Homilias de José Antonio Pagola
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15 de enero de 2012
2º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Vieron dónde vivía y se quedaron con él.
+ Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
- «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
- «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron:
- «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo:
- «Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
- «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
- «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
15 de enero de 2012
APRENDER A VIVIR
El evangelista Juan narra los humildes comienzos del pequeño grupo de seguidores de Jesús. Su relato comienza de manera misteriosa. Se nos dice que Jesús «pasaba». No sabemos de dónde viene ni adónde se dirige. No se detiene junto al Bautista. Va más lejos que su mundo religioso del desierto. Por eso, indica a sus discípulos que se fijen en él: «Éste es el Cordero de Dios».
Jesús viene de Dios, no con poder y gloria, sino como un cordero indefenso e inerme. Nunca se impondrá por la fuerza, a nadie forzará a creer en él. Un día será sacrificado en una cruz. Los que quieran seguirle lo habrán de acoger libremente.
Los dos discípulos que han escuchado al Bautista comienzan a seguir a Jesús sin decir palabra. Hay algo en él que los atrae aunque todavía no saben quién es ni hacia dónde los lleva. Sin embargo, para seguir a Jesús no basta escuchar lo que otros dicen de él. Es necesaria una experiencia personal.
Por eso, Jesús se vuelve y les hace una pregunta muy importante: «¿Qué buscáis?». Estas son las primeras palabras de Jesús a quienes lo siguen. No se puede caminar tras sus pasos de cualquier manera. ¿Qué esperamos de él? ¿Por qué le seguimos? ¿Qué buscamos?
Aquellos hombres no saben adónde los puede llevar la aventura de seguir a Jesús, pero intuyen que puede enseñarles algo que aún no conocen: «Maestro, dónde vives?». No buscan en él grandes doctrinas. Quieren que les enseñe dónde vive, cómo vive, y para qué. Desean que les enseñe a vivir. Jesús les dice: «Venid y lo veréis».
En la Iglesia y fuera de ella, son bastantes los que viven hoy perdidos en el laberinto de la vida, sin caminos y sin orientación. Algunos comienzan a sentir con fuerza la necesidad de aprender a vivir de manera diferente, más humana, más sana y más digna. Encontrarse con Jesús puede ser para ellos la gran noticia.
Es difícil acercarse a ese Jesús narrado por los evangelistas sin sentirnos atraídos por su persona. Jesús abre un horizonte nuevo a nuestra vida. Enseña a vivir desde un Dios que quiere para nosotros lo mejor. Poco a poco nos va liberando de engaños, miedos y egoísmos que nos están bloqueando.
Quien se pone en camino tras él comienza a recuperar la alegría y la sensibilidad hacia los que sufren. Empieza a vivir con más verdad y generosidad, con más sentido y esperanza. Cuando uno se encuentra con Jesús tiene la sensación de que empieza por fin a vivir la vida desde su raíz, pues comienza a vivir desde un Dios Bueno, más humano, más amigo y salvador que todas nuestras teorías. Todo empieza a ser diferente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 -
18 de enero de 2009
APRENDER A VIVIR
El evangelista Juan ha puesto un interés especial en indicar a sus lectores cómo se inició el pequeño grupo de seguidores de Jesús. Todo parece casual. El Bautista se fija en Jesús que pasaba por allí y les dice a los discípulos que lo acompañan: «Éste es el Cordero de Dios».
Probablemente, los discípulos no le han entendido gran cosa, pero comienzan a «seguir a Jesús». Durante un tiempo, caminan en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto con él. Están siguiendo a un desconocido y no saben exactamente por qué ni para qué.
Jesús rompe el silencio con una pregunta: «¿Qué buscáis?» ¿Qué esperáis de mí? ¿Queréis orientar vuestra vida en la dirección que llevo yo? Son cosas que es necesario aclarar bien. Los discípulos le dicen: «Maestro, ¿dónde vives?» ¿Cuál es el secreto de tu vida? ¿Qué es vivir para ti? Al parecer, no buscan conocer nuevas doctrinas. Quieren aprender de Jesús un modo diferente de vivir. Quieren vivir como él.
Jesús les responde directamente: «Venid y lo veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis información de fuera. Venid a vivir conmigo y descubriréis cómo vivo yo, desde dónde oriento mi vida, a quiénes me dedico, por qué vivo así.
Este es el paso decisivo que necesitamos dar hoy para inaugurar una fase nueva en la historia del cristianismo. Millones de personas se dicen cristianas, pero no han experimentado un verdadero contacto con Jesús. No saben cómo vivió, ignoran su proyecto. No aprenden nada especial de él.
Mientras tanto, en nuestras Iglesias no tenemos capacidad para engendrar nuevos creyentes. Nuestra palabra ya no resulta atractiva ni creíble. Al parecer, el cristianismo, tal como nosotros lo entendemos y vivimos, interesa cada vez menos. Si alguien se nos acercara a preguntarnos «dónde vivís» «qué hay de interesante en vuestras vidas», ¿cómo responderíamos?
Es urgente que los cristianos se reúnan en pequeños grupos para aprender a vivir al estilo de Jesús escuchando juntos el evangelio. Él es más atractivo y creíble que todos nosotros. Puede engendrar nuevos seguidores, pues enseña a vivir de manera diferente e interesante.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
15 de enero de 2006
CREER EN JESÚS
Venid y veréis.
Dos discípulos, orientados por el Bautista, se ponen a seguir a Jesús. Durante un cierto tiempo caminan tras él en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto. De pronto, Jesús se vuelve y les hace una pregunta decisiva: « ¿Qué buscáis?», ¿qué esperáis de mí?
Ellos le responden con otra pregunta: Rabí, « ¿dónde vives?», ¿cuál es el secreto de tu vida?, ¿desde dónde vives tú?, ¿qué es para ti vivir? Jesús les contesta: «Venid y veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis otra información. Venid a convivir conmigo. Descubriréis quién soy y cómo puedo transformar vuestra vida.
Este pequeño diálogo puede arrojar más luz sobre lo esencial de la fe cristiana que muchas palabras complicadas. En definitiva, ¿qué es lo decisivo para ser cristiano?
En primer lugar, buscar. Cuando uno no busca nada en la vida y se conforma con «ir tirando» o ser «un vividor», no es posible encontrarse con Jesús. La mejor manera de no entender nada sobre la fe cristiana es no tener interés por vivir de manera acertada.
Lo importante no es buscar algo, sino buscar a alguien. No descartemos nada. Si un día sentimos que la persona de Jesús nos «toca», es el momento de dejamos alcanzar por él, sin defensas ni reservas. Hay que olvidar convicciones y dudas, doctrinas y esquemas. No se nos pide que seamos más religiosos ni más piadosos. Sólo que le conozcamos mejor.
No se trata de conocer cosas sobre Jesús, sino de sintonizar con él, interiorizar sus actitudes fundamentales, y experimentar que su persona nos hace bien, reaviva nuestro espíritu y nos infunde fuerza y esperanza para vivir. Cuando esto se produce, uno se empieza a dar cuenta de lo poco que creía en él, lo mal que había entendido casi todo.
Pero lo decisivo para ser cristiano es tratar de vivir como vivía él, aunque sea de manera muy pobre y sencilla. Creer en lo que él creyó, dar importancia a lo que daba él, interesarse por lo que él se interesó. Mirar la vida como la miraba él, tratar a las personas como él las trataba: escuchar, acoger y acompañar como lo hacía él. Confiar en Dios como él confiaba, orar como oraba él, contagiar esperanza como la contagiaba él. ¿Qué se siente cuando uno trata de vivir así? ¿No es esto aprender a vivir?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
19 de enero de 2003
FELICIDAD Y FE CRISTIANA
¿Qué buscáis?
El año 1988, el Consejo Pontificio para el diálogo con los no creyentes, presidido por el cardenal Paul Poupard, escogía como tema de estudio una cuestión poco frecuente en la reflexión teológica: «Felicidad y fe cristiana».
El camino ha sido largo. Creyentes y no creyentes del mundo entero fueron aportando durante varios años su experiencia y reflexión en tomo a cuestiones apasionantes: ¿De qué manera busca hoy la felicidad el hombre contemporáneo? ¿Ayudan las religiones a alcanzar la felicidad o, por el contrario, la obstaculizan? ¿Cómo perciben los hombres de hoy la relación entre el cristianismo y la felicidad? ¿Cómo debería presentar la Iglesia el mensaje evangélico, para que fuera percibido como «buena noticia» de cara a la felicidad, no sólo en la eternidad, sino, en la medida de lo posible, también en esta vida?
Como sucede con frecuencia, la publicación del estudio final no tuvo mucho eco, pero, a mi juicio, se trata de uno de los documentos eclesiásticos más interesantes de estos últimos años, tanto por las claves que ofrece para comprender el hecho religioso como por el talante dialogante con la cultura actual.
El estudio llega a una doble constatación fundamental. La búsqueda de felicidad está en el centro del deseo humano, como se puede comprobar en la experiencia de todos los tiempos y todas las culturas. La búsqueda de felicidad «está también en el centro de la revelación de Dios en Cristo»; quien no ha descubierto la vinculación existente entre cristianismo y felicidad, no ha descubierto todavía la fe cristiana en su verdadero ser.
Esta doble afirmación obliga, por una parte, a hacer una crítica del carácter dañoso e ilusorio de no pocas versiones de la felicidad que se difunden en la sociedad actual. Pero, al mismo tiempo, urge a la Iglesia a preguntarse por qué, de hecho, tantos hombres y mujeres no pueden experimentar la fe cristiana como fuente de felicidad real.
La crisis de la cultura moderna es, en gran parte, una crisis de búsqueda de felicidad. El hombre de hoy no está acertando en su manera de entender y de buscar la felicidad. Por eso, la Iglesia puede prestar un servicio importante desde el evangelio, colaborando a que la humanidad se libere de visiones reductoras y dañosas, y descubra que el deseo más radical del ser humano es, en esencia, deseo de amar y ser amado. Por eso, ha de repetir a los hombres de hoy la pregunta de Jesús: «¿Qué buscáis?»
Pero, al mismo tiempo, la crisis religiosa es también, en buena parte, crisis de una Iglesia que no acierta a ayudar a los hombres y mujeres de hoy a vivir la relación con Dios de tal manera que puedan experimentarlo como fuente de vida sana y, en su medida, feliz, en el interior de su vida personal y colectiva. Por eso, también la Iglesia tiene que escuchar la pregunta de aquellos discípulos: «¿Dónde vives?» ¿Qué vida hay dentro de ti? ¿Qué aportas tú a la felicidad del hombre contemporáneo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
16 de enero de 2000
HACERSE MÁS CRISTIANO
Venid y lo veréis.
¿Esto que vivo yo es fe?, ¿cómo se hace uno más creyente?, ¿qué pasos hay que dar? Son preguntas que escucho con frecuencia a personas que desean hacer un recorrido interior hacia Jesucristo pero no saben qué camino seguir. Cada uno ha de escuchar su propia llamada, pero a todos nos puede hacer bien recordar cosas esenciales.
Creer en Jesucristo no es tener una opinión sobre él. Me han hablado muchas veces de él; tal vez, he leído algo sobre su vida; me atrae su personalidad; tengo una idea de su mensaje. No basta. Si quiero vivir una nueva experiencia de lo que es creer en Cristo, tengo que movilizar todo mi mundo interior.
Es muy importante no pensar en Cristo como alguien ausente y lejano. No quedarnos en «el Niño de Belén», el «Maestro de Galilea» o «el Crucificado del Calvario». No reducirlo tampoco a una idea o un concepto. Cristo es una «presencia viva», alguien que está en mi vida y con quien puedo comunicarme en la experiencia de cada día.
No pretendas imitarle rápidamente. Antes, es mejor penetrar en una comprensión más intima de su persona. Dejarnos seducir por su misterio. Captar el espíritu que le hace vivir de una manera tan humana. Intuir la fuerza de su amor al ser humano, su pasión por la vida, su ternura hacia el débil, su confianza total en la salvación de Dios.
Un paso decisivo puede ser leer los evangelios para buscar personalmente la verdad de Jesús. No hace falta saber mucho para entender su mensaje. No es necesario dominar las técnicas más modernas de interpretación. Lo decisivo es ir al fondo de esa vida desde mi propia experiencia. Guardar sus palabras dentro del corazón. Alimentar el gusto de la vida con su fuego.
Leer el Evangelio no es exactamente encontrar «recetas» para vivir. Es otra cosa. Es experimentar que, viviendo como él, se puede vivir de manera diferente, con libertad y alegría interior. Los primeros cristianos vivían con esta idea: ser cristiano es «sentir como sentía él» (Flp 2, 5); «revestirse de Cristo» (Ga 3, 27), reproducir en nosotros su vida. Esto es lo esencial. Por eso, cuando dos discípulos preguntan a Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?, ¿qué es para ti vivir?», él les responde: «Venid y lo veréis».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
19 de enero de 1997
DIOS NO ME DICE NADA
Venid y lo veréis.
El interés por Dios no desaparece tan fácilmente de la conciencia de la persona. A veces puede parecer que ha muerto para siempre. Otras, parecerá brotar de nuevo. Será una inquietud débil y apenas perceptible o una necesidad fuerte y poderosa. Poco importa. Dios sigue ahí.
Esta «necesidad» de Dios no se presenta siempre bajo forma de experiencia religiosa. Puede ocurrir incluso que el término «Dios» ya no le diga apenas nada a la persona, porque lo percibe como una palabra cargada de experiencias negativas y poco gratas o como una idea abstracta y confusa, sin apenas resonancia alguna en su corazón. Con el paso de los años, Dios ha podido quedar irreconocible si sólo es presentado mediante cierto lenguaje religioso.
Por otra parte, la presencia de Dios puede estar encubierta por otro tipo de experiencias que la persona conoce bien: vacío interior, malestar por una vida trivial y mediocre, deseo de vivir algo diferente. O puede dejarse escuchar tras esas preguntas que, más de una vez, brotan inevitablemente del fondo del individuo: ¿qué es la vida?, ¿qué era yo antes de nacer?, ¿qué me espera al final?, ¿no encontraré nunca la paz que mi corazón anhela?
Esta presencia de Dios es inconfundible, y la persona lo sabe casi siempre. Es una presencia que reclama e invita suavemente a la confianza. Su llamada no es una más entre otras. No se identifica con nuestros gustos, deseos y proyectos. Es diferente. Viene de más allá que de nosotros mismos. Podemos acogerla o dejar que resbale una vez más sobre nosotros. Pero Dios sigue visitando a las personas. Así dice el libro del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa» (3, 20).
«Abrir la puerta» significa decir un pequeño «sí», aunque todavía sea un «sí» débil e indeciso. Dar cabida en nuestra vida a Alguien a quien todavía apenas conocemos, dejarnos acompañar por su presencia, no encerrarnos en la propia soledad, retirar poco a poco recelos, resistencias y obstáculos. Empezar a conocer una experiencia religiosa diferente, descubrir, quizás por vez primera, que acoger a Dios hace bien.
El relato evangélico nos describe un diálogo inolvidable entre Jesús y dos discípulos que se acercan a él. Jesús les pregunta: « ¿Qué buscáis?» Ellos le responden: « ¿Dónde vives?» Y Jesús les invita: «Venid y lo veréis. » Quien busca sinceramente a Jesús para captar el misterio que en él se encierra, ha de comprobar por experiencia qué es vivir con él y como él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
16 de enero de 1994
FELICIDAD Y FE CRISTIANA
¿Qué buscáis?
El año 1988, el Consejo Pontificio para el diálogo con los no creyentes, presidido por el cardenal Paul Poupard, escogía como tema de estudio una cuestión poco frecuente en la reflexión teológica: «Felicidad y fe cristiana.»
El camino ha sido largo. Creyentes y no creyentes del mundo entero han ido aportando durante estos años su experiencia y reflexión en torno a cuestiones apasionantes: ¿De qué manera busca hoy la felicidad el hombre contemporáneo? ¿Ayudan las religiones a alcanzar felicidad o, por el contrario, la obstaculizan? ¿Cómo perciben los hombres de hoy la relación entre el cristianismo y la felicidad? ¿Cómo debería presentar la Iglesia el mensaje evangélico, para que fuera percibido como «buena noticia» de cara a la felicidad, no solo en la eternidad, sino, en la medida de lo posible, también en esta vida?
Como sucede con frecuencia, la publicación del estudio final no parece haber tenido mucho eco, pero, a mi juicio, se trata de uno de los documentos eclesiásticos más interesantes de estos últimos años, tanto por las claves que ofrece para comprender el hecho religioso como por el talante dialogante con la cultura actual.
El estudio llega a una doble constatación fundamental. La búsqueda de felicidad está en el centro del deseo humano, como se puede comprobar en la experiencia de todos los tiempos y todas las culturas. La búsqueda de felicidad «está también en el centro de la revelación de Dios en Cristo»; quien no ha descubierto la vinculación existente entre cristianismo y felicidad, no ha descubierto todavía la fe cristiana en su verdadero ser.
Esta doble afirmación obliga, por una parte, a hacer una critica del carácter dañoso e ilusorio de no pocas versiones de la felicidad que se difunden en la sociedad actual. Pero, al mismo tiempo, urge a la Iglesia a preguntarse por qué, de hecho, tantos hombres y mujeres no pueden experimentar la fe cristiana como fuente de felicidad real.
La crisis de la cultura moderna es, en gran parte, una crisis de búsqueda de felicidad. El hombre de hoy no está acertando en su manera de entender y de buscar la felicidad. Por eso, la Iglesia puede prestar un servicio importante desde el evangelio colaborando a que la humanidad se libere de visiones reductoras y dañosas, y descubra que el deseo más radical del ser humano es, en esencia, deseo de amar y ser amado. Por eso, ha de repetir a los hombres de hoy la pregunta de Jesús: «¿Qué buscáis?»
Pero, al mismo tiempo, la crisis religiosa es también, en buena parte, crisis de una Iglesia que no acierta a ayudar a los hombres y mujeres de hoy a vivir la relación con Dios de tal manera que puedan experimentarlo como fuente de vida sana y, en su medida, feliz, en el interior de su vida personal y colectiva. Por eso, también la Iglesia tiene que escuchar la pregunta de aquellos discípulos: « ¿Dónde vives?» ¿Qué vida hay dentro de ti? ¿Qué aportas tú a la felicidad del hombre contemporáneo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
20 de enero de 1991
SIN CONOCER
¿Dónde vives?
Un número grande de personas están abandonando hoy la fe antes de haberla conocido desde dentro. A veces hablan de Dios, pero es fácil observar que no han tenido la experiencia de encontrarse con él en el fondo de su corazón.
Tienen algunas ideas generales sobre el credo de los cristianos. Han oído hablar de un Dios que prohíbe ciertas cosas y que promete la vida eterna a quienes le obedecen. Pero no conocen del evangelio mucho más.
Es normal que esa idea que tienen de la fe no les resulte atractiva. No ven qué es lo que podrían ganar creyendo, ni qué les podría aportar el evangelio si no es toda una lista de obligaciones, además de esa promesa tan lejana y difícil de creer como es “la vida eterna”.
No sospechan que la fe del verdadero creyente se alimenta de una experiencia que desde fuera no se puede conocer. Como todo el mundo, también los creyentes saben lo que es el sufrimiento y la desgracia. Su fe no los dispensa de los problemas y dificultades de cada día. Pero en la medida en que la viven a fondo, su fe les aporta una luz, un estímulo y un horizonte nuevos.
En primer lugar, el creyente puede acoger la vida día a día como don de Dios. La vida no es puro azar; tampoco una lucha solitaria frente a las adversidades. En el fondo mismo de la vida hay Alguien que cuida de nosotros. Nadie está olvidado. Somos seres aceptados y amados. Así dice el Maestro Eckhart: “Si le dieras gracias a Dios por todas las alegrías que él te da, no te quedaría tiempo para lamentarte”.
El creyente conoce también la alegría de saberse perdonado. En medio de sus errores y mediocridad puede vivir la experiencia de la inmensa comprensión de Dios. El hombre de fe no se siente mejor que los demás. Conoce el pecado y la fragilidad. Su suerte es poder sentirse renovado interiormente para comenzar siempre de nuevo una vida más humana.
El creyente cuenta también con una luz nueva frente al mal. No se ve liberado del sufrimiento, pero sí de la pena de sufrir en vano. Su fe no es una droga ni un tranquilizante frente a las desgracias. Pero la comunión con el Crucificado le permite vivir el sufrimiento sin autodestruirse ni caer en la desesperación.
Siempre me ha conmovido esa postura noble del gran científico ateo Jean Rostand. “Vosotros tenéis la suerte de creer” le gustaba repetir a sus amigos cristianos, y añadía: “De lo que yo estoy seguro es que me gustaría que Dios existiera”. Qué diferente es hoy la postura de quienes teniendo todavía fe en su corazón, la descuidan hasta perderla del todo.
La escena evangélica nos presenta a unos discípulos interesados en conocer mejor el mundo de Jesús. El Maestro les pregunta: “¿Qué buscáis?”, y ellos contestan: “Maestro, ¿dónde vives?”. La respuesta de Jesús es todo un programa: “Venid y lo veréis”. No hay recetas mágicas para reavivar la fe. El camino es buscar, entrar en contacto con Jesús y su mensaje, y experimentar una manera nueva de vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
17 de enero de 1988
OTRA MANERA DE VIVIR
¿ Qué buscáis?
No es fácil responder a esa pregunta sencilla pero comprometedora que Jesús hace a los discípulos: “Qué buscáis?”.
La inmensa mayoría de las personas no parecen buscar nada especial. Aceptan la vida tal como se les presenta. Les basta vivir lo de siempre, lo de todos. No necesitan nada más.
Son pocos los que se sienten atraídos por la verdad última del mundo y de la vida y se aventuran a buscar el sentido profundo de su existencia.
Por eso, he de confesar que el nuevo libro de José María Mendiola me ha sorprendido. “La vida es fácil» no es el título provocativo de un libro más. Es la experiencia y el testimonio de un hombre que ha buscado y al que se le ha regalado «otra manera de vivir” que pocos sospechan.
No es frecuente toparse hoy con alguien que «ha despertado del sueño”, ha vislumbrado la Realidad que se oculta tras las apariencias de nuestra existencia y ha encontrado su único Norte en Dios.
Rezumando sinceridad a través de todas las páginas de su libro, el escritor donostiarra se atreve a decirnos que Dios es lo único que le interesa en esta vida.
El que habla no es un místico que habita en el desierto sino un hombre casado y con cinco hijos que se pasea por las calles de Donostia. No es un santo. Y lo quiere dejar bien sentado desde el comienzo. Se siente más bien una persona “cargada de defectos y apegos”, capaz de ceder a cualquier tentación medianamente importante.
Lo decisivo es otra cosa. Esa presencia nueva e insospechada de Dios, ignorado u olvidado en otros tiempos y hoy fuente de gozo imposible de explicar a otros con palabras y conceptos. Sin esa presencia su vida sería hoy “como comida sin sal”.
No sé cuántos entenderán al escritor. Sin confesarlo abiertamente, tal vez serán bastantes ios que lo envidien. Su testimonio en medio de la alarmante superficialidad que nos rodea, me parece a mí un verdadero regalo.
Los que lo lean, encontrarán en su libro “como una flecha indicadora” y una invitación que apunta siempre en la misma dirección: «Prueba a encontrar a Dios ahora ».
Lo importante es atreverse a buscar. Estar atentos a lo que sucede en el interior de nuestra existencia. Despertar. Abrirnos al misterio de Dios. “Si por un solo segundo quieres encontrarte con El, ya le has encontrado”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
20 de enero de 1985
¿QUE BUSCAMOS?
Les preguntó: ¿Qué buscáis?
Las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de Juan nos dejan desconcertados porque van al fondo y tocan las raíces mismas de nuestra vida. ¿Qué buscáis?
No es fácil responder a esta pregunta sencilla, directa, fundamental, desde el interior de una cultura cerrada, como la nuestra, que parece preocuparse sólo de los medios, olvidando siempre el fin último de todo.
¿Qué es lo que buscamos exactamente? Para algunos, la vida es «un gran supermercado» (D. Sölle) y lo único que les interesa es adquirir objetos con los que poder consolar un poco su existencia.
Otros lo que buscan es escapar de la enfermedad, la soledad, la tristeza, los conflictos o el miedo. Pero, escapar ¿hacia dónde? ¿hacia quién?
Otros ya no pueden más. Lo que quieren es que se les deje solos. Olvidar a los demás y ser olvidados por todos. No preocuparse por nadie y que nadie se preocupe de ellos.
La mayoría buscamos sencillamente cubrir nuestras necesidades diarias y seguimos luchando por ir cumpliendo nuestros pequeños deseos. Pero, aunque todos ellos se cumplieran, ¿quedaría nuestro corazón satisfecho? ¿se habría apaciguado nuestra sed de consuelo, liberación, felicidad y plenitud?
En el fondo, ¿no andamos lo hombres buscando algo más que una simple mejora de nuestra situación? ¿No anhelamos algo que, ciertamente, no podemos esperar de ningún proyecto político o social?
Se dice que el hombre contemporáneo ha olvidado a Dios. Pero la verdad es que, cuando un ser humano se interroga con un poco de honradez, no le es fácil borrar de su corazón «la nostalgia de Dios».
¿Quién soy yo? ¿Un ser minúsculo, surgido por azar en una par- cela ínfima de espacio y de tiempo, arrojado a la vida para desaparecer enseguida en la nada de donde se me ha sacado sin razón alguna y sólo para sufrir? ¿Eso es todo? ¿No hay nada más?
Lo más honrado que puede hacer el hombre es «buscar». No cerrar ninguna puerta. No desechar ninguna llamada. Buscar a Dios, tal vez con el último resto de sus fuerzas y de su fe. Tal vez, desde la mediocridad, la angustia o el desaliento.
Dios no juega al escondite ni se esconde de quien lo busca honradamente. Dios está ya en el interior mismo de esa búsqueda.
Más aún. Dios se deja encontrar, incluso, por quienes apenas le buscamos. Así dice e1 Señor en Isaías: «Yo me he dejado encontrar por quienes no preguntaban por mí. Me he dejado hallar por quienes no me buscaban. Dije: Aquí estoy, aquí estoy» (Is 65, 1-2).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
17 de enero de 1982
¿QUE BUSCAIS?
¿Qué buscáis?
Hay preguntas enormemente sencillas y elementales, que si nos atrevemos a escucharlas con sinceridad, son capaces de trastocar nuestra vida entera.
Una de ellas es la que Jesús dirige a los dos discípulos del Bautista que le siguen: «¿Qué buscáis?».
No es fácil responder con prontitud a esta pregunta. En definitiva, ¿qué es lo que andamos buscando cada uno, en nuestras luchas, esfuerzos y trabajos? ¿Qué objetivo último se esconde tras tantos proyectos, ilusiones y anhelos humanos?
¿Buscamos cada uno algo totalmente distinto a lo que buscan los demás? ¿Buscamos todos lo mismo? ¿Cuál es la última meta hacia la que encaminamos nuestros pasos?
Probablemente, sin saber precisarlo demasiado, muchos nos hablarían de felicidad, paz, seguridad, plenitud, amor, reconciliación total. Los hombres somos un deseo insaciable de algo que todavía no poseemos. Hay en nosotros algo que quiere vivir, vivir intensamente, vivir en plenitud, vivir para siempre.
Hay algo en el hombre que no se sacia jamás con el dinero, el sexo, el poder ni el éxito. Siempre hay «un espacio vacío» que nos llama a seguir buscando.
No deja de sorprender en nuestra sociedad occidental el número de jóvenes y adultos que se sienten atraídos por las religiones orientales o el budismo Zen. Hombres y mujeres que buscan en la oración, el silencio interior y la meditación, una experiencia que transfigure su existencia.
Sin duda, se trata de una reacción vital frente a una civilización que adormece el vigor espiritual del hombre, y frente a una sociedad tan saturada de confort, conformismo y banalidad.
Y los cristianos, ¿buscamos algo? ¿Qué buscamos al creer en Jesús? Ciertamente, no es posible encontrarse vitalmente con Cristo si uno no adopta una postura de búsqueda sincera. No es posible un encuentro auténtico con él desde una actitud de indiferencia, apatía e insensibilidad ante la propia vida y la de los demás.
En nuestros tiempos se hace cada vez más difícil creer en algo. La vida nos escarmienta muy pronto, y uno no sabe ya en qué o en quién apoyar su existencia. Se diría que sólo podemos creer en alguien, cuando comprobamos por experiencia que su presencia nos hace vivir.
Lo mismo podríamos decir de nuestra fe en Dios. «Quién no ha querido saber si Dios existe, no como una fuerza ciega, sino como alguien que hace vivir? ¿Quién de entre nosotros no ha deseado, al menos alguna vez, creer porque presentía que es necesario creer para vivir?» (Andre Briew).
Los cristianos de hoy nos descubriremos con gozo como creyentes, cuando hayamos hecho la experiencia personal de buscar a Dios, y hayamos experimentado en lo íntimo de nuestro ser que también hoy Dios hace vivir a quien lo busca.
José Antonio Pagola
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