El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
5º domingo de Cuaresma (C)
EVANGELIO
El que esté sin
pecado, que le tire la primera piedra.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 8,1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró
al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo
el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le
traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron:
- Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?
Le preguntaban esto para
comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose,
escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle,
se incorporó y les dijo:
- El que esté sin pecado, que le
tire la primera piedra.
E inclinándose otra vez, siguió
escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la
mujer, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
- Mujer, ¿dónde están tus
acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó:
- Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
- Tampoco yo te condeno. Anda, y
en adelante no peques más.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2018-2019 -
07 de abril de 2019
TODOS NECESITAMOS
PERDÓN
Según su costumbre, Jesús ha
pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos.
Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a
"proclamar la liberación de los cautivos [...] y dar libertad a los oprimidos”.
Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para
escucharlo.
De pronto, un grupo de escribas y
fariseos irrumpe trayendo a "una mujer sorprendida en adulterio". No
les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está
ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: "En la Ley de Moisés se
manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?”
La situación es dramática: los
fariseos están tensos, la mujer, angustiada; la gente, expectante. Jesús guarda
un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada
por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta
hija suya?
Jesús, que está sentado, se
inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra.
Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la
Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella
mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.
Los acusadores sólo están
pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la
perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos
han de reconocerse pecadores. Todos necesitamos su perdón.
Como le siguen insistiendo cada
vez más, Jesús se incorpora y les dice: "Aquel de vosotros que no tenga
pecado puede tirarle la primera piedra". ¿Quiénes sois vosotros para
condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra
necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?
Los acusadores se van retirando
uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no
puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá
solemnemente: "Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para
salvarlo".
El diálogo de Jesús con la mujer
arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la
mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de
Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice "Tampoco yo te
condeno. Vete y, en adelante no peques más".
Le ofrece su perdón, y, al mismo
tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la
responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que "Dios no quiere
la muerte del pecador, sino que se convierta y viva".
José Antonio Pagola
HOMILIA
2015-2016 -
13 de marzo de 2016
REVOLUCIÓN
IGNORADA
Tampoco
yo te condeno.
Le presentan a Jesús a una mujer
sorprendida en adulterio. Todos conocen
su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley.
Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se
condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras. Tú ¿qué dices?».
Jesús no soporta aquella
hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella
sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables,
introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la
adúltera: «el que esté sin pecado, que
arroje la primera piedra».
Los acusadores se retiran
avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se
cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de
escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima
a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».
Así es Jesús. Por fin ha existido
sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni
poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca
devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad
y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.
Los cristianos no hemos sido
capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación
liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia
dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar
conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los
ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de "la revolución ignorada" por
el cristianismo.
Lo cierto es que, veinte siglos
después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en
una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin
temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo
imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y
que más sufrimiento genera.
¿No ha de tener el sufrimiento de
la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más
importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no
hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos,
proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
17 de marzo de 2013
TODOS
NECESITAMOS PERDÓN
Según su costumbre, Jesús ha pasado
la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el
nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a "proclamar la
liberación de los cautivos [...] y dar libertad a los oprimidos”. Pronto se
verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.
De pronto, un grupo de escribas y
fariseos irrumpe trayendo a "una mujer sorprendida en adulterio". No
les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está
ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: "La Ley de Moisés nos
manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?
La situación es dramática: los
fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda
un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada
por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta
hija suya?
Jesús, que está sentado, se
inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra.
Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la
Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella
mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.
Los acusadores sólo están
pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la
perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos
han de reconocerse pecadores. Todos necesitan su perdón.
Como le siguen insistiendo cada
vez más, Jesús se incorpora y les dice: "El que esté sin pecado, que le
tire la primera piedra". ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a
esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra necesidad del perdón y
de la misericordia de Dios?
Los acusadores "se van
retirando uno tras otro". Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena
de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante,
Jesús dirá solemnemente: "Yo no he venido para juzgar al mundo sino para
salvarlo".
El diálogo de Jesús con la mujer
arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la
mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de
Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice "Tampoco yo te
condeno. Vete y, en adelante no peques más".
Le ofrece su perdón, y, al mismo
tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la
responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que "Dios no quiere
la muerte del pecador sino que se convierta y viva".
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
21 de marzo de 2010
REVOLUCIÓN
IGNORADA
(Ver homilía del ciclo C –
13-03-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
25 de marzo de 2007
AMIGO DE
LA MUJER
Tampoco yo
te condeno.
Sorprende ver a Jesús rodeado de
tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena o las hermanas Marta y
María de Betania. Seguidoras fieles como Salomé, madre de una familia de
pescadores. Mujeres enfermas, prostitutas de aldea... De ningún profeta se dice
algo parecido.
¿Qué encontraban en él las
mujeres?, ¿por qué las atraía tanto? La respuesta que ofrecen los relatos
evangélicos es clara. Jesús las mira con ojos diferentes. Las trata con una
ternura desconocida, defiende su dignidad, las acoge como discípulas. Nadie las
había tratado así.
La gente las veía como fuente de
impureza ritual. Rompiendo tabúes y prejuicios, Jesús se acerca a ellas sin
temor alguno, las acepta a su mesa y hasta se deja acariciar por una prostituta
agradecida.
Los hombres las consideraban como
ocasión y fuente de pecado. Desde niños se les advertía para no caer en sus
artes de seducción. Jesús, sin embargo, pone el acento en la responsabilidad de
los varones: Todo el que mira a una mujer
deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón.
Se entiende la reacción de Jesús
cuando le presentan a una mujer sorprendida en adulterio, con intención de
lapidar- la. Nadie habla del varón. Es lo que ocurría siempre en aquella
sociedad machista. Se condena a la mujer porque ha deshonrado a la familia y se
disculpa con facilidad al varón.
Jesús no soporta la hipocresía
social construida por el dominio de los hombres. Con sencillez y valentía
admirables, pone verdad, justicia y compasión: el que esté sin pecado que arroje la primera piedra. Los acusadores
se retiran avergonzados. Saben que ellos son los más responsables de los
adulterios que se cometen en aquella sociedad.
Jesús se dirige a aquella mujer
humillada con ternura y respeto: Tampoco
yo te condeno. Vete, sigue caminando en tu vida y, en adelante, no peques más. Jesús confía en ella, le desea lo mejor
y le anima a no pecar. Pero, de sus labios no saldrá condena alguna.
¿Quién nos enseñará a mirar hoy a
la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la
sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
28 de marzo de 2004
CAMBIAR
Tampoco
yo te condeno.
Todos esperan que se sume al rechazo
general a aquella mujer sorprendida en adulterio, humillada públicamente,
condenada por escribas respetables y sin defensa posible ante la sociedad y la
religión. Jesús, sin embargo, desenmascara la hipocresía de aquella sociedad,
defiende a la mujer del acoso injusto de los varones y le ayuda a iniciar una
vida más digna.
La actitud de Jesús ante la mujer
fue tan «revolucionaria» que, después de veinte siglos, seguimos en buena parte
sin querer entenderla ni asumirla. ¿Qué podemos hacer en nuestras comunidades
cristianas?
En primer lugar, actuar con
voluntad de transformar la Iglesia. El cambio es posible. Hemos de soñar con
una Iglesia diferente, comprometida como nadie a promover una vida más digna,
justa e igualitaria entre varones y mujeres.
Podemos ayudarnos a tomar
conciencia de que nuestra manera de entender, vivir e imaginar las relaciones
entre varón y mujer no proviene siempre del evangelio. Somos prisioneros de
costumbres, esquemas y tradiciones que no tienen su origen en Jesús pues
conducen al dominio del varón y la subordinación de la mujer.
Hemos de eliminar ya de la
Iglesia visiones negativas de la mujer como «ocasión
de pecado», «origen del mal» o «tentadora del varón». Hay que
desenmascarar teologías, predicaciones y actitudes que favorecen la
discriminación y descalificación de la mujer. Sencillamente, no contienen
«evangelio».
Hemos de romper el inexplicable
silencio que hay en no pocas comunidades cristianas ante la violencia doméstica
que hiere los cuerpos y la dignidad de tantas mujeres. Los cristianos no
podemos vivir de espaldas ante una realidad tan dolorosa y tan cercana. ¿Qué no
gritaría Jesús?
Hay que reaccionar contra la
«ceguera» generalizada de los hombres, incapaces de captar el sufrimiento
injusto al que se ve sometida la mujer sólo por el hecho de serlo. En muchos
sectores es un sufrimiento «invisible» que no se sabe o no se quiere reconocer.
En el evangelio de Jesús hay un
mensaje particular, dirigido a los varones, que todavía no hemos escuchado ni
anunciado con fidelidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
1 de abril de 2001
EL ÚNICO
QUE NO CONDENA
Tampoco
yo te condeno.
Siempre me ha sorprendido la
actuación de Jesús, radicalmente exigente al anunciar su mensaje, pero
increíblemente comprensivo al juzgar la actuación concreta de las personas. Tal
vez, el caso más expresivo es su comportamiento ante el adulterio. Jesús habla
de manera tan radical al exponer las exigencias del matrimonio indisoluble, que
los discípulos opinan que, en tal caso, «no
trae cuenta casarse». Y, sin embargo, cuando todos quieren apedrear a una
mujer sorprendida en adulterio, es Jesús el único que no la condena.
Así es Jesús. Por fin ha existido
alguien sobre la tierra que no se ha dejado condicionar por ninguna ley y
ningún poder. Alguien grande y magnánimo que nunca odió, ni condenó ni devolvió
mal por mal. Alguien a quien se mató porque los hombres no pueden soportar el
escándalo de tanta bondad.
Sin embargo, quien conoce cuánta
oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es condenar a otros para
asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que en esa actitud de
comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que prescribe la
ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas estrechas y resentidas.
El creyente descubre, además, en
esa actitud de Jesús el rostro verdadero de Dios y escucha un mensaje de
salvación que se puede resumir así: «Cuando no tengas a nadie que te comprenda,
cuando los hombres te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas a quien
acudir, has de saber que Dios es tu amigo. Él está de tu parte. Dios comprende
tu debilidad y hasta tu pecado».
Ésa es la mejor noticia que
podíamos escuchar los hombres. Frente a la incomprensión, los enjuiciamientos y
las condenas fáciles de las gentes, el ser humano siempre podrá esperar en la
misericordia y el amor insondable de Dios. Allí donde se acaba la comprensión
de hombres, sigue firme la comprensión infinita de Dios.
Esto significa que, en todas las
situaciones de la vida, en toda confusión, en toda angustia, siempre hay
salida. Todo puede convertirse en gracia. Nadie puede impedirnos vivir apoyados
en el amor y la fidelidad de Dios.
Por fuera, las cosas no cambian.
Los problemas y conflictos siguen ahí con toda su crudeza. Las amenazas no
desaparecen. Hay que seguir sobrellevando las cargas de la vida. Pero hay algo
que lo cambia todo: la convicción de que nada ni nadie nos podrá separar del
amor de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
29 de marzo de 1998
UNA
PUERTA SIEMPRE ABIERTA
No te
condeno. Anda, y en adelante no peques más.
El hombre occidental se está
dando cuenta de que ha estado excesivamente sometido, en estos últimos siglos,
a una cultura de signo racionalista. Sin despreciar la aportación decisiva de
la razón, comienza hoy a sentir hambre de otros alimentos necesarios también al
espíritu. Así sucede con los «símbolos» que, rechazados como algo ingenuo que
no responde a los postulados de un racionalismo estricto, comienzan a ser
valorados de nuevo con creciente interés.
El símbolo no es una manera más
poética de decir cosas ya sabidas por la razón. Es mucho más. El símbolo nos
permite ir más allá de nosotros mismos para acercarnos a la verdad del ser y
abrir nuestro espíritu a lo inefable y trascendente. Por eso, la pérdida de lo
«simbólico» ha dañado tanto la experiencia religiosa y cristiana.
El evangelio de Juan nos recuerda
uno de esos símbolos empleados por los primeros cristianos para designar a
Cristo y que, en buena parte, han perdido hoy fuerza en la conciencia
cristiana: « Yo soy la puerta —dice
Jesús—, quien entre por mí se salvará»
(Jn, 10, 9). Sin embargo, durante muchos siglos, el Cristo glorioso,
representado en el tímpano de los pórticos de las catedrales, acogía a fieles y
peregrinos al entrar en el templo. A todos se les advertía que no repararan en
la materia con que estaba hecha la puerta, sino que elevaran sus ojos a Cristo,
«puerta verdadera» que abre el acceso
al Padre.
La puerta es lugar de paso entre
dos ámbitos, entre lo conocido y lo desconocido, entre el mundo que habitamos y
la vida que anhelamos. La puerta puede ser atravesada o simplemente mirada.
Puede estar abierta o cerrada. Puede prohibir el paso o invitar a entrar. Puede
cerrar el camino o abrir el acceso a la luz y la libertad.
El libro del Apocalipsis recoge
estas palabras de Cristo: «Yo he abierto
ante ti una puerta que nadie puede cerrar» (2, 8). Lo sabe muy bien el
creyente que se ve envuelto en tinieblas, el que se siente esclavizado por el
pecado, el que se encuentra hundido en el túnel de la depresión o el que espera
con incertidumbre y pena la muerte ya próxima, cuando al no encontrar otra
salida a sus angustias y anhelos acude a él buscando salvación.
Cristo es la «puerta verdadera» de la existencia (Christus vera iannua). La puerta siempre abierta que da acceso a
la gracia, al perdón, a la luz y al amor del Padre. Felices los que la
encuentran. Más aún los que entran por ella. El relato de la mujer adúltera es
conmovedor. Esta mujer humillada, condenada por todos, avergonzada de sí misma,
sin apenas horizonte de futuro, se encuentra con Cristo. Sus palabras la van a
hacer pasar de la condena al perdón, del pecado a la inocencia, de la
desesperación a la esperanza. «Yo no te
condeno. Anda, y en adelante no peques más.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
2 de abril de 1995
DISCRIMINACION
DE LA MUJER
Tampoco
yo te condeno.
Las corrientes feministas más
radicales plantean el problema de la mujer en términos de lucha y combate. Es
comprensible que, al tomar mayor conciencia de situaciones y comportamientos
discriminatorios, se despierten en bastantes mujeres el resentimiento, la ira
ola agresividad.
El problema está en saber si el
camino violento y la mutua agresión entre los sexos nos llevarán al cambio
deseado o provocarán un encono mayor y una reacción defensiva por parte del
varón. Antes de enfrentar a los sexos en una batalla en la que, una vez más,
saldrán derrotados los más débiles, parece necesario promover juntos una «revolución de las conciencias».
En el fondo del problema está lo
que la feminista Rosemary Ruether
llama «distorsión fundamental» de las relaciones entre los dos sexos, y que se
debe primordialmente a la conducta injusta y discriminatoria del varón. Una
distorsión que nos deshumaniza a todos. No sólo a la mujer que se ve
discriminada e infravalorada.
También al varón que se ve
empobrecido al quedar privado de la debida aportación de la mujer. La
revalorización de lo femenino y la igual dignidad de la mujer es tarea de
todos, mujeres y varones, pues es enriquecedora para toda la humanidad.
Dentro de esta tarea común, hemos
de eliminar ya de la conciencia social esa doble
moral por la cual los mismos comportamientos son juzgados con diverso
criterio, según se trate de mujeres o varones. No basta la mejora del
ordenamiento jurídico y la legislación penal. Es necesaria toda una reeducación
social.
¿Por qué la infidelidad del
esposo ha de ser «una aventura» y la de la esposa adulterio de una mujer
indigna? ¿Por qué la conversación entre vecinas va a ser chismorreo de
charlatanas y la de los varones en un bar una divertida tertulia? ¿Por qué es
provocativa la mujer que resalta su encanto y no el varón que cuida su aspecto
físico?
Por otra parte, hemos de
reaccionar con mayor fuerza contra la vergonzosa manipulación de la mujer como
elemento decorativo y reclamo publicitario. Es indigna esa imagen de mujer
vacía, entretenida en sus cosméticos, su gel o sus perfumes, acariciando coches
o electrodomésticos, fácil de seducir con regalos, joyas o piedras preciosas,
idiotizada por cualquier vendedor de detergentes que lavan más blanco.
La actitud de Jesús defendiendo a
la mujer adúltera del acoso de los varones dispuestos a apedrearla nos ha de
interpelar a todos los que, tal vez, nos sentimos sin pecado, pero no hacemos
nada por cambiar una situación injusta y discriminatoria.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
5 de abril de 1992
MAGNANIMIDAD
Tampoco
yo te condeno.
Siempre me ha sorprendido la
actuación de Jesús, radicalmente exigente al anunciar su mensaje, pero
increíblemente comprensivo al juzgar la actuación concreta de las personas.
Tal vez, el caso más expresivo es
su comportamiento ante el adulterio. Jesús habla de manera tan radical al
exponer las exigencias del matrimonio indisoluble, que los discípulos opinan
que, en tal caso, «no trae cuenta
casarse». Y, sin embargo, cuando todos quieren apedrear a una mujer
sorprendida en adulterio, es Jesús el único que no la condena.
Así es Jesús. Por fin ha existido
alguien sobre la tierra que no se ha dejado condicionar por ninguna ley y
ningún poder. Alguien grande y magnánimo que nunca odió, ni condenó ni devolvió
mal por mal. Alguien a quien se mató porque los hombres no pueden soportar el
escándalo de tanta bondad.
Sin embargo, quien conoce cuánta
oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es condenar a otros para
asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que en esa actitud de
comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que prescribe la
ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas estrechas y resentidas.
El creyente descubre, además, en
esa actitud de Jesús el rostro verdadero de Dios y escucha un mensaje de
salvación que se puede resumir así: «Cuando no tengas a nadie que te comprenda,
cuando los hombres te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas a quien
acudir, has de saber que Dios es tu amigo. El está de tu parte. Dios comprende
tu debilidad y hasta tu pecado.»
Esa es la mejor noticia que
podíamos escuchar los hombres. Frente a la incomprensión, los enjuiciamientos
las condenas fáciles de las gentes, el ser humano siempre podrá esperar en la
misericordia y el amor insondable de Dios. Allí donde se acaba la comprensión
de los hombres, sigue firme la comprensión infinita de Dios.
Esto significa que, en todas las
situaciones de la vida, en toda confusión, en toda angustia, siempre hay
salida. Todo puede convertirse en gracia. Nadie puede impedirnos vivir apoyados
en el amor y la fidelidad de Dios.
Por fuera, las cosas no cambian
en absoluto. Los problemas y conflictos siguen ahí con toda su crudeza. Las
amenazas no desaparecen. Hay que seguir sobrellevando las cargas de la vida.
Pero hay algo que lo cambia todo: la convicción de que nada ni nadie nos podrá
separar del amor de Dios.
En realidad, no es tan importante
lo que nos sucede en la tierra. Al menos si vivimos desde esa fe que san Pablo
expresaba así: «Quién nos separará del amor
de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución... el peligro, la
espada? Estoy persuadido de que ni la muerte ni la vida... ni lo presente ni lo
futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene en
Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 35-39).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
12 de marzo de 1989
GUERRA
CIVIL Y PERDON
Tampoco
yo te condeno.
No son pocos los observadores que
han hecho notar la ausencia de perdón en la sociedad moderna. Apenas se toma
iniciativa alguna de perdón en el ámbito político, laboral o socio-económico y
la experiencia de reconciliación es cada vez más rara en nuestra convivencia.
Y, sin embargo, la ausencia de
perdón no es ningún signo de madurez y progreso en una sociedad. Los hombres
necesitamos continuamente pedir perdón y perdonar. El perdón pertenece a la
construcción misma de la convivencia humana.
Este año conmemoramos el
cincuenta aniversario de la guerra civil española y con este motivo recordaremos
de manera más viva que nuestra historia reciente es una historia de violencia y
de muerte.
Sin duda, el aniversario será
ocasión para rememorar hechos y recordar nombres de tantos seres queridos
muertos en la contienda y borrados o manchados injustamente en esa historia
escrita por los vencedores.
¿Será un recuerdo reconciliador o
una operación dirigida a reactivar sentimientos de venganza y dar vida de nuevo
a antagonismos y enfrentamientos difíciles de olvidar?
La actitud cristiana del perdón no
consiste en trivializar la historia y olvidar ingenuamente las injusticias
pasadas. Al contrario, el que perdona recuerda todo el horror del pasado pero
lo hace para adoptar una postura innovadora y creadora hacia el futuro.
El que perdona recuerda para no
repetir. Busca un futuro distinto del que nos viene impuesto por la violencia
pasada. Trata de establecer otra relación nueva con los adversarios y
antagonistas a quienes perdona.
El que perdona trata de romper
esa lógica de la violencia que tiende a repetirse sin fin. El “ojo por ojo y
diente por diente” no es innovador, nos introduce en la “lógica repetitiva de
la violencia”, acumula inevitablemente mal, sufrimiento e injusticia.
Naturalmente, el que perdona sabe que asume un riesgo al renunciar a la
fuerza o la venganza. Pero sabe que, sin ese riesgo, la historia no tiene
futuro y la violencia se repetirá una y otra vez para mal de todos.
El pueblo vasco sabe lo qué es
sufrir en su propia carne esta violencia repetitiva y sin futuro: violencia y
represión, terrorismo y antiterrorismo, muertos de un signo y de otro. Recordar
heridas pasadas puede servir para potenciar la dinámica de esta violencia, pero
puede ser también ocasión para escuchar la invitación al perdón de Aquel que no
quiso “echar piedras” sobre nadie.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
16 de marzo de 1986
NO BASTA
DESPENALIZAR
Tampoco
yo te condeno.
La «batalla del aborto» se ha
desatado. Pocas veces un problema de repercusiones humanas tan hondas habrá
sido tan manipulado por oscuros intereses políticos e ideológicos.
Al analizar las diversas
posiciones, uno no sabe exactamente dónde comienzan los intereses políticos de
unos y otros, y dónde termina la búsqueda sincera de una profunda actitud moral.
Aturdido por enfrentamientos
virulentos y polémicas apasionadas, no le es fácil al hombre sencillo de la
calle ver con claridad cuál puede y debe ser su postura más humana y coherente
con su fe.
La actitud de Jesús ante la mujer
adúltera y sus acusadores nos obliga a todos a desenmascarar nuestras posibles
hipocresías para preguntarnos sinceramente cuál es la raíz última de nuestra
posición personal.
Quien conozca la pasión de Jesús
por la vida y descubra en él al Dios que ha venido a la tierra a poner vida
donde los hombres ponen muerte, no podrá defender desde su corazón creyente una
política abortista que mata la vida.
Pero, al mismo tiempo, quien
conozca el amor salvador de Jesús a cada persona y su pasión por cada ser
humano, no pretenderá ayudar a las mujeres abortistas con la simple amenaza de
una pena de cárcel.
La actitud de Jesús nos obliga,
antes que nada, a no tomar postura sin sentirnos, de algunas manera,
implicados.
¿Es tan extraño el aborto en una
sociedad en la que estamos «abortando» de tantas maneras la vida de las
personas, el amor generoso al necesitado y la defensa del desvalido?
¿No estamos creando entre todos
una sociedad violenta e insolidaria que no defiende ni ayuda debidamente a la
mujer violada ni apoya adecuadamente a la madre del disminuido?
¿No serán cada vez más las
mujeres que recurran al aborto, si seguimos desentendiéndonos de las familias
abrumadas por la necesidad y la miseria, y si seguimos promoviendo una cultura
colectiva que sólo busca bienestar?
Como alguien ha dicho, «la vida
no es de izquierdas ni de derechas». Todos debemos sentirnos llamados a luchar
para que ninguna vida quede truncada.
Pero esto no lo lograremos sólo
con leyes ni con despenalizaciones, sino con una actitud de solidaridad, defensa
y apoyo a quien tiene derecho a nacer y a quien tiene derecho a que se le ayude
a dar vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
20 de marzo de 1983
LANZAR
PIEDRAS
El que
esté sin pecado, que tire la primera piedra.
En el interior de toda sociedad
encontramos modelos de conducta que, explícita o implícitamente, configuran el
actuar y el ser del hombre. Son modelos que determinan en gran parte nuestra
manera de pensar, actuar y vivir.
Pensemos solamente en la ordenación
jurídica de nuestra sociedad. La convivencia social está regulada por una
determinada estructura legal que depende, sin duda, de una determinada
concepción del hombre.
Incluso en la moderna sociedad
pluralista es necesario llegar a un acuerdo o consenso que haga posible la
convivencia. Entonces, se va configurando un ideal jurídico de ciudadano,
portador de unos derechos y sujeto de unas obligaciones. Y es este ideal
jurídico el que se va imponiendo con fuerza de ley en la sociedad.
Pero esta ordenación legal
necesaria, sin duda, para la convivencia social, no puede llegar a comprender
de manera adecuada la vida concreta de cada hombre y cada mujer en toda su
complejidad, su fragilidad y su misterio.
La ley tratará de medir con
justicia a cada hombre, pero difícilmente puede tratarlo en cada situación como
un ser concreto que vive y padece su propia existencia de una manera única y
original.
Por eso, aunque la ley sea justa,
su aplicación puede ser injusta sino se atiende a cada hombre y cada mujer en
su situación personal única e irrepetible.
¡Qué cómodo es juzgar a las
personas desde criterios seguros! Hay hombres de bien y gente indeseable.
Personas de solvencia y hombres «con antecedentes penales». Bienhechores de la
sociedad y malhechores...
Qué fácil y qué injusto apelar al
peso de fa ley para condenar a tantas personas marginadas, incapacitadas para
vivir integradas en nuestra sociedad, conforme a la «ley del ciudadano ideal»
(hijos sin verdadero hogar, jóvenes delincuentes de barrio, vagabundos
analfabetos, drogadictos sin remedio, ladrones sin posibilidad de trabajo,
prostitutas sin amor alguno, esposos fracasados en su amor matrimonial...).
Frente a tantos enjuiciamientos y
condenas fáciles, Jesús nos invita a no condenar fríamente a los demás desde la
pura objetividad de una ley, sino a comprenderlos desde nuestra propia conducta
personal.
Antes de arrojar piedras contra
nadie, hemos de saber juzgar nuestro propio pecado. Quizás descubramos
entonces, que lo que muchas. personas necesitan no es la condena de la ley sino
que alguien las ayude y les ofrezca una posibilidad de rehabilitación.
Lo que la mujer adúltera
necesitaba no eran piedras sino una mano amiga que la ayudara a levantarse.
José Antonio Pagola
HOMILIA
Creer en
el perdón
Bastantes piensan que la culpa es
algo introducido en el mundo por la religión: si Dios no existiera, no habría
mandamientos, cada uno podría hacer lo que quisiera y, entonces, desaparecería
el sentimiento de culpa. Suponen que es Dios el que ha prohibido ciertas cosas,
el que pone freno a nuestros deseos de gozar y el que, en definitiva, genera en
nosotros esa sensación de culpabilidad.
Nada más lejos de la realidad. La
culpa es una experiencia misteriosa de la que ninguna persona sana se ve libre.
Todos hacemos en un momento u otro lo que no deberíamos haber hecho. Todos
sabemos que nuestras decisiones no son siempre transparentes y que actuamos más
de una vez por motivos oscuros y razones inconfesadas.
Es la experiencia de toda
persona: no soy lo que debía ser, no vivo a la altura de mí mismo. Sé que
podría muchas veces evitar el mal; sé que puedo ser mejor, pero siento dentro
de mí 'algo' que me lleva a actuar mal. Lo decía hace muchos años Pablo de
Tarso: «No hago el bien que quiero, sino que
obro el mal que no quiero» (Rm. 7,19). ¿Qué podemos hacer?, ¿cómo vivir
todo esto ante Dios?
El Credo nos invita a «creer en el perdón de los pecados». No
es tan fácil. Afirmamos que Dios es perdón insondable, pero luego proyectamos
constantemente sobre él nuestros miedos, fantasmas y resentimientos
oscureciendo su amor infinito y convirtiendo a Dios en un ser justiciero del
que lo primero es defenderse.
Hemos de liberar a Dios de los
malentendidos con los que deformamos su verdadero rostro. En Dios no hay ni
sombra de egoísmo, resentimiento o venganza. Dios está siempre volcado sobre
nosotros apoyándonos en ese esfuerzo moral que hemos de hacer para construirnos
como personas. Y ahora que hemos pecado, sigue ahí como «mano tendida» que
quiere sacarnos del fracaso.
Dios sólo es perdón y apoyo
aunque, bajo el peso de la culpabilidad, nosotros lo convirtamos a veces en
juez condenador, más preocupado por su honor que por nuestro bien. La escena
evangélica es clarificadora. Todos quieren «echar piedras» sobre la adúltera,
todos menos Jesús. Todos quieren convertir a Jesús en «juez condenador», pero
él, lleno de Dios, reacciona de manera sorprendente: «No te condeno. Anda y, en adelante, no peques más».
José Antonio Pagola
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