Homilias de José Antonio Pagola
Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
6 de enero de 2012
La Epifanía del Señor (B)
EVANGELIO
Venimos de Oriente a adorar al Rey.
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
-« ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.»
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
-«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
"Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel."»
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
-«Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.»
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
6 de enero de 2012
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 -
6 de enero de 2009
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
6 de enero de 2006
¿A QUIÉN ADORAMOS?
Cayendo de rodillas, lo adoraron.
Los magos vienen del «Oriente», un lugar que evoca en los judíos la patria de la astrología y de otras ciencias extrañas. Son paganos. No conocen las Escrituras Sagradas de Israel, pero sí el lenguaje de las estrellas. Buscan la verdad y se ponen en marcha para descubrirla. Se dejan guiar por el misterio, sienten necesidad de «adorar».
Su presencia provoca un sobresalto en todo Jerusalén. Los magos han visto brillar una estrella nueva que les hace pensar que ya ha nacido «el rey de los judíos» y vienen a «adorarlo». Este rey no es Augusto. Tampoco Herodes. «Dónde está?». Ésta es su pregunta.
Herodes se «sobresalta». La noticia no le produce alegría alguna. Él es quien ha sido designado por Roma «rey de los judíos». Hay que acabar con el recién nacido: ¿dónde está ese rival extraño? Los «sumos sacerdotes y letrados» conocen las Escrituras y saben que ha de nacer en Belén, pero no se interesan por el niño ni se ponen en marcha para adorarlo.
Esto es lo que encontrará Jesús a lo largo de su vida: hostilidad y rechazo en los representantes del poder político; indiferencia y resistencia en los dirigentes religiosos. Sólo quienes buscan el reino de Dios y su justicia lo acogerán.
Los magos prosiguen su larga búsqueda. A veces, la estrella que los guía desaparece dejándolos en la incertidumbre. Otras veces, brilla de nuevo llenándolos de «inmensa alegría». Por fin se encuentran con el Niño, y «cayendo de rodillas, lo adoran». Después, ponen a su servicio las riquezas que tienen y los tesoros más valiosos que poseen. Este Niño puede contar con ellos pues lo reconocen como su Rey y Señor.
En su aparente ingenuidad, este relato nos plantea preguntas decisivas: ¿ante quién nos arrodillamos nosotros?, ¿cómo se llama el «dios» que adoramos en el fondo de nuestro ser? Nos decimos cristianos, pero ¿vivimos adorando al Niño de Belén?, ¿ponemos a sus pies nuestras riquezas y nuestro bienestar?, ¿estamos dispuestos a escuchar su llamada a entrar en el reino de Dios y su justicia? En nuestras vidas siempre hay alguna estrella que nos guía hacia Belén.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
6 de enero de 2003
UNA FIESTA DE TODOS
Hemos visto salir su estrella.
Hay una pregunta que me ronda con frecuencia al llegar la Navidad. ¿Qué pueden ser estas fiestas para un hombre que ya no cree? ¿Qué puede vivir en medio de esta «atmósfera» tan especial que inexorablemente se apodera de la sociedad al llegar estas fechas?
No es pura curiosidad. Responde más bien a otra preocupación. ¿Se puede captar en el fondo de estas fiestas algo «bueno» para todos los hombres, sean o no creyentes? ¿Es posible escuchar todavía algún mensaje válido para todos, detrás de tanto despropósito consumista y tanta banalización sentimental?
Por eso he leído con interés la experiencia personal de M Yourcenar. Dice así la célebre escritora: «Yo no soy católica, ni protestante, ni siquiera cristiana en el sentido pleno del término, pero todo me lleva a celebrar esta fiesta tan rica en significaciones... La Navidad es una fiesta de todos. Lo que se celebra es un nacimiento, y un nacimiento como debieran ser todos, el de un niño esperado con amor y respeto, que lleva en su persona la esperanza del mundo. Se trata de gente pobre... y es la fiesta de los hombres de buena voluntad...
Es la fiesta de la comunidad humana, ya que es la de los tres Reyes, cuya leyenda nos cuenta que uno de ellos era negro. Es, finalmente, la fiesta de la misma tierra, que en su marcha rebasa en esos momentos el punto del solsticio de invierno y nos arrastra a todos hacia la primavera».
¿Qué hay detrás de estas palabras? ¿Poesía? ¿Nostalgia? ¿Necesidad de esperanza? Al leerlas, me venían a la mente aquellas otras del teólogo alemán K Rahner: «Es posible que todos creamos más de lo que admitimos de ordinario, más de lo que afirmamos de nosotros mismos y de nuestra vida, cuando formulamos convicciones teóricas».
Lo cierto es que el misterio rodea nuestra existencia por todas partes, obligándonos a todos, en medio de una vida a veces tan prosaica, a preguntamos hacia dónde se encamina todo y dónde podemos poner nuestra esperanza.
En el fondo de la Navidad hay un mensaje que es para todos. Los hombres no estamos solos, perdidos en una existencia sin esperanza. Hay un Dios Salvador empeñado en que todo termine bien. Y ese Dios al que, tal vez, tememos o en el que ya apenas creemos, es un Dios en el que no hay más que bondad y amor al hombre.
Lo que se nos pide es confiamos a ese misterio último de amor que llamamos Dios. Acogerlo con sencillez y confianza, sin tomar demasiado en serio nuestros escepticismos y pretensiones de agnosticismo. Y aunque, después de Navidad, todo siga como antes, lo importante y decisivo es que Dios nos acepta y que la vida del hombre, de todo hombre, está salvada en esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
6 de enero de 2000
MATAR O ADORAR
Cayendo de rodillas, lo adoraron.
Herodes y su corte de Jerusalén representan el mundo de los poderosos. Todo vale en este mundo con tal de asegurar el propio poder: el cálculo, la estrategia y la mentira. Vale incluso la crueldad, el terror, el desprecio al ser humano y la destrucción de los inocentes. Es un mundo que conocemos bien pues respiramos su atmósfera hasta la náusea. Parece un mundo grande y poderoso, se nos presenta como defensor del orden y la justicia, pero es débil y mezquino pues termina siempre buscando al niño «para matarlo».
Según el relato de Mateo, unos magos venidos de Oriente irrumpen en este mundo de tinieblas. Algunos exégetas interpretan hoy la leyenda evangélica acudiendo a la psicología de lo profundo. Los magos representan el camino que siguen quienes escuchan los anhelos más nobles del corazón humano; la estrella que los guía es la nostalgia de lo divino; el camino que recorren es el deseo. Para descubrir lo divino en lo humano, para adorar al niño en vez de buscar su muerte, para reconocer la dignidad del ser humano en vez de destruirla, hay que recorrer un camino muy diferente del que sigue Herodes.
No es un camino fácil. No basta escuchar la llamada del corazón; hay que ponerse en marcha, exponerse, correr riesgos. El gesto final de los magos es sublime. No matan al niño, sino que lo adoran. Se inclinan respetuosamente ante su dignidad; ven resplandecer en él la estrella de Dios; descubren lo divino en lo humano. Es el mensaje central del Hijo de Dios encarnado en el niño de Belén.
Podemos vislumbrar también el significado simbólico de los regalos que le ofrecen. Con el oro reconocen la dignidad y el valor inestimable del ser humano; todo ha de quedar subordinado a su felicidad. Un niño merece que se pongan a sus pies todas las riquezas del mundo. El incienso recoge el deseo de que la vida del niño se despliegue y su dignidad se eleve hasta el cielo. Todo ser humano está llamado a participar de la vida misma de Dios. La mirra es medicina para curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento. El ser humano necesita de cuidados y consuelo, no de violencia y agresión.
Con su atención al débil y su ternura hacia el humillado, este Niño introducirá en el mundo la magia del amor, única fuerza de salvación, que ya desde ahora hace temblar al poderoso Herodes.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
6 de enero de 1997
SEGUIR LA ESTRELLA
Hemos visto salir su estrella.
Estamos demasiado acostumbrados al relato. Por otra parte, hoy apenas tiene nadie tiempo para detenerse y contemplar despacio las estrellas. Probablemente, no es sólo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.
Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel viejo escritor cristiano que, al elaborar el relato midráshico de los Magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado ante sus ojos» (Isaías 9, 1).
Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que captamos en estos momentos, uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del hombre por la tierra?
Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda, encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes éxitos, se buscan grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes. Logros que provocan nuevos problemas. Ideales que terminan en «soluciones a medias». Nobles luchas que acaban en «pactos mediocres». De nuevo, las tinieblas.
No es extraño que se nos diga que «ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración» (J.I. González Faus). Pero no es ésa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo. Hay en el hombre algo que le llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.
Para los creyentes esa estrella conduce siempre a Cristo. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso, no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no es «un caso desesperado». No está en completa tiniebla. El mundo no sólo está mal y tiene que cambiar. El mundo está reconciliado con Dios y puede cambiar. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy sólo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén. Es bueno recordarlo en los inicios del año dos mil.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
6 de enero de 1994
ORIENTARSE HACIA DIOS
Se pusieron en camino.
No hay técnicas ni métodos que conduzcan de forma automática hacia Dios. Pero sí hay actitudes y gestos que pueden disponer a las personas a la «visita de Dios» y preparar su encuentro con él. Más aún. Las palabras más bellas y los discursos más brillantes sobre Dios son inútiles si la persona no se abre personalmente a él. ¿Cómo?
Lo más importante para orientarse hacia Dios es invocarlo desde el fondo del corazón, a solas, en la intimidad de la propia conciencia. Es ahí donde uno se abre confiadamente al misterio de Dios o decide vivir solo, de forma atea, sin Dios. Pero, ¿se puede invocar a Dios cuando uno no cree en él ni está seguro de nada? Ch. Foucauld y otros increyentes iniciaron su búsqueda de Dios con esta invocación: «Dios, si existes, muéstrame tu rostro.» Esta invocación humilde y sincera en medio de la oscuridad es, probablemente, uno de los caminos más puros para hacerse sensible al misterio de Dios.
También se orienta la persona hacia Dios cuando se pone a escuchar a quienes creen en él. Cada uno ha de vivir su propia experiencia religiosa, pero es enriquecedor escuchar a los grandes creyentes: Abraham, Moisés, los profetas y, antes que todos ellos, Jesús, el Enviado de Dios. Se puede también escuchar a amigos y seres queridos que viven hoy su fe de forma convencida y gozosa. Si uno se queda encerrado en su pequeño mundo, sin abrirse a las experiencias de los demás, corre el riesgo de ignorar caminos de acercamiento al misterio.
Para orientarse hacia Dios es también importante eliminar de la propia vida aquello que, seguramente, no es compatible con él. Si uno, por ejemplo, tiene la pretensión de saberlo ya todo y de haber comprendido el misterio del mundo y del hombre, de la vida y de la muerte, es difícil que busque de verdad a Dios. Si uno vive encogido por el miedo o hundido en la desesperanza, ¿cómo confiará en un Dios que le ama sin fin? Si alguien se encierra en su propio egoísmo y solo siente desamor y distancia- miento hacia los demás, ¿cómo podrá abrirse a un Dios que es solo amor?
Para orientarse hacia Dios es fundamental la constancia. Mantener el deseo. Perseverar en la búsqueda. Seguir invocando. Saber esperar. No hay otra forma de ahondar en el misterio de quien es la fuente de la vida.
El relato de los magos destaca de muchas formas su actitud ejemplar en la búsqueda del Salvador. Estos hombres saben ponerse en camino hacia el misterio. Saben preguntar humildemente, superar momentos de oscuridad, perseverar en la búsqueda y adorar a Dios encarnado en la fragilidad de un ser humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
6 de enero de 1991
UNA FIESTA DE TODOS
Hemos visto salir su estrella.
Hay una pregunta que me ronda con frecuencia al llegar la Navidad. ¿Qué pueden ser estas fiestas para un hombre que ya no cree? ¿Qué puede vivir en medio de esta “atmósfera” tan especial que inexorablemente se apodera de la sociedad al llegar estas fechas?
No es pura curiosidad. Responde más bien a otra preocupación. ¿Se puede captar en el fondo de estas fiestas algo “bueno” para todos los hombres, sean o no creyentes? ¿Es posible escuchar todavía algún mensaje válido para todos, detrás de tanto despropósito consumista y tanta banalización sentimental?
Por eso he leído con interés la experiencia personal de M. Yourcenar. Dice así la célebre escritora: “Yo no soy católica, ni protestante, ni siquiera cristiana en el sentido pleno del término, pero todo me lleva a celebrar esta fiesta tan rica en significaciones... La Navidad es una fiesta de todos. Lo que se celebra es un nacimiento, y un nacimiento como debieran ser todos, el de un niño esperado con amor y respeto, que lleva en su persona la esperanza del mundo. Se trata de gente pobre... y es la fiesta de los hombres de buena voluntad...
Es la fiesta de la comunidad humana, ya que es la de los tres Reyes, cuya leyenda nos cuenta que uno de ellos era negro. Es, finalmente, la fiesta de la misma tierra, que en su marcha rebasa en esos momentos el punto del solsticio de invierno y nos arrastra a todos hacia la primavera”.
¿Qué hay detrás de estas palabras? ¿Poesía? ¿Nostalgia? ¿Necesidad de esperanza? Al leerlas, me venían a la mente aquellas otras del teólogo alemán K. Rahner: “Es posible que todos creamos más de lo que admitimos de ordinario, más de lo que afirmamos de nosotros mismos y de nuestra vida, cuando formulamos convicciones teóricas”.
Lo cierto es que el misterio rodea nuestra existencia por todas partes, obligándonos a todos, en medio de una vida a veces tan prosaica, a preguntarnos hacia dónde se encamina todo y dónde podemos poner nuestra esperanza.
En el fondo de la Navidad hay un mensaje que es para todos. Los hombres no estamos solos, perdidos en una existencia sin esperanza. Hay un Dios Salvador empeñado en que todo termine bien. Y ese Dios al que, tal vez, tememos o en el que ya apenas creemos, es un Dios en el que no hay más que bondad y amor al hombre.
Lo que se nos pide es confiarnos a ese misterio último de amor que llamamos Dios. Acogerlo con sencillez y confianza, sin tomar demasiado en serio nuestros escepticismos y pretensiones de agnosticismo. Y aunque, después de Navidad, todo siga como antes, lo importante y decisivo es que Dios nos acepta y que la vida del hombre, de todo hombre, está salvada en esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
6 de enero de 1988
BUSCAR LA VERDAD
Cayendo de rodillas lo adoraron.
¿Qué es la verdad? Esta es la pregunta más importante que puede brotar en el corazón del ser humano.
Y sería una equivocación intentar responder precipitadamente a ella, pues si surge en nosotros es sencillamente porque no conocemos con exactitud la respuesta.
Probablemente, lo primero que hemos de decir es que la verdad no es una fórmula, una cláusula ni un dogma. La verdad no es mía ni tuya ni de nadie. No es hindú ni cristiana ni mahometana.
La verdad no pertenece plenamente a ningún hombre. La verdad nos transciende y nos exige, antes que nada, una actitud de búsqueda humilde y honesta.
Por eso, sería un error que uno creyera estar en la verdad porque se agarra firmemente a su propia ideología, su cultura o su religión.
Una persona puede repetir una y otra vez fórmulas que ha ido tomando de prestado aquí y allá. Puede recitar credos que ha escuchado a sus antepasados. Puede leer muchos libros, acumular conocimientos y llegar a ser un erudito. Pero aunque sepa muchas “cosas”, ¿qué sabe todavía de la verdad?
Tal vez, lo primero que hemos de preguntarnos cada uno es si, realmente, queremos conocer la verdad.
Aunque parezca extraño es muy raro encontrarse con personas que desean y buscan la verdad. Y la razón es sencilla. Tenemos miedo a la verdad pues intuimos que la verdad nos obligaría a desprendernos de ilusiones y engaños demasiados queridos y nos obligaría a cambiar de vida.
En realidad, no se trata de esforzarse por poseer la verdad, sino dejar que la verdad se vaya apoderando de nosotros y nos transforme.
Pero hay algo más. Los hombres que más apasionadamente han buscado la verdad, sean poetas, místicos o científicos, parecen estar de acuerdo en una cosa: lo esencial permanece fuera de nuestro alcance, la verdad última sigue siendo misterio. La búsqueda de la verdad parece conducir al hombre hacia la adoración.
Es cierto que la cultura moderna ha pretendido borrar el misterio estableciendo, sin fundamento racional alguno, que sólo tiene que existir aquello que puede ser captado por la razón humana. Pero, ¿quiénes somos nosotros para decidir que sólo existe la verdad que cabe en nuestras pequeñas mentes?
El relato de los magos es un símbolo de esa búsqueda sincera, humilde, incansable de unos hombres que buscando honestamente la verdad terminan adorando el misterio.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
6 de enero de 1985
INCAPACES DE ADORAR
Cayendo de rodillas, le adoraron.
El hombre actual ha quedado, en gran medida, atrofiado para descubrir a Dios. No es que sea ateo. Es que se ha hecho «incapaz de Dios».
Cuando un hombre o una mujer sólo busca o conoce el amor bajo formas degeneradas y su vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de beneficio o ganancia, algo se seca en su corazón.
Cuántas personas viven hoy un estilo de vida que las abruma y empobrece. Envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin capacidad de abrirse a Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por la vida sin la compañía interior de nadie.
El gran teólogo A. Delp, ejecutado por los nazis, veía en este endurecimiento interior» el mayor peligro para el hombre moderno. Entonces deja el hombre de alzar hacia las estrellas todas las manos de su ser. La incapacidad del hombre actual para adorar, amar, venerar, tiene su causa en su desmedida ambición y en el endurecimiento de la existencia».
Esta incapacidad para adorar a Dios se ha apoderado también de muchos creyentes que sólo buscan un «Dios útil». Sólo les interesa un Dios que sirva para sus proyectos privados o sus programas socio- políticos.
Dios queda así convertido en un «artículo de consumo» del que podemos disponer según nuestras conveniencias e intereses. Pero Dios es otra cosa. Dios es Amor infinito, encarnado en nuestra propia existencia. Y ante ese Dios, lo primero es adoración, júbilo, acción de gracias.
Cuando se olvida esto, el cristianismo corre el riesgo de convertir- se en un esfuerzo gigantesco de humanización y la Iglesia en una empresa siempre tensa, siempre agobiada, siempre con la conciencia de no lograr el éxito moral por el que lucha y se esfuerza.
Pero la fe cristiana, antes que nada, es descubrimiento de la Bondad de Dios, experiencia agradecida de que sólo Dios salva. El gesto de los Magos ante el Niño de Belén expresa la actitud primera de todo creyente ante Dios.
Dios existe. Está ahí, en el fondo de nuestra vida. Somos acogidos por El. No sabemos a dónde nos quiere conducir a través de la muerte. Pero podemos vivir con confianza ante el misterio.
Ante un Dios del que sólo sabemos que es Amor, no cabe sino el gozo, la adoración y la acción de gracias. Por eso, «cuando un cristiano piensa que ya ni siquiera es capaz de orar, debería tener al menos alegría» (L. Boros).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
6 de enero de 1982
SEGUIR LA ESTRELLA
Hemos visto salir su estrella.
Estamos demasiado acostumbrados al relato, Por otra parte, hoy apenas tiene nadie tiempo para detenerse y contemplar despacio las estrellas. Probablemente, no es sólo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.
Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel viejo escritor cristiano que, al elaborar el relato midráshico de los Magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella.
La narración. respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado ante sus ojos».
Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que nosotros captamos en estos momentos, uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del hombre por la tierra?
Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda, encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes éxitos, se buscan grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos.
Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes. Logros que provocan nuevos problemas. Ideales que terminan en «soluciones a medias». Nobles luchas que acaban en «pactos mediocres». De nuevo, las tinieblas.
No es extraño que se nos diga que «Ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración» (J. I. González Faus). Pero no es ésa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo.
Hay en el hombre algo que le llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.
Para los creyentes esa estrella conduce siempre a Cristo. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso, no cae tampoco en cualquier desencanto.
El mundo no es «un caso desesperado». No está en completa tiniebla. El mundo no sólo está mal y tiene que cambiar. El mundo está reconciliado con Dios y puede cambiar. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy sólo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La publicación de los comentarios requerirán la aceptación del administrador del blog.