lunes, 5 de noviembre de 2018

11-11-2018 - 32º domingo Tiempo ordinario (B)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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32º domingo Tiempo ordinario (B)



EVANGELIO

Esa pobre viuda ha echado más que nadie.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Estos recibirán una sentencia más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2017-2018 -
11 de noviembre de 2018

LO MEJOR DE LA IGLESIA

(Ver homilía del ciclo B - 2011-2012)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2014-2015 -
8 de noviembre de 2015

CONTRASTE

(Ver homilía del 8 de noviembre de 2009)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
11 de noviembre de 2012

LO MEJOR DE LA IGLESIA

El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos: «¡Cuidado con los maestros de la Ley!», su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

La religión les sirve para alimentar su fatuidad. Hacen «largos rezos» para impresionar. No crean comunidad, pues se colocan por encima de todos. En el fondo solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles, a las que deberían servir.

Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

En la segunda escena, Jesús está sentado frente al arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está pasando necesidad, «ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir». Mientras los maestros viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende por los demás, confiando totalmente en Dios.

Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

También hoy tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y los obispos.
  

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
8 de noviembre de 2009

CONTRASTE

Os aseguro que esta pobre viuda ha echado más que nadie.

El contraste entre las dos escenas es total. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar su propia gloria y explotar a los más débiles. No hay que admirarlos ni seguir su ejemplo. En la segunda, Jesús observa  el gesto de una pobre viuda y llama a sus discípulos. De esta mujer pueden aprender algo que nunca les enseñarán los escribas: una fe total en Dios y una generosidad sin límites.

La crítica de Jesús a los escribas es dura. En vez de orientar al pueblo hacia Dios buscando su gloria, atraen la atención de la gente hacia sí mismos buscando su propio honor. Les gusta «pasearse con amplios ropajes» buscando saludos y reverencias de la gente. En la liturgia de las sinagogas y en los banquetes buscan «los asientos de honor» y «los primeros puestos».

Pero hay algo que, sin duda, le duele a Jesús más que este comportamiento fatuo y pueril de ser contemplados, saludados y reverenciados. Mientras aparentan una piedad profunda en sus «largos rezos» en público, se aprovechan de su prestigio religioso para vivir a costa de las viudas, los seres más débiles e indefensos de Israel según la tradición bíblica.

Precisamente, una de estas viudas va a poner en evidencia la religión corrupta de estos dirigentes religiosos. Su gesto ha pasado desapercibido a todos, pero no a Jesús. La pobre mujer solo ha echado en el arca de las ofrendas dos pequeñas monedas, pero Jesús llama enseguida a sus discípulos pues difícilmente encontrarán en el ambiente del templo un corazón más religioso y más solidario con los necesitados.

Esta viuda no anda buscando honores ni prestigio alguno; actúa de manera callada y humilde. No piensa en explotar a nadie; al contrario, da todo lo que tiene porque otros lo pueden necesitar. Según Jesús, ha dado más que nadie, pues no da lo que le sobra, sino «todo lo que tiene  para vivir».

No nos equivoquemos. Estas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin reservas, son lo mejor que tenemos en la Iglesia.  Ellas  son las que hacen el mundo más humano, las que creen de verdad en Dios, las que mantienen vivo el Espíritu de Jesús en medio de otras actitudes religiosas falsas e interesadas. De estas personas hemos de aprender a seguir a Jesús. Son las que más se le parecen.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
12 de noviembre de 2006

LO QUE NOS SOBRA

He echado todo lo que tenía para vivir.

La escena es conmovedora. Una pobre viuda se acerca calladamente a uno de los trece cepillos colocados en el recinto del templo, no lejos del patio de las mujeres. Muchos ricos están depositando cantidades importantes. Casi avergonzada, ella echa sus dos moneditas de cobre, las más pequeñas que circulan en Jerusalén.

Su gesto no ha sido observado por nadie. Pero, en frente de los cepillos, está Jesús viéndolo todo. Conmovido, llama a sus discípulos. Quiere enseñarles algo que sólo se puede aprender de la gente pobre y sencilla. De nadie más.

La viuda ha dado una cantidad insignificante y miserable, como es ella misma. Su sacrificio no se notará en ninguna parte; no transformará la historia. La economía del templo se sostiene con la contribución de los ricos y poderosos. El gesto de esta mujer no servirá prácticamente para nada.

Jesús lo ve de otra manera: «Esta pobre viuda ha echado más que nadie». Su generosidad es más grande y auténtica. «Los demás han echado lo que les sobra», pero esta mujer que pasa necesidad, «ha echado todo lo que tiene para vivir».

Si es así, esta viuda vive, probablemente, mendigando a la entrada del templo. No tiene marido. No posee nada. Sólo un corazón grande y una confianza total en Dios. Si sabe dar todo lo que tiene, es porque «pasa necesidad» y puede comprender las necesidades de otros pobres a los que se ayuda desde el templo.

En las sociedades del bienestar se nos está olvidando lo que es la «compasión». No sabemos lo que es «padecer con» el que sufre. Cada uno se preocupa de sus cosas. Los demás quedan fuera de nuestro horizonte. Cuando uno se ha instalado en su cómodo mundo de bienestar, es difícil «sentir» el sufrimiento de los otros. Cada vez se entienden menos los problemas de los demás.

Sin embargo, como necesitamos alimentar dentro de nosotros la ilusión de que todavía somos humanos y tenemos corazón, damos «lo que nos sobra». No es por solidaridad. Sencillamente ya no lo necesitamos para seguir disfrutando de nuestro bienestar. Sólo los pobres son capaces de hacer lo que la mayoría estamos olvidando: dar algo más que las sobras.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
9 de noviembre de 2003

UNA ILUSIÓN ENGAÑOSA

Ha echado todo lo que tenía.

(Leer la homilía del 10 de noviembre de 1991).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
12 de noviembre de 2000

MALA CONCIENCIA

He echado todo lo que tenía para vivir.

En teoría, los pobres son para la Iglesia lo que fueron para Jesús: los preferidos, los primeros que han de atraer nuestra atención e interés. Pero es sólo en teoría porque de hecho no ocurre así. Y no es cuestión de ideas, sino de sensibilidad ante el sufrimiento de los débiles. En teoría, todo cristiano dirá que está de parte de los pobres. La cuestión es saber qué lugar ocupan realmente en la vida de la Iglesia y de los cristianos.

Es verdad —y hay que decirlo en voz alta— que en la Iglesia hay muchas, muchísimas personas, grupos, organismos, congregaciones, misioneros, voluntarios laicos que no sólo se preocupan de los pobres, sino que, impulsados por el mismo espíritu de Jesús, dedican su vida entera y hasta la arriesgan por defender la dignidad y los derechos de los más desvalidos, pero ¿cuál es nuestra actitud generalizada en las comunidades cristianas de Europa?

Mientras sólo se trata de aportar alguna ayuda o de dar un donativo, no hay problema especial. Las limosnas nos tranquilizan y permiten que sigamos viviendo con buena conciencia. Los pobres empiezan a inquietarnos cuando nos obligan a plantearnos qué nivel de vida nos podemos permitir sabiendo que cada día mueren de hambre en el mundo no menos de setenta mil personas.

Por lo general, no son tan visibles entre nosotros el hambre y la miseria. Aquí lo peor que lleva consigo la pobreza es la indignidad. En la práctica, los pobres de nuestra sociedad carecen de los derechos que tenemos los demás; no merecen el respeto que merece toda persona normal; no representan nada importante para la sociedad. Por eso, encontrarnos con ellos nos desazona. Estos hombres y mujeres desenmascaran nuestros grandes discursos sobre el progreso y ponen al descubierto la mezquindad de nuestra caridad. No nos dejan vivir con buena conciencia.

El episodio evangélico en el que Jesús alaba a la viuda pobre nos deja avergonzados a quienes vivimos satisfechos en nuestro bienestar. Nosotros, tal vez, damos algo de lo que nos sobra, pero esta mujer que «pasa necesidad» sabe dar «todo lo que tiene para vivir» (Mc 12, 42). Cuántas veces son los pobres los que mejor nos enseñan a vivir de manera digna y con corazón grande y generoso.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE

¿QUÉ NIVEL DE VIDA?

Ha echado todo lo que tenía para vivir.

El mensaje del evangelio resulta casi siempre seductor para quien lo escucha con corazón limpio y noble. Pero su fuerza puede quedar amortiguada o neutralizada, si no se captan las exigencias concretas que encierra. Algo de esto puede suceder con el conocido dicho de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lucas 16, 13). La llamada a no dejarnos esclavizar por el dinero es, sin duda, atractiva. Pero las palabras de Jesús se quedan en algo inofensivo mientras no se desentraña su exigencia con planteamientos como éste: ¿Qué nivel de vida puede permitirse un cristiano?

Apenas se predica hoy de estas cosas, al menos con este enfoque concreto; sin embargo, existe una larga tradición en la doctrina de la Iglesia, que arranca desde los Padres de los primeros siglos y se mantiene hasta el magisterio reciente. No es difícil resumir sus grandes líneas.

Hay, en primer lugar, bienes necesarios para la vida. Sin ellos no podríamos subsistir. Todos tenemos derecho, por ejemplo, a la comida diaria, al vestido o a una vivienda. No hemos de privarnos de estos bienes pues estamos llamados a vivir dignamente.

Pero la vida, para ser humana, tiene también otro tipo de necesidades: cultura, diversión, viajes, comunicación... Estas necesidades sufren variaciones según el grado de civilización y las condiciones de cada persona. También tenemos derecho a estos bienes llamados necesarios para la condición, pero no de modo absoluto. Hemos de moderar o reducir nuestro nivel de vida en tiempos de crisis o para ayudar a quienes carecen de lo necesario para vivir.

Por último, los que no son necesarios para la vida o la condición han de ser considerados bienes superfluos. Según la tradición cristiana no tenemos el menor derecho a disfrutarlos mientras hay seres humanos que no tienen lo necesario para subsistir.

En el trasfondo de toda esta doctrina, desfigurada a veces por una casuística inapropiada, no es difícil advertir un principio firme: «Lo que le sobra al rico le pertenece al pobre.» No tenemos derecho a acumular bienes superfluos o no del todo necesarios, mientras hay gentes que mueren de hambre y miseria. Solo transcribiré un texto de san Basilio que todavía hoy puede sacudir nuestra conciencia: «El pan que hay en tu despensa pertenece al hambriento; el abrigo que cuelga, sin usar, en tu guardarropa pertenece a quien lo necesita; los zapatos que se están estropeando en tu armario pertenecen al descalzo; el dinero que tú acumulas pertenece a los pobres.» Es difícil hablar con más claridad.

El episodio de Jesús alabando a la viuda pobre nos deja avergonzados a quienes vivimos satisfechos en la sociedad del bienestar. Nosotros, tal vez, damos algo de lo que nos sobra, pero ella «que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Marcos 12, 44).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
6 de noviembre de 1994

ENVIDIA

Esta pobre viuda ha echado más que nadie.

La envidia nos resulta vergonzosa e inconfesable, pero está muy extendida en nuestra sociedad. El siquiatra Enrique Rojas se atreve a decir que «todos la padecemos a lo largo de nuestra vida en mayor o menor medida, en unos momentos u otros según las circunstancias».

En los niños aflora con más claridad porque todavía no han aprendido a disimularla. Los adultos sabemos enmascararla mejor y la ocultamos de diversas maneras bajo forma de desprecio, descalificación, necesidad de superar siempre a los demás.

La envidia es un proceso a veces bastante complejo y soterrado, que puede hacer a la persona profundamente desgraciada incapacitándola de raíz para disfrutar de felicidad alguna. El envidioso nunca está contento consigo mismo, con lo que es, con lo que tiene. Vive resentido. Necesita mirar de reojo a los demás, compararse, añorar el bien de los otros, estar por encima.

Por otra parte, vivimos en una sociedad que, con frecuencia, nos empuja a articular nuestras relaciones interpersonales en torno al principio de competitividad. Ya desde niños se nos enseña a rivalizar, competir, ser más que los demás. Hay personas que terminan viviendo desde una actitud competitiva. No piensan sino en términos de comparación. Inconscientemente, se sienten en la obligación de demostrar que son los más inteligentes, los más hábiles, los más seductores, los más poderosos.

Uno de los medios más utilizados para ello es demostrar que se tiene más que los demás, que uno puede comprar un modelo mejor, poseer una casa más lujosa, hacer unas vacaciones más caras. No nos atrevemos a confesarlo, pero en la raíz de muchas vidas dedicadas a ganar siempre más y a conseguir un nivel de vida siempre mejor, solo hay un incentivo: la envidia.

Sin embargo, el que mira con envidia a los demás, no disfruta de lo suyo. Por mucho que posea, siempre brotará en su interior la insatisfacción, el sufrimiento que corroe por dentro al ver que otros «tienen» tal vez más.

El evangelista Marcos nos muestra la diferente reacción de Jesús ante los fariseos que solo viven para aparentar, sobresalir y aprovecharse de los débiles, y ante una pobre viuda que sabe desprenderse incluso de lo poco que tiene para ayudar a otros más necesitados. Lo decisivo es siempre vivir humanamente. Disfrutar de lo que se tiene y de lo que se es. Saber compartir. Vivir ante Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
10 de noviembre de 1991

UNA ILUSION ENGAÑOSA

Ha echado todo lo que tenía.

Son muchos los que piensan que la compasión es una actitud absolutamente desfasada y anacrónica en una sociedad que ha de organizarse sus propios servicios para atender a las diversas necesidades.

Lo progresista no es vivir preocupado por los más necesitados y desfavorecidos de la sociedad, sino saber exigir con fuerza a la Administración que los atienda de manera eficiente.

Sin embargo, sería un engaño no ver lo que sucede en realidad. Cada uno busca su propio bienestar luchando incluso despiadadamente contra posibles competidores. Cada uno busca la fórmula más hábil para pagar el mínimo de impuestos, sin detenerse incluso ante pequeños o no tan pequeños fraudes. Y luego, se pide a la Administración, a la que se aporta lo menos posible, que atienda eficazmente a quienes nosotros mismos, hemos hundido en la marginación y la pobreza.

Pero no es fácil recuperar “las entrañas” ante el sufrimiento ajeno cuando uno se ha instalado en su pequeño mundo de bienestar. Mientras sólo nos preocupe cómo incrementar la cuenta corriente o hacer más rentable nuestro dinero, será difícil que nos interesemos realmente por los que sufren.

Sin embargo, como necesitamos conservar la ilusión de que en nosotros hay todavía un corazón humano y compasivo, nos dedicamos a dar “lo que nos sobra”.

Tranquilizamos nuestra conciencia llamando a “Traperos de Emaús” para desprendernos de objetos inútiles, muebles inservibles o electrodomésticos gastados. Entregamos en Cáritas ropas y vestidos que ya no están de moda. Hacemos incluso pequeños donativos siempre que dejen a salvo nuestro presupuesto de vacaciones o fin de semana.

Qué duras nos resultan en su tremenda verdad las palabras de Jesús alabando a aquella pobre viuda que acaba de entregar sus pocos dineros: “Los demás han dado lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

Sabemos dar lo que nos sobra, pero no sabemos estar cerca de quienes, tal vez, necesitan nuestra compañía o defensa. Damos de vez en cuando nuestro dinero, pero no somos capaces de dar parte de nuestro tiempo o nuestro descanso. Damos cosas pero rehuimos nuestra ayuda personal.

Ofrecemos a nuestros ancianos residencias cada vez mejor equipadas, pero, tal vez, les negamos el calor y el cariño que nos piden. Reclamamos toda clase de mejoras sociales para los minusválidos, pero no nos agrada aceptarlos en nuestra convivencia normal.

En la vida misma de familia, ¿no es a veces más fácil dar cosas a los hijos que darles el cariño y la atención cercana que necesitan? ¿No resulta más cómodo subirles la paga que aumentar el tiempo dedicado a ellos?

Las palabras de Jesús nos obligan a preguntarnos si vivimos sólo dando lo que nos sobra o sabemos dar también algo de nuestra propia vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
6 de noviembre de 1988

¿QUE ES DAR?

Ha echado más que nadie.

En nuestra sociedad se nos está olvidando algo aparentemente tan sencillo como es dar. Muchos hombres y mujeres están dispuestos a dar pero sólo a cambio de recibir. Dar sin recibir les parece una estafa, un mal negocio, algo perjudicial.

Son personas que no se han desarrollado más. Han quedado ahí, sin superar esa etapa meramente receptiva y acaparadora. Sólo saben recibir. No han aprendido a dar.

Viven convencidos de que dar gratis, sin recibir nada a cambio, es empobrecerse, privarse de algo, hacerse daño a uno mismo. Algo propio de personas poco inteligentes y despiertas.

Sin embargo, estas personas saben dar lo que les sobra. Han encontrado el método sencillo para vivir encerrados en su egoísmo, sin sentirse turbados por las necesidades que hay a su alrededor. El dar lo que les sobra les proporciona la tranquilidad que necesitan para seguir su vida sin preocuparse apenas de nadie.

Se celebran fiestas fastuosas pero con un toque de carácter benéfico. Se mejora constantemente la comodidad del hogar pero con el cuidado de enviar el viejo mobiliario a “Traperos de Emaús” o a Cáritas.

Se renueva constantemente el atuendo y las prendas propias de cada estación y se adquieren nuevos equipos de montaña y de toda clase de deportes, pero con la preocupación de entregar la ropa usada a los pobres.

Hace unos meses subí a comer con la comunidad donostiarra de “Los Traperos de Emaús”. Pude contemplar una vez más toda clase de muebles, ropas, electrodomésticos, televisores y enseres increíbles. Allí se acumula gran parte de lo que nos sobra a los donostiarras.

Pero allí mismo pude saber que aquellos hombres habían reunido con su trabajo y con la renuncia a la pequeña paga de Navidad, una cantidad de dinero para el pueblo de Etiopía, azotado por la sequía.

Entonces comprendí mejor que nunca la reacción de Jesús ante aquella pobre viuda que echó dos monedas, pero, según Jesús, fue la que dio más que nadie.

Bajé convencido de que aquellos vagabundos, que viven en un edificio ruinoso reparado por ellos mismos, que duermen en habitaciones donde corre el viento y hasta la lluvia, que trabajan aprovechando los desperdicios de nuestra ciudad, habían dado más que todos nosotros a los hambrientos de Etiopía.

Estos hombres, aunque no lo sepan, son ricos. Porque no es rico el que tiene mucho sino el que da mucho. Estos son capaces de hacer lo que la mayoría hemos olvidado: dar algo más que las sobras.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
10 de noviembre de 1985

LO QUE NOS SOBRA

… ha echado más que nadie.

Es gozoso descubrir cómo los ojos de Jesús se fijan siempre en los hombres y mujeres sencillos que saben vivir el amor de manera limpia y generosa.

Jesús observa a la gente que deposita sus limosnas en el templo. Muchos ricos ofrecen espléndidos donativos, pero pasan desapercibidos a sus ojos. Sorprendentemente, su mirada se detiene en una pobre viuda que echa la cantidad ridícula de «dos reales».

La alabanza de Jesús es aleccionadora. Esta pobre mujer ha sabido dar más que nadie, porque «los demás han echado lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

No está de moda la compasión. Se diría que para muchos es un sentimiento desfasado y anacrónico. Una actitud innecesaria en una sociedad capaz de organizar de manera eficiente los diversos servicios sociales.

En esta sociedad en que «creamos máquinas que obran como hombres y producimos hombres que obran como máquinas» (Eric Fromm), corremos el riesgo de endurecer nuestro corazón y hacernos impermeables al dolor ajeno.

Se nos está olvidando lo que es la «compasión». Ese saber «padecer con» el necesitado y vibrar con el sufrimiento ajeno. Miramos a las personas desde fuera, como si fueran objetos, sin acercarnos a su dolor.

Cada uno corre tras su felicidad. Cada uno se preocupa de satisfacer sus propios deseos. Los demás quedan lejos.

Si la viuda sabe dar todo lo que tiene es, sin duda, porque «pasa necesidad» y comprende desde su experiencia dolorosa las necesidades de los demás.

Pero cuando uno se ha instalado ya en su pequeño mundo de bienestar y comodidad, es difícil «entender» el sufrimiento de los otros.

Sin embargo, parece que necesitamos conservar la ilusión de que hay en nosotros todavía algo humano y bueno. Y entonces, damos «lo que nos sobra».

Nos tranquilizamos desprendiéndonos de objetos inútiles, muebles inservibles, electrodomésticos gastados. Pero no nos acercamos a los que sufren y necesitan quizás nuestra cercanía.

Y, sin embargo, el desvalido necesita siempre un calor, una defensa y una acogida que sólo el que sabe compadecerse le puede ofrecer. «El estado no puede visitar a los enfermos. Las estructuras no pueden ir a pasear con un inválido. ¡Tú sí!» (Phil Bosmans).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
7 de noviembre de 1982

NEUROSIS DE POSESION

Esa pobre viuda ha echado más que nadie.

Una de las aportaciones más valiosas de la fe cristiana al hombre contemporáneo es, quizás, la de ayudarle a vivir con un sentido más humano en medio de una sociedad enferma de «neurosis de posesión».

El modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro vivir diario está basado no en lo que cada hombre es, sino en lo que cada hombre tiene. Lo importante es «tener» dinero, prestigio, poder, autoridad... El que posee esto, sale adelante y triunfa en la vida. El que no logra algo de esto, queda descalificado.

Desde los primeros años, al niño se le «educa» más para tener que para ser. Lo que interesa es que se capacite para que el día de mañana «tenga» una posición, unos ingresos, un nombre, una seguridad. Así, casi inconscientemente, preparamos a las nuevas generaciones para la competencia y la rivalidad.

Vivimos en un modelo de sociedad que fácilmente empobrece a las personas. La demanda de afecto, ternura y amistad que late en todo hombre es atendida con objetos. La comunicación humana queda sustituida por la posesión de cosas.

Los hombres se acostumbran a valorarse a sí mismos por lo que poseen o lo que son capaces de llegar a poseer. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse incapacitando para el amor, la ternura, el servicio generoso, la ayuda amistosa, el sentido gratuito de la vida. Esta sociedad no ayuda a crecer en amistad, solidaridad y preocupación por los derechos del otro.

Por eso, cobra especial relieve en nuestros días la invitación del evangelio a valorar al hombre desde su capacidad de servicio y solidaridad.

La grandeza de una vida se mide en último término no por los conocimientos que uno posee, ni por los bienes que ha conseguido acumular, ni por el éxito social que ha podido alcanzar, sino por la capacidad de servir y ayudar a los otros a ser más humanos.

El hombre más poderoso, más sabio y más rico, queda descalificado como hombre si no es capaz de hacer algo gratis por los demás.

Cuántas gentes humildes, como la viuda del evangelio, aportan más a la humanización de nuestra sociedad con su vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los necesitados, que tantos protagonistas de nuestra vida social, económica y política, hábiles defensores de sus intereses, su protagonismo y su posición.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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