El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
Domingo de Pentecostés (B)
EVANGELIO
Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo.
Recibid el Espíritu
Santo.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 15, 26-27; 16, 12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos: «Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el
Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y
también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.
Muchas cosas me quedan por
deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no
será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
El me glorificará, porque
recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío.
Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2017-2018 -
20 de mayo de 2018
RENUÉVAMOS
POR DENTRO
Poco a poco estamos aprendiendo a
vivir sin interioridad. Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que
hay dentro de nosotros. Nos basta con vivir entretenidos. Nos contentamos con
funcionar sin alma y alimentarnos solo de bienestar. No queremos exponernos a
buscar la verdad. Ven, Espíritu Santo, y libéranos del vacío interior.
Hemos aprendido a vivir sin
raíces y sin metas. Nos basta con dejarnos programar desde fuera. Nos movemos y
agitamos sin cesar, pero no sabemos qué queremos ni hacia dónde vamos. Estamos
cada vez mejor informados, pero nos sentimos más perdidos que nunca. Ven,
Espíritu Santo, y libéranos de la desorientación.
Apenas nos interesan ya las
grandes cuestiones de la existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para
enfrentarnos a la vida. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles
e inseguros. Queremos ser inteligentes y lúcidos. Pero no encontramos sosiego
ni paz. Ven, Espíritu Santo, y libéranos de la oscuridad y la confusión interior.
Queremos vivir más, vivir mejor,
vivir más tiempo, pero ¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor,
pero ¿sentir qué? Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo
jugo, pero no nos contentamos solo con pasarlo bien: hacemos lo que nos
apetece. Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo
diferente? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a vivir.
Queremos ser libres e
independientes, y nos encontramos cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos
encerramos en nuestro pequeño mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos
sentirnos queridos y no sabemos crear contactos vivos y amistosos. Al sexo lo
llamamos "amor", y al placer "felicidad", pero ¿quién
saciará nuestra sed? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a amar.
En nuestra vida ya no hay sitio
para Dios. Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros.
Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz. Volcados en mil
deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con
todos menos con él. Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven,
Espíritu Santo, y enséñanos a creer.
Creyentes y no creyentes, poco
creyentes y malos creyentes, así peregrinamos todos muchas veces por la vida.
En la fiesta cristiana del Espíritu Santo, a todos nos dice Jesús lo que un día
dijo a sus discípulos, exhalando sobre ellos su aliento: "Recibid el
Espíritu Santo". Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta
nuestra débil fe puede penetrar en nosotros y reavivar nuestra existencia por
caminos que solo él conoce.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2014-2015 -
24 de mayo de 2015
INVOCACIÓN
AL ESPÍRITU
(Ver homilía del 31 de mayo de
2009)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
27 de mayo de 2012
RECIBID
EL ESPÍRITU
Poco a poco, vamos aprendiendo a
vivir sin interioridad. Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que
hay dentro de nosotros. Nos basta con vivir entretenidos. Nos contentamos con
funcionar sin alma y alimentarnos solo de pan. No queremos exponernos a buscar
la verdad. Ven Espíritu Santo y libéranos del vacío interior.
Ya sabemos vivir sin raíces y sin
metas. Nos basta con dejarnos programar desde fuera. Nos movemos y agitamos sin
cesar, pero no sabemos qué queremos ni hacia dónde vamos. Estamos cada vez
mejor informados, pero nos sentimos más perdidos que nunca. Ven Espíritu Santo
y libéranos de la desorientación.
Apenas nos interesan ya las
grandes cuestiones de la existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para
enfrentarnos a la vida. Nos hemos hecho más escépticos pero también más
frágiles e inseguros. Queremos ser inteligentes y lúcidos. ¿Por qué no
encontramos sosiego y paz? ¿Por qué nos visita tanto la tristeza? Ven Espíritu
Santo y libéranos de la oscuridad interior.
Queremos vivir más, vivir mejor,
vivir más tiempo, pero ¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor,
pero ¿sentir qué? Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo
jugo, pero no nos contentamos solo con pasarlo bien. Hacemos lo que nos
apetece. Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo
diferente? Ven Espíritu Santo y enséñanos a vivir.
Queremos ser libres e
independientes, y nos encontramos cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos
encerramos en nuestro pequeño mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos
sentirnos queridos y no sabemos crear contactos vivos y amistosos. Al sexo le
llamamos "amor" y al placer "felicidad", pero ¿quién
saciará nuestra sed? Ven Espíritu Santo y enséñanos a amar.
En nuestra vida ya no hay sitio
para Dios. Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros.
Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz. Volcados en mil
deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con
todos menos con él. Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven
Espíritu Santo y enséñanos a creer.
Creyentes y no creyentes, poco
creyentes y malos creyentes, así peregrinamos todos muchas veces por la vida.
En la fiesta cristiana del Espíritu Santo a todos nos dice Jesús lo que un día
dijo a sus discípulos exhalando sobre ellos su aliento: "Recibid el
Espíritu Santo". Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta
nuestra débil fe puede penetrar en nosotros por caminos que solo él conoce.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
31 de mayo de 2009
INVOCACIÓN
AL ESPÍRITU
Exhaló su
aliento sobre ellos.
Ven Espíritu Santo. Despierta
nuestra fe débil, pequeña y vacilante. Enséñanos a vivir confiando en el amor
insondable de Dios nuestro Padre a todos sus hijos e hijas, estén dentro o
fuera de tu Iglesia. Si se apaga esta fe en nuestros corazones, pronto morirá
también en nuestras comunidades e iglesias.
Ven Espíritu Santo. Haz que Jesús
ocupe el centro de tu Iglesia. Que nada ni nadie lo suplante ni oscurezca. No
vivas entre nosotros sin atraernos hacia su Evangelio y sin convertirnos a su
seguimiento. Que no huyamos de su Palabra, ni nos desviemos de su mandato del
amor. Que no se pierda en el mundo su memoria.
Ven Espíritu Santo. Abre nuestros
oídos para escuchar tus llamadas, las que nos llegan hoy, desde los
interrogantes, sufrimientos, conflictos y contradicciones de los hombres y
mujeres de nuestros días. Haznos vivir abiertos a tu poder para engendrar la fe
nueva que necesita esta sociedad nueva. Que, en tu Iglesia, vivamos más atentos
a lo que nace que a lo que muere, con el corazón sostenido por la esperanza y
no minado por la nostalgia.
Ven Espíritu Santo y purifica el
corazón de tu Iglesia. Pon verdad entre nosotros. Enséñanos a reconocer
nuestros pecados y limitaciones. Recuérdanos que somos como todos: frágiles,
mediocres y pecadores. Libéranos de nuestra arrogancia y falsa seguridad. Haz
que aprendamos a caminar entre los hombres con más verdad y humildad.
Ven Espíritu Santo. Enséñanos a
mirar de manera nueva la vida, el mundo y, sobre todo, a las personas. Que
aprendamos a mirar como Jesús miraba a los que sufren, los que lloran, los que
caen, los que viven solos y olvidados. Si cambia nuestra mirada, cambiará
también el corazón y el rostro de tu Iglesia. Los discípulos de Jesús
irradiaremos mejor su cercanía, su comprensión y solidaridad hacia los más
necesitados. Nos pareceremos más a nuestro Maestro y Señor.
Ven Espíritu Santo. Haz de
nosotros una Iglesia de puertas abiertas, corazón compasivo y esperanza
contagiosa. Que nada ni nadie nos distraiga o desvíe del proyecto de Jesús:
hacer un mundo más justo y digno, más amable y dichoso, abriendo caminos al
reino de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
4 de junio de 2006
BARRO
ANIMADO POR EL ESPÍRITU
Exhaló su
aliento sobre ellos.
Juan ha cuidado mucho la escena
en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro
qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad llenando a todos de
su paz y alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha
convocado sólo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.
Jesús los «envía». No les dice en
concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha
recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.
Ya han visto a quiénes se ha
acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su
proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de
perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total.
Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.
Pero sabe que sus discípulos son
frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión.
Por eso, se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial. No les impone sus
manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice:
Recibid el Espíritu Santo».
El gesto de Jesús tiene una
fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a
Adán con «barro»; luego sopló sobre
él su «aliento de vida»; y aquel
barro se convirtió en un «viviente».
Eso es el ser humano: un poco de barro, alentado por el Espíritu de Dios. Y eso
será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.
Creyentes frágiles y de fe
pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro,
comunidades de barro... Sólo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia
viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido, quedan «muertas». Nos hacen
daño a todos, pues nos impiden actualizar la presencia viva de Jesús. Muchos no
pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No
hemos de bautizar sólo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No sólo
hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
4 de junio de 2006
LO
DECISIVO ES ABRIR EL CORAZÓN
Según la tradición bíblica, el
mayor pecado de una persona es vivir con un «corazón cerrado» y endurecido, un
«corazón de piedra» y no de carne: un corazón obstinado y torcido, un corazón
poco limpio. Quien vive «cerrado», no puede acoger el Espíritu de Dios; no
puede dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está
«cerrado», nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen. Vivimos separados de
la vida, desconectados. El mundo y las personas están «ahí fuera» y yo estoy
«aquí dentro». Una frontera invisible nos separa del Espíritu de Dios que lo
alienta todo; es imposible sentir la vida como la sentía Jesús. Sólo cuando
nuestro corazón se abre, comenzamos a captarlo todo a la luz de Dios.
Cuando nuestro corazón está
«cerrado», vivimos volcados sobre nosotros mismos, insensibles a la admiración
y la acción de gracias. Dios nos parece un problema y no el Misterio que lo
llena todo. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a intuir a ese Dios
«en quien vivimos, nos movemos y existimos». Sólo entonces comenzamos a
invocarlo como «Padre», con el mismo Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está
«cerrado», en nuestra vida no hay compasión. No sabemos sentir el sufrimiento
de los demás. Vivimos indiferentes a los abusos e injusticias que destruyen la
felicidad de tanta gente. Sólo cuando nuestro corazón se abre, empezamos a
intuir con qué ternura y compasión mira Dios a las personas. Sólo entonces escuchamos
la principal llamada de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre».
Pablo de Tarso formuló de manera
atractiva una convicción que se vivía entre los primeros cristianos: «El amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
ha sido dado». ¿Lo podemos experimentar también hoy? Lo decisivo es abrir
nuestro corazón. Por eso, nuestra primera invocación al Espíritu ha de ser
ésta: «Danos un corazón nuevo, un corazón de carne, sensible y compasivo, un
corazón transformado por Jesús».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
8 de junio de 2003
EL
ESPÍRITU DE JESÚS
Recibid
el Espíritu Santo.
Entre los cristianos se habla de
«espiritualidad» con acentos muy diferentes. A los presbíteros se les pide
vivir una espiritualidad sacerdotal, a los casados una espiritualidad
matrimonial. Según las diferentes tradiciones, los religiosos se esfuerzan por
vivir su propia espiritualidad benedictina, franciscana o carmelitana. Pero,
¿cuáles son los rasgos de una espiritualidad primera y básica de un seguidor de
Jesús?
Lo primero, seguramente, es
captar a Jesús como alguien vivo y cercano. Sentir su Espíritu sosteniendo y
animando nuestra vida, captar en esa experiencia la cercanía absoluta de Dios y
hacer de esa cercanía algo central en nuestra manera de vivir la fe.
Segundo, captar a Jesús como
liberador. No es una manera de hablar. Es una experiencia esencial. Sentir a
Jesús como alguien que nos libera en lo más profundo del corazón. Alguien que
nos da fuerza interior para cambiar, y nos dice una y otra vez: «Tu fe te está
salvando».
Captar a Jesús como alguien que
nos hace bien. Es un auténtico regalo encontrarse con él. No es lo mismo hacer
el recorrido de la vida con Jesús o sin él. Con Jesús, la vida es una carga
exigente pero ligera a la vez. Esta es, tal vez, la experiencia más genuina del
Espíritu de Jesús en nosotros.
Captar a Jesús como alguien que
nos enseña a vivir en una dirección nueva. Es lo fundamental. Aprender a
organizar la propia vida, no alrededor y a favor de uno mismo, del propio grupo
o la propia Iglesia, sino en favor de los que sufren lejos o cerca de nosotros.
Lo más decisivo no es la propia santidad, sino una vida más digna para todos.
Jesús lo llamaba «reino de Dios».
Del Espíritu de Jesús van
naciendo en nosotros algunas actitudes básicas: una sensibilidad especial hacia
los que sufren, una búsqueda práctica de justicia en las cosas grandes y en las
pequeñas, una voluntad sincera de paz para todos, una capacidad cada vez mayor
de hacer el bien gratis, una esperanza última para todo lo bueno que hoy nos
resulta inalcanzable.
Acoger al Espíritu Santo es vivir
con la alegría y el dinamismo interior de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
11 de junio de 2000
ACOGER LA
VIDA
Recibid
el Espíritu Santo.
Hablar del «Espíritu Santo» es
hablar de lo que podemos experimentar de Dios en nosotros. El «Espíritu» es
Dios actuando en nuestra vida: la fuerza, la luz, el aliento, la paz, el
consuelo, el fuego que podemos experimentar en nosotros y cuyo origen último
está en Dios, fuente de toda vida.
Esta acción de Dios en nosotros
se produce casi siempre de forma escondida, silenciosa y callada; el mismo
creyente sólo intuye una presencia casi imperceptible. A veces, sin embargo,
nos invade la certeza, la alegría desbordante y la confianza total: Dios
existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna.
El signo más claro de la acción
del Espíritu es la vida. Dios está allí donde la vida se despierta y crece, donde
se comunica y expande. El Espíritu Santo siempre es «dador de vida»: dilata el corazón, resucita lo que está muerto en
nosotros, despierta lo dormido, pone en movimiento lo que había quedado
bloqueado. De Dios siempre estamos recibiendo «nueva energía para la vida» (J. Moltmann).
Esta acción recreadora de Dios no
se reduce sólo a «experiencias íntimas del alma». Penetra en todas los estratos
de la persona. Despierta nuestros sentidos, vivifica el cuerpo y reaviva la
capacidad de amar. Por decirlo brevemente, el Espíritu conduce a la persona a
vivirlo todo de forma diferente: desde una verdad más honda, desde una
confianza más grande, desde un amor más desinteresado.
Para bastantes, la experiencia
fundamental es el amor de Dios y lo dicen con una frase tan sencilla como «Dios
me ama». Esa experiencia les devuelve su dignidad indestructible, les da fuerza
para levantarse de la humillación o el desaliento, les ayuda a encontrarse con
lo mejor de sí mismos.
Otros no pronuncian la palabra
«Dios» pero experimentan una «confianza fundamental» que les hace amar la vida
a pesar de todo, enfrentarse a los problemas con ánimo, buscar siempre lo bueno
para todos. Nadie vive privado del Espíritu de Dios. En todos está Él atrayendo
nuestro ser hacia la vida. Acogemos al «Espíritu Santo» cuando acogemos la
vida. Éste es uno de los mensajes más básicos de la fiesta cristiana de
Pentecostés.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
18 de mayo de 1997
AMAR LA
VIDA
Recibid
el Espíritu Santo.
Tanto la teología protestante
como la católica han tendido durante siglos a comprender al Espíritu Santo como
un Espíritu que habita en la Iglesia y que actúa en el interior de los
creyentes. De ahí que en los manuales de teología se hable del Espíritu Santo
en relación, sobre todo, con la fe y la vida cristiana o con la oración y los
sacramentos. Se olvida, con frecuencia, que el Espíritu de Dios alienta la
creación entera y es fuente de vida de todo ser creado por él.
Todo ello ha tenido graves consecuencias.
Hablar hoy de «espiritualidad» sugiere a no pocos un cierto alejamiento del
mundo y de la vida, un recelo ante el cuerpo y los sentidos, una preferencia
por las experiencias internas del alma. Se olvida que el Espíritu creador de
Dios está allí donde crece y se desarrolla la vida movida por el aliento
amoroso de Dios y, que, por ello, «la experiencia del Espíritu», lejos de
apartar del mundo o del vivir diario, lo que hace es despertar en nosotros «una
nueva vitalidad de amor a la vida».
Por eso, hemos de agradecer tanto
el excelente estudio sobre el Espíritu Santo, que Jürgen Moltmann nos regala en plena madurez teológica (El Espíritu de la vida, Ed. Sígueme,
Salamanca, 1998). Superando visiones excesivamente estrechas, el profesor de
Tubinga nos recuerda que el Espíritu de Dios puede y debe ser experimentado por
cualquier ser humano en las experiencias cotidianas de la vida. Por decirlo en
pocas palabras, vivir la «experiencia del Espíritu» consiste en percibir de
alguna manera, en y bajo la experiencia de la vida, la presencia escondida,
callada pero real, de Dios Creador que nos sostiene, nos alienta y nos acompaña
siempre con su amistad y su amor.
Por eso, la verdadera
«espiritualidad» lleva siempre a amar, respetar, afirmar y defender la vida. Lo
propio del «hombre espiritual» no es la indiferencia, sino la pasión por la
vida. A quien vive animado por el Espíritu creador de Dios, la vida le atrae,
le interesa, le apasiona. Lucha siempre contra todo lo que sea manipular,
destruir, violar o estropear la vida. Ve y ama la vida como Dios la ve y la
ama: buena, justa, bella, destinada a ser disfrutada en paz por todos. Eso
busca, por eso lucha.
La «experiencia del Espíritu»
lleva a defender a los débiles, acompañar a los solos, acoger a los indefensos,
curar a los enfermos, aliviar a los tristes, alentar a los desesperanzados. Esa
fue la experiencia de Jesús: «El Espíritu
del Señor está sobre mí. El me ha ungido y me ha enviado a dar la Buena Noticia
a los pobres» (Lucas 4, 18). Al hombre verdaderamente espiritual no se le
encuentra ensimismado y vuelto sobre sí mismo, sino abierto a los más
necesitados de aliento y de vida. Es bueno recordarlo en esta fiesta de
Pentecostés.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
22 de mayo de 1994
UNA
EXPERIENCIA DESCONOCIDA
Recibid
el Espíritu Santo.
Dentro de cada uno de nosotros
hay un «espacio interior» que para muchos permanece desconocido e inexplorado.
No es exactamente un ámbito sicológico. Está a un nivel más profundo. Es el
centro más recóndito de la persona, donde se esconde el misterio de nuestro
ser, donde resuenan las preguntas más hondas: ¿Quién soy yo?, ¿por qué estoy
aquí?, ¿para qué?
El hombre de hoy ha aprendido
muchas cosas, pero no sabe llegar hasta su propia interioridad. Vive volcado
hacia lo exterior, sin capacidad para encontrarse consigo mismo. La vida
moderna lo dispersa en mil ocupaciones, contactos y experiencias externas que
lo alejan de sí mismo. El ruido, la agitación, el ritmo acelerado le impiden vivir
«desde dentro».
La fiesta cristiana de
Pentecostés puede ser una llamada a cultivar más nuestro mundo interior y a
vivir más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros. ¿Cómo?
Entrar dentro de nosotros exige
tiempo y calma. Quien trata de vivir desde dentro sabe muy bien que el exceso
de trabajo y actividad no es una virtud, sino una enfermedad, una esclavitud. «Todos los días nos hace falta un buen rato
de inactividad, para adentramos descalzos en nuestro mundo interior» (R Loidi).
Es importante, además, aprender a
distanciamos de vez en cuando de nuestro quehacer cotidiano. Saber apartamos de
las ocupaciones que nos atrapan y dispersan, para «hacer silencio» y
encontramos con lo más profundo que hay en nosotros. No se puede vivir desde
dentro sin asegurar «lugares» y «momentos» de interiorización.
Encontrarse a solas con uno mismo
puede inspirar temor. Nos da miedo descubrir nuestras contradicciones e
incoherencias, nuestra mentira y mediocridad, o nuestras frustraciones más
profundas. Por eso, lo importante no es analizarse, sino descubrir la presencia
amorosa del Espíritu de Dios que nos habita, nos sostiene, nos acoge tal como
somos y nos invita a vivir.
El creyente se adentra en su
interior en actitud confiada. Se sabe aceptado y amado. Por eso, no cae en la
desestima o en la culpabilidad angustiosa. Se siente a gusto con Dios. Seguro.
Su experiencia del Espíritu es siempre fuente de gozo. Un respiro en medio del
vivir diario.
Este entrar en la propia
interioridad no significa huir de la vida para replegarse estérilmente sobre
uno mismo. Al contrario, es regenerarse desde la raíz, rescatar lo mejor que
hay en nosotros, encontrarse de nuevo vivo y con fuerzas para vivir y hacer
vivir. El Espíritu de Dios que habita en nosotros siempre es «dador de vida».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
19 de mayo de 1991
SABOREAR
LA VIDA EN LA FUENTE
Recibid
el Espíritu Santo.
Una de las deformaciones más
deplorables de cierta teología es concebir el don del Espíritu Santo como algo
que se recibe sólo y exclusivamente de manera secreta e invisible, en lo más
oculto del alma, al margen de lo que va sucediendo en nuestra vida.
Sin embargo, el don del Espíritu
no es sino la autocomunicación gratuita de Dios que se nos regala de múltiples
maneras desde el fondo de la vida, a través de las personas que vamos
encontrando en nuestro camino y a través de los acontecimientos y experiencias
que tejen nuestra existencia.
Esta comunicación de Dios no es
un fenómeno esporádico que sucede sólo en fechas litúrgicas determinadas o se
canaliza siempre a través de los sacramentos. Sin duda que hay experiencias
privilegiadas radicalizadas por la gracia, pero el amor de Dios se nos va
regalando constantemente a todos desde lo más hondo de nuestro vivir.
Como dice K. Rahner, todo hombre, lo sea o no, “posee en lo más profundo de
sí mismo un dinamismo espiritual”. Cuando trabaja y lucha, cuando ama, goza o
sufre, cuando vive y cuando muere, no lo hace solo, sino acompañado por la presencia
amorosa del Espíritu de Dios.
Nosotros podemos estar atentos a
esa presencia o no prestarle atención alguna, podemos acoger libremente su
acción o rechazarla, pero el Espíritu de Dios está siempre ahí, como “dador de
vida”.
Tal vez alguno piense que es un
despropósito hablar así en nuestros días. ¿Cómo puede haber todavía un lugar
para el Espíritu Santo en la era de la técnica, la planificación científica y
los ordenadores?
Entiendo lo que siente quien así
piensa. Sé, por otra parte, que las realidades más profundas de la existencia
ha de descubrirlas uno mismo por propia experiencia y que, sin ésta, de poco
sirven las palabras que nos digan desde fuera. Yo sólo me atrevería a decirle
esto: “Medita lealmente y con rigor la existencia, detente en las experiencias
más profundas del gozo o del dolor, en los momentos culminantes del amor o de
la soledad, ¿no sientes que en el fondo de nosotros hay un misterio último
inexpresable que estamos casi siempre rehuyendo?”.
El “hombre espiritual” no es un
ser extraño y anormal. Es sencillamente una persona que ha aprendido a
“saborear la vida en la fuente” según la bella expresión del teólogo francés M.A. Santaner. Por eso capta lo que
otros no captan y goza lo que otros no son capaces de gozar.
Tal vez, lo primero que hemos de
pedir esta mañana de Pentecostés es el don de gustar la vida en su fuente, en
el Espíritu, para poder saborearla sin intoxicarla y para disfrutar de ella sin
arruinarla. Gustar a Dios. Esa es la clave para no atrofiar la vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
22 de mayo de 1988
PEREGRINAR
AL CORAZON
Recibid
el Espíritu Santo.
Según una concepción más querida
a la tradición oriental, el mayor pecado del hombre es permanecer insensible a
la vida interior que en él se encierra.
Caminando como autómatas por la
vida, dejamos dormitar dentro de nosotros unas energías y un potencial
insospechado de vida al ignorar la acción del Espíritu en nosotros.
Acostumbrados a vivirlo todo
desde el exterior, hemos olvidado ya lo que es peregrinar al fondo del corazón
para escuchar interiormente ese manantial de vida que es Dios.
Conozco personas insatisfechas de
sí mismas que buscan con esfuerzo una vida más noble y profunda. Desean creer
con más hondura y verdad. Las veo indagar, leer libros, preguntar. Algunas me
escriben. Se diría que intentan hacer brotar la fe en su corazón desde el
exterior.
Pero lo cierto es que desde el
exterior no se le puede enseñar a nadie a creer, lo mismo que no se le puede
enseñar a alegrarse, a amar o a llorar.
Desde fuera sólo se le puede
orientar a adentrarse en su corazón. Pero la fe es una experiencia que cada uno
ha de aprender en otra fuente que brota en su interior.
Cada vez recuerdo con más
frecuencia las conocidas palabras de S. Agustín a su auditorio: «No penséis que
se puede aprender algo de un hombre. Podemos atraer vuestra atención con el
ruido de nuestra voz, pero si no hay dentro alguien que os enseñe, ese ruido
será inútil”.
La fe no brota en nosotros al
término de una reflexión o como conclusión de ese razonamiento brillante que
hemos encontrado en la lectura de un libro. No es una decisión que tomamos
después de escuchar la argumentación de un amigo creyente.
Es preciso cavar más adentro.
Bajar al fondo de nuestro ser y mirarnos por dentro tal como somos. Sin
engañarnos por más tiempo. Sin quedarnos en esa falsa seguridad que aparentamos
por fuera ante los demás. Solos ante Dios y ante nosotros mismos.
Esos minutos de sinceridad pueden
cambiar nuestra vida más que todos los razonamientos. Ese grito sincero a Dios
desde el fondo del corazón puede ser el camino más corto para resucitar nuestra
fe.
Si sabemos abrirnos camino hacia
nuestro interior y escuchar la acción del Espíritu que nos llama desde dentro,
hoy puede ser realmente para nosotros Pentecostés.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
26 de mayo de 1985
ATEISMO
DEL CORAZÓN
Recibid
el Espíritu Santo.
Quizás no son muchos los que,
entre nosotros, niegan a Dios teóricamente hasta las últimas consecuencias. Sin
duda, son muchos más los que prescinden de Dios, son ateos prácticos y viven
como si en el fondo Dios no les afectara para nada.
Este «ateísmo del corazón» como lo ha llamado H. Mühlen, está más extendido de lo que sospechamos. Hombres y
mujeres que quizás alguna vez pronuncian fórmulas rutinarias, pero que no abren
nunca su corazón a Dios. Personas que ya no «escuchan» a nadie en su interior.
Cuántos que se dicen cristianos,
se defienden ante Dios con oraciones recitadas de memoria, pero se
avergonzarían de hablar con él espontáneamente y de corazón.
Por otra parte, ¿quién encuentra
hoy un «rincón» para el silencio, la meditación, el recogimiento y la paz
interior? ¿Quién tiene tiempo para orar en medio de las prisas, la agitación,
el nerviosismo o el perpetuo cansancio?
La lucha por la vida, la
competencia despiadada, la presión continua, está llevando a muchos a la
asfixia y el ahogo espiritual. Esta sociedad donde el infarto ha llegado a ser
el símbolo de todo un modo de vivir, corre el riesgo de ir perdiendo su alma y
su vida interior.
Y, sin embargo, el Espíritu de
Dios no está ausente de esta sociedad, aunque lo reprimamos, lo encubramos o no
le prestemos atención alguna. El sigue trabajando silenciosamente a los hombres
en lo más profundo de ese corazón demasiado «ateo».
Aquel gran teólogo y mejor
creyente que fue K. Rahner nos ofrece
algunas pistas para reconocer su presencia misteriosa pero real.
«Cuando el vivir diario, amargo,
decepcionante y aniquilador se vive con perseverancia hasta el final, con una
fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar.
Cuando uno corre el riesgo de
orar en medio de las tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos
escuchados, aunque no percibimos una respuesta que se pueda razonar o
disputar...
Cuando uno acepta y lleva
libremente una responsabilidad sin tener claras perspectivas de éxito y de
utilidad...
Cuando se experimenta la
desesperación y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil...
Cuando se da una esperanza total
que prevalece sobre las demás esperanzas particulares y abarca con su suavidad
y silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas...
Entonces el Espíritu de Dios está
trabajando. Allí está Dios. Allí es Pentecostés».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
30 de mayo de 1982
NECESIDAD
DEL ESPIRITU
Recibid
el Espíritu Santo.
Lo «espiritual» no evoca hoy gran
cosa en muchos de nuestros contemporáneos. La misma palabra «espíritu» queda
asociada al mundo de lo etéreo, lo inverificable, lo irreal. Sólo parece
interesar lo material, lo práctico, lo útil y eficaz.
Incluso, podríamos decir que «lo
espiritual» suscita en muchos una actitud de reserva y sospecha. El pensamiento
marxista nos ha puesto en guardia frente a actitudes espirituales incapaces de
tomar en serio la materia y la construcción de la ciudad terrestre.
Por su parte, representantes de
la sicología profunda han descalificado, de manera penetrante, un espiritualismo
olvidado de la esfera de los instintos y de la vida del cuerpo.
Y sin embargo, son bastantes las
voces y los movimientos que reclaman hoy con fuerza el retorno al espíritu. La
nostalgia del hombre occidental no busca sólo un nuevo sistema socio-económico,
ni nuevas filosofías, sino una nueva vida, un aliento nuevo, una fuerza de
salvación capaz de liberar al hombre del desencanto, del absurdo y del
nihilismo destructor.
Es aquí donde debemos situar hoy
los creyentes la fe en el Espíritu Santo, para redescubrir con gozo las
posibilidades que se nos pueden abrir, si sabemos acoger con conciencia viva la
acción salvadora de Dios en nuestras vidas.
Los creyentes siempre han
reconocido al Espíritu una eficacia
regeneradora. El hombre que acierta a abrirse a la acción de Dios en lo
profundo de su corazón, descubre una fuerza capaz de regenerarlo, unificarlo,
iluminarlo e impulsarlo más allá de los limites en que parecía iba a quedar
encerrado para siempre.
Una gran parte de los hombres y
mujeres de nuestro tiempo viven en desarmonía consigo mismo, sin un núcleo
interior que unifique sus vidas, sin una razón profunda que dé aliento a su
existencia, alienados desde lo más profundo de su conciencia, sin pertenecer a
sí mismos, sin sospechar nunca que en lo más hondo de su ser hay una fuerza
capaz de transformar sus vidas.
Los cristianos necesitamos creer
más y con más concreción en la eficacia humanizadora y liberadora que tiene el
vivir abiertos a la acción de Dios en nosotros.
El hombre no recupera su
integridad replegándose sobre sí mismo, ni alcanza su liberación sometiéndose
al poder, la ciencia o el dinero. El hombre se va haciendo humano cuando se
abre a la acción del Espíritu que nos pone en armonía con nosotros mismos, nos
conduce al encuentro con los otros en la verdad y la paz, y nos abre a la
comunicación gozosa con Dios.
Nada de esto se puede entender
desde fuera. Cada uno debe descubrir por
experiencia propia cómo la fe y la docilidad al Espíritu satura de sentido y de
gozo su existencia.
José Antonio Pagola
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