lunes, 23 de enero de 2012

29/01/2012 - 4º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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29 de enero de 2012

4º domingo Tiempo ordinario (B)



EVANGELIO

Enseñaba con autoridad.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,21-28

En aquel tiempo, Jesús y sus -discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenla un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
- «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó:
- «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:
- «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
29 de enero de 2012

CURADOR

Según Marcos, la primera actuación pública de Jesús fue la curación de un hombre poseído por un espíritu maligno en la sinagoga de Cafarnaún. Es una escena sobrecogedora, narrada para que, desde el comienzo, los lectores descubran la fuerza curadora y liberadora de Jesús. Es sábado y el pueblo se encuentra reunido en la sinagoga para escuchar el comentario de la Ley explicado por los escribas. Por primera vez Jesús va a proclamar la Buena Noticia de Dios precisamente en el lugar donde se enseña oficialmente al pueblo las tradiciones religiosas de Israel. La gente queda sorprendida al escucharle. Tienen la impresión de que hasta ahora han estado escuchando noticias viejas, dichas sin autoridad. Jesús es diferente. No repite lo que ha oído a otros. Habla con autoridad. Anuncia con libertad y sin miedos a un Dios Bueno. De pronto un hombre «se pone a gritar: ¿Has venido a acabar con nosotros?». Al escuchar el mensaje de Jesús, se ha sentido amenazado. Su mundo religioso se le derrumba. Se nos dice que está poseído por un «espíritu inmundo», hostil a Dios. ¿Qué fuerzas extrañas le impiden seguir escuchando a Jesús? ¿Qué experiencias dañosas y perversas le bloquean el camino hacia el Dios Bueno que él anuncia? Jesús no se acobarda. Ve al pobre hombre oprimido por el mal, y grita: «Cállate y sal de él». Ordena que se callen esas voces malignas que no le dejan encontrarse con Dios ni consigo mismo. Que recupere el silencio que sana lo más profundo del ser humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 -
1 de febrero de 2009

UN ENSEÑAR NUEVO

El episodio es sorprendente y sobrecogedor. Todo ocurre en la «sinagoga», el lugar donde se enseña oficialmente la Ley, tal como es interpretada por los maestros autorizados. Sucede en «sábado», el día en que los judíos observantes se reúnen para escuchar el comentario de sus dirigentes. Es en este marco donde Jesús comienza por vez primera a «enseñar».
Nada se dice del contenido de sus palabras. No es eso lo que aquí interesa, sino el impacto que produce su intervención. Jesús provoca asombro y admiración. La gente capta en él algo especial que no encuentra en sus maestros religiosos: Jesús «no enseña como los escribas, sino con autoridad».
Los letrados enseñan en nombre de la institución. Se atienen a las tradiciones. Citan una y otra vez a maestros ilustres del pasado. Su autoridad proviene de su función de interpretar oficialmente la Ley. La autoridad de Jesús es diferente. No viene de la institución. No se basa en la tradición. Tiene otra fuente. Está lleno del Espíritu vivificador de Dios.
Lo van a poder comprobar enseguida. De forma inesperada, un poseído interrumpe a gritos su enseñanza. No la puede soportar. Está aterrorizado: «¿Has venido a acabar con nosotros?» Aquel hombre se sentía bien al escuchar la enseñanza de los escribas. ¿Por qué se siente ahora amenazado?
Jesús no viene a destruir a nadie. Precisamente su «autoridad» está en dar vida a las personas. Su enseñanza humaniza y libera de esclavitudes. Sus palabras invitan a confiar en Dios. Su mensaje es la mejor noticia que puede escuchar aquel hombre atormentado interiormente. Cuando Jesús lo cura, la gente exclama: «este enseñar con autoridad es nuevo».
Los sondeos indican que la palabra de la Iglesia está perdiendo autoridad y credibilidad. No basta hablar de manera autoritaria para anunciar la Buena Noticia de Dios. No es suficiente transmitir correctamente la tradición para abrir los corazones a la alegría de la fe. Lo que necesitamos urgentemente es un «enseñar nuevo».
No somos «escribas», sino discípulos de Jesús. Hemos de comunicar su mensaje, no nuestras tradiciones. Hemos de enseñar curando la vida, no adoctrinando las mentes. Hemos de anunciar su Espíritu, no nuestras teologías.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
29 de enero de 2006

APRENDER A ENSEÑAR

No enseñaba como los letrados sino con autoridad.

El modo de enseñar de Jesús provocó en la gente la impresión de que estaban ante algo desconocido y admirable. Lo señala la fuente cristiana más antigua y los investigadores piensan que fue así realmente. Jesús no enseñaba como los «letrados» de la Ley. Lo hacía con «autoridad»: su palabra liberaba a las personas de «espíritus malignos».
No hay que confundir «autoridad» con «poder». El evangelista Marcos es muy preciso en su lenguaje. La palabra de Jesús no proviene del poder. Jesús no trata de imponer su propia voluntad sobre los demás. No enseña para controlar el comportamiento de la gente. No utiliza la coacción ni las amenazas.
Su palabra no es como la de los letrados de la religión judía. No está revestida de poder institucional. Su «autoridad» nace de la fuerza del Espíritu. Proviene del amor a la gente. Busca aliviar el sufrimiento, curar heridas, promover una vida más sana. Jesús no genera sumisión, infantilismo o pasividad. Libera de miedos, infunde confianza en Dios, anima a las personas a buscar un mundo nuevo.
A nadie se le oculta que estamos viviendo una grave crisis de autoridad. La confianza en la palabra institucional está bajo mínimos. Dentro de la Iglesia se habla de una fuerte «devaluación del magisterio». Las homilías aburren. Las palabras están desgastadas.
¿No es el momento de volver a Jesús y aprender a enseñar como lo hacía él? La palabra de la Iglesia ha de nacer del amor real a las personas. Ha de ser dicha después de una atenta escucha del sufrimiento que hay en el mundo, no antes. Ha de ser cercana, acogedora, capaz de acompañar la vida doliente del ser humano.
Necesitamos una palabra más liberada de la seducción del poder y más llena de la fuerza del Espíritu. Una enseñanza nacida del respeto y la estima positiva de las personas, que genere esperanza y cure heridas. Sería grave que, dentro de la Iglesia, se escuchara una «doctrina de letrados» y no la palabra curadora de Jesús que tanto necesita hoy la gente para vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR

DESCONOCIDOS Y TEMIDOS

Hasta a los espíritus inmundos les manda.

Unos están recluidos definitivamente en un centro. Otros deambulan por nuestras calles. La inmensa mayoría vive con su familia. Están entre nosotros, pero apenas suscitan el interés de nadie. Son los enfermos mentales.
No resulta fácil penetrar en su mundo de dolor y soledad. Privados, en algún grado, de vida consciente y afectiva sana, apenas gozan de prestigio o ascendiente. Muchos de ellos son seres débiles y vulnerables, o viven atormentados por el miedo en una sociedad que los teme o se desentiende de ellos.
Desde tiempo inmemorial, un conjunto de prejuicios, miedos y recelos y ha ido levantando una especie de muro invisible entre ese mundo de oscuridad y dolor, y la vida de quienes nos consideramos «sanos». El enfermo psíquico crea inseguridad y su presencia parece siempre peligrosa. Lo más prudente es defender nuestra «normalidad», recluyéndolos distanciándolos de nuestro entorno.
Hoy, sin embargo, se habla mucho de la inserción social de los enfermos mentales y del apoyo terapéutico que puede significar su integración en la convivencia. Pero todo ello no deja de ser una bella teoría si no se produce un cambio de actitud ante el enfermo psíquico y no se ayuda de forma más eficaz a tantas familias que se sienten solas o con poco apoyo para hacer frente a los problemas que se les vienen encima con la enfermedad de uno de sus miembros.
Hay familias que saben cuidar a su ser querido con amor y paciencia, colaborando positivamente con los médicos. Pero hay también hogares donde el enfermo resulta una carga dificii de sobrellevar. Poco a poco, la convivencia se deteriora y toda la familia va quedando afectada negativamente favoreciendo, a su vez, el empeoramiento del enfermo.
Es una ironía, entonces, seguir defendiendo teóricamente la mejor calidad de vida para el enfermo psíquico, su integración social o el derecho a una atención adecuada a sus necesidades afectivas, familiares y sociales. Todo esto ha de ser así, pero, para ello, es necesaria una ayuda más real a las familias y una colaboración más estrecha entre los médicos que atienden al enfermo y personas que sepan estar junto a él desde una relación humana y amistosa.
¿Qué lugar ocupan estos enfermos en nuestras comunidades cristianas? ¿No son los grandes olvidados? El evangelio de Marcos subraya de manera especial la atención de Jesús a «los poseídos por espíritus malignos». Su cercanía a las personas más indefensas y desvalidas ante el mal, siempre será para nosotros una llamada interpeladora.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
30 de enero de 2000

SANAR

Hasta a los espíritus inmundos les manda.

Las primeras tradiciones cristianas describen a Jesús como alguien que pone en marcha un profundo proceso de sanación tanto individual como social. Ésa fue su intención de fondo: curar, aliviar, restaurar la vida. Los evangelistas ponen en boca de Jesús frases que lo dicen todo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
Por eso, las curaciones que Jesús lleva a cabo a nivel físico, psicológico o espiritual son el símbolo que mejor condensa e ilumina el sentido de su vida. Jesús no realiza curaciones de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Lo que busca es la salud integral de las personas: que todos los que se sienten enfermos, abatidos, rotos o humillados, puedan experimentar la salud como signo de un Dios amigo que quiere para el ser humano vida y salvación.
No hemos de pensar sólo en las curaciones. Toda su actuación trata de encaminar a las personas hacia una vida más sana: su rebeldía frente a tantos comportamientos patológicos de raíz religiosa (legalismo, hipocresía, rigorismo vacío de amor...); su lucha por crear una convivencia más humana y solidaria; su ofrecimiento de perdón a gentes hundidas en la culpabilidad y la ruptura interior; su ternura hacia los maltratados por la vida o por la sociedad; sus esfuerzos por liberar a todos del miedo y la inseguridad para vivir desde la confianza absoluta en Dios.
No es extraño que, al confiar su misión a los discípulos, Jesús los imagine no como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como grandes curadores: «Proclamad que el Reinado de Dios está cerca: curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios». La primera tarea de la Iglesia no es celebrar cultos, elaborar teología, predicar moral, sino curar, liberar del mal, sacar del abatimiento, sanear la vida, ayudar a vivir de manera saludable. Esa lucha por la salud integral es camino de salvación.
Lo denunciaba hace algunos años B. Häring, uno de los más prestigiosos moralistas del siglo XX: la Iglesia ha de recuperar su misión sanadora si quiere enseñar el camino de la salvación. Anunciar la salvación eterna de manera doctrinal, intervenir sólo con llamamientos morales o promesas de salvación desprovistas de experiencia sanadora en el presente, pretender despertar la esperanza sin que se pueda sentir que la fe hace bien, es un error. Jesús no actuó así.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE

NADIE ESTÁ PERDIDO PARA DIOS

Hasta los espíritus inmundos.., lo obedecen.

«Estoy perdido... No hay nada que hacer.» Qué duro es escuchar a quien se nos confía con estas o parecidas palabras. Pocos sentimientos habrá tan penosos para el ser humano como esa sensación de verse hundido sin remedio.
Todo se desata, a veces, a partir de una desgracia que el individuo se siente incapaz de soportar: «Es demasiado para mí. No puedo más. Voy a volverme loco.» La persona no sabe dónde encontrar consuelo. Ya nada será como antes. Algo se ha roto para siempre.
Otras veces es la soledad sentida de manera angustiosa: «Nadie me entiende. Nadie me quiere. Todos me han dejado solo.» Frustrada en lo más íntimo, la persona se hunde en la amargura. Sabe que nadie le espera ya en ningún lugar. ¿Qué sentido puede tener seguir viviendo sin la presencia de una persona amada?
En algunos momentos puede aparecer una inexplicable sensación de malestar: «No tengo ganas de vivir. Nada me llena. Todo me da igual.» La persona no sabe cómo sacudirse de encima esa fastidiosa impresión de vacío y falsedad. Hay que seguir viviendo, pero uno se siente acabado.
En otras ocasiones el ser humano experimenta el cansancio de su propio corazón: «Estoy harto de todo y de todos.» Una especie de entumecimiento interior se apodera de la persona. Hay que «seguir tirando», pero hace tiempo que la vida se ha apagado.
No es tampoco tan extraña la experiencia del pecado: «Mi vida es un desastre. He dado muchos pasos equivocados. Poco a poco me he ido alejando de Dios, y ahora no tengo fuerzas para cambiar.» La persona no se atreve ya a enfrentarse a su propia conciencia. Siente confusamente el peso de la culpa, pero no sabe cómo salir de ese estado.
Las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido (Lucas 15, 1-32) insisten todas ellas en lo mismo: Dios es alguien que se alegra con la recuperación de todo hombre o mujer que se veía perdido. No hay desgracia ni pecado, no hay cansancio ni soledad, no hay crimen ni oscuridad que te pueda destruir definitivamente. Nadie está perdido para Dios.
Esta es la Buena Noticia del evangelio: No hay desesperación definitiva; siempre se puede seguir esperando incluso «contra toda esperanza». Dios es Salvador para todos aquellos que se ven desbordados por el mal, el pecado, la impotencia o la fragilidad. Esto es lo que descubren con admiración aquellas gentes de Galilea que son testigos del poder y la bondad de Jesús que libera del «espíritu inmundo» a aquel pobre hombre que se retuerce poseído por el mal.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
30 de enero de 1994

UN DIOS AMIGO

Hasta a los espíritus inmundos les manda.

Hace ya algunos años, A.N Whithead escribió una frase brillante, que luego ha sido largamente citada y comentada. Según este conocido matemático, filósofo y teólogo, «religión es lo que el individuo hace con su propia soledad». Es en la intimidad de cada persona donde se juega, en último término, su actitud religiosa, pues en esa soledad interior va respondiendo a las preguntas últimas: ¿quién soy yo en realidad?, ¿qué puedo saber de la vida?, ¿en qué puedo creer o esperar?
No es fácil saber qué sucede hoy en la interioridad de los individuos y cómo se las ve cada uno con Dios. La cultura moderna ha transformado profundamente la estructura interna de las personas. Hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos y menos consistentes, más escépticos y menos confiados. Sin embargo, el mismo Whithead ofrece algunas pistas para entender cómo se gesta la actitud religiosa en nuestros días.
Para bastantes, Dios no es sino un «concepto». Una idea, tal vez sublime y excelsa, pero que no se deja sentir en su interior. No niegan que exista —«algo tiene que haber»—, pero no saben relacionarse con él. Dios está situado en el mundo de las ideas, pero no es reconocido como alguien vivo y personal, que fundamenta y suscita la vida de la persona. Estos pueden hablar y discutir sobre Dios, pero nunca hablan a Dios en la soledad de su corazón.
Hay otros que sí sienten a Dios en su interior, pero lo intuyen como «enemigo». Alguien que les cierra el camino, les señala los límites y no les deja vivir en paz. Cuando se encuentran con él, siempre se topan con un señor soberano y omnipotente, que frena sus pretensiones de autonomía y felicidad. Para éstos, Dios es una «amenaza oscura», que hace la vida más difícil y dura de lo que ya es por sí misma.
Bien diferente es, por el contrario, la experiencia de quienes buscan a Dios siguiendo los pasos de Jesús. Estos sienten a Dios, no como el señor amenazador que exige y oprime, sino como el «amigo» que sustenta, comparte, perdona y hace vivir.
Estoy cada vez más convencido de que el proceso religioso que muchas personas necesitan recorrer, es el que lleva desde el Dios «enemigo» al Dios «amigo» y compañero de camino. Si hoy muchos abandonan a Dios y le dan la espalda, es porque solo lo experimentan como exigencia, y no como don y misericordia.
La experiencia de los que se encontraron con Jesús fue muy diferente. Podían comprobar que Jesús no solo hablaba de Dios con autoridad, sino que curaba a las personas y las liberaba del mal en el nombre de un Dios amigo de la dicha del ser humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
3 de febrero de 1991

UN PROGRESISMO INGENUO

Se quedaron asombrados de su enseñanza.

Uno de ios dogmas fundamentales de la cultura moderna es la fe en el poder absoluto de la razón. Con la fuerza de la razón, el hombre es capaz de resolver los problemas de la existencia.
En la raíz de esta postura “racionalista” hay una convicción que ha ido creciendo progresivamente. Lo único que existe es lo que el hombre puede verificar con su razón. Fuera de lo que el ser humano puede comprobar, no hay nada real.
Si esto es así, naturalmente ya no hay sitio para Dios ni para la religión. El mundo se reduce sencillamente a un sistema cerrado que el hombre puede dominar desarrollando la ciencia y las tecnologías. La fe en un Dios trascendente queda descalificada de raíz como una postura ingenua y primitiva.
Durante muchos años esta visión “racionalista” fue cultivada en círculos intelectuales y científicos, sin provocar grandes reacciones en las masas. Pero la situación ha cambiado profundamente con la llegada de los grandes medios de comunicación social. Por todas partes se divulga hoy una cultura “racionalista” donde lo religioso aparece como una postura que todavía personas desfasadas pueden cultivar en su corazón, pero que está ya superada hace tiempo por la ciencia y el progreso.
En cualquier programa televisivo se pueden escuchar toda clase de comentarios irónicos y frívolos sobre lo religioso, hechos por “personajes” de la vida social, interesados en dejar bien claro su agnosticismo para no ser tachados de poco progresistas.
Lo curioso es que, como siempre, todo esto sucede precisamente cuando en ¡os sectores científicos más serios y rigurosos del momento actual se respira un clima totalmente diferente.
Hace tiempo que los científicos más prestigiosos hablan de que la razón no puede responder a todos los interrogantes que plantea la existencia. Y son ellos mismos los que afirman la necesidad de que, junto a la ciencia, la humanidad siga cultivando la poesía, la ética, la metafísica, la religión.
Por otra parte, se ha ido tomando conciencia de que la pretensión “racionalista” de que no existe nada más que lo que el hombre puede conocer con su razón, no se basa en ningún análisis científico de la realidad. El hombre moderno ha decidido que no hay nada fuera de lo que él mismo puede comprobar, pero esta convicción primera no proviene de ninguna verificación racional. Es un prejuicio o creencia acrítica, anterior a cualquier intervención de la razón.
Por eso, son muchos los que piensan que ha llegado el momento de revisar, por una parte, la naturaleza del conocimiento científico y de explorar, por otra, las verdaderas raíces de la experiencia religiosa. Ciencia y religión no se excluyen. La humanidad las necesita a ambas para su crecimiento.
Lo progresista no es burlarse de la religión sino abrirse sin prejuicios a toda la verdad de la existencia. La “verdad” que se encierra en la experiencia religiosa es diferente de la “verdad” que aporta la ciencia. De alguna manera, es esto lo que descubren las gentes de Cafarnaum cuando experimentan que “la enseñanza” de Jesús encierra una “autoridad” diferente a la de “los letrados “.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
31 de enero de 1988

CON AUTORIDAD

Con autoridad.

Por lo general, solemos confundir fácilmente «autoridad” con «poder”, pues normalmente toda autoridad necesita para ser ejercida un cierto poder.
Sin embargo, hay personas que tienen autoridad no porque estén investidas de poder o se les haya encomendado una función social, sino porque su manera de ser y de vivir es reconocida y aceptada por los demás.
Son personas que irradian autoridad. No se imponen por su poderío o su fuerza. Es su vida la que atrae y deja huella profunda en quienes los conocen o tratan.
«Autoridad» es un término que viene del latín «augere” que significa «hacer crecer”, “agrandar”, “enriquecer», pues las personas con autoridad ayudan a crecer, nos estimulan, enriquecen la vida de los demás.
Esta autoridad nace de la misma persona, de su honestidad, de su actitud responsable y coherente, de su fidelidad. Ningún poder ni cargo, por importante que sean, pueden sustituirla cuando falta.
Tal vez éste sea uno de los problemas más graves de la actual sociedad occidental. Contamos con personas que tienen “poder oficiala pero no es fácil encontrar hombres y mujeres con autoridad para convertirse en guías y modelos a seguir.
El problema se agudiza cuando el poder o cargo oficial es desempeñado por una persona indigna y sin autoridad moral alguna debido a su comportamiento personal.
Es comprensible que los que ostentan un poder oficial pretendan deslindar netamente su cargo público de lo que constituye su vida personal privada.
Ciertamente, un hombre puede ser fiel a su cargo aunque no sea fiel a su esposa. Puede cumplir honestamente su responsabilidad pública aunque actúe de manera irresponsable en su vida privada.
Pero no es el mejor camino para despertar en los ciudadanos una mayor confianza en los poderes públicos y una mayor colaboración con sus directrices.
El evangelista Marcos nos recuerda que en el pueblo judío se despertó la admiración y el seguimiento a Jesús cuando vieron en él a un hombre que actuaba no como los escribas, sino «con autoridad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
3 de febrero de 1985

ENSEÑAR CON AUTORIDAD

no como los letrados, sino con autoridad...

Jesús no fue un profesional especializado en comentar la Biblia o interpretar correctamente su contenido. Su palabra clara, directa, auténtica, tenía otra fuerza diferente que el pueblo supo inmediatamente captar.
No es un discurso lo que sale de labios de Jesús. Tampoco una instrucción. Su palabra es una llamada, un mensaje vivo que provoca impacto y se abre camino en lo más hondo de las gentes.
El pueblo queda asombrado «porque no enseña como ¡os letrados, sino con autoridad». Esta autoridad no está ligada a ningún título o poder social. No proviene tampoco de las ideas que expone o la doctrina que enseña. La fuerza de su palabra es él mismo, su persona, su espíritu, su libertad.
Jesús no es «un vendedor de ideologías» ni un repetidor de lecciones aprendidas de antemano. Es un maestro de vida que coloca al hombre ante las cuestiones más decisivas y vitales. Un hombre que enseña a vivir.
Es duro reconocer que, con frecuencia, las nuevas generaciones no encuentran «maestros de vida» a quienes poder escuchar. ¿Qué autoridad pueden tener las palabras de muchos políticos, dirigentes o responsable civiles y religiosos, si no están acompañadas de un testimonio claro de honestidad y responsabilidad personal?
Por otra parte, ¿qué vida pueden encontrar nuestros jóvenes en una enseñanza mutilada, que proporciona datos, cifras y códigos, pero no ofrece respuesta alguna a las cuestiones más inquietantes que anidan en el ser humano?
Difícilmente ayudará a crecer a los alumnos una enseñanza reducida a información científica en la que el enseñante puede ser sustituido por el programa correspondiente del «video» o del ordenador.
Nuestra sociedad necesita «profesores de existencia». Hombres y mujeres que enseñen el arte de abrir los ojos, maravillarse ante la vida e interrogarse con sencillez por el sentido último de todo.
Maestros que, con su testimonio personal de vida, siembren inquietud, contagien vida y ayuden a plantearse honradamente los interrogantes más hondos de la existencia.
Hacen pensar las palabras del escritor anarquista A. Robin, por lo que pueden presagiar para nuestra sociedad: «Se suprimirá la fe en nombre de la luz; después se suprimirá la luz. Se suprimirá el alma en nombre de la razón; después se suprimirá la razón. Se suprimirá la caridad en nombre de la justicia; después se suprimirá la justicia. Se suprimirá el espíritu de verdad en nombre del espíritu crítico; después se suprimirá el espíritu crítico».
El Evangelio de Jesús no es algo superfluo e inútil para una sociedad que corre el riesgo de seguir tales derroteros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
31 de enero de 1982

LA FUERZA DE LO DEMONIACO

Hasta los espíritus inmundos k obedecen.

Durante estos últimos años, varias novelas, llevadas posteriormente a la pantalla, han puesto de relieve que la imagen diabólica, un tanto arrinconada por la civilización contemporánea, sigue teniendo una confusa vigencia en la conciencia de grandes masas.
Obras como «El exorcista» de W. P. Blatty, «La semilla del diablo» de I. Levin y «El Otro» de Th. Tryon, y la proliferación inesperada de cultos satánicos en Norteamérica y Europa, nos han descubierto que la figura siniestra de lo demoníaco tiene todavía una fuerza que nadie hubiera podido sospechar.
Y es que también el hombre de hoy, al enfrentarse a la existencia, sigue percibiendo lo que Van der Leeuw ha llamado «la angustia indeterminada ante lo horrible, lo inabarcable». También el hombre contemporáneo se sigue conmoviendo cuando las fuerzas del mal adquieren un carácter amenazador incontrolable y de raíces impenetrables.
Paul Valory decía en su «Fausto» que la actuación primordial del demonio consiste en «mostrar a los hombres en un espejo sus deseos más ocultos». Lo que ha aterrorizado a los hombres no ha sido la entidad misma de los demonios, sino lo que lo demoníaco refleja: los instintos de agresión, destrucción y muerte que hay en nosotros, y que pueden desbordarse en un momento dado.
Y es esto lo que tampoco hoy deberíamos olvidar. En la historia grande de los pueblos y en la pequeña historia individual de cada uno, siempre existe la posibilidad de que el lado tenebroso y maligno de la existencia humana se rebele y nos desborde hasta límites insospechados.
Por eso siguen teniendo actualidad y vigencia esos relatos que encontramos en los evangelios, y donde se nos presenta a Jesús expulsando demonios con fuerza salvadora.
Los psicoanalistas nos han descubierto que lo inhumano, la sangre, el dolor, la destrucción y la muerte, ejercen una extraña atracción sobre el siquismo humano. Y que el hombre necesita abrirse a la vida, y entrar en una dinámica de amor y creatividad, si no quiere verse amenazado por la destrucción.
Este Jesús, que no expulsa demonios con fórmulas mágicas de exorcista, sino como el enviado del Dios de la vida y la salud, que predica con fuerza liberadora el amor, y que nos invita a entrar en el reino de la ternura, la fraternidad y la libertad, puede ser también hoy Alguien capaz de acallar las fuerzas del mal y liberarnos de la esclavitud de tantos males que parecen escapar a nuestro control.

José Antonio Pagola

1 comentario:

  1. Estimado Padre, José Antonio Pagola;

    En primer lugar reciba un saludo sincero y de la fraternidad.

    El motivo de que me inquietaba enviarle éste es,agradecerle y animarle a usted por su labor valioso que realiza por este medio en cada domingo, "la reflexión del evangelio" siempre,me parecen muy buenas sus reflexiones me ayuda en mi personal y lo trato compartir con mis feligres que soy un sacerdote,diocesis de Austin, Texas en Estados Unidos.

    hasta me hace de pensar es la providencia su presencia hoy en día. me entere los comentarios que hacen sobre usted -los libros-...

    Ánimo! compañero! yo le acompañaré con mis oraciones.

    Me despido agradeciendo de nuevo y espero que me dé permiso paraque siga compartiendo su reflexión.

    ¡¡¡Que buen Dios le bendiga!!!

    Joseph Kim.

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