Homilias de José Antonio Pagola
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JOSE ANTONIO PAGOLA, tomará parte como ponente en una charla que se celebrará el próximo martes 14 de febrero a las 20:00 horas en la Parroquia de San José Obrero en Romo- Las Arenas, en el municipio de Getxo (Bizkaia), dentro de la celebración de un CURSILLO Y EXPOSICIÓN BÍBLICA (haz clic para ver el programa completo)
12 de febrero de 2012
6º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
La lepra se le quitó, y quedó limpio.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
- «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
- «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
- «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grades ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
12 de febrero de 2012
AMIGO DE LOS EXCLUIDOS
Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, despreciados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente.
Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: "Dios hace salir su sol sobre buenos y malos". Así es él.
Por eso, a veces, reclama con fuerza que cesen todas las condenas: "No juzguéis y no seréis juzgados". Otras, narra pequeñas parábolas para pedir que nadie se dedique a "separar el trigo y la cizaña" como si fuera el juez supremo de todos.
Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de "hombre de Dios" comiendo y bebiendo animadamente con pecadores.
Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores". Jesús no se defendió. Era cierto. En lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión.
Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro.
De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero. Queda limpio».
Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, sidóticos, inmigrantes, homosexuales...), o los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando gravemente de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 -
15 de febrero de 2009
DIOS ACOGE A LOS «IMPUROS»
De forma inesperada, un leproso «se acerca a Jesús». Según la ley, no puede entrar en contacto con nadie. Es un «impuro» y ha de vivir aislado. Tampoco puede entrar en el templo. ¿Cómo va a acoger Dios en su presencia a un ser tan repugnante? Su destino es vivir excluido. Así lo establece la ley.
A pesar de todo, este leproso desesperado se atreve a desafiar todas las normas. Sabe que está obrando mal. Por eso se pone de rodillas. No se arriesga a hablar con Jesús de frente. Desde el suelo, le hace esta súplica: «Si quieres, puedes limpiarme». Sabe que Jesús lo puede curar, pero ¿querrá limpiarlo?, ¿se atreverá a sacarlo de la exclusión a la que está sometido en nombre de Dios?
Sorprende la emoción que le produce a Jesús la cercanía del leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la situación de aquel pobre hombre, «se conmueve hasta las entrañas». La ternura lo desborda. ¿Cómo no va a querer limpiarlo él, que sólo vive movido por la compasión de Dios hacia sus hijos e hijas más indefensos y despreciados?
Sin dudarlo, «extiende la mano» hacia aquel hombre y «toca» su piel despreciada por los puros. Sabe que está prohibido por la ley y que, con este gesto, está reafirmando la trasgresión iniciada por el leproso. Sólo lo mueve la compasión: «Quiero: queda limpio».
Esto es lo que quiere el Dios encarnado en Jesús: limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión de Padre. No es Dios quien excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien margina, sino nosotros. En adelante, todos han de tener claro que a nadie se ha de excluir en nombre de Jesús.
Seguirle a él significa no horrorizarnos ante ningún impuro ni impura. No retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para Jesús, lo primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por delante la norma es la mejor manera de ir perdiendo la sensibilidad de Jesús ante los despreciados y rechazados. La mejor manera de vivir sin compasión.
En pocos lugares es más reconocible el Espíritu de Jesús que en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a prostitutas indefensas, que acompañan a sicóticos olvidados por todos, que defienden a homosexuales que no pueden vivir dignamente su condición… Ellos nos recuerdan que en el corazón de Dios caben todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
12 de febrero de 2006
EXTENDER NUESTRA MANO
Extendió la mano y lo tocó.
La felicidad sólo es posible allí donde nos sentimos acogidos y aceptados. Donde falta acogida, falta vida, nuestro ser se paraliza, la creatividad se atrofia. Por eso una «sociedad cerrada es una sociedad sin futuro. Una sociedad que mata la esperanza de vida de los marginados y que finalmente se hunde a sí misma» (J. Moltmann).
Son muchos los factores que invitan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a vivir en círculos cerrados y exclusivistas. En una sociedad en la que crece la inseguridad, la indiferencia y la agresividad, es explicable que cada uno tratemos de asegurar «nuestra pequeña felicidad» junto a los que sentimos iguales.
Las personas que son como nosotros, que piensan y quieren lo mismo que nosotros, nos dan seguridad. En cambio, las personas que son diferentes, que piensan, sienten y quieren de manera distinta de nosotros, nos producen inseguridad.
Por eso se agrupan las naciones en «bloques» que se miran mutuamente con hostilidad. Por eso buscamos cada uno nuestro «recinto de seguridad», ese círculo cerrado de la amistad con aquellos que son de nuestra misma condición.
Vivimos como «a la defensiva», excluyéndonos mutuamente, cada vez más incapaces de romper distancias y adoptar una postura de amistad abierta hacia toda persona. Nos hemos acostumbrado a aceptar sólo a los más cercanos. A los demás los toleramos, o los miramos con indiferencia, si no es con verdadera repulsa.
Ingenuamente pensamos que si cada uno se preocupa de asegurar su pequeña parcela de felicidad, la humanidad seguirá caminando hacia su progreso. Y no nos damos cuenta de que estamos creando marginación, aislamiento y soledad. Y que en esta sociedad, va a ser cada vez más difícil ser feliz.
Por eso el gesto de Jesús cobra especial actualidad para nosotros. Jesús no sólo limpia al leproso. Extiende la mano y lo toca, rompiendo prejuicios, tabúes, temores y fronteras de aislamiento y marginación que excluían a los leprosos de la convivencia en la sociedad judía. Los creyentes deberíamos sentimos llamados a aportar amistad abierta a los rincones marginados de nuestra sociedad. Son muchos los que necesitan una mano extendida que llegue a tocarlos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
16 de febrero de 2003
BARRER LA CALLE
Extendió la mano y lo tocó.
En la sociedad judía el leproso no era sólo un enfermo. Era, antes que nada, un peligro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad, sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida. El viejo libro del Levítico lo decía en términos claros:
«El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la cabeza desgreñada... Irá avisando a gritos: “Impuro, impuro “. Mientras le dura la lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del poblado».
La actitud correcta y santa, sancionada por las Escrituras, era clara: la sociedad ha de excluir a los leprosos. Es lo mejor para todos. Una postura firme de exclusión y rechazo. Siempre habrá en la sociedad personas que sobran.
Jesús se rebela ante esta situación. En cierta ocasión se le acerca un leproso avisando sin duda a todos de su impureza. Jesús está solo. Tal vez, los discípulos han huido horrorizados. El leproso no pide «ser curado» sino «quedar limpio». Lo que busca es verse liberado de la impureza y del rechazo social. Jesús queda conmovido, extiende su mano, «toca» al leproso y le dice «Quiero. Queda limpio».
Jesús no acepta una sociedad que excluye a leprosos e impuros. No admite el rechazo social hacia los peligrosos. Jesús toca al leproso para liberarlo de miedos, prejuicios y tabúes. Lo limpia para decir a todos que Dios no excluye ni castiga a nadie con la marginación. Es la sociedad la que, pensando sólo en su seguridad, levanta barreras y excluye de su seno a los indignos.
Hace unos años pudimos escuchar todos la promesa que el responsable máximo del Estado hacía a los ciudadanos: «Barreremos la calle de pequeños delincuentes». Al parecer, en el interior de una sociedad limpia, compuesta por gentes de bien, hay una «basura» que es necesario retirar para que no nos contamine. Una basura por cierto no reciclable pues la cárcel actual no está pensada para rehabilitar a nadie sino para castigar a los «malos» y defender a los «buenos».
Qué fácil es pensar en la «seguridad ciudadana» y olvidarnos del sufrimiento de pequeños delincuentes, drogadictos, prostitutas, vagabundos y desarraigados. Muchos de ellos no han conocido el calor de un hogar ni la seguridad de un trabajo. Atrapados para siempre, ni saben ni pueden salir de su triste destino. Y a nosotros, ciudadanos ejemplares, sólo se nos ocurre barrenos de nuestras calles. Al parecer, todo muy correcto y muy «cristiano». Y también muy contrario a Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
13 de febrero de 2000
MENSAJE PARA LOS EXCLUIDOS
Quiero: queda limpio.
Al inicio de su evangelio, Marcos presenta a Jesús curando enfermos, liberando a poseídos y purificando a leprosos. Los especialistas llaman a esta sección «la primavera de Galilea». Son relatos que no han de ser leídos de manera superficial pues el evangelista los ha redactado para revelar en su hondura la acción salvadora de Jesús y su profunda interpelación a todos.
Uno de los relatos más significativos es «la purificación del leproso» (Mc 1, 40-45) pues Jesús no sólo lo cura de la lepra, sino de todo lo que ella representaba. El texto no habla de curación, sino de «purificación» e insiste en el deseo de Jesús de verlo integrado en la convivencia.
No es fácil evocar hoy la situación del leproso en aquella sociedad judía. Ciertamente es un enfermo que sufre esta cruel enfermedad clasificada médicamente sólo en 1870. Pero es, además, un hombre «castigado» por Dios ya que la lepra era considerada como una consecuencia de graves pecados (vida libertina, homicidio, burla de la religión). Convertido en fuente de peligro y contaminación, el leproso es excluido de la convivencia y apartado del hogar y de la sociedad. Su vida no tiene solución.
El relato de Marcos es dramático. Un leproso se atreve, a pesar de todo, a acercarse a Jesús que se encuentra solo (los discípulos, al parecer, se han alejado rápidamente). El hombre, arrodillado en tierra, le invoca con fe: «Si quieres, puedes limpiarme». ¿Cuál será la reacción de Jesús, el hombre habitado por el amor insondable de Dios? El evangelista ha cuidado hasta el extremo la redacción: «Sintió lastima, extendió su mano, lo tocó y le dijo: Quiero: queda limpio». Jesús no sólo permite que se acerque, sino que él mismo lo toca y manifiesta de manera rotunda su voluntad: «Quiero: queda limpio de esta lepra».
Con su gesto, Jesús provoca una verdadera revolución. Revela que Dios no usa las enfermedades para castigar; arranca a aquel hombre del aislamiento y la exclusión, hace saltar los prejuicios y discriminaciones de la sociedad, rompe las barreras y muros que los humanos levantan entre sí, y enseña a todos que el camino acertado es el amor que lleva a la inclusión y a la convivencia fraterna.
Los excluidos y estigmatizados, marcados por la sociedad o las iglesias, hayan salido o no de cualquier tipo de «armario», habéis de conocer la Buena Noticia de Jesucristo: Cuando no encontréis un lugar digno entre los hombres, sabed que lo tenéis en el corazón de Dios. Cuando nadie os entiende, el os comprende; cuando nadie os respeta, Él os acoge: cuando la gente os excluye, Él extiende su mano y os envuelve con su bendición.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
LA FUERZA DE LA ALABANZA
Empezó a divulgar el hecho.
«La alabanza es dinamita espiritual que tiene un poder explosivo. La alabanza revoluciona todo lo que entra en contacto con ella, pues es nuestro punto de contacto con Dios.» Son palabras de Merlin Carothers. Dejemos a un lado el estilo típicamente americano de ese pastor cuyos libros alcanzan tiradas millonarias. Lo que dice es cierto: la alabanza encierra una fuerza capaz de transformar la vida, pues nos pone en contacto con Dios.
La alabanza brota cuando la persona descubre el «don de Dios» y comienza a experimentar la vida de manera absolutamente diferente. Todo es don de Dios. Él ha creado y crea constantemente la vida sólo por amor. La naturaleza que nos rodea, el espacio en el que nos movemos, el aire que respiramos, el tiempo que vivimos, los acontecimientos que van tejiendo nuestra vida, el cuerpo y el aliento vital que nos hacen ser, todo es don de Dios. En cada instante y en cada experiencia vivimos, lo sepamos o no, recibiendo el amor de Dios.
Por eso, la alabanza no es una manera de vivir entre otras, sino la única posibilidad de vivir con autenticidad ante el don de Dios, la verdadera vocación del ser humano. El que vive la vida desde su fuente vive alabando. Son los muertos «los que no alaban a Dios» (Salmo 6, 6). Cuando la persona descubre esto, su vida se transforma, sabe que ha encontrado lo esencial. No hará, tal vez, grandes cosas en la vida, pero sí la más importante. De su corazón brota sólo un deseo: «Alabaré a Dios mientras viva» (Salmo 145, 2).
Desde sus orígenes el cristianismo ha considerado la alabanza a Dios y la acción de gracias como el núcleo esencial de la vida cristiana: «En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 15, 18). La vida de un cristiano ha de ser «celebración». Todo lo demás viene después. Son conocidas las palabras de Clemente de Alejandría, que en el siglo u describía así la vida cristiana: «El perfecto cristiano proclama su acción de gracias, no en un lugar concreto, ni en un templo escogido, ni en ciertas fiestas o fechas precisas, sino en todos los instantes y en todos los lugares.»
El cristianismo actual ha perdido, en buena parte, la alabanza y la acción de gracias y, mientras no las ponga de nuevo en el centro del ser cristiano, no recuperará la alegría y la audacia misionera. La actuación de los leprosos curados por Jesús es aleccionadora. En el relato de Marcos, aquel hombre que se ve agraciado por Jesús no puede callar y, olvidándose de la prohibición del Maestro, divulga por todas partes el regalo que se le ha hecho (Marcos 1, 45). En el relato de Lucas, el leproso vuelve «glorificando a Dios» (Lucas 17, 15). Si experimentáramos en nuestras vidas el don de Dios, brotaría en nosotros la alabanza, y la alabanza transformaría nuestro vivir diario.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
13 de febrero de 1994
SENTIMIENTOS DE CULPA
Si quieres, puedes limpiarme.
No hace falta haber leído mucho a Freud para comprobar cómo una falsa exaltación de la culpa ha invadido, coloreado y, muchas veces, pervertido la experiencia religiosa de no pocos creyentes. Basta nombrarles a Dios para que lo asocien inmediatamente a sentimientos de culpa, remordimiento y temor a castigos eternos. El recuerdo de Dios les hace sentirse mal.
Les parece que Dios está siempre ahí para recordarnos nuestra indignidad. No puede uno presentarse ante él si no se humilla antes a sí mismo. Es el paso obligado. Estas personas solo se sienten seguras ante Dios repitiendo incesantemente el «mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa».
Esta forma de vivir ante Dios es equivocada. Esa «culpa persecutoria», además de ser estéril, puede destruir a la persona. El individuo fácilmente termina centrándolo todo en su culpa. Es este sentimiento el que moviliza toda su vida religiosa, sus plegarias, ritos y sacrificios. Una tristeza y un malestar secreto se instalan entonces en el centro de su religión. No es extraño que personas que han tenido una experiencia tan negativa, un día lo abandonen todo.
Sin embargo, no es ése el camino más acertado. Es una equivocación eliminar de nosotros el sentimiento de culpa. C. G. Jung y Castilla del Pino, entre otros, nos han advertido de los peligros que encierra la negación de la culpa. Vivir «sin culpa» sería vivir desorientado en el mundo de los valores. El individuo que no sabe registrar el daño que está haciéndose a sí mismo o a los demás, nunca se transformará ni crecerá como persona.
Hay un sentimiento de culpa que es necesario para construir la vida porque introduce una autocrítica sana y fecunda, pone en marcha una dinámica de transformación y cambio, y conduce a vivir más y mejor.
Como siempre, lo importante es saber en qué Dios cree uno. Si Dios es un ser exigente y siempre insatisfecho, al que nada se le escapa y que lo controla todo con ojos de juez vigilante, la fe en ese Dios generará angustia e impotencia ante la perfección nunca lograda. Si Dios, por el contrario, es el Dios vivo de Jesucristo, el amigo de la vida y aliado de la felicidad humana, la fe en ese Dios engendrará un sentimiento de culpa sano y sanador, que impulsa a vivir de forma más digna y responsable.
La oración del leproso a Jesús puede ser ejemplo de la invocación confiada a Dios desde la experiencia de culpa: «Si quieres, puedes limpiarme.» Una oración de este estilo es reconocimiento de la culpa, pero es también confianza en la misericordia de Dios y deseo de transformar la vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
REGRESION SEXUAL
Queda limpio.
Lo queramos ver o no, algo paradójico está sucediendo en nuestros días. Vivimos en una sociedad que se afana por satisfacer todas las necesidades del hombre excepto la más humana de todas, que es la necesidad de amar y ser amado.
Cada vez son más los que sufren de soledad. Las personas buscan que alguien se interese por ellas, pero no lo encuentran fácilmente. Necesitan amor y amistad pero no aciertan a experimentarlos.
Este déficit de amor se detecta tal vez de manera más trágica y paradójica precisamente allí donde más se habla de “amor”: en la experiencia de la sexualidad. Estamos viviendo una “inflación sexual” que, lo mismo que la inflación económica, trae consigo una devaluación y depreciación del mismo sexo.
La raíz más profunda de todo ello está, tal vez, en olvidar que, cuando la sexualidad no encarna ni expresa verdadero amor, deja de ser humana, y no puede satisfacer la necesidad más honda de la persona, que no es obtener placer, sino amar y ser amada.
Todo queda deshumanizado cuando una persona utiliza a otra, sólo con el fin de satisfacer su tensión sexual. El otro queda convertido en instrumento de placer. Ya no hay encuentro personal. Se elige un “objeto placentero”, pero no se ama a la persona en su singularidad y misterio.
Entonces se tiende fácilmente al cambio de ese “objeto sexual”. Un objeto debe ser útil y, si no satisface debidamente, ha de ser sustituido por otro mejor. Es algo intercambiable, canjeable.
Se llega así a la promiscuidad. Se cambia fácilmente de pareja. Se pasa de una experiencia a otra. Y si no satisface ya ni la misma promiscuidad, se llega a la pornografía que es la búsqueda del placer, sin seleccionar siquiera a una persona con- creta como objeto sexual.
Todo esto puede ser exaltado como “libertad sexual” o superación de viejos tabúes. Puede ser favorecido por determinadas campañas de orientación sexual que se ofrecen a las nuevas generaciones. Pero, en realidad es una regresión. Y quien estimula una conducta regresiva del hombre no tiene nada de progresista.
Lo que esta sociedad necesita, incluso para disfrutar del sexo, es aprender a amar. Un científico tan poco ingenuo como A. H. Maslow llega a decir que “las personas que no saben amar, no obtienen del sexo la misma calidad de emoción que las que pueden amar”.
El mensaje cristiano del amor sigue de permanente actualidad. Sólo el amor vivido de manera responsable puede humanizar de raíz el disfrute sano del sexo y limpiar nuestras relaciones de aquello que las degradan.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
14 de febrero de 1988
CARNAVAL TODO EL AÑO
Queda limpio.
Sería un error ver en los Carnavales únicamente desenfreno, inmoralidad y libertinaje. Los estudiosos de las costumbres populares saben analizar también los aspectos positivos que encierran.
Pocas veces puede el pueblo erigirse, como en estos días, en protagonista de su propia fiesta, sin limitarse a ser mero espectador de un festejo.
Pocas fiestas ofrecen a las gentes una posibilidad tan rica de desarrollar su creatividad y fantasía, e incluso su sentido crítico.
Por otra parte, son muchos los que viven el Carnaval con sano regocijo, sin caer en la frivolidad grotesca o la degeneración.
Más preocupante que los excesos que se puedan cometer estos días es observar que los aspectos más ambiguos y negativos del Carnaval se extienden a la vida de todos los días, fuera ya del clima festivo de estas fechas.
El disfraz y la máscara no son un juego en la sociedad contemporánea sino todo un estilo de vivir. Hay que ofrecer “buena imagen”, representar bien «el personaje”, aunque uno termine por desconoce su propia identidad.
Tampoco se produce sólo en Carnaval ese fenómeno, no tan raro hoy entre nosotros, de ridiculizar lo sagrado, parodiar lo espiritual, invertir los valores, hacer de lo religioso una mascarada.
Por otra parte, romper todo tipo de barreras y límites morales ya no es algo propio de estas fechas, sino el modo de vida de quienes aceptan ciegamente el hedonismo como el valor central de nuestra cultura.
El esfuerzo ya no está de moda. Todo lo que supone austeridad y disciplina queda arrinconado. Es la hora de dar culto al deseo y al placer inmediato.
Hay que disfrutar de todo y ahora mismo. Excitación permanente. Sexo a la carta. Seguir los impulsos. Gustarlo todo, hacerlo todo, ir siempre más lejos, buscar nuevas combinaciones.
Lo lamentable es que, cuando el Carnaval deja de ser una fiesta para convertirse en un modo de vida, la persona se disuelve, la existencia se vacía, el ser humano se envilece.
La vida convertida en orgía repetitiva y sin misterio pierde su sabor más sano. La violación permanente de toda regla crea vacío. La persona, travestida y disfrazada con mil máscaras, olvida su verdadero rostro.
Del Carnaval no nace un hombre nuevo y esperanzado sino un ser triste, cansado y aburrido.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
17 de febrero de 1985
CONTACTO HUMANO
… y lo tocó.
Cuando el único afán de las personas es verse libres de todo sufrimiento, resulta insoportable el contacto directo con el dolor y la miseria de los demás.
Por eso se explica que muchos hombres y mujeres se esfuercen por defender su pequeña felicidad, evitando toda relación y contacto con los que sufren.
La cercanía del niño mendigo o la presencia del joven drogadicto nos perturba y molesta. Es mejor mantenerse lo más lejos posible. No dejarnos contagiar o manchar por la miseria.
Privatizamos nuestra vida cortando toda clase de relaciones vivas con el mundo de los que sufren y nos aislamos en nuestros propios problemas, haciéndonos cada vez más insensibles al dolor ajeno.
Son muchos los observadores que detectan en la sociedad occidental un crecimiento de la apatía, la indiferencia e insensibilidad ante el sufrimiento de los otros.
Hemos aprendido a amurallarnos detrás de las cifras y las estadísticas que nos hablan de la miseria en el mundo y podemos calcular cuántos niños mueren de hambre cada minuto, sin que nuestro corazón se conmueva demasiado.
Incluso, las imágenes más crueles y trágicas que pueda servirnos la TV quedan rápidamente relegadas y olvidadas por el telefilme de turno.
El gran economista J.K. Galbraith ha hablado de la creciente «indiferencia ante el Tercer Mundo». Según sus observaciones, el aumento de riqueza en los países poderosos ha aumentado la indiferencia hacia los países pobres. «A medida que aumentó la riqueza, se podía haber esperado que la ayuda aumentara a partir de la existencia de recursos cada vez más abundantes. Pero he aquí que ha disminuí- do la preocupación por los pobres tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo rico».
La actitud de Jesús hacia los marginados de su tiempo resulta especialmente interpeladora para nosotros.
Los leprosos eran segregados de la sociedad. Tocarlos significaba contraer impureza y lo correcto era mantenerse lejos de ellos, sin contaminarse con su problema ni su miseria.
Jesús no sólo cura al leproso sino que lo toca. Restablece el contacto humano con aquel hombre que ha sido marginado por todos.
La sociedad seguirá levantando fronteras de separación hacia los marginados. Son fronteras que a un creyente sólo le indican las barreras que ha de traspasar para acercarse al hermano necesitado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
14 de febrero de 1982
UNA MANO EXTENDIDA
Extendió la mano y lo tocó.
La felicidad sólo es posible allí donde nos sentimos acogidos y aceptados. Donde falta acogida, falta vida, nuestro ser se paraliza, la creatividad se atrofia.
Por eso una «sociedad cerrada es una sociedad sin futuro. Una sociedad que mata la esperanza de vida de los marginados y que finalmente se hunde a sí misma» ( J. Moltmann).
Son muchos los factores que invitan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a vivir en círculos cerrados y exclusivistas. En una sociedad en la que crece la inseguridad, la indiferencia y la agresividad, es explicable que cada uno tratemos de asegurar «nuestra pequeña felicidad» junto a los que sentimos iguales.
Hace mucho tiempo que Aristóteles dijo que «los iguales se asocian bien entre sí». Las personas que son como nosotros, que piensan y quieren lo mismo que nosotros, nos dan seguridad. En cambio, las personas que son diferentes, que piensan, sienten y quieren de manera distinta de nosotros, nos producen inseguridad.
Por eso se agrupan las naciones en «bloques» cerrados que se miran mutuamente con hostilidad. Por eso buscamos cada uno nuestro «recinto de seguridad», ese círculo cerrado de la amistad con aquéllos que son de nuestra misma condición.
Vivimos como «a la defensiva», excluyéndonos mutuamente, cada vez más incapaces de romper distancias y adoptar una postura de amistad abierta hacia todo hombre.
Nos hemos acostumbrado a aceptar sólo a los más cercanos. A los demás los toleramos, o los miramos con indiferencia, si no es con verdadera repulsa.
Ingenuamente pensamos que si cada uno se preocupa de asegurar su pequeña parcela de felicidad, la humanidad seguirá caminando hacia su progreso.
Y no nos damos cuenta de que estamos creando marginación, aislamiento y soledad. Y que en esta sociedad, va a ser cada vez más difícil ser feliz.
Por eso el gesto de Jesús cobra especial actualidad para nosotros. Jesús no sólo limpia al leproso. Extiende la mano y lo toca, rompiendo prejuicios, tabúes, temores y fronteras de aislamiento y marginación que excluían a los leprosos de la convivencia en la sociedad judía.
Los creyentes deberíamos sentirnos llamados a aportar amistad abierta a los rincones marginados de nuestra sociedad. Son muchos los que necesitan una mano extendida que llegue a tocarlos.
José Antonio Pagola
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