que
todo nos está empujando a poner con más fidelidad su Buena Noticia en el centro
del cristianismo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 -
8 de marzo de 2009
NO
CONFUNDIR A JESÚS CON NADIE
Según el evangelista, Jesús toma
consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña, y allí «se
transfigura delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen
mayor resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de
crucifixión.
Pedro ha intentado incluso
quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y Juan le
andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos
precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie.
La escena, recreada con diversos
recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la
gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición,
han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con
él. Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus
adversarios, pero resucitado por Dios.
Pedro reacciona con toda
espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para
ti, otra para Moisés y otra para Elías». No ha entendido nada. Por una
parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a
cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino
de Jesús; lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la pasión y la
cruz del Calvario.
Dios mismo le va a corregir de
manera solemne: «Éste es mi Hijo amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle
a él», incluso cuando os habla de un camino de cruz, que termina en
resurrección.
Sólo Jesús irradia luz. Todos los
demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores,
tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Sólo él es
el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han
de llevar a él.
Y hemos de escucharla también
hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace
daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una
Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y
sin cruz. Hoy se nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos
«crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad
cristiana.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
12 de marzo de 2006
ESCUCHAR
Este es
mi Hijo amado. Escuchadlo.
Cada vez tenemos menos tiempo
para escuchar. No sabemos acercamos con calma y sin prejuicios al corazón del
otro. No acertamos a escuchar el mensaje que todo ser humano nos puede
comunicar. Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos junto a las
personas, sin apenas detenemos a escuchar realmente a nadie. Se nos está
olvidando el arte de escuchar.
Por eso, tampoco resulta tan
extraño que a los cristianos se nos haya olvidado, en buena parte, que ser creyente
es vivir escuchando a Jesús. Más aún. Sólo desde esta escucha nace la verdadera
fe cristiana.
Según el evangelista Marcos,
cuando en la «montaña de la transfiguración» los discípulos se asustan al
sentirse envueltos por las sombras de una nube, sólo escuchan estas palabras: «Este es mi Hijo amado: escuchadle a él».
La experiencia de escuchar a
Jesús hasta el fondo puede ser dolorosa, pero apasionante. No es el que
nosotros habíamos imaginado desde nuestros esquemas y tópicos piadosos. Su
misterio se nos escapa. Casi sin damos cuenta, nos va arrancando de seguridades
que nos son muy queridas, para atraernos hacia una vida más auténtica.
Nos encontramos, por fin, con
alguien que dice la verdad última. Alguien que sabe por qué vivir y por qué
morir. Algo nos dice desde dentro que tiene razón. En su vida y en su mensaje
hay verdad.
Si perseveramos en una escucha
paciente y sincera, nuestra vida empieza a iluminarse con una luz nueva.
Comenzamos a verlo todo con más claridad. Vamos descubriendo cuál es la manera
más humana de enfrentarnos a los problemas de la vida y al misterio de la
muerte. Nos damos cuenta de los grandes errores que podemos cometer los
humanos, y de las grandes infidelidades de los cristianos.
Tal vez, hemos de cuidar más en
nuestras comunidades cristianas la escucha fiel a Jesús. Escucharle a él nos
puede curar de cegueras seculares, nos puede liberar de desalientos y cobardías
casi inevitables, puede infundir nuevo vigor a nuestra fe.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
16 de marzo de 2003
NUEVA
IDENTIDAD
Éste es
mi Hijo amado. Escuchadlo.
Para ser cristiano, lo importante
no es qué cosas cree una persona sino qué relación vive con Jesús. Las
creencias, por lo general, no cambian nuestra vida. Uno puede creer que existe
Dios, que Jesús ha resucitado y muchas cosas más, pero no ser un buen
cristiano. Es la adhesión a Jesús y el contacto con él lo que nos puede
transformar.
En las fuentes cristianas se
puede leer una escena que, tradicionalmente, se ha venido en llamar la «transfiguración» de Jesús. Ya no es
posible hoy reconstruir la experiencia histórica que dio origen al relato. Sólo
sabemos que era un texto muy querido entre los primeros cristianos pues, entre
otras cosas, les animaba a creer sólo en Jesús.
La escena se sitúa poéticamente
en una «montaña alta». Jesús está
acompañado de dos personajes legendarios en la historia judía: Moisés,
representante de la Ley, y Elías, el profeta más querido en Galilea. Sólo Jesús
aparece con el rostro transfigurado. Desde el interior de una nube se escucha
una voz: «Éste es mi Hijo querido.
Escuchadle a él».
Lo importante no es creer en
Moisés ni en Elías, sino escuchar a Jesús y oír su voz, la del Hijo amado. Lo
decisivo no es creer en la tradición ni en las instituciones sino centrar
nuestra vida en Jesús. Vivir una relación consciente y cada vez más vital y
honda con Jesucristo. Sólo entonces se puede escuchar su voz en medio de la
vida, en la tradición cristiana y en la Iglesia.
Sólo esta comunión creciente con
Jesús va transformando nuestra identidad y nuestros criterios, va cambiando
nuestra manera de ver la vida, nos va liberando de las imposiciones de la
cultura, va haciendo crecer nuestra responsabilidad.
Desde Jesús podemos vivir de
manera diferente. Ya las personas no son simplemente atractivas o
desagradables, interesantes o sin interés. Los problemas no son asunto de cada
cual. El mundo no es un campo de batalla donde cada uno se defiende como puede.
Nos empieza a doler el sufrimiento de los más indefensos. Podemos vivir cada
día haciendo un mundo un poco más humano. Nos podemos parecer a Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
19 de marzo de 2000
MIEDO
Éste es
mi Hijo amado. Escuchadlo.
Probablemente es el miedo lo que
más paraliza a los cristianos en el seguimiento fiel a Jesucristo. En la
Iglesia actual hay pecado y debilidad pero hay, sobre todo, miedo a correr
riesgos; hemos comenzado el tercer milenio sin audacia para renovar
creativamente la vivencia de la fe cristiana. No es difícil señalar alguno de
estos miedos.
Hay miedo a lo nuevo como si
«conservar el pasado» garantizara automáticamente la fidelidad al Evangelio. Es
cierto que el concilio Vaticano II afirmó de manera rotunda que en la Iglesia
ha de haber «una constante reforma»
pues «como institución humana la necesita
permanentemente». Sin embargo, no es menos cierto que lo que mueve en estos
momentos a la Iglesia no es tanto un espíritu de renovación como un instinto de
conservación.
Hay miedo para asumir las tensiones
y conflictos que lleva consigo el buscar la fidelidad al Evangelio. Nos
callamos cuando tendríamos que hablar; nos inhibimos cuando deberíamos
intervenir. Se prohíbe el debate de cuestiones importantes para evitar
planteamientos que pueden inquietar; se promueve la adhesión rutinaria que no
trae problemas ni disgusta a la jerarquía.
Hay miedo a la investigación
teológica creativa. Miedo a revisar ritos y lenguajes litúrgicos que no
favorecen hoy la celebración viva de la fe. Miedo a hablar de los «derechos
humanos» dentro de la Iglesia. Miedo a reconocer prácticamente a la mujer un
lugar más acorde con el espíritu de Cristo.
Hay miedo a anteponer la
misericordia por encima de todo, olvidando que la Iglesia no ha recibido el «ministerio del juicio y la condena»,
sino el «ministerio de la reconciliación»
(2 Cor 5, 18). Hay miedo a acoger a
los pecadores como lo hacía Jesús. Difícilmente se dirá hoy de la Iglesia que
es «amiga de pecadores», como se
decía de su Maestro.
Según el relato evangélico, los
discípulos caen por tierra «llenos de
miedo» al oír una voz que les dice: «Este
es mi Hijo amado... escuchadlo». Da miedo escuchar sólo a Jesús. Es el
mismo Jesús quien se acerca, los toca y les dice: «Levantaos, no tengáis miedo». Sólo el contacto vivo con Cristo nos
podría liberar de tanto miedo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
23 de febrero de 1997
DÓNDE
APOYARNOS
Este es
mi Hijo amado. Escuchadlo.
El teólogo alemán H. Zahrnt estudia en uno de sus libros (La búsqueda de Dios. Diálogo teológico
entre fe e indiferencia, 1989) tres momentos culturales en la historia de
Occidente. A finales de la civilización antigua, la sociedad estaba angustiada
por la fatalidad de la muerte: «quién me podrá liberar de mi destino mortal?»
Al terminar la Edad Media, las gentes vivían atormentadas, sobre todo, por el
pecado y la condenación eterna: «¿lograré alcanzar la salvación?» Hoy, cuando
el segundo milenio llega a su fin, el hombre moderno aparece turbado, sobre
todo, por el vacío y el sinsentido de la existencia: «,qué sentido puedo darle
a mi vida?»
Ciertamente, también hoy
preocupan la culpa y la muerte, pero no constituyen el primer problema de la
persona mientras recorre su vida. Ya no inquietan como en el pasado el perdón
del pecado o la salvación eterna. Lo que el hombre de hoy anhela es vivir de
manera plena y dichosa. Pero, ¿qué ha de hacer la humanidad para orientarse
hacia la felicidad verdadera?, ¿en qué se puede apoyar?
De la vida se puede decir lo
mismo que de una casa: los cimientos son más importantes que el edificio. No
basta construir el «edificio de la existencia» asegurando el alimento, la
salud, el desarrollo o el bienestar. Por mucho que cuidemos todo esto (y hay
que hacerlo), nuestra existencia no tendrá estabilidad si está construida sobre
arena.
La vida necesita de un
«fundamento sólido» para tener consistencia, pero el ser humano no puede
sustentarse a sí mismo. Necesita confiar en «algo» que no es él mismo. Ese
«fundamento seguro» no puede la persona dárselo a sí misma. Lo ha de buscar
para apoyarse en él.
En esta sociedad pluralista se
nos hacen llamadas a sustentar nuestras vidas en los más variados fundamentos:
bienestar, prestigio social, calidad de vida, progreso, placer. Cada hombre y
cada mujer ha de decidir sobre qué fundamenta su existencia con todo el riesgo
y la incertidumbre que esto lleva consigo. Desde el evangelio se nos hace una
llamada clara a construir nuestra vida apoyándonos en Jesucristo como verdadero
salvador. Así dice la voz que resuena en lo alto del Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadlo. » Y,
cuando los discípulos caen por tierra asustados, el mismo Jesús los reconforta:
«No tengáis miedo.»
No hemos de tener miedo. Lo
propio de la fe cristiana consiste en fundamentar la existencia en Jesucristo.
Él es el salvador no sólo de la muerte, también de la vida. El es el salvador
no sólo del pecado, también del absurdo de una vida vivida sin sentido profundo
alguno. El es el camino, la verdad y la vida. El que lo ha encontrado, lo sabe.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
27 de febrero de 1994
NI DE
RODILLAS NI DE PIE
Este es
mi Hijo amado. Escuchadlo.
Según no pocos expertos en
fenomenología religiosa, nada caracteriza mejor la religiosidad de una determinada
época que la forma de orar. También en nuestros días, si se quiere conocer la
religión del hombre de hoy, lo importante no es examinar los dogmas que
confiesa, sino observar cómo ora.
Por eso, el dato más
significativo de la cultura religiosa actual es, tal vez, la profunda crisis de
la oración. Se hace cada vez más difícil encontrar personas que saben orar
desde el fondo de su corazón. El hombre moderno se está quedando sin capacidad
para comunicarse con Dios. Son cada vez más los que no aciertan a invocarlo.
El hecho no es casual. Desde hace
tiempo, la crítica a la religión ha difundido una especie de sospecha radical
frente a todo lo que sea comunicación con un Dios personal. Para L. Feuerbach, rezar solo es hablar con
uno mismo, ya que Dios no es sino una proyección creada por el hombre. Según S. Freud, la oración es un deseo
infantil, una especie de necesidad ancestral, vacía hoy de sentido; el hombre
adulto no necesita de esos juegos religiosos para organizarse su vida.
Poco a poco, algunos han
terminado pensando que ya no es posible rezar. La oración les suena a algo
falso. Una especie de superstición que hay que abandonar. Una concesión al
sentimentalismo, pero no una actitud digna de ese «homo excelsior» del que
hablaba E Nietzsche. El hecho es que
bastante gente ni sabe, ni puede, ni quiere comunicarse con Dios.
Sin duda, todavía es pronto para
ver cómo será un hombre abandonado a sí mismo y cerrado a toda comunicación con
Dios. En su reciente obra, «I nuovi
pagani» (Los nuevos paganos), S.
Natoli sostiene que el hombre de hoy no sabe «ponerse de rodillas» ante
Dios, pero tampoco acierta a «estar de pie» con dignidad. Son muchos los que
viven, más bien, replegados sobre sí mismos o, incluso, abatidos por el peso de
la vida.
En este contexto resulta aún más
significativa la escena evangélica del Tabor. Según el relato, una «nube luminosa» cubre con su «sombra» a los discípulos. De pronto, se
oye una voz: «Este es mi Hijo amado...
Escuchadlo.» Al oír tales palabras, los discípulos caen por tierra, llenos
de espanto. Entonces, Jesús se acerca, los toca y les dice: «Levantaos, no tengáis miedo.»
El hombre de hoy, como el de
siempre, vive entre luces y sombras. En el corazón de no pocos la fe se
entremezcla con la incredulidad. Son bastantes los que no se atreven a invocar
a Dios. Tal vez no existe. Tal vez todo es un engaño. Desde el evangelio, nos
llega una llamada: «No tengáis miedo.»
Hay una oración que también hoy puede brotar del corazón inquieto del hombre
moderno: «Creo, ayuda a mi poca fe.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
24 de febrero de 1991
EL GUSTO
DE CREER
¡Qué bien
se está aquí!
Hasta hace todavía muy poco, el
temor ha sido uno de los factores que más fuertemente ha motivado y sostenido
la religiosidad de bastantes personas. Más de uno aceptaba la doctrina de la
Iglesia sólo por temor a condenarse eternamente.
Hoy, sin embargo, en el contexto
sociológico actual, se ha hecho cada vez más difícil creer sólo por temor, por
obediencia a la Iglesia o por seguir la tradición. Para sentirse creyente y
vivir la fe con verdadera convicción es necesario tener la experiencia de que
la fe hace bien. De lo contrario, tarde o temprano, uno prescinde de todo ese
mundo y lo abandona.
Y es normal que sea así. Para una
persona sólo es vital aquello que la hace vivir. Lo mismo sucede con la fe. Es
algo vital cuando el creyente puede experimentar que esa fe le hace vivir de
manera más intensa, acertada y gozosa.
En realidad, nos vamos haciendo
creyentes en la medida en que vamos experimentando de manera cada vez más clara
que la adhesión a Cristo nos hace vivir con una confianza más plena, nos da luz
y fuerza para enfrentarnos a nuestro vivir diario, hace crecer nuestra
capacidad de amar, alimenta nuestra esperanza.
Esta experiencia personal no
puede ser comunicada a otros con razonamientos y demostraciones, ni será
fácilmente admitida por quienes no la han vivido. Pero es la que sostiene
secretamente la fe del creyente incluso cuando, en los momentos de oscuridad,
ha de caminar “sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía” (San Juan de la Cruz).
En el relato de la
Transfiguración se nos recuerda la reacción espontánea de Pedro que, al
experimentar a Cristo de manera nueva, exclama: “¡Qué bien se está aquí!”. No es extraño que, años más tarde, la
primera carta de Pedro invite a sus lectores a crecer en la fe si “habéis gustado que el Señor es bueno” (1
Pe 2,3).
En su importante estudio
“Theologie affective”, Ch. A. Bernard
ha llamado la atención sobre la escasa consideración que la teología reciente
ha prestado al “afecto” y al “gusto de creer en Dios”, ignorando así una
antigua y rica tradición que llega hasta San Buenaventura.
Sin embargo, no hemos de olvidar
que cada uno se convence de aquello que experimenta como bueno y verdadero, y
se inclina a vivir de acuerdo con aquello que le hace sentirse a gusto en la
vida.
Tal vez, una de las tareas más
urgentes de la Iglesia sea hoy despertar “el gusto de creer”. Deberíamos cuidar
de manera más cálida las celebraciones litúrgicas, aprender a saborear mejor la
Palabra de Dios, gustar con más hondura la Eucaristía, alimentar nuestra paz
interior en el silencio y la comunicación amorosa con Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
28 de febrero de 1988
ANTE EL
TELEVISOR
Escuchadlo.
Sería una postura cerril no
valorar las fantásticas posibilidades de información, comunicación y disfrute
que la Televisión ha traído consigo. Pero sería una ingenuidad boba ignorar los
riesgos y ambigüedades que la pequeña pantalla encierra.
Por eso son de agradecer estudios
como «El simio informatizado» de R. Gubern que, sin caer en moralismos
baratos, nos ayudan a ser más lúcidos en esta sociedad postindustrial.
Según las estadísticas, los
españoles dedican por término medio tres horas y media a ver televisión, es
decir, más de un día cada semana.
Naturalmente, este impacto
televisivo tan intenso está produciendo efectos profundos en la estructuración
de la vida social y en el mismo modo de ser de las personas. Sólo apuntaré los
más destacados por el investigador catalán.
La televisión es, antes que nada,
“una gran fábrica de consenso social» que tiende a homogeneizar las ideologías,
los gustos, las modas, los centros de interés. Para muchos, la verdadera
«escuela» en que aprenden a vivir.
Por otra parte, el televisor ha
ocupado un lugar central y estratégico en muchos hogares, impidiendo con
frecuencia una verdadera comunicación y diálogo en la familia. Las personas
están físicamente juntas pero incomunicadas entre sí, en silencio ante el
televisor o hablando de lo que aparece en la pantalla por muy ajeno que sea a
su vida personal o familiar.
Aunque la televisión es un gran
medio de información, no hemos ‘ de olvidar que nos ofrece una visión de la
realidad seleccionada y manufacturada por expertos, fragmentada en imágenes,
entremezclada con el telefilm de aventuras o la publicidad de un detergente.
Entonces lo real tiende a
convenirse en «espectáculo», la imagen suplanta a la reflexión, la vida se
banaliza. Es significativa esa costumbre que se va introduciendo de acabar los
telediarios con una noticia divertida o una broma del presentador que pone así
un final feliz e intrascendente al espectáculo.
Sin embargo, R. Gubern no subraya, a mi entender, de manera suficiente, esa
fuerza que posee la televisión de alejar a la persona de la reflexión, la
lectura reposada o la meditación, vaciando su vida de silencio e interioridad.
El hombre de “conciencia
televisiva”, agarrado todas las noches al mando a distancia, es un hombre al
que se le hará cada vez más difícil entrar en su interior y encontrarse consigo
mismo. No acertará a escucharse a sí mismo ni a escuchar a Dios.
También hoy se puede vivir con
hondura y libertad interior. Pero es necesario escuchar otras llamadas que no
nos llegan del televisor. El creyente no ha de olvidar la invitación: «Este es mí Hijo amado. Escuchadlo ».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
3 de marzo de 1985
EL ARTE
DE ESCUCHAR
Escuchadlo...
Los hombres ya no tenemos tiempo
para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin
prejuicios al corazón del otro para escuchar el mensaje que todo hombre nos
puede comunicar.
Encerrados en nuestros propios
problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos a escuchar
realmente a nadie. Se diría que al hombre contemporáneo se le está olvidando el
arte de escuchar.
En este contexto, tampoco resulta
tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente es vivir
escuchando a Jesús. Y sin embargo, solamente desde esa escucha cobra su
verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Más aún. Sólo desde la
escucha nace la verdadera fe.
Un famoso médico siquiatra decía
en cierta ocasión: «Cuando un enfermo empieza a escucharme o a escuchar de
verdad a otros... entonces, está ya curado». Algo semejante se puede decir del
creyente. Si comienza a escuchar de verdad a Dios, está salvado.
La experiencia de escuchar a
Jesús puede ser desconcertante. No es el que nosotros esperábamos o habíamos
imaginado. Incluso, puede suceder que, en un primer momento, decepcione
nuestras pretensiones o expectativas.
Su persona se nos escapa. No
encaja en nuestros esquemas normales. Sentimos que nos arranca de nuestras
falsas seguridades e intuimos que nos conduce hacia la verdad última de la
vida. Una verdad que no queremos aceptar.
Pero si la escucha es sincera y
paciente, hay algo que se nos va imponiendo. Encontrarse con Jesús es
descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué
vivir y por qué morir. Más aún. Alguien que es la Verdad.
Entonces empieza a iluminarse
nuestra vida con una luz nueva. Comenzamos a descubrir con él y desde él cuál
es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio
de la muerte. Nos damos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores
de nuestro vivir diario.
Pero ya no estamos solos. Alguien
cercano y único nos libera una y otra vez del desaliento, el desgaste, la
desconfianza o la huida. Alguien nos invita a buscar la felicidad de una manera
nueva, confiando ilimitadamente en el Padre, a pesar de nuestro pecado.
¿ Cómo responder hoy a esa
invitación dirigida a los discípulos en la montaña de la transfiguración? «Este es mi Hijo amado. Escuchadlo».
Quizás tengamos que empezar por elevar desde el fondo de nuestro corazón esa
súplica que repiten los monjes del monte Athos: «Oh Dios, dame un corazón que
sepa escuchar».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
7 de marzo de 1982
FIDELIDAD
A DIOS Y A LA TIERRA
Subió con
ellos a una montaña alta.
Se ha dicho que la mayor tragedia
de la humanidad es que «los que oran no hacen la revolución, y los que hacen la
revolución no oran».
Lo cierto es que hay quienes
buscan a Dios sin preocuparse de buscar un mundo mejor y ms humano, Y hay
quienes pretenden construir una tierra nueva sin Dios.
Unos buscan a Dios sin mundo.
Otros buscan el mundo sin Dios. Unos creen poder ser fieles a Dios sin
preocuparse de la tierra. Otros creen poder ser fieles a la tierra sin abrirse
a Dios.
Si algo se puede ver con claridad
en Cristo es que tal disociación es imposible. Jesús nunca habla de Dios sin el
mundo, y nunca habla del mundo sin Dios. Jesús habla del «reino de Dios en el
mundo».
En las cartas escritas por Dietrich Bonhoeffer desde la cárcel,
descubrimos la postura verdadera del creyente: «Sólo puede creer en el reino de
Dios quien ama a la tierra y a Dios en un mismo aliento».
La «escena de la transfiguración»
es particularmente significativa, y nos revela algo que es una constante en el
evangelio. «Cristo no lleva al hombre a la huida religiosa del mundo, sino que
lo devuelve a la tierra como su hijo fiel». (J. Moltmann).
Jesús conduce a sus discípulos a
una «montaña alta», lugar por excelencia de encuentro con Dios según la
mentalidad semita. Allí vivirán una experiencia religiosa que los sumergirá en
el misterio de Jesús.
La reacción de Pedro es
explicable: « ¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas...». Pedro quiere
detener el tiempo. Instalarse cómodamente en la experiencia de lo religioso.
Huir de la tierra.
Jesús, sin embargo, los bajará de
nuevo de la montaña al quehacer diario de la vida. Y los discípulos deberán
comprender que la apertura al Dios trascendente no puede ser nunca huida del
mundo.
Quien se abre intensamente a
Dios, ama intensamente la tierra. Quien se encuentra con el Dios de Jesucristo,
siente con más fuerza la injusticia, el desamparo y la autodestrucción de los
hombres.
El eslogan de Taizé, que año tras
año atrae a tantos jóvenes, está apuntando hacia algo que necesitamos descubrir
hoy todos: Lucha y contemplación. La
fidelidad a la tierra no dispensa de la oración. La fidelidad a Dios no
dispensa de la lucha por una tierra más feliz.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
7 de marzo de 1982
¿A QUIÉN
ESCUCHAR?
Los cristianos han oído hablar
desde niños de una escena evangélica llamada tradicionalmente «la
transfiguración de Jesús». Ya no es posible saber con seguridad cómo se originó
el relato. Quedó recogida en la tradición cristiana sobre todo por dos motivos:
les ayudaba a recordar la «realidad oculta» encerrada en Jesús y les invitaba a
«escucharle» sólo a él.
En la cumbre de una «montaña
alta» los discípulos más cercanos ven a Jesús con el rostro «transfigurado». Le
acompañan dos personajes legendarios de la historia de Israel: Moisés, el gran
legislador del pueblo, y Elías, el profeta de fuego, que defendió a Dios con
celo abrasador.
La escena es sugerente. Los dos
personajes, representantes de la Ley y los Profetas, tienen el rostro apagado:
sólo Jesús irradia luz. Por otra parte, no proclaman mensaje alguno, vienen a
«conversar» con Jesús: sólo éste tiene la última palabra. Sólo él es la clave
para leer cualquier otro mensaje.
Pedro no parece haberlo
entendido. Propone hacer «tres chozas», una para cada uno. Pone a los tres en
el mismo plano. La Ley y los Profetas siguen ocupando el sitio de siempre. No
ha captado la novedad de Jesús. La voz salida de la nube va a aclarar las
cosas: «Éste es mi Hijo amado. Escuchadle». No hay que escuchar a Moisés o
Elías sino a Jesús, el «Hijo amado». Sólo sus palabras y su vida nos descubren
la verdad de Dios.
Vivir escuchando a Jesús es una
experiencia única. Por fin, estás escuchando a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué y para qué
hay que vivir. Alguien que ofrece las claves para construir un mundo más justo
y más digno del ser humano.
Entre los seguidores de Jesús no
se vive de cualquier creencia, norma o rito. Una comunidad se va haciendo
cristiana cuando va poniendo en su centro el evangelio y sólo el evangelio. Ahí
se juega nuestra identidad. No es fácil imaginar un hecho colectivo más
humanizador que un grupo de creyentes escuchando juntos el «relato de Jesús».
Cada domingo podrán escuchar su llamada a mirar la vida con ojos diferentes y a
vivirla con más sentido y responsabilidad, construyendo un mundo más
habilitable.
José Antonio Pagola
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